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Jesus Mismo 3
Jesus Mismo 3
de la salvación
Y cuando hablamos de salvación, hay que decir que sólo su presencia salva.
La salvación no nos llega por envío certificado desde el cielo. Jesús no sólo nos
la trae, sino que él ES la salvación. Se trata de tener una relación viva con él.
Necesitamos estar “en Cristo”. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para
los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). “Cristo en nosotros, la esperanza
de gloria” (Colosenses 1:27). Jesús no creó un sistema religioso con reglas que
sean difíciles de cumplir. Él es el Dios de nuestra salvación, no el jefe que nos
obliga a trabajar duramente para él y así obtener la salvación. “Dios es el que en
vosotros produce” (Filipenses 2:13). ¡Sólo Jesús! Él dijo: “Venid a mí … y yo os
haré descansar” (Mateo 11:28).
Jesús núnca dijo que hacía falta tanto trabajo y estrés. Todo lo que tenemos
que hacer es aceptarlo. Sus mandatos son simples: “Venid a mí.” “Cree en mí.”
“Sígueme.”
Mahoma dijo de sí mismo que era un profeta, un mensajero enviado por Alá.
Se dice que el primer mensaje que recibió en la Meca es la esencia del Corán.
Consiste en siete breves líneas. La línea número cinco dice “Enséñanos
el camino recto.” Ningún cristiano necesita orar esta oración. Jesús es el
camino. Cientas de religiones y sectas hablan de sus caminos, así como lo dice
Isaías 53:6: “Cada cual se apartó por su camino.”
El apóstol Pablo que tenía una gran apertura de miras y un gran corazón dijo:
“Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21). Nuestra confianza está en Jesús
mismo, no importa la doctrina que sigamos. Seremos juzgados por lo que Jesús
es, no por el texto de un libro doctrinal. “Todos pecaron, y están destituidos de
la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Los evangelios nos hablan de Jesús, no son libros con indicaciones para
salvarnos a nosotros mismos. Nos enseñan que todo es posible con Jesús.
Encontramos uno de esos ejemplos en Lucas 5:17. Jesús estaba en una casa y “el
poder del Señor estaba con él para sanar”. Nadie fue sanado, pero el poder para
sanar seguía allí. Entonces, un hombre paralítico y sus amigos entraron en la
casa por el tejado para llegar a Jesús. Jesús no le tocó, pero el hombre fue sanado
y sus pecados perdonados. Por dónde andaba Jesús había sanación y esperanza.
Lucas 6:19 nos habla de que Jesús caminaba por la región de Tiro y Sidón y
“poder salía de él y sanaba a todos”.
Hoy en día, los cristianos son bombardeados con cientos de libros, CDs y videos
que enseñan nuevas técnicas de oración y de fe, nuevas revelaciones y teorías
y también revelaciones personales. Pero cuando Jesús hablaba de la fe, hablaba
de algo muy simple: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”
(Juan 11:40). Los grandes cristianos de tiempos pasados eran hombres de una
fe simple, pero no hombres simples. Podemos aprender de su ejemplo espiritual.
Obraban por la clara y simple convicción de que Dios estaba con ellos.
Jesús sabía que la gente no trataba con la mujer, estaba tan pálida con aspecto
enfermo. Había gastado todo su dinero en médicos y ya no podía alimentarse
bien para combatir su anemia. Cuando ella estaba delante de él temblando y
Jesús escuchó su historia no reaccionó con enfado, ni la criticó. La bendijo:
“Hija, tu fe te ha salvado; vé en paz.” (Lucas 8:48). Si ella le contaminó, él la
purificó. Así es Jesús. Siempre.
El nos limpia de nuestra inmundicia y nos da pureza a cambio. “Al que no
conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Plinio el Viejo, un erudito romano que vivía en los tiempos de Jesús, recogió
todo cuanto la gente decía sobre mujeres con flujo de sangre: se les consideraba
una amenaza. Su estado físico podía causar diversas cosas malas como por
ejemplo hacer agrio el vino, causar que los frutos cayeran de los árboles,
destruir colmenas y causar la rabia en los perros. Si una mujer como la de la
historia bíblica tan sólo miraba a un bebé, lo envenenaba. La pobre mujer que
tocó a Jesús sabía todo esto. No nos cuesta nada imaginar lo mal que se debía
de sentir por haber tocado el manto de Jesús.
Los gentiles sabían aún menos de Dios. Pensaban que era un rey de poder
desconocido sin sentimientos, indescriptible e inmutable. Este ser era tan puro
que no era posible que tuviera trato alguno con seres mortales o con el mundo
material. Carecía de pasión y era inalcanzable. El Hijo de Dios, sin embargo,
tomó forma de hombre y, aún siendo Dios, abrazó al ser humano, incluso a los
leprosos. Vemos a Dios tal y como siempre ha sido desde la eternidad, un Dios
lleno de compasión, amor y poder. Cuando la mano temblorosa de una pobre
mujer marginada le tocó, salió a la luz una verdad que cambiaría el mundo:
Dios es amor.
Cuando meditamos sobre esta historia nos damos cuenta de que la verdad más
deslumbrante no era el milagro de la sanación sino que Jesús aceptó a esta
mujer tal y como era y concentró toda su atención divina en ella, un ser humano
quebrantado, degradado, indeseado. El Príncipe de Gloria quería hablar con un
alma olvidada.
Cuando hablamos sobre la presencia de Dios, hablamos sobre la presencia de
Dios entre nosotros, no su presencia que llena los cielos. Su presencia es el cielo.
El hace llegar el cielo a las vidas de personas normales.
Reinhard Bonnke
abril 2011
Español
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