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Recordemos que Chartier (1992) apunta que, más allá del posicionamiento
ideológico del enunciador del relato, el análisis, de las representaciones sociales que
circulan en un argumento aproximan al investigador a las matrices de prácticas que
son parte del mundo social en sí. Dicho de otro modo, el conocimiento social del
mundo no está apartado de estas ideologías, que no son simples colecciones
arbitrarias de creencias sociales, sino esquemas organizados en torno a categorías
que figuran la identidad, la estructura social y la posición de una sociedad (Van
Dijk,2005).
El siglo XXI, parece reflexionar sobre las consecuencias de su herencia histórica. En
efecto, a fines del siglo pasado la historia parece haber desembocado en un mundo
cautivo, desarraigado y transformado por los colosales procesos socioeconómicos y
tecnocientíficos del capitalismo, que ha dominado los dos o tres siglos precedentes.
(Hobsbawm,1998:576). La humanidad podría estarse enfrentando, más que nunca, a
lo que Marx caracterizara como una cosificación de los intercambios sociales. Todo
parece indicar que, tal como ya señaló Habermas, la dinámica de adoctrinamiento
económico conecta cada vez más estrechamente a las fuerzas productivas –a través
del complejo tecnocientífico- con la formación de una autocomprensión cientificista
que asume un papel ideológico (Habermas,1999:468). En efecto, el siglo XX ha
demostrado que la naturaleza humana ha sido modificada y manipulada con el
aumento del poder para modificar la naturaleza que brindan la tecnología
(Hottois,1991:53).
En el mundo planteado en “El precio del mañana” existen, visiblemente, dos clases
sociales. Los trabajadores, que, como Will Salas, viven en el Ghetto. Los ricos, que,
separados por una gran distancia, residen en New Greenwich. Los ricos son, se
presume, financistas. Sus empleados (del sector de servicios y de seguridad) viven
mejor que los trabajadores del Ghetto, pero tampoco les sobra tiempo en el
cronómetro. La estratificación se representa, físicamente, en “zonas horarias”, que
vedan el acceso de trabajadores a New Greenwich: para cruzar la autopista que une a
esas “zonas horarias” extremas (nada se nos dice sobre las otras) se abona con peajes
que salen del cronómetro de cada cuerpo. Un trabajador nunca podría pagar esos
peajes.
Desde el punto de vista de los ricos, la batalla se percibe como justa. Es una
recreación de la (pretendida) libertad de adquirir bienes, sobre la base de una lógica
liberal. De tal forma, el malogro no tarda en representarse. La ciencia queda
asociada al imperativo del poder económico y político, al determinar la sentencia de
un organismo dentro de un sistema que atraviesa los mismos dilemas de la sociedad
actual y potencia los efectos negativos de sus prácticas. Esto produce significación
en el espectador, en tanto la cognición social deviene de una recolección de los datos
que obtiene de un mundo socialmente construido, expresandose en una confirmación
dada desde los alcances de la experiencia y obedecen a las preocupaciones actuales
de la colectividad. (Moscovici,1979:148).
En ese mundo que exacerba el laissez faire, sin un Estado de presencia visible
(excepto por un cuerpo de “policías del tiempo”, que trabaja en función de los
ricos), no hay rescate para el sujeto trabajador. No hay garantías. Sólo el recurso de
apelar al egoísmo y luchar por evitar el acecho de la muerte: “Solo quisiera
despertar con más tiempo en mi mano que horas en el día” , dice Will Salas. La
realidad lo desborda, y solo puede expresar, la instancia de un deseo que no es más
que la enunciación de un círculo de obediencia que lo mantiene próximo a su interés
de evitar la pena, convirtiéndose en un sujeto de interés acorde a su pulsión de vida,
donde, siguiendo a Foulcault, “el carácter penoso o no penoso de la cosa constituye
en sí mismo una razón de la elección más allá de la cual no se puede ir. La elección
entre lo penoso y lo no penoso constituye un elemento irreductible que no remite a
ningún juicio, a ningún razonamiento o cálculo” (Foucault,2008:312).
Así, las personas de New Greenwich podrían vivir cientos o miles de años, siempre y
cuando las del Ghetto tengan una vida limitada. La biotecnología, que permitió
detener el envejecimiento, pero ató los cuerpos a un cronómetro, se combina con un
sistema económico-social donde el cronómetro mismo se encuentra atado al poder
adquisitivo. La invención tecnocientífica generó un nuevo tipo de poder. Y una
constante vuelve a tener vigencia: “En todo lugar donde hay poder, el poder se
ejerce” (Foucault,1998:15). En este caso, bajo la falacia liberal de un sistema que
remite, principalmente, al modelo neoliberal.
Pero surge la primera fisura. Por un aumento en el precio del transporte, la madre de
Will Salas no llega a tiempo de encontrarse con él. Con el cronómetro decreciendo,
llegando casi a cero, corre hacia su encuentro. Y cuando Will logra tenerla en sus
brazos, el cronómetro ya llegó a cero. Con la muerte de su madre, Will no tendrá, a
esa altura, otro interés que la venganza contra quienes hayan sido sus responsables,
incluso cuando aún no los conozca. Es el primer paso de la tragedia.
Will Salas, se enfrenta a una situación que cambiara su vida al conocer a Henry
Hamilton en un bar del gueto. Hamilton, es un sujeto rico, que va a los suburbios
como un acto suicida. Tiene la oportunidad de vivir un siglo más. Pero ha elegido
morir, suceso que nadie ha de arrebatarle, “ni siquiera un sistema de coacciones y de
vigilancias, que parten de una corriente que ha alzado la sociedad de masa contra la
muerte. Más exactamente, la ha llevado a tener vergüenza de la muerte, mas
vergüenza que horror, a hacer como si la muerte no existiera” (Ariés,2012:684). En
el Ghetto hay delincuentes capaces de matar a otro por unos pocos minutos del
cronómetro. Hamilton sabe que el siglo que posee en su reloj le costará la vida (y es,
de hecho, lo que desea). Un grupo de ladrones se entera de la llegada de Hamilton, y
acude para robarle su tiempo. Will Salas evita el asesinato y oculta a Hamilton en un
edificio abandonado. Allí, Hamilton le revelará la excusa esgrimida por los
ricos: “Para que unos pocos sean inmortales, muchos tienen que morir” . Esto
produce en Will el encuentro con una verdad inherente a la sociedad que habita. La
experiencia suicida de Hamilton le ofrece una mirada que, en su exigua vida, nunca
podría deducir.
En la frase de Hamilton (“Para que unos pocos sean inmortales, muchos tienen que
morir”), se visualiza la falla, condición de la existencia de un orden, del surgir
social, que sólo puede sostenerse a través del goce: “¿puede alcanzarse algo que nos
diga cómo lo que hasta ahora no es más que falla, hiancia en el goce, puede llegar a
realizarse? (Lacan,2011b:16). La eternidad, marca el terreno de lo inalcanzable. Por
lo tanto, el gozar- ser se implica en la territorialidad de lo finito: “el límite es lo que
se define como algo más grande que un punto, más pequeño que otro, pero en ningún
caso igual ni al punto de partida ni al punto de llegada” (Lacan,2001b:17). Entonces,
en el derecho a la vida, eso que es arrebatado a muchos, y que unos pocos acumulan,
está la integración de un sistema que adoctrina, que abre el espacio de lo imposible,
la existencia de una relación entre amo-capitalista y esclavo-trabajador. La eternidad
es un punto de llegada que tiende al infinito, la plusvalía del mientras tanto. Es el
punto a punto de la existencia, de la razón del gozar-ser, “y esto es lo extraño, lo
fascinante, cabe decirlo: esta exigencia de lo Uno, como ya podía hacérnoslo prever
extrañamente el Parmenindes, sale del Otro. Allí donde está el ser, es exigencia de
infinitud” (Lacan:2001b:18).
En un sentido amplio, podría decirse que la “clase del amo” constituye un todo-
limitado. Y la del esclavo, un notodo. El amo vive en New Greenwich. El esclavo
está en todas partes: en el Ghetto, pero también en New Greenwich. Inevitablemente,
se producirá el punto de colisión entre todo-limitado y notodo (aunque más no sea
por proximidad topológica, en una misma banda horaria) [5]. Es en este particular
aspecto en el que deberíamos concebir, en Hamilton, al punto de colisión entre todo-
limitado y notodo: confrontado con el “dejar-de-ser”, no puede aceptar el “dejar-
ser”. Por eso viaja al Ghetto, y se evidencia allí su carácter de punto de colisión. Por
eso, aún cuando Will Salas le salve la vida, en la mañana siguiente Hamilton se
suicidará, dejando en el cronómetro de Will los cien años de vida que llevaba.
Transfirió el “dejar-ser” del que su cuerpo –biotecnológicamente modificado- era
portador a un esclavo, con el único objetivo de “dejar-de-ser”. Esto, por sí solo,
desata el segundo paso de la tragedia. Como no puede ser de otro modo.
Con tiempo de sobra en su cronómetro, Will Salas viaja a New Greenwich. Allí
conoce a Weiss, un magnate de las finanzas, con más de un millón de años en su
cronómetro. Y a su hija Sylvia, que, como Hamilton –pero sin el impulso suicida- es,
en germen, un punto de colisión. Se establece a partir de aquí una dialéctica (en los
mismos términos de lucha por la supervivencia establecidos por el sistema), en la
que Will, va a arriesgar la vida, al enfrentarse a Weiss en una partida de póker. Will
no tiene nada que perder; por eso, tal vez, gana. Pero el sistema del laissez
faire muestra su propia y atroz cara de exclusión: la “policía del tiempo” persigue a
Will como asesino de Hamilton. En la lógica del amo, que Hamilton le haya regalado
un siglo a Will es inadmisible, pues la aceptación de este hecho no haría más que
desnudar el punto de colisión que el amo tratará siempre de ocultar.
En su planteo inicial del poder biopolítico, de 1976, Foucault recuerda que se trata
de un conjunto de tecnologías para “controlar, y modificar las probabilidades y de
compensar sus efectos. Por medio del equilibrio global, esa tecnología apunta a algo
así como una homeostasis, la seguridad del conjunto en relación con sus peligros
internos” (Foucault,1996:201). El poder soberano se ejerció, históricamente, del lado
de hacer morir o dejar vivir. El poder biopolítico funcionará bajo premisas
diferentes: “Más acá de ese gran poder absoluto, dramático, hosco, que era el poder
de la soberanía, y que consistía en poder hacer morir, he aquí que aparece, con la
tecnología del biopoder, un poder continuo, científico: el de hacer vivir. La
soberanía hacía morir o dejaba vivir. Ahora en cambio aparece un poder de
regulación, consistente en hacer vivir y dejar morir” (Foucault,1996:199).
Conclusiones
Referencias
Kojeve,A.(1982): “La dialéctica del amo y del esclavo en Hegel”. Buenos Aires: La
Pléyade.
Marx,C.(1975): “El capital. Critica de la economía política. México DF: Siglo XXI.
NOTAS
[1] Datos obtenidos hasta el 2 de febrero de 2012,
véase http://boxofficemojo.com/movies/?id=now.htm
[3] Tal vez hablar de cambios en la naturaleza humana suene más difuso que hablar
de cambios en las configuraciones psicosociales, en especial en la actitud del sujeto
frente a su entorno y frente a los otros. En esto, pensadores como Habermas y
Hottois elaboran a posteriori de la obra de muchos autores de ciencia-ficción
(Stapledon es, acaso, una figura emblemática), o, a lo sumo, en forma
contemporánea a ellos (baste mencionar a Dick, Ballard, Gibson y Mievielle, entre
muchos otros).
[5] En este sentido, es inevitable señalar que, si bien los ricos de New Greenwich
parecen detentar el poder, quienes realmente estarían más cerca del poder son los
dueños de la biotecnología que hace posible todo el dispositivo psicosocial
desplegado en la película. Nada se nos dice ellos. Lo que es una forma de decirnos
todo.
[6] No deja de ser paradójico que, en un mundo donde la expectativa de vida (en el
mundo desarrollado) ronda ya los 80 años, la juventud se siga promoviendo como un
“valor en sí mismo”. A la larga –con la inversión de la pirámide poblacional- esto
podría ir en contra de la propia lógica del mercado, excepto en la venta de
sucedáneos para dismular la edad cronológica (que, hasta el momento, no logran
engañar a los verdaderos jóvenes).