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Filosofía y Crítica de los Saberes.

4to año.
Profa: Lucía Marrero

¿Qué es la Filosofía?

-Aproximaciones a una posible definición de Filosofía.


➔ Aristóteles, Metafísica
➔ Russell, El valor de la Filosofía
-Origen y comienzo de la Filosofía.- Jaspers.

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ARISTÓTELES: Gran filósofo
antiguo, político, científico.
Nacido en la ciudad de
Estagira, al norte de la
Antigua Grecia.

¿De qué trata el libro del siguiente fragmento de texto?


METAFÍSICA:
La Metafísica consta de 14 libros, de los cuales hay dudas sobre la autenticidad

de los libros II y XI. La Metafísica de Aristóteles fija el objeto de la “primera

filosofía” como la ciencia sobre los primeros principios y causas de todo lo

existente, sobre el ser en general, sobre la esencia, a diferencia de otras

ciencias que estudian un ser determinado, concreto.

LA FILOSOFÍA

“Todos los hombres desean por naturaleza saber. Así lo indica el amor a los sentidos;

pues, al margen de su utilidad, son amados a causa de sí mismos, y el que más de todos,

el de la vista. En efecto, no sólo para obrar, sino también cuando no pensamos hacer

nada, preferimos la vista, por decirlo así, a todos los otros. Y la causa es que, de los

sentidos, éste es el que nos hace conocer más, y nos muestra muchas diferencias.

Por naturaleza, los animales nacen dotados de sensación; pero ésta no engendra en

algunos la memoria, mientras que en otros sí. Y por eso éstos son más prudentes y más

aptos para aprender que los que no pueden recordar (…).

Los demás animales viven con imágenes y recuerdos, y participan poco de la

experiencia. Pero el género humano dispone del arte y del razonamiento. Y del

recuerdo nace para los homnbres la experiencia, pues muchos recuerdos de la misma

cosa llegan a los hombres a través de la experiencia. Pues la experiencia hizo el arte,

como dice Polo, y la inexperiencia, el azar: Nace el arte cuando de muchas

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observaciones experimentales surge una noción universal sobre los casos semejantes.

Pues tener la noción de que a Calias, afectado por la enfermedad, le fue bien tal

remedio, y lo mismo a Sócrates y a otros muchos considerados individualmente, es

propio de la experiencia; pero saber que fue provechoso a todos los individuos de tal

constitución, agrupados en una misma clase y afectados por tal enfermedad, por

ejemplo a los flemáticos, a los biliosos o a los calenturientos, corresponde al arte.

Pues bien, para la vida práctica, la experiencia no parece ser inferior al arte, sino que

incluso tienen más éxito los expertos que los que, sin experiencia, poseen el

conocimiento teórico.

Y esto se dene a que la experiencia es el conocimiento de las cosas singurales, y el

arte, de las universales; y todas las acciones y generaciones se refieren a lo singular.

No es al hombre, efectivamente, a quien sana el médico, a no ser accidentalmente,

sino a Calias o a Sócrates, o a otro de los así llamados que, además es hombre. Por

consiguiente, si alguien tiene, sin la experiencia, el conocimiento teórico, y sabe lo

universal pero ignora su contenido singular, errará muchas veces en la curación, pues

es lo singular lo que puede ser curado.

Creemos sin embargo, que el saber y el entender pertenecen más al arte que a la

experiencia, y consideramos que el arte es más ciencia que la experiencia, y

consideramos más sabios a los conocedores del arte que a la experiencia, y

consideramos más sabios a los conocedores del arte que a la experiencia, y

consideramos más sabios a los conocedores del arte que a los expertos, pensando que

la sabiduría corresponde en todos el saber. Y esto, porque unos saben la causa, y los

otros no. Pues los expertos saben el qué, pero no el porqué. Aquéllos, en cambio,

conocen el porqué y la causa. […]

Lo que distingue al sabio del ignorante es el poder de enseñar, y por esto

consideramos que el arte es mpas ciencia que la experiencia, pues aquellos pueden y

éstos no pueden enseñar. […]

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Es pues, natural que quien en los primeros tiempos inventó un arte cualquiera (…) fuese

admirado por los hombres, no sólo por la utilidad de alguno de los inventos, sino como

sabio y diferente de los otros, y que, al inventarse muchas artes, orientadas unas a las

necesidades de la vida y otras a lo que la adorna, siempre fuesen considerados más

sabios los inventores de éstas que los de aquellas, porque sus ciencias no buscaban la

utilidad. De aquí que, constituidas ya todas estas artes, fueran descubiertas las

ciencias que no se ordenan al placer ni a lo necesario; y lo fueron primero donde

primero tuvieron vagar los hombres. Por eso las artes matemáticas nacieron en Egipto,

pues allí disfrutaba de ocio la clase sacerdotal. […]

Lo que ahora queremos decir es esto: que la llamada Sabiduría versa, en opinión de

todos, sobre las primeras causas y sobre los principios. De suerte que, según dijimos

antes, el experto nos parece más sabio que los que tienen una sensación cualquiera, y

el poseedor de un arte, más sabio que los expertos, y los conocimientos teóricos, más

que los prácticos. Resulta, pues, evidente que la sabiduría es una ciencia sobre ciertos

principios y causas.

Y, puesto que buscamos esta ciencia lo que debiéramos indagar es de qué causas y

principios es ciencia la Sabiduría. Si tenemos en cuenta el concepto que nos formamos

del sabio, es probable que el camino quede mpas despejado. Pensamos, en primer lugar,

que el sabio lo sabe todo en la medida de lo posible, sin tener la ciencia de cada cosa

en particular.

También consideramos sabio al que puede conocer las cosas difíciles y de no fácil

acceso para la inteligencia humana (pues el sentir es común a todos, y por tanto, fácil

y nada sabio). Además, al que conoce con más exactitud y es más capaz de enseñar las

causas, lo consideramos más sabio en cualquier ciencia. Y, entre las ciencias, pensamos

que es más Sabiduría la que se elige por sí misma y por saber, que la que se busca a

causa de sus resultados, y que la destinada a mandar es más Sabiduría que la

subordinada. Pues no debe el sabio recibir órdenes, sino darlas, y no es él el que ha de

obedecer a otro, sino que ha de obedecerle a él el menos sabio. Tales son, por su

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calidad y su número, las ideas que tenemos acerca de la Sabiduría y de los sabios. Y de

éstas, el saberlo todo pertenece necesariamente al que posee un sumo grado la Ciencia

de lo universal (pues éste conoce de algún modo el sujeto a ella). Y, generalmente, el

conocimiento más difícil para los hombres es el de las cosas más universales (pues son

las más alejadas de los sentidos). Y generalmente, el conocimiento más difícil para los

hombres es el de las cosas más universales (pues son las más alejadas de los sentidos).

Por otra parte, las ciencias son tanto más exactas cuanto más directamente se ocupan

de los primeros principios (…). Además, la ciencia que considera las causas es también

más capaz de enseñar (pues enseñan verdaderamente los que dicen las causas acerca

de cada cosa). Y el conocer y el saber buscados por sí mismos se dan principalmente en

la ciencia que versa sobre lo más escible. Y lo más escible son los principios y las

causas (…). Y es la más digna de mandar entre las ciencias y superior a la subordinada,

la que conoce el fin por el que debe hacerse cada cosa. Y este fin es el bien de cada

una, y, en definitva, el bien supremo en la naturaleza toda.

Por todo lo dicho, corresponde a la misma Ciencia el nombre que se busca. Pues es

preciso que ésta sea especulativa de los primeros principios y causas. En efecto, el

bien y el fin por el que se hace algo son una de las causas.

Que no se trata de una ciencia productiva, es evidente ya por los que primero

filosofaron. Pues los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos

por la admiración; al principio admirados ante los fenómenos sorprendentes más

comunes; luego, avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores, como los

cambios de la luna y los relativos al sol y a las estrellas, y la generación del universo.

Pero el que se plantea un problema o se admira, reconoce su ignorancia. (Por eso

también el que ama los mitos es en cierto modo filósofo; pues el mito se como de

elementos maravillosos). De suerte que, si filosofaron para huir de la ignorancia, es

claro que buscaban el saber en vista del conocimiento, y no por alguna utilidad. Y así lo

atestigua lo ocurrido. Pues esta disciplina comenzó a buscarse cuando ya existían casi

todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la vida. Es, pues,

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evidente que no la buscamos por ninguna otra utilidad, sino que, así como llamamos

hombre libre al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la

única ciencia libre, pues ésta sola para sí misma. Por eso también su posesión podría

con justicia ser considerada impropia del hombre. Pues la naturaleza humana es

esclava en muchos aspectos; de suerte que, según Simónides, “solo un dios puede tener

este privilegio”, aunque es indigno de un varón no buscar la ciencia a él proporcionada.

Por consiguiente, si tuviera algún sentido lo que dicen los poetas, y la divinidad fuese

por naturalea envidiosa, aquí parece que se aplicaría principalmente, y serían

desdichados todos los que en esto sobresalen. Pero ni es posible que la divinidad sea

envidiosa, aquí parece que se aplicaría principalmente, y serían desdichados todos los

que en esto sobresalen. Pero ni es posible que la divinidad sea envidiosa (sino que,

según el refrán, mienten mucho los poetas), ni debemos pensar que otra ciencia sea

más digna de aprecio que ésta. Pues la más divina es también la más digna de aprecio. Y

en dos sentidos es tal ella sola: pues será divina entre las ciencias la que tendría Dios

principalmente, y la que verse sobre lo divino. Y ésta sola reúne ambas condiciones;

pues Dios les parece a todos ser una de las causas y cierto principio, y tal ciencia

puede tenerla o Dios solo o él principalmente.

Así pues, todas las ciencias son más necesarias que ésta; pero mejor, ninguna.”

CONSIGNA DE TRABAJO:
1. Lee detenidamente el texto
2. Realiza vocabulario de aquellas palabras que no entiendas.
3. Resalta con subrayado aquellas frases que te llamen la atención, es decir que
te dejen pensando por algún motivo.
4. ¿Qué preguntas te surgen a partir del texto? Fundamenta.

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Bertrand RUSSELL (1872-1970) Filósofo, matemático, lógico y escritor
británico.

Libro: Los problemas de la filosofía


(1912)

“Habiendo llegado al final de nuestro breve resumen de los problemas de la filosofía,

bueno será considerar, para concluir, cuál es el valor de la filosofía y por qué debe ser

estudiada. Es tanto más necesario considerar esta cuestión ante el hecho de que

muchos, bajo la influencia de la ciencia o de los negocios prácticos, se inclinan a dudar

que la filosofía sea algo más que una ocupación inocente, pero frívola e inútil, con

distinciones que se quiebran de puro sutiles y controversias sobre materias cuyo

conocimiento es imposible.

Esta opinión sobre la filosofía parece resultar, en parte, de una falsa concepción de

los fines de la vida, y en parte de una falsa concepción de la especie de bienes que la

filosofía se esfuerza en obtener. Las ciencias físicas, mediante sus invenciones, son

útiles a innumerables personas que las ignoran totalmente: así el estudio de las

ciencias físicas no es sólo o principalmente recomendable por su efecto sobre el que

las estudia, sino más bien por su efecto sobre los hombres en general. Esta utilidad no

pertenece a la filosofía. Si el estudio de la filosofía tiene algún valor para los que no

se dedican a ella, es sólo un efecto indirecto, por sus efectos sobre la vida de los que

la estudian. Por consiguiente, en estos efectos hay que buscar primordialmente el

valor de la filosofía, si es que en efecto lo tiene.

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Pero ante todo, si no queremos fracasar en nuestro empeño, debemos liberar nuestro

espíritu de los prejuicios de lo que se denomina equivocdamente “el hombre práctico”.

El hombre “práctico”, en el uso corriente de la palabra, es el que sólo reconoce

necesidades materiales, que comprende que el hombre necesita el alimento del cuerpo,

pero olvida la necesidad de procurar un alimento al espíritu. Si todos los hombres

vivieran bien, si la pobreza y la enfermedad hubiesen sido reducidas al mínimo posible,

quedaría todavía mucho que hacer para producir una sociedad estimable; y aun en el

mundo actual los bienes del espíritu son por lo menos tan importantes como los del

cuerpo. El valor de la filosofía debe hallarse exclusivamente entre los bienes del

espíritu, y sólo los que no son indiferentes a estos bienes pueden llegar a la persuasión

de que estudiar filosofía no es perder el tiempo.

La filosofía, como todos los demás estudios, aspira primordialmente al conocimiento.

El conocimiento a que aspira es aquella clase de conocimiento que nos da la unidad y el

sistema del cuerpo de las ciencias, y el que resulta del examen críttico del

fundamento de nuestras convicciones, prejuicios y creencias. Pero no se puede

sostener que la filosofía haya obtenido un éxito realmente grande en su intento de

proporcionar una respuesta concreta a estas cuestiones. Si preguntamos a un

matemático, a un mineralogista, a un historiador o a cualquier otro hombre de ciencia,

qué conjunto de verdades concretas ha sido establecido por su ciencia, su respuesta

durará tanto tiempo como estemos dispuestos a escuchar. Pero si hacemos ls misma

pregunta a un filósofo, y éste es sincero, tendrá que confesar que su estudio no ha

llegado a resultados positivos comparables a los de las otras ciencias. Verdad es que

esto se explica, en parte, por el hecho de que, desde el momento en que se hace

posible el conocimiento preciso sobre una materia cualquiera, esta materia deja de ser

denominada filosofía y se convierte en una ciencia separada. Todo el estudio del cielo,

que pertenece hoy a la astronomía, antiguamente era incluído en la filosofía; la gran

obra de Newton se denomina Principios matemáticos de la filosofía natural. De un

modo análogo, el estudio del espíritu humano, que era, todavía recientemente, una

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parte de la filosofía, se ha separado actualmente de ella y se ha convertido en la

ciencia psicológica.

Así, la incertidumbre de la filosofía es, en una gran medida, más aparente que real; los

problemas que son susceptibles de una respuesta precisa se han colocado en las

ciencias, mientras que sólo los que no la consienten actualmente quedan formando el

residuo que denominamos filosofía.

Sin embargo, esto es sólo una parte de la verdad en lo que se refiere a la

incertidumbre de la filosofía. Hay muchos problemas- y entre ellos los que tienen un

interés más profundo para nuestra vida espiritual- que, en los límites de lo que

podemos ver, permanecerán necesariamente insolubles para el intelecto humano, salvo

si su poder llega a ser de un orden totalmente diferente de lo qu es hoy. ¿Tiene el

Universo una unidad de plan o designio, o es una fortuita conjunción de átomos? ¿Es la

conciencia una parte del Universo que da la esperanza de un crecimiento indefinido de

la sabiduría, o es un accidente transitorio en un pequeño planeta en el cual la vida

acabará por hacerse imposible? ¿El bien y el mal son de alguna importancia para el

Universo, o solamente para el hombre?

La filosofía plantea problemas de este género, y los diversos filósofos contestan a

ellos de diversas maneras. Pero parece que, sea o no posible hallarles por otro lado una

respuesta, es una parte de la tarea de la filosofía continuar la consideración de estos

problemas, haciéndonos conscientes de su importancia, examinando todo lo que nos

aproxima a ellos y manteniendo vivo este interés especulativo por el Universo, que nos

expondríamos a matar si nos limitáramos al conocimiento de lo que puede ser

establecido mediante un conocimiento definitivo. (…)

El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los

prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en

su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el

consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a hacerse

preciso, definido, obvio; los objetos habituales no le suscitan problema alguno, y las

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posibilidades no familiares son desdñisamente rechazadas. Desde el momento en que

empezamos a filosofar, hallamos, por el contrario (…), que aun los objetos más

ordinarios conducen a problemas a los cuales sólo podemos dar respuestas muy

incompletas. La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera

respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que

amplian nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así al

disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto

grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo algo

arrogante de los que no se han introducido jamás en la región de la duda liberadora y

guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos familiares en

un aspecto no familiar.

Aparte esta utilidad de mostrarnos posibilidaddes insospechadas, la filosofía tiene un

valor- tal vez su máximo valor- por la grandeza de los objetos que contempla, y la

liberación de los intereses mezquinos y personales que resultan de aquella

contemplación. La vida del hombre instintivo se halla encerrada en el circuito de

intereses privados: la familia y los amigos pueden inclinarse en ella, pero el resto del

mundo no entra en consideración, salvo en lo que puede ayudar o entorpecer lo que

forma parte del círculo de los deseos instintivos. Esta vida tiene algo de febril y

limitada. En comparación con ella, la vida del filósofo es serena y libre. El mundo

privado, de los intereses instintivos, es pequeño en medio de un mundo peculiar. Salvo

si ensanchamos de tal modo nuestros intereses que incluyamos en ellos el mundo

entero, permanecemos como una guarnición en una fortaleza sitiada, sabiendo que el

enemigo nos impide escapar y que la rendición final es inevitable. Este género de vida

no conoce la paz, sino una constante guerra entre la insistencia del deseo y la

importancia del querer. Si nuestra vida ha de ser grande y libre, debemos escapar, de

uno u otro modo, a esta prisión y a esta guerra.

Un modo de escapar a ello es la contemplación filosófica. La contemplación filosófica,

cuando sus perspectivas son muy amplias, no divide el Universo en dos campos

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hostiles- los amigos y los enemigos, lo útil y lo adverso, lo bueno y lo malo-; contempla

el todo de un modo imparcial.

La contemplación filosófica, cuando es pura, no intenta probar que el resto del

Universo sea afín al hombre. Toda adquisición de conocimiento es una ampliación del

yo, pero esta ampliación es alcanzada cuando no se busca directamente. Se adquiere

cuando el deseo de conocer actúa por sí solo, mediante un estudio en el cual no se

desea previamente que los objetos tengan tal o cual carácter, sino que el yo se adapta

a los caracteres que halla en los objetos. Esta ampliación del yo no se obtiene, cuando,

partiendo del yo tal cual es, tratamos de mostrar que el mundo es tan semejante a

este yo, que su conocimiento es posible sin necesidad de admitir nada que parezca

serle ajeno. El deseo de probar esto es una forma de la propia afirmación, y como toda

forma de egoísmo, es un obstáculo para el crecimiento del yo que se desea y del cual

conoce el yo que es capaz. El egoísmo, en la especulación filosófica como en todas

partes, considera el mundo como un medio para sus propios fines; así, cuida menos del

mundo que del yo, y el yo pone límites a la grandeza de sus propios bienes. En la

contemplación, al contrario, partimos del no yo, y mediante su grandeza son

ensanchados los límites del yo; por el infinito. (…)

El espíritu acostumbrado a la libertad y a la imparcialidad de la contemplación

filosófica, guardará algo de esta libertad y de esta imparcialidad en el mundo de la

acción y de la emoción. Considerará sus proyectos y deseos como una parte de un

todo, con la ausencia de insistencia y sus deseos como una parte de un todo, con la

ausencia de insistencia que resulta de ver que son fragmentos infinitesimales en un

mundo en el cual permanece indiferente a las acciones de los hombres. La

imparcialidad que en la contemplación es del puro deseo de la verdad, es la misma

cualidad del espíritu que en la acción se denomina justicia, y en la emoción es este

amor universal que puede ser dado a todos y no sólo a aquellos que juzgamos útiles o

admirables. Así, la contemplación no sólo amplia los objetos de nuestro pensamiento,

sino también los objetos de nuestras acciones y afecciones; nos hace ciudadanos del

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Universo, no sólo de una ciudad amurallada, en guerra con todo lo demás. En esta

ciudadanía del Universo consiste la verdadera libertad del hombre, y su liberación del

vasallaje de las esperanzas y los temores limitados.”

LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA

“La historia de la filosofía como pensar metódico tiene sus comienzos hace dos mil

quinientos años, pero como pensar mítico mucho antes.

Sin embargo, comienzo no es lo mismo que origen. El comienzo es histórico (…).

Origen es, en cambio, la fuente de la que mana en todo tiempo el impulso que mueve a

filosofar. (…)

Este origen es múltiple. Del asombro sale la pregunta y el conocimiento; de la duda

acerca de lo conocido, el examen crítico y la certeza; de la conmoción del hombre y de

la conciencia de estar perdido, la cuestión de su propio ser.

Representémonos ante todo estos tres motivos.

Primero. Platón decía que el asombro es el origen de la Filosofía. Nuestros ojos nos

“hacen ser partícipes del espectáculo de las estrellas, del sol y de la bóveda celeste”.

Este espectáculo nos ha “dado el impulso de investigar el universo. De aquí brotó para

nosotros la Filosofía, el mayor de los bienes deparados por los dioses a la raza de los

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mortales. Y Aristóteles [añade]: “Pues la admiración es lo que impulsa a los hombres a

filosofar: empezando por admirarse de lo que les sorprendía por extraño, avanzaron

poco a poco y se preguntaron por (…) el origen del Universo”.

El admirarse impulsa a conocer. En la admiración se cobra conciencia de no saber. Se

busca el saber, pero el saber mismo, no “para satisfacer ninguna necesidad común”.

El admirarse impulsa a conocer. En la admiración se cobra conciencia de no saber.

Se busca el saber, pero el saber mismo, no “para satisfacer ninguna necesidad común”.

El filosofar es como un desvincularse de las necesidades de la vida: tiene lugar

mirando desinteresadamente a las cosas, al cielo y al mundo, preguntándome qué es

todo ello y de dónde viene, preguntas cuyas respuestas no sirven para nada útil, sino

que resultan satisfactorias por sí solas.

Segundo. Una vez que he satisfecho mi asombro y admiración con el conocimiento de

lo que existe, pronto se anuncia la duda. Los conocimientos se acumulan, pero ante el

examen crítico no hay nada cierto. Las percepcione están condicionadas por nuestros

órganoss sensoriales y son engañosas o en todo caso no concordantes con lo que existe

fuera de mí. Nuestras formas mentales son las de nuestro humano intelecto: se

enredan en contradicciones insolubles; por todas partes se alzan unas afirmaciones

frente a otras”

Jaspers nos está señalando así dos posibles fuentes de error: 1) los sentidos,

que tienen limitaciones: con luz escasa, por ejemplo, confundimos los colores; 2) la

razón, que nos lleva a veces a demostraciones contradictorias (por ej., se han

formulado pruebas racionales de la existencia y de la inexistencia del alma).

Y a esto añade dos formas de duda que se han dado históricamente: la duda pirroniana

o escepticismo absoluto, propuesta por Pirrón de Elis en la Antigüedad, consiste en la

negación de cualquier posibilidad de conocimiento, y la duda cartesiana, o escepticismo

metódico, propuesta por Descartes en la Edad Moderna, en la que se busca un camino

para llegar a la certeza. Descartes decía “Pienso, luego existo” y esta inferencia era

para él incuestionable. ¿Por qué? Luego de mostrar a través de ejemplos la escasa

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confiabilidad de los sentidos, de haber señalado la posibilidad de confundir sueños y

vigila, Descartes había propuesto la hipótesis de un genio maligno capaz de engañarlo

en todo momento. Aún así, equivocándose en todo, podía llegar a estar seguro de algo:

mientras estaba dudando estaba pensando y al pensar estaba existiendo en tanto ser

pensante. La duda metódica parece, sin duda, más viable que la duda pirroniana ya que

ésta puede llegar a ser paralizante. (Si todo conocimiento de la realidad es imposible

¿qué línea de acción elijo en cada momento? No me puedo pronunciar ni respecto de lo

que es alimenticio o venenoso, ni de cómo trasladarme de un lugar a otro, etc.)

Tercero. Según Jaspers el hombre puede mirar hacia afuera- al mundo-, o hacia

adentro- a sí mismo-; cuando su mirada se vuelve hacia si mismo, entonces toma

conciencia de su situación en el mundo: no puede saberlo todo, no puede tenerlo todo,

no vivirá indefinidamente, etc. Esto le provoca angustia- que no es sino una “conmoción

interior” y lo lleva a formularse nuevas preguntas. En palabras de Jaspers:

“Estamos siempre en situaciones. Las situaciones cambian, las ocasiones se suceden. Si

no se las aprovecha, no vuelven más. Puedo trabajar por hacer que cambien

determinadas situaciones. Pero hay otras que son, por su esencia, permanentes aun

cuando se altere su apariencia momentánea: no puedo menos de morir, ni de padecer,

ni de luchar; estoy sometido al azar; me hundo inevitablemente en la culpa. A estas

situaciones fundamentales de nuestra existencia las llamamos situaciones límites.

Quiere decir que son situaciones de las que no podemos salir y que no podemos alterar.

La conciencia de estas situaciones límites es, después del asombro y de la duda, el

origen, más profundo aún, de la Filosofía (…)

(…) El estoico Epicteto decía: “El origen de la Filosofía es percatarse de la propia

debilidad e impotencia” ¿Cómo salir de la impotencia? La respuesta de Epicteto decía:

“Considerando todo lo que no está en mi poder como indiferente para mí en su

necesidad, y, por el contrario, poniendo en claro y en libertad por medio del

pensamiento lo que reside en mí, a saber, la forma y el contenido de mis

representaciones” (…)

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Estos tres influyentes motivos- la admiración y el conocimiento, la duda y la certeza,

el sentirse perdido y el encontrarse a sí mismo- no agotan lo que nos mueve a filosofar

en la actualidad.

En estos tiempos, que representan el corte más radical de la historia, tiempos de una

disolución inaudita y de posibilidades sólo oscuramente atisbadas, son sin duda válidos,

pero no suficientes, los tres motivos expuestos hasta aquí. Estos motivos resultan

subordinados a una condición, la de comunicación entre los hombres (…) Comunicación

que no se limite a ser de intelecto a intelecto, de espíritu a espíritu, sino que llegue a

ser de existencia a existencia.”

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