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Potyara - Necesidades Humanas
Potyara - Necesidades Humanas
Potyara - Necesidades Humanas
Potyara A. P. Pereira
NECESIDADES HUMANAS
Potyara A. P. Pereira
Necesidades Humanas
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[Serie Ensayos]
Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida o duplicada sin autorización expresa del
editor.
© 2002 by autora
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CORTEZ EDITORA
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Impreso en Brasil-2002
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Sumario
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CONSIDERACIONES FINALES
BIBLIOGRAFÍA
ANEXOS
1. Informes de desarrollo humano (1990 –2000): cuadro síntesis
2. Resumen de la Teoría de Doyal y Gough
3. Características de la protección social en los países industrializados de Occidente.
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PRESENTACIÓN
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Por lo tanto, el propósito básico de la investigación que dio como resultado este
libro fue avanzar en la comprensión de la asistencia social con vistas a colaborar con un
tratamiento teórico y político más adecuado. No nos proponemos, obviamente, ofrecer
subsidios programáticos para la gestión de esta política en el cuadro prevaleciente de
inconsistencias conceptuales e institucionales; tratamos, sobre todo, de problematizar esas
inconsistencias a la luz de las contribuciones teóricas más recientes y consistentes
disponibles sobre necesidades humanas básicas — un tema que contiene tratamientos
clásicos y que hoy están en la base de las críticas dirigidas a la noción de mínimos sociales
apreciada por la ideología neoliberal.
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sido posibles. Contamos también con personas que simpatizaron con el tema y con la
iniciativa, que resultaron de gran valor. En ese rol de colaboradores, cabe mencionar: Rosa
Helena Stein, coordinadora del NEPPOS, que junto a Ana Lígia Gomes fueron las
principales insentivadoras de esta publicación; Ailta Coelho, ex vise coordinadora del
NEPPOS, quien forneció bibliografía especializada; Ivanete Salete Boschetti Ferreira,
participante de algunas discusiones y lectora atenta y crítica de los primeros capítulos;
Elenise Scherer, de la Universidad Federal de Amazonas, abastecedora dedicada de
bibliografía de difícil acceso.
Brasilia, 2000.
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INTRODUCCIÓN
Como es obvio, los impulsos que deflagraban ese tipo de respuesta social ni siempre
eran éticos y mucho menos inspirados en el ideario de ciudadanía, que concibe al asistido
como sujeto de derecho a la protección social2 prestada por los poderes públicos. En su
mayoría, estos impulsos buscaban solamente regular y mantener vivas las fuerzas laborales
pauperizadas, para garantir el funcionamiento del esquema de dominación prevaleciente.
1 Ley Orgánica de Asistencia Social (LOAS), que reglamenta los artículos 203 y 204 de la
Constitución Federal vigente, promulgada el 5 de octubre de 1988. En esta ley (art. 20), la provisión de
mínimos sociales prevista se circunscribe a mantener la renta en el valor de un (1) salario mínimo mensual,
denominado “beneficio de prestación continuada”, destinada de la siguiente manera: a ancianos con 70 años
de edad o mas (67 años a partir de 1/1/1998, por fuerza de ley n 9.720/98), y a personas portadoras de
deficiencias, cuya renta familiar per cápita sea hasta un cuarto del salario mínimo.
2 Protección social es un concepto amplio que desde mediados del siglo XX engloba la seguridad
social (o seguranza social), el seguro o garantías a la seguridad y las políticas sociales. La primera constituye
un sistema programático de seguridad contra los riesgos, circunstancias, pérdidas y daños sociales, cuyo
acontecimiento afecta negativamente las condiciones de vida de los ciudadanos. Las garantías se identifican
con las reglamentaciones legales que garantizan al ciudadano la seguridad social como derecho. Y las
políticas sociales constituyen una especie de política pública que busca concretizar el derecho a la seguridad
social por medio de un conjunto de medidas, instituciones, profesiones, beneficios, servicios y recursos
programáticos y financieros. En este sentido, la protección social no es sinónimo de tutela ni deberá estar
sujeto a arbitrariedades, así como la política social – parte integrante del amplio concepto de protección –
podrá también ser denominada política de protección social.
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pedazo de tierra para cultivar en régimen de servidumbre, una renta mínima subsidiada o un
salario mínimo estipulado por las elites en el poder. En todos esos casos estaban ausentes
— no obstante su diversidad histórica, conceptual y política — regulaciones sociales
norteadas por valores, principios, criterios y fundamentos que colocasen en jaque el poder
arbitrario de las clases dominantes. Razón por la cual los mínimos sociales3 eran tratados
como provisión social residual, arbitraria y elitista, que se constituía y procesaba al margen
de la ética, del conocimiento científico y de los derechos vinculados a la justicia social
distributiva4.
3 Actualmente, la noción de mínimos sociales es muy heterogénea. Varia de acuerdo con el tipo, la
lógica o el modelo de protección social adoptado (residual o institucional). Puede ser amplia, concertada e
institucionalizada en algunos países y restricta, aislada y no institucionalizada en otros. De cualquier manera
los mínimos sociales – una política mas fácilmente verificable en los países capitalistas centrales – son
generalmente definidos como recursos mínimos, destinados a personas incapaces de proveer, por medio de su
propio trabajo, su subsistencia. Tales recursos asumen, frecuentemente, la forma de renta y de otros beneficios
incidentes, sectorialmente, sobre las áreas de salud, educación, habitación etc., o sobre categorías particulares
de beneficiarios, como: ancianos, personas portadoras de deficiencia, padres solteros (madre o padre), viudas
etc. Su financiamiento adviene, preponderantemente, de fuente presupuestaria – y no de contribuciones – y su
funcionamiento la mayoría de las veces prevé: obligaciones recíprocas entre el beneficiario, el Estado y la
sociedad; la inserción profesional y social; y contrapartidas.
4 Justicia asociada a la distribución del producto social entre los ciudadanos. Es diferente de justicia
conmutativa, que refiere a los intercambios de mercaderías y exige que estas tengan un precio justo. En el
ámbito de la justicia distributiva se convino hacer la distinción entre distribución y redistribución. La
distribución tiene como característica principal no colocar en confronto directo poseedores y no poseedores de
bienes y riquezas, pues transfiere para los desposeídos recursos acumulados en un fondo público provenientes
de varias fuentes. Ya la redistribución constituye, en los términos de Lowi (1963), una arena real de conflictos
de intereses, porque implica retirar bienes y riquezas de quien los posee, para transferirlos a quien no los
posee. Mismo siendo favorables a esa distinción, pleiteando, en varias publicaciones, que los recursos para la
política de asistencia social tengan carácter redistributivo, en este libro el término distribución es, de regla,
empleado en su sentido filosófico más general, como sinónimo de justicia que engloba la redistribución.
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En este percurso, tuvieron que ser repensadas viejas nociones respecto de las causas
del pauperismo, que colocaban acento en la predestinación divina, en la debilidad moral de
los desvalidos, en la inferioridad biológica y cultural de las clases dominadas y en la
naturalización de las desigualdades socioeconómicas. De la misma forma, pasaron a ser
rechazados viejos vicios analíticos que concebían la pobreza como un fenómeno desgarrado
de las determinaciones histórico estructurales. Como resultado, se llegó a una concepción
de protección social que, además de requerir una base de sustentación empírica
indispensable para la elaboración de diagnósticos, explicaciones teóricas y predicciones
confiables, se pautaba simultáneamente en valores éticos y paradigmas cívico -
democráticos.
5 Antes del Plan Beveridige, existió en Alemania, entre 1883 y 1889, un esquema de seguridad social
instituido por el gobierno conservador del canciller Otto von Bismarck, cuya función principal era
desmovilizar la clase trabajadora, que se sentía atraída por los ideales socialistas de la social democracia
alemana. Ese esquema contemplaba el seguro de salud, el seguro de accidentes de trabajo y las jubilaciones.
Resultando conocido como padrón bismarckiano de protección social, que se vinculaba exclusivamente al
trabajo, y, por eso, atendía solamente a personas empleadas, mediante contrato y contribución previa. Basado
en otros principios y criterios, el esquema beverdigiano, inaugurado en Gran Bretaña, en 1942, se caracterizó
por ser unificado y universal, comprendiendo no solo a los trabajadores, sino a todos los que, por una cuestión
de derecho, deberían tener sus necesidades básicas satisfechas. Se trata, por lo tanto, de un sistema unificado,
universal y garantido de protección social pública que, a pesar de privilegiar el seguro social, poseía una
vertiente no contributiva que se identificaba con la asistencia social.
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de salario como en los de interrupción de éste, según las necesidades de la familia “ (1943:
13), buscando en forma prioritaria la protección de los menores. La adopción de este
subsidio, en forma de renta, durante la vigencia de los salarios, tenia como objetivo
principal evitar el surgimiento de dos obstáculos principales: la reproducción de la miseria
entre los trabajadores de bajos rendimientos, con familias numerosas, y, en consecuencia, el
comprometimiento futuro de mayor cantidad de recursos públicos para el combate de la
miseria, que, fatalmente, seria reproducida y ampliada en los periodos de desempleo y otras
interrupciones del trabajo (1943: 13-14).
que es posible a los dominados y sus aliados crear una “cultura de oposición” —
para usar expresión de Lodziak (apud Little, 1988) — en las sociedades que los
oprimen e imponer barreras al despotismo de los dominantes, valiéndose de
movilizaciones, resistencias, reivindicaciones y controles democráticos. De esta
forma, el acceso y usufructo de los miembros de una comunidad nacional a bienes,
servicios y derechos básicos, decurrentes del progreso económico, construido
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6 En este estudio, los términos necesidades humanas y necesidades sociales son usados
prácticamente como sinónimos, en la medida en que en él, no se concibe el aspecto humano disociado del
social.
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Este es el objetivo central de esta publicación, sin la pretensión, está claro, de agotar
el tema, que se revela demasiado complejo y carente de conocimiento acumulado. Se trata,
en realidad, de acrecentar al incipiente debate en curso, especialmente en Brasil, una
“pitada” más de reflexión crítica para mantener encendido el debate y la preocupación
pública con el tema de las “necesidades humanas básicas”, hoy, francamente,
negligenciadas.
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reflexión integrará la primer parte de este libro, que, para efectos analíticos, está dividido
en dos grandes partes:
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PRIMERA PARTE
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CPÍTULO 1
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Siendo así, mínimo y básico, al contrario de lo que ha sido ligeramente inferido del
texto de la LOAS, son nociones asimétricas, que no guardan, del punto de vista empírico,
conceptual y político, compatibilidades entre sí. Eso nos lleva a concluir que, para que la
provisión social prevista en la LOAS sea compatible con los requisitos de necesidades que
le dan origen, ésta tiene que dejar de ser mínima o menor y pasar a ser básica, esencial o
precondición de la optimización gradual de la satisfacción de esas necesidades. Solo
entonces será posible hablar en derechos fundamentales, ante los cuales todo ciudadano es
titular y cuya concretización se da a través de las políticas sociales correspondientes.
Porque aquellos que no usufructúan de bienes y servicios sociales básicos o esenciales, en
la forma de derechos, no son capaces de desarrollarse como ciudadanos activos, conforme
preconiza la propia LOAS; o, como expresa el Informe de Desarrollo Humano de las
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Naciones Unidas de 1990 (IDH, 1990: 19), que sirvió de punto de partida para los informes
anuales subsecuentes de la misma institución: no son capaces de disfrutar de una vida
prolongada y saludable, conocimiento, libertad política, seguridad social, participación
acumulativa, derechos humanos garantidos y respeto a sí mismo.
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Los encadenamientos hacia delante y hacia atrás de la política social con la política
económica pueden ser descriptos de la siguiente forma:
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9 La Economía de Bienestar pasó a constituir un subítem de la Economía cuando esta, según Clark
(1967: 61), intentó separar el “análisis de lo que realmente es, de los juicios sobre lo que es deseable”.
Iniciado con la preocupación de asociar el incremento de bienestar con aumento de riqueza nacional y con
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elección (X en lugar de Y), entonces esa elección no es un juicio de valor, sino algo
perfectamente objetivo”. Por eso, la mejora económica y la eficiencia productiva pasarían a
ser, para los adeptos de esa corriente de bien estar, los objetivos que estarían encima de
cualquier meta, pues serian ellos que producirían resultados concretos que compensarían a
todos, por estar libres de conflictos interpersonales. Y, existiendo ausencia de estos
conflictos, todos saldrían ganando, a pesar de ser ganancias diferenciadas _ que en algunos
casos funciona como pérdidas _ entre los individuos en acuerdo.
Por esa razón, conforme Sen (1976: 107), Pareto es considerado una “vaca sagrada”
para los economistas de bien estar y los utilitaristas, porque ofrece el criterio de
optimización que los satisface por completo. Primero, porque el óptimo paretiano privilegia
preferencias, y no necesidades, y, segundo, porque al privilegiar diferencias, que son
individuales y relativas, somete la racionalidad colectiva de la esfera de bien estar a la
lógica privatista del mercado y de la eficiencia económica.
distribución mas igualitaria (aunque sin excesos) del producto social, tempranamente se alejó del compromiso
con las necesidades sociales básicas (Clark, 1967).
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Entre tanto, tal postura es extremamente desprovista de sentido, porque, como dicen
Doyal y Gough (1991: 3), es irracional, desde el punto de vista lógico, e inconsistente, del
punto de vista ético, exigir o esperar lo mejor de quien no tiene las condiciones básicas
aseguradas ni las usufructúa para proceder de ese modo. Sin condiciones sociales básicas,
enfatizamos, no es posible hablar de auto sustento (hasta porque auto sustentados los pobres
siempre fueron, especialmente en Brasil), sustentabilidad, desarrollo de potencialidades,
empowerment individual, expresiones tan decantadas en el discurso post moderno como
alternativas de satisfacción de necesidades, pues ellas no se realizarán. “La realidad de los
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10 La eficiencia de una política social equivale a la maximización de sus objetivos con dados
recursos, mientras que la equidad constituye la visión social de justicia y de los criterios predominantes sobre
que diferencias son justas y cuales no lo son en una cultura determinada (Rubio, 1997: 336).
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Teniendo esto en mente y considerando que las necesidades humanas básicas están
en la base de la concretización de derechos fundamentales por medio de las políticas
sociales, pasamos a explicitar el significado que ellas asumen en este estudio, a la luz de los
análisis de mayor reconocimiento que disponemos.
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CAPITULO II
11 Los derechos sociales por su propia naturaleza colectiva, se vinculan directamente con el
concepto de necesidad que guarda relación con los principios de igualdad, equidad y justicia social, y se
diferencian de los derechos civiles y políticos que se apoyan, fundamentalmente, en conceptos como libertad
o autonomía individual.
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Tal escepticismo, entre tanto, no ha sido inocuo. Según Doyal y Gough (1991)
produjo las siguientes consecuencias prácticas: pérdida de confianza en el suceso de las
políticas públicas referidas a necesidades humanas básicas; fragmentación de la lucha
política contra varias formas de opresión; fortalecimiento del ideario neoliberal y, en
consecuencia, el desmonte de los derechos sociales de los ciudadanos.
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Entre los approaches relativistas que se preocupan con la ingerencia del Estado en
los procesos de decisión, regulación y provisión sociales, se destacan, como más
influyentes, los mencionados por Doyal y Gough (1991), sintetizados así:
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tienen mayores condiciones que otras de satisfacer sus preferencias, lo que demuestra total
desconsideración de la desigualdad social, por parte del mercado,.
De esa forma, tanto los economistas ortodoxos como la “Nueva Derecha” cometen
el grosero error de equiparar satisfacción de necesidades sociales con funcionamiento
selectivo y discriminatorio de los mecanismos del mercado.
3. Las Críticas del Imperialismo Cultural, sostienen que las necesidades varían
de grupo para grupo, por eso, deben ser definidas por los segmentos sociales específicos
que las padecen. En caso contrario, ocurrirá la opresión dictatorial de los grupos más
fuertes sobre los más débiles, con base en el concepto de necesidades comunes, universales,
generalmente definido por quien está en el poder.
A diferencia de los enfoques que privilegian la soberanía individual, las criticas del
imperialismo cultural defienden la soberanía de grupos específicos, generalmente
oprimidos, sin dejar de reconocer la importancia de la colectividad. Pero, al proceder de
esta forma, no escapan del subjetivismo que relativiza su concepto de necesidades sociales,
pues, para los adeptos de este approach, no hay necesidades universales, que afecten a
todos, sino necesidades particulares, correspondientes a grupos diferenciados (mujeres,
negros, homosexuales) o minorías; y, estos por sentir “en la carne” la opresión, saben mejor
que nadie lo que les conviene.
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Además de Heller, Marcuse (apud Little, 1998) también está convicto de que las
necesidades sociales existentes en el sistema capitalista son relativas, ya que son
manipuladas por condiciones socioeconómicas, dado que prevalece la racionalidad y la
ideología del industrialismo. Teniendo eso en vista, él parece apostar, de la misma forma
que Heller, en el efecto transformador de las contradicciones internas al sistema,
principalmente de las observadas entre el incremento del las necesidades manipuladas y la
inhabilidad capitalista de satisfacerlas. En consecuencia de esa contradicción, él cree que es
posible una redefinición del padrón capitalista de necesidades basado en una inversión
radical de valores y en una nueva política, lo cual pone también en evidencia su
escepticismo respecto de la construcción de un concepto universal y objetivo de
necesidades humanas básicas.
b. el sistema capitalista manipula el tiempo que los individuos pueden usar para
sus actividades autónomas.
12 Las necesidades radicales, valoradas por Heller e identificadas en Marx, son aquellas que no
integran el capitalismo y por tanto de desarrollan de forma contradictoria en el interior de este modo de
producción, con el objetivo de superar la estructura de las necesidades necesarias al orden burgués. Estas
necesidades se contraponen a lo que la autora denomina tautologicamente de “necesidades necesarias”. Se
trata por lo tanto de otro sistema de necesidades, irreducible al plano económico y radicalmente diferente de
las necesidades alienadas de la sociedad capitalista (Heller, 1998ª)
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En el centro de esa concepción de democracia, hoy muy cotizada, está la defensa del
primado de la sociedad sobre el Estado, bien como la radical transformación de las
sociedades civiles existentes. Keane, por ejemplo, define la sociedad civil como “un
agregado de instituciones cuyos miembros se encuentran inseridos básicamente en un
complejo de actividades no estatales — producción económica y cultural, vida doméstica y
asociaciones voluntarias —, y que estos miembros preservarán y transformarán su identidad
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ejerciendo toda suerte de presión sobre las instituciones estatales (apud Pierson, 1991: 42).
Las sociedades civiles que prevalezcan, aún dominadas por hombres, por blancos, por
heterosexuales y por corporaciones privadas, deben cambiar, porque son actualmente
inadecuadas a las tareas de repensar la aspiración de los seres humanos, tanto por libertad
como por igualdad. De esta forma, aclara que solo con la restitución a los actores sociales
organizados de muchas de las funciones de provisión social, ejercidas por el Estado, es que
esta tarea podrá ser realizada. Por lo tanto, para esta perspectiva, es la sociedad que debe,
de alguna manera, definir necesidades sociales y las formas de satisfacerlas.
En resumen, el approach demócrata radical presta poca atención al papel del Estado
como garante de la satisfacción de las necesidades humanas básicas, en su lugar, prefiere
superestimar para esa satisfacción el papel de la sociedad civil. Entre tanto, tal como coloca
Little (1998: 93), conviene informar que también en este enfoque no hay una concepción
homogénea. Walzer tal vez sea el mayor blanco de las críticas por su defensa entusiástica
de la protección social pluralista; ya Keane, como Laclau y Mouffe, son más reservados en
la valorización de la sociedad civil y perciben el Estado como agente destacado en la
provisión de condiciones adecuadas bajo las que podrán desarrollarse las instituciones de la
sociedad civil.
6. Los Fenomenólogos, según los cuales las necesidades son fenómenos socialmente
construidos y por lo tanto, pasibles de definición no objetiva, en la medida en que son
esencialmente subjetivos. Siendo así, este enfoque cuestiona categorías abstractas como
también procedimientos científicos que ignoran las complejas negociaciones individuales,
cuyo significado influye en la realidad del día a día. En ese cuestionamiento rechaza el
carácter objetivo y universal de las necesidades sociales básicas, por considerarlas
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Pero, si es así, por qué será que desde los tiempos precapitalistas la noción de
necesidades sociales está presente, desafiando la inteligencia de los pensadores,
reformadores, revolucionarios sociales y afirmándose como una cuestión ética y política?
Por qué será que siempre hubo empeño por parte de la sociedad y del Estado en crear
formas de satisfacción de carencias colectivas, que presentan identidad entre sí y
regularidad en el tiempo? Cómo garantir la continuidad, el carácter sistemático y previsible
de estas políticas si las carencias para las que se dirigen son inestables y escurridizas?
Además, como recuerda Armatya Sen (1976), políticas de bien estar social que
busquen atender deseos o preferencias individuales serian desafortunadas, no solo por la
imposibilidad de medir la satisfacción de esas preferencias, sin un criterio objetivo y
externo al individuo, sino también por el hecho de que muchas personas, debido a las
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Más allá de eso, vale rescatar el argumento común presentado por diferentes criticas
dirigidas a la soberanía del consumidor, según el cual no son las preferencias individuales
que orientan el mercado, sino el mercado que crea, hasta el límite del absurdo, las
preferencias individuales.
Por lo tanto hay una visible incompatibilidad entre el principio de soberanía del
consumidor, vinculado al mercado, y el concepto de necesidades sociales, que sirven de
parámetro para la formulación de políticas públicas como algo que extrapola y coloca
límites a las fuerzas libres del mercado.
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A esas funciones atribuidas como deberes básicos del Estado, Hayek incorpora:
provisión de un cierto mínimo de renta para aquellos que por varios motivos, no
pueden participar del mercado, como : enfermos, ancianos, personas incapaces
física o mentalmente, viudas, huérfanos.
Mientras tanto, ese compromiso social mínimo del Estado es entendido más como
deber moral que cívico, porque Hayek es vehemente en su rechazo a las políticas sociales
como instrumentos de concreción de derechos de ciudadanía de responsabilidad del
Welfare State. Para él, el Estado debe proveer un mínimo de safety net (red de seguridad)
para prevenir o enfrentar la pobreza extrema (nunca la relativa), pero sin elevar los
destinatarios de este mínimo de provisión a la condición de titulares de derechos, que
implican deberes de los poderes públicos, para no contrariar la lógica espontánea y justa del
mercado. Esta es una concepción de provisión de mínimos sociales actualmente en alta en
el mundo y en Brasil, bajo la influencia de la ideología neoliberal de la cual Hayek es
considerado mentor intelectual.
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consenso subyacente entre sus adeptos sobre la existencia de necesidades básicas comunes,
que ellos prefieren llamar de mínimas. De lo contrario, no habría razón para que un agente
central — el Estado — arcase con la provisión de un mínimo de bienestar colectivo.
Con todo, tal dificultad viene siendo contornada en la práctica con la identificación,
por parte de las izquierdas, de la explotación de las clases subalternas y de la opresión de
las minorías sociales, a partir de lo que esas clases y grupos tienen en común dentro del
sistema capitalista: la violación de sus necesidades básicas y de los derechos
correspondientes a la satisfacción de esas necesidades.
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acuerdo interno respecto a quien necesita ser atendido y lo que se debe hacer, a partir de un
conjunto de necesidades definidas y problematizadas.
Por lo tanto, no es de admirarse que como herencia de esa fuerte tendencia negadora
de la existencia de necesidades humanas básicas objetivas y universales, todavía hoy
encontremos clasificaciones que intentan definirlas pero no las especifican, como será
analizado en el próximo capítulo.
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CAPÍTULO III
Según Lima (1982: 22) “han sido en vano los esfuerzos del investigador cuando
procura encontrar en los textos institucionalizados alguna teoría o intento de estudio
riguroso de las necesidades”. Los estudios disponibles, cuando no las niegan, están más
preocupados con identificarlas empíricamente, teniendo como parámetro las diferentes
dimensiones de la vida humana: física o biológica, social, cultural, política, psicológica,
moral, afectiva.
Algunos autores jerarquizan las necesidades a partir de una dimensión primaria, que
pude ser biológica o psicológica13. Para otros, necesidades no son solo fenómenos pasivos
sino también activos, o motivaciones en busca de llenar alguna falta o laguna.
13 Una de las clasificaciones más conocidas es la de Maslow, que jerarquiza las necesidades
teniendo como base las carencias psicológicas de los individuos. A partir de la satisfacción de esas carencias,
se van escalonando otros, de naturaleza diferente, como seguridad, amor, pertenencia, estima, conocimiento,
realización personal etc.
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Al encarar las necesidades como un conjunto, varios estudiosos, entre los cuales
Marx, seguido por Heller, extrapolan el concepto de necesidades naturales, recordando que
ni siquiera las necesidades de supervivencia humana pueden ser vistas como idénticas a las
animales. No solo porque el hombre no come carne cruda y sin condimentos, sino porque
para sobrevivir precisa de algo más: abrigo, vestuario, instrumentos de caza y pesca etc.,
que tiene un contenido humano y un carácter social. O, en la consideración de Heller (1998:
171): tales necesidades “no pueden ser definidas cómo ‘naturales’, ya que son susceptibles
de interpretación como necesidades concretas en el seno de un contexto social
determinado”. Siendo así, “ni siquiera la necesidad de alimentarse puede ser definida con
‘exactitud biológica’ (...)”, porque “los modos de satisfacción convierten en social la
necesidad misma” (1998:31).
Marx, fue uno de los que antes de hablar de necesidades humanas introdujo el
concepto de necesidades existenciales como sinónimo de necesidades primarias
relacionadas al instinto de auto-conservación. Pero, mismo en ese nivel de relación del
hombre con el objeto primario de su necesidad, Marx mostró que hay diferencias
fundamentales entre los seres humanos y los animales. Como señala en sus Líneas
Fundamentales de la Crítica a la Economía Política (Grundrisse, 1977:7), el hombre que se
satisface con tenedor y cuchillo es diferente de los animales, que se satisfacen con carne
cruda; por eso las necesidades existenciales de aquel deberán corresponder a las formas de
satisfacción sociales. El ser humano, según Marx, es, en el sentido más literal del término,
un animal político14 paralelamente de ser un animal social, que solo puede ser considerado
en la sociedad. O: “el hombre crea los objetos de sus necesidades y al mismo tiempo crea
también los medios para satisfacerla”. Ya con los animales “sus necesidades y sus objetos
de satisfacción ya vienen ‘dados’ por su constitución biológica” (Heller, 1998:44).
14 A respecto de ese tema, Hannah Arendt desarrolla una reflexión semejante a Marx, en la cual
prioriza al hombre no como zoon politikon – usando la expresión de Aristóteles —, sino en la relación entre
hombres. Así, resalta que la política no surge en el hombre, sino entre los hombres. O mejor dicho, no existe
en el hombre algo político que pertenezca a su esencia. “La política surge en el entre los hombres; por lo tanto
totalmente afuera de los hombres” (...). “La política surge en el Inter.- espacio y se establece como relación”
(1998: 23).
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15 Formando parte de un proyecto filosófico general que buscaba desarrollar una antropología
marxista que abarcaba temas como afecto, pasiones, personalidad etc., Heller realiza una lectura de Marx
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La falta de definición de lo que sean las necesidades humanas básicas puede ser
contemporáneamente detectada, inclusive en documentos oficiales que ganan en calidad
porque valorizan la dimensión humana como indicador importante de desarrollo de las
naciones. Como es el caso de los Informes de Desarrollo Humano (IDH), del Programa de
las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), de las Organización de las Naciones
Unidas, que viene despertando la atención de quienes formulan políticas sociales en el
mundo entero, como veremos a continuación.
El primer documento elaborado en 1990, que sirvió de base y punto de partida para
una serie de informes y documentos subsecuentes, publicados anualmente, se atienen a la
definición, medición y análisis de las políticas de desarrollo humano, partiendo del
presupuesto de que no hay un vínculo directo y automático entre ese tipo de desarrollo y el
desarrollo económico. Además, se presenta un conjunto de indicadores que pasan a
componer el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que fue mantenido con algunas
modificaciones hasta 199816.
centrada en el tema necesidades, publicando en 1978 el libro titulado en lengua castellana, Teoría de las
necesidades en Marx. Esta obra se encuentra en nuestros días en su tercera edición española (1998).
16 Debido a los nefastos procesos económicos y sociales del rápido y creciente proceso de
globalización de la economía, el cálculo del Índice de Desarrollo Humano se pautó a partir de 1999, a través
de una metodología diferente adoptada en los años precedentes. En ese cálculo, las mejoras en el padrón de
vida de cada ciudadano pasaron a tener mayor relevancia, lo que condujo a la conclusión de que las
desigualdades económicas y sociales avanzan en forma acelerada y globalizada. Así, con la nueva
metodología el IDH de varios países empeoró. Brasil, que en 1998 ocupaba el 62 lugar en el ranking mundial,
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con un índice de desarrollo humano de 0,809 aparece en 1999 en 79° lugar con un IDH de 0,739 y en 2000,
en 74° lugar con un IDH de 0,754.
17 Esta descripción se apoya en la síntesis preparada por Maristela Zorzo e Ieda Rebelo Nasser,
sobre el contenido de los RDHs de 1990 a 2000. Parte de esa síntesis consta en el cuadro del Anexo 1 de este
libro.
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El tercer componente clave del IDH-90, o sea, el manejo de los recursos requeridos
para una vida decente, es señalado como más difícil de medir, porque para esto se precisan
datos sobre acceso a la tierra, al crédito, a la renta y a otros recursos. No obstante, dada la
escasez de informaciones sobre muchas de esas variables, el IDH-90 utilizó la renta per
capita como indicador básico.
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A partir de esta descripción se hace patente, como dicen Doyal y Gough (1991), que
los IDHs marcan un avance significativo con relación a otros intentos de medición de
desarrollo social (por ejemplo los del Banco Mundial), por lo menos por cuatro motivos: a)
innovan al incluir variables no económicas como indicadores de un padrón de vida deseable
y adecuado; b) presentan una formulación más rica de desarrollo, privilegiando la
formación de capacidades humanas y el uso social de esas capacidades en la participación
de la vida social de las personas; c) conciben la satisfacción de necesidades básicas como
oportunidades de mejora de la vida humana y no como un recurso “límite”; d) prevén la
optimización de esa satisfacción de necesidades, renegando de esa manera el mínimo de
supervivencia como un padrón aceptable.
Para intentar enfrentar ese problema es que pasamos a valernos (con los ajustes
debidos) de las postulaciones de Doyal y Gough (1991) sobre la materia.
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CAPÍTULO IV
De los estudios disponibles sobre necesidades humanas básicas, el que posee mayor
densidad analítica y coherencia conceptual, además de presentar afinidad con la concepción
de necesidades humanas básicas de este libro — por oposición a la de necesidades mínimas
— es el de los autores ingleses Len Doyal, del London Hospital Medical College, e Ian
Gough, de la Universidad de Manchester (hoy Universidad de Bath) publicado en 1991,
intitulado A theory of human need. Este libro, traducido en 1994 para lengua española y
ganador de los premios Gunnar Myrdal de 1992 y Tamara Deutscher Memorial de 1993,
realizó, en la opinión de Little (1998:90), la más fecunda conceptuación de las necesidades
humanas en los años recientes, presentando una defensa rigurosa de la teorización en el
campo de las necesidades, una teoría de las necesidades sofisticada y bien formulada, un
balance comparativo del significado práctico de necesidades y un análisis de las
implicaciones políticas y estratégicas de sus proposiciones teóricas.
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humanos, en todos los tiempos, en todas las culturas, tienen necesidades básicas comunes.
Lo que se contrapone a la concepción naturalista (entre las cuales las utilitaristas y la
“Nueva Derecha”) porque como resalta Cabrero (1994:14) esta concepción reduce las
necesidades a preferencias y deseos regulados por el mercado, siendo éste considerado
superior, en eficiencia y moral, a cualquier otro mecanismo social. También se contrapone
a la visión relativista (asumida especialmente por los historicistas, inclusive de izquierda),
porque esta visión resalta la imposibilidad de que existan un conjunto de necesidades
universales más allá de las diferencias culturales (Cabrero, 1994:14) chocándose con la
siguiente convicción teórica de Doyal y Gouhg: “Aunque la satisfacción de las necesidades
humanas básicas pueda variar, esas necesidades no son pasibles de variación”. Basados en
esa convicción, afirman que hay un consenso moral, perfectamente verificable en diferentes
visiones de mundo, a respecto de que el desarrollo de una vida humana digna solo ocurrirá
si ciertas necesidades fundamentales (comunes a todos) fueran atendidas. Finalmente,
Doyal y Gough se contraponen a los culturalistas, particularmente fenomenólogos que al
concebir las necesidades como una “construcción social” (privilegiando, en esa
construcción, grupos concretos en lugar de necesidades), se atienen a una especie de
“microsociología” de las necesidades sociales.
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poder expresar su capacidad de participación activa y crítica. Por lo tanto son daños cuyos
efectos nocivos no dependen del deseo de quien los padece ni del lugar o de la cultura en
que se verifican. “Pensada en estos términos la objetividad del prejuicio queda garantida
por medio de su irreductibilidad a sentimientos subjetivos contingentes, como la ansiedad o
la tristeza, porque se pueden experimentar ambos (...) y, no obstante, alcanzar de manera
satisfactoria propósitos que se tienen como importantes”. (Thompson, apud Doyal y
Gough, 1991:50). “Así, las necesidades humanas básicas estipulan lo que las personas
deben conseguir si quieren evitar serios y prolongados prejuicios” (1991:50), constituyendo
la satisfacción de necesidades básicas una condición necesaria de prevención de tales
prejuicios.
A partir de esto se concluye que las necesidades básicas son objetivas porque su
especificación teórica y empírica independe de preferencias individuales. Y son universales
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Por tanto, para los autores sólo existen dos conjuntos de necesidades básicas
objetivas y universales — que deben ser satisfechas concomitantemente para que todos los
seres humanos puedan efectivamente constituirse en cuanto tales (diferentes de los
animales) y realizar cualquier otro objetivo o deseo valorado socialmente. Son ellos: salud
física y autonomía. Estas necesidades no son un fin en si mismas, sino precondiciones para
alcanzar objetivos universales de participación social. Según Cabrero, son también
“derechos morales que se transforman en derechos sociales y civiles mediante políticas
sociales” (1994:15).
Como puede desprenderse de la citación de Cabrero, los dos principios clave que
orientan la teoría de las necesidades humanas básicas en foco son, en la afirmación de Little
(1998:95), la participación y la liberación, mismo cuando Doyal y Gough ponen acento en
la salud física como necesidad básica. La verdad es que ellos consideran la satisfacción de
esta necesidad como condición, obviamente, más básica para posibilitar la participación
con vistas a la liberación de cualquier forma de opresión humana, incluyendo la pobreza.
Por eso, afirman: “al menos que los individuos sean capaces de participar en alguna forma
de vida sin limitaciones arbitrarias y graves con relación a lo que se proponen alcanzar, su
potencial de éxito público y privado no se desarrollará, cualquiera que sean los pormenores
de sus elecciones reales” (1991:50).
Salud física, por lo tanto, es una necesidad básica porque sin la debida provisión
para satisfacerla los hombres estarán inclusive impedidos de vivir. Esta es básicamente una
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necesidad natural que afecta todos los seres vivos y que en principio no diferencia hombres
de animales, aunque como ya fue resaltado, la forma de satisfacerlas requiera en lo que se
refiere a los hombres, provisiones de contenido humano social. Se trata, por lo tanto, de
reconocer que mismo en el plano de las satisfacciones de necesidades físicas o biológicas,
el origen del hombre, como resalta Marx, no está ni en la naturaleza concebida
abstractamente, ni en la totalidad de la sociedad concebida también de forma abstracta. Tal
origen está viceralmente ligado a la praxis humana, que sólo es humana en la medida en
que el trabajo (o actividad) realizada por el hombre difiere de la actividad de otras criaturas
vivas. O “en la medida en que el peor de los arquitectos humanos es superior a la mejor de
las abejas, mismo que en la construcción de su colmena la abeja avergüence muchos
arquitectos” (Marx, apud From, 1970:20).
18 Plant es uno de los autores más representativos del pensamiento socialista contemporáneo que
defiende la justicia social con base en el concepto de ciudadanía. Esta preocupación está presente en todo su
trabajo teórico, especialmente cuando establece un diálogo crítico con las tesis de Hayek sobre “el espejismo
de la justicia social” y la negación de los derechos sociales.
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apoye en precondiciones societales que deberán estar presentes en todas las culturas. En
última instancia, en el horizonte de esta noción de autonomía está la defensa de la
democracia como recurso capaz de libertar los individuos no solamente de la opresión
sobre sus libertades (de elección y de acción) sino también de la miseria y del desamparo.
“Ser autónomo en ese sentido consiste en poseer capacidad de elegir opciones informadas
sobre lo que se tiene que hacer y como llevarlo a cabo” (Doyal y Gough, 1991: 53). Este es
un atributo típico de los seres humanos que tiene que ser valorizado. Por lo tanto, tener
autonomía no es solamente ser libres para actuar como mejor entender, sino por encima de
todo es ser capaz de elegir objetivos y creencias, valorizarlas y sentirse responsable por
sus decisiones y sus actos. De acuerdo con Doyal y Gough, en esa perspectiva la autonomía
tiene el sentido de agencia que en las palabras de los autores constituye la condición más
elemental o “previa para que el individuo pueda considerarse a si mismo — o ser
considerado por cualquier otro — capaz de hacer algo y ser responsable por su acción “
(1991:53). Por consiguiente se trata del “repertorio singular de capacidades físicas y
mentales — exitosas o no — que componen la historia de cómo hemos llegado a ser lo que
somos” (Doyal y Gough, 1991:53), lo que será perjudicado si hubiera un déficit en tres
atributos: salud mental, habilidad cognitiva y oportunidad de participación (Gouh,
1998:53).
En otras palabras, para Doyal y Gough, son tres las “categorías claves” que afectan
la autonomía individual de forma más elemental (de agencia): “el grado de comprensión
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que una persona tiene de sí misma, de su cultura y de lo que se espera de ella como
individuo dentro de esa cultura; capacidad psicológica que la persona posee para formular
opciones para sí misma; y las oportunidades objetivas que le permitan actuar en
consecuencia” (1998:60). En ausencia de cualquiera de esas categorías ocurrirán serias
restricciones a la autonomía personal, que pueden ser causadas por diferentes factores que
van desde reglas culturales (exclusión de minorías de determinados papeles), circunstancias
económicas (desempleo o pobreza) hasta sobrecargas de demandas conflictivas (doble
jornada de trabajo de la mujer).
Por lo tanto resulta claro que esta noción liberal de autonomía o de libertad es
insostenible en la práctica, porque el individuo por sí solo jamás desarrollará sus
potencialidades. La acción individual, dicen Doyal y Gough, es social en la medida en que
siempre es aprendida con otros y por estos reforzada. “Las personas no se enseñan a actuar
a sí mismas (...) Es imposible que exista una persona puramente privada”. El mismo
Robinson Crusoe “ya sabía ser tan trabajador (y racista) porque ya se lo habían enseñado”
(1991:60). Por lo tanto es en la intervención con otras personas que el individuo aprende a
vivir en sociedad, a obedecer reglas como expresiones de la voluntad colectiva y a
mantener y reforzar objetivos y creencias. Tales reglas constituyen el parámetro tanto del
sentimiento de pertenencia como persona y ciudadano, cuanto del reconocimiento por su
parte de los derechos y deberes de los otros. Así, la posibilidad de que el individuo exprese
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su autonomía requiere mucho más que la libertad negativa de dejarlo solo para cuidar de sí
mismo y va a exigir experiencias y responsabilidades compartidas que se identifican con las
libertades positivas19. Esto está relacionado con el grado de comprensión del yo y de la
cultura que corresponden al primer atributo de autonomía de agencia como fue indicado
antes. Además las capacidades cognitiva y emocional relacionadas al segundo atributo
(capacidad psicológica, que requiere racionalidad y responsabilidad), son imprescindibles
para la acción autónoma, porque, sin ellas los actores quedan imposibilitados de:
Eso supone una concepción de autonomía básica o de agencia que reniega del
“individualismo posesivo”, tan bien criticado por MacPherson (1979) y va a requerir
formas de participación social — guiadas por una dirección de cuño colectivo — de la que
19 Al contrario de las llamadas libertades negativas, que se identifican con la ausencia de coacciones
o tutela externas sobre los individuos, las libertades llamadas positivas requieren la remoción, inclusive por
agentes externos, de obstáculos (materiales y sociales) para el ejercicio de la propia libertad.
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Por esa razón la salud física y la autonomía deben ser siempre realizadas en un
contexto colectivo, envolviendo los poderes públicos a la par de la participación de la
sociedad. Y deben ser blanco primordial de las políticas públicas, teniendo en vista la
concretización y la garantía del derecho fundamental de que todos tengan sus necesidades
básicas atendidas y optimizadas indistintamente.
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Una vez identificadas las necesidades humanas básicas, cabe identificar las
mediaciones para su satisfacción.
Pero, esos satisfactores universales — que como veremos más adelante son en total
once — son insuficientes cuando confrontados con necesidades locales, de pequeñas
comunidades o de grupos. En ese caso, secundariamente, hay que identificar “satisfactores
20 Como forma de evitar el carácter ad hoc que generalmente define la construcción de listas, los
autores para especificar las necesidades intermediarias o los satisfiers, se pautan en las siguientes directivas:
“Que necesidades intermediarias son más importantes; y por qué son las mismas para todas las culturas”
(1991: 157).
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específicos” los que podrán mejorar las condiciones de vida y de ciudadanía de las personas
en situaciones sociales particulares, incluyendo aquí las minorías sociales.
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diario per cápita de agua potable en cantidades suficientes, sin olvidar que “muchas
enfermedades infecciosas son, específicamente, trasmitidas por la ingestión de agua
insalubre y propagada por falta de su tratamiento” (1991:194-195).
El ambiente de trabajo es otro espacio que compone el hábitat del individuo y que
con mayor frecuencia afecta su salud. Tres tipos de riesgos graves a la salud del trabajador
pueden derivar de sus condiciones de trabajo: a) jornada prolongada; b) ambiente inseguro,
que ofrezca riesgos de accidentes y enfermedades de trabajo; c)formas de trabajo
susceptibles de limitar la autonomía del trabajador, dando lugar a la depresión, ansiedad y
falta de autoestima. Este es un aspecto que debe ser considerado cuando se elige
indistintamente el trabajo como un factor de autosustento y de empowerment individual e,
inclusive, como contrapunto siempre positivo de la asistencia social pública.
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enfrentar problemas ecológicos cuya periculosidad varia entre los países — siendo
particularmente desastrosos en el ámbito de la pobreza — pero cuyos criterios de
evaluación son los mismos en todos los contextos.
Los cuidados con la salud podrán ser reducidos si las necesidades intermediarias
anteriores fueran adecuadamente satisfechas. Pero, así mismo, esa atención es
imprescindible como una contribución adicional al goce de la salud física y mental
(1991:202). No caben dudas, dicen los autores, que “el acceso a servicios médicos
efectivos, que utilicen las mejores técnicas, constituye una necesidad intermediaria”
(1991:202); por lo tanto, estipular la importancia de esa necesidad requiere, del punto de
vista de esos autores, la defensa de una postura moral a favor del tratamiento terapéutico, a
pesar de que son conscientes del papel fundamental de la atención primaria en la
disminución de la mortalidad. Resaltan que “la cura y un tratamiento efectivo permanecen
como aspectos esenciales dentro de cualquier sistema de atención médica” (1991:203).
Siendo así, los cuidados esenciales en el campo de la salud no se restringen a la atención
primaria, “concebida para identificar y tratar la enfermedad en un primer momento”
(1991:203). Implica colocar al servicio de todos, inclusive de los pobres, la alta tecnología
y recursos de última generación existentes en el campo de la medicina curativa.
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Con base en estas necesidades los autores entienden que existen ideas y normas
sobre una conducta universalmente aceptable de protección a la infancia, a pesar de que el
concepto de “buen padre” y “buena madre” varíe culturalmente, así como las definiciones
de abuso y negligencia en la educación infantil.
La seguridad económica es una necesidad intermediaria que debe ser satisfecha para
garantir la manutención y el desarrollo de la autonomía individual, porque tienen como
presupuesto dos posibilidades: el individuo puede planificar y ver realizado un futuro
concreto; o el individuo puede hacer esto teniendo como referencia una serie de normas,
recompensas y relaciones humanas previsibles y duraderas. Faltando esas posibilidades, se
perderá el control externo y habrá sentimientos de desorientación e inestabilidad, que
podrán redundar en enfermedades mentales y hasta en la muerte. Doyal y Gough definen la
inseguridad económica como “el riesgo objetivo de un declive inaceptable en el nivel de
vida de una persona, en el que ‘inaceptable’ se refiere a la amenaza de su capacidad de
participación” (1991:211). Por lo tanto, medidas protectoras bajo la forma de renta contra
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las contingencias sociales como vejez, enfermedad, incapacidad, desempleo, deben ser
previstas como “condición necesaria para que los individuos puedan participar socialmente
y cuestionar los valores de esa sociedad” (1991:211).
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postura de Gramsci, que valoriza tanto el conocimiento del “agente educador” como los
conocimientos cotidianos populares. Hecha esta opción, el acceso a la educación formal
constituirá “un requisito universal previo al fortalecimiento de la autonomía individual”
(1991:215).
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peligros relacionados con el parto y con el nivel de responsabilidades que se exigen a las
madres sobre el cuidado de los hijos” (1991:217). En los países del Tercer Mundo, estas
amenazas, asociadas a la pobreza, han producido el llamado “síndrome de agotamiento
materno” por el cual madre e hijo se tornan más vulnerables a las enfermedades (1991).
Ninguna de las dos categorías constituye un fin en sí mismo; ambas son condiciones
previas o precondiciones, cuya satisfacción adecuada podrá impedir la ocurrencia de serios
y prolongados perjuicios a la participación social y a la liberación del ser humano de
cualquier forma de opresión. El objetivo último, por tanto, de la satisfacción concomitante
de esas dos necesidades básicas es contribuir para la participación de las personas, tanto en
las formas de vida y cultura de las que forman parte (autonomía de agencia) cuanto en los
procesos de evaluación y crítica de esa cultura con el propósito de mejorarla o modificarla
(autonomía crítica).
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Aunque las necesidades básicas sean universales, sus satisfiers (bienes, servicios,
actividades, relaciones) ni siempre lo son. Hay una rica diversidad de formas de
satisfacción de esas necesidades y gran cantidad de satisfaiers a utilizar.
Con objetivo de delimitar satisfiers de alcance universal, los autores enumeran, sin
sentido jerárquico, once necesidades intermediarias, cuya atención individual creará una
cadena de complementariedad que optimizará la satisfacción de las necesidades básicas en
pro de alcanzar el objetivo último de participación y liberación humanas. El nivel óptimo de
salud supone, de acuerdo con el código genético de la persona, los grados más elevados
posibles de esperanza de vida y las mayores reducciones posibles de discapacidad por
enfermedad. El nivel óptimo de autonomía puede ser especificado de dos maneras: óptimo
inferior, que supone la minimización de las limitaciones sociales para la participación de la
persona en actividades significativas, al mismo tiempo de la posibilidad de acceso a una
comprensión cognitiva tan amplia cuanto posible de la acción satisfactoria respecto a la
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forma de vida elegida; y el óptimo superior, que supone que las personas tengan acceso al
conocimiento de otras culturas, junto con la capacidad crítica y libertad política para
evaluar su forma de vida y luchar para modificarla si así lo decidieran.
Conviene, en este punto, reiterar que entre las once necesidades intermediarias, dos
son específicas: las que refieren específicamente a la infancia y a las mujeres. En este
último caso, la teoría trata de privilegiar las diferencias biológicas significativas entre
hombre y mujer, con base en la siguiente convicción: la satisfacción de esa necesidad
intermediaria es “esencial para la salud y autonomía de la mitad de la especie humana. La
mujer deberá tener posibilidades [según los autores] de controlar su vida reproductiva a fin
de que pueda gozar de las mismas oportunidades de participación en la sociedad que el
hombre” (1991:158).
Además, vale aclarar que los autores no descartan del ámbito de las necesidades
humanas básicas, problemas vivenciados por grupos específicos o minorías sociales
(mujeres, ancianos, portadores de deficiencias, estratos sociales sometidos a opresión racial,
sexual, de origen social etc.), porque reconocen que estas necesidades constituyen
realidades concretas que justifican — diríamos, recurriendo a Bobbio (1992) — el proceso
de multiplicación y diferenciación de los derechos sociales. Los autores afirman que estos
grupos están, verdaderamente, sujetos a amenazas y riesgos adicionales, que tornan más
difícil y sufrida su existencia física y autónoma, y por eso requieren un tipo específico
adicional de satisfiers. De cualquier modo, no se deduce de ahí — como sugieren algunos
approaches relativistas — que las necesidades básicas de esos grupos sean diferentes de las
necesidades básicas de los demás segmentos. Volvemos a insistir que necesidades básicas y
condiciones para satisfacerlas son las mismas para todos (personas y grupos, oprimidos o
no). Lo que es relativo es su atención.
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a la que pertenecen; segundo, porque puede propiciar intercambios entre estos grupos
diferentes o fracciones de clase oprimidas (por ejemplo: entendimientos, simpatías,
solidaridades); tercero, porque torna posible unir esfuerzos diferenciados para alcanzar un
objetivo común: mejorar la satisfacción de las necesidades básicas con miras a crear
condiciones de participación y de libertar los seres humanos de cualquier tipo de opresión.
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CAPITULO V
Vimos que no hay vida saludable y autónoma si los individuos no son atendidos en
sus necesidades básicas. También vimos que, sin esa atención, los individuos no tendrán
condiciones físicas, cognitivas y emocionales para desarrollarse y luchar por su liberación
de todas las formas de opresión. Por tanto, el desarrollo humano presupone la satisfacción
básica de necesidades, sin que eso signifique limitarse a ese nivel de atención. La
optimización de la satisfacción de esas necesidades debe ser perseguida como un
compromiso ético, político y cívico, asentado en los valores de libertad e igualdad
mutuamente implicados.
Pero, es con relación a la optimización de las necesidades básicas que impera mayor
polémica teórica y política, pues, contra esa optimización se perfilan poderosos intereses
contradictorios bramando vehementes argumentos. Así, si con relación a las tentativas de
identificación de las necesidades básicas (generalmente confundidas con necesidades
mínimas) no hay grandes contestaciones intelectuales ni políticas, no se puede decir lo
mismo de la propuesta de optimización de la satisfacción de esas necesidades. Del punto de
vista ético, como dicen Doyal y Gough, nadie en su sano juicio, ni siquiera el relativista
más ferreño, cuestionaría la universalidad de ciertas cantidades de agua, oxígeno, calor etc.,
para la preservación de la vida humana. Tampoco cuestionaría la importancia del
aprendizaje y del apoyo emocional para la infancia. Pero, frente a la posibilidad de elevar el
nivel básico de satisfacción de necesidades humanas (inclusive cuando equiparado al nivel
mínimo) aparecerán los cuestionamientos.
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La historia de la protección social pública está repleta de casos que reflejan esa
tensión teórica y política, como puede inferirse de las posiciones y de las tesis de autores
influyentes.
LA ÓPTICA DE HAYEK
Efectivamente, a pesar de Hayek prever como un deber moral, de igual modo que
los neoclásicos, la provisión de un mínimo de renta de supervivencia a los individuos que
no puedan acceder al mercado, no aceptaba el bienestar institucional ni el desarrollo de
políticas de protección social. Pretendía, sí, limitar el control político sobre el mercado. De
esta forma, entre el respeto a los principios del liberalismo económico, que colocan en el
mercado el papel determinante en la formación y funcionamiento de la sociedad, y los
principios de la democracia y de la libertad individual que prevén la igualdad social
(1997:91), Hayek optaba por los primeros. Por eso, en 1981 realizó la siguiente declaración
a un periodista chileno, respecto a la dictadura del general Pinochet: “Un dictador puede
gobernar de manera liberal así como es posible que una democracia gobierne sin el menor
liberalismo. Personalmente prefiero una dictadura liberal y no una democracia donde no
haya liberalismo” (Longuet, apud Salama y Valier, 1997:132-133).
Sin dudas, esta preferencia hayekiana se apoya en su propia tesis de que un gobierno
minimalista podría ser un gobierno decente porque solo así no habría lugar para reglas
generales para disciplinar la vida económica y social de individuos particulares. Asociada a
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esa tesis está la convicción liberal radical, que resalta Pierson (1991), en la cual la
concepción de justicia social garantida institucionalmente es, en el mejor de los casos, un
“sin sentido” y, en el peor, perniciosa e injusta, porque minaría la justicia producida por el
mercado — con la que, en el fondo, todos ganan — generando las siguientes
consecuencias: confisco de la riqueza de los mejor sucedidos; refuerzo de los poderes
especiales de grupos de interés o de presión organizados.
LA ÓPTICA DE RAWLS
21 Para Kant, la libertad negativa como restricción de determinada ley que garante la libertad igual a
todos, es el contenido básico de los derechos naturales (Lima, 1993).
22 Raels define la posición original como el status quo inicial adecuado que garante la equidad de los
acuerdos fundamentales que podrían ser concluidos ahí.
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distintos que ocupan en la sociedad. Pero, esta ignorancia no es total. Las personas en la
“posición original” tienen ideas generales y básicas sobre la sociedad y, por eso, pueden,
racionalmente, adherir a un concepto de justicia como norma universal, en beneficio de
todos y cada uno.
Ese concepto de justicia está compuesto por dos principios que deben permitir la
determinación de un resultado ecuánime. Ellos son:
23 Desde el final de los años 40, el sociólogo T. H. Marshall destacó en su teoría tridimensional de la
ciudadanía que los derechos individuales (civiles y políticos) están vinculados a la libertad negativa. Como
contrapunto a esos derechos y al mismo tiempo articulados, incluyó también los derechos sociales vinculados
a la igualdad y al Wefare State.
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24 Para Rawls, las necesidades básicas se corresponden con lo que él llama de “bienes primeros”, a
saber: derechos y libertades; oportunidades y poderes; renta y riqueza. En la provisión de esos bienes
primeros, los individuos deben contar con las libertades, bienes y servicios necesarios.
25 El utilitarismo es la doctrina que está en la base de la Economía de Bienestar y del óptimo de
Pareto mencionado en el Capítulo I de este libro. Según Van Parijs (1997: 30), tal doctrina puede reducirse a
un principio muy simple: “Cuando actuamos, es necesario que hagamos abstracción de nuestros intereses y de
nuestras tendencias, de nuestros preconceptos y de los tabúes heredados de la tradición, así como de todo
pretendido ‘derecho natural’, y que nos preocupemos exclusivamente en perseguir (...) ‘la mayor felicidad
para el mayor número de personas’. Precisamente se trata de maximizar el bienestar colectivo, definido como
la suma del bienestar (o de la utilidad) de los individuos que componen la colectividad considerada”. Entre los
exponentes del utilitarismo clásico se destacan Jeremy Bentham y Stuart Mill.
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En consecuencia, por querer atender a los dos señores al mismo tiempo (mercado y
sociedad), la teoría de justicia de Rawls ha sido objeto de críticas tanto por parte de
pensadores de izquierda como de derecha.
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virtudes de la competencia. De esa forma ignora los costos humanos y la concentración del
poder corporativo y gerencial en las clases poseedoras, cuyos efectos son mucho mayores
en las instituciones de las economías capitalistas que los producidos por las leyes de oferta
y demanda. Por lo tanto, resalta MacPherson, tales argumentos son, en el mejor de los
casos, minimizadores de la importancia del progreso social conquistado por los
movimientos democráticos, en el rastro de la institución del Welfare State, y en el peor,
desconocen el hecho de que en el socialismo la justicia social sería mejor contemplada.
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26 Postura ideológica basada en la selección natural de Charles Darwin (1809 – 1882), que explica la
naturaleza de los seres vivos, incluida la humana, como un proceso continuo que conduciría progresivamente
a formas cada vez mas diferenciadas. Equiparando la diferencia orgánica existente en la naturaleza con el
progreso de la civilización, los defensores del darwinismo social, a partir de la segunda mitad del siglo XIX,
vieron en esa equiparación la posibilidad de convertir el proceso de selección natural en principio
fundamental de la sociedad humana, identificando como hecho natural la pobreza, el dominio de los más
fuertes sobre los más débiles y la ausencia de protección social.
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liberal clásica. Así, según Doyal y Gough (1991), estos son básicamente de dos tipos: a)
contra la amenaza que la teoría rawlseana representa para el énfasis en la autonomía
individual del liberalismo clásico; y b) contra la importancia que Rawls coloca en los
derechos positivos (concretizados a través de políticas públicas redistributivas) con relación
a los derechos negativos (de expresión, privacidad, propiedad etc.), o sea, contra el vínculo
entre derechos positivos y deberes del estado.
LA ÓPTICA DE HABERMAS
27 Robert Nozick, adepto a la filosofía libertaria de derecha, escribió un libro titulado Anarchy, State
and utopía dedicado a la crítica de las posiciones de Rawls, que ejerció gran influencia en los debates
filosóficos sobre el tema de la justicia. Muchas de esas críticas llevaron a Rawls a explicitar mejor, en
publicaciones posteriores al consagrado Una teoría de la justicia, su polémico principio de la diferencia,
desnudando, en esa explicación, su concepción minimalista de protección social. O en las palabras de Van
Parijs: “[En esa explicación] el principio de la diferencia deja de ser el que habitualmente creemos que es: un
principio que aplicado a una economía de mercado, legitima una redistribución substancial en beneficio de los
mas desfavorecidos” (1997: 173).
28 Desde final de los años 70 (con la dominación de la ideología neoliberal), con base en este
razonamiento, la provisión pública está siendo descaracterizada como derecho de ciudadanía social. El
argumento principal sustentado por la derecha – pero inclusive compartido por sectores de izquierda –
expresa que lo que caracteriza un derecho es su posibilidad de aplicación. Si no existen mecanismos o
recursos para implementar las provisiones sociales previstas en ley, estas no son derechos genuinos o del
mismo quilate que los derechos individuales (civiles y políticos). Respondiendo a ese razonamiento, Plant
(1998) en un artículo reciente, contraataca en dos direcciones: a) demostrando que los derechos económicos y
sociales no son categorialmente diferentes a los derechos civiles y políticos, como sustenta la ideología
neoliberal; b) señalando caminos a través de los que pueden aplicarse los derechos sociales. Para eso
derrumba la tesis neoliberal de que los derechos individuales o de libertad negativa no necesitan recursos
materiales para producir efectos prácticos, afirmando que sin derechos sociales [vinculados a la igualdad] los
derechos civiles y políticos se vuelven abstractos (Plant, 1998).
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Habermas. Desde nuestro punto de vista, aunque esta reflexión no se guíe por las directrices
liberales y utilitaristas, contiene algunos problemas.
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Comparado con Rawls, no hay como no reconocer que Habermas ofrece mayores
contribuciones al debate sobre optimización de la satisfacción de necesidades básicas,
particularmente en lo que refiere a la optimización de la autonomía o del potencial de la
razón discursiva, participativa. A pesar de eso, su visión del debate racional, en busca del
consenso, libre de cualquier coacción y de intereses particulares, es, como el mismo
reconoce, inexistente en la práctica. Ese debate se presenta como posibilidad que debe ser
perseguida, como mucho, por una estrategia de reformismo radical. Además, este molde
discursivo no sustenta situaciones marcadas por relaciones de violencia y de antagonismo,
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en las que no hay posibilidad de diálogo. En este caso, hay que privilegiar la acción
estratégica, defendida por él, como recurso paralelo a la acción dialógica, o inclusive la
fuerza, por él rechazada, para hacer prevalecer los valores de libertad, igualdad y justicia
social.
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SEGUNDA PARTE
86
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CAPÍTULO VI
Como dice Polanyi (1980), eso introdujo una innovación social y económica que
significó el establecimiento del “derecho (natural) de vivir”. Además, se extendió la
29 Las leyes de los pobres (Poor Law) eran formadas por un conjunto de regulaciones precapitalistas
que e aplicaban a las personas situadas al margen del trabajo, como ancianos, inválidos, huérfanos, niños
carentes, desocupados voluntarios e involuntarios etc. A pesar de todo, aunque en apariencia esas
regulaciones se identificaban con la pobreza, en realidad era en el trabajo que se fundamentaban. De tal forma
que entre 1536 y 1601, las Leyes de los Pobres, como el Estatuto de los Artífices (Statute of Artificiers),
formaron el Código de Trabajo en Inglaterra; y en 1662, incorporaron la Ley de Domicilio (Act of settlement),
que restringía la movilidad espacial protegiendo las parroquias más dinámicas de la invasión de indigentes de
parroquias menos activas. Este conjunto de leyes era más punitivo que protector. Durante su regencia la
mendicidad y el vagabundeo eran castigados severamente. Todos eran obligados a trabajar sin opción de
elegir sus ocupaciones y las de sus hijos. La Speenhamland significó un nuevo modo de administrar las Poor
Law, subvirtiendo el viejo principio del trabajo obligatorio y de la asistencia de confinamiento (en asilos y
casas de trabajo forzado). Si comparada con las medidas precedentes de gestión de la pobreza, realmente la
Speenhamland representaba una forma de regulación inédita en la historia de la asistencia social, que marcó
de forma decisiva “el destino de toda una civilización” (Polanyi, 1980: 97).
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asistencia social preexistente a los pobres capacitados para el trabajo, aunque mal
remunerados, hecho inédito en aquella época y considerado una herejía para la lógica
capitalista liberal hasta los días actuales.
Con efecto antes de la Speenhamland Law, los pobres eran forzados a trabajar a
cambio de cualquier salario y solamente los incapacitados para el trabajo — menores
carentes, inválidos, ancianos — tenían derecho a la asistencia social. Por eso existían
workhouses (casas de trabajo que funcionaban como verdaderas prisiones) para donde eran
encaminados los indigentes aptos para el trabajo. Es cierto que el Gilbert’s Act de 1782, fue
una tentativa de política para mantener la renta, que autorizaba “en ciertas condiciones, el
auxilio con dinero a todos los pobres, incluyendo los aptos” (Rosanvallon, 1982: 112).
También es cierto, que esta ley amplió la clientela de las Workhouses, incluyendo niños e
inválidos, que lejos de ser amparados socialmente, pasaron a vivir asilados y controlados
rígidamente en esas instituciones destinadas a corregir el ocio y los vagabundos. Pero fue
solamente con la Speenhamland Law que se comenzó a pensar en un nuevo tipo de abono
salarial mínimo como forma de asistencia social incondicional, libre de contrapartidas,
castigos y confinamientos, como era habitual.
A pesar de haber durado 39 años, esta ley ya nació con pocas posibilidades de
suceso. Creada en la misma época en que se expandía la Revolución Industrial, razón que
exigía la liberación de todas las amarras que impidieran el trabajo libre (como fue el caso
de la abolición de la Ley de Domicilio — Act of Settlement —, de 1662), se tornó desfasada
rápidamente, en la medida en que imponía una reglamentación a las relaciones competitivas
entre capital y trabajo. La incompatibilidad entre esas dos tendencias se tornó patente,
como registra Polanyi: “El Act of Settlement estaba siendo abolido porque la Revolución
Industrial exigía un suplemento nacional de trabajadores que pudieran trabajar a cambio de
salarios, en cuanto que la Speenhamland proclamaba el principio de que ningún hombre
debería temer al hambre porque la parroquia daría sustento a él y su familia por menos que
ganase” (1980: 99). Frente a estos hechos, esa organización de la asistencia a los pobres, no
obstante irrisoria y llena de contradicciones30, fue duramente criticada a partir de finales del
30 Una de las contradicciones principales de la Speenhamland, señalada por Polanyi (1980) era la de
introducir la rebaja de salarios en la medida en que eran suplidos por fondos públicos, beneficiando de esta
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Por lo tanto, para los liberales, el derecho a la protección social, garantizado por
leyes, era antinatural y nocivo a la libertad individual, porque inducía a los pobres a
forma más al empleador que al empleado. Aunque este estuviera legalmente protegido de los peligros del
sistema mercantil, era prácticamente impedido de vender su fuerza de trabajo por el valor del mercado y así
caía en el pauperismo regulado.
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someterse pasivamente a la tutela estatal y a enredarse cada vez más en las mallas de la
pobreza. O, en otros términos, para los liberales la pobreza era resultado del mal
funcionamiento y del paternalismo de las instituciones de protección social, que en ese
sentido debían ser reducidas o extinguidas. Por eso que Malthus31 proclamaba que la
extinción de la pobreza podría obtenerse a través de la enseñanza a los pobres de los valores
de prudencia, vida organizada y auto provisión, cosas que las instituciones de asistencia
social eran incapaces de realizar (Rimlinger, 1976).
De esta manera, no habría por qué crear sistemas de protección social para los
pobres, ni siquiera en el ámbito de las instituciones privadas, puesto que tal actitud
impediría el proceso de adaptación social a través del cual los individuos podrían adquirir
la capacidad necesaria para participar de un mundo diferenciado y complejo. Por lo tanto,
existía solamente un tipo de asistencia que Spencer admitía: aquella que ayudase al pobre a
ayudarse a sí mismo; o, de acuerdo con el popular proverbio chino: “En vez de dar un pez
al pobre, debemos dar la vara de pescar y enseñarlo a pescar”.
31 Para Thomas Malthus la tendencia constante de la población es aumentar más rápidamente que
los recursos para sustentarla. En consecuencia, enunció una ley según la cual la especie humana aumentaría
en progresión geométrica, así como la representación numérica 1, 2, 4, 8, 16, 32, ..., mientras que los medios
de subsistencia aumentarían en progresión aritmética (1, 2, 3, 4, 5, 6, ...). De esta forma en dos siglos la
proporción entre población y medios de subsistencia sería de 256 para 9; en tres siglos de 4.096 para 13; y en
dos mil años la distancia sería absurda. Previendo la imposibilidad de aumentar la producción para atender las
necesidades de la población, Malthus defendía el control de la natalidad, por medio de “renuncias morales”,
como abstinencia sexual, casamientos tardíos, supresión de estímulos a familias numerosas, comportamientos
que deberían enseñarse con rigor a los pobres. A pesar de todo, las previsiones maltusianas fueron perdiendo
sustancia con el avanzo de la ciencia y de la tecnología, que aumentó la producción en un ritmo nunca
imaginado por Malthus.
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A pesar de esto, no todos los exponentes del liberalismo defendían la abolición total
de la protección social. Algunos, como el economista Nassau Senior, admitían la ayuda
tradicional a los ancianos e discapacitados para el trabajo, de preferencia en el interior de
los asilos para indigentes. Senior tampoco negaba por completo la ayuda al desempleado,
desde que — tal como después sería formulado por Hayek — esta ayuda no fuese superior
a los salarios y no asumiese el satus de derecho garantido por ley. En definitiva, para que el
pobre no se acomode, no debería contar con ayuda regular, fija, sistemática y continua,
configurada como obligación de los poderes públicos.
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Ellos pensaban que si con la Poor Law Amendment Act no había más protección pública y
el Estado se tornara un verdugo declarado, era preciso que se crearan esquemas de ayuda
mutua para garantir, por lo menos, la supervivencia. Junto a esto se desencadenó la lucha
obrera por la conquista de una legislación fabril de protección de clase frente al despotismo
del capital y el movimiento político de esta clase por el reconocimiento de sus sindicatos.
Pero, como señala Rosanvallon (1982), fue necesario esperar el siglo XX para que
la clase trabajadora obtuviera conquistas sociales y políticas. Con el desarrollo del Partido
de los Trabajadores (Labour Party), en Gran Bretaña, el movimiento obrero conquistó otro
avance: se transformó en una fuerza actuante en el ámbito del poder legislativo.
Beatrice y Sidney Webb, exponentes del movimiento fabiano, se tornaron una de las
más destacadas influencias intelectuales en la realización de las reformas iniciadas en 1905,
al ser nombrados para dirigir una comisión real para el estudio de la reforma de la
asistencia pública. Con base en este estudio, los Webb publicaron en 1909 un informe
(Minority Report) en el que insistían en la necesidad de crear una política de prevención
social que concretizase la doctrina de la obligación mutua entre individuo y comunidad.
Ellos decían que era necesario organizar “el mantenimiento universal de un mínimo de vida
civilizada, objeto de responsabilidad solidaria de una sociedad indisoluble” (apud
Rosanvallon, 1982: 114).
32 Por el criterio de menor elegibilidad (less eligibility), todo beneficio asistencial siempre debería
ser menor que el peor salario para no herir la ética capitalista del trabajo.
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El viejo liberalismo, presionado por estos cambios, fue cediendo espacio para un
liberalismo más “social”, como el que preconizaba en Inglaterra Lloyd George, quien
recomendaba la transformación de la ayuda voluntaria en una moderna asistencia pública.
En 1908, Lloyd George creó la ley de asistencia a los ancianos, que no previa contrapartida
por parte de los beneficiarios ni pruebas inhibidoras o comprobantes autoritarios de
pobreza.
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Cada una de estas áreas tenía una base diferente de calificación para el beneficio. El seguro
social estaba basado en el pago previo de contribuciones, mientras que los beneficios
suplementarios no eran contributivos y, por lo tanto, sujetos a prueba de medios
(comprobación de pobreza). Las subvenciones familiares, por otro lado, eran pagas sin
contrapartida y sin prueba de medios, a cualquier asalariado que tuviera más de un hijo
como dependiente, en un valor que variaba de acuerdo a la renta del beneficiado. Así,
asalariados con ingresos tan bajos que no pudieran arcar con los impuestos recibían
subvenciones mayores que aquellos con ingresos más elevados. Finalmente, las
subvenciones fiscales recaían en los grupos de mayor renta que eran absueltos de pagar
tasas suplementarias de impuestos (Kincaid, 1975).
Más allá de eso, Beveridge, con base en estudios y diagnósticos, propuso una
política social que comprometía el Estado con las medidas siguientes:
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A partir de ese momento, los mínimos sociales pasaron a tener una mayor
connotación, incluyendo, además de las políticas para mantener el ingreso — generalmente
en forma de red para impedir que los ciudadanos social y económicamente más vulnerables
quedasen debajo de la línea de pobreza legitimada socialmente —, otros mecanismos
adicionales de protección social, como: servicios sociales universales (salud y educación,
por ejemplo), protección al trabajo (en apoyo al pleno empleo) y garantía de derecho al
acceso a bienes y servicios y su usufructo. Esta fue la fase de oro de las políticas de
protección social, en la cual la optimización de la satisfacción de las necesidades humanas
básicas se tornó una tendencia promisoria, a partir de Europa.
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Ahí se colocó una oportunidad impar para los conservadores pregonar — como lo
hicieron de hecho — una crisis de gobernabilidad causada por las excesivas demandas
democráticas dirigidas a los Estados nacionales, que habían adoptado un amplio Estado de
Bienestar y para defender el retorno al ideario liberal.
Aunque la idea de renta mínima sea parte de la historia del pensamiento político, en
efecto, fue en los años recientes que el debate en torno de su importancia ganó expresión —
confrontando propuestas de derecha e izquierda —, después de haber integrado los
esquemas de protección social beveridgianos. Así, en el final de los años 40 (1948),
Inglaterra incluyó este programa en su esquema de protección social, aunque Dinamarca ya
lo había adoptado en 1933. Paulatinamente, otros países europeos como Alemania, en 1961,
Luxemburgo, en 1963 y Francia en 1988, lo fueron implementando con padrones
diferenciados. De ahí la variedad de experiencias (locales o nacionales) conocidas en el
mundo, incluyendo los Estados Unidos, que inauguraron un esquema denominado impuesto
de renta negativo, a saber: aquellos cuyos ingresos estuvieran debajo de un nivel mínimo
establecido, pasarían a recibir un valor monetario que aumentase su renta hasta ese mínimo.
En compensación, aquellos cuyos ingresos ultrapasaran el nivel mínimo comenzarían a
pagar, progresivamente, valores monetarios en forma de tributos.
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concepción original, que son: construir una política distributiva que concretice, frente al
ciudadano, un derecho a poseer incondicionalmente un montante de recursos monetarios
para su supervivencia, independientemente de su vínculo con el trabajo.
Para contornear esa tendencia, han sido presentadas algunas propuestas, teniendo
como principal parámetro los criterios de condicionamiento y selectividad de los programas
de renta mínima. Entre ellos, merecen destaque tres (Lavinas y Varsano, 1997):
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Esta propuesta encierra una postura radical de transformar los excluidos sociales en
acreedores de una deuda social pública enorme, y no en deudores manipulables y
oprimidos o rehenes de los caprichos y de la arrogancia de la ayuda institucional. Se
contrapone, por tanto, a la ideología y a la práctica de workfare, considerablemente
difundida y acatada en los países capitalistas centrales, de acuerdo con la cual todos los
beneficiarios, para no caer en la pasividad, tendrán que pagar por lo que reciben, sea a
través de algún emprendimiento de integración al mercado de trabajo, sea aceptando la
oferta de empleo público que les es impuesta, o, aún, realizando tareas o servicios
determinados por el programa a cambio de “ayuda”.
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Apoyando parcialmente esta primer propuesta, hay una vertiente que, a pesar de
defender la reacción contra la incondicionalidad y el workfare, acepta el criterio de
selectividad o la focalización de una renta básica (parcial) para la pobreza. Se trata de la
vertiente que concibe la renta mínima como impuesto negativo (como se adopta en América
del Norte) y elige el ingreso familiar — y no el personal — como unidad de referencia, en
la búsqueda de mantener reducidas las demandas de gastos sociales públicos por parte de la
población pobre (Roche, 1992).
Uno de los argumentos principales presentados por los adeptos de esta segunda
propuesta, señala que el no condicionamiento de la distribución del beneficio se torna un
factor que promueve la reducción de los salarios — en la medida en que el Estado cubre la
diferencia — y de degradación del trabajo. Por lo tanto, entienden que aunque existan
sanciones contra el beneficiario que se recuse a dar algo en cambio de la ayuda, la
contrapartida funciona más como un derecho que como una obligación o coacción. Podría
decirse que es una coacción para el bien, para valorizar el trabajo y los derechos vinculados
a él, y por lo tanto un acto moralmente defendible.
c. Identificamos una tercer propuesta que atraviesa las otras dos y con la cual
este estudio tiene afinidad. Se trata de la posición que privilegia, más allá de los ingresos,
otros mecanismos de protección social básica (y no mínima). Entendiendo que la
universalización de los servicios sociales no está necesariamente subordinada al mercado
de trabajo ni a esquemas contributivos, la protección social básica, que incluiría programas
para mantener la renta, privilegiaría el status de ciudadanía como prerrogativa de todos, en
oposición a los contratos sociales apoyados en la capacidad contributiva de cada uno (en
dinero, tareas, servicios, lealtades o sacrificios). O, parafraseando
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Pero, tanto esta propuesta como la primera habitan hoy el plano de las utopías.
Según Abrahamson (1994), los esquemas de renta mínima europeos, comenzaron de hecho
como objeto de un debate que se centraba en la idea de renta básica o ciudadanía,
conforme el espíritu de la Carta Social de la UE de 1989. En este debate, la renta básica
consistiría en una obligación pública de garantir a cada ciudadano mayor de 18 años, los
medios necesarios para su subsistencia digna, independientemente de su inserción en el
mercado de trabajo. O en la concepción de Van Parijs (1994; 1995; 1997), ese tipo de renta
diferiría de la renta mínima actualmente garantida en varios países industrializados por los
motivos siguientes: cada ciudadano recibiría individualmente, independiente de su
vinculación familiar, de su participación en los mercados de trabajo o de capital o algún
status específico, una renta incondicional digna, o sea, sin contrapartidas. Constituiría, por
lo tanto, una provisión que no estaría restricta al desempleo voluntario, abarcando todos
aquellos que prefiriesen no estar en el mercado de trabajo, como amas o amos de casa,
estudiantes etc. Para Van Parijs, la “introducción de una renta incondicional de ese tipo no
debe ser vista como el desmantelamiento del Welfare State y sí como su punto culmine,
preparado por sus realizaciones de la misma forma que la abolición de la esclavitud y la
introducción del voto universal fueron preparados y se tornaron posibles por conquistas
anteriores” (1994: 69-70). Esta es una concepción nítidamente transgresora de la ética
capitalista del trabajo todavía valorada en sociedades que no garantizan más empleos
suficientes por razones estructurales. Siendo así, se considera renta básica un instrumento
de redistribución del producto social y de la justicia y no un elemento de un agregado de
bienestar.
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Así, mientras la renta básica, o de ciudadanía, significa una ruptura con esa
tendencia, la renta mínima garantida, actualmente en boga, la recupera y la refuerza.
34 Según Abrahamson (1994: 128), el presidente de la Comisión Europea en ese entonces – Jacques
Delors — , pretendía promover lo que denominó de “dimensión social”, como forma de neutralizar los efectos
negativos de la integración económica y monetaria en Europa. Para eso, pensó en una integración social,
registrada en carta oficial, que preveía la adopción de un mínimo de derechos sociales en el continente. A
pesar de todo, ese documento nunca tubo status legal e imperativo. Su aceptación por parte de los países
miembros era opcional. El gobierno británico lo rechazó. Por falta de unanimidad, el “debate en torno de los
derechos sociales comenzó con una discusión de derechos sociales de todos los ciudadanos de la Comunidad
[Europea], pero acabó restricto a los derechos de los trabajadores”.
35 Por supuesto que existen reacciones aisladas a ese esquema, como muestra Ferreira (1997), en su
artículo sobre el programa de renta mínima francés.
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ateniéndose al contexto europeo, informa que “la necesidad de reformar la seguridad social
crece en Europa del Norte en la medida que los mercados de trabajo se distancian más y
más del ideal asumido en los programas clásicos de seguridad contributiva”. Eso se
refuerza todavía más por la aceptación creciente por parte de la sociedad civil en arcar con
obligaciones e incumbencias del Estado y con el aumento de un nuevo tipo de pobreza que
crea nuevos riesgos e inseguridades colectivas.
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De acuerdo con Cabrero (1997: 16), en los últimos años hubo una cierta
convergencia entre los países de la UE con relación al montante de gastos sociales. Porque,
en cuanto los países del sur (Italia, España, Portugal y Grecia) aumentaban notablemente
sus porcentajes de gasto social en el Producto Interno bruto (PIB), los demás países — que
ya habían alcanzado cierta saturación en su nivel de gasto — estabilizaron sus gastos. Por
lo tanto hubo una nivelación de gastos sociales en el ámbito de la UE, motivado
principalmente por la necesidad de eliminar los desequilibrios más acentuados (trade off)
entre los países miembros y garantizar la estabilidad económica de la región. Pero,
asimismo, las divergencias continuaron evidentes. Comparando los dos extremos (norte y
sur), Portugal presentó un porcentaje de gasto social en torno de 20%, aplicado
principalmente en inversiones sociales, mientras que los Países Bajos superaron el 30%,
aunque como sus pares estos últimos buscan complementar bienes y servicios sociales ya
existentes.
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protección social y de los costos que produce, sembrando dudas respecto de la validez
moral de mantener protegidos ciudadanos capaces de trabajar, mismo que
involuntariamente fuera del mercado de trabajo.
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CAPÍTULO VII
En Brasil las políticas sociales tuvieron una trayectoria influenciada, en gran parte,
por los cambios económicos y políticos en el plano internacional y por los impactos de esos
cambios en la reorganización del orden político interno. (Lavinas y Varsano, 1997).
Aunque, estas políticas e impactos ayudaron en lugar de dificultar, la producción de una
experiencia nacional, que puede ser tipificada como un “sistema de bienestar periférico”.
36 Encontramos tres motivos para esa tendencia: a) los gobiernos autoritarios buscaban “mostrar
trabajo” para justificar su acción interventora, proclamada como de carácter revolucionario; b) encubrir la
rigidez del régimen de excepción; c) distribuir bienes y servicios para no tener que distribuir poder.
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Por eso que si comparado con los modelos de Estados de Bienestar que constan en
las tipologías construidas por varios autores, a partir de Titmuss37, el caso brasileño se
configura como un mixto o combinación de elementos presentes en la clasificación de
Esping-Andersen (1991), a saber: intervenciones públicas tópicas y selectivas — típicas de
los modelos liberales -; adopción de medidas autoritarias y desmovilizadoras de conflictos
sociales — típicas de modelos conservadores — ; y el establecimiento de esquemas
universales y no contributivos de distribución de beneficios y servicios — característicos de
regímenes socialdemócratas. Y, todo esto, fue mezclado a prácticas de clientelismo,
populismo, paternalismo y de patronazgo político, de larga tradición en el país.
37 Según Timuss (1974), existen tres modelos principales de Estado de Bienestar que pueden
encontrarse simultáneamente en el mismo momento histórico y en el mismo contexto nacional:
a) el residual, en el cual el mercado y la familia tienen la primacía en la oferta de protección
social;
b) el industrial, en el cual el mérito del trabajador evaluado por su desempeño y productividad,
constituye el principal criterio de acceso a la protección social;
c) el institucional, en al cual el Estado constituye el agente principal de regulación y provisión
social.
Esta clasificación permanece útil hasta hoy, sirviendo de referencia a otros autores como Esping-
Andersen que procuró perfeccionarla. De esta forma Esping-Andersen (1991) presenta una tipología que sin
interesarse por el avanzo o atraso del padrón de política social prevaleciente, privilegia regímenes i ideologías
políticas que informan los diferentes Estados de Bienestar, de la siguiente forma:
a) Estados de Bienestar de regímenes liberales en los cuales el mercado asume la primacía;
b) Estados de Bienestar de regímenes conservadores en los cuales son preservados el status
quo, la jerarquía y las diferentes clases. Generalmente estos Estados “se originan en regímenes autoritarios o
predemocráticos que usan las políticas sociales como forma de desmovilizar la clase trabajadora” (Pierson,
1991: 187);
c) Estados de Bienestar de regímenes socialdemócratas en los cuales el Estado es
preponderante como agente de protección social y en la garantía de los derechos.
38 Esta clasificación por períodos fue adoptada por Pereira en su tesis de doctorado (1987).
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En el conjunto de las políticas sociales, las áreas que merecieron mayor atención
fueron el trabajo y la previdencia, aunque, asimismo, de forma limitada y precaria. Entre las
medidas principales adoptadas, se destacan: la creación en 1923 de los Departamentos
nacionales de Trabajo y Salud, del Código Sanitario, de la Ley Eloi Chaves — relativa a la
previdencia social —, además, de una legislación dispersa, de efecto más retórico que
práctico, dirigida para la reglamentación y la provisión de asuntos relacionados al trabajo
— accidentes, vacaciones, trabajo de menores y mujeres, vejez, invalidez, muerte,
enfermedad, maternidad.
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El periodo que va de 1930 a 1964 engloba varios sub periodos y gobiernos, que
pueden ser dimensionados de la siguiente manera:
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1961-1964: gobiernos Jânio Quadros (que duró apenas siete meses) y Joao Goulart
(defensor de las reformas de base).
Del punto de vista económico, la principal característica del período fue el pasaje de
una economía agro exportadora para una economía urbano industrial. Aunque este cambio
económico no fue acompañado por un impulso similar en el área social. La ausencia de
planificación central, incluso aquella de tipo indicativa39, continuó siendo la marca de la
protección social brasilera hasta 1954.
En 1934 hubo una tentativa de panificación central con la creación del Consejo de
Comercio Exterior, pero en ese intento fueron contemplados apenas los aspectos
económicos: problemas relacionados a los sistemas económico, financiero, administrativo,
articulados con problemas provenientes de las relaciones comerciales con el exterior.
Aunque la cuestión social no fuera más considerada caso de policía, tampoco llegó a
ser tratada como problema político mayor, que mereciese la misma atención que el
gobierno dispensaba al área económica. La verdad es que la política social brasilera de ese
período, no obstante asumida por el Estado, la mayoría de las veces funcionaba como una
zona cenicienta, donde se producían disputas populistas entre el Estado y parcelas de la
sociedad y donde la cuestión social se transformaba en querellas reguladas jurídica o
administrativamente y, por lo tanto, despolitizada.
De 1954 a 1964 la planificación central pasó a ser valorada, pero los aspectos
sociales continuaron marginales. Cuando eran contemplados, quedaban siempre al servicio
de la rentabilidad económica y del crecimiento industrial, como sucedió en el gobierno de
Jucelino Kubitschek, que incluyó la educación en su Plan de Metas con el objetivo de
preparar recursos humanos para la industria de bienes de consumo durables.
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40 El salario mínimo fue la primer medida oficial instituida en el país relacionada con la idea de
protección social mínima, ya encaminada en varios países extranjeros. De tal forma que Brasil fue el 12° país
en el mundo – aunque uno de los primeros en América Latina – que incorporó en su Constitución (de 1934)
un dispositivo que preveía el derecho de todo trabajador a recibir un salario que no podía ser inferior a un
cierto valor. Para definir ese valor fueron instituidas Comisiones de salario Mínimo por la ley n° 185, del 14
de enero de 1936, reglamentada por el Decreto Ley n° 399, del 30 de abril de 1938 con objetivo de realizar
estudios a respecto de las “necesidades normales” del trabajador, de los que resultó el concepto siguiente de
salario mínimo: “Es la remuneración mínima debida a todo trabajador adulto, sin distinción de sexo, por día
normal de trabajo y capaz de satisfacer en determinada época, en la región del país, sus necesidades normales
de alimentación, habitación, vestimenta, higiene y transporte”. A pesar de parecer avanzada, esta medida (que
fue así encaminada en el momento en que se fijaron los primeros niveles salariales, con base en el Decreto
Ley n° 2.162 del 1° de mayo de 1940), contenía las siguientes restricciones: se refería a las necesidades
individuales del trabajador, no incluyendo la familia; dejaba de lado las necesidades sociales como educación
y esparcimiento; establecía niveles diferentes de salario en regiones distintas; los estudios realizados por las
Comisiones no buscaban conocer los costos de los bienes y servicios esenciales, sino los niveles de salario
más bajos existentes en el país, para tomarlos como referencia del salario mínimo (Retrato do Brasil, 1984).
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gobierno ambiciona objetivos más amplios, como el de atraer el capital extranjero para el
país, consolidando, de esta forma, el capitalismo dependiente nacional. En el juego de esos
intereses, la política social sirve, simplemente, como inversión en capital humano, a
ejemplo de lo que sucedió con la inclusión de la educación en el Plan de Metas y con el
apoyo gubernamental a los programas de desarrollo de la comunidad, en contraposición al
progresismo y a la autonomía relativa de los países latinoamericanos, defendida por la
CEPAL. Las interferencias de agencias internacionales, notadamente norteamericanas, en la
economía del país, tuvieron notoriedad durante ese gobierno, así como las realizaciones
faraónicas, que neutralizaban las escasas gestiones gubernamentales en el campo de las
políticas sociales. Particularmente en este tema, cabe registrar, que en el gobierno
Kubitschek comenzó el desplazamiento del eje laboral privilegiado por Vargas, para las
demás áreas sociales, pero sin gran expresión. Aún, cabe resaltar la preocupación
gubernamental con problemas regionales, razón que explica la creación de la
Superintendencia de Desarrollo del Noreste (SUDENE), y la creación del Consejo Nacional
de Desarrollo — con la misión de estudiar los problemas nacionales y programarlos en un
plazo de cinco años — , así como la construcción de Brasilia (el gran símbolo del progreso
en el interior del país).
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A pesar de haber sido un gobierno corto, presentó una propuesta más progresista de
política social y una intención deliberada de intervenir en las bases de las políticas e
instituciones estratégicas. El intento gubernamental de realizar reformas de base,
reivindicadas por la sociedad y cambios en el sistema electoral, en la organización urbana,
en la educación superior y en las relaciones del país con el capital extranjero, provocó la
inquietud de los conservadores, llevando la burguesía industrial y la clase media (que
temían el socialismo) a una articulación con las viejas fuerzas agro mercantiles para actuar
contra Goulart. El resultado: un golpe militar en 1964 y la inauguración de otro padrón
político administrativo (autoritario) en el país.
Igual que el período anterior, éste que va de 1964 a 1985, comprende varios sub
períodos y gobiernos, a pesar de su identificación común con el autoritarismo y con el
régimen de excepción que vigoró en el país por veinte años. Estos sub períodos pueden ser
dimensionados de la siguiente manera:
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Justicia del Trabajo por el Ejecutivo federal en el proceso de decisión sobre reajuste
salarial.
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El sub período comprendido entre los años 1974 –1979 correspondió al esfuerzo de
gobierno más expresivo (desde el Plan Metas de Kubitschek) para imprimir cambios en la
economía brasilera y ampliar el espectro de la política social, inclusive dotándola de
objetivos propios. Ese esfuerzo, además de colocar Brasil en la categoría de los países
emergentes, tenía como objetivo estratégico específico: aproximar el Estado de la sociedad,
principalmente de las masas, para mantener los gobernantes de un régimen en franco
desgaste como “atores políticos viables”. Simultáneamente, se hacían promesas de retorno
a la “normalidad institucional” y de implantación (mismo que de forma “prudente y
gradual”) de medidas más liberales, razones que fundamentan la preocupación con la
pobreza, tema recurrente en el discurso oficial, pues era por esa vía que el gobierno
pretendía descomprimir el régimen autoritario sin necesidad de destruir sus principales
instrumentos de excepción (el Acto Institucional n° 5 — AI5 — y todo el arsenal de
legislación similar, creado a partir de 1968). Dicho de otra forma: la proclamada distensión
del régimen, aunque prometiera rescatar las libertades democráticas, se mostraba, desde el
inicio, inclinada a realizarse por medio de una distribución altamente regulada de bienes y
servicios de contenido social. Lo que se desprende de los primeros pronunciamientos del
presidente Geisel, manifestando su intención de mantener los instrumentos de excepción,
mencionados “como potencial de acción represiva o de contención más enérgica (...) hasta
que sean superados por la imaginación creadora, capaz de instituir, oportunamente,
salvaguardas eficaces dentro del contexto institucional” (Geisel, apud Lessa, 1978).
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Entre 1964 y 1966, durante el gobierno de Castelo Branco: adopción del Programa
de Acción Económica del Gobierno (PAEG), a través del cual fueron creados el
Banco Nacional de Habitación, el Instituto Nacional de Previdencia Social (INPS)
y el Fondo de Garantía por Tiempo de Servicio (FGTS), como alteración más
profunda de las relaciones laborales, que implicó en la pérdida de estabilidad en el
trabajo.
Entre 1967 y 1969, durante el gobierno Costa e Silva: creación del Plano
Estratégico de Desarrollo (PED) en medio de un espectacular crecimiento
económico, rotulado de “milagro”, y un endurecimiento mayor del régimen
autoritario con el decreto del AI5.
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Eso explica por qué el Estado, apoyado en el Programa de Metas y Bases para la
Acción del Gobierno (1970-1971), prácticamente no se preocupó con la pobreza que
aumentaba, o dejó su resolución condicionada a proyectos económicos faraónicos en la
tentativa de quemar etapas del crecimiento. Así, donde sea que surgieran movilizaciones
populares por reformas sociales el Estado respondía con represión y con proyectos de
“gran impacto”, como fueron conocidas las construcciones de la hidroeléctrica de Itaipu, de
la carretera Transamazónica etc.
Este procedimiento se coloca aún más en evidencia frente a la cuestión agraria, a las
disparidades regionales y a la necesidad gubernamental de proteger el gran capital a costas
del trabajo.
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En 1970, fue creado el Programa de Integración Nacional (PIN) para enfrentar las
disparidades regionales, que consistía en conectar físicamente las áreas geográficas
económicamente consideradas más deprimidas (Amazonas y Noreste) con otras unidades
de la Federación, por medio de vías internas de superficie y mejora de los transportes y de
las comunicaciones. Datan de esta época la construcción de las rutas Transamazónica,
Cuiabá — Santarém y Perimetral del Norte, además de un plano de irrigación para el
Noreste y de propuestas de colonización y de explotación económica de áreas
desapropiadas a lo largo de esas carreteras.
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a. El primer período comprende de 1974 hasta 1976, en que Brasil era concebido
como una “isla de prosperidad” que volvería a pasar por la experiencia del “milagro
económico” de 1968-1972, a pesar de todos los indicios histórico estructurales
desfavorables. Precisamente, en 1974 se vivía el ocaso de tal “milagro”, debido, en gran
medida al atraso en el sector industrial de bienes de producción y de alimentos, la fuerte
dependencia nacional del petróleo internacional, aceleración de la inflación y del déficit de
la balanza de pagamentos. A pesar de esto, Geisel pretendía adoptar una estrategia de
desarrollo basada en dos directivas (Lessa, 1978): montaje de un nuevo padrón de
industrialización que, al contrario del modelo del “milagro” tenía como núcleo dinámico la
industria de base (bienes de capital, electrónica pesada e insumos básicos); el
fortalecimiento progresivo del capital privado nacional, antes subestimado en relación al
capital estatal y al capital privado internacional. Con eso, el II PND se proponía sustituir el
capitalismo salvaje de los años anteriores por un “capitalismo social”, o modelo
“neocapitalista”, fuertemente conducido por el Estado y (mismo no siendo explicitado)
transformar Brasil en potencia emergente en la entrada de los años 80.
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b. El segundo momento fue entre 1976 y 1979, cuando frente a la crisis económica
mundial y sus repercusiones en Brasil, el voluntarismo del Estado se descubrió incapaz para
transformar el país en potencia emergente en el “plazo más corto posible” como se
alardeaba.
Estas fueron reformas regresivas que significaron un golpe duro para el proceso de
distensión política. A partir de esto, la reacción de los sectores sociales que se sintieron
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Como respuesta más inmediata a ese movimiento, el gobierno intentó: instituir una
nueva política salarial, basada en negociaciones directas entre empleados y empleadores;
restablecer el hábeas corpus para crímenes políticos, bien como garantías de magistratura y
autonomía de los poderes Judicial y Legislativo; decretar el fin de las destituciones
realizadas por el AI5 y atenuar las exigencias para la creación de partidos. No obstante,
continuaban existiendo los siguientes instrumentos de contención política: la Ley de
Seguridad Nacional, posteriormente tornada más amplia y extensa, los Actos
Institucionales, la Ley Falcão y el Paquete de Abril. Además, fueron creados dos
mecanismos de defensa de Estado: las medidas de emergencia (de carácter restricto y
localizado) y el estado de emergencia (de carácter general).
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desarrollo social con “objetivo propio” y como resultado de articulaciones entre gobierno y
sociedad.
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Entre 1980 y 1985, durante el gobierno Figueredo: este período estuvo marcado por
una fuerte desarticulación del esfuerzo de desarrollo social de los últimos tres años
del gobierno Geisel. La disminución de los gastos sociales, acompañada de una
gradual reducción de la importancia de la política social para la planificación y
gestión estatal, constituye la evidencia principal de esa desaceleración, que fue
básicamente determinada por los siguientes factores:
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Ese cuadro provocó el aumento del desempleo y de la pobreza y la caída real de los
salarios, así como restricción de la capacidad gubernamental para presentar propuestas
políticas, por mínimas que fueran, para las necesidades humanas básicas. En ese período,
por lo tanto, imperó la adopción de medidas de carácter antisocial como radicalización de la
contención de gastos de asistencia medica previdenciária, restricción de los financiamientos
concedidos para habitación de “interés social” y reducción a la mitad de las inversiones en
el sector de transporte público. Las políticas de educación, salud pública y suplemento
alimenticio, sufrieron un impacto recesivo menor porque eran costeadas con recursos del
Tesoro Nacional, y no extra fiscales como en la mayoría de las políticas sociales.
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Social, creada por el Decreto n° 92.654, de 1986, pues este presentó una propuesta amplia
de Seguridad Social (de estilo beveridgiano) que extrapolaba el ámbito del seguro,
sugiriendo una vertiente no contractual y no contributiva de protección social pública, en
los siguientes términos: “Todo ciudadano brasileño es titular de un conjunto de derechos
sociales independientemente de su capacidad de contribución para el financiamiento de los
beneficios y servicios implícitos en esos derechos” (Santos, in MPAS, 1986: 5). Esta
propuesta, depositaria de un avance conceptual importante en el contexto tradicional de la
protección social brasilera, vendría, no sin dificultades42 a ser acatada por la mayoría de los
constituyentes e incorporada a la Constitución Federal de 1988.
La estrategia adoptada para perseguir ese objetivo social incluía desde medidas de
cuño emergencial, específicamente contra el hambre, el desempleo y la pobreza, hasta de
carácter estructural, que priorizaban: el crecimiento económico sustentado (a partir del cual
sería posible ampliar la oferta de puestos de trabajo, aumentar el salario real, mejorar la
distribución de renta, garantir el seguro por desempleo, rever la legislación laboral y
sindical) y la reforma agraria.
Las iniciativas principales de contenido económico social del bienio 1985 –1986,
adoptadas por el gobierno Sarney, fueron:
41 Con la muerte de Tancredo Neves, presidente electo indirectamente, en las vísperas del mandato,
asumió en 1985, su vicepresidente José Sarney por el periodo 1985 a 1989.
42 Para muchos, este tipo de propuestas en aquel momento estaban anacrónicas, porque tanto el
proceso de globalización como la ideología neoliberal contrarios a ellas, estaban ganando fuerza,
principalmente gracias a la descomposición del socialismo real que les servía directa o indirectamente de
paradigma.
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Los últimos tres años de la administración Sarney (1987-1989) conocieron otros dos
planes de gobiernos con objetivo de efectivizar la transición de un modelo económico
limitado y excluyente para otro más eficaz y ecuánime.
Uno, fue el Plan de Control Macroeconómico de julio de 1987, conocido como Plan
Bresser (del entonces ministro de Hacienda Bresser Pereira) que implicaba en reducir el
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Sin embargo, en ese período, desde el punto de vista institucional formal, ocurrieron
avances significativos en términos políticos y sociales, que confirieron a la década de 80 el
epíteto de “década de la redemocratización” junto al de “década perdida”.
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intransigente del pensamiento reaccionario” que, según Hirschmann (1987), por falta de
argumentos consistentes abusa de exageración en sus análisis; de amenazas de hecatombe
en sus previsiones; y de ironía o burla43 en sus apreciaciones respecto del pensamiento
adversario.
Además, todos los gobiernos a partir de 1988, se sintieron maniatados por esta
Constitución y procuraron contornear esa dificultad prorrogando la aprobación de leyes que
reglamentaban los dispositivos constitucionales no automáticos o abusando de la edición de
Medidas Provisorias45, contando con la anuencia del Congreso Nacional.
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recibido salarios mínimos durante el último año y fuesen registrados por un plazo
mínimo de 5 años) (Fagnani, 1996).
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iniciada en 1987, aún durante el gobierno de Sarney y reforzada a partir de 1990 en los
gobiernos de Collor (1990-1992) y de Fernando Henrique Cardoso (1995-2000).
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Este fue el período de la protección social brasilera que incorporó de forma más
enfática las determinaciones externas de cambios económicos y políticos.
Brasil también se tornó campo fértil para la diseminación del ideario neoliberal, en
el trillo de la intensificación mundial del proceso de globalización de la economía y de la
inclinación hacia la derecha de las políticas sociales, anteriormente de corte social
democrático. Para fortalecer esa ideología había no solamente cambios tecnológicos — que
alteraban significativamente el modelo de producción y regulación social hasta entonces
prevaleciente — debilidad estructural del paradigma keynesiano / beveridgiano / fordista de
producción y reproducción social, sino también la caída del socialismo real y el
debilitamiento de los partidos y organizaciones de izquierda.
46 Denominación utilizada en Brasil para indicar personas que se valen de su influencia económica,
política o profesional para recibir, amparados en la ley, salarios elevadísimos (Nota a la edición en
castellano).
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Otra tendencia del ajuste a la ofensiva neoliberal fue la integración regional, que
contradictoriamente resultó de la creciente integración económica global y de la
liberalización del comercio.
47 Término empleado por el economista inglés John Williamson durante la preparación de una
Conferencia organizada por el Insitute for International Economics (IIE), de Washington, diez años atrás (en
1989). Las privatizaciones, la abertura de la economía, la desregulación, el control de la inflación y del déficit
público eran parte de las recetas de esa conferencia (Folha de São Paulo, 1999).
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Entre 1990 y 1992, en un tour de force, tenemos la “era Collor” como fue llamada
por la prensa brasilera el efímero gobierno del primer presidente electo — Fernando Collor
de Mello, en 1982 —, luego de 29 años de las últimas elecciones directas, realizadas en
1960.
Así fue que de “amigo de los pobres” o de los “descamisados” y “perseguidor de las
elites económicas” o de los “marajás”, el presidente Collor, como dice Fiori (1991: 115),
transformó la política social no más en “prima pobre” de la política económica — como
sucedió en la historia republicana brasilera —, si no en “la Cenicienta”.
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Para alcanzar sus objetivos, el gobierno Collor no vaciló en lanzar mano a Medidas
Provisorias, alegando emergencia ante el cuadro inflacionario y las dificultades fiscales
crecientes. Además, propuso anticipar la revisión de la Constitución Federal (prevista para
cinco años después de su promulgación), por juzgarla inflacionaria.
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previdencia, retenidos por el gobierno de Collor. Aunque, estos dos efectos fueron
motivados por presiones externas y no siempre surtieron efectos positivos.
También en el área social, hay que mencionar que Itamar Franco readmitió los
funcionarios públicos despedidos por Collor e implantó en 1993, el Plan de Combate al
Hambre y a la Miseria por la Vida (PCFMV), que se basó en la colaboración entre gobierno
quedó vacante e intentó solicitar un plazo al Congreso Nacional que no tuvo andamiento.
49 La Renta Mensual Vitalicia era un beneficio de la previdencia que consistía en una transferencia
de renta para mayores de 70 años e inválidos necesitados, instituido por la ley n° 6.179 del 11 de diciembre de
1974. Aunque la ley citada no utilice el término renta mensual, el beneficio otorgado fue conocido por ese
nombre. Inicialmente su valor correspondía a la mitad del mayor salario mínimo vigente en el país, no
pudiendo ultrapasar el 60% del valor del salario mínimo del local de pago. En 1991, el valor del beneficio
aumentó para un salario mínimo por fuerza del art. 5° de la Constitución Federal, que establece la
equiparación del valor de todo beneficio de previdencia al valor del salario mínimo. Este beneficio se
extinguió en 1993 con la aprobación de la LOAS y con la institución del beneficio de Prestación Continuada
(BPC), a cargo de la Asistencia Social.
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A pesar de todo, como era previsible, el PCFMV tuvo una vida breve. Sus impactos
mobilizadores no fueron (ni podrían ser) suficientes para alcanzar sus complejos objetivos.
Indecisiones institucionales, financieras y logísticas se impusieron rápidamente, volviendo
inviable el suceso de la campaña. Sin el compromiso decisivo del Estado, problemas como
“limitaciones de presupuesto”, “fragilidad y desarticulación institucional”,”corrupción y
clientelismo”, aliados al “voluntarismo” de la sociedad, vaciaron en la práctica, el discurso
de solidaridad, de asociación y de descentralización, que constituían la idea fuerza de este
plan. De los tres principios, apenas el último dejó un humilde legado: la descentralización
de la merienda escolar.
Con el fin del gobierno de Itamar Franco, fue electo presidente de la República, para
el período 1995-1999, Fernando Henrique Cardoso (FHC), que tuvo como bandera
principal de su campaña la continuidad de la estabilidad macroeconómica — iniciada bajo
su comando en el gobierno anterior — y la realización de reformas a la Constitución
Federal vigente. Además tenía como metas declaradas la consolidación de la democracia —
culminando el proceso de transición democrática iniciado en 1985 — y la superación de la
era Vargas o del desarrollismo nacional, que estaba, desde su punto de vista, sobrecargado
de un fuerte intervensionismo estatal. Para eso, preservó y dio nuevo impulso al
reformismo liberal desencadenado durante el gobierno Collor, pero, sin largar su símbolo
principal de prestigio y de poder hegemónico, adquirido con antecedencia a su elección: la
estabilización de la moneda.
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Durante su primer mandato — ya que fue reelecto en 1998 — FHC mostró que
había abrazado (aunque lo negara) el ideario neoliberal en su versión más ortodoxa o
fundamentalista, eligiendo como objetivos principales de gobierno la reducción de la
participación del estado en las actividades económicas y la desregulación del mercado. En
esa perspectiva, el Estado no tendría más funciones empresariales, cediendo lugar al
mercado, ni asumiría el papel de proveedor social, dando lugar a la iniciativa privada
mercantil y no mercantil. Además, el país debería ser abierto al capital extranjero,
integrándose al sistema económico mundial.
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país y a conformar un nuevo bloque hegemónico, cada vez más amplio y constituido,
inclusive con cuadros que antes pertenecían a la izquierda, como era el caso del presidente.
Pero ese bloque, como cualquier otro no era monolítico. En su interior existían divergencias
que dejaban entrever por lo menos dos posibilidades referentes a la dirección neoliberal que
debería ser adoptada por el gobierno: una, más radical o fundamentalista (al estilo de
Hayek) y, otra, más amena, con preocupaciones sociales (al estilo de Rawls). Como resulta
obvio, la preferencia del gobierno, al menos en principio, recayó sobre la primer posición
en la medida en que lo más importante era la estabilización rápida de los precios y la
defensa del Plan Real, aunque eso tuviera implicaciones (como las tuvo) en la recesión y en
el desempleo.
50 De forma detallada, las siguientes fueron las medidas complementares creadas por FHC en
defensa del Plan Real: “a) mantenimiento del cambio sobrevaluado con relación al dólar y otras monedas, de
forma a estabilizar los precios internos y presionarlos a bajar a través del estímulo a la competencia
consecuencia de la baja de precios de las importaciones; b) preservación y en lo posible ampliación de la
‘abertura comercial’ para reforzar el papel del cambio apreciado en la reducción de los precios de las
importaciones; c) la rebaja de las divisas y abertura comercial permitirían la rápida renovación del parque
industrial instalado y mayor competitividad en las exportaciones; d) política de altos intereses, tanto para
atraer el capital extranjero – mantener un buen nivel en las reservas de cambio y financiar el déficit en las
transacciones de Brasil con el exterior, como para reducir el nivel de actividades económicas internas –
evitando así, que el crecimiento de las importaciones provocase un desequilibrio mayor en las cuentas
externas; e) realización de un ajuste fiscal progresivo, a medio plazo, basado en la recuperación de la carga
tributaria, en el control progresivo de los gastos públicos y en reformas estructurales (previdencia,
administrativa y tributaria) que equilibrasen ‘definitivamente’ las cuentas públicas; f) no ofrecer estímulos
directos para actividades económicas específicas, lo que significa condenar las políticas industriales
sectoriales y como mucho, permitir estímulos horizontales a actividades económicas – exportaciones,
pequeñas empresas etc., mientras el estado debía concentrarse en la preservación de la competencia a través
de la regulación y fiscalización de las actividades productivas, principalmente de los servicios públicos (no
estatales)” (Sallum Jr., 1999: 33).
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El gobierno, creyendo que la estabilidad creada por el Plan Real y las tasas elevadas
de interés constituían condiciones eficientes para atraer capitales extranjeros, ampliamente
disponibles en el mercado mundial, apostó decididamente en es táctica, con la esperanza de
que funcionase como prerrequisito posible al ajuste del sistema económico con bases
productivas. Pero eso no sucedió.
51 En ese discurso, las prioridades sociales – así como los dedos de la mano – eran cinco: salud,
educación, empleo, agricultura y seguridad.
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Esa tendencia se tornó más evidente en el último año del primer mandato de FHC,
en ocasión de los choques externos desencadenados en 1994 por la crisis mejicana y
agudizados en 1997 por la crisis asiática y en 1998, por la moratoria Rusa, que hicieron
sentir los ataques especulativos (fugas de divisas) tendientes a desvalorizar la moneda
nacional. Como forma de reaccionar, el gobierno centró los esfuerzos en mantener la
52 Las recetas del FMI consisten, básicamente, en el desarrollo autosustentado, equilibrio en el gasto
público y recaudación, permanente combate a la inflación y en el principio de las políticas sociales
minimalistas o focalizadas en la pobreza extrema.
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estabilidad del Real, elevando los intereses de sobre manera para mantener la economía
interna desactivada y el equilibrio externo bajo control. Reacción adoptada recurrentemente
hasta el ataque externo decisivo contra el real, en enero de 1999 (durante el segundo
mandato de FHC), ante el cual el gobierno tuvo que capitular: dejó el cambio fluctuante y
desvalorizó el real.
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salario mínimo es calamitosa. Hace seis años que los servidores públicos no reciben
aumento y el salario mínimo continúa desajustado. Las justificativas que el gobierno alega
para mantener el salario mínimo tan bajo (desequilibrio de cuentas de la Previdencia,
activación del consumo, aumento de la inflación etc.) solo sirvieron para confirmar su
reluctancia para combatir la pobreza. Paralelamente, la tan propalada redistribución de
renta de la fase inicial del Plano real, perdió solidez. “El rendimiento medio de las personas
ocupadas viene cayendo a un ritmo creciente desde 1997; entre 1996 y 1998, mientras el
total de ocupados aumentó apenas 3% (datos de PNAD), el número de personas ocupadas
con rendimientos iguales o inferiores a un salario mínimo aumentó casi 13% y aquellos con
remuneración superior a diez salarios mínimos tuvieron una disminución próxima a los
18%. O sea, hay un claro desplazamiento de los trabajadores ocupados para los niveles más
bajos de remuneración” (Mercadante, 2000).
Para agravar esa situación, Estados y municipios, que podrían prestar servicios
sociales públicos de manera más ágil — valiéndose para ese fin de la autonomía que la
Constitución les confiere — están obligados, en nombre de la defensa del Plano Real, del
ajuste fiscal y del equilibrio macroeconómico, a amortizar sus deudas con la Unión,
mediante acuerdos que comprometen entre el 10% y el 15% de sus ingresos líquidos
(Singer, 1999: 39). Asimismo, varios Estados y municipios crearon, de manera autónoma,
programas de renta mínima, con carácter condicional, vinculados a la obligación de que las
familias pobres mantengan sus hijos en la escuela.
Siguiendo esa tendencia (hasta porque tiene raíces liberales), el gobierno federal,
previendo la reelección, también creó su programa de renta mínima en diciembre de 1997,
vinculándolo del mismo modo a la obligatoriedad de la escuela, para retirar de las calles y
“de la práctica condenable del trabajo infantil”, los niños pobres, especialmente en el medio
rural. Pero, de la misma manera que pasó con el Comunidad Solidaria, este programa se
superpuso a sus congéneres ya implantados por Estados y municipios53 y, principalmente,
53 El primer programa de renta mínima en Brasil, fue adoptado en Campinas (SP) en 1994. Desde
ese momento este programa, con la misma denominación u otra y con diferentes criterios de elegibilidad, ha
sido implantado o se estudia la posibilidad, en una decena de Estados y en más de cincuenta municipios.
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al proyecto del Senador Eduardo Suplicy54 del Partido de los Trabajadores (PT-SP), en
tramitación en el Congreso Nacional desde 1991. Además, el programa referido se reveló
altamente selectivo, tanto con relación a los destinatarios como con relación a los gastos
previstos, porque redujo el número de municipios a atender y el monto de recursos a
emplear. Se trata, como expresa un reportaje del diario Folha de São Paulo (1998b), de un
programa de “renta mínima” en el cual los recursos también son “mínimos” y, en
consecuencia, añadimos, mínimos o perversos serán sus resultados. Si no, veamos,
tomando como base el reportaje citado: mientras que el proyecto de Suplicy preveía un
volumen de recursos en el orden de los 3 billones para atender siete millones de familias
pobres durante cinco años, a partir de la aprobación del proyecto, el gobierno federal planeó
gastar como máximo 50% del programa, dejando el resto por cuenta de los municipios
elegidos para este fin, o sea, para aquellos municipios pobres que tuvieran ingresos
tributarios por habitante y renta familiar por habitante inferiores a la media del Estado.
Ahora bien, como en 1999 el gobierno previó gastar apenas R$ 200 millones, eso significa
que si se atiene al valor mínimo del beneficio, que es de R$ 15,00 55, atendería como
máximo 2,2 millones de familias (en un total de 10,3 millones) con renta per cápita inferior
a medio salario mínimo (exigencia del programa). Eso si el municipio arca con el 50% del
valor. En el caso contrario, el programa se volverá más restrictivo, lo que desde nuestro
punto de vista, funcionaría como una “armadilla de la pobreza”.
Con vistas a la reelección, FHC también presentó, en setiembre de 1998, las metas
de su segundo programa de gobierno, hasta 2002. En el lanzamiento del programa admitió
que la miseria en Brasil “es motivo de vergüenza e indignación”, proponiéndose a
combatirla rescatando las más de cinco millones de familias que se encuentran en la
54 El proyecto de Suplicy fue apoyado por el Senado el 16 de setiembre de 1991. Para ser
sancionado por el Presidente de la república debería pasar por la apreciación de la Cámara de Diputados. Pero
en esta el proyecto estuvo desde 1992 hasta 1996 en la Comisión de Finanzas y Tributaciones y fue sustituido
por otro texto de autoría del relator Germano Rigotto. A esa altura, otro proyecto semejante, del Diputado
Nelson Marchezan, fue tramitado en la Cámara y volvió para el Senado y como informe del Senador Lúcio
Alcántara (PSDB-CE) fue finalmente aprobado en la Cámara y sancionado por el Presidente de la República.
55 “El cálculo del beneficio será realizado tomando como base una fórmula que considera el número
total de dependientes menores de 14 años, inclusive los que no están en edad escolar. Para saber cuánto podrá
ganar una familia se deberá multiplicar el número de niños entre 0 y 14 años por R$15,50 y al resultado
restarle la mitad de la renta per capita familiar. Una familia de seis personas (con cuatro niños) y con ingresos
totales de R$ 300,00 (R$ 50,00 per capita) por ejemplo, tendrá derecho a una ayuda de R$ 35,00 (Folha de
São Paulo, 1997).
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calificación de la mano de obra (Informe Anual del World Economic Forum, apud Barbosa
2000). Además, paradójicamente, no existen políticas de satisfacción de necesidades
básicas, fundamentándose en el credo liberal de que las personas deben proveerse a sí
mismas por medio del trabajo, a pesar de que el gobierno no implemente políticas de
mejora de la calidad y de la cantidad de puestos de trabajo..
No solamente la inercia caracteriza la relación del gobierno FHC con los problemas
económicos y sociales del país. Esta relación contiene muchas veces, acciones que
demuestran cuanto el gobierno continua empeñado prioritariamente en proteger el capital
(especialmente el extranjero) a costa del trabajo, sea rebajando el poder de compra y de
consumo del trabajador, sea acabando con los derechos sociales que lo protegían de la
inseguridad social y de los caprichos del Estado y del Mercado.
Por lo tanto, el Brasil del segundo gobierno FHC, adoptó un salario mínimo que no
acompaña ni siquiera los niveles salariales de sus socios del MERCOSUL, porque en
Argentina el mínimo equivale a R$ 376,00, en Uruguay a R$ 338,00 y en Paraguay a R$
263,00.
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salario mínimo (sin explicitar cual), entre enero y abril de 2001, pero con la condición de
que tienen que ser cumplidas las metas fiscales del gobierno.
Otra actitud fue la reciente presentación por parte del gobierno de un proyecto de
flexibilización de la legislación laboral, por el cual los derechos de los trabajadores
garantidos por la Constitución de 1998 (salario mínimo, Fondo de Garantía por Tiempo de
Servicio, seguro de desempleo, vacaciones anuales, aguinaldo, jubilación, licencia por
maternidad etc.) serian flexibilizados (léase: desmantelados), ante el imperativo de bajar los
costos de contratación de mano de obra. Esto, indefectiblemente, conducirá a una mayor
degradación de las condiciones de vida de los trabajadores y a un aumento de la
precariedad del trabajo y de la seguridad social, que ya están debilitados.
Existen, por lo tanto, razones fundadas para creer que en este gobierno, Brasil
asistió no solamente a la destrucción del legado de conquistas institucionales, económicas y
sociales, construido entre los años 30 y 80, sino también a demostraciones flagrantes de la
idiosincrasia gubernamental para con los trabajadores y los más pobres. Es evidente que se
trata de un gobierno antisocial que adhirió al ala más fundamentalista del neoliberalismo,
sin ni siquiera preocuparse con la garantía de un mínimo de protección social, admitido
hasta por el mismo Hayek (el padre del neoliberalismo ortodoxo), en casos de pobreza
crítica.
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de la LOAS) ha sido cada vez más sometido a criterios de elegibilidad rigurosos 56 — que
reeditan en Brasil el principio liberal europeo de la menor elegibilidad inventado en el siglo
XIX.
La forma radical para focalizar los gastos y la cobertura en el campo de las políticas
sociales, ha creado, especialmente en este gobierno, más problemas que soluciones, porque
además de violar derechos adquiridos esta tendencia deja librados al abandono parcelas
considerables de población, que no obstante pobres, no se encuadran en los parámetros de
focalización de pobreza definidos oficialmente. Es obvio que estas parcelas desasistidas
están en situación paupérrima, lo que genera un espiral creciente y diversificado de
discapacidades, aumentando el espectro de la miseria en Brasil. Razón por la cual, las
políticas sociales focalizadas además de transformarse en una “armadilla de la pobreza”,
expresan una crasa irracionalidad gubernamental.
Es verdad, que el gobierno FHC en los últimos años fue forzado por la LOAS a
tematizar sobre la noción de mínimos sociales, — orientado por la necesidad de
reglamentar ese asunto en la citada ley — y a instrumentar la Política de Asistencia Social a
cargo del órgano gestor de esa política en ámbito federal — la Secretaria de Estado de
Asistencia Social (SEAS), del Ministerio de Previsión y Asistencia Social (MPAS). Lo que
sucede es que los pocos esfuerzos emprendidos para definir esos mínimos todavía son
incipientes y experimentales. La mayoría toma la noción de mínimos sociales al pie de la
letra y los relaciona con necesidades sociales elementales, cuya satisfacción es concebida
como atención sectorial conforme la tradicional división en sectores, existente en el campo
de la política social (salud, educación, previdencia etc.). Además, tales esfuerzos, han
56 Como si no fuera suficiente la línea de pobreza oficialmente adoptada para conceder el BPC
(menos de ¼ de salario mínimo familiar per capita) los criterios actuales de elegibilidad para tener acceso al
beneficio son mucho más rigurosos y focalizados que los adoptados en 1996, cuando se creó ese beneficio.
Hoy, como resultado de la revisión del BPC, el demandante es puntuado de acuerdo a indicadores selectivos
constantes de una tabla denominada curiosamente de “Acróstico” social y pericial médico, que contemplan en
la atención aquel con mejor clasificación en la escala (estigmatizadora) de carencias. Eso indica que no
adelantaron en nada las reclamaciones y gestiones de la sociedad para elevar esa línea de pobreza. Las
Conferencias de Asistencia Social realizadas desde 1995 en los diferentes niveles de la Federación, han
insistido en este punto. Sectores intelectuales y políticos han señalado sistemáticamente la perversidad de ese
criterio de elegibilidad. Actualmente, según Ferreira (1999), se están tramitando en la Cámara Federal de
Diputados, diecinueve proyectos de ley que proponen la elevación de ese nivel, sin conseguir que el gobierno
tome cualquier medida positiva. Tal vez sea por eso que el documento que trata de la revisión del BPC
155
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producido los mismos problemas conceptuales indicados en la parte teórica de este libro,
entre los que se destacan: el relativismo en la concepción de necesidades y en la
identificación de necesidades como preferencias, deseos e inclusive compulsiones, lo que
dificulta la definición de políticas públicas y facilita la ingerencia del mercado y de
acciones voluntarias en el proceso de provisión social.
Diríamos, por lo tanto, parafraseando Marx (1978: 18), que la “ausencia de medidas
y las desmedidas pasan a ser la verdadera medida” de las actuales políticas sociales
brasileras focalizadas, que al reducir las necesidades de los pobres “a la más miserable
manutención de la vida física, y su actividad al más abstracto movimiento mecánico”
acaban por hacer creer que el pobre no tiene “ninguna necesidad de actividad ni de gozo y
que esta vida es también vida y modo de existencia humanas”.
considera ese beneficio indigno cuando señala como objetivo de la revisión “la salida digna de la condición de
beneficiario del BPC” (MPAS/SEAS, diciembre de 1999).
57 Uno de los esfuerzos más significativos en ese sentido fue el emprendido por la Fundación de
Desarrollo Administrativo de São Paulo – FUNDAP (1999), en convenio con la SEAS/MPAS. En este
esfuerzo se percibe una tentativa de construcción de una lista de necesidades primarias, catalogadas por
sectores de política social para servir como referencia a una política más amplia de satisfacción de las
necesidades mínimas sectoriales. A pesar de todo, como se trata de una primera aproximación al tema, el
producto de ese esfuerzo, aunque meritorio, presenta los problemas conceptuales mencionados arriba.
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CONSIDERACIONES FINALES
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trabajo que reproduce las sociedades capitalistas avanzadas58. O, mejor dicho, como
expresa Little (1998: 2-3): este grupo, identificado por Gorz como representante de un
socialismo post industrial, defiende la reducción de horas de trabajo para todos como forma
de negar la sociedad productivista contemporánea. Para eso, reivindican alguna forma de
renta garantida como compensación del pago de las horas no trabajadas, para que esas
personas puedan trabajar menos y adquirir, al mismo tiempo, un mayor control sobre su
propio tiempo. Aunque esa medida no puede ser tomada aisladamente, porque puede
contribuir para reproducir el sistema capitalista; debe formar parte de un proyecto político
transgresor del orden vigente, en la medida en que solo así podrá constituirse en una
limitación para el productivismo capitalista y un rechazo a la sociedad de mercado (no
necesariamente al mercado, que deberá ser controlado).
De esa forma autores contemporáneos como Habermas, Gorz, Van Parijs, Offe,
Lodziak, entre otros, al defender la renta garantida como forma de romper el eslabón entre
bienestar y trabajo, acaban por desencadenar una compleja discusión (partiendo de temas
simples), que vienen ganando cuerpo en los medios intelectuales y políticos actuales. A
pesar de todo, en la base de esa discusión existe una categoría clave que debería ser
teóricamente enfrentada. Se trata de las necesidades humanas básicas, cuya satisfacción ha
constituido a través del tiempo, una arena real de conflictos de intereses, inclusive de
clases. Fue en torno de las necesidades humanas — uno de los conceptos más
controvertidos en el campo de la protección social — que algunos de los socialistas post
industriales (Doyal y Gough en particular, seguidos por Plant y Sen, entre otros)
desenvolvieron fecundas análisis, destacando las principales distorsiones en las
concepciones de estas necesidades y en las respuestas dirigidas a ellas en el ámbito de las
sociedades capitalistas avanzadas, que permanecen esclavas del productivismo y del
consumismo. Es en torno de esa categoría, que también desarrollamos el análisis contenido
en este libro, por las razones siguientes: a) porque esa es la categoría que mejor explica la
dinámica de las relaciones de poder en las sociedades capitalistas; b) porque está en la base
de la cuestión social que suscita respuestas políticas; c) porque una vez retrabajada del
58 No forman parte de ese grupo, naturalmente, algunos miembros de la llamada centro izquierda,
como los afiliados al Labour Party, en Gran Bretaña, que formulan programas teniendo en cuenta los
mecanismos del libre mercado.
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punto de vista socialista, esta categoría podrá consistir en el contrapunto que cuestione la
hegemonía actual de las políticas sociales neoliberales / neoconservadoras y contribuir para
la formación de una “cultura de oposición” en el seno del propio capitalismo. Todo
dependerá de la defensa de esa cultura por parte de actores interesados y capaces de
transformar las necesidades sociales básicas en verdaderas cuestiones sociales.
Lo que no significa que la teoría de las necesidades humanas básicas producida por
Doyal y Gough esté exenta de polémicas (intelectuales y políticas) ni que sea fácilmente
aplicable en la medida en que no tiene este carácter. Pero, sin dudas, ofrece una rationale a
partir de la cual es posible repensar las políticas sociales contemporáneas.
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Ético, porque el combate a las inequidades sociales, más que un acto de eficacia
administrativa, constituye una responsabilidad moral que ningún gobierno serio debe
abdicar. Contra el egoísmo inmoral de sacar provecho del hambre, de la miseria, de la
ignorancia, de la falta de perspectivas de millares de personas, debe prevalecer el
sentimiento de que es moralmente condenable no hacer todo para sanar esas calamidades
sociales, Para esto, ante la falta de condiciones básicas para que las personas ejerzan su
humanidad, se debe dar el pescado, la caña de pescar y enseñar a pescar, lo que contraria
el viejo proverbio chino, antes mencionado y acatado por los liberales. Ese es el
sentimiento que elige la justicia social como principal referencia de la política de asistencia
social.
Cívico, porque la política de asistencia social debe tener una vinculación inequívoca
con los derechos de ciudadanía social, buscando, en lo que pueda concretizarlos.
Concretizar derechos sociales significa prestar a la población un conjunto de beneficios y
servicios que les son inherentes y por tanto deber del Estado, como respuesta a sus
necesidades sociales. Siendo así, el derecho que debe ser concretizado por la política de
asistencia es un deber de prestación por parte del Estado al mismo tiempo que un derecho
de crédito, por parte de la población, con relación a lo que les es esencial como garantía de
su cualidad de vida y el pleno ejercicio de su ciudadanía.
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Con base en esas referencias, los actores relacionados con la política de asistencia
social deben redundar los esfuerzos para perfeccionar conceptual y normativamente la
LOAS y resistir contra la actual tendencia que existe en Brasil — en nuestra opinión
irracional y perversa — de priorizar políticas sociales focalizadas, reproductoras de pobreza
extrema.
“Dije y salvé mi alma”. Frase de Marx al final de su crítica a los principios económicos y sociales
lassallianos contenidos en el “Programa de Gotha”.
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