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JOSÉ LUIS DÍEZ RIPOLLÉS
CARLOS MARÍA ROMEO CASABONA
LUIS GRACIA MARTÍN
JUAN FELIPE HIGUERA GUIMERÁ
(E d ito re s)
LA CIENCIA
DEL DERECHO PENAL
ANTE EL NUEVO SIGLO
tecnos
V
ii'
I e d i c i ó n , 2002
Reimpresión, 200.1
C ondicionantes genéticos y responsabilidad penal: ¿hacia un renacim iento de los planteam ien
tos determ inistas Jundamentadores de ¡a cu lp a b ilid a d ? ..................................................................... 93
Jaime Miguel Peris Riera
Posibles obstáculos para la aplicación d e los principios pen ales a l D eivcho adm inistrativo san
cionador ......................................................... ................................................................................................... 173
Diego Silva Fomé
[Vil]
PREVENCIÓN GENERAL POSITIVA Y FUNCIÓN
ÉTICO-SOCIAL DEL DERECHO PENAL
A licia G il G il
Profesora Titular de Derecho Penal
Universidad de Educación a Distancia
I. AGRADECIMIENTOS
II. INTRODUCCION
A
Véase sobre las diferentes concepciones de la prevención general en relacibn con la feoda dcKJos fi
nes de la pena y la teoría del Derecho penal ALASTUKY Dobón, La reparación a ki victim a en el
la s sanciones pen ales, Tirant lo Blanch, Valencia, 2000, págs. 147 ss. \
10 LA CIEN CIA DEL D ER EC H O I’ENAI ANTI El NUEV O O
del orden jurídico vivido en una sociedad, sin referencia alguna al contenido del
mismo. Por último, existe una prevención general positiva entendida como reafirma
ción en el juicio de los ciudadanos de los valores ético-sociales contenidos en las nor
mas (y, por tanto, además jurídicos), asociada a una concepción del Derecho penal
como protector de bienes jurídicos y de sus normas como normas de determinación
y a una concepción unitaria de la pena en la que dicho efecto preventivo general po
sitivo sólo se consigue mediante la previa afirmación del valora través de la imposi
ción de la pena justa (retribución).
En este trabajo vamos a defender esta última concepción de la prevención gene
ral positiva, lo que nos llevará, a su vez, a rechazar la concepción del Derecho penal
que prescinde del fin de protección de bienes jurídicos, a criticar otras concepciones
de la norma distintas a la de determinación de conductas, a la defensa de 1111 concep
to unitario de la pena y a la explicación de que la prevención general positiva no pue
de entenderse sin hacer referencia previa a la pena adecuada a lo injusto y la culpa
bilidad (retribución).
2 C e re z o , C urso de Derecho p en a l español. Parle General. I, Introducción, 5." ed., Tecnos. Madrid,
1996, pág. 13; M liftoz C o n d e /G a rc Ia A rá N , D erecho pena!. Parte genera!, 4." ed., Tirant lo Blanch. Va
lencia, 2000, pág. 65.
3 J a k o b s , Strafrecht, Allgem etner Teil, D ie G rundtagen und d ie Zurechnungslehre, 2. Autl, de Gruyter.
Berlín, 1993, págs. 35-36, margs. 2 y 5 (D erecho penal, Parte general. Fundam entos y teoría d e la im pu
tación. Trad. Cuello Contreras/Serrano González de Murillo, Marcial Pons, Madrid, 1995, págs. 45-46).
* Se ha criticado a la teoría de la prevención general positiva de Ja ko iís que es una concepción con
servadora, tecnocrática, formal, potenciadora de la expansión del Derecho penal, etc. V éanse entre otros
B a r a tta , «Integración-prevención: una «nueva» fundamentación de la pena dentro de la teoría sistémica»,
en CPC, n .° 24, 1984, págs. 533 ss.; G a rc ía P a b lo s D e M o lin a . A ., Tratado d e C rim inología, 2 * ed., T i
rant lo Blanch, Valencia, 1999, págs. 709 ss.; el mismo. D erecho penal. Introducción, Universidad Com
plutense, Madrid, 1995, pág. 93, P érez M a n z a n o , C u lpabilidad y prevención, UAM. Madrid, 1990, págs.
52 ss,, con ulteriores citas y págs. 169 ss. y 254 ss.; S ch ün e m a nn , «Zum Stellenwert...», en P ositive Ge-
neralpravention..., 1998, págs. 121 ss.; el mismo. «Kritische Anmcrkungen zur geistigen Situation der
deutschen Strafrechtswissenschañ», en GA, 1995, págs. 220 ss. (C onsideraciones criticas sobre la situ a
ción espiritu al de la ciencia ju rídico -p en a l alem ana, Trad. de Manuel Caneio, Universidad Externado de
ALICIA (¡II CilL
Colombia, Bogotá, 1996. págs. 46 ss ): H irs c h , «Das Schuldprinzip und seinc Funklion im Strafrecht», en
ZStW , 106, 1994, págs. 752 y ss. («El principio de culpabilidad y su función en Derecho penal», trad. de
Daniel Pastor, en Nueva D octrina Penal. 1996-A), lili contra de estas y otras críticas, con ulterior biblio
grafía véase P e ñ a ra n d a , SuáREZ, C a n c io . Un nuevo sistem a d el Derecho penal: consideraciones sobre
¡a teoría de la imputación d e G íinter Jakobs, Ad Hoc. Buenos Aires, 1999, págs. 29 ss. También Su va , La
expansión d el Derecho penal. Cuadernos Civitas. Madrid. 1999, pág. 90, niega que una concepción fun-
cionalista com o la de Jakobs lleve necesariamente a una expansión del Derecho penal, asi com o que pue
da atribuírsele una orientación ni «reaccionaria» ni estática» ni «conservadora», pues se trata de una d efi
nición formal, y estos adjetivos deberían aplicarse a una concepción material, mientras que ese contenido
material proviene en Jakobs de elementos ajenos a la propia definición. Por otra parte, se ha afirmado
11 a s s e m ir/M u ñ o z C on d e , Introducción a la crim inología y a l D erecho pen al, Tirant lo Blanch, Valen
cia, 1989, pág. 103— que con el sistema de Jakobs el reconocimiento normativo se puede lograr con m e
dios contrarios a los valores ético-sociales. Ello puede ser cierto, y el propio Jakobs lo admite, aunque m
lenta minimizar su importancia afirmando que se trata de describir el Derecho penal de una concreta
sociedad -Jakobs, Sociedad, norm a y persona en una teoría d el Derecho p en al Juncia nal, Universidad
Externado de Colombia, Bogotá, 1996, págs. 26 ss.— , que el concepto de bien jurídico es igualmente lór
mal hasta que se le dota de contenido, y que el análisis de la legitimidad de las normas no es una tarea
jurídico-penal sino política — véase, sobre todo ello, P e ñ a ra n d a /S u á re z /C a n c io , Un nuevo sistem a,
págs. 39 ss. y págs. 51 a 61— .
5 En mi opinión, un concepto de bien jurídico anclado en las concepciones sociales es preferible a un
concepto funcional que sólo puede afirmar que el orden jurídico vivido responde verdaderamente al sis
tema de valores de esa sociedad cuando se trata de un Estado democrático. Sólo en tales casos se podrá
mantener que si un determinado sistema no considera defendible un cierto bien o valor — si considera que
el Estado lo puede vulnerar— es porque el mismo no conforma dicha sociedad, lo que ocurre tanto en un
sistema funcionalista com o en un sistema basado en la protección de bienes jurídicos — tal sociedad no
reconocer esc bien com o bien jurídico o quizá ni tan siquiera com o bien— . Pero mientras el concepto de
bien jurídico hace siempre referencia a estas concepciones de base sociológica, en cambio el sistema fun
cionalista entiende que la función del Derecho penal es el aseguramiento del orden jurídico vivido, aun
cuando lo sea no por compartir los valores que el mism o representa sino únicamente porque la sociedad
ha cedido a la presión de las circunstancias. Unicamente cuando los miembros de la sociedad no viven de
acuerdo con el orden puede decirse que no se trata de una sociedad ni de un orden normativo sino sólo de
una usurpación por parte de sujetos externos. (Sobre todo ello, véase Jakobs, Sobre la teoría d e la pen a,
Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 1998, págs. 30 ss.). Por todo lo dicho no estoy de acuerdo
con D i l a G á n d a ra , A D PC P, 1997, pág. 373, en que una concepción funcionalista sistém ica del Dere
cho. al menos en lo que se refiere al Derecho penal en la construcción de Jakobs, al ser autopoiético y au-
torreferente asegure un nivel de clausura que «hace posible que el Derecho pueda defenderse a sí m is
m o de la injerencia de otros subsistemas sociales [...] liberarse de cuestiones de oportunismo político,
intereses económ icos, desigualdades entre clases sociales, etc.». El sistema penal en Jakobs no es tan au-
torreferente, puesio que su misión es la protección de normas que le vienen dadas y cuyo contenido no
forma ya parte del propio contenido del Derecho penal — se protege la vigencia de la norma, no su con- \
tenido— , está, en si mismo, por tanto, vacio de contenido material y sirve, por consiguiente, para cual- V
quier tipo de sociedad y para la protección de cualquier tipo de normas, incluidas aquellas cuyo conteni- {
do lo decide el oportunismo político, los intereses económ icos o las diferencias de clases — véase, en el
m ism o sentido. G a rc ía P a b lo s Di M o lin a , A., Tratado d e C rim inología, págs. 710, 713 y 714— .Portan-
lo, frente a la respuesta de Ja kob s, de que en ese mism o formalismo incurre cualquier concepción que se
mueva en igual nivel de abstracción, por ejemplo, en su opinión idéntico formalismo presenta la concep
ción de que el Derecho penal protege bienes jurídicos mientras no se determine qué es un bien jurídico en
esa concreta sociedad, opmo, en cambio, que un concepto de bien jurídico de base sociológica introduci
do en la definición de Derecho penal supone sin duda un límite al posible contenido de las normas pena
les cuyo sustitutivo no aparece en el sistema de Jakobs. Véase en el m ismo sentido P e ñ a ra n d a , S u á re z,
C a n c io , Un nur\>o sistem a. .. op. cit., págs. 55 ss. El añadir una justificación material a la definición for
mal del Derecho penal: «las leyes penales son necesarias para el mantenimiento de la forma de la so cie
dad y del Estado» — P G , pág. 44 , 1— no acerca esta concepción a la concepción clásica del bien jurídico,
12 LA CIEN CIA DEL D E R E C H O l’ENAL A N TE EL NU /S I G L O
tanto com o Silva, Expansión, pág. 90, y Peñarand a, op. é/7., pág. 54, creen, desde el momento en que en
el sistema de Jakobs subsiste la legitimación de los delitos que protegen la paz social que unas veces Ja
kobs acepta (argumentando que la vigencia de la norma puede verse dañada por cualquier menoscabo de
la confianza de los afectados y en tales casos se lesiona la paz jurídica — F udam eníos de D erecho p e n a l,
Trad. de C ando Meliá y Peñaranda Ramos, Ad Hoc, Buenos Aires, 1996, págs. 222-223, PG, pág. 59,
marg. 25C’—) y otras la rechaza, para lo cual tiene que acudir de nuevo al criterio extraño a la propia de
finición de Derecho penal del Estado de libertades, un determinado concepto de ciudadano al que corres
ponde un ámbito de organización, etc. — P G r págs. 59 ss.; F undamentos, pág. 189 y págs. 230 ss.— (ía
m ejor prueba de ello es la justificación que hace de la protección del clim a d e respeto al Derecho para
tiempos de crisis de legitimación) y, por o tra parte, la «form a de la Sociedad y el Estado» tío viene defi
nida por los valores de dicha sociedad sino por el orden jurídico efectivamente vivido, aunque sea sopor
tado. De esta manera, estimo que el concepto de bien jurídico ofrece las ventajas de la posibilidad de ex
cluir la legitimidad de leyes que castigan la creación de un clima hostil al Derecho o normas que protegen
un clima de respeto al mismo, e incluso de poder excluir la legitimidad de normas penales que responden
a los intereses particulares de una clase dominante pero no sirven al resto de la sociedad — M u ñ o z C o n
d e /G a rc ía A r á n , PG , pág* 66— , que sin em bargo puede vivir sometida a dichas leyes que constituirían,
por tanto, según Jakobs, el orden jurídico realmente vivido en esa sociedad. Por último, su exigencia de
perturbación externa o «arrogación actual de una organización ajena» (Ja ko b s, «Criminalización...», en
Fundamentos de D erecho p e n a l, Trad. de Caneio Meliá y Peñaranda Ramos, Ad Hoc, Buenos Aires, 1996,
págs* 759 ss.) p ara la delimitación del ámbito de lo punible, q ue en opinión de P e ñ a ra n d a , S u á re z , C a n -
c ío , pág. 59, demuestra la capacidad del planteamiento de Jakobs para distinguir entre normas penales le
gítimas e ilegítimas resultan, en mi opinión, insuficientes para tal fin, pues lo cierto es que el carácter le
gítimo o ilegítimo de la norma se extrae en la construcción de Jakobs de elementos ajenos a la propia
definición del Derecho penal: la concepción del Estado y del ciudadano a 1a que aquella definición se apli
que (también el ámbito propio o ajeno de organización vienen definidos por el m odelo de Estado y de ciu
dadano y no por el propio Derecho penal — F undam entos pág. 186 ss.— ); mientras que, en la concepción
clásica que aquí se mantiene, los límites quedan incorporados a la propia definición del Derecho penal, al
haberse introducido en ésta el concepto de bien jurídico.
6 C e re zo , C urso, 1, pág. 47. Como señala P é rez M a n z a n o , C ulpabilidad, pág. 255, «al prescindir del
bien jurídico carecemos de un criterio para delimitar las conductas punibles, cuantifícar proporcional
mente la respuesta penal a las mismas y del criterio valorativo básico para la legitimación última del D e
recho penal»,
7 Aunque no sea suficiente por sí soio, com o pone de manifiesto S ilv a , L a expansión, pág. 91. De la
misma opinión que la expuesta en el texto, frente a la concepción de Ja kob s, son M u ñ o z C o n d e /G a rc ía
A rán, PG , 4.a ed., pág. 67 y págs. 86 ss. N o comparto, en cambio, la opinión de BACIGALUPO, Principios
de D erecho Penal, Parte. G eneral, Akal, Iure, 4.a ed-, M adrid 1997, pág. 19, de que «en la medida de que
práticamente todo interés, toda finalidad o cualquier función del sistema social se puede considerar un
bien jurídico, la capacidad limitadora del concepto de bien jurídico es, en verdad nula». En su opinión las
limitaciones al ius puniendi no surgen de la reducción del concepto de delito a la protección de bienes ju
rídicos sino de los valores superiores del ordenamiento jurídico que establece el articulo 1 C E: la digni
dad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes y el libre desarrollo de la personalidad.
Estoy de acuerdo- en que el concepto' de bien jurídico es sólo un primer p aso todavía insuficiente para la
limitación del im puniendi, sin embargo, está claro que los límites que encuentra BACIGALUPO lo serán en
todo caso sólo para el tus puniendi del Estado constitucional español y son lím ites externos al propio con
cepto de Derecho penal. Además, desde el momento en que este autor admite que el contenido esencial de
los derechos fundamentales está históricamente condicionado por el sentimiento jurídico de una sociedad
en un momento determinado, dichos límites son tan formales hasta que se ponen en relación con una de
terminada sociedad en un momento histórico com o lo puede ser el concepto de bien jurídico, que no es
cualquier función, finalidad o interés de una sociedad, sino sólo aquellas que una sociedad concreta valora
) ALI CIA G IL G IL 13
como imprescindibles y por ello decide su regulación y protección por el Derecho (e igualmente relativo
es el concepto de dignidad humana o cuáles deben ser los límites al libre desarrollo de la personalidad).
Por otra parte, posteriormente afirma este autor q ue e l principio de culpabilidad, cuyos fundamentos en su
opinión son el derecho al libre desarrollo de la personalidad y la dignidad de la persona, «excluye la legi
timidad de toda p ena que no tenga por presupuesto la culpabilidad del autor y que exceda la gravedad equi
valente a la m ism a» — pág. 108— . Con lo que los límites a los que en principio había aludido operan
realmente a través del principio de culpabilidad, aunque la única relación que establece entre este princi
pio y el de dignidad hum ana es el de evitar el utilitarism o que atentaría contra esta últim a, ¿Cómo se eom -
patibiliza esta afirmación con la opción por un funcionalismo sistémico, cuando precisamente dicho siste
ma se caracteriza por la renuncia a este principio — véanse G a rc ía P a b lo s D e M o lin a , A ., Tratado de
C rim inología, pág. 709; H irs c h , ZStW , 106, 1994, pág, 753; AlaSTUEY Dobón, L a reparación, 2000,
págs. 159 ss.— ? En mi opinión, de ninguna manera. Se trata de un límite ajeno a la construcción funciona-
lista y que en la argumentación de B a c ig a lu p o tampoco parece tener otra fundamentación que la apela
ción al Derecho positivo. Resulta además disfuncional pues obliga a establecer la pena conforme a la me
dida de la culpabilidad por el hecho, es decir* teniendo necesariamente en cuenta la medida de lo injusto
culpable, lo que resulta contradictorio con un sistema en el que los valores superiores del ordenamiento
o los derechos fundamentales m arcan los lím ites del legislador para la creación de las n orm as penales
pero oo integran su contenido, y el objeto de las normas penales es la protección de normáis y no de bienes
— P rincipios, pág; 20— . L a constatación correcta que hace este autor de que la prevención general posi
tiva en el sentido de Jakobs sólo puede afirmar que la estabilización de la norma requiere la aplicación de
una pena pero no puede establecer criterios para determinar la cantidad de pena — pág. 111— no debería
llevar a este autor a introducir un criterio ajeno e incompatible con dicha concepción sino a rechazarla sin
más. Tampoco creo que la teoría de la dañosídad social de A m e lu n g aporte ventajas significativas respecto
de la del bien jurídico — aunque no pretenda sustituirla sino complementarla— , ya que al partir también
de un análisis funcionalista-sistémico desplaza al individuo del núcleo de la definición de lo socialmente
dañoso, y sólo acudiendo a algo externo a la propia construcción jurídico-penal: el Estado social y dem o
crático de Derecho, se puede evitar afectar a la dignidad humana o a los principios liberales de defensa del
individuo en aras de la supervivencia del sistema — véase P é rez M a n z a n o , C ulpabilidad, pág. 48— .
8 Sobre el concepto de bien jurídico por mí defendido, véase G il G il, A ., D erecho p e n a l internacio
nal. E special consideración d e l delito d e genocidio, Tecnos, Madrid, 1999, págs. 34 ss. y 160 ss.
9 Y com o bien ha señalado M u ñ o z C onde, D erecho p e n a l y control s o c ia l Fundación Universitaria
de Jerez, Jerez, 1985, págs. 37 ss., no sólo el ordenamiento jurídico sino también otros mecanismos de
control social, La capacidad del concepto de bien jurídico para limitar por sí solo el arbitrio del legislador
penal es, por tanto, escasa. Por ello la primera premisa es todavía insuficiente para definir el sector del or
denamiento objeto de nuestro estudio, y a ella hay que añadir, com o se hace en la definición propuesta,
que el Derecho penal protege, de los bienes jurídicos cuya suma constituye el orden social creado y pro
tegido por el Derecho, aquellos bienes vitales más importantes frente a las formas más graves de agresión.
Por ello el Derecho penal tiene un carácter fragmentario y además un carácter subsidiario o de ultim a ra
tio , ya que sólo cabe acudir al mism o cuando la protección a ios bienes jurídicos ofrecida por otros secto
res del ordenamiento resulta insuficiente. Véase por todos C e re z o M ir , Curso, I, pág. 19. Rechazo por
tanto la limitación d el concepto de bien jurídico al D erecho penal com o pretende P o la jn o N a v a r re te , E l
bien ju ríd ic o en D erecho penal. Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla, 1974, pág. 270. Y tam
bién la distinción entre bien jurídico y bien jurídico-penal. En la selección d e los bienes jurídicos tutela-
dos por el Derecho penal y en la determinación del ámbito de protección de estos bienes jurídicos de
sempeñan un papel decisivo las concepciones ético-socialcs, jurídicas y políticas dominantes en la
sociedad en un momento determinado — C e re z o M ir , C urso, I, págs. 15 ss.— . En un Estado social y de
mocrático de Derecho que proclama el pluralismo político e ideológico com o uno de sus pilares funda
mentales deberán seleccionarse para la protección penal sólo aquellos bienes jurídicos que sean impres
14 LA CIEN CI A DEL D E R E C H O PE NAL AN TE EL N U EV O SU
cindibles según el consenso social más amplio, evitando no sólo la protección penal de contenidos mora
les, sino también todos aquellos bienes que no tengan la cualidad de imprescindibles para la pacífica con
vivencia social, y en particular aquellos que sirvan únicamente a los intereses de determinados grupos
sociales pero no al resto de la sociedad. Siendo lo ilícito penal y lo ilícito administrativo realidades mate
rialmente idénticas que se diferencian únicamente desde un punto de vista cuantitativo y no cualitativo
— CEREZO Mir, C urso, I, pág. 49— , el legislador deberá tener un especial cuidado al trazar el límite po
sitivo entre uno y otro sector del ordenamiento atendiendo para ello exclusivamente al criterio de grave
dad de las infracciones desde el punto de vista material (desvalor ético-social o cultural) — C e re z o , C ur
so , I, pág. 52— evitando dejarse llevar por otros criterios de carácter práctico que conllevan disfunciones
en el sistema y alteran de forma incomprensible para el ciudadano la valoración que una determinada con
ducta merece, lo que puede producir, o bien un sentimiento de injusticia o una modificación no deseada
de la valoración ético-social de dicha conducta. En nuestro Código penal de 1995 se observa, en cambio,
un cierto abandono por parte del legislador del principio de intervención mínima y una consiguiente ex
pansión del Derecho penal, com o ha puesto de manifiesto S ilv a S á nch e z, J. M., La expansión d e l D ere
cho penal, Cuadernos Civitas, Madrid, 1999. En numerosas ocasiones ello responde, señala S ilv a , a las
transformaciones sufridas en nuestra sociedad en los últimos decenios.
10 C e r e z o M ir, Curso, 1, pág. 15.
11 Como señala H assem er, W e lz e l no pospone la protección de bienes jurídicos com o misión del D e
recho penal, sino que la coloca en un plano más amplio. V éase H a ss e m e r/M u ñ o z C o n d e , Introducción...,
1989, p ág . lÓ l.
12 W e lz e l, D as deutsche Strafrecht, págs. 2 ss.; C e re z o M ir , Curso, I, pág. 15.
13 D as deutsche Strafrecht, 11* ed., pág. 3. D erecho p en al alem án, págs. 12-13.
14 Véanse G racia , B opova , A lastuey , Las consecuencias ju ríd ic a s, 1996, pág. 58; H assem er , In
troducción. pág. 162. Sobre las diferencias entre las distintas concepciones de la prevención general posi
tiva véase infra. La postura de W elzel se diferencia notablemente, en cam bio, de la concepción de J a
kobs , aunque éste también la denomine «prevención general positiva». Asi, el propio J akobs , Sobre la
teoría de la p en a , págs. 32 ss., opina que tanto la prevención general positiva com o la «función ético-so
cial» de W elzel llegan a una configuración demasiado psicologizante, mientras que en su postura la pena
es un proceso de comunicación y por ello su concepto debe estar orientado a la comunicación y no debe
ser fijado con base en los reflejos o las repercusiones psíquicas de la comunicación. La confianza en la
norma es un derivado de la realidad de la sociedad, siendo esto lo único importante. La pena significa la
permanencia de la realidad de la sociedad sin m odificaciones, la permanencia de la realidad normativa sin
modificaciones. Por ello desde su postura la prevención general positiva no debe denominarse prevención
general porque tuviera efectos en gran número de cabezas, sino porque garantiza lo genérico, lo general,
es decir, la configuración de la comunicación, y tam poco se trata de prevención porque se quiera alcanzar
algo a través de la pena, sino porque esta com o marginalización del significado del hecho en sí misma tie
ne com o efecto la vigencia de la norma. (N o me parece acertada, por ello, la interpretación de P érez M an
zano , C ul/tahilidad, pág. 258, que vincula la concepción de J akobs con los efectos psicosociales.) Pero la
ALI CIA GIL GIL 15
diferencia más importante entre las teorías de Wr t ZEt. y Ja kob s y que resulta esen cia l por sus repercu
siones — en contra de la afirmación de H a s s f.m fr, Introducción, pág. 100— , especialm ente respecto a
la proporcionalidad con lo injusto y la culpabilidad, básica para el primero e innecesaria para el segun
do, es que en W e lz e l la pena no es sólo confirmación de la vigencia de una norma — no sólo se le dice
al ciudadano que puede seguir configurando su comportamiento conforme a esta norma y esperando que
los demás también lo hagan porque es la norma vigente sino que se confirma el propio ju icio de va
lor inherente a la norma, es decir, con la pena no sólo se le dice al ciudadano: «tenías razón en pensar
que este comportamiento no es determinante com o m odelo de comportamiento sino que lo determinan
te sigue siendo la norma»— , sino: «tu juicio sobre el desvalor de este acto es correcto». Com o ha d es
tacado B a r a tta , C P C y n.° 24, 1984, pág. 534, citando a L u h m a n n , «Si el Derecho garantiza un grado
indispensable de orientación de la acción y de estabilización de las expectativas, su función resulta, sin
embargo, independiente del contenido esp ecifico de las normas». Mientras que en el sistem a de Jakobs
la pena tendrá que estar en relación con la desorientación creada, es decir, con el peligro de que ese
comportamiento se tome com o determinante, con el grado de perturbación creado a la vigencia de la
norma, en el de W e lz e l, por el contrario, la pena tendrá que estar en relación con la medida del desva
lor del hecho (desvalor de acción y de resultado y medida de la culpabilidad), pues se trata de confir
mar el ju icio de desvalor concreto que e se hecho merece. Com o señala B a r a tta , pág. 541, «En la rigu
rosa visión normativista y antinaturalista que Jakobs desarrolla de los conceptos de la dogmática penal
dejan de existir referentes extrajurídicos a los cuales se pueda tomar com o criterios para una delim ita
ción de la extensión de la respuesta penal (ámbito de tutela) y de su intensidad» Por todo lo dicho no
m e parece correcta la interpretación de H assem f.r, Introducción, págs. 102-103, que identifica el fin del
D erecho penal en Ja kob s, las metas de confirmar la fe en las normas y de que la gente aprenda que la
infracción normativa no es una alternativa de conducta discutible, con los valores ético-sociales de la
actitud interna. Es cierto que la tesis de Jakobs no se opone a la de W e lz e l sino que más bien queda
por debajo de ésta, pero los valores ético-sociales tienen en W e lz e l distintos contenidos, no son la f i
delidad al Derecho en si misma, sino que esta se consigue mediante el reforzamiento de la adhesión a
e so s valores.
15 Y en mi opinión tampoco a la de Jakobs.
16 A sí, por ejemplo, S ilv a , en su Aproxim ación a l D erecho p e n a l contem poráneo, Bosch, Barcelona,
1992, págs. 300 ss., criticaba la «función ético-social» del Derecho penal. También L u z ó n — C urso de D e
recho penal. Parte G eneral, I, Universitas, Madrid, 1996, págs. 68 y ss.— rechaza la idea de una función
ético-social, de defensa y afianzamiento en la sociedad de los valores m orales importantes, la llamada, se
gún él, «fuerza configuradora de costumbres» o «moralizante» del Derecho penal, que poco o nada tiene
que ver con el efecto preventivo general positivo ligado a la función ético -social del Derecho penal de
fendida por W e lz e l. Pero también él ha aceptado una prevención general positiva integradora o estabili-
zadora que opera «reforzando la aceptación de las normas y los valores jurídicos y de su vigencia por los
ciudadanos» — C urso, pág. 6 9 — , a pesar de que en un principio la había rechazado por esconder real
mente el concepto de retribución y por pensar que la pena que es suficiente para la afirmación del Dere
cho y la consiguiente seguridad y confianza de los ciudadanos es la pena preventivo-negativa — M edición
d e la pen a y susú tutivos pen a les, Instituto de Criminología de la Universidad Complutense de Madrid, Ma
drid, 1979, págs. 35 ss.— . Con ello está claro que L u z ó n había obviado que la prevención general positi
va no pretende únicamente que los ciudadanos crean en el funcionamiento del Derecho sino también en
su contenido, es decir, pretende reforzar el propio valor jurídico implícito en la norma y no sólo la vigen
cia de ésta — com o ahora explica L u z ó n correctamente en su C urso, pág. 6 9 — , y por ello es por lo que la
pena debe ser proporcionada al desvalor del hecho, porque se trata de mostrar cuál es la medida del des-
valor del acto y cuál es, por tanto, el valor del acto y su magnitud. Pero tenía razón L u z ó n al decir que la
concepción de R o x in , al partir de la pena justa, parte necesariamente de la pena retributiva, conclusión que
no se entiende aquí com o algo negativo sino lógicamente necesario y racional.
16 LA C IENC IA DEL D E R E C H O PENAL A N 11 I I N U E V O ' .LO
sencadcna la imposición de una pena17. I n lodo caso, al coincidir las normas pena
les con las normas más importantes de la Ética social o del orden político o econó
mico de una sociedad18, es de esperar que la mayoría de los ciudadanos respeten las
normas porque compartan el contenido valioso de las mismas19. I-I Derecho penal, al
prohibir y sancionar conductas informa a los ciudadanos, recordándoles constante
mente o enseñándoles por primera vez lo que se puede hacer y lo que está prohibido
u ordenado para que se mantengan los bienes esenciales de la convivencia social2".
Desde el planteamiento aquí defendido, por supuesto, no se exige la asunción del
contenido de la norma por el ciudadano en su fuero interno, en su ética personal. Al
Derecho penal le basta con el acatamiento externo de las normas aunque sea por mó
viles éticamente reprobables. Por ello mismo, cuando el sujeto comete un hecho de
lictivo tampoco se puede afirmar que se le castigue por la actitud manifestada (re
beldía hacia el Derecho) sino tan sólo por su conducta exteriorizada contraria a la
norma. No se pretende, por tanto, imponer una actitud interna de fidelidad al Dere
cho mediante la amenaza de la pena21, ni tampoco imponer la asunción de los valo
17 W e lz e l, D as D eutsche Strafrecht, 11 .* ed., pág. 2. D erecho p e n a l alem án, págs. 12-13: «Estos va
lores del actuar conforme a Derecho, arraigados en la permanente conciencia jurídica (es decir, no nece
sariamente moral) constituyen el transfondo ético-social positivo de las normas juridico-penalcs [...] el D e
recho sólo tiene que ver con la conducta externa, no con la actitud interna y el ánimo (...] la diferencia
entre Ética y Derecho permanece intangible». En palabras de Armin K a u fm a n n : «el Derecho penal, en la
medida en que existe y es aplicado, crea y fortalece en la mayoría de los ciudadanos una permanente ac
titud interna de fidelidad al Derecho, una actitud legal. N o cabe exigir, en cambio, una actitud moral».
También en contra de que las teorías expuestas confundan Derecho y moral: P e ñ a ra n d a , S u á re z , C a n -
c io , pág. 64; S a n c in e tti, Teoría d el d elito y d isva lo r d e acción. Una investigación sobre las consecuen
cias prá ctica s de un concepto persona! d e ilícito circunscripto a l disvalor de acción , Hammurabi, Buenos
Aires, 1999, págs. 105 ss.; R o x in , Strafrecht. A llgem einer Teil, l, G rundlagen. D e r A u/bau d e r Verbre-
chenslehre, 3 * ed., Verlag C.H. Beck, Munich, 1997, pág. 28, marg. 45.
18 C erezo , Curso, I, pág. 16.
” Como ha destacado recientemente S ilv a , La expansión, pág. 93, «el Derecho penal debe reflejar
el orden social, de modo que su legitimación deriva de la legitimación de las normas cuya vigencia
asegura».
10 Armin K a u fm a n n , «La misión del Derecho penal», en L a reform a d e l D erecho p e n a l, II, ed. y trad.
de Mir Puig, Bellaterra, 1981, pág. 19.
21 Ésta es la crítica que hace a la construcción de W e lz e l, M ir P u ig , E l D erecho p en al en e l E stado
so cia l y dem ocrático d e D erecho, 1994, pág. 138, y a ella se adhiere S ilv a , A proxim ación, pág. 239. En
mi opinión, estos autores no han interpretado correctamente la postura de W e lz e l. Véanse en contra de
esta crítica: R o x in , AT, pág. 28, marg. 45; H assem er, Introducción, pág. 101; S a n c in e tti, Teoría d e l d e
lito y disvalor d e acción, págs. 105 ss. En la concepción que aquí se defiende no se pretende imponer una
actitud de fidelidad al Derecho, com o afirmaron en su día M ir P u ig y S ilv a S á nch e z. Dc todos modos,
en su Tratado M ir ha cambiado la afirmación con la que concluía aquel trabajo en el que criticaba a W e l-
z e l: «no es licito castigar para forjar una conciencia jurídica» — pág. 140— (y que en realidad le impedia
conectar com o quería el principio de proporcionalidad con una prevención general positiva, que tras dicha
afirmación ya no era tal — de la misma manera que la «concepción limitadora de la prevención general
positiva» que S ilv a atribuía a su maestro. A proxim ación, págs. 238 ss., no tiene nada que ver con una pre
vención general positiva, sino con el deseo de poner límites a la prevención intimidatoria que difícilm en
te encuentran apoyo en los fines dc la pena— ), por la aseveración de que «la necesidad misma de la pro
porción se funda ya en la conveniencia de una prevención no sólo intimidadora sino capaz de afirmar
positivamente la vigencia de las normas en la conciencia colectiva» — M ir P u ig , S., D erecho penal. Par
te general, 5.a ed., Barcelona, 1998, pág. 100, marg. 75— . S ilv a en cambio intentó solucionar la cuestión
apelando al «fin de reducción de la violencia estatal» com o fin del Derecho penal junto con el de preve
nir delitos — A proxim ación, págs. 242 ss.— •. Es decir, el Derecho penal tiene el fin de reducir en la mayor
A LICIA G IL GIL 17
medida posible su propia intervención garantizando los derechos individuales del delincuente. Este fin es
contradictorio con los fines utilitaristas de la pena (S ilv a prefiere hablar de una relación dialéctica) y el
Derecho penal no lo realizaría, por tanto, a través de la pena sino a través de determinados principios y
garantías individuales, entre ellos el de proporcionalidad. S ilv a insiste en que ideas com o justicia, pro
porcionalidad, etc., no han de ser concebidas com o funciones sociales sino com o garantías individuales
cuya concreción ha de tener lugar mediante una reflexión filosófico-jurídica. Con ello, en mi opinión. S il
va se aleja de una concepción meramente utilitaria de la pena y pudiera parecer que vuelve a una concep
ción unitaria que aúna prevención y algo muy cercano a la retribución com o idea de justicia no vinculada
con fines sociales sino con valoraciones fi losóf ico-jurídicas independientes de dichos fines Pero en rea
lidad no puede hablarse de retribución porque esa idea de justicia o de proporcionalidad no es esencial a
la pena sino que proviene, en su explicación, del m odelo de Estado, está por tanto desconectada de lu esen
cia de la pena. Sin embargo. S ilv a incluye las garantías individuales com o fin del Derecho penal, entre
otros motivos, porque com o con razón afirma, todo lo que limita cofundamenta pág. 2X1 Pero, si
todo lo que limita coñindamenta, y las garantías individuales limitan no sólo la propia intervención del
Derecho penal, sino también limitan e incluso determinan la medida de la pena, entonces también nece
sariamente cofundamentan la pena, y principios com o el de proporcionalidad ya no pueden ser algo ajeno
a su esencia, derivados únicamente de un determinado modelo de Estado, con lo que necesariamente hay
que volver, en mi opinión, a la idea de retribución.
22 En mi opinión, y en contra de la interpretación de M ir — E l D erecho p e n a l en e l E stado social y
dem ocrático d e D erecho, 1994, pág. 135— , W e lz e l no contrapone la misión de proteger bienes jurídicos
con la de proteger los valores ético-sociales elementales. Lo que W e lz e l contrapone es la protección ac
tual del bien jurídico concreto lesionado con la protección de la vigencia de los valores de acto que es la
manera de asegurar el respeto por los bienes jurídicos y, por tanto, sigue siendo protección de bienes jurí
dicos, pero con una vocación duradera y eficaz. Por eso dice que «Asegurar el respeto por los bienes ju
rídicos (es decir, la vigencia de los valores de acto) es más importante que lograr un efecto positivo en el
caso particular actual» y que «más importante que la protección de concretos bienes jurídicos aislados es
la misión de asegurar la vigencia real (observancia) de los valores de acto» — pág. 3— , porque estos últi
m os garantizan la protección duradera y no sólo actual de los bienes jurídicos, y por ello puede seguida
mente afirmar que «la misión del Derecho penal es la protección de bienes jurídicos mediante la protec
ción de los elementales valores de acción ético-sociales». Véase en el mismo sentido la respuesta de
H assem er, Introducción, pág. 101, a la crítica del contenido excesivamente ético que se atribuye a la con
cepción del Derecho penal de W e lz e l. Como ha visto acertadamente este autor «Welzel no pospone la
protección de bienes jurídicos com o misión del Derecho penal, sino que la coloca en un plano más am
plio, y concretamente, en un plano social [...] Lo que Welzel teme es [...] que con la preponderancia del
principio de protección de bienes jurídicos se produzca una especie de cuantificación utilitarista del gra
do de dañosidad social y una funeionalización de valores fundamentales que no pueden ser concebidos
desde un punto de vista puramente cuantitativo La crítica de Welzel está, por tanto, justificada y no
supone en modo alguno el abandono del principio de protección de bienes jurídicos (...] La vigencia de
los valores ético-sociales de la actitud interna es la condición de posibilidad de la protección de los bienes
jurídicos». Por tanto, com o se ve, la protección de bienes jurídicos no se pierde nunca de vista, tampoco
en el sistema de W e lz e l. Como ha señalado H assem er, Introducción, pág. 102, «El bien jurídico es, pues,
el ojo de la aguja por el que tienen que pasar los valores de la acción». Véase en el mismo sentido S a n ci-
n e t ti. Teoría d e l delito y disvalor d e acción, págs. 105 ss.
23 W e lz e l, Das deutsche . op. cit., pág. 3; C e re z o , C urso, I, pág. 15; Je sciib C k/W e io e n d, lehrbuch
des Strafrechts, AT, 5., A u f, Berlín, Dunker & Humblot, 1996, págs. 4 ss.
18 l.A CIE N C IA D E L D E R E C H O PE N AL A NTE EL N U EV O SI(,I .
les por el contenido valioso de las mismas24. Las normas del Derecho penal en pri
mer lugar, por tanto, y después la pena, intentarán fomentar o reafirmar (no imponer)
en el sujeto una asimilación de los valores ctico-sociales subyacentes a las mismas,
como mejor forma de proteger los bienes jurídicos25. Resulta evidente que la mejor
forma de proteger el bien jurídico vida no es recurriendo al miedo que pueda infun
dir la amenaza penal de su lesión, sino consiguiendo que los ciudadanos compartan
el valor ético y jurídico del respeto a la vida, y es también evidente que la mayoría
de las personas se abstienen de matar no por la amenaza de la pena sino porque com
parten ese valor y asumen el deber jurídico de no matar26. Que los ciudadanos asu
man esos valores es un deseo del Derecho penal porque garantiza el éxito de su tarea,
pero no se puede imponer, y de hecho W e l z e l advierte que la función ético-social,
sólo es posible con las personas capaces de vinculación ético-social y en ellos la ad
hesión a los valores de acto no se busca mediante la amenaza de la pena (no sería una
adhesión sino una sumisión) sino garantizando la seguridad y permanencia de su ju i
cio ético-social y sólo secundariamente mediante la aplicación de la pena27. Frente a
aquellos delincuentes que por el contrario no participan de los valores ético-sociales,
el Derecho penal no pretende la imposición de la adhesión a dichos valores por la
fuerza — ello es imposible, no es ésta la forma de proteger los bienes jurídicos— ,
sino que podrá ejercer únicamente su función preventiva negativa. Aquí el Derecho
penal ya no tiene una función ético-social sino meramente preventiva y asegurativa,
ésa es la única manera de proteger en estos casos los bienes jurídicos.
La concepción que aquí se defiende, permite además explicar lo injusto como la
suma de desvalor de acción y desvalor de resultado, pudiendo faltar el último cuan
do se castigan injustos parciales, pero nunca el primero, pues, como ha señalado J e s
c h e c k 28, los juicios de valor que subyacen a las normas jurídico-penales no se refie
ren sólo a los bienes jurídicos que se desea proteger, sino también a la cualidad de las
acciones humanas que vulneran la pretensión de respeto que se deduce del bien jurí
dico, pero, como ya he explicado y también J e s c h e c k destaca, tampoco puede en
tenderse que el Derecho penal proteja únicamente los valores ético-sociales de acción
sino que dicha protección viene condicionada y limitada por la de protección de bie
nes jurídicos (y viceversa), pues de lo contrario lo injusto se agotaría en el desvalor
Entre la pena y el resto de sanciones del ordenamiento jurídico sólo existen dife
rencias cuantitativas, pues, como ya he señalado, la función de protección de bienes
jurídicos corresponde a todos los sectores del ordenamiento jurídico, y entre lo ilíci
to penal y el resto de los sectores del ordenamiento jurídico no exisien diferencias
materiales sino meramente cuantitativas29. Por tanto, tampoco la función preventiva
es monopolio de la pena, sino característica de toda reacción jurídica frente a lo in
justo. Incluso la prevención general positiva es un fin compartido por toda reacción
jurídica contra lo injusto que, por tanto, no puede por sí sola justificar la elección de
la pena frente a otras formas distintas de sanción jurídica. La elección de una u otra
sanción no es sino producto de una decisión político-criminal basada en unos juicios
de valor. Por ello debe ser la teoría de lo injusto la que establezca las condiciones ba jo
las cuales un determinado hecho puede ser calificado de punible. El reconocimiento
de la gravedad de lo injusto implícito en el principio de culpabilidad, com o funda
mento y límite de la pena no puede explicarse, en mi opinión, como se ha pretendi
do, aludiendo de forma exclusiva a los fines preventivos de la pena, aunque en ellos
se incluya la prevención general positiva. Com o ya he señalado, mantengo una teo
ría unitaria de la pena, en la que la misma tiene su fundamento tanto en el delito co
metido (retribución) como en la finalidad de evitar la comisión de delitos en el futu
ro (prevención), pues estimo que este último fin por sí solo no puede responder a las
necesidades de proporcionalidad ni cumplir adecuadamente los fines limitadores que
en la construcción por mí seguida se atribuyen al principio de culpabilidadi,J. Así, por
ejemplo, cuando M ir P u i g , proclama que la exigencia de proporcionalidad supone un
límite a la prevención general intimidatoria intentando conectar la misma con la pre
vención general positiva tiene que acudir necesariamente a un concepto externo al de
pura reafirmación de la vigencia de la norma, cual es el propio contenido valorativo
de las normas. Para M ir Puig dc la exigencia de proporcionalidad no se deriva la va
lidez de la teoría retributiva, sino que se trata de un límite de la función punitiva y
como tal límite no puede fundamentar dicha función. En su opinión la exigencia dc
proporcionalidad supone un límite a la prevención general intimidatoria, pues tic lo
contrario se castigarían con graves penas los hechos menos graves que no se ven obs
taculizados por fuertes barreras en la moral social, mientras que los hechos reputa
dos más graves por la sociedad deberían .ser objeto de penas dc mínima cuantía por
que su gravedad, socialmente sancionada, constituye un eficaz freno que hace mucho
menos necesario el recurso a la pena estatal, pero todo esto llevaría a contradecir las
valoraciones sociales y por ello hay que limitar la prevención general mediante el cri
terio de proporcionalidad. Pero hasta aquí no se ha dicho nada del porqué la pena
debe respetar las valoraciones sociales del hecho. Tan sólo se ha conectado con ¡a
prevención general positiva al exigir que la función preventiva se intente no sólo por
el miedo a la pena sino también por una razonable afirmación del Derecho que su
pone la limitación de esa prevención mediante una serie de principios que rigen el
Derecho en un Estado social y democrático de Derecho. Más adelante explica M i r
que entiende la prevención general positiva como un concepto superior capaz de con
ciliar las exigencias antitéticas de la retribución, la prevención general y la preven
ción especial31. Posteriormente, afirma que «la necesidad misma de la proporción se
funda ya en la conveniencia de una prevención no sólo inti mi dadora sino capaz de
afirmar positivamente la vigencia de las normas en la conciencia colectiva (preven
ción general positiva). Esta afirmación de las normas aconseja apoyar con mayor
pena las más importantes que las que lo son menos, con objeto de evitar que aqué
llas se devalúen»32. También alega33 que en un Estado democrático de Derecho la
pena debe ser proporcionada a la «nocividad social» del ataque al bien jurídico. En
su opinión una pena que contradijera la significación social del hecho no podría con
citar el consenso social que exige una prevención general positiva, ni resultaría ad
misible en un Derecho democrático. Esta argumentación exige, en mi opinión, en
tender la prevención general positiva no únicamente como la función de afirm ar la
vigencia de la norma, como la entiende J a k o b s 34, ni tampoco en un sentido más psi
cológico, como pudieran entenderla, por ejemplo, R o x i n 3 í, A c h e n b a c h 36 o R u d o l -
p i h 17, sino también como confirmación del juicio de valor concreto que el hecho m e
rece en la sociedad y que se recoge en la norma. La mera reafirmación de la vigencia
de las normas, ni tal y como la entiende J a k o b s , ni tampoco en un sentido psicoló
gico, puede conectarse con el contenido valorativo de la misma. Como el propio M i r
ha reconocido previamente, la infracción de las normas más importantes está ya so
cialmente sancionada, luego también necesitará de menores esfuerzos para reafirmar
su vigencia, dado que está más implantada en las conciencias individuales como de-
ber por su propio contenido valioso. Sólo si se presta atención no sólo a la vigencia
de la norma sino al propio contenido valorativo de la misma es válido el argumento
de la proporcionalidad entre la pena y la importancia de la norma infringida, porque
entonces no se trata ya sólo de afirmar la vigencia de esa norma sino de confirmar
el juicio de valor inherente a la misma. Pero este concepto de proporcionalidad no va
unido a la prevención general positiva en el sentido de J a k o b s ni en el de R o x i n , sino
en el sentido de W k l z e l , en el que la pena debe apoyar el efecto motivador de la nor
ma reforzando los valores ético-sociales38. Una concepción de la prevención general
positiva que busque no sólo la reafirmación de la vigencia de la norma, sino también
la conformidad con el juicio social del hecho, exige que la pena confirm e el juicio
de valor concreto que el hecho merece en la sociedad y que se recoge en la norma
—-si se trata de confirmar la valoración subyacente a la norma no estamos ya ante la
mera significación social sino ante la significación jurídica del hecho— . Pero esa va
loración jurídica del hecho no nos la da, corno hemos dicho, el fin de la pena, sino la
teoría del delito, por lo que, aunque M ir Purc; intente eludirlo, tiene necesariamente
que volver, para fundamentar la pena, a la teoría del delito y en definitiva, como aquí
se defiende, a la pena ajustada a la gravedad del hecho y de la culpabilidad, es decir,
a la pena justa, la pena retributiva59.
Armin K a u f m a n n 40 ya advirtió que de la idea de prevención general positiva, tal
y como generalmente ésta se entiende no se puede deducir la determinación de una
pena en el caso concreto. Ello es cierto si se pretende ver únicamente el fin preven
tivo de la realidad descrita, es decir, si se afirma que la pena es reafirmación del or
denamiento jurídico en el sentido de afirmación de la vigencia de las normas. En
cambio, si con afirmación del ordenamiento jurídico se hace referencia también a la
reafirmación del contenido de las normas, o, dicho en palabras de W e l z e l 41, a la re
afirmación de los valores de acto ético-sociales que constituyen el trasfondo de las
normas jurídico-penales, entonces sí que se puede fundamentar adecuadamente la
proporcionalidad de la pena a la infracción de la norma, es decir, a la inobservancia
de esos valores fundamentales del actuar jurídico manifestada efectivamente (el des
valor de acción y el desvalor de resultado). ¿Se puede llamar a esta función de la pena
prevención general positiva? En mi opinión habría que separar dos aspectos de la
misma: en cuanto reafirmación del ordenamiento (no sólo de la vigencia de la norma
sino de las valoraciones que son trasfondo de las normas: los valores ético-sociales
dan lugar a deberes ético-sociales42), la pena es retribución, es decir, la reafirmación
concreta del valor de acto que supone la aplicación de la pena justa es retribución43.
311 A rm in K a u fm a n n , «La misión del Derecho penal», 1981, pág. 19, atribuía tres fines a la preven-
eión general que identificaba con la función ético-social de W elzel : una función inform ativa de lo que
está prohibido y de lo que es obligado hacer; la m isión de reforzar y m antener la co nfianza en la capaci
dad del orden jurídico de p erm an ecer e imponerse y la tarea de crear y fortalecer en la m ayoría de los ciu
dadanos una actitud de respeto p o r el D erecho — no una actitud m oral— .
39 W elzel , D as deutscke Strafrecht, págs, 7 y 238; A rm in Kaufmann , «La m isión...», op. cit.,
pág. 20; G ra c ia M artín , Las consecuencias, pág. 59.
40 «La m isión..,», op. cit., pág. 19.
Das Deutsche Strafrecht, !I ed., pág. 2 , Derecho penal alemán>p á g . 12 ,
42 D a s D eutsche Strafrecht, pág. 5.
43 De la m ism a opinión, A la s tijf .y D obón, La reparación, 2000, págs. 149-150,
22 LA CI EN C IA DEL D E R E C H O lJl-NAL AN'I /■ lil. N U LV O S. ... O
sionan un mismo bien jurídico — por ejemplo, la vida— habría que sancionar con mayor pena aquellas
cuya frecuencia sea mayor, si se atiende a las exigencias de la prevención general». Pero si se quiere man
tener los valores vigentes, entonces la pena ya no tiene un fin exclusivamente preventivo, sino que. como
se ha explicado, es retribución.
47 E stu dios, págs. 70-71.
48 C om o ha señalado C e re z o M ir , Curso, 111, págs. 30 ss., una pena basada exclusivam ente en las nc
cesidades preventivas penaría más los d e lito s más frecuentes y se subvertirían las valoraciones sociales ac
tualm ente vigentes. Tam bién Jakobs, PG , págs. 27 ss., m arg. 29 ss.. ha puesto de m a n ifie s to que una teo
ría preventiva exclusivam ente in tim id a to ria no puede tener en cuenta para el esta b le cim ie n to de la pena el
daño so cia l del hecho. Igu a lm e n te señala S ilv a S á nch e z, A proxim ación, págs. 279 ss., que basta lija rs e
en algunos procesos de in c rim in a c ió n para percatarse de que la vuln e ració n de la p ro p o rc io n a lid a d en
e fe cto , sirv e en ocasiones para pote ncia r los efectos in tim id a to rio s .
40 C e re z o M ir , C urso, III. págs. 28 ss.
50 C u lpabilidad y prevención, págs. 147 ss.
51 G ra c ia M a r tín , A D P C P , 1993, 2, XXXVII. 554.
52 E studios, págs. 57 ss.
55 Com o ha señalado G ra c ia M a r tín , A D PC P, 1993, 2, XXXV11, 555, «La necesidad de prevención
e s algo que nada o muy poco tiene que ver con la importancia del bien jurídico, pues depende de factores
ajenos a ésta».
54 C om o señaló Armin Kaufm ann, «La misión...», op. cit., pág. 1 1, «Al hecho antijurídico se le vin
cula una sanción que encierra — y que precisamente ha de encerrar— un mal para su autor; ya la pura cen
sura que implica el pronunciamiento de la condena supone infligir un mal. Si es que las palabras tienen
algún significado ello es retribución (...J. Añadamos que la gravedad de la reacción debe ser adecuada a
la entidad del injusto y de la culpabilidad, y estaremos ante la retribución justa; estaremos ante el princi
p io de culpabilidad: no hay pena sin culpabilidad; la pena no debe, por lo menos, rebasar la medida de la
culpabilidad. N o es pues de extrañar que anteriormente la expresión “retribución” pareciese evidente [...|.
Únicamente a partir de la idea de la reacción justa al obrar antijurídico del que es responsable su autor
com o persona [...] cabe hallar la justificación ética de la pena com o injerencia en la esfera de la persona.
Para la justificación de la pena, o más modernamente, para su legitimación, la idea de la retribución jus
ta resulta imprescindible». Pero esto no es la llamada teoría de la retribución «pura» ya que la misma exi
giría invertir el principio de culpabilidad: «siempre que haya injusto y culpabilidad habrá pena». K a u f-
m ann afirma que en realidad tal concepción «pura» no ha tenido nunca ningún adepto, aunque tampoco
sería irracional com o se ha dicho — pág. 12— . Y en palabras de W e lz e l: «Las teorías de la prevención
general ven el efecto principal de la pena, y con ello su función principal, en el influjo psicológico sobre
la colectividad para la contención del delito (intimidación); ahora bien, en la medida en que, a propósito
24 LA CIENCIA DfcL IM RIX'HO IM N A L A N l l I I Nlll-.Vv .¡IX)
un requisito necesario para el adecuado efecto prevenlivo, es algo claro desde las pri
meras concepciones utilitarias55, pero ello no permite sustituir los juicios de valor so
bre los que se fundamenta esa proporcionalidad (la teoría del delito) por el carácter
útil que la proporcionalidad proporciona, pues del carácter útil o eficaz no se pueden
deducir los juicios de valor previos cuyo respeto asegura esa utilidad''6. Ni la pena
proporcionada a la gravedad de lo injusto, ni la pena limitada por el principio de cul
pabilidad puede explicarse, por tanto, sin partir de la pena retributiva. Por ello tam
poco me parece defendible la postura de R o x i n , quien pretende que el principio de
culpabilidad es un límite a la medida de la pena, pero ello no guarda ninguna relación
con la retribución sino que dicho principio tiene una función liberal de protección de
la libertad de los ciudadanos57. Y considera además que el sentimiento de justicia.
de este influjo se piense en la conform ación y fortalecim iento del juicio ético, se trata de un efecto de la
retribución ju sta y sólo de la retribución ju sta » — Das deutsche Satrafrecht, 1 1.a ed., págs. 2 4 1-242— .
ss C e r e z o , Curso, I, pág. 27.
56 Así también, Armin K a u fm a n n , «La misión...», op. cit., pág. 20. En sentido similar. S ilv a, Aproxi
mación, págs. 236 ss.
57 AT, pág. 59, marg. 48. En un sentido sim ilar explica S c h ü n e m a n n , «Zum Stellenw ert...», en Posi-
tive Generalpravenlion, 1998, págs. 115 ss., q ue la legitim ación de la pena se encuentra en la reprochabi-
lidad individual del hecho antijurídico, pero un m al no debe ser inflingido p o r el sim ple hecho de q ue ex is
ta una legitim ación para ello, pues entonces esa legitim ación no tiene ningún fin y con ello tam poco
ninguna razón. En una sociedad secularizada cada acto estatal debe perseguir un fin que, en el caso de la
pena, es la protección de bienes ju ríd ico s y con ello la evitación de delitos. Pero a pesar de haber legiti
m ado la pena en el principio de culpabilidad define su fin com o la prevención general intiniidatoria (An-
drohun^s^eneralprávention) y rechaza tanto la prevención general positiva com o la pena retributiva.
S c h ü n e m a n n cree poder legitim ar la pena en el principio de culpabilidad sin acudir a la pena retributiva
con el argum ento de que es la culpabilidad del autor, la reprochabilidad, la evitabilidad ontológica del d e
lito de la que gozaba en el m om ento de la am enaza penal, la que perm itía a la norm a acom pañada de la
am enaza de la pena ejercer su efecto m otivador y del m ism o m odo la prevención general am enazante exi
ge libertad de la voluntad. Pero ello sólo nos diría que no hay pena sin culpabilidad y que la p ena se legi
tim a en la culpabilidad (aunque en mi opinión ni siquiera en este punto el argum ento — tam bién aducido
por R u d o lp h l ElJin..., págs. 83-84— e s correcto, pues para la afirm ación de la culpabilidad y d e la m o
lí vabilidad por la norm a no es necesario en absoluto el conocim iento de la pena, por lo que no veo la re
lación con esta últim a). Sin em bargo, el principio de culpabilidad va m ás allá y establece que la m edida
de la pena no d eb e rebasar la m edida de la culpabilidad — C e re z o , Curso, III, pág. 16— , y para quienes
entendem os la culpabilidad com o reprochabilidad del hecho típico y antijurídico, y no com o m era atri-
buibilidad, ese ju ic io de reproche incorpora el ju ic io de desvalor de lo injusto, co n lo qu e no se puede a fir
mar, com o lo hacen M ir Puig, PG, 5.a ed., pág. 100, y A g u a d o C o r r e a , El principio de proporcionalidad
en Derecho penal, Edersa, Madrid, 1999, pág. 310, que «la culpabilidad nada dice acerca de la gravedad
del injusto, ni por tanto qu e la pena deba adecuarse a la m ism a», sino que por el contrario el principio de
culpabilidad exige que se responda únicam ente en la m edida de lo injusto culpable, y tam poco puede a fir
marse que en el m om ento legislativo el principio de proporcionalidad y el de culpabilidad se p u eden d is
tinguir con cierta facilidad y se com plem entan», y a que el m arco penal establecido por el legislador es
el que corresponde al injusto culpable. Según esta concepción com o ya explicó A rm in K a u fm a n n , Imu -
ge-Fs, págs. 31 ss., el principio d e proporcionalidad sería contenido del de culpabilidad, de m odo que este
últim o no se puede sustituir p or aquél. S c h ü n e m a n n no pretende prescindir de la proporcionalidad entre
la pena y el hecho — pág. 120— , pero sólo si se tiene en cuenta la m edida de lo injusto culpable se p u e
de establecer una pena proporcionada a la m edida de la culpabilidad. Para determ in ar la m edida de la pena
no basta, p or tanto, con co no cer que el sujeto era libre para decidirse en favor de la norm a — p o r eso para
S c h ü n e m a n n , El sistema m o d e r n o págs. 172 y 178, el principio de culpabilidad es sólo com plem ento
de legitim ación y lim itación de la pena, m ientras que su fundam ento lo constituye la prevención— sino
que hay que tener tam bién en cuenta la m edida de lo injusto y ello ya no se deriva de la parte del princi
pio de culpabilidad que sirve a la argum entación de S c h ü n e m a n n , sino qu e exige, de nuevo, otra argu-
ALICIA GIL GIL
q u e t i e n e s i g n i f i c a d o i m p o r t a n t e e n l a e s t a b i l i z a c i ó n d e la c o n c i e n c i a j u r í d i c a d e la
c o l e c t i v i d a d s u p o n e q u e n a d i e d e b e s e r c a s t i g a d o c o n m a y o r d u r e z a d e la q u e m e r e
c e , y « m e r e c i d a » e s s ó l o l a p e n a c o r r e s p o n d i e n t e a l a c u l p a b i l i d a d ' 11. R o x i n e s t á u t i
l i z a n d o a q u i i n c l u s o e x p r e s i o n e s r e t r i b u c i o n i s t a s : la p e n a « m e r e c i d a » , la p e n a ju s ta ,
la p e n a a c o r d e c o n la m e d i d a d e l o i n j u s t o y d e la c u l p a b i l i d a d , q u e e s la ú n i c a c a p a z
d e e s t a b i l i z a r l a c o n c i e n c i a j u r í d i c a , e s l a q u e a q u í l l a m a m o s p e n a r e t r i b u t i v a ' ' ’.
La retribución significa hoy que la pena debe ser equivalente a lo injusto culpa
ble, conforme al principio de la justicia distributiva (guia peccatum est). En conse
cuencia, la retribución no tiene nada que ver con la venganza, los sentimientos sote
rrados de odio y las reprimidas querencias agresivas de la sociedad, sino que es un
principio limitativo. Según la idea de retribución el hecho cometido opera como fun
damento y límite de la pena, debiendo ésta adecuarse al grado de injusto y de culpa
bilidad o, en otras palabras, haber sido merecida tanto en su clase como en su cuan
tía (principio de culpabilidad)60.
m entación, y esta es, en m i o p in ió n , la de que la pena tiene tam bién su fundam ento en el d e lito co m etid o
— com o a dm itía el p ro p io S c h ü n fm a n n en El sistem a m oderno.... op. cit.. págs. 173 y 176 y en este
sentido, aunque este a uto r no lo reconozca, se trata de una pena re trib u tiv a y r.o preventiva, com o él pre
tende.
5* AT, pág. 60, m arg. 59, Véase tam bién C ulpabilidad y prevención en D erecho penal, Trad. de M u
ñ oz C onde, Reus, M a drid , 1981. págs. 181 ss.: «la pena adecuada a la cu lp a b ilid a d . . es ante to d o un ins
tru n ie n to de prevención general: la paz ju ríd ic a y la v ig e n cia de las norm as, se aseguran, en o p in ió n del
leg isla d o r, del m e jo r m odo, haciendo de la cu lp a b ilid a d del a u to r «fundam ento de la d ete rm in a ció n de la
pena [...], ya que una p ro p o rcio n a lid ad sentida com o ju s ta entre cu lp a b ilid a d y pena p ro p o rcio n a a la co n
dena la p o sib ilid a d de un consenso en la com unidad ju ríd ic a y le asegura la autoridad, que es sumamente
ú til para el m antenim iento del ordenam iento ju ríd ic o » , y añade: «la m agnitud de la c u lp a b ilid a d m ism a
viene in flu id a ya p o r la prevención general, ya que, al depender de m odo relevante de la gravedad de la
lesió n del bien ju ríd ic o que, p o r su parte, se basa en el va lo r que esc bien ju ríd ic o tiene para la sociedad,
el interés preventivo se convierte directam ente en un fa cto r determ inante de la m agnitud de la c u lp a b ili
dad». En m i o p in ió n queda claro en este párrafo el fa llo ló g ico de la argum entación de R o x in que la con
vie rte en c ircu la r, pues para escapar de la pena re trib u tiva y de la necesidad de fundam entar la m edida de
la pena en la m edida de lo in ju sto acaba d e fin ie n d o com o interés preventivo general el interés que la so
ciedad tiene en proteger un determ inado bien ju ríd ic o p o r el v a lo r que otorga al m ism o, lo que n i es cie r
to — las necesidades preventivas llevarían a castigar con más pena los d e lito s más frecuentes y no necesa
riam ente los más graves: C e re z o , Curso, I, pág. 28 — n i se puede e xp lic a r tam poco m ediante el concepto
de prevención general integradora com o fo rta le cim ie n to de la co nciencia ju ríd ic a a través de la satis
fa cció n del se ntim ie nto ju ríd ic o , pues el v a lo r del bien ju ríd ic o y la gravedad de su lesión son desde el
pun to de vista ló g ic o valoraciones necesariam ente anteriores al efecto de p a c ifica c ió n y éste presupone la
pena ajustada a aquéllas, m edida que, p or tanto, tam bién es previa e independiente al p o ste rio r efecto de
sa tisfa cció n o p a cific a ció n . — L o m ism o es predicable de la p osición de A ch e n b a ch , véase supra la nota
36— . D e lo co ntrario , si se entiende que la pena p a cifica d o ra es la que la sociedad reclam a en cada caso
concreto, sin referencia p or tanto a unos ju ic io s de va lo r generales y previos sobre la gravedad del hecho
y la m edida de la cu lp a b ilid a d , que han sido recogidos en la norm a y en la pena (p o r tanto, re trib u tiv a ), se
puede c ritic a r al concepto de prevención general de integ ra ció n de R o xin , que al basarse en las exigencias
sociales, y no en los valores ju ríd ic o s , la a firm a ció n de que la pena ajustada a la m edida de la c u lp a b ili
dad tiene efectos preventivos generales (de p a cifica c ió n de la co nciencia ju ríd ic a general) es una a firm a
ció n no su ficie n te m e nte dem ostrada, además de que se trataría de una im putación social de cu lp a b ilid a d
que no tiene por qué c o in c id ir con la ju ríd ic a sino que depende de m ecanism os s o cio -p sico lóg ico s irra
cionales. Véase sobre e llo P é rez M a n z a n o , C ulptibilidad. págs. 200-201, 252-253, 273, y de acuerdo con
la idea de que R o xin parte sin d e c irlo de la pena re trib u tiva , véase la pág. 266.
V éase la interesante crítica a la posición de R o xin de ALASTUEY D o b ó n , La reparación. 2000,
págs. 174 ss.
60 J e s c h e c k / W e ig e n d , AT, pág. 66.
26 LA C IE N C IA DEL D E R E C H O PEN AL A N TE EL N U EV O SIO.
v e n c i ó n g e n e r a l p o s i t i v a » a s i e n t e n d i d a c o n la p r e v e n c i ó n e s p e c i a l c o m o t e o r í a s u b
s id ia r i a . S i n e m b a r g o , a l q u e r e r l im it a r la f u n c i ó n d e la p e n a a l r e s t a b l e c i m i e n t o d e
la v i g e n c i a d e la n o r m a , s i n c o n e c t a r l o c o n e l i n j u s t o c o m e t i d o , s e a l e j a la « p r e v e n
c i ó n g e n e r a l p o s i t i v a » d e Ja k o b s d e l c o n c e p t o d e r e t r ib u c ió n — p e n a j u s t a , a d e c u a d a
a l o i n j u s t o y la c u l p a b i l i d a d - - p a r a a c e r c a r s e a l a s t e o r í a s u t i l i t a r i a s e n c u a n t o c o m
p a r te c o n e s t a s ú l t i m a s la fa lta d e f u n d a m e n t a c i ó n d e l r e c u r s o a la p e n a y d e s u m e
d i d a 66: t a m b i é n l a f u n c i ó n d e r e s t a b l e c e r l a v i g e n c i a d e l a n o r m a p u e d e r e a l i z a r s e p o r
m e d i o s d i s t i n t o s a l a n o r m a , c o m o e l p r o p i o J a k o b s r e c o n o c e 67, p o r l o q u e d e d i c h a
fu n c ió n — o e fe c to — n o p u e d e e x t r a e r s e t a m p o c o la r e s p u e s t a a la c u e s t i ó n d e ¿ q u é
d e b e s e r p e n a d o ? n i a l a d e ¿ e n q u é m e d i d a d e b e s e r p e n a d o ? 68.
bles delincuentes futuros, a la hora de explicar por qué la reafirmación de la norma tiene que rcali/atse
precisamente mediante la imposición de un mal al delincuente explica que ello responde al fin de «ejen i
tar en la fidelidad al Derecho» o, en otras palabras, al hecho de que «la pena grava al comportamiento in
fractor de la norma con consecuencias costosas, aumentando la probabilidad de que ese comportamiento
se aprenda en general com o comportamiento a no tener en cuenta». Im mi opinión a esta, por otro lado
única posible, justificación al coste personal mediante el cual se reafirma la norma no puede dársele otro
significado que el de prevención negativa, pues aquí no se trata ya de «ejercitar la confianza en la norma»,
sino de otro aspecto diferente del ejercicio en el reconocimiento de la norma, dirigido sin duda hacia el
futuro, de lo contrario no tendría sentido que se anudara la idea de la conducta precisamente a un mal. sino
que bastaría su aprendizaje com o conducta no determinante.
66 Sin embargo, cuando Ja kob s, P G , págs. 27 ss., marg. 29 ss., critica que una teoría preventiva ex
clusivamente intimidatoria no puede tener en cuenta para la medición de la pena el daño social del hecho,
argumenta que ello es así porque «en el modelo de la intimidación no aparecen los destinatarios del fun
cionamiento de la pena: los miembros de la sociedad, a los que debe proteger frente a infracciones de la
norma. Tales miembros no consideran primordialmente el delito com o un suceso potencialmente prove
choso para el autor, sino potencialmente perjudicial para ellos mism os», parecería que en su concepción
al tener en cuenta a todos los miembros de la sociedad com o sujetos a los que la pena sirve confirmándo
les en su confianza en la norma se resolvería este problema de falta de la fundamentación de la medida de
la pena y de consideración del daño social que el hecho produce. Pero en absoluto es así. V éase sobre ello
la nota 68. Que la concepción de Jakobs no porporciona ninguna medida objetiva para la determinación
de cuándo la estabilización de la confianza en el orden puede ser conseguida por otro medio distinto a la
pena o qué es necesario para esc restablecimiento ha sido también destacado por R o x in , SchwZStrR, 104.
1987, pág. 366, y P é rez M a n z a n o , C ulpabilidad, pág. 169.
67 PG , págs. 14 ss., margs. 12 ss.
M En el m ismo sentido, S ch ün f.m a nn , Im cu lpabilidad. .., op. cit., págs. 117 ss., 2000; A la s tu k y
D o b ó n , La reparación, 2000, págs. 162 ss. En opinión de Jakobs, sin embargo, la diferencia entre un ilí
cito penal y un ilícito administrativo no debe buscarse únicamente en la magnitud de lo injusto y de la cul
pabilidad, sino que puede depender de otros factores, com o el contexto normativo, la sensibilidad de los
grupos de autores al Castigo, la posibilidad de recaudar multas muy elevadas — PG , pág. 68, marg. 8— .
Sin embargo, esto no es del todo correcto, pues dada una determinada sensibilidad al castigo en un grupo
habrá que basar de nuevo en lo injusto y la culpabilidad los criterios que determinen conforme a dicha sen
sibilidad cuándo es oportuno y cuándo no acudir a la pena, y lo mismo se puede decir en cuanto al con
texto normativo. Por otro lado, afirma Jakobs que las normas que se pueden hacer respetar por la vía de
la coerción administrativa o retirando un trato favorable no merecen ni siquiera un reforzamiento median
te conminación de multa, mientras que la infracción de las normas pertenecientes al ámbito central o nu
clear de una sociedad debe ser siempre sancionada penalmente ya que se vulnera un principio elemental
básico para la definición de la sociedad — PG , págs. 68 ss., margs. 9 y 10— . Pero, en mi opinión, cuáles
son las normas que constituyen el núcleo de una sociedad sólo pueden decírnoslo las valoraciones, de
modo que resulta contradictorio hablar de una infracción de bagatela de una norma central, pues una in
fracción aun en grado de tentativa de una norma central nunca será entendida por esa sociedad com o «ba
gatela» sino com o un ilícito grave, y es esa magnitud que se otorga a lo injusto lo que fundamenta su in
clusión en el Derecho penal. En otro lugar — Sobre la teoría d e la p en a , pág. 25— explica que la medida
de la pena ha de regirse por la medida objetiva de negación de personalidad, y no por lo que sea necesa-
28 I AC U NCÍA M I l.)l:KI¿CIIO 1*1 NAI A NI I I I NIJI SIGL O
río a efectos de educación o aseguram iento, pues esto ú ltim o hab ría de orientarse en atención al balance
in d iv id u a l de b en e ficios. Sin em bargo, Jakobs tam poco ha e xplicad o cóm o se gradúa la pérdida de perso
nalidad m a te ria l que se produce con la re alizació n de un hecho c o n tra rio a la norm a, n i su p osible re la ción
con el contenido de desorientación social que el hecho pueda p ro d u cir, n i la p osib le , si es que la hay, re la
ció n de esa desorientación con la m edida dc lo in ju sto . Si la concepción de Jakobs íiiese de base psieoso-
cio ló g ica , únicam ente podría a firm a rs e que los hechos que contradicen las norm as básicas que c o n s titu
yen el núcleo esencial de una determ inada sociedad producen una desorientación m ayor sobre la esencia
de dicha sociedad, pero, p or grave que fuera la desorientación que el hecho produce, e llo no e xige necesa
riam ente que ía c o n firm a c ió n de 1a n orm a se re alice m ediante la a p lica ció n de un m a yor grado de v io le n
cia. Es más, los daños a ía vig e n cia de la norm a no co in cide n necesariam ente con el co ntenido de in ju sto
del hecho, ni con la im portancia de la norm a en sí. Las norm as básicas de la sociedad serán seguram ente
tam bién las más interiorizadas com o vigentes y p o r e llo quizá las menos necesitadas de una reacción más
enérgica para c o n firm a r su vige n cia . C om o a firm a Jakobs — P G , pág. 23, m arg. 21 — , siguiendo a H e g e l,
«en sociedades consolidadas puede rebajarse la m edida de la pena, pues en ella s es más re du cida la p e li
grosidad de la acción para la sociedad». D e la m ism a manera podría argum entarse que en el á m b ito de las
norm as más consolidadas puede ta m b ié n rebajarse la m edida de la pena, pues es m enos p eligro so que su
infracció n se entienda com o negación de la vige n cia de la norm a. C om o señala S ilv a , A proxim ación, pág.
245, «las investiga clones em píricas m uestran que en lo s d elito s más graves, a quellos que pertenecen a l nú™
cleo del D erecho penal, el papel d¿suasorio representado p o r la o bliga torie da d m o ral de la norm a (lo que
podríam os d en o m in a r “ coacción in te rn a ” ) es tan im po rta n te que las consideraciones sobre e l riesg o ju r í
d ico-penal apenas s i desempeñan papel alguno en cuanto a la re a liza ció n o n o de la conducta». S in em
bargo, esas m ism as investigaciones han a d ve rtid o que la variable representada p o r e l riesg o de la sanción
penal adquiere s ig n ific a d o tan p ro n to com o las encuestas se d irig e n a personas con m e no r v in c u la c ió n al
sistem a de valores “ convencional” » . C o n e llo se llega, fin a lm e n te , a la co nclu sió n de que las norm as esen
ciales de la com unidad, p o r ser tam bién las más in terio riza d a s, son las más d ifíc ilm e n te conm ovíbles p o r
su in fra cció n y p o r e llo tam bién aquellas cuya co nfia n za en su vigencia más fá cilm e n te puede ser resta
blecida. Pero es cla ro que el D erecho p o sitivo no apoya esta solución. La e xigencia de una pena más ele
vada en estos casos no puede, p o r ta n to , responder a la necesidad de restablecer la co nfia n za en la norm a
sino a la re a firm a ció n del ju ic io de v a lo r que esa conducta merece, y a exigencias preventivas in tim i dato-
rías d irig id a s a sujetos ajenos a! sistem a de valores de la sociedad, Pero en to d o caso Jakobs ha rechazado
aquella concepción ps ico-so cio ló g ica — así lo expone tam bién claram ente L e s ch , La fu nción, pág, 48— ,
p or lo que el verdadero efecto de desorientación o de re a firm a ció n p ro d u cid o en «las cabezas de los c iu
dadanos» es totalm ente ajeno a su sistem a, y la a firm a c ió n de que una conducta produce m ayor o m enor
desorientación que otra es puram ente decision ista — véase en el m ism o sentido la c rític a de S chünem ann,
en M odernas tendencias..., op. ciL , pág. 646, 2001 — . En m i o p in ió n , desde los pum os de p artid a de Ja
kobs no puede tenerse en cuenta para la graduación de la pena la im p o rta n cia del b ie n ju ríd ic o lesionado
o de la norm a in frin g id a , sino sólo la m ayor o m enor p o sib ilid a d de que e l hecho sea entendido com o de
term inante, es d ecir, la m a yor o m e no r desorientación que produce respecto de la vig e n cia de la norm a in
frin g id a , sea cual sea el contenido de ésta, para cuya averiguación, descartado el verdadero e fe cto p s ic o
ló g ico em píricam ente com probable (y esto tam bién es dudoso), no se nos da n in g ú n dato. Por ía m ism a
razón entiendo que Jako bs tam poco debería tener en cuenta la im po rta n cia del bien ju ríd ic o en la norm a
tivización del dolo.
ALICIA G IL GIL 29
69 V éase entre otros Silva, A proxim ación, pág. 2 3 3 ; SchÜnemahn, N euere Tendenzen.,^ págs, 2 1 9 ss.
70 M fR PuiG, E l D erecho p e n a l en e l E stado so cia l..,, págs. 132 ss., y S ilv a S á nch e z, Aproxim ación,
pág. 229.
71 A sí lo entiende, en cambio, también siguiendo a M ir , S ilv a S á n c h e z , Aproxim ación, pág. 230,
72 Strafrecht des deutschen Volkes, págs. 3 2 ss.
73 En ía concepción de W e lz e l los valores ético-sociales son previos lógicamente a la norma, la nor
ma protege siempre valores ético-sociales previos y la pena reafirma esos valores ético-sociales preexis
tentes y ya jurídicos al haber sido protegidos por la norma. En el sistema de W e lz e l no se trata, por tan
to, de que el legislador pueda por medio de la pena crear nuevos valores ético-sociales no existentes, fin
cuya posibilidad práctica de realización se ha puesto en duda. En sentido similar se expresa M u ñ o z C o n
d e /G a rc ía A rá n , P G , 4.a ed., págs. 68 ss., en su concepción del Derecho penal com o medio instituciona
lizado de control social,
74 Se hum a n n , Positive G eneral právention, pág. 17, distingue tres modelos de prevención general po
sitiva en función del grado de vinculación que establecen entre el Derecho penal y la moral: el de M a y e r,
para quien el Derecho penal contribuiría a crear moral; el de R o x in , para quien la pena estabiliza la m o
ral y el de Jakobs, para quien la pena indica que la norma jurídica subsiste. La clasificación me parece co
rrecta salvo por la referencia a la moral en lugar de a las concepciones ético-sociales y jurídicas.
n Argumenta en contra S ilv a , Aproxim ación, pág. 2 3 3 y nota 2 2 3 , que estas concepciones de la fun
ción de ejercitar la fidelidad al Derecho entre las que incluye la función ético-social de W é lz e l exigen
una interacción por la cual eJ Derecho recoja en sus sanciones las aspiraciones de aquellos cuya fidelidad
trata de conseguir, lo que significa, en su opinión, que la determinación de la sanción justa no se regirá
por una reflexión de principios sino por una atención a las demandas de la población, expresivas de sus
necesidades psicosoeiales, y rechaza la acertada distinción de MOOS entre lo que es la confirmación de los
LA CIEN CI A D E L D E R E C H O l’ENAl A N I I I I Nl ) l V O S
valores jurídicos propia de la prevención general positiva y lo que es una mera satisfacción de los instintos
de la colectividad, con el argumento de que una cosa es el estado de cultura alcanzado en la calle (en donde
se mezcla con múltiples manifestaciones irracionales) y otra la reflexión en el nivel de los principios cultu
rales anclados en la Constitución. «Una cosa es el populismo demagógico y otra la auténtica democracia».
Pero me parece claro, en contra de la argumentación de S i l v a , que en la postura de W e lz e l que aquí se si
gue, no se pretende que la prevención general positiva de respuesta a «manifestaciones irracionales», sino a
los valores ctico-sociales de una sociedad, que están constituidos, com o afirma M oo s, por el sentimiento ju
rídico de lo justo y lo proporcionado, producto del grado de cultura alcanzado, en el que sin duda se inclu
yen también los principios constitucionales a los que S ilv a hace referencia pero no las necesidades psíqui
cas irracionales. Recuérdese que hemos partido aquí de la existencia previa de un consenso sobre el valor de
un bien y el desvalor de las acciones tendentes a su lesión, que por tal motivo es protegido por el Derecho,
convirtiéndose en bien jurídico, por lo que lo protegido por la norma son eso s valores ético-sociales (y en
cuanto protegidos por la norma ya jurídicos) y lo confirmado por la pena son esos mismos valores jurídicos,
y no las necesidades de venganza, canalización del sentimiento de culpabilidad u otros efectos incluidos en
la teoría del «chivo expiatorio», ni tan siquiera las necesidades psicosociaies de pacificación jurídica de la
sociedad en el sentido de RoxíN. Si S ilv a incluye en la prevención general positiva tanto los aspectos racio
nales del juicio de valor com o los aspectos de sentimientos psicológicos profundos — pág. 260— es porque
ha acogido la idea de que esta teoría cumple el fin de satisfacer la necesidad subconsciente de pena de la co
lectividad canalizando el instinto de venganza — pág. 234— . Pero este efecto, aunque fuera cierto, no es con
tenido ni fundamento de la mayoría de las concepciones de la prevención genera] positiva.
7(1 Lleva razón, por tanto, De l a G á n d a ra V a lle jo , A D PC P, 1997, pág. 384, al señalar el distancia-
miento en este punto entre Jakobs y su maestro. Critica también toda prevención general positiva en su
vertiente de conformación de la conciencia jurídica colectiva y de fidelidad al Derecho, com o fin del
Derecho penal por suponer en su opinión un Derecho penal moralizante, P é re z M a n z a n o , C ulpabilidad,
pág. 250, sin hacer la distinción aquí propuesta y, por tanto, en mi opinión sin razón.
77 D e las distintas concepciones de la prevención general positiva existentes en la actualidad extrae
AlaSTUEY D o b ó n , La reparación, 2000, págs. 149 ss., cuatro efectos de la pena: 1) la sim bo liza ción de la
contradicción a la vulneración de la norm a m ediante la que se c o n firm a la va lid ez de esta ú ltim a , que en su
o pin ió n — con la que estoy absolutam ente deacuerdo no es un efecto preventivo sino que nos encontram os
en el á m bito de la re tribu ción , pero se asocia al m ism o frecuentem ente o tro efecto d istin to , que es el de acep
tación de la norm a p or parte de los ciudadanos; 2 ) la función pedagógica o de ejem plaridad de la pena, que
crea una fid e lid a d al D erecho; 3) el efecto de confianza de los ciudadanos en la estabilidad del ordenam iento,
y 4) el efecto de p ac ific a ció n del sentim iento ju ríd ic o , que en su o p in ió n no se puede d is tin g u ir de) anterior.
n Hasta la publicación de fViedergutmachung und Strafrecht. München. 1987 (pág. 48) no delimita
con precisión el contenido de la prevención general positiva. En su contribución a esta obra («D ie Wie-
dergutmachung im System der Strafzwecke») la prevención general positiva buscaría tres efectos: un efec
to de aprendizaje social-pedagógico, que debe producir ejercicio de la fidelidad al Derecho, un efecto de
confianza, que se produce cuando el ciudadano ve que el Derecho se cumple, y un efecto de pacificación,
que se consigue cuando el delincuente ha hecho tanto que la conciencia jurídica general se pacifica por
encima de la transgresión del Derecho y el conflicto con el autor se ve solucionado. Sólo este último efec
to se identifica con el concepto prevención de integración, que, por tanto, sería sólo una parte de ese con
cepto más amplio de prevención general positiva que engloba también los fines pedagógico y de confian
za en el ordenamiento. Pero es precisamente la prevención de integración la que en su opinión le permite
diluir el principio de culpabilidad en la prevención general y utilizarlo para su limitación.
79 «Vorüberlegungen zu einer empirischen Theorie der positiven Generalpravention», en S chÜ ne-
m a nn /V on H irs c h /J a re b o rg (eds.), P o sitive G eneralpravention, 1998, págs. 7 ss. Advierte, no obstante.
ALICIA G IL G i l 31
que no todos los defensores de la prevención de integración ni todos sus críticos ia entienden de esta m a
nera. Lo cierto es que el efecto al que se refiere este autor es el de fidelidad al Derecho. Asi, para R o x i n y
S c h ü n e m a n n la prevención de integración sería uno de los tres efectos de la prevención general positiva,
consistente en la pacificación cuando la conciencia jurídica colectiva mediante la sanción se tranquiliza
tras la infracción del Derecho y entiende el conflicto con el autor com o solucionado. Los otros dos efec
tos de la prevención positiva, según estos autores, son el efecto de aprendizaje en forma de ejercicio en la
fidelidad al Derecho en el sentido de J a k o b s , que es al que aquí se refiere B a u r m a n n . y el efecto de con
fianza cuando e! ciudadano ve que el Derecho se impone — véanse S c h ü n e m a n n , Positive G eneralprá-
vention, 1998, pág. 110; R o x i n , AT, págs. 50-51, marg. 27— .
" S c h ü n e m a n n , N euere Tendenzen..., págs. 219 ss., critica que la necesidad de la pena para proteger
bienes jurídicos resida en que sin ella el proceso de interiorización de las normas y de los valores culturales
por la población sufriría con el tiempo [y remite a R o x i n — Bockelman-Fs, pág. 305 ( C ulpabilidad,
pág. 183— ), aunque de este autor la teoría tal y com o la explica S c h ü n e m a n n sólo ha recibido el nombre,
pues R o x i n nunca ha hablado expresamente de interiorización de normas o valores]. Tal afirmación le pa
rece infundada empíricamente y explica que, por ejemplo, la prohibición de matar está tan arraigada en la
cultura que no se puede temer una socavación del reconocimienlo de la norma por ausencia frecuente de
sanción o en grupos esp ecíficos de casos —com o, por ej., en los delitos del poder nazi— , y cree que en
tales casos la teoría de la prevención de integración debe acudir a una «hipótesis de erosión de la norma»
Sin embargo, esta aseveración no m e parece tan clara, siquiera en normas tan interiorizadas com o la prohi
bición de matar, piénsese por ejemplo, el efecto que la inaplicación sistemática de la pena prevista para la
eutanasia activa o para el aborto pudiera tener en la cortciencia de quienes hoy consideran que dichos ac
tos están desvalorados y prohibidos por el ordenamiento, piénsese en el ejemplo histórico del aborto al que
alude W e l z e l , y piénsese también que los delitos nazis fueron escondidos a la mayoría de la población,
pero ¿cuál hubiera sido si no la conciencia colectiva tras años de crímenes impunes sobre el desvalor de
la muerte de un judio o de un enfermo mental incurable? S c h ü n e m a n n reconoce, sin embargo, que la pre
vención de integración permite orientar la sanción a la medida de lo injusto porque a través de sanciones
más graves se comunica un desvalor mayor y viceversa — N euere..,, pág. 223— . Concluye diciendo que
el principio de culpabilidad y la idea de resociaiización no pueden ser concebidos com o fundamentos sino
sólo com o límites de la pena, mientras que para su fundamentación y concreta medida hay que acudir a la
prevención general que combina los aspectos de amenaza e integración — y en una pequeñísima medida a
la prevención especial inocuizadora— (págs. 237 ss.).
32 LA C lliNC IA DI 1 1)1 Kl< IIO 1*1 NAI AN II I I N U * SIGLO
Una concepción del Derecho penal cuya misión sea ejercitar a los ciudadanos en
la fidelidad al Derecho nunca será más intervencionista que otra que se limita a inti
midarlos en contra de la realización de conductas contrarias al ordenamiento, como
afirmaba S ilva en 199281, pero mucho menos si esc ejercicio de fidelidad se pretende
conseguir apelando al propio contenido valioso de las normas, pues la misma inter
vención se da en el intento de convertir la bondad de la norma en un motivo para res
petarla que en el de introducir la pena como contramotivo para que no se infrinja,
cuando con ambas teorías se castigan sólo las infracciones de la norma realizadas me
diante actos externos. Pero es que, además, aunque realmente pudiera hablarse de una
intromisión en la ética personal ello sólo ocurriría si se intentase imponer por la fuer
za la asunción de los valores ético-sociales, lo cual, además de ser un contrasentido, no
es la concepción de W e l z e l , para quien no se trataba de «convencer a los ciudadanos
de la bondad del sistema82», sino de confirmar sus concepciones ético-sociales, por su
puesto en aquellos que las tuvieran, y no se la puede definir, por tanto, como una doc
trina de base social autoritaria que atribuya al Derecho penal la función de conforma
ción de las conciencias pretendiendo la intemalización de valores en lugar de limitarse
a requerir un respeto externo a las normas jurídicas8-’. Por ello mismo la concepción de
la prevención general positiva que aqui se defiende no puede por sí misma cumplir en
todos los casos el fin de protección de bienes jurídicos sino que necesita también de la
prevención negativa para los sujetos que no comparten los valores ético-sociales de la
sociedad. Entendida de esta manera no creo que se pueda oponer a la concepción de
W e l z e l , como lo hace B a c i g a l u p o , la crítica de que tal concepción del Derecho pe
nal puede ofrecer reparos en el marco de una Constitución que garantiza el pluralismo
y la libertad ideológica y religiosa, así como el libre desarrollo de la personalidad84.
Por otra parte, al optar aquí por una concepción unitaria de la pena hemos recha
zado las concepciones relativas, lo cual, además de la defensa de la necesidad de par
tir de una pena justa (retributiva), viene apoyado por otros argumentos: una concep
ción utilitaria de la pena, además de que no puede explicar adecuadamente, como ya
he argumentado, el fundamento y límites de la pena, en especial el límite de la pro
porcionalidad con lo injusto y con la culpabilidad85, conlleva, por ello mismo, otros
peligros que la hacen desaconsejable. La justificación de la pena exclusivamente por
sus efectos preventivo-generales negativos (intimidación) podría dar lugar a un uso
incontrolado del poder punitivo. Cuando se introduce el principio de proporcionali
dad tanto para fundamentar la efectividad dc la intimidación, como para construir la
llamada prevención general positiva se está partiendo necesariamente, aunque se nie
gue, como ya he explicado, de la pena retributiva. Consideraciones exclusivamente
preventivo-generales, tanto negativas como positivas86, por el contrario, llevarían a la
elevación de las penas para los delitos cuya comisión es más frecuente, con inde
pendencia de su gravedad. Una pena exclusivamente preventivo-general entra ade
más en conflicto con el principio de respeto a la dignidad humana, al servirse del in
dividuo para la consecución de fines sociales utilitarios, cuya eficacia, además, no ha
sido suficientemente demostrada87. Una pena basada exclusivamente en la preven
ción especial, por el contrario, impediría que el Derecho penal cumpliera su función
de protección de bienes jurídicos, pues la mayoría de los delincuentes son ocasiona
les y no cabe apreciar en ellos una peligrosidad criminal, con lo que no estarían ne
cesitados de un tratamiento88. Por otro lado, las exigencias de la prevención especial
podrían dar lugar, en casos de delincuentes peligrosos que sean autores de delitos de
escasa gravedad, a la aplicación de penas desproporcionadas a la gravedad del delito
y por tanto injustas89. Nos encontramos, además, en un momento de escepticismo y
frustración en cuanto a las posibilidades de la prevención especial90 que impiden que
sea considerada el único fundamento de la pena91.
En el sistema aquí defendido la pena encuentra su justificación en el delito co
metido y en la necesidad de evitar la comisión de nuevos delitos en el futuro92. Sólo
así se cumple la misión del Derecho penal de proteger bienes jurídicos. La pena ha
de ser justa, adecuada a la gravedad del delito, pero además ha de ser necesaria para
con el hecho. En realidad, ni el efecto educativo o ejercicio en la fidelidad al Derecho, ni el efecto d e con
fianza, ni el efecto de pacificación que R o x i n — AT, págs. 50-51, marg. 27— atribuye a la prevención g e
neral positiva exigen la proporcionalidad entre la pena y el contenido de injusto y culpabilidad c o m o e l
propio R o x i n reconoce cuando afirma que la prevención general no contiene ninguna medida para limitar
la duración de la pena (marg. 32)— , salvo que en el primero se incluya no sólo el ejercicio de fidelidad
(que es común a la teoría de J a k o b s — R o x i n , AT, pág. 50, nota 33 , con la diferencia esencial de que en
J a k o b s no constituye la legitimación de la pena sino un efecto secundario deseable), sino también el pro
pio contenido de las normas, los juicios a ella inherentes. Que la prevención general positiva de R o x i n in
cluya esto último no está claro, pero sin su inclusión no se puede apelar después a la proporcionalidad de
la pena con el hecho com o exigencia de la prevención general positiva. Únicamente la reafirmación en el
juicio ético-social — y no sólo en la vigencia de la norma— exige tal proporcionalidad. S i l v a S á n c h e z ,
A proxim ación, pág. 249, afirma en el mismo sentido aquí defendido que «La prevención [...] sea positiva
o negativa, "no se limita a sí misma”», y pone algunos ejemplos, siguiendo a H a s s e m e r , de hasta qué pun
to son contradictorios los criterios preventivos y los criterios garantisticos, com o el de proporcionalidad.
R o x i n intenta solucionarlo afirmando que sólo la pena adecuada a la culpabilidad puede satisfacer el sen
timiento jurídico en el sentido de la prevención de integración. Pero de esta manera, com o ha señalado
P é r e z M a n z a n o , C ulpabilidad, pág. 266, R o x i n «retoma la vieja idea de la eficacia preventivo-general de
la pena retributiva para salvar las antinomias culpabilidad y prevención general, tanto en la fundamenta
ción de la reponsabilidad subjetiva com o en la teoría de los fines de la pena y de su medición».
87 C e r e z o , Curso, I, pág. 27, en el mismo sentido respecto de la concepción de J a k o b s , véase P é r e z
M a n z a n o , C ulpabilidad, pág. 256.
88 C e r e z o , Curso, 1, pág. 28, R o x i n , AT. pág. 48, marg. 19.
v i C e r e z o , Curso, I , págs. 28-29; R o x i n , AT, pág. 47, marg. 16.
90 G a r c í a P a b l o s , A., E sludios penales, págs. 94 ss.; M u ñ o z C O N D E , D erecho p e n a l y control social,
1985, págs. 91 ss. V éase también el Informe n.° 5 del Comité Nacional Sueco para la Prevención del de
lito, en A D PC P, 1979, fase, l.p á g s. 179 ss. Como señala C e r e z o M i r en su Introducción a la traducción
española del mismo, la crisis de la prevención especial en países en los que se había acentuado su impor
tancia lleva a negar la posibilidad de justificar las sanciones en virtud de las exigencias del tratamiento de
la inocuización y se afirma la necesidad de acudir, para ello a consideraciones de prevención general
o incluso de justicia y de proporcionalidad con la gravedad de los delitos.
41 R oxin , AT, pág. 48, marg. 20
n C e r e z o , C urso, I, pág. 26. En sentido similar al aqui propuesto, véanse J e s c i i e c k / W e i o e n o , AT,
págs. 4 ss.; M u ñ o z C o n d e , PG , 4." ed., pág. 56.
34 LA CIEN C IA DI-'L D E R E C H O l’HNAL ANTI I I, N U E V O o
dem ás penas, com o defienden R o p ríí í u k D i v t WÍSiíRRANO G óm ez, Derecha pen a l PG, pág. 8K3. Por lo
m enos en aquellas que no sean susceptibles dc co n lle v a r un 1rala m iento debe evitarse que las m ism as pro
duzcan un defecto desociaJizador. A lgu n o s autores, c incluso el TC , han considerado que este artículo se
refiere a la fase de ejecución de la pena. Véanse L u z ó n Pi n a . M edición, págs. 47-48; G ra c ia M a r tín ,
A D PC P, 1993, 2, X X X VII, 548- 549; C o u o BoiX, C om entarios, 1, 1982, pág. 223 y la ST C 150/1991, de
4 de ju lio , fundam ento jurídico 4 h). C om o señala G ra c ia M a r tín , A D PC P, 1993, 2, X X X V II, 549. el
precepto constitucional no es obstáculo alguno, en contra de So que opina M ir P u ig , para q ue Ía re trib u
ció n pueda quedar incluida en la 1corta de ia pena. El artículo 25,2 C E prohíbe una teoría absoluta d e la
pena, pero tam bién una teoría relativa orientada exclusivam ente a la prevención general. Si, p o r otra parte,
añade, se considera que en el Estado social y dem ocrático d e D erecho (art. 1,1 C E) la pena ha de servir a
la protección de bienes jurídicos y adem ás que. com o ha señalado R o xin , la idea dc la im p o sic ió n de un
program a dc adaptación social de resocialización forzoso no contiene en sí m ism a su legitim ación — véa
se, en el m ism o sentido. G a r c í a P a b lo s , A ., Estudim penates*, pág. 94 — , sería incom patible con nuestra
C onstitución una teoría de la pena orientada exclusivam ente a los fines de la prevención especial, pues e n
tonces no podría cum plir su m isión de protección de bienes jurídicos frente a autores no necesitados dc
^ so cia liz a c ió n yT por otro lado, chocaría frontalmente con diversos principios y derechos constitución a
les, com o el de respeto a la dignidad dc la persona (art. 10 C E ) o el derecho ai libre desarrollo de la p er
sonalidad (art, 10 CE),
ILÍCITO PENAL E ILÍCITO DISCIPLINARIO
DE FUNCIONARIOS
S u s a n a H u e r t a T o c il d o
Catedrática de Derecho Penal
Universidad de Burgos
1 Su interés por estos problemas se reflejaba ya en la ponencia que defendió en las III Jomadas de ca
tedráticos y profesores de Derecho penal — celebradas en Santiago de Compostela, en mayo de 1975— ,
que posteriormente seria objeto de publicación bajo el titulo de «Limites entre el Derecho penal y el D e
recho administrativo», en el A D PC P de 1975, págs. 159-173. En este inicial estudio, partía de la idea de
que no existen diferencias cualitativas o esenciales entre lo ilícito penal y lo ilícito administratjyo“sino ex-
elusivamente cuantitativas (op. c it., págs. 166 y 169). no siendo, a su juicio, tampoco de índole cualitati
va sino «de grado» las existentes entre lo ilícito penal y lo ilícito disciplinario, si bien, por lo que se re
fiere a las sanciones disciplinarias, admitía que. al tener com o fin no sólo la prevención aéneral y especia}—
sino también el «prestigio y buen funcionamiento d e la Adm inistración», son indepentíientes. de
ciones penales (op. c it., p. 172 y nota 55 a pie de esa misma página). Estos mismos criterios han sido
tenidos por el profesor C e r e z o M i r en su Curso d e D erecho PenaI Español. Parte Gehenal, I . «Introduc
ción» (cfr. 5.*ed., Madrid. 19%, págs. 43-58).
[37]
\
38 LA CIE N C IA D E L D E R E C H O PE N AL A N T E 1=1. NU EV O S W O
<lc otra disciplinaria, plantea el artículo 127.3 de la Ley 30/1992 del Régimen Jurídi
co de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común, de
26 de noviembre (LRJAPPAC), al descartar la aplicación del referido principio — ex
presamente recogido en su art. 1332— a supuestos de ejercicio de la potestad disci
plinaria de la Administración respecto del personal a su servicio y de quienes estén
vinculados a ella por una relación de sujeción especial.
7 Art. 133 LRJAPPAC: «N o podran sancionarse los hechos que hayan sido sancionados penal o ad
ministrativamente, en los casos en que se aprecie identidad del sujeto, hecho y fundamento».
1 Sobre el origen de esta potestad, vid. G a r c í a D E E n t e r r Ia / F e r n An d e z , C urso de D erecho A dm inis
trativo, 11, 5." ed., Madrid, 1998, págs. 160-162.
4 Más adelante examinaré hasta qué punto puede decirse que la STC 234/1991 ha supuesto una
variación sustancial de la doctrina sentada por la STC 2/1981.
' Vid., entre otras. STC 94/1986, FJ 4, y AATC 721/1984, FJ 2; 150/1984, FJ 3 y 1.264/1988.
SUSANA HUKRTA TO C IL D O 39
Goza hoy en día de común aceptación la idea de que el artículo 25.1 CE somete
al régimen de garantías y exigencias características del principio de legalidad no sólo
a los delitos y faltas de naturaleza penal, sino también a las infracciones administra
tivas y a sus correspondientes sanciones. Se admite, asimismo, con carácter general
que la reunión, en dicho precepto constitucional, de los binomios ilícito penal-san
ción penal e ilícito administrativo-sanción administrativa ha tenido la virtud de pías
mar, con absoluta claridad, la voluntad del legislador constituyente de aplicar al De
recho administrativo sancionador uno de los principios fundamentales del Derecho
penal, dando de esta suerte acogida a una línea de actuación largamente acariciad;'
por un importante sector de la doctrina administrativista7. Por lo demás, no cabe duda
de que esta línea de pensamiento ha sido la finalmente acogida en el Titulo IX de l.i
LRJAPPAC, a lo que, sin duda alguna, no es ajena la jurisprudencia constituí
recaída entretanto respecto del contenido y alcance del principio tic liiuilnlad rn mu
teria de infracciones y de sanciones administrativas.
A este respecto, resulta trascendental la declaración contenida la '■ 11
18/1981, FJ 4, a favor de la aplicación, aunque con ciertos nuitin . di lo pitm tpto
inspiradores del ordenamiento jurídico-pcnal al Derecho adnuni i t i . i i i v o ................ ■>.
por considerarse que ambos son manifestación d d ius punicm li r i n il h .u ».< ■ I / m
to de q u e un m ism o bien ju ríd ico puede ser p ro h y id o pot tu m. ,<> .../'"noí»»' »«»■♦**<
penales. Por lo que aquí interesa, nótese que esta impli< ito rn c|i< Im t« >'km* «I **•
tendimiento de que la sanción penal y la sanción admiuisiiaiiv» invi'tiinU W <W«wtw
raleza disciplinaria) pueden tener un mismo \ ...... o i......I mu m. . .•noiim.fc» (»«■ .«■
determinado interés social merecedor y u n >sitado «!■ un m >■ ; m I * UN*
Para comprobar hasta que punto ello es cierto, baste con recordar que, en un su
puesto de sanción impuesta en el marco de una relación de sujeción general, la STC
42/1987 se mostraba más exigente que la STC 2/1987 al interpretar el término legis
lación como expresivo de una reserva de ley en materia sancionadora cuyo alcance,
si bien no puede ser tan estricto como en relación con el Derecho penal —p o r razo
nes que atañen al modelo de distribución de las potestades públicas, a l carácter en
cierto modo insuprim ible de la potestad reglam entaria en dicho ám bito y a otras con
sideraciones de prudencia y oportunidad— , en ningún caso puede conducir a afir
mar la conformidad con el principio de legalidad de las «regulaciones reglamentarias
independientes y no claramente subordinadas a la ley»; de manera que, en las rela
ciones de sujeción general el artículo 25.1 CE resultará vulnerado si la regulación
reglamentaria careciera de toda base legal o se adoptara en virtud de una habilita
ción a la Administración, p or norma de rango legal carente de iodo contenido m ate
rial propio tanto en lo que se refiere a la tipificación de los ilícitos adm inistrativos
como a la regulación de sus correspondientes consecuencias sancionadoras. Es de
cir, que, a sensu contrario, esa habilitación legal carente de contenido que se recha
za en supuestos dc RSG sí que seria admisible cuando se trata de la regulación de in
fracciones disciplinarias, lo que viene a confirmar la STC 219/1989 al declarar la
compatibilidad con el artículo 25.1 CE de una sanción prevista en los Estatutos de ré
gimen interno del Colegio de Arquitectos cuya única base norm ativa radicaba en la
remisión en blanco (o habilitación vacía dc contenido) que a ellos se hacía en el ar
tículo 5./) de la Ley 2/1974, dc 13 dc marzo, dc Colegios Profesionales12.
Una vez sentada esta «doctrina de la diferencia» que, en materia de la exigencia
de reserva de ley, cabe establecer entre las sanciones impuestas en el seno de una
RSG y las impuestas en el seno de una RSE, el Tribunal Constitucional fue trazando,
en otras resoluciones posteriores, el marco de actuación reglamentaria en el estable
cimiento de los tipos dc infracción administrativa y de sus correspondientes sancio
nes; pero no sin distinguir, nuevamente, entre relaciones de sujeción general y de su
jeción especial. Y así, mientras que respecto de las primeras únicamente se habla de
la posible existencia de una «colaboración reglamentaria» con una norma legal ha
bilitante en la que deben estar suficientemente determinados «los elementos básicos
de la conducta antijurídica y la naturaleza y límites de las sanciones a imponen)
(STC 3/1988, FJ 9), en lo tocante a las segundas se observa una «relajación» del prin
cipio de legalidad que resulta francamente preocupante.
Frente a esta última tendencia, debe recordarse que el mencionado principio ha
de aplicarse con todas sus consecuencias, entre las que se encuentra la exigencia de
mentaría sin otra cobertura que una habilitación legal «en blanco» como la contenida en la Ley General
Penitenciaria. Se trataba, en este caso, de la relación de «sujeción especial» supuestamente existente entre
los internos en un establecimiento penitenciario y !a Administración penitenciaria, RSE que posterior
mente habría dc servir de fundamento único a las SSTC 120/1990, 137/1990, 11/1991 y 67/1991 nada me
nos que para justificar la alimentación forzosa de los presos en huelga de hambre. Vid. un comentario crí
tico dc esta STC en de S o l a D ue ñ a s, «Principio non bis in idem y sanciones disciplinarias en el
ordenamiento disciplinario», en Revista Jurídica de Catalunya, n." 4, Barcelona, 1989, págs. 107 ss.
12 Para u n comentario crítico de esta Sentencia, vid. L ó p e z C á r c a m o , «Normas sancionadoras admi
nistrativas en blanco. Problemas que plantean respecto a su acomodación a las exigencias del principio dc
legalidad del art. 25.1 CE (análisis crítico de la jurisprudencia más reciente)», en Revista Vasca de Admi
nistración Pública, n.° 29, 1991, págs. 206 ss.
42 LA CIE N C IA D EL D E R E C H O l’EN AL AN I I I I NI II V( IO
reserva de ley (ya «matizada», por lo demás, en el caso del Derecho administrativo
sancionador merced a su identificación con una «norma con rango y fuerza de ley»),
lo que cierra automáticamente el paso a la creación de infracciones administrativas y
de sus correspondientes sanciones por vía reglamentaria, y ello tanto si se refieren a
sujetos integrados en una relación de sujeción general como si lo están en una rela
ción de sujeción general. De ahí que la correcta exclusión de los reglamentos in
dependientes — y de los que, basados en una habilitación contenida en una norma
preconstitucional que ha de considerarse caducada tras la entrada en vigor de la
Constitución, intentaren, con posterioridad a ésta, innovar aquellos objetos de regu
lación— no admita excepción alguna que pueda llegar a justificar que esas regula
ciones reglamentarias se basen en normas legales habilitantes carentes de contenido
por el hecho de estar referidas a quienes se encuentran en una situación de «sujeción
especial» a la Administración. De otro modo, no es que el principio de legalidad se
debilite o «pierda parte de su fundamentación material» sino que, lisa y llanamente,
se pervierte o desnaturaliza, dejando de ser lo que es.
Algo de todo ello vino a reconocerse en la STC 61/1990 (FJ 8), recaída en rela
ción con un recurso de amparo contra una sanción administrativa que había sido im
puesta a un detective privado en virtud de lo dispuesto en una Orden ministerial ca
rente de toda cobertura legal. En seguimiento de la doctrina anteriormente expuesta,
el Tribunal Constitucional declaró entonces que dicha sanción era contraria al ar
tículo 25.1 CE. Y ello pese a tratarse de una relación de sujeción especial en la que
la reserva de ley ha sido a veces considerada «susceptible de minoración» o de m e
nor exigencia, pues tal laxitud «no puede llegar hasta el punto de admitir la posibili
dad de un Reglamento independiente». Pero lo verdaderamente importante, a los
efectos que aquí interesan, es que a continuación se añadía que «una cosa es que que
pan restricciones en el ejercicio de los derechos en los casos de sujeción especial y
otra que ios principios constitucionales (y derechos fundamentales en ellos subsumi-
dos) puedan también ser restringidos o perder eficacia o virtualidad», ya que «no se
puede relativizar un principio sin riesgo de suprimirlo».
La esperanza de que, con esta resolución, se hubiera iniciado un nuevo camino
de indiferenciación entre relaciones de sujeción general y especial en lo tocante a la
exigencia de reserva de ley muy pronto se vería, sin embargo, defraudada al decla
rarse inmediatamente después, en la STC 83/1990 (FJ 2), que la eficacia relativa o li
mitada de la exigencia de reserva de ley en el ámbito de las sanciones adm inistrati
vas «no puede conducir a afirm ar como conformes con el principio de reserva las
regulaciones reglamentarias independientes y no claramente subordinadas a la ley.
En las relaciones de sujeción general, el artículo 25.1 resultará vulnerado si la regu
lación reglamentaria careciera de toda base legal o se adoptara en virtud de una ha
bilitación a la Administración por norma de rango legal carente de todo contenido
material propio tanto en lo que se refiere a la tipificación de los ilícitos administra
tivos como a la regulación de sus correspondientes sanciones».
La proximidad temporal de esta última resolución con la STC 61/1990 y su in
sistencia en referir su declaración exclusivamente a las RSG son indicativas de que
la acabada de citar constituyó una decisión aislada dentro de una línea constante
tendente a la evaporización de la exigencia de reserva de ley en el terreno de las in
fracciones y sanciones disciplinarias, dejando así a la Administración plena liber
tad para crearlas por vía reglamentaria siempre que una norm a legal le autorice a
SUSANA HUERTA TO C IL D O 43
cialmente, y sin constituir propiam ente ratio decidendi del caso, se aludió en la
STC 61/1990, FJ 8, a que un detective privado con autorización administrativa se
encontraba en una “relación especial de sujeción” , aun cuando aquella relación ad-
ministrativa especial no tuviera base directa en la Constitución o en una ley con
forme con la Constitución. Con todo, y como también declaró este Tribunal en las
SSTC 69/1989, de 20 dc abril, FJ 1, y 219/1989, de 21 dc diciembre, F.I 2, incluso
en el ámbito de una “relación de sujeción especial” una sanción carente de toda
base normativa legal resultaría lesiva del derecho fundamental que reconoce el ar
tículo 25.1 CE».
Puede, en consecuencia, concluirse que, a tenor de la jurisprudencia constitucio
nal, la exigencia de reserva de ley se traduce, en el ámbito de las RSG, en la necesi
dad de que la potestad sancionadora de la Administración esté cubierta por una nor
ma de rango legal que, a diferencia de lo que sucede en materia de sanciones penales,
no necesita alcanzar la categoría de ¡ey en sentido form al15; en tanto que en el ám bi
to de las RSE, si bien se admite que vulneraría el artículo 25,1 CE una sanción
carente de toda base normativa legal, se estima suficiente para satisfacer dicha exi
gencia con que exista una simple habilitación legal para la configuración por vía re
glamentaria del cuadro de infracciones y de sanciones disciplinarias, aunque dicha
habilitación carezca de contenido material y aparezca com o un cheque en blanco
concedido a la Administración para el ejercicio dc su potestad sancionadora a d inlra.
Este otorgamiento a la Administración de una potestad cuasi ilimitada a la hora
dc proceder a configurar los ilícitos disciplinarios y sus correspondientes sanciones
-e s o si, previa autorización legal «en blanco»— resulta incompatible con la más re
lajada dc las interpretaciones de lo que significa el principio de legalidad aplicado a
la actividad administrativa16. Un correcto entendimiento del mismo lleva, por el con
trario, a concluir que no cabe establecer distinción alguna entre el Derecho adminis
trativo sancionador genérico y el Derecho disciplinario a la hora de cum plim entar la
exigencia de reserva de ley que impone, en uno y otro ámbito, su inclusión junto al
Derecho penal en el artículo 25.1 CE, sin que la existencia de una relación dc suje
ción especial pueda servir de pretexto para hacer que dicha exigencia se desvanezca
en el éter dc la potestad doméstica de la Administración. Creo por ello, según ya he
tenido oportunidad de manifestar en otro lugar17, que esta «deslegalización» excep
cional del Derecho disciplinario es criticable no sólo por el debilitamiento extremo
que implica para la exigencia de reserva de ley en ciertos supuestos de sanciones ad
ministrativas --concrctam entc, en las impuestas por la Administración, con una pre
tendida finalidad de autotutela, en su ámbito doméstico— sino porque despoja al
principio de legalidad, en tales casos, tie su función de garantía de la libertad indivi
dual — y, con ella, de su trascendental significado político-democrático— dejando en
manos del ejecutivo la facultad de creación de los distintos tipos de infracciones y
sanciones disciplinarias. Por otra parte, semejante limitación del indicado principio a
una simple función de garantía de la seguridad jurídica no casa en absoluto con la ad
vertencia de que el sistema general de reservas no excluye «la posibilidad de que las
leyes contengan remisiones a normas reglamentarias, pero sí que tales remisiones
hagan posible una regulación independiente y no claramente subordinada a la ley»,
no siendo por consiguiente admisible «una verdadera deslegalización de la materia
reservada, esto es, una total abdicación por parte del legislador de su facultad para
establecer reglas limitativas» ya sea por vía de aparición de reglamentos indepen
dientes, ya porque la potestad reglamentaria se ejerza en virtud de «remisiones in
condicionales o carentes de límites ciertos o estrictos, pues ello entrañara un despla
zamiento del Parlamento que será contrario a la norma constitucional creadora
de la reserva»18.
Tal vez parezca excesivo deducir todo lo anterior de una declaración tan lacóni
ca como la contenida en la STC 2/1981, dado que dicha resolución se limita a decir
que el principio non bis in idem no es aplicable cuando se está ante una relación de
sujeción especial; pero lo cierto es que, como ya he señalado anteriormente, sólo a
partir de la admisión de una diversa esencia o naturaleza entre lo ilícito penal y lo ilí
cito administrativo — que iría más allá de una mera graduación de sus respectivas
gravedades— podría justificarse esa general falta de aplicación del indicado princi
pio cuando de infracciones y sanciones disciplinarias se trata. Sin embargo, esta con
clusión —equivalente, corno ha quedado dicho, a la estimación de que las infraccio
nes administrativas de naturaleza disciplinaria, y sus correspondientes sanciones, no
constituyen respecto de las penales un m inus dentro de un continuum de cobertura
sino un aliud esencialmente distinto— no deja de resultar contradictoria con la ad
misión, en esa misma resolución, de un bis in idem entre la sanción penal y la disci
plínaria. Pues, para poder hablar de tal posibilidad, obviamente habrá de partirse de
la base de que se trata de la imposición de una doble sanción por unos mismos lu
chos y con idéntico fundamento, lo que necesariamente implica negar la existencia
de una diferencia sustancial entre ambas clases de ilícito; sobre esto último, habré de
volver más adelante.
Desde luego no han faltado voces partidarias de una diversidad sustancial o de
esencias entre lo ilícito penal y lo ilícito disciplinario. Así, por lo que se refiere a la
doctrina penal española23, sostiene Q u i n t e r o O l i v a r e s que hay una «diferencia cua
litativa no desdeñable» entre las infracciones administrativas perpetradas en el seno
de una relación de sujeción general y las cometidas en una situación de sujeción es
pecial a la Administración (o infracciones disciplinarias) ya que, a su entender y por
lo que respecta en concreto a los funcionarios, la «incorporación a la función públi
ca supone previo conocimiento de un régimen disciplinario específico para esa {un
ción» lo que «puede ulteriormente explicar [...] la finalidad misma de la sanción,
que, aun siendo un instrumento complementario para el logro de los fines que son
propios de la Administración, se explica ante todo por la necesidad de preservar el
orden y la disciplina internos»24; de manera que, aju icio de este autor, la doble impo
sición a un funcionario público de una sanción penal y de otra disciplinaria por unos
mismos hechos no vulneraría el non bis in idem por la sencilla razón de que no se tra
taría de un «doble castigo» dado que, a diferencia de la sanción penal, la sanción dis
ciplinaria no perseguiría una finalidad preventiva sino que obedecería a «necesida
des de autotutela en T e l a c i ó n con el orden interno» ante la «quiebra de las reglas
aceptadas [...]. Por tanto, no estamos ante una mera cuestión de diferente «etiqueta
do» de reacciones igualmente represivas, sino ante consecuencias jurídicas dc actos
y efectos distintas en origen, fundamento y objetivo»25.
No es éste, desde luego, mi punto dc vista. A mi juicio, la afirmación dc la exis
tencia dc una diferencia cualitativa entre lo ilícito penal y lo ilícito disciplinario ne
cesariamente ha de partir de la idea de que uno y otro tienen o bien un fundamento,
o bien una finalidad, no coincidentes. Pues bien, por lo que se refiere a esa pretendi
da diversidad de fines, no creo que pueda establecerse diferencia alguna entre los que
persiguen los tipos penales en los que se configuran los delitos de funcionarios y los
correspondientes ilícitos disciplinarios, ya que, en ambos casos, lo que se persigue es
garantizar un correcto ejercicio de la actividad administrativa; y tampoco me parece
que puedan apreciarse diferencias esenciales en lo relativo a las finalidades respecti
vamente perseguidas por la sanción penal y por la sanción disciplinaria, pues en los
dos casos se trata de finalidades preventivas.
En cuanto a la alegación de que ambas modalidades de ilícito presentan distinto
fundamento — lo que vendría a justificar la falta de aplicación del non bis in idem
por ausencia de uno de sus requisitos— , se trata de un punto de vista que suele ba
sarse en la afirmación de que, cuando los funcionarios públicos cometen un hecho
constitutivo de un delito contra el correcto ejercicio de la función pública, atontan al
propio tiempo contra un bien jurídico distinto: la imagen de la Administración pú
blica ante los ciudadanos, perturbada por el incumplimiento de los deberes inheren
tes al desempeño de la función pública Conclusión frente a la que O c t a v io d e T o -
i .EDO26, ha opuesto que una consideración democrática de las funciones públicas
conduce, por el contrario, a entender que «no se ejercen en beneficio del Estado, sino
que existen, como el Estado mismo, y se desempeñan en beneficio de los ciudada
nos. Su protección, entonces, no puede estribar exclusivamente en la preservación de
los deberes del funcionario con el Estado; éstos en ocasiones se establecerán para
procurar directamente el m ejor servicio a los ciudadanos, pero las más de las veces
su conexión directa es con el mantenimiento de una organización eficiente y ade
cuadamente constituida para ofrecer ese servicio, es decir, se relacionan inmediata
mente con la protección de un instrumento medial respecto al fin común tanto de la
propia organización cuanto de los ilícitos penales: el servicio a los ciudadanos. De
esta manera, la relación de estos últimos con los ilícitos disciplinarios que se mues
tren concomitantes es dc absorción 0 consunción de los segundos por los primeros.
Con ello queda, por lo demás, fundada también aquí la vigencia del principio ne bis
in idem y negativamente resuelta la posibilidad dc su levantamiento sobre alguna de
las dos bases habituales: las relaciones especiales de sujeción del funcionario con el
Estado o la diferencia cualitativa entre los bienes jurídicos protegidos, respectiva
mente, por la existencia de infracciones disciplinarias y de delitos de los funcionarios
públicos: ni hay fundamento para sostener aquella relación especial, ni la diferencia
K Op. cit., pág. 28. N o obstante reconoce este autor, a renglón seguido, que «en los delitos de fun
cionarios la existencia de penas de indudable carácter “profesional” hace extraordinariamente difícil que
la ulterior reacción sancionadora de la Administración no sea vista com o una tajante violación del princi
pio «“non bis in idem”».
26 Cfr. «El delito de prevaricación dc los funcionarios públicos», en La Ley, n.° 4.139, 1996, pág. 3.
Vid. también la bibliografía penal y administrativa citada por este autor, ibidem , pág. 11, n. 9.
SUSANA HUERTA TOC ILDO
Que esa doble imposición es posible es algo que resulta indudable a la vista del
rico elenco de disposiciones legales que le otorgan carta de naturaleza28; pero cosa
distinta es que no sea rechazable a la vista de su frontal oposición al derecho fun
damental a la legalidad penal, una de cuyas derivaciones, como el propio Tribunal
Constitucional ha declarado en constante jurisprudencia, viene constituida por el
principio non bis in idem.
Llegados a este punto, creo necesario insistir una vez más en que, para que esa
doble imposición no suponga una flagrante contradicción del non bis in idem, habría
que poder llegar a la conclusión de que la acumulación de una sanción penal y de otra
disciplinaria por unos mismos hechos está justificada por cuanto, a diferencia de lo
que ocurre respecto de las sanciones administrativas de naturaleza no disciplinaria,
las que tienen esta naturaleza son cualitativamente distintas de las penales al descan
sar unas y otras en fundamentos diversos y constituir, por consiguiente, modalidades
de ataque a bienes jurídicos diferentes. De ser ello realmente así, desde luego que no
cabria afirm ar La presencia de un bis in idem por la simple razón de que la doble san
ción no obedecería ya a un único fundamento sino a varios; más si, como acaba de
concluirse, no pudiera apreciarse entre ambas clases de ilícitos diferencia esencial al
guna, es evidente que estaríamos en presencia de una excepción a la general aplica
ción del citado principio en el ámbito del Derecho administrativo sancionador cuya
justificación, si es que existe, habría que buscar por otras vías.
De lo hasta aquí dicho se infiere que, en un principio —cronológicamente situa-
do en el período comprendido entre 1981 y 1991— la simple existencia de una «re
lación de supremacía especial de la Administración» (o de «sujeción especial a la Ad
ministración») constituyó para el Tribunal Constitucional un argumento de peso para
trazar una distinción rica en consecuencias entre el Derecho administrativo sancio
nador y el Derecho disciplinario como territorios, respectivamente, de reacción san-
cionatoria frente a infracciones administrativas cometidas por quienes se encuentran
vinculados a la Administración por una relación de sujeción general (RSG) o por una
relación de sujeción especial (RSE). Hasta el punto de que, mientras que en el caso
de las RSG admitía una aplicación «matizada» de los principios penales, en el de las
RSE restringía la aplicación de algunos de ellos, concretamente de los de reserva de
ley y non bis in idem.
I I Derecho disciplinario se presentaba así, en su originaria configuración consti
tucional, como una excepción a la regla general de la aplicación «matizada» de los
principios penales a las infracciones y sanciones de naturaleza administrativa, regla
que a su vez descansa, aunque el Tribunal Constitucional no lo haya declarado ex
presamente, en la consideración de que entre lo ilícito penal y lo ilícito administrativo
referidos a un mismo objeto de protección no existen diferencias de esencia (cualita
tivas) sino meramente de grado (cuantitativas); pues sólo a partir del entendimiento
de la relación existente entre ambos ilícitos como una relación de «progresión» — en
la que la reacción penal se reserva a las formas más graves de ataque contra el bien
jurídico, de conformidad con los principios exclusivamente penales de intervención
mínima, fragmentariedad y ultim a ratio— puede razonablemente propugnarse la im
portación al campo de las infracciones y sanciones administrativas del cuadro de
garantías inicialmente concebido para poner fronteras a un ejercicio abusivo del ins
trumento penal. Dicho de otra manera: de tratarse, en verdad, de cosas esencialmen
te distintas, no habría razón alguna para proceder a semejante extrapolación.
Diferente habría sido, desde luego, la situación si el Tribunal Constitucional hu
biera basado entonces su negativa a aplicar el non bis in idem a supuestos de RSE en
el argumento de que el bien jurídico afectado por el concreto delito de funcionarios
no es idéntico al que subyace a la correspondiente falta de naturaleza disciplinaria.
De ser así, la doble sanción estaría en principio justificada29, pero lo que carecería de
sentido sería hablar de la existencia de un bis in idem por la simple razón de que, por
más que hubiera un bis, lo que faltaría es el idem. Y, por otra parte, con semejante ar
gumento se estaría dando por sentado lo que precisamente está por demostrar, esto
es: si, efectivamente, cabe establecer una diferencia esencial entre lo ilícito penal y
lo ilícito disciplinario que pueda justificar la imposición de una doble sanción por
unos mismos hechos sin que ello suponga una quiebra del derecho fundamental al
non bis in idem.
29 Y digo que ello sólo puede afirmarse «en principio» porque, com o acertadamente dice B e n l l o c h
(op. c it., págs. 315-316, n. 31), aun cuando la sanción disciplinaría obedeciera a un fundamento dis
P e t it
tinto del subyacente a la sanción penal bien pudiera no estar justificada su imposición conjunta en aque
llos casos en que la sanción penal fuera ya por sí sola suficiente para satisfacer las necesidades de pre
vención.
SUSANA HUERTA TO CIL D O 51
w Cuya misma denominación resulta ya antipática, tal y com o apunta algún autor. Cfr. V a le n c ia M a-
Rín , «Derecho administrativo sancionador y principio de legalidad», en El prin cipio d e legalidad.... op.
cit., pág. 136.
31 Vid., a este respecto, por todos: G a r c ía M a ch o, Las relaciones de esp ecia l sujeción en la C onsti
tución españ ola, Madrid, 1992, passim .
32 Cfr. LÓPEZ B e n íte z , N aturaleza y presupuestos constitucionales d c la s relacion es especiales d e su
je c ió n . Madrid, 1994, pág. 161.
31 Cfr. L ópez B enítez , op. c it., págs. 260 ss.
34 Cfr. G allego A nabitarte , «Las relaciones especiales de sujeción y el principio de legalidad de la
Administración», en RAP, n.° 34, 1961.
35 Tal y com o reconoce el propio Tribunal Constitucional en las SSTC 61/1990 y 13272001.
5 2 LA CIENCIA D EL D E R E C H O PE N AL A N T E El. N U E .IGLU
embargo, que, por lo que se refiere a la primera de estas dos exigencias, la jurispru
dencia constitucional recaída hasta el momento circule por esa vía. Por el contrario,
de su consulta se desprende la sensación de que se ha limitado, por regla general19, a
dar por buena la amplia tipificación de relaciones de sujeción especial llevada a cabo
por la jurisdicción ordinaria'"1. Asi, aparecen expresamente mencionados en ella,
como supuestamente sometidos a ese tipo de relación, entre otros los siguientes gru
pos de personas: funcionarios, servidores públicos y concesionarios (SSTC 2/1981.
FJ 4), presos (SSTC 2/1987, FJ 2; 74/1985, FJ 2; 120/1990, FJ ó: 137/1990, FJ 4;
11/1991, FJ 2; 57/1994, FJ 3.“ B> y 141/1999. F.l 4), promotores de viviendas de pro
tección oficial (STC 66/1984, FJ 1), profesionales sujetos a la disciplina de los res
pectivos Colegios (SSTC 219/1989, FJ 3, y 83/1992), soldados y objetores de con
ciencia (STC 160/1987) y detectives privados (STC 61/1990, FJ 7); si bien se ha
venido a reconocer últimamente, en la STC 141/1999, FJ 4, que no todas estas si
tuaciones merecen el mismo tratamiento normativo. En cuanto a la segunda exigen
cia, explícitamente impuesta por el Tribunal Constitucional en la mencionada
STC 21/1981, es de resaltar que no siempre ha sido respetada, lo que se comprueba
con tan sólo examinar el automatismo con que, en muchas ocasiones, se ha negado
la aplicación del principio non bis in idem en supuestos de relación de sujeción es
pecial preestablecida.
A la vista de estas carencias, parece necesario insistir en que, en tanto no exista
un catálogo cerrado de relaciones de sujeción especial que haya sido acuñado con
forme a criterios constitucionales, debe hacerse hincapié en la necesidad de una in
terpretación restrictiva de la posibilidad de etiquetar una relación como de sujeción
especial. Por lo demás, no sólo a ello conduce una correcta aplicación del principio
in fa v o r libertatis derivado del propio texto constitucional sino que, de operarse de
otro modo, nos encontraríamos con que, a través de un uso ligero y abusivo de esta
categoría, se estarían vaciando de contenido importantes garantías diseñadas en la
Constitución41.
Desde luego que, en lo que atañe a los funcionarios públicos, no es dudosa su si
tuación de especial vinculación a la Administración en tanto que servidores de ¡a
39 D ebe, sin embargo, reconocerse que, en los últimos tiempos, el Tribunal Constitucional ha adopta
do una posición más restrictiva en cuanto a la admisión de situaciones calificables de RSE. Así, en la STC
132/2001, tras recordarse que existen «situaciones y relaciones jurídico-administrativas donde la propia
Constitución o las leyes imponen límites en el disfrute de los derechos constitucionales, llámense tales re-
Iaciones de «especial sujeción», «de poder especial», o simplemente «especiales», se niega tal calificación
a la relación que une a un taxista con la Administración, dado que «ningún precepto constitucional prevé,
ni explícita ni implícitamente, la limitación de derechos constitucionales en un ámbito de actividad eco
nómica privada, aunque esté intervenida y reglamentada, com o es la prestación de servicios de transporte
en auto-taxi».
40 A este respecto, ofrece L o z a n o C lt a n d a (« L a tensión entre eficacia y garantías...», op. cit., págs.
65-66) el siguiente elenco de RSE reconocidas por lajurisprudencia del Tribunal Supremo: funcionarios pú
blicos, miembros de los Colegios profesionales, presos, soldados, estudiantes, taxistas, bancos y banqueros,
contratistas y concesionarios, personas relacionadas con et inundo de los toros (dueños de ganaderías, em
presarios que organizan el espectáculo o simples espectadores) e, incluso, colectivos de personas reunidos
en el m a rc o de una comunidad de denominación de origen. Mayor heterogeneidad, desde luego, no cabe.
41 C fr, M ic h a v il l a N u ez , « E l principio de legalidad en la potestad sancionadora de la a d m in istra ció n :
nuevas aportaciones del TC (co m en ta rio a las SSTC 2/1987, de 21 de enero, y 42/1987, de 7 de a b ril)» ,
en Poder Judicial, n.cl 6, 1987, pág. 93.
54 LA CIE N C IA D EL D E R E C H O PENAL ANTE EL N U EV O S >
K Dadas las limitaciones espaciales dc este trabajo, no me es posible abordar aqui las repercusiones
procesales de la aplicación non bis in idem . Para un estudio de las m ismas, vid., por todos, G a r b e r í L lo -
b r e g a t , «Principio non b is in idem y cuestiones de prejudicialidad», en I m s fron teras deI C ódigo p e n a l
de 1995..., op. c it., págs. 92-95; H e n l l o c h P e tit, «El principio...», op. c it., págs. 327-341.
43 Cfr. V a i . e n C IA M a r í n , E l p rin cip io de legalidad ..., op. cit., pág. 175, n. 287.
SUSANA HUERTA TOCIl.DO
la existencia de una RSE para justificar la imposición de una doble sanción, penal y
administrativa, por unos mismos hechos sino que: «para que la dualidad de sancio
nes sea constitucionalmente admisible es necesario, además, que la normativa que la
impone pueda justificarse porque contempla los mismos hechos desde la perspectiva
de un interés jurídicam ente protegido que no es el mismo que aquel que la primera
sanción intenta salvaguardar».
A partir de esta trascendental declaración, el Tribunal Constitucional procedió en
la indicada resolución a examinar si la sanción impuesta al demandante de amparo
—en virtud de lo dispuesto en el artículo 206 del Reglamento de la Policía Guber
nativa. en conexión con el artículo 217 de ese mismo texto, por motivo de la falta
grave consistente en la comisión de «cualquier conducta constitutiva de delito dolo
so»— resultaba o no compatible con el principio non bis in idem, concluyendo al res
pecto que la existencia, en este caso, de una RSE no «basta por sí misma..., para jus
tificar la dualidad de sanciones» sino que, para que sea jurídicam ente admisible la
sanción disciplinaria impuesta en razón de una conducta que ya ha sido objeto de
condena penal, «[.. ]es indispensable, además, que el interés jurídicam ente protegido
sea distinto y que la sanción sea proporcionada a esa protección».
Hasta aquí, el razonamiento seguido por el Tribunal Constitucional en la STC
234/1991 resulta impecable pero, a continuación, emprende un escurridizo camino
argümental que le va a llevar a concluir que, en el caso enjuiciado, no se ha vulnera
do el indicado principio al ser distinto el fundamento de la sanción penal y de la san
ción administrativa; lo que intenta justificar en los siguientes términos: «El interés
legítimo de la Administración en su conjunto es el de servir con objetividad los inte
reses generales (art. 101.3 CE); el de cada uno de los entes u órganos que la integran
en particular el de asegurar el funcionamiento eficaz del servicio público que les está
encomendado, de donde fácilmente se infiere que la conducta de los funcionarios
como simples ciudadanos, al margen de su función propia, no entra dentro del círcu
lo de interés legítimo de la Administración y no puede ser objeto de la disciplina de
ésta; salvo, claro está, y la salvedad es decisiva, que esa conducta redunde en perjui
cio dei servicio dada la naturaleza de éste [...]. La tarea propia de la policía guberna
tiva es, entre otras, la averiguación de los delitos y la persecución de los delincuen
tes para ponerlos a disposición judicial. Que la eficacia de este servicio se vería
peijudicada si a los encargados de llevarlo a cabo se les pudiera imputar la perpetra
ción de aquellos mismos actos que, en interés de toda la sociedad, tienen como mi
sión impedir, es cosa que no ofrece duda alguna [...]. La irrcprochabilidad penal de
los funcionarios de la policía gubernativa es un interés legítimo de la Administración
que, al sancionar disciplinariamente a los que han sido objeto de condena penal, no
infringe en consecuencia el principio non bis in idem » (FJ 2).
Del análisis de la STC 234/1991 cabe, en consecuencia, deducir que el Tribunal
Constitucional dio con ella un paso de gigante al prescindir de toda alusión al con
cepto de «relación de sujeción especial» a la hora de dar por buena la imposición de
una doble sanción penal y disciplinaria a quien se encuentra en tal situación; pues,
una vez descartado que la mera existencia de una RSE excluya automáticamente la
aplicación del principio non bis in idem , y centrada ya la cuestión del fundamento de
la doble sanción en la necesidad de brindar protección, conjuntamente por vía penal
y disciplinaria, a dos bienes jurídicos distintos que se han visto afectados por una
misma conducta, la invocación de la categoría en estudio obviamente deviene inne-
SUSA N A HUERTA TO C IL D O 57
48 Cfr. A . N ie to , D erecho A dm inistrativo Sancionador, op. c it., págs. 406-407. Y sigue diciendo este
autor, algunas páginas más adelante (op. cit., págs. 4 37 -4 3 8) que la STC 234/1991 «es una estupenda de
claración dogmática cuya operatividad se reduce notablemente cuando desde ella se quiere pasar a lo con
creto, puesto que todavía sigue siendo ambigua y verbalista[...]. En definitiva — y pese a todos los gene
rosos verbalismos— nos encontramos en el mismo punto de siempre: la garantía constitucional es un tigre
de papel que puede sortearse mediante el simple arbitrio de invocar intereses jurídicos distintos».
En sentido sim ila r, a firm a de L eón V il l a u m (A c u m u la c ió n de sanciones penales y a d m in is tra ti
vas. S e ntido y alcance d e l p rin c ip io no bis in idem , B arcelona. 1998, pág. 4 95 ) que « L a m era d is tin c ió n
n om in al de las norm as que los regulan, o la alusión a intereses generales, p rofusos o ind e te rm in a d os, no
pueden en n ingún caso fu ndam entar la existencia de una doble reacción p u n itiv a estatal contra una con
ducta, sin o que únicam ente será la perfecta d e lim ita c ió n de los intereses m aterialm ente afectados y efec
tivam ente recogidos en las norm as aplicadas, los que p erm ita n d oblegar la e fic a c ia de nuestro derecho fu n
dam ental, sin que pueda establecerse a p r io ri la e xisten cia g lo b a liza n te de intereses difere n te s en la
actuación de uno y o tro sector ju ríd ic o » .
54 A esta m ism a co nclu sió n lle g a de L eón V il ia l u a (op. c it., pág. 4 97 ) cuando a firm a que siem pre
que « la sanción penal lia te n id o en cuenta el carácter de fu n c io n a rio d el sujeto, parece ló g ic o m antener que
se ha c u m p lid o igualm ente la fin a lid a d protectora de la pena d is c ip lin a ria y, p o r tanto, p e rm itir en ú ltim o
extrem o só lo aquellas consecuencias accesorias que s irv a n a los o b je tivo s d is c ip lin a rio s n o contem plados
en la norm a penal».
60 LA CIENCIA DEL DERECHO PENAL ANTE EL NU SIGLO
51 Te rm ino log ía que, de acuerdo en e llo con de L eó n V iila lb a (op. cit.. págs. 499 ss.), considero más
adecuada para resumir en un concepto global la triple exigencia de identidad de sujeto, hecho y funda
mento a efectos de aplicación del principio ñon bis in idem.
32 Vid., en este sentido, la STC 154/1990, en la que expresamente se dice que «aplicada una determi
nada sanción a una específica infracción, la reacción punitiva ha quedado agotada. Dicha reacción ha te
nido que estar en armonía o consonancia con la acción delictiva, y la correspondiente condena ha de con
siderarse com o autosuficicnte desde una perspectiva punitiva, por lo que aplicar otra sanción en el mismo
orden punitivo representaría la ruptura de esa proporcionalidad, una reacción excesiva del ordenamiento
jurídico, ai inflingirse al condenado una sanción desproporcionada respecto de la infracción que ha c o
metido».
53 Vid. H u e rta T o c ild o , «El derecho fundamental a la legalidad», op. cit., pág. 101, en el que lo ca
lifico de «mandato intimamente ligado con la proporcionalidad»; idea en la que insisto en mi posterior tra
bajo sobre «Principio de legalidad y normas sancionadoras», op. cit., pág. 53, al considerarlo una deriva
ción de «la prohibición de todo ex ceso por parte de los poderes públicos en el ejercicio del ius puniendi;
exceso en el que se incurriría, indudablemente, de imponerse a una persona un doble castigo por unos mis
m os hechos y con idéntico fundamento [...]». Vid. un planteamiento similar en B e n llo c h P e tit («El prin
c ip io ...» , op. cit., págs. 312 ss.), para quien es necesario acudir a los principios de proporcionalidad y de
subsidiariedad para dotar de contenido sustantivo al referido principio, si bien este autor va más allá al
considerar que de la toma en consideración de esos dos principios básicos del Derecho penal se derivan,
com o subprincipios, los dos siguientes: a ) «el hecho de que una pena o sanción pueda servir a la conse
cución de una pluralidad de finalidades legitimas no justifica imponer esta pena o aquella sanción más allá
del limite superior máximo constituido por el nivel de injusto culpable del hecho», y b) «deberán impo
nerse una única vez las consecuencias jurídicas gravosas previstas por normas distintas cuando, mediante
su imposición única, se alcancen simultáneamente los distintas fines de todas ellas» (op. cit., pág. 314).
Sobre esta opinión, que en términos generales comparto, volveré más adelante.
54 Para mayores detalles, vid. mi extenso comentario a esta resolución en «Principio de legalidad
y normas sancionadoras», op. cit., págs. 58-72.
SUSANA HUERTA TOCILDO
invocación en amparo por la vía del articulo 25.1 CE y que, a mi entender, no coin
cide exactamente en su radio de acción — pese a su común origen en la «prohibición
del exceso»— con el non bis in idem 35.
A las anteriores conclusiones parece oponerse, sin embargo, el texto del artículo
127.3 LRJAPPAC, a cuyo tenor no son aplicables los principios contenidos en su T í
tulo IX (legalidad, irrctroactividad, tipicidad, responsabilidad, proporcionalidad y
non bis in idem, entre otros) «al ejercicio por las Administraciones Públicas de su po
testad disciplinaria respecto del personal a su servicio y de quienes estén vinculados
a ellas por una relación contractual»56.
El carácter distorsionante de esta norma queda reflejado, en primer lugar, por el
hecho de que de su tenor literal se desprenda, con toda naturalidad, la paradójica con
clusión de que, salvo la que une a la Administración con sus funcionarios y personal
contratado, «todas las demás relaciones de sujeción especial están sometidas, sin ma-
tización alguna, al régimen común»s7 siéndoles, en consecuencia, de aplicación los
indicados principios. De semejante interpretación ha dicho A. N i e t o que «por muy
fiel a la letra de la ley que parezca, es tan tosca y radical que asusta aceptarla»'*, pero
lo cierto es que los términos en que se expresa el precepto en estudio no ofrecen lu
gar a dudas respecto de su corrección, a menos que de la propia Constitución, o dc
otras normas con rango de Ley5’, pueda deducirse lo contrario. En cualquier caso,
discrepo del autor acabado de citar en lo tocante a que haya motivos para asustarse
al aceptarla: lo que verdaderamente asusta es que el artículo 127.3 LRJAPPAC des
carte de manera tajante la aplicación dc los principios de legalidad, tipicidad, irretro-
actividad, etc. al Derecho disciplinario de funcionarios y, sobre todo, que lo haga de
forma tan contraria a la lectura que del derecho fundamental contenido en el artícu
lo 25.1 CE ha venido haciendo el Tribunal Constitucional, lectura cuyos «matices»,
por muy «difúminantes» que sean a la hora de trasladar el cuadro de garantías deri
vadas del principio de legalidad al ámbito del Derecho disciplinario, no llegan desde
luego a negarle toda virtualidad en ese sector del ordenamiento jurídico; pues una
cosa es que se diga que el principio non bis in idem no es aplicable cuando la san
ción penal y la disciplinaria impuestas en el seno de una RSE tienen diverso funda
mentó, y otra, muy distinta, es que de entrada se niegue dicha aplicación incluso para
el caso de que dicho fundamento sea idéntico, dándose así carta de naturaleza a la
posibilidad de un bis in idem cuando de funcionarios públicos se trata. A mi modo de
ver, lo que la excepción contenida en el articulo 127.3 LRJAPPAC vendría, en con
secuencia, una vez más a demostrar es que, pese a la linea de orientación iniciada con
la STC 234/1991, la «sombra del fantasma de las relaciones de sujeción especial»60
sigue siendo alargada, ya que no me cabe duda alguna de su proyección sobre el men
cionado precepto61.
No menos asustante es, por otra parte, el factor diferencial que explícitamente
traza el artículo 127.3 LRJAPPAC entre los funcionarios públicos y otros grupos
de personas cuya «irreprochabilidad» — por manejar el término utilizado en la STC
234/1991— es, sin duda alguna, un interés legítimamente invocable en aras de ofer
tar a los ciudadanos no sólo un correcto ejercicio de la actividad en cuestión, sino
también una imagen intachable en lo relativo a su funcionamiento; factor diferencial
que se traduce en un agravio comparativo que resulta fácilmente perceptible si, por
ejemplo, se pone en relación la situación de los funcionarios públicos con la de quie
nes ejercen la actividad judicial. Para comprobarlo, no hay más que proceder a la lec
tura del artículo 415.2 y 3 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, en su redacción ac
tual62, a cuyo tenor: «2. La incoación de un procedimiento penal no será obstáculo
H Vid., a este respecto, M a t a y M a r t í n , «El principio de non bis in idem en la reforma de la respon
sabilidad penal y disciplinaría de jueces y magistrados», en Poder Judicial, n.“ 41-42, 1996.
M 1.a adición de la expresión «y bien jurídico» debe considerarse reiterativa, ya que. según se defien
de en el texto, bien jurídico y fundamento son la misma cosa.
“ Y ello a diferencia de lo que ocurre cuando se trata de infracciones administrativas cometidas en el
seno de una RSG, respecto de las que el art. 5 del Reglamento del procedimiento para el ejercicio de la p o
testad sancionadora (aprobado por RD 1.398/1993, de 4 de agosto) dispone lo siguiente: «El órgano com
petente resolverá la no exigibilidad de responsabilidad administrativa en cualquier momento de la instruc
ción de los procedimientos sancionadores en que quede acreditado que ha recaído sanción penal o
administrativa sobre los mismos hechos siempre que concurra, además, identidad de sujeto y fundamento».
64 I A CIENCIA 1)1;L DERECHO PENAI ANTE l-l N' ’() SICil.O
especial para empleo o cargo público por tiempo de siete a diez años); la del articu
lo 6.e), con la del artículo 599.1 CP (revelación de secretos oficiales conocidos por
razón del cargo; pena - prisión de dos a cuatro años); la del articulo 6./) con las dis
tintas conductas previstas en los artículos 529 y siguientes CP como «delitos come
tidos por los funcionarios públicos contra las garantías constitucionales»; la del ar
tículo 6./), con el delito previsto en el artículo 315 CP (pena = prisión de seis meses
a tres años y multa de seis a doce meses); la del articulo 6.1) con el delito del articu
lo 409 CP (pena = multa y suspensión de empleo o cargo público por tiempo de seis
meses a dos años); y la del artículo 6.m), con la del artículo 538 CP (pena = inhabi
litación absoluta de seis a diez años).
Lo mismo sucede si nos fijamos en las faltas graves seleccionadas de entre las ti
pificadas en el artículo 7 del Reglamento: la de la letra a) coincide en sus contornos
con el delito de desobediencia descrito en el artículo 410 CP (pena = multa y sus
pensión de empleo o cargo público por tiempo de seis meses a dos años); la de la le
tra b ), con la agravante del artículo 22.7 CP («prevalerse del carácter público que ten
ga el culpable»), aplicable a cualquier clase de delito, y con algunas agravaciones
especificas de ciertos tipos penales (por ej., arts. 175 y 187.2; nótese, por otra parte,
que la pena privativa de libertad que corresponde, en ambos supuestos, al delito co
metido se acompaña de una pena de inhabilitación especial para empleo o cargo pú
blico de dos a cuatro años, en el primer caso, y dc una pena de inhabilitación aliso
luta por tiempo de seis a doce años, en el segundo); ni que decir tiene que la dc la
letra c) coincide con un gran número de tipicidades delictivas; la de la letra f) , por su
parte, coincide con el deüto de daños previsto en el articulo 264.1 CP; la de la letra li)
puede coincidir con las prevaricaciones especiales de los artículos 320, 322 y 329
CP (pena = prisión y la inhabilitación especial para empleo o cargo público prevista
en el artículo 404 CP); y, finalmente, la de la letra f ) guarda un estrecho paralelismo
con el delito sancionado en el artículo 198 CP (pena = prisión e inhabilitación abso
luta por tiempo de seis a doce años).
En cuanto a las faltas leves, qué duda cabe de que la prevista en la letra d) del ar
tículo 8 del Reglamento podrá imponerse en todo supuesto de comisión de un delito
de funcionarios que admita la modalidad imprudente, y que la de la letra e) constitu
ye un cajón de sastre al que acudir en todo supuesto de delito de funcionarios (en sen
tido amplio, esto es, incluyente dc todo aquel en el que la condición de funcionario
público haya sido tenida en cuenta por el tipo para graduar la pena) que no encaje,
exactamente, entre los anteriormente aludidos, ya que en todos ellos se daría un
«incumplimiento de los deberes y obligaciones de los funcionarios».
De este rápido repaso a algunas dc las faltas (leves, graves o muy graves) pre
vistas en el Reglamento Disciplinario de 1986, cabe extraer las siguientes conclu
siones:
1.a Que, obviamente, hay faltas disciplinarias que carecen dc paralelismo con un
correspondiente tipo de delito [por ejemplo, la prevista en el art. b.f) como falta muy
grave, consistente en tener una «notoria falta de rendimiento que comporte inhibición
en el cumplimiento de las tarcas encomendadas»]. Dc ellas no he hecho mención ex
presa puesto que, en tales casos, la imposición dc la sanción disciplinaria no puede
ir acompañada de una sanción penal por el mismo hecho y, por consiguiente, no plan
tean problema alguno de bis in idem.
66 LA CIENCIA DEL DERECHO PENAL ANTE EL NUEVO S' )
2.a Que, si bien en algunas de las relacionadas no hay una exacta coincidencia
entre el radio de acción correspondiente a la falta disciplinaria y el que es propio del
correlativo delito por cuanto la comisión de este último exige la presencia de ele
mentos adicionales, no por ello deja de ser evidente que la realización del delito ab
sorbe el contenido de lo injusto propio de la falta disciplinaria cuya sanción, en con
secuencia, queda em bebida o consumida por la imposición de la sanción penal.
3.a Que, como ha podido comprobarse, son muchas las ocasiones en las que el
Código penal ha tenido en cuenta la condición de funcionario público, ya sea como
característica material de la autoría de ciertos delitos especiales propios o impropios,
ya como motivo de agravación genérica o de creación de un tipo agravado en rela
ción con un delito común. En todos esos casos, la medida del desvalor del com por
tamiento incluye ya el posible daño o perjuicio irrogado al servicio, por lo que la do
ble imposición de pena y sanción disciplinaria supondría una clara vulneración del
non bis in idem. O dicho de otra manera: en tales supuestos no existe esa diversidad
de fundamento entre ¡lícito penal e ilícito disciplinario que pudiera justificar la doble
imposición de sus respectivas consecuencias.
4.a Que, a mayor abundamiento, también se comprueba que muchos de los tipos
penales mencionados prevén, junto a una sanción privativa de libertad, la imposición
de una pena «profesional» de inhabilitación absoluta, inhabilitación especial o sus
pensión de cargo público que, a veces, tiene una considerable duración. La pregunta
que, a la vista de ello, inmediatamente se plantea es la siguiente: ¿qué necesidad hay
entonces de aplicar las sanciones disciplinarias previstas para las faltas muy graves,
graves o leves, habida cuenta de su coincidencia, en mayor o menor grado, con dichas
penas «profesionales»?
Una vez que ha sido rechazada, con carácter general, toda diferencia de índole
cualitativa entre el Derecho penal y el Derecho administrativo sancionador — del que,
evidentemente, forma parte el Derecho disciplinario de la función pública— no p a
rece que exista razón alguna para no aplicar el principio non bis in idem —elevado
por el Tribunal Constitucional al rango de derecho fundamental reclamable en am
paro— al efecto de evitar la imposición de una doble sanción, penal y disciplinaria,
siempre que se dé la triple exigencia de identidad de sujeto, hecho y fundamento, y
ello tanto si el afectado se encuentra como si no se encuentra en una relación de su
jeción especial a la Administración; sin que, al efecto de com probar si efectivamen
te se da esa triple exigencia, quepa derivar apriorística y automáticamente, de la sim
ple existencia de dicha situación de vinculación estrecha a la Administración, la
afirmación de que la sanción disciplinaria descansa en un fundamento distinto del
que subyace a la sanción penal.
Para ello deberá comprobarse, en cada caso, si el fundamento de la sanción dis
ciplinaria es o no idéntico al de la sanción penal: si lo es, se dará un concurso apa
rente de normas entre la penal y la disciplinaria que habrá de resolverse a favor de la
primera; si no lo es, se dará una hipótesis sim ilar— aunque no idéntica— al concur-
SUSANA HUERTA TOCIt.DO 67
so de delitos. En el primer caso, será aplicable el principio non bis in idem para des
cartar la imposición de ambas sanciones; en el segundo, en cambio, no lo será por la
sencilla razón de que, por más que haya un bis, lo que no habrá es un idem.
A tal conclusión, derivable de la doctrina sentada en la STC 234/1991 —aun
cuando, como ha quedado dicho, tal resolución no esté exenta de criticas por cuanto
parece establecer una identificación automática entre la existencia de una relación de
sujeción especial y la de un fundamento distinto para la sanción penal y la discipli
naria— no puede oponerse la exclusión que el articulo 127.3 de la LRJAPPAC hace
de la aplicación de los principios enunciados en su Título IX (y, entre ellos, del non
bis in idem. expresamente recogido en su art. 133) al ámbito del Derecho disciplina
rio de funcionarios. No sólo porque ello supondría el otorgamiento de un injustifica
do trato desigual al personal al servicio de las Administraciones Públicas en compa
ración con el que normativamente reciben otros grupos de personas que asimismo
podrían incluirse en el seno de una RSE (por ejemplo, los presos), sino, principal
mente, porque dicha excepción sería contraria al articulo 25.1 CE en la interpretación
que dicho precepto ha merecido por parte del Tribunal Constitucional, especialmcn
te a partir de las importantes declaraciones contenidas en la resolución acabada de
mencionar.
Sentado lo precedente, se impone averiguar si la sanción disciplinaria que pre
tende imponerse a un funcionario por motivo de haber cometido un delito cualquie
ra, o por un hecho que resulta abarcado en la conducta descrita como delito en un tipo
penal, descansa o no en el mismo fundamento que la sanción penal correspondiente
a dicho delito; a cuyo efecto habrá de comenzarse por distinguir entre, por una par
te, los delitos contra el correcto ejercicio de la función pública y los delitos de fun
cionarios contra el ejercicio de los derechos reconocidos por las Leyes, y, por otra
parte, aquellos delitos comunes en los que la condición de funcionario no es condi
ción sine qua non para ser considerado autor de los mismos6*’. Por lo que se refiere a
ios primeros, la imposición, a un funcionario público, d e ia pena que por la comisión
del delito en cuestión pudiera corresponderle y, al propio tiempo, de una sanción
disciplinaria apoyada sobre la base de la tipificación como falta grave de «las cons
titutivas de delito doloso relacionadas con el servicio o que causen daño a la Admi
nistración» [art. 7.1.c)] del Reglamento de Régimen Disciplinario de los Funciona
rios de la Administración del Estado67) supone, a mi juicio, una flagrante infracción
“ Esta distinción no es escolástica sino que se desprende de las previsiones contenidas en el Regla-
mcnlo Disciplinario de los Funcionarios de la Administración Civil del Estado, en cuyo art. 23 se distin
gue entre supuestos en los que el hecho, además de encajar en la descripción de una falta disciplinaria,
puede ser constitutivo de alguno de los delitos cometidos por los funcionarios públicos contra el ejercicio
de los derechos de las personas reconocidos por las Leyes o de alguno de los delitos de los funcionarios
en el ejercicio de sus cargos, y supuestos en los que la conducta puede ser calificada com o falta discipli
naria y com o delito o falta penal común; estableciéndose, en dicho precepto, un procedimiento especial
para los supuestos mencionados en primer lugar, consistente en la paralización del expediente administra
tivo hasta tanto haya concluido el procedimiento penal, en tanto que, por lo que se refiere a los última
mente mencionados, la tramitación de ambos procedimientos puede discurrir en paralelo.
Vid también las similares disposiciones citadas supra, en n. 28. Recuérdese, por otra parte, que,
pese a la exclusión implícita que en dicha norma se hace de la aplicación del non bis in idem , el art. 23
del Reglamento de I98(> parece reconocer una de sus vertientes o aspectos (el llamado «non b is in idem
pro cesa l». Vid. G arber J, v\d. supra, nota 55). Desde mi punto de vista, ello no supone, sin embargo, una
6 8 LA CIENCIA DEL DERHCIIO PENAL ANTE El f .'< >SI<iI O
del non bis in idem por cuanto, en tal caso, no es posible establecer distinción de fun
damento alguno entre lo ilícito penal (cometer, por ejemplo, un delito de cohecho y
lesionar con ello el bien jurídico identificablc como «correcto ejercicio de la activi
dad administrativa»6®) y lo ilícito disciplinario (haber cometido un delito doloso re
lacionado con el servicio, o que cause grave daño a la Administración y lesionar con
ello ese mismo bien jurídico).
Distinta es la situación si la sanción disciplinaria que pretende imponerse a un
funcionario público junto con una sanción penal tuviera por fundamento la lesión de
un interés distinto al que subyace al correspondiente tipo delictivo, lo que normal
mente sucederá en el caso de comisión de un delito común por un funcionario públi
co. En tal supuesto, no podrá invocarse el non bis in idem para oponerse a esa doble
reacción, penal y disciplinaria, por un mismo hecho. Pero tampoco seria acertado
concluir, en todo caso, que am bas sanciones deben imponerse de forma cumulativa,
cual si de un concurso rea! entre del ilo e infracción disciplinaria se tratara. Sin duda
que, en ocasiones, esa acumulación puede estar justificada por no absorber la san
ción penal el total contenido de desvalor de lo injusto presente en la conducta enjui
ciada; pero no es inconcebible que, pese a descansar en fundamentos diversos, con la
sanción penal pudiera ya entenderse satisfecha la finalidad perseguida por la sanción
disciplinaria. En tal supuesto, la imposición de esta última se revelaría innecesaria y,
por consiguiente, «excesiva» o contraria al principio de proporcionalidad que rige
tanto en el ámbito del Derecho penal como en el propio del Derecho administrativo
sancionador69.
Esa desproporción puede evitarse renunciando a esa doble imposición sanciona-
toria no ya por aplicación del principio non bis in idem — puesto que no habría
idem sino, directamente, en función de la aplicación del principio de proporciona
lidad que, como ha quedado dicho, por más que también suponga una manifestación
de la prohibición del «exceso» no coincide exactamente en su radio de acción con el
non bis in idem al ser más amplio el de aquél que el de este último. Ahora bien: para
que esa renuncia a la imposición de la doble sanción penal y disciplinaria venga ju s
tificada, habrá de poderse concluir previamente: 1) que ambas tienen idéntica finali
dad preventiva, y 2) que con la aplicación de la sanción penal, se ha cum plido ya
coetáneamente el objetivo perseguido por la sanción disciplinaría7".
De lo primero no cabe duda alguna, pese a que algún sector de la doctrina admi-
nistrativista siga predicando una distinción entre los fines retributivos de la sanción
penal y los preventivos de la sanción disciplinaria; y, en cuanto a lo segundo, creo que
la frecuente conminación de los delitos de los funcionarios públicos en el ejercicio
de sus cargos (y de los delitos de los funcionarios públicos contra los derechos de las
admisión parcial de dicho principio en lo tocante a las relaciones entre la sanción penal y la sanción d is
ciplinaria-, sino la lógica consecuencia de que, para imponer esta última, será requisito indispensable la
previa condena penal por delito doloso.
68 Vid, a este respecto, ampliamente, O c t a v i o d e T o l e d o , Im p revaricació n de¡ fu ncionario p ú blico ,
Madrid, 1980, págs. 135 ss.
69 Vid. a este respecto, por todos, L ó p e z G o n z á l e z , E l prin cipio g e n era l d e proporcion alid ad en D e
recho adm inistrativo. Universidad de Sevilla* 1988, passim .
70 O, com o indica el Tribunal Constilucional alemán (BVerfGE, vol. 66, pág. 357), que el principio de
proporcionalidad puede obligar, en un caso concreto, a examinar si, una vez impuesta la pena criminal, to
davía resulta necesaria una sanción por parte del Tribunal de disciplina profesional.
SUSANA MUERTA TOCILDO
71 Vid., en sentido similar: B e n l l g c h P e t t t , «El principio.,.», op. cit,, pág. 3 5 8 , Un punto de vista si
milar sostienen, en la doctrina adminisnaiivista, G a r c ía de ENTF-RRÍA/Fr.RNÁNDFy. (Curso, 11. op. c it.. págs
179-180): «Una excepción admite nuestra jurisprudencia a la prohibición de la doble sanción, la relativa
a las sanciones disciplinarias [ . . .]. La explicación de esta excepción [ _] se ha intentado derivar de la doc
trina de la «relación de sujeción especial», a la que ya hemos puesto serias reticencias y con la que prefe
rimos por ello no operar. La constatación de que una persona ha cometido un delito puede tener, por si
misma, una significación en el ámbito interno dc la organización que la potestad disciplinaria protege. que
un notario haga un uso indebido de su fe pública, ó que un médico falsee sus diagnósticos o que un fun
cionario trafique con informaciones que está obligado a mantener secretas, afecta, sin duda, al orden ge
neral y la reacción penal estará justificada; pero también revela la presencia en el seno de la corporación
o de la organización de agentes contra los que puede estar justificada una actuación disciplinaria que tu
tele o depure el propio aparato, sí las penas accesorias correspondientes no producen por sí esa depura
ción»,
72 De la que ha afirmado O c t a v i o DE T o l e d o (La prevaricación, op. c i t , pág. 279) que «es una d e las
fu en tes de m ayores problem as» en el tema de las relaciones Derecho penal-Derecho disciplinario de fun
cionarios, y «uno de los más nítidos ejemplos de com o la evolución del Derecho disciplinario, su aproxi
mación al Derecho penal, no ha acabado y todavía presenta rasgos primitivos, a cuya desaparición está
abocado y que se reclama cuanto más rápida» (op. c it., pág. 281).
73 De su carácter de sanción de naturaleza disciplinaria no cabe duda alguna, una vez rechazada por
el Tribunal Constitucional la idea defendida en algunas ocasiones por la jurisprudencia ordinaria acerca de
su carácter de mera consecuencia de la sanción penal; vid., a este respecto, SSTC 18/1994 y 31/2000.
74 A diferencia de lo que sucedía en el Código penal anterior, el art, 41 del CP 1995 hace consistir la
pena de inhabilitación absoluta en la privación definitiva de «todos los honores, em pleos y cargos públi
cos del penado, aunque fueran electivos», y en la privación tem poral del «derecho a obtener los mismos
u otros honores, cargos y em pleos públicos» durante el tiempo que dure la condena; en tanto que la de in
habilitación especial consiste, según el art. 42 CR en la privación definitiva del «empleo o cargo público
sobre el que recayere y dc los honores que le sean anejos» y en la privación tem poral de «la capacidad
para obtener el m ismo u otros análogos» durante el tiempo de la condena. Esta nueva regulación, al in
corporar el elemento de permanencia a la pérdida del cargo público, no significa que el condenado no pue
da volver a incorporarse a la función pública, una vez cumplida la sanción, mediante la realización del co
rrespondiente concurso, La sanción dc separación del servicio, en cambio, impide esa reincorporación por
cuanto es requisito esencial para ser candidato a cualquier puesto en la función pública «no haber sido se
parado. mediante expediente disciplinario, d e l servicio [ ...] ni hallarse inhabilitado para e l ejercicio de
funciones públicas». Habida cuenta d e ello, no participo d e ía tesis defendida por ciertos autores en el sen
tido dc que las penas de inhabilitación (absoluta y especial) y la sanción disciplinaría de separación dc!
servicio son igualmente graves al implicar ambas la pérdida definitiva del empleo o cargo. Pues si bien
ello es cierto, no lo es menos que en tanto que las mencionadas penas no impiden, una vez cumplidas, vol
ver a concursar para obtener de nuevo un puesto en la Administración, la de separación del servicio des
carta tal posibilidad,
70 LA CILNCIA DLL DlíRF.t'HO l’LNAl. AÑ I L I I NUIiV, ¡1.0
Desde hace unos años concedo mayor importancia que antes a las valoraciones
jurídicas en mi concepción de la antijuridicidad penal1. Anteriormente, entendía ésta
desde la óptica de la norma penal primaria, como infracción del imperativo dirigido
por ella al ciudadano. Siempre reconocí (expresamente)3 que la norma imperativa
[73]
NATURALEZA DEL DEBER JURÍDICO
Y FUNCIÓN ÉTICO-SOCIAL EN EL DERECHO PENAL
M iguel Polaino N avarrrte
Catedrático de Derecho Penal
Universidad de Sevilla
1. PLANTEAMIENTO
1 Vid. Luigi F e r r a j o l i , D erecho y Razón. Teoría d el garantism o ju ríd ic o , traducción española de Per
fecto Andrés Ibáñez, Antonio Ruiz Miguel. Juan Carlos Bayón Mohino, Juan Terradillos Basoco y Rocío
Cantarero Bandrés, Trotta, Madrid, 1995, pág. 21, quien proclama que «el Derecho penal, aun rodeado de
limites y garantías, conserva siempre una intrínseca brutalidad que hace problemática e incierta su legiti
midad moral y política», pero al propio tiempo afirma que «la ley penal tiene el dfcber de prevenir iTKnws
graves costes individuales y sociales representados por los efectos lesivos par^ terceros; sólo <asos costes
pueden justificar el amargo trance de penas y prohibiciones. No se puede ni se/debe pedir más ai Derecho
penal». Cfr. Raúl P e ñ a C a b r e r a , Tratado de D erecho Penal Estudio program ático d e ta -& jrtc\i'n era i. '
3.a edic., completamente corregida y aumentada (1.a rcimp. actualizada), coa la colaboración’(H¿&irlos
A t o c s a G a r c í a / J o s ó Antonio C a r o JoHN/Reincr C h o c a n o RoüRiGUEZ/Sofia R a q u i P i z a j l r o , E d it o r a ^
ridica (írijlcy, Lima (Perú), 1999, págs. 17 ss.; también, sobre esta cuestión písede ercontrarse\iina ex
I.A t'M-NC'IA 1>¡ I ni-.Hl-í l i o l ’l-'NAL A N II: H NUI'.VO O
admilido que el Derecho penal es, frente al complejo ámbito dc expresión de las nía
infestaciones criminológicas, el más racional de los sistemas conocidos, o como mí
nimo, el menos malo de ellos, es decir, el medio estatal más civilizado para la pre
vención de delitos: hasta la fecha no se ha ideado uno mejor3. Se trata, en última
instancia, de un sistema inevitable y, por tanto, hoy por hoy necesario en la sociedad
actual, del cual no se puede prescindir, al momento presente, sin que devenga la in
justicia y el desorden, ante el fenómeno social de la realidad criminal, esto es, ante
la real (posibilidad de) infracción de la norma penal.
Desde una posición realista, atenta a las necesidades sociales y a la presente cons
titución del sistema social, la discusión no estriba, pues, tanto en la existencia del
propio Derecho penal, como en la necesidad de encontrar una limitación racional a
un omnímodo (y. por ello, indeseable) poder punitivo. Es una cuestión más de fun
ciones. fines o límites que dc existencia misma, más de racionalización del sistema
punitivo que de enunciado de postulados frente a su desaparición. Evidentemente se
puede seguir propugnando la abolición total del Derecho penal, tachándolo de siste
ma cruel, violento e inhumano. Pero este discurso, acaso políticamente correcto, es
-sobre simplista- - plenamente ineficaz por utópico, inviable y distanciado de la
realidad. Quiere con ello decirse que la corriente de la llamada Crim inología critica,
y más modernamente la posición del - -tan equívocamente denominado— Derecho
penal mínimo, que antaño (puede cifrarse su apogeo en la década de los sesenta del
siglo xx) desempeñara una precisa labor crítica, se muestra ahora un tanto desmar
cada respecto del enfoque político-criminal del incesante curso de los contrapuestos
procesos de incriminación y de desincriminación, que vienen exigidos por la fisio
nomía e idiosincrasia de los conflictos criminológicos inherentes a la realidad social
de comienzos del siglo xxt.
El intento de encontrar una racional justificación de las funciones y de los fines
del Derecho penal no es, por supuesto, para el penalista actual, cuestión fácil ni ca
rente de polémicas dialécticas; pero en verdad nunca lo ha sido, ni en ningún sitio
está escrito que tenga que serlo. Tradicionalmente, se ha considerado, a lo largo de la
construcción de la moderna dogmática penal, y del significativo proceso de la evo
lución histórico-crítica experimentada por la misma a partir del primer tercio del
siglo xtx, que la primordial función del Derecho penal es la protección de bienes ju
rídicos (o, acaso pleonásticamente, bienes jurídico-penales), es decir, de aquellos bie
nes y valores esenciales dc la persona y la sociedad, consustanciales para la propia
convivencia social o — en term inología más reciente de las posiciones funcional is-
tas— para la constitución del sistema social.
Desde formalistas posiciones funcionalistas y normativistas, se ha pretendido su
mergir esta sustantiva idea de la protección de bienes jurídicos en una profunda cri
sis, en el seno dc la construcción del más reciente Sistema de la dogmática penal de
corte funcional normativista. Se ha tratado en su virtud legitimar el Derecho penal.
p osición crítica en M iguel P o la in o N a v a r RRTE, Derecho pem il , Parte general, tom o I, Fundamentos cien
tíficos del Derecho penal, 4.a edic., totalm ente renovada y actualizada, con la colaboración de M iguel Po-
la in o - O r ts , B osch, B arcelona, 2001, págs. 179 ss.
2 C í i m ü e r n a t O r ü e i g , Enrique, « D erecho y Razón» (R ecensión a! h o m ónim o libro de F e r r a j o l i ) , en
el diario El Mundo. M adrid, 13 de mayo de 1995 (tam bién en su libro recopilatoriü Ensayos Pena íes,
Tecnos, M adrid, 1999, págs. 18 ss.).
MKiUl ! I’OLAINO NAVARlíf.TK
1 Vid. Miguel P o l a i n o N a v a r r e t i í , Derecho penal. Parle general, tomo I, Fundamentos cien tifíeos
del Derecho penal, 4 “ edic., totalmente renovada y actualizada, con la colaboración de Miguel P o lm n o -
O r ts, li >k(h Barcelona, 2001, págs. 199 ss., 213 ss.; antes, sobre el tema, Ídem, E l injusto tipico en la
Teoría del delito, Presentación de Jorge F.dnardo B u o m p a lis ie , Prólogo de Ldgurdo Alberto D o n k íl, M a v e ,
Corrientes (Argentina), 2000. págs, 476 ss.; ídem, FA bien jurídico en Derecho penal, Anales de la Uni
versidad de Sevilla. n.° 19. Servicio de Publicaciones, Sevilla, 1974. págs. 104 ss,
12 I.A CIE N C IA I3i:i DERI-X'IIO l’ENAt. A N U Í El Nlll-A ■ ilO
6 Vid. Hans W e lz e l , D as deutsche Strafrecht E m e system atisch e D arstellung, 11. Aufl., Walter de
Gruyfer & Co., Berlín, 1969, pág. 5.
7 Vid. Hans W e l z e l , «Uber den substantiellen BegrifT des Strafgcsctzes». en P m htcm e d er Stra-
frech tsem eu eru n g, Verlag Walter de Gruyter & Co„ Berlin, 1944, págs. 101 ss., esp. 107, para quien con
tenido material de los preceptos jurídico-penales no es la mera protección de bienes jurídicos, sino el man
tenimiento de los valores jurídicos del espíritu, si bien en ellos ha de contenerse esencialm ente la
protección de bienes com o momento condicionante: ídem, D as deutsche Strafrecht, op. cit., págs. 1 ss. En
todo caso, fundamental sobre esta posición es la clásica obra de Georg J ellin h k , D ie sozialctisch e Be-
deutung von Recht, Unrechl und Strufc, Georg Olms Verlagsbuchhandlung, Hildesheim, 1967 (reprogra-
fischer Nachdruck der Ausgabe Wien 1878). passim , esp. págs. 56 ss., 91 ss.
* W e lz e l, Hans, D as deutsche Strafrecht. Eine system atisch e D arstellung, 11. Aufl., Walter de Gruy
ter & Co., Berlín, 1969, págs. 4 ss. Cfr. Hellmuth M ayer, Strafrecht, A llgem einer Teil, W. Kohlhammer
Verlag, Stuttgart, 1953, págs. 50 ss. (2. Aufl., W. Kohlhammer Verlag, Stuttgart-Berlín-Kóln-Mainz, 1967,
pág. 52); Günter S tr a te n w e r th , Strafrecht A llgem einer Teil. I, D ie Stm ftat, Cari Hevmanns Verlag KG,
Kóln-Berlín-Bonn-Münchcn, 1971, págs. 28 ss. (4. vollig ncu bearbeitetc Aufl., 2000, págs. 32 ss.), quien
destaca la conexión existente entre las exigencias ético-sociales elementales y el ordenamiento penal, con
siderando que la misión esencial del Derecho penal reside en garantizar la inviolabilidad de las normas éti
co-sociales, de donde se deduce la pretensión de referir el cometido regulador del Ordenamiento penal,
exclusiva o preponderantemente, a la protección de bienes jurídicos. Las prohibiciones y ios mandatos pe
nales en sí mismos no contienen un especial sentido: aseguran, siempre o en la mayoría de los supuestos,
bienes vitales del individuo o de la colectividad. Al compartir esta función con otras innumerables normas
jurídicas, privadas y públicas, no puede hacerse residir en ella especialidad alguna peculiar del Derecho
penal; Johannes WESSELS/Werner B bijlke, Strafrecht. A llgem einer Teil, 30, neubearbeitete Autlagc. CF
Müller Verlag, Heídelberg, 2000, pág. 3: «las raíces del Derecho penal se hallan en las nociones de valor
ético-sociales de la comunidad jurídica: ellas forman el fundamento para la formación de bienes jurídicos,
normas jurídicas y tipos penales».
9 C erezo M ír , José, ouc., págs. 13 ss., quien afirma que «el Derecho penal es un sector del ordena
miento jurídico al que, según la opinión dominante en la moderna ciencia del Derecho penal, le incumbe
la tarea de la protección de los bienes vitales fundaméntales del individuo y la comunidad. Estos bienes
LA ('IUNCIA DEL PRKIX’NO P tN A L ANTIi I I. NUI-.VO S. ..<)
A) P l a n t e a m ie n t o y a l g u n a s p r e c isio n e s t e r m in o l ó g ic a s
Suele entenderse que sólo una parte de los mandatos morales son también man
datos jurídicos, pero que todo mandato jurídico es al propio tiempo un mandato mo
ral. Así, se afirma, por ejemplo, que «el comportamiento de los hombres dentro de la
vida social está sometido casi siempre y al mismo tiempo a la acción directiva de nor
mas morales y de normas jurídicas, si bien casi nunca se tiene conciencia clara de
este hecho. Por otra parte, en la gran mayoría de los casos, la orientación que ambas
regulaciones pretenden imprimir a las conductas es totalmente coincidente. Estas
simples constataciones confirman la intuitiva percepción de que Derecho y Mora!
forman parte de un mismo sistema normativo más amplio, y que, en consecuencia,
están unidos por un haz de relaciones históricas y sistemáticas que no pueden ser ig
noradas cuando se explica la actual doctrina general de la distinción/separación de
ambos conceptos»10. Pero cabe preguntarse: ¿Son realmente el Derecho y la Moral
sistemas normativos coincidentes? ¿Lo son en su plenitud, o sólo parcialmente? ¿Qué
relación exacta media entre ellos, en el hipotético supuesto de que efectivamente
mantengan alguna relación? ¿Cómo pueden ser delimitadas y definidas estas reali
dades normativas?
En una precisa visión de conjunto, ha afirmado P é re z L uño que «en algunas de
las teorías jurídicas más difundidas de la actualidad (K elsen, H a r t, Ross, B obq io..)
parece un hecho establecido que derecho, moral y política son sistemas normativos
son elevados por la protección de las normas del Derecho a Ja categoría de bienes jurídicos» (pág* 13), ma^
tizando que «ej Derecho penal no protege los bienes jurídicos de un modo absoluto» pues éstos, com o dice
\VeJ2 d* han de cumplir su función en la vida social [ . } , El Derecho penal protege ios bienes jurídicos e x
clusivamente Frente a determinadas formas de agresión» (pág. 14), y concluyendo que «el Derecho penal
protege Los bienes jurídicos mediante sus normas (mandaros y prohibiciones)» (pág. 15).
19 V id, A n to n io F e r n á n d e z G ALiANO/Benito d e C a s t r o O d , L ecciones d e D erecho Natura! y F ito-
sojia d e l Derecho, 3 * e 4 ic ., Unívcrsitaíi, Madrid, 1999, pág. 115.
MIGUEL POLAINO NAVAlíRLTli 1Í5
distintos que, a su vez, engendran saberes diferenciados»11; y por ello no estima aven
turado conjeturar que «en la cultura jurídica contemporánea exista una coincidencia
generalizada en considerar que derecho, moral y política son realidades normativas
peculiares y distintas»11.
Sin embargo, como fácilmente se puede colegir, no siempre ha habido una nítida
distinción entre ambos órdenes normativos (son varios y significativos los ejemplos
de construcciones penales realizadas con reconocimiento de independencia plena o,
por el contrario, con absoluta identidad con una comprensión moralista o mora liza-
dora). ni probablemente ia haya ahora en todas las propuestas doctrinales ni en todos
los sistemas jurídicos.
A esta falta de uniformidad doctrinal contribuye el propio uso — a menudo esca
samente clarificador— que se da a diversos conceptos, como Moral, Élica o Ethos. Por
este motivo, y al objeto de prevenir frecuentes confusiones, P érez L uñ o11 considera
conveniente precisar el sentido que más comúnmente se confiere a estos vocablos; a
su juicio, la Moral es un sistema normativo regulador de la conducta humana indivi
dual o social en aras de su perfección; la Ética constituye la «mela moral» y se pre
senta como la teoría que pretende justificar determinadas concepciones morales; el
Ethos o Eticidad es la Moral efectivamente practicada, las normas de conducta vigen
tes en cada sociedad que definen el comportamiento que en ella se estima correcto.
Pero ya una rápida ojeada sobre las aportaciones de los tratadistas más modernos
nos da la idea de que incluso afirmaciones tan precisas como las señaladas no son
compartidas general izadameníe, lo cual hace inevitablemente concitar las dudas, a
partir de esta zarpa, sobre el arribo a un puerto seguro. Conectando la cuestión con
la realidad del Derecho, recientemente ha llamado la atención Klaus ROhl14 sobre la
necesidad de mantener la clásica distinción entre el Derecho (Recht), la Moral social
o costumbre (Sozialmoral, Sitie) y la Moral en sentido restringido o Eticidad (Moral
in engeren Sime, Sittlichkeii). A juicio de este autor, desde una postura jurídica rea
lista, debe mantenerse la doble significación del concepto Moral como: I) «fáctica y
vivida Moral social o costumbre», que tiene como fuente reconocida a la sociedad,
y 2) «Moral en sentido de Eticidad», cuyo origen se cifra en Dios, en !a razón o en
la conciencia. El primer concepto de Moral se relaciona con el Derecho (cuya fuen
te es el Estado); por el contrario, a la Teoría del Derecho le interesa delimitar la re
lación que media entre el Derecho y la Moral en sentido estricto15: ta conexión o la
distinción entre Derecho y Moral se analizan, por la teoría jurídica, como problema
de la validez del Derecho^. Se trata, en definitiva, de la cuestión de si una ley for
malmente válida puede ser considerada como una ley realmente válida cuando su
contenido jes reputado inmoral'1.
i
11 Vid. Antón io-Enrique P é re z L u ñ o, Teoría del Derecho- Una concepción de ia experiencia jurídica.
Tóenos, Madrid, 1997, pág. 105.
11 P é re z L u ño , Antonio-Enrique, tuc.
11 P érrz L ltío , Antonio-Enrique, ouc, pág. 107.
Vid. Klaus F. ROhl , AUgem eine Rechtslehre. Ein Lehbuch, 2. neubearbeitele Auflage, C ari Hey-
manns Verlag KG, Koln-Berlín-Bonn-Mfinchen, 2001, págs. 270 ss.
15 R ó h l , K la u s F., ouc, pág. 270.
14 ROHl, K laus F ., ouc. pág, 2 7 !.
11 Roiil, Klaus F.,/kc,
LA < II N ('IA I J I I 1)1 Kl < IIO l’l NAL A N I I I I f- O SK .L O
Los orígenes del Derecho penal como disciplina científica se hallan enlazados
con las concepciones morales y teológicas del comportamiento humano y de las san
ciones al mismo determinables dentro de un orden social garantizado jurídicamente.
Algunas de estas primigenias configuraciones de la dinámica de la infracción penal
enseñaban que la valoración de la conducta humana en sociedad era motivada por
impulsos de venganza p riva d a IS y, con ello, quedaba referida a la ley del más fuerte
o a la guerra de todos contra todos (hellum omnium erga omnes). Pero, por regla g e
neral, en aquellas épocas remotas, las reivindicaciones jurídicas revelaban un reflejo
de la Justicia divina ejercitada entre los hombres y por los hombres.
Prescindiendo de otros antecedentes más remotos en las civilizaciones clásicas,
puede tomarse como ilustrativo el ejemplo del Derecho romano. En los orígenes de
la civilización romana, es palpable el influjo de los ritos sagrados, fuertemente enla
zados con la voluntad de los dioses. Esta voluntad divina, cifrada en el fas, definía lo
justo, lo adecuado a Derecho, lo permitido. Por contra, el nefas revelaba la contra
riedad a las imperantes creencias mágico-religiosas, y su determinación correspon
día casi en régimen de monopolio al colegio de los pontífices. La evolución a una
progresiva secularización de la dinámica de la infracción no se desvincula por com
pleto, empero, de connotaciones religiosas, ni por supuesto de determinantes influ
jos morales ni éticos. La aludida secularización del binomio fa s-n efa s conlleva la
substitución de este tradicional entendimiento por la pareja ius-iniuria, transidas aún
en el período arcaico de una indeclinable visión sagrada. A lo largo de una sugeren-
te evolución histórica, repleta aún de incógnitas y lagunas insalvables, progresiva
mente se va alejando esa imagen mágico-sagrad a, dotándose paralelamente de un
sustrato más real. Pero aun en la Ley de las XII Tablas, en las que se opera un primer
intento de distinción entre el ¡us (Derecho) y las mores maiorum (costumbres mora
les, de enorme influjo en el Derecho), hay continuas e inevitables alusiones jurídicas
a criterios moralistas y moralizadores. Como ejemplo pueden mencionarse los fa
mosos principios o axiomas del Derecho romano, cristalizados por el célebre U l p i a -
n o en la formulación de las tria iuris praecepta, que contienen — al decir de P é r e z
L u ñ o 19— «una exigencia prioritariamente jurídica: dar a cada uno lo suyo (suum cui-
que tribuere), un postulado ético-jurídico: no dañar a nadie (alterum non laedere) y
una máxima inequívocamente moral (honeste vive re)».
Habría que distinguir, en todo caso, diversas épocas en los trece siglos de evolu
ción histórica del Derecho romano, desde el período arcaico hasta el final del Im
18 Vid, un completo y su ge rente recorrido por los más significativos hitos de la venganza privada, en
Myriam H e r r e r a M o r e n o , La Hora d e la Victima. Com pendio d e Victim ologia, Prólogo de Miguel Po-
l a i n o N a v a r r e t e . Fidersa, Madrid, 1996, pags. 23 ss., 36 ss., donde analiza con profundidad fenómenos
com o la victimizactón tribal, la venganza de sangre» el airado, el riepto» la inim icitia, etc.; en la doctrina
clásica, ampliamente, 1 K ÍA K A r e w IC Z, E injuhrung in d ie P kilosoph ie d es Strafrechts a u f entwicklurigs-
gesch ich tficher G m u diage, Verlag von Ferdinand Enke, Stuttgart, 1906, págs. 214 ss.
19 Vid, Antonio-Enrique P É R E Z L u ñ o , Teoría d e l Derecho. Una concepción d e la experiencia ju rídica,
Tecnos, Madrid, 1997, pág. 1 10.
M I G U Í T P O L A IN O NAVAKKIi IT
perio2", para darse cuenta de que ni el ejercicio del poder punitivo .siempre estuvo
guiado por criterios exclusivamente moralistas, ni la venganza privada fue siempre
considerada como único principio inspirador, sino que existían también unas normas
públicas coercitivas de regulación y un sometimiento al poder del Praetor2'. Sea
como fuere, en estas épocas remotas, latía la inteligencia de una identificación entre
un concreto sistema jurídico (más o menos evolucionado, técnico o profundo) y una
determinada concepción moral de la sociedad. En otra palabra: el poder pretorio no
fue nunca «desacralizado». Los influjos entre el sistema social y jurídico y las exi
gencias éticas y morales son, en la época romana, recíprocos y complementarios, y,
con frecuencia, en sus orígenes y en las primeras fases de evolución del Derecho pe
nal, precisamente estas exigencias condicionan y determinan de un modo más direc
to el alcance y el contenido de aquéllos22.
En resumen: es patente en estas épocas históricas una (con)fusión del Derecho
penal con la Ética (social: Eticidad, e individual: Moral), así como incluso con la
Teología, la cual llegó a ser considerada síntesis dc todas las ciencias21.
Aun a riesgo de excesiva simplificación, creo que han de mencionarse los ¡dea
Íes doctrinarios de S a n A g u s t í n y de S a n i o T o m á s como los paradigmas que mar
caron ia idea de Justicia durante un amplío período dc la Edad Media. Ambas cons
trucciones doctrinales no surgen de la nada, sino que ciertamente esconden a sus
espaldas un amplio bagaje cultural, pero a la postre en todo caso, como digo, marca
ron el sentir de una época.
La concepción medieval de la idea de ley se construye sobre la base de la idea de
S a n A g u s t í n de Justicia: según la conocida sentencia de este autor, «no puede ser
concebida ley alguna que no sea justa» (non videtur esse lex, quae iusta non fu e -
rit2’'), y tal idea de Justicia exige un necesario componente ético-moral. Esta concep
20 Suele ser tradicional dividir la Historia del Derecho Romano en tres grandes grupos, en consonan
cia con la división y organización política: I .* época, que corresponde con la Monarquía, y abarca desde
la fundación de Roma (753 a.C.) hasta el año 510 a.C.; 2." época, la República, hasta el año 31 d.C.;
y 3.a época, el Imperio, hasta el año 553 dc nuestra Era. Vid., en este sentido, por ejemplo, Luis J i m é n e z .
DE A s ú a , Tratado d e D erecho penal, lom o i, C oncepto deI D erecho pena! y de la C rim inología, H istoria
y Legislación pen al com parada, 3.a edic. actualizada. Losada. Buenos Aires, 1964, págs. 280 ss.
21 lis más, com o pone dc manifiesto Luis J i m é n e z i >l A s ú a , luc, en la época romana primiliva el de
lito y la pena tenían un carácter p ú b lico , aunque de marcadas raíces sagradas, y aunque existían numero
sos deliios privados, la venganza de la sangre y la com posición sólo se aplicaban en ciertos delitos.
11 Clr., en sentido análogo, Juan r>l l R o sa l, Principios de D erecho pen al españ ol (Lecciones). Parte
general, tomo II, vol. I, Valladolid. 1948, pág. 361; Jürgen BaUMann, Strafrecht, A llgem einer Teil, 5. neu-
bearbeiíete Auílage, Verlag Krnst und Wcmer Gieseking, Bielefeld, l% 8, págs. 21 ss.; Idem, G rundbe-
griffe und System des Strafrechts. /u n e Einfiihrung in d ie System atik an H and von hallen , 4. überarbeilc
te Auflage, Verlag W. Kohlhammcr, Stuttgart-Berlín-Koln-Mainz, 1972, pág 9.
u Vid. José M.’ N a v a RKKTE U r i e x a , «Alfonso de Castro y ía ley penal», en REP, año XV, n " 141,
Madrid, julio-agosto, 1959, pág. 1407.
24 San A ííustín he HiPona, D e Libero arbitrio, I, Y XI.
l A CIE N C IA 1)1.1 D E R E C H O PENAL AN 11 1.1. N U IA ÜLO
Sobre la base del hilo conductor aportado por los conceptos dc «autonom ía» y
«heteronom ia», ambos complejos dc norm as fueron radicalmente separados entre si.
Las normas de la Moral surgen dc la conciencia y obligan dc forma consciente, pues
la obligación no es otra cosa que la conciencia de deber obedecer la norma, lo que
sincopadamente se denomina conciencia. Los mandatos del ordenamiento jurídico se
establecen a través de la coacción externa del Estado, y su vigencia no es depen
diente dc que sean aceptados como vinculantes en conciencia54.
La obligación jurídica no significa la real forma dc realización o el poder de m o
tivación dc la «norma coactiva heterónoma» sobre el particular, pues faltaría frente
al delincuente, precisamente allí donde un deber jurídico es requerido con la mayor
celeridad. Así, el concepto del deber jurídico señala el escollo de las teorías positi
vas, porque en ellas se muestra siempre progresivamente atrofiado, hasta quedar to
talmente disipado35.
deber jurídico, establecido como punto de partida por toda dogmática jurídica, ha de
ser rechazado, pues el deber no constituye en verdad un concepto jurídico: son rchu
sables las categorías generales de los deberes de los ciudadanos (así, del deber jurí
dico-penal de omitir la realización de delitos, del deber jurídíco-civil de cumplir las
obligaciones), pues en todos estos supuestos se trata, en realidad, del establecimien
to normativo de responsabilidades (si bien de responsabilidades quizá con la vida, la
libertad, el honor o el patrimonio)’*.
En la posición del concepto normativo de «vigencia», por parte de la teoría posi
tiva del Derecho, se coloca el concepto de la «imposición» fáctica, en tanto se en
tiende que la noción de un «deber coactivo» constituye desde un principio una con-
íradie tío in abiecto. Se podría tratar de evitar la contradicción que se abre entre la
moralidad subjetiva de la decisión de conciencia y la injusticia objetiva de su conte
nido, a través del soporte representado por la distinción jurídica entre antijuricidad
de la conducta típica y culpabilidad del autor que ha realizado con una conciencia
errónea un acto éticamente reprochable, sólo disculpable subjetivamente, toda vez
que se le reprocha el contraste objetivo al Ordenamiento del deber ser por medio de
su errónea buena voluntad39.
El Derecho es un Ordenamiento supraindividual, que tiene efectiva vigencia. 110
sólo para quienes positivamente realizan o negativamente omiten las conducías
prohibidas o mandadas normativamente, sino asimismo para los afectados por las
respectivas acciones u omisiones típicas. La ley tiene que representar, cuando menos,
un intento de ordenamiento social, que sea susceptible de merecer la aprobación de
la conciencia de los destinatarios jurídicos, o que en todo caso aspire a soluciones de
Justicia: ha de limitarse a una elemental regulación de la vida en sociedad. Allí don
de la ley puede entrar en conflicto con la conciencia individual, debe ciertamente re
conocer, si no la corrección, al menos la posibilidad de conciencia, de las decisiones
de conciencia discrepantes40.
Hasta ahora, hemos realizado un rápido esbozo de los principales hitos que his
tóricamente jalonaron la relación entre Derecho, Ética y Moral. Aun a riesgo de ex
cesivo reduccionismo, creo que pueden distinguirse, en cuanto al concreto ámbito de
las relaciones entre Derecho y Moral se refiere, esencialmente, tres posiciones doc
trinales diferentes y en cierto modo enfrentadas, a saber: 1) aquellas teorías que pre
conizan una inserción del Derecho en la Moral, o viceversa (en definitiva: una iden
tificación latid entre los ámbitos objetivos de sus respectivas materias); 2) aquellas
doctrinas que sostienen una identificación parcial entre Moral y Derecho, y 3) aque
llas otras, finalmente, que defienden una autonom ía plena de ambas disciplinas. Muy
brevemente nos ocupamos a continuación de tomar en consideración alguna de las
más relevantes formulaciones de sendas construcciones.
18 Vid. Hans W [ . I / [ I . ouc, pág. 386; Julius B i n d e r , uuc, pág. 45; ídem, D er A dressat d e r Rechlsnorm
und reine Verpflichtung, 1927, págs. 73 ss.; Hans K e l s e n , tuc.
39 K e l s e n , Hans, ouc, págs. 387 ss., esp. 399.
40 K e l s i n , Hans, ouc, págs. 387 ss., esp. 399.
12 2 LA C IE N C IA D EL D E R E C H O PENAl, A NTE EL N U EV O : O
A) El. D e r e c h o y la M o r a l co m o c ír c u lo s c o n c é n tr ic o s
DE DIVERSO RADIO
La primera de las posiciones a la que hemos aludido es aquella que define las re
laciones entre el Derecho y la Moral como dos círculos concéntricos de diverso ra
dio1", es decir, como dos disciplinas que com parten esencial e íntegramente sus m a
terias de regulación y de análisis. Dos variantes principales existen de esta primera
postura doctrinal: una primera versión, en la que el ámbito de la Moral se considera
más amplio que el del Derecho (el radio de la primera es, por tanto, mayor que el del
segundo); y una segunda, que defiende exactamente lo contrario: la mayor amplitud
del Derecho respecto de la Moral. En todo caso, y sea como fuere, la identificación
entre las respectivas materias objeto del Derecho y de la Moral es integral. G ráfica
mente, pueden representarse estas posturas de la siguiente manera:
B) E l D e r e c h o y l a M o r a l c o m o c ír c u l o s t a n g e n t e s d e d is t in t o
CENTRO PERO QUE COMPARTEN UN SECTOR DE SUS ÁMBITOS
41 F i i t i t a , Gerolamo, «II consenso agli atti di libídine e la violenta cam ale», en R ivú ta Penale. Roma,
1941, págs. 935 ss.
42 Vid. Heinnch H r n k f l , «Strafrecht und Religionssuchulz», ZStW , Band 51, 1931, págs. 916 ss.,
esp. 918, quien resalta que la historia del Derecho penal respecto de la religión es la historia de una pau
latina desvinculación de la misma por parte del Derecho penal estatal: de la originaria abundancia de de
litos contra la religión se mantiene en el moderno Derecho penal sólo un pequeño ámbito.
MIGUEL PO LAIN O NAVAKKI I I 123
C) E l D e r e c h o y la M o r a l c o m o c ír c u l o s s e c a n t e s e n t r e si
Una tercera postura es aquella que defiende una autonomía plena entre Derecho
y Moral, esto es, una independencia de sus presupuestos y de sus medios, y — en con
secuencia— de sus ámbitos objetivos dc regulación. Así, sostuvo v o n H i p p e l que el
vínculo de conexión de ambos puede ser gráficamente descrito como el de dos
circuios autónomos secantes entre siA'\ En la mayor parte de los supuestos, el Orde
namiento jurídico decide acerca del carácter jurídico o injusto de un acto, en mate
rias que se ofrecen como indiferentes desde el punto de vista moral. Sin embargo, el
Derecho y la Moral concuerdan especialmente en el ámbito capital dc los delitos gra
ves, en que se conminan con una pena acciones que son socialmente lesivas y, por re
gla general, al propio tiempo, moralmente reprobables44. En definitiva, según resaltó
v o n H i p p e l , el Derecho tiende a la regulación de conductas externas de la persona
consistentes en un hacer u omitir, mientras que la Moral, en cambio, persigue la loi
mación de un determinado espíritu. El actuar adecuado a Derecho puede, en casos
concretos, radicar en un espíritu inmoral, y el actuar antijurídico puede derivar de
motivaciones morales45.
A) E l D e r e c h o p e n a l c o m o o r d e n a m ie n t o o a r a n t iz a d o r
DE LAS EXIGENCIAS MORALES
La plena identificación del ámbito sustancial del Derecho y de la Moral lleva co
herentemente a la idea de que el Derecho penal no sólo no puede desconocer las exi
gencias morales, sino que incluso ha dc dedicar sus esfuerzos — todo su arsenal— a
proveer de la máxima garantía jurídico-penal precisamente a los ataques contra la
moral social, que se convierten de este modo en un problema (quizá no sólo, pero en
todo caso) esencialmente jurídico. Ésta es la postura de autores como Hellmuth Ma-
y e r y Heinz M A rT E S, quienes defienden que existe un paladino y constatable para
lelism o sustancial entre el injusto penal y la acción inmoral.
4 V o n H i p p e l , Robert, D eutsche$ Strafrecht. Band I, A llgem eine Grundlagen, Verlag von Julius
Sprínger, Berlín, 1925, págs. 8 ss.
44 V on Hippel, R oben, Inc.
4Í V o n H i p p e l . R o b e r t , luc.
124 LA C IE N C IA DHL D E R E C H O l’ENAL A NT!" El. NI I Sl( ¡1.0
Dejando por ahora al margen, cu el contexto tic esta exposición, el análisis críti
co de la muy discutible consideración del delito como un acto inmoral, debe consig
narse que la presente postura doctrinal parte de la idea que la norma positiva se im
pone sobre la base del reconocimiento de una conciencia valorativa, inherente a la
dignidad humana y a las reivindicaciones de la persona. La reacción del oprimido
trente a) opresor, que ha Negado a ser jurídicam ente prevista, presupone -según se
afirma— una reprobación moral de la propia conducta de opresión ilícita. Y, sobre
tal base programática, uno de los autores citados, Hellmuth M a y e r . afirm ó que el
Ordenamiento jurídico no es un ordenamiento que se fundamente y se resuelva en sí
mismo, sino sólo en cuanto parte reguladora de la comunidad social precisamente
con arreglo a principios éticos de convivencia46. El Derecho, para este autor, proce
de de un ordenamiento moral de la vida con eficacia práctica, que trata de proteger
con su poder coactivo al propio orden moral. Por ello, el Derecho tiene validez en
tanto se fundamente en el ordenamiento moral históricamente dado: ha de ser enten
dido sobre la base del punto de partida y de llegada representado por éste4 '.
B) T e s is in t e r m e d ia : la r e l a t iv a d e p e n d e n c ia
entre D erecho p en a l y M o r a l
W e l z e l (y, con él, gran parte de la escuela finalista) a! concreto ámbito de la dog
mática del Derecho penal. Por la importancia, el desarrollo y la difusión alcanzada
por esta formulación, nos ocupamos en las líneas siguientes a su sucinta exposición
y consideración crítica.
En una importante obra, publicada en 1878, se ocupa JELLrNEK de dotar de un fir
me fundamento ético-social al entero sistema del Derecho, de modo que sus princi
pales instituciones están transidas de un significado ético irrenunciabie. Esta funda-
w M a y e r , Hellmuth, Strafrecht, A llgem einer T al, W . Kohlhammer Verlag, Stuttgart und Koln, 1953,
págs. 80 ss. Vid., en sentido análogo, acerca de la supraacentuación de la interna relación connatural en
tre la Moral y el Derecho. Luis G u m p l o w i c z , D erecho p o lítico filo só fic o , traducción, prólogo y notas de
Pedro D o r a d o M o n i e r o , La España Moderna, Madrid, s.f., pág. 334. para quien la moralidad es, com o
la vida misma, la fuente inagotable de) Derecho, el cual se manifiesta por m edio de la ley Lo que es D e
recho lia sido un tiempo pura moralidad, y toda moralidad tiende a convertirse en Derecho: el Derecho es
la moralidad que se cristaliza en la ley; la moralidad es el Derecho que todavía dormita en la conciencia
del pueblo, el Derecho que lucha por expresarse y adquirir forma. C fr. en sentido critico, la N. d e l T. al
pasaje citado, en ouc, págs. 334 ss.
" M a y e r , Hellmuth, Strafrecht, A llgem einer Teil, W. Kohlhammer Verlag, Stuttgart und Koln, 1953.
págs. 80 ss.
1! En su interesante obra titulada D ie sozialeth ische B edeutung von Recht, Unrecht und Strafe, Wien.
I878, reproducida de manera invariada en 1908, y por la cditonal Ueorg Olms Verlagsbuchhandlung,
de Hildcsheiiti, en I967.
M I G U I L P O L AIN O N A V AR R E1 E 125
Vid. Georg JE L L IN E K , D ie sozialethische Bedeutung von Reclit, Unrecht und StraJ'e, Georg Olms
Verlagsbuchhandlung, Hildesheini, 1967 (reprografischer Nachdruck der Ausgabc Wicn, 1878), pág. 42.
50 J e l l i n e k , Georg, tuc.
51 J e l l i n e k , Georg, ouc, pág. 48.
53 Vid. Hans W E L Z E L , «Das Gesinnungsmoment im Recht», en Festschrift JSr Jutius von Gierke, zu
scinem goldenen Doktoijubílautn. am 25. Oktober 1948, dargcbracht von der Rechts- und Staats-wis-
scnschafUiehen Kakultat Góttingen, Walter de Gruyter & Co., Berlin, 1950, págs. 290 ss.
SJ W e l z e l , Hans, ouc, págs. 292 ss.
5i W e l z e l , Hans, ouc, págs. 290 ss.
>! W e l z e l , Hans, ouc, págs. 290 ss., 295 ss.; en el mismo sentido, expresamente, José C e r e z o M i r ,
C urso d e D erecho penaI español. Parte general. I Introducción. 5 * edic., basada en el nuevo Código pe
nal de 1995. Tecnos, Madrid, 1996, pág. 16. que —citando a W e l z e l escribe que «las normas éticas y
las jurídicas coinciden esencialmente en su contenido» y añade que «el Derecho penal no puede exigir, sin
embargo, la moralidad en el aspecto subjetivo, es decir, el cumplimiento de sus normas por la conciencia
de su contenido valioso, sino que tiene que conformarse con el acatamiento externo de las mismas aunque
se realice por móviles egoístas. La moralidad subjetiva tiene que confiarla necesariamente a la libertad
LA CIE N C IA DHL D E R E C H O PENAL A N TE EL N U E V O „ ..O
del ciudadano». En ei texto nos pronunciamos críticamente sobre este planteamiento, y en favor de un
Derecho penal moralmentc neutral.
56 W e lz e l, Hans, ouc, págs 292 ss.
57 W e lz e l, Hans, luc.
58 W e l z e l , Hans, ouc, págs. 296 ss.
MKiUKL POLAINO NAVA R R ITI ti 127
análisis crítico. Asi, se señala que. si bien no puede desconocerse que a un gran ám
bito de la misión de garantía jurídico-penal resulta inherente el contenido de un «mí
nimo ético», por cuanto paralelamente se provee el aseguramiento y la exigencia de
respeto de valores que, conforme a su naturaleza, pertenecen al círculo moral, la crí
tica a la fórmula de J ullinek incide no tanto sobre el significado simbólico de la mis
ma cuanto sobre el sentido nomológico general en que la misma se efectúa.
La determinación por Ji:u ini k"‘ del «contenido objetivo de la Ltica» como las
normas que son derivadas de las condiciones del ser y del desarrollo de la sociedad,
y tendentes a la voluntad humana en su realización'50, en realidad, no constituye una
propia definición de la Etica, sino una mera descripción de cualesquiera preceptos
vinculantes de carácter ético, moral, religioso o jurídico. Según este criterio, es posi
ble describir el Derecho como el conjunto de normas cuya ejecución posibilita el
mantenimiento de una determinada situación social dada, y, por consiguiente, el
mínimo ético.
Constituyen Derecho, objetivamente, las condiciones de mantenimiento de la so
ciedad en tanto son dependientes de la voluntad humana (es decir, el mínimo de exis
tencia de las normas éticas), y subjetivamente, el mínimo de la actividad vital moral
y la actitud espiritual exigibles a los miembros de la sociedad. En la descripción de
las normas jurídicas como éticas, en el marco de esta configuración de J ü l l i n k k , es
aprecíable un determinado margen de error conceptual, en el sentido de que, confor
me a la misma, sería exacto describir las normas jurídicas como normas sociales,
toda vez que en su esencia ellas integran el mínimo requerido para el mantenimien
to de una determinada situación social61.
Frente a ello, es de reconocer, por un lado, que numerosos y significativos pre
ceptos del ordenamiento jurídico responden a exigencias de la adecuación a fin, y,
por otro lado, que el ordenamiento social no es sostenible exclusivamente a través del
Derecho, sino precisamente en conexión con otros poderes éticos. Sobre la base de
estas consideraciones, se ha estimado que la determinación del Derecho como «mí
nimo ético» es inexacta en ambas partes, no representando en realidad una defini
ción, sino una mera proposición afirmativa, por la que se asevera: el Derecho es un
supuesto X (supuesto ético), sin aclarar dónde existe este X*2. La descripción del De
recho como un máximo de eficacia es igualmente inexacta, si se pretende asentar la
misma sobre el presupuesto de una concepción del Derecho como mínimo ético63.
44 Vid. Mdx Emst M a YER, Rechtsnorm en und Kulturnormen, Schletter’sche Buchhandlung, Breslau,
1903, págs. 16 ss,, 49 ss. Esta obra ha sido traducida recientemente al español: N orm as ju r íd ic a y norm as
d e cultura, traducción del alemán y prólogo de José Luis Guzmán D á lbora* Hammurabi, José Luis
Depalma Editor, Buenos Aires* 2000.
Vid, Max Emst M a y lr , luc.
Vid. M ax Em st M a y e r, ¡uc.
MKÍÜIÍI. I’OI.AINO NAVAHRKTE 129
C) P le n a a u to n o m ía d e l D e r e c h o p e n a l y d e l a M o r a l
M ayer, Max Emst, D er oligem eine Teil d e s deutschen Strafreehts, Lehrbuch, 2. unveranderte
Aufl age, Cari Winters Umversitatsbuchhandlung, Heidelberg, 1923, pág. 23.
** V id Max Emst M a y e r , ouc, págs. 22 ss,, quien estima que, pudiéndose apreciar la dignidad y la
necesidad de protección de ta moral sexual, en cambio, la capacidad o posibilidad de garantía jurídica es
generalmente mal suscrita, debiéndose invocar com o ejem plo clásico de Jcsiózi del aforismo u bi nihit va
tes. ibi nih il velis la incriminación penal del § 175 StGB, Cfr. Alexander Graf zu D oiina, D erA uflxju der
Verbrechensíehere, Bonner Tecbtswissenschaftliche Abhandl ungen, Hcft 36, 2, A uílage, Ludwig Rohrs-
cheid Verlag, Bonn, 1941, pág. 24> según el cual constituye un principio completamente fundamentado que
todos los bienes jurídicos son susceptibles de defensa, pues cu otro caso no serian bienes jurídicos.
130 LA-CIENCIA D I-ID E R E C H O PUÑAL ANTE EL NÜliVC ¡LO
Una vez examinadas las diferentes posturas que analizan las relaciones entre el
Derecho penal y la Moral, procediendo por nuestra parte a desestimar cualquier tipo
de subyugación o dependencia de las normas penales a supuestos imperativos éticos,
queda pendiente el planteamiento de una cuestión, altamente discutible e intensa
mente discutida en la doctrina, como es la de la licitud del em pleo de criterios éticos
o morales en la fundamentación de instituciones jurídico-penales o en la interpreta
ción de los preceptos punitivos.
Sabido es que, aun en las posturas más atrevidamente negadoras de la existencia
de una relación fluida — no ya de reconocimiento de una interdependencia— entre el
Derecho penal y la Moral social, suelen los autores reconocer que, en determinados
ámbitos o materias concretas del Derecho penal, desempeñan un papel, si no tras
cendental, sí cuando menos ciertamente importante, los criterios de carácter ético
o moral.
A e ste resp ecto , r e c o n o c ie n d o R o x in ™ b á sica m e n te q u e el fu n d a m e n to g en era l d e
la a n t i j u r i c i d a d r e s u lt a c o n d i c i o n a d o p o r la m i s i ó n d e l l e g i s l a d o r d e p r o t e g e r d e t e r
m in a d o s b ie n e s ju r íd ic o s , e s tim a el c ita d o a u to r q u e « lo in m o r a l n o in te r e sa al le g is
m Vid. Eugenio Raúl Z a f f a r o n i , M anual d e D erecho penal. Parte general, 2.“ edic., Ediar, Buenos
Aires, 1979, pág. 25.
™ R o x i n . Claus, «Vcrwerflichkeit und Sittenwidrigkeit ais unrechtsbegründendc Merkmale im Slra-
ftecht», en Juristische Schuhmg, 4. Jahrgang, Het't 10, Oktober 1964, págs. 373 ss.; ídem, Taterschaft und
Talherrseliaft, 7. A utl., Walter de Gruyter '& Co., Berlin-Nueva York, 2 0 00 , págs. 418 ss.; cfr. Ernst i i¡ í-
n i t z , «Zur VerfassungsináBigkeit der Strafbestimmung gegen den graben Unfug». en B erlin er hestschrift
fur Ernst E. Hirsch», dargebracht von M itgliedem der Jurisiischen Fakultat zum 65. Geburtstag, Duncker
& Humblot, Berlín, 1968, págs. 47 ss.. esp. 59 ss.
MIGUEL P O L AIN O NAVARRI 11: 131
lador en su querer, sino a lo sumo en sus resultados». Lo cual, por cierto, no deja de
ser incoherente con una postura que ah i n i lio presuntamente defiende la exigencia
dc una nítida delimitación de ambos órdenes normativos.
Pero, como puede fácilmente comprenderse, no es éste lugar adecuado para un
detenido análisis critico dc cada una de las cuestiones jurídico-penales, que sugeren-
temente suscita la actual discusión dogmática sobre los fundamentos extrajuridicos
normativos del sistema penal. Baste dejar constancia de la — ya apuntada— declara
ción de nuestro escepticismo, en todo caso, sobre la presunta conveniencia de cons
truir un Derecho penal tendencialmente ético o moral, inclinado o proclive a la
defensa de supuestos mínimos éticos o morales.
Únicamente queremos, en este momento, incluir aquí algunas sucintas reflexio
nes sobre la consideración del delito como una mera «acción inmoral» (en vez de
como sólo una acción punible), y sobre la utilización de «criterios morales» en la
configuración de determinadas hipótesis delictivas, como los tipos dc delitos sexua
les (o que afectan a un bien jurídico de naturaleza sexual j, el aborto, la cooperación
al suicidio o el homicidio a petición.
Es sabido que una de las corrientes que, con mayor intensidad y elevado grado de
brillantez pero quizá también de abstracción, más se ha desarrollado en la reciente
Sociología jurídica es la corriente funcionalista. Desde esta perspectiva, se concibe
la sociedad (así, muy claramente en la obra de Luhm ann71) como un sistema aulu-
rreferente y autopoiético que se integra de expresiones de sentido, de comunicacio
nesn . A este sistema global o general pertenecen varios subsistemas integrados en
ella (Derecho, Economía, Religión, Política, Moral, Ciencia, Arte, etc.), entre los
cuales existe una suerte de interrelación, de modo que los mismos no se muestran
como compartimentos estancos, autónomos e independizados, sino como subsiste
mas abiertos, volubles, relacionables. Y así cabe también concebir la relación que
media entre el Derecho, la Etica social y la Moral.
Una de las más discutidas aportaciones de L u h m a n n es su concepción de la so
ciedad y sus subsistemas como un sistema social «autopoiético». El concepto de
71 Vid., com o estudios esenciales, entre la muy prolífica bibliografía de Niklas L u h m a n n , Legin-
m ation durch Verfahren, Hermann Luchterhand Verlag. Neuwied am Rherin und Berlin, 1969, esp
págs. 38 ss.; Idem, Soziologische Aufklarung. A ufsátze zu r Theoríe so zia le r System e. Westdeutscher Ver-
lag, Kóln und Opladen, 1970, passim ; ídem. Soziale System e. Grundrífi einer atlgem einen Theoríe, Suhr-
kamp Verlag, Frankfurt am Main, 1987, págs. 15 ss.. 30 ss. , passim : Idem , R echtssoziologie. 3. Aufl., West
deutscher Verlag, Opladen, 1987, págs. 10 ss., 27 ss.; ídem, Soziologie des Risikos. Walter de Gruyter,
Uerlin-Nueva York, 1 9 9 1, págs. 9 ss.; ídem. D as Recht d e r G esellschafi. Suhrkamp Verlag, Frankfurt am
Main. 1993.p a ssim , esp. págs. 9 ss.. 38 ss.. 124 ss.; ídem, D ie G esellsch a/t d e r G esellschaft, 2 lomos,
Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1998, passim , esp. págs. 16 ss. (tomo 1.°).
72 Una reciente exposición sobre la teoria luhmaniana y sobre la construcción de Ja ko bs en el ámbi
to del Derecho penal puede verse en Miguel Po l a in o NAVARRirrE, D erecho penal, Parte general, tomo I,
Fundam entos científicos d e l D erecho penal. 4." edic., totalmente renovada y actualizada, con la colabora
ción de Miguel Po l a in o -O kts , Bosch, Barcelona, 2001. págs. 38 a 54 (entre otras), con actualizada
bibliografía y anotaciones críticas.
f 32 LA C IE N C IA DLL llb R LX 'I IO PENAL A N I l i LL NI >SICil.U
El planteamiento que define la función del Derecho penal en nítida relación con
ciertos condicionantes éticos ó morales, a nuestro juicio, confunde la fiindamenta-
ción primaría del ordenamiento penal con (a función esencial del mismo. La cir
cunstancia de que determinados axiomas jurídicos, de imperecedero valor general,
71 En concreto, el concepto de autopoiesis proviene de las aportaciones eii el campo de la Biología de
bidas al biólogo chileno Humberto M a t u r a n a , en colaboración con su discípulo Francisco V a l e r a . Para
estos autores, los sistemas vivos se caracterizan por ia capacidad de producir y reproducir por sí m ismos los
elementos que ios integran, definiendo su propia unidad. Esta función de autorreproducción es llevada a
cabo por células, que son elementos integrantes del sistemas, y se realiza en el interior del m ismo sistema,
71 Esenciales, al respecto, son las aportaciones de Günther T i í u b n e r , R e c itá is autopoietisches System ,
Sulirfcamp, Frankfurt, 1989, y los varios y sugerentes trabajos compilados en A utopoietic Law : A N ew
Approack to L aw an d Society, editado por Günther T e u ü n e r , W alterde Gruyter, Berlin-Nueva York, 1988,
passim .
15 J a k o b s , Günther, Sobre la génesis d e la obligación ju ríd ica , ttaduccíón de Manuel C a n c i o M u i a .
Universidad Externado de Colombia, Centro de Investigaciones de Derecho Penal y Filosofía de! Derecho,
San la fe de Bogotá, 1999, págs. 46 ss, (cursivas añadidas).
M I G U E L S ' O L A J N O N A V A R R L '. T i í
como eí principio nem inem iaederc o la exigencia jurídica de las prestaciones de asis
tencia paterno-filial, a que expresamente alude la formulación de la teoría welzelui-
n(u no son p er se protegí bles en abstracto, sino en concretas manifestaciones dignas
de protección penal (como la vida o la salud, el honor o la propiedad de todas las per
sonas). no puede llevar a un inexacto desenfoque del problema. Que el Derecho pro
vea de una especial protección a determinados supuestos no significa que deba ana
lizarse exclusivamente la dinámica de la protección jurídica desde una perspectiva
moralista. Esto parece hoy una cuestión fuera de toda duda en la dogmática penal.
Por otra parte, cabe formular otros interrogantes. ¿Es verdad acaso, como cree
W e l z e l , que sólo protegiendo esos «principios eternos» se pueden tutelar bienes ju
rídicos? ¿Todos los bienes jurídicos provienen o encuentran su fuente en esos pre
tendidos valores ético-social es de naturaleza juridico-natural? Cuando menos, ello se
muestra evidentemente discutible, y es probable que acredite una escasa validez dog
mática y una exigua eficacia práctica, en la actual configuración del sistema de)
moderno Derecho penal. En todo caso, no es suficiente (ni necesario ni adecuado),
según nuestro parecer, para determinar la categoría dogmática del bien jurídico pro
tegido, recurrir a la abstracta referencia conceptual ai «minimo ético»76.
En cierto sentido, en el fondo de la problemática del «minimo ético» penalmen
te protegible, subyace la misma paradoja que emerge del denominado Derecho penal
mínimo. Tal construcción o postura político-jurídica pudo tener acaso importancia,
incluso decisiva, en un determinado momento histórico, pero hoy. en los com icn/os
del nuevo milenio, no puede sonar más que a anacrónico: quizá un planteamiento de
esta Índole sea políticam ente correcto, pero desde luego también es dogm áticamente
vacío.
Por ello, proclamar hoy en día que el Derecho penal tutela el mínimo ético, o que
el Derecho penal tutela los valores ético-sociales esenciales, es como no decir nada,
pues detrás de esa categoría puramente formal aquél ha de valorar con exclusivos cri
terios normativo-jurídicos cada bien o valor, para que pueda ser efectivamente repu
tado digno, necesitado e idóneo (como decía M. E. M a y e r ) de tutela punitiva. No
pueden reconocerse como merecedores de protección pena) determinados bienes o
valores arbitrariamente, conforme a meros postulados moralistas o éticos (mínimo
ético), sino sólo en virtud de su ponderación conforme a criterios ñmcional-norma
tivos, únicos susceptibles de manifestarse relevantes en el ámbito jurídico-penal.
En resumen, ha de desestimarse la absolutista noción de bien jurídico como mí
nimo ético, no sólo por la imprecisión, amplitud y ambigüedad de que la misma ado
lece, sino además porque no cabe desconocer que los objetos de tutela de las des
cripciones típicas no son condicionados por los límites internos de exigencia de
conducta personal, ya que el Ordenamiento jurídico tiene que operar con criterios va
lorativos propios. Existen acciones que, siendo gravemente reprochables en concien
cia, no pueden encontrar adecuado lugar de reprobación en el catálogo de las singu
Cfr. Barbara J u s 'i -D a HI.m a n n , Rcferat über das Thenia EmpflieMt es sich. d ie G rettzen des Se-
xualstrajrvchls netizubestsmmen?, en Verkandhmgert des 47. Deutschen Juristeniages. N itrnberg 1968,
Bd. JI (Süzungsbcrichte). Teil K., C.H. B eck’sehe Verlagsbuehhandlung, München, págs. 8 ss.; Karí
I ai t M [-. - pág. 27; Emst-Walter Manack, o u c , págs. 7 ss,, esp. .13. Cfr. Wilhclm G a l l a s , «Gründe
und Grenzen der Strafbarkcit. Gcdankcii zum B egnff des Verbrechens» (Heidclbeiger Jahrbiicher, 1965).
en Beitrüge zu r Vcrbrechenslehre, Walter de Gruyter & Co., Berlin, 196H. págs. 1 ss.
134 LA CIE N C IA 1311 D E R E C H O PENAL A N TE EL NIJ EV O S u ¡I O
1 En estas tesis, el sistema social se considera dirigido a la conservación de los modelos de compor
tamiento, p o r lo que el ordenamiento jurídico debe cumplir la misión de evitar que surjan nuevos intere
ses contrarios a la estabilidad del mismo. Pero, pese a esta base común, existe alguna diferencia entre Pa r
s o n s y L u h m a n n que radica en que, mientras para aquél la función del Derecho depende de la ¡dea del
conflicto, en éste surge exclusivamente p o r razones de seguridad so c ia l. I n este sentido, advierte GlASANTl
que «el paso de P a r s o n s a L u h m a n n señala el paso entre dos tipos de organizaciones sociales: de un tipo
do sociedad que exorciza el conflicto reconociéndolo y otro que pretende eliminarlo sin reconocerlo dota
do de sentido». Vid. Pa k SOn S y L u h m a n n , «Alcune considerazioni», en La Teoría funzionale liel D iriiio,
AAVV, Milán, 19X3, pág. S8. Asi, continúa, «es ciertamente esta la imagen que a primera vista ofrece la
sociedad contemporánea, que parece andar en la dirección indicada por el funcionalismo-estructural, pues
toda clase o fracción de clase aparece en efecto como una clase de corporación en la que no existen más
conflictos de intereses, sino división de competencias, roles, (unciones y la reducción de los individuos
humanos a moléculas pasivas en un campo histórico no ionizado Vid., ibidem , pág. Is
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