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PEQUEÑAS NARRATIVAS EN VASTAS PINCELADAS

Gustavo Gordillo (16.12.2019)

En 1910 habían 70 mil localidades rurales en México. En 1970, el número de


este tipo de localidades ascendía a 97 mil 580, cifra que subió a 198 mil
localidades rurales en 1995. En 2005 México alcanzó las 205 mil localidades
rurales, para bajar levemente en 2010 a 188 mil 593 localidades.

Mas importante aún, entre 1970 y 2010, el número de localidades de menos de


cien habitantes mostró un incremento exponencial, por ejemplo en 2010, 2.4
millones de personas vivían en 139 156 de esas localidades de menos de cien
habitantes, es decir 83 506 localidades creadas y recreadas en cuarenta años.
Además, algunos estados presentaban un número de localidades de pequeña
escala extraordinario, como Chiapas o Veracruz con aproximadamente 14 500
localidades inferiores a 100 habitantes. Varios estados que compartían esta
característica, Chiapas, Oaxaca y Zacatecas tenían a diez por ciento de su
población en localidades de menos de 250 habitantes. En casi todas las
entidades federativas se nota la menor importancia relativa de las localidades
de menos de 100 habitantes. Sin embargo, en Oaxaca, Guerrero, Veracruz,
Hidalgo y San Luis Potosí la proporción de habitantes en esas localidades ha
aumentado de manera significativa entre 1990 y 2000. (Gordillo et al, 2017)

¿Por qué la persistencia de esas pequeñas localidades, a pesar de varios e


infructuosos intentos por concentrar a esas pequeñas poblaciones a partir de
ofrecerles mejores servicios y condiciones de vida aparentemente mejoradas?
En el fondo, se ha mantenido hasta nuestro días una concepción errónea e
incompleta sobre el papel de las pequeñas poblaciones rurales en México. En

1
parte este fenómeno de dispersión es consecuencia de la presión sobre la tierra
y es explicado por Warman (2001) como la traducción de una “resistencia a la
urbanización, una manera de reproducir la vida sin cambiarla... es también
síntoma de pobreza, de falta de oportunidad, que obliga a buscar un nuevo
espacio”. Pero cabe otra explicación sugerida también por Warman y otros
antropólogos como Guillermo Bonfil. Asumiendo a los pequeños poblados
como espacios de refugio de las poblaciones rurales se puede encontrar
causalidad y correlación entre grandes eventos políticos y /o económicos, y el
crecimiento y la reducción en el número de pequeños poblados. Es decir,
cuando hay estabilidad política y/o crecimiento económico los pequeños
poblados tienden a reducirse; cuando hay crisis o rupturas económicas y/o
políticas los pequeños poblados crecen. Asi, los pequeños poblados actúan
como una especie de amortiguador que tiende a estabilizar una región o el país
mismo. (2017)

Al mismo tiempo que esto ocurre, la población pasa de ser mayoritariamente


rural a urbana entre 1950 y 1960, y los residentes en localidades de menos de
2 500 habitantes pasan de representar cuarenta y un por ciento en 1970, a
veintitres por ciento en 2015. Si en vez de tomar dos mil quinientos habitantes
como el límite entre lo urbano y lo rural -esta es la medición tradicional desde
1960 establecida por INEGI-, lleváramos el límite a poblados de hasta 15 mil
habitantes, en 2010, representarían treinta y siete por ciento de la población
nacional es decir cerca de cincuenta millones de personas. Tomar como
umbral 15 mil habitantes parece ser un criterio poblacional más adecuado a las
características del mundo rural de hoy, puesto que constatamos que es a partir

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de este umbral que el porcentaje de la población trabajando en el sector
primario tiende a abatirse.1

Estas reflexiones tiene mucho que ver con la discusión sobre dos novelas que
he escogido para este ensayo: Al filo del agua de Agustín Yañez y
Temporada de huracanes de Fernanda Melchor. Ambas ubicadas en
pequeños poblados. En el caso de la novela de Yañez en algun lugar de los
Altos de Jalisco -quizás Yahualica-, y en el caso de la segunda novela en
algún poblado entre Misantla y Papantla, quizás cerca de Martínez de la
Torre, en la zona cañera.

En este tejido que son las rancherías, los pequeños poblados y las ciudades de
menos de 15 mil habitantes se desarrollan ambas narrativas. Una, la de Yañez
en lo que es la metrópolis regional de ese entramado de pueblos y rancherías
de los Altos de Jalisco, y en el caso de Melchor, en una ranchería -La Matosa-
cerca de una cabecera de esa región, Villagarbosa.
Ambas se encuentran en el vórtice de un crisis económica y política que
desemboca en el primer caso en la Revolución Mexicana, y en el segundo
caso, me parece que preludia un cambio radical como fueron las elecciones de
2018.

Independientemente de si presagian efectos disruptivos, en ambos casos las


narrativas se refieren a un mundo de poblados estancados y en proceso de
descomposición. Su gran mérito consiste justamente en expresar ese mundo

1
De la misma manera observamos que varios indicadores sociodemográficos y de características de la
vivienda y acceso a servicios básicos muestran una disminución importante a partir del umbral de 15 mil
habitantes.

3
decadente a través de personajes inolvidables no por excepcionales sino,
quizás, por lo contrario: porque son seres reales que habitaron y habitan esos
poblados en cualquier parte del país.

Como señala Bruno Ríos, “La mirada que plantea Al filo del agua es la de ver
el evento fundacional de la Revolución mexicana a tres décadas de su inicio,
como un proceso de transición definitivo a lo que, en el momento de su
publicación, representaría el proyecto nacional de institucionalización de los
ideales revolucionarios.” Según este autor y yo concuerdo, Yañez nos quiere
mostrar en 1947 -cuando publica su obra-, el gran avance de la revolución
institucionalizada exhibiendo la contra cara de lo que existió 50 años antes, a
través del antiguo régimen, y en consecuencia por exclusión la epopeya para
desarmarlo a través del régimen priísta, que sin decirlo ni proponéselo
Fernanda Melchor cien años después, muestra las aristas de su fracaso.

¿Pero qué es lo que nos muestra Yañez en esa sociedad que alguna vez Carlos
Monsiváis denomino la “dictadura parroquial” (2004)?

Uns sociedad profundamente jerarquizada. En la cúspide reina el poder de la


Iglesia a través del cura párroco, Don Dionisio y sus dos instrumentos
principales, cada uno para públicos diferentes: el padre Abundio Reyes
enviado de la Mitra, espía del poder superior de la Iglesia y levemente
modernizador orientado a jalar a los jóvenes, y el padre Islas auténtico
Torquemada encargado de mantener la pureza de una pobres mujeres -las hijas
de María esclavizadas por el temor, el fanatismo y la superchería. También en
la cúspide se encuentra el representante del poder civil, el director político
nombrado por Don Porfirio Díaz a través de las mediaciones regionales
pertinentes; compartiendo el poder con el clero y con un instrumento poderoso

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coercitivo para controlar cuando sea necesaria a la Iglesia -aplicar las leyes de
Reforma-, y una evidente limitante: su poder es aún más temporal que el del
cura párroco. Pero esa cúspide del poder bajo el dominio de poder eclesíastico,
sólo se sostiene gracias al consenso que genera entre los pudientes como es
evidente con la asistencia a los ejercicios de encierro por un lado, de los ricos
del pueblo: Don Ambrosio, Don Inocencio, Pancho López, y por el otro, de
los tres notorios liberales poseedores de algunos de los instrumentos que
propician el acceso al poder: Don Román el director político, el médico
practicante Don Refugio y el abogado práctico, Don Pascual.

Respecto a la narrativa misma, Yañez fija los criterios de la novela en el


primer capítulo Acto preparatorio, como señala Carlos Monsiváis:

el tono retórico, el ritmo, el paisaje físico y humano, la división del orbe en justos y
pecadores, la irrealidad que arraiga en la moral y las buenas costumbres, la furia de los
impulsos soterrados, el ir y venir entre lo espiritual y lo social. 

Pero es quizás en el epígrafe, donde el autor fija el sentido mismo de su


narrativa, por una parte aclarando que “Al filo del agua es una expresión
campesina que significa el momento de iniciarse la lluvia, y -en sentido
figurado, miuy común- la inminencia o principio de un suceso”. Y más
adelante en el mismo epígrafe, subrayando que su novela “no tiene argumento
previo; se trata de vidas -canicas las llama uno de los protagonistas- que
ruedan, que son dejadas rodar en el estrecho límite de tiempo y espacio…”.

Así para don Dionisio, el cura párroco:


el destino…de sus feligreses le parecía el rodar de las canicas…La parroquia es un gran
plano inclinado en el van rodando cientos de vidas, con la intervención del albedrío; pero

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sobre del cual, circunstancias providenciales reparten el acabamiento de la existencia,
cuando menos es esperado.(ibid. 163)

Las historias, en consecuencia se van tejiendo en el ir y venir de la vida


cotidiana pero de manera decisiva a partir del calendario religioso: las fiestas
de 8 y 12 de diciembre -que desatan a través de sus devotos una luchas por el
poder entre el padre Islas -el ultraconservador carcelero de las almas- y el
padre Reyes -el pretendido modernizador aunque abuse de métodos anti-
modernizadores.

Dos de esas historias atrapan mi atención. Una es la de la viuda llegada de


Guadalajara, Victoria, que genera toda una serie de sobresaltos entre hombres
y mujeres pero, de manera pronunciada en Luis Gonzaga que enloquece, y en
Gabriel el encargado del campanario que es decir el responsable de marcar el
ritmo del tiempo cotidiano. 2

Otra, el doble asesinato del padre de Damián Limón y de Micaela 3 , y el


concluyente veredicto del cura don Dionisio:

Un crimen vulgar… ¡un crimen vulgar! Cuando hace ya casi diez años que no se registraba
un homicidio dentro del pueblo; la hora de Satanás pone a prueba el trabajo de mucho
tiempo; mis pecados, concurran tal vez a derribarla,¡pobre de ti pastor lleno de flaquezas…!
(op.cit. 270)

¿A qué le tema esta teocracia, se pregunta Monsiváis, respondiéndose:

2
Consultar al respecto sobre todo el capítulo intitulado Victoria y Gabriel, pp 177-195.
3
Ver el capítulo La desgracia de Damián Limón pp. 250-277.

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Al contagio de exterior (la cizaña de los norteños) los trabajadores migratorios que regresan
de Norteamérica,a la aplicación de las leyes de Reforma,a la expansión de los que ignoran
al Señor. Al sueño desapacible del anhelo de acoplamiento carnal. (2004)

Para enfrentar esos peligros existenciales está la parroquia, el centro de la vida


y del poder en el pueblo, en donde para erguir el valladar contra el Mal, se
usan cuatro instrumentos: las costumbres inmemoriales, la filtración de las
noticias a través soberbio antecesor de los zabludowkis y lopezdórigas del
mundo actual, Lucas Macías; las hijas de María que equivaldrían -haciendo
uso libérrimo de una falsa analogía- a las MeToo del siglo XIX, que,
siguiendo con la analogía, en vez de espolvorear diamantina, lanzaban ráfagas
continua de jaculatorias; y sobre todo, el confesionario y la confesión -que
obliga al sacerdote al sigilo sacramental- pero no al uso de la confesión para
dotar con información privilegiaba, que permitía que los curas del pueblo
detectaran a los masones, a los insumisos, a los promotores de círculos
antireleccionistas y a todo aquél que pudiera potencialmente representar un
peligro para la dictadura parroquial.

La caída a los infiernos y el desmoronamiento del antiguo régimen no lo


presenta Yañez como un proceso de continuo desgaste sino como un acto
apocalíptico, tal y como relata en el capítulo final sobre El cometa Halley.
Lucas antes de morir de un síncope, le anuncia el fin al padre Dionisio:

¡Estamos en el filo del agua! Usted cuídese: pase lo que pase, no se aflija, señor cura; será
una buena tormenta y a usted le darán los primeros granizazos:¡hágase fuerte!

Al final herido de muerte, pero todavía vivo decide oficiar quizás su última
misa con ese alarido tan parecido a la frase célebre lampedusiana -y tan mal
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utilizada-, de Tancredi a su tío Fabrizi: "Si queremos que todo siga como está,
es necesario que todo cambie". El padre Dionisio lo dice a su manera, y en
latín como corresponde: Ad Deum qui laetificat juventutem eam.

La primera impresión que me llevé comparando a vuelo de pájaro Temporada


de huracanes con Al filo de agua, fue de una inmensa desolación. No que la
vida cotidiana en ese pueblo de los Altos de Jalisco haya sido mas placentera
sino que, a pesar de la analogía con las canicas, cada personaje desempeñaba
ahí una función y su futuro -a no ser por la irrupción de un evento
impredecible como el inicio de la Revolución Mexicana- estaba claramente
marcado.

Si la sociedad de los Altos está rígidamente jerarquizada, tiene por eje


estructurador a los curas y como centro de gravedad la parroquia; la sociedad
veracruzana en la zona cañera está por decirlo así descentrada. Es una
homenaje en vivo al sociólogo Durkheim y a su concepto de anomia:

la anomia se refiere, señala María del Pilar López Fernández (2009) a la ausencia de un
cuerpo de normas que gobiernen las relaciones entre las diversas funciones sociales …
Dado que la transformación ha sido rápida y profunda, la sociedad se encuentra atravesando
por una crisis transicional debida a que los patrones tradicionales de organización y
reglamentación han quedado atrás y no ha habido tiempo suficiente para que surjan otros
acordes con las nuevas necesidades… en este contexto en el que los límites se encuentran
debilitados o no existen, el individuo se encuentra en una situación complicada debido a
que sus pasiones y deseos se hallan desbocados al perder todo punto de referencia. Este
hecho le genera un constante sentimiento de frustración y malestar, ya que todo aquello que
logra le parece poco, pues siempre quiere algo nuevo que supone le generará un mayor
placer.

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O más aún, como lo propone el sociólogo del conocimiento Karl Mannheim
bajo la figura de un utopía denominada quiliaismo. En ese tipo de utopía se
trata de reflejar la mentalidad de sociedades tradicionales caracterizadas por
una pérdida total de las certidumbres simbólicas y valorativas. Este proceso
las lleva a recrear una visión polar del mundo con cierta orientación
iconoclasta.

La violencia adquiere una sobrestimación como un medio valioso e insustituible para


superar la incertidumbre, y puede llevar a conflictos de larga duración... donde privilegian
el aquí y el ahora muy por encima de la perspectiva del mediano y del largo plazo. (1973)

En Matosa al igual que en Villagarbosa, no hay un punto de referencia, todos


los lugares de interaccion social están desperdigados: o bien es el parque y la
banca donde se juntan los chamacos a ponerse hasta atrás y a tratar de ligarse
a las personas que pasan por ahí, o son los bares y cantinas, o son los burdeles-
Matacocuite, Excalibur Gentlemen´s, Sarajuana, Lupe-la- Carera.

Matosa además está convaleciente de la herida que le propinó el huracán de


año setenta y ocho que barrió con mas de tres cuartas partes del poblado y que
tardó “años enteros para volverse a poblar”.

Todo el resto de la vida social ocurre intramuros, cada vez -conforme avanza
la novela-, en la más lúgubre y aterradora vida familiar en hogares tan
desarregladas como su personajes. Si en la novela de Yañez todo se construye
a partir del predominio del espacio público, en la novela de Melchor toda la
narrativa se vuelve privada. Es un mundo privado salvaje donde lo que
predomina es la traición, la deslealtad y la violencia en todas sus formas.

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Justo esto es lo que más me llama la atención: la ausencia de cualquier
autoridad constituida -incluso el crimen organizado que aparece a trasmano en
la novela-, y en cambio, la presencia lo que podrían denominarse las
autoridades informales, discrecionales, carentes de normas y reglas; y por
tanto, de legitimidad. Es decir si tomamos la palabra autoridad en sentido
estricto lo que existe es la no-autoridad, el mundo de las caprichosas
decisiones de individuos fragmentados y atomizados.

Desde luego autoridades constituidas se se hacen sentir por ausencia -como el


caso de la Compañía petrolera, que es para muchos El Dorado, o el Norte –
que mientras en Yañez es el lugar donde la gente gana dinero y regresa con
ideas novedosas, en Temporada de Huracanes es el lugar a donde van las
mujeres a envilecerse aún más. También la autoridad se hace sentir por
presencia, en episodios límite, como es el caso de la policía , el ministerio
publico y la cárcel. Aquí aparece la autoridad pero desprovista de toda
legitimidad porque la única razón que lleva al comandante Rigorito y sus
policías a actuar es por los rumores del dinero que tendría guardado en su casa
La Bruja.

Lo que hace Fernanda Melchor es extraordinario justo porque expresa ese


ambiente descoyuntado, a partir de una novela que en si misma está bien
estructurada y cuyo hilo conductor gira en torno a tres personajes: la Bruja,
Luismi y Brando. Justo en ese mundo desesperanzado sin futuro ni pasado,
solo en un presente tan sofocante como el propio clima, ocurren interacciones
amorosas vistas desde el lente de un amoralismo que, sin embargo, tiene que
ocultarse. Aún así, se trata de relaciones amorosas autènticas. Tan auténticas
como pueden ser en un ámbito sin normas ni valores.

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Norma la niña de 13 años no se siente violada por su padrastro de menos de
treinta años en tanto experimenta placeres nuevos. Pero conforme avanza esa
relación y sobre todo a partir de que comienza a sentirse embarazada, huye del
padrastro y huye de la casa avergonzada, buscando suicidarse en el mar bravío
del puerto de Veracruz.

Luismi se adentra cada vez más en las drogas y el alcohol para esconderse a si
mismo el hecho incontrovertible de que es gay. Sea con el argumento de que
el ingeniero le promete un puesto en la petrolera o con el pretexto que la Bruja
le financia las drogas, rehúye afrontar su realidad. Su encuentro casual con
Norma le brinda la posibilidad, única en su corta vida, de darse un sentido a
través de un sentimiento difuso de pertenencia. Por eso reacciona con enorme
violencia cuando se entera del aborto, que le induce la Bruja, a Norma.

Brando es más complejo. Es el hijo de mamá -de las pocas personas que va a
la misa del padre Casto-, sistemáticamente ridiculizado por sus compañeros y
casi cómplices de la banca del parque, es el inocente buscando inaugurarse
con una mujer alcoholizada que termina meándolo para regocijo de los demás,
él que tiene que demostrar su hombría apareándose con Leticia, la negrita
nalgona, que le produce asco y repugnancia por su hedor, pero que al mismo
tiempo le proporciona el pretexto para presumir frente a sus cómplices, que
ahora sí es todo un hombre. Una vez hecho lo anterior, y también acicateado
por sus compañeros, incursiona en el ambiguo espacio de los coge-chotos.

Aquí Melchor alcanza su mayor logro: desentrañar brusca, toscamente esa


hipocresía construida no sólo en los poblados rurales sino en la ciudades

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mexicanas donde el que se coge a un choto, no es homosexual, sino -una
categoría definitivamente metafísica-, un mayate4.

Cuando constata Brando la veracidad de los rumores respecto a que su cuate


Luismi es el amante de la Bruja y los observa besándose, filosofa al respecto:
“porque una cosa era dejarse querer por los putos, dejarse invitar unos tragos y
una chela y ganarse un quinientón por soportar sus puterías, o incluso
cogérselos un rato por el culo o por la boca, y otra cosa era ser un puerco
asqueroso como el pinche Luismi cuando se besuqueaba y se fajaba con la
Bruja”. (pos. 2245-46)

Pero después típicamente borracho y pasado en drogas, ofrece gustosamente


su miembro a Luismi y…quién sabe qué más. Y poco antes que lo arresten,
está a punto de violar a un niño.

Ambas novelas tienen algo en común que las marca: considerar a las mujeres
como una cosa, una mercancía, un no-ser. Dice Monsiváis:

Las mujeres son propiedad de padres, hermanos y esposos; son el pozo de ignorancia que
resguarda la pureza de la fe, son el caudal de resentimiento que al estallar se vuelca siempre
sobre otras mujeres. En Al filo del agua la mayor tragedia es ver cómo, al desaparecer el
albedrío, la catarsis se ajusta a las dimensiones del patetismo, y en ese patetismo se aloja
"la condición femenina" decretada por el clero, que concentra el ejercicio del placer en las
devociones… Salvo las elegidas, todas proceden como si ser mujer fuese, de modo
automático, la eliminación de lo personal, la rebeldía efímera que sólo conduce al vasallaje
permanente.

4
Octavio Paz ya había reflexionado sobre el tema en El Laberinto de la soledad: “Así́ pues, el
homosexualismo masculino es tolerado, a condición de que se trate de una violación del agente pasivo. Como
en el caso de las relaciones heterosexuales, lo importante es "no abrirse" y, simultáneamente, rajar, herir al
contrario”.

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En Temporada de huracanes las mujeres son el complemento de la narrativa,
las que mas sufren y más pierden, las que se preñan y abortan, las que se
preñan y cargan el pesado fardo de alimentar a los hijos ante la ausencia del
marido, las madres solteras, los personajes que están al final de esa deleznable
fila de impresentables.

Cuánta razón tenía Octavio Paz cuando descubrió la importancia decisiva de


la mentira en la vida cotidiana de los mexicanos, en la política, el amor, la
amistad. “Con ella no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a
nosotros mismos”. Y después añade:

No solo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales;


también disimulamos la existencia de nuestros semejantes. No quiero decir que los
ignoremos o los hagamos menos, actos deliberados y soberbios. Los disimulamos de
manera más definitiva y radical: los ninguneamos. (Mascaras mexicanas, 1950)

Así los principales personajes de Fernanda Melchor se ningunean,


disimulándose de la manera más definitiva y radical a través de personaje
principal: una Bruja travesti que recorre fantasmagóricamente los cañaverales,
que organiza en el sótano de su casa su show personal e íntimo, que guarda
celosamente bajo llave, en un cuarto, los restos de su madre, la Bruja original,
y que termina asesinada en forma salvaje, quizás por dinero, pero en verdad
para disimular esa horrenda realidad que nos presenta setenta años después de
la novela de Yañez, Temporada de huracanes.

TEXTOS CITADOS

13
Emile Durkheim, 1987, La división social del trabajo, Editorial Akal,
Madrid.

Emile Durkheim, 1976, El suicidio, Editorial Akal, Madrid.

Gustavo Gordillo y Thibaut Plassot, 2017, Migraciones internas: Un


análisis espacio-temporal del periodo 1970-2015, pag 67-100,
EconomiaUnam, vol.14, núm 40, enero-abril.

María del Pilar López Fernández, 2009, El concepto de anomia de


durkheim y las aportaciones teóricas posteriores, Voces y Contextos,
Ibero-forum.

Karl Mannheim, 1987(1941), Ideología y Utopía, Fondo de Cultura


Económica.

Fernanda Melchor,2019 (2017) Temporada de huracanes, Literatura


Random House.

Carlos Monsiváis, 2004, Pueblo de muejeres enlutadas (1908-1980),


Letras Libres.

Octavio Paz, 1981(1950), El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura


Económica

Bruno Ríos, 2015, Morirse desde antes: Al filo del agua y la visión
retrospectiva de la Revolución Mexicana, Colloquium Narrando lo
Urgente: A cien años de Los de abajo de Mariano Azuela, Houston,
TX. March 13, 2015.

Agustín Yáñez, 1984 (1947) Al filo del agua, Editorial Porrúa.

Arturo Warman, 2001, El campo mexicano en el siglo XX, Fondo de


Cultura Económica.

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