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Colisión del todo-limitado y el notodo desde la

biotecnología: un ejemplo del cine


por Guralnik, Gabriel, Pidoto, Claudio

Introducción: el impacto de un futuro distópico en el cine actual

La película El precio del mañana (Niccol, 2011) se estrenó en los EEUU el 28 de


octubre de 2011, y en la Argentina el 1º de diciembre del mismo año. A comienzos
de 2012 llevaba ya recadudados 170 millones de dólares  [1]. Si bien otras películas
tienen, en los últimos tiempos, recaudaciones mayores, la cifra no deja de ser
importante. Sobre todo en los EEUU, teniendo en cuenta que la posición de la obra
es sumamente crítica del capitalismo. Según refirió el director en una entrevista  [2],
los empresarios de Hollywood no leyeron, "afortunadamente", el guión: El propio
Niccol afirma que fue por ello que la XXth Century Fox aceptó financiar el
proyecto.

La construcción narrativa del mundo en el cual transitan los personajes muestra un


futuro distópico, a través de una mirada que parece exacerbar las consecuencias de
una experiencia política, económica y social, muy presentes en las críticas fundadas
contra el capitalismo y el neoliberalismo.

Recordemos que Chartier (1992) apunta que, más allá del posicionamiento
ideológico del enunciador del relato, el análisis, de las representaciones sociales que
circulan en un argumento aproximan al investigador a las matrices de prácticas que
son parte del mundo social en sí. Dicho de otro modo, el conocimiento social del
mundo no está apartado de estas ideologías, que no son simples colecciones
arbitrarias de creencias sociales, sino esquemas organizados en torno a categorías
que figuran la identidad, la estructura social y la posición de una sociedad (Van
Dijk,2005).
El siglo XXI, parece reflexionar sobre las consecuencias de su herencia histórica. En
efecto, a fines del siglo pasado la historia parece haber desembocado en un mundo
cautivo, desarraigado y transformado por los colosales procesos socioeconómicos y
tecnocientíficos del capitalismo, que ha dominado los dos o tres siglos precedentes.
(Hobsbawm,1998:576). La humanidad podría estarse enfrentando, más que nunca, a
lo que Marx caracterizara como una cosificación de los intercambios sociales. Todo
parece indicar que, tal como ya señaló Habermas, la dinámica de adoctrinamiento
económico conecta cada vez más estrechamente a las fuerzas productivas –a través
del complejo tecnocientífico- con la formación de una autocomprensión cientificista
que asume un papel ideológico (Habermas,1999:468). En efecto, el siglo XX ha
demostrado que la naturaleza humana ha sido modificada y manipulada con el
aumento del poder para modificar la naturaleza que brindan la tecnología
(Hottois,1991:53).

La referencia central a la tecnociencia conlleva un interés analítico particular con


respecto al cine que aborda el género conocido como ciencia-ficción, dado que en el
mismo las figuraciones de las experiencias tecnocientíficas vividas por la sociedad
se precipitan a la mostración argumental que despierta el extrañamiento en un relato,
en el que a través de la proyección de un paradigma ficcional, el hilo narrativo y las
relaciones intersubjetivas se alían en la construcción de un universo que exacerba
los alcances de estos cambios en la naturaleza humana, insinuados por Habermas y
explicitados por Hottois [3]. De este modo, las películas de ciencia-ficción permiten
analizar registros y transformaciones que se presentan en nuestra cultura frente a los
nuevos escenarios. Se trata de sistemas de signos que aluden a la reorganización de
las configuraciones sociales, y que son pasibles de estudio desde la la teoría de las
representaciones sociales. En particular, desde sus dos mecanismos básicos de
objetivización y anclaje. En tal sentido, la formación de núcleos figurativos –por
objetivización- remite a lo ya conocido por experiencia histórica, y la incorporación
de la novedad del mundo que propone el fim, como intento de dominar
(ficcionalmente) ese mundo –por anclaje- se articula con posiciones específicas
sobre el sujeto frente a la tecnologización extrema, con el adoctrinamiento (en este
caso, biotecnológico) y la aceptación de un orden social desigual. En el límite de la
narración fílmica, “El precio del mañana” evoca revidindicaciones donde el deseo, el
malestar cultural y lo siniestro se cristalizan, se hacen cuerpo dentro de la narrativa,
espejo de una realidad, mostración e identidad de un mundo que se evalúa a sí
mismo.

La trampa de la biotecnología: juventud eterna a cambio de trabajo infinito

El precio de mañana trascurre en el año 2161. El protagonista principal, Will Salas,


relata en off, al comienzo, el mundo ficcional en el que se desarrollará la narración
fílmica: “La ingeniería genética detiene el envejecimiento a los 25 años, el
problema es que solo vivimos un año más, a no ser que consigamos más tiempo.
Ahora el tiempo se ha convertido en divisa, ganamos tiempo y lo gastamos, los ricos
pueden vivir para siempre, ¿y el resto de nosotros? Solo quisiera despertar con más
tiempo en mi mano que horas en el día”.

Se observa que la propuesta argumental de la película, en la interrupción del


deterioro biológico a partir de un momento arbitrario de la juventud (los 25 años), se
conecta con la circulación de un discurso científico, en el interior de una formación
social que interpela al sujeto. Es la representación de un discurso socialmente
determinado sobre la relación del sujeto con su edad, cuyo efecto de sentido, desde
el punto de vista ideológico, establece la anulación de toda posibilidad de
desdoblamiento: “el discurso aparece como teniendo una relación directa simple y
lineal, con lo real, aparece como siendo el único discurso posible sobre su objeto,
como si fuera absoluto” (Veron,1993:23). Salazar (2005) sostiene que, mediante el
proceso de anclaje, la representación social entra en el dominio de lo familiar,
mediado por la posición social que ocupan los individuos. En la película se apela
fuertemente a el hecho de mantenerse joven como haz de temáticas vinculados a la
representación social.

Por supuesto, el ideal de juventud permanente es antiguo. Existió en tiempos de los


griegos, y se conecta con la cultura de la modernidad, cada vez más fuertemente,
conforme avanza el siglo XX. Si bien las dictaduras totalitarias (fascismo, nazismo,
estalinismo) establecieron un culto de la juventud, es durante la década de 1960, en
plena “edad de oro” del capitalismo, cuando la juventud parece adquirir un valor en
sí mismo. Las transformaciones sociales, económicas, culturales y políticas de ese
período, sitúan a la juventud como principal núcleo de consumo y,
consecuentemente, como usuarios claves del sistema, lo que promueve que “la
juventud deje de ser una fase preparatoria para la vida adulta, convirtiéndose en la
fase culminante del pleno desarrollo humano, a partir de los treinta años, la vida va
claramente cuesta abajo” (Hobsbawm,1998:327) [4].

Esta valoración extrema de la juventud se asocia, en la argumentación del film, con


el anhelado sueño de juventud eterna. En 2161, el objetivo se ha logrado por
manipulación genética, y se ha generalizado para toda la especie humana. Pero el
milagro biotecnológico depara una trampa social, también inducida
biotecnológicamente: las condiciones para mantenerse vivo están vinculadas a la
capacidad del sujeto para obtener “tiempo” en un cronómetro biológico que le ha
sido implantado al nacer. Si el reloj cae “a cero”, el sujeto muere. Pero, como dice
Will Salas, el tiempo es la nueva forma de circulación monetaria. Así, para los
trabajadores, el salario, que ha sido en la modernidad “la renta afectada a cierto
capital, un capital que va a calificarse de capital humano en cuanto, justamente, la
idoneidad-máquina de la que constituye una renta no puede disociarse del individuo
humano que es su portador” (Foulcault,2008:266), se transforma en tiempo de vida.
El dilema es que también el consumo se mide en tiempo de vida. Sin consumo, hay
muerte. Sin salario-tiempo para el consumo, también hay muerte.

La idoneidad-máquina es, entonces, en este caso, una asociación entre el sujeto y su


tiempo vital, desde donde se promueve la construcción de un orden social. A partir
de la activación del reloj incorporado al cuerpo, todo se reduce a un solo objetivo:
conseguir más dígitos, para no morir. Como el sujeto-trabajador debe trabajar para
obtener más “tiempo de vida”, se construye un mecanismo por el cual el sistema de
producción adquiere un valor más allá de lo producido, y la vida logra
mercantilizarse sin escape posible (pues no hay opción de no consumir tiempo).

Se constituye un escenario en donde se lleva al paroxismo el disciplinamiento del


trabajador a través de lo económico. El sujeto queda atrapado en una sintaxis social
donde la subsistencia es su único interés. La observación que en la década de 1970
realiza Foucault es, pues, anticipatoria: “Aquí estamos, por consiguiente, en el
corazón de esa problemática de la mano invisible que es, si se quiere, el correlato
del homo economicus, o mejor, esa suerte de extravagante mecánica que lo hace
funcionar como sujeto de interés individual dentro de una totalidad que se le escapa
y que, sin embargo, funda la racionalidad de sus decisiones egoístas”
(Foucault,2008:320).
La biotecnología lleva, así –en el universo de la película- al supuesto cumplimiento
del ideal (en tanto representación social) de juventud permanente. Pero la asociación
del cronómetro (que crecre con el salario y decrece, más rápidamente, con el
consumo) con la posición del sujeto-trabajador que no tiene otra opción que ser
“parte de la máquina” –tanto social como individual, por cuanto su propio
cronómetro lo maquiniza- transforma este ideal en una pesadilla. Al menos, para el
sujeto carente de recursos económicos.

La vida eterna para el vencedor de la batalla neoliberal

En el mundo planteado en “El precio del mañana” existen, visiblemente, dos clases
sociales. Los trabajadores, que, como Will Salas, viven en el  Ghetto. Los ricos, que,
separados por una gran distancia, residen en New Greenwich. Los ricos son, se
presume, financistas. Sus empleados (del sector de servicios y de seguridad) viven
mejor que los trabajadores del Ghetto, pero tampoco les sobra tiempo en el
cronómetro. La estratificación se representa, físicamente, en “zonas horarias”, que
vedan el acceso de trabajadores a New Greenwich: para cruzar la autopista que une a
esas “zonas horarias” extremas (nada se nos dice sobre las otras) se abona con peajes
que salen del cronómetro de cada cuerpo. Un trabajador nunca podría pagar esos
peajes.

Desde el punto de vista de los ricos, la batalla se percibe como justa. Es una
recreación de la (pretendida) libertad de adquirir bienes, sobre la base de una lógica
liberal. De tal forma, el malogro no tarda en representarse. La ciencia queda
asociada al imperativo del poder económico y político, al determinar la sentencia de
un organismo dentro de un sistema que atraviesa los mismos dilemas de la sociedad
actual y potencia los efectos negativos de sus prácticas. Esto produce significación
en el espectador, en tanto la cognición social deviene de una recolección de los datos
que obtiene de un mundo socialmente construido, expresandose en una confirmación
dada desde los alcances de la experiencia y obedecen a las preocupaciones actuales
de la colectividad. (Moscovici,1979:148).

En ese mundo que exacerba el laissez faire, sin un Estado de presencia visible
(excepto por un cuerpo de “policías del tiempo”, que trabaja en función de los
ricos), no hay rescate para el sujeto trabajador. No hay garantías. Sólo el recurso de
apelar al egoísmo y luchar por evitar el acecho de la muerte:  “Solo quisiera
despertar con más tiempo en mi mano que horas en el día” , dice Will Salas. La
realidad lo desborda, y solo puede expresar, la instancia de un deseo que no es más
que la enunciación de un círculo de obediencia que lo mantiene próximo a su interés
de evitar la pena, convirtiéndose en un sujeto de interés acorde a su pulsión de vida,
donde, siguiendo a Foulcault, “el carácter penoso o no penoso de la cosa constituye
en sí mismo una razón de la elección más allá de la cual no se puede ir. La elección
entre lo penoso y lo no penoso constituye un elemento irreductible que no remite a
ningún juicio, a ningún razonamiento o cálculo” (Foucault,2008:312).

En este punto la película evoca temas vinculados con representacines sociales de la


negatividad de la práctica liberal, llevando al paroxismo sus consecuencias. Bajo la
creencia de la existencia de una libertad individual se entrelazan las redes de la
interdicción total de la vida, quedando el sujeto sometido a la aceleración de los
tiempos del consumo. De hecho, en el Ghetto se observa cómo, cada día, los precios
suben y los salarios bajan: mantener “tiempo de vida” en el cronómetro se vuelve
cada vez menos viable.

En términos de la historia reciente, el neoliberalismo muestra su rostro de


confirmación y unicidad, como un sintagma que ha adquirido solidez desde 1979-80,
y se ha consolidado tras la caída de la URSS (Hobsbawm,1998). Las estructuras de
legitimación de su propio desenvolvimiento se hallan objetivadas en la conciencia de
los sujetos. Las personas quedan sometidas al paradigma que atraviesa una
contradicción entre la entropía de un mundo en crisis, y el efecto de sentido que el
discurso hegemónico intenta propugnar. Un discurso según el cual nada puede
hacerse distinto, pues si las cosas no fuesen como son sería todo peor, lo que implica
la conveniencia de no alterar el actual estado de cosas, bien porque éste es el mejor
mundo de los posibles, o bien porque es el único (Ghiso,2005:6). Ese mismo
discurso –bien que mediado por la tecnología- se encuentra en los argumentos
esgrimidos por los ricos en la película: no hay mejor orden que el existente, pues si
todos poseyeran tiempo ilimitado en el cronómetro, el mundo se superpoblaría, los
recursos se agotarían, y la vida en sí misma dejaría de existir.

Así, las personas de New Greenwich podrían vivir cientos o miles de años, siempre y
cuando las del Ghetto tengan una vida limitada. La biotecnología, que permitió
detener el envejecimiento, pero ató los cuerpos a un cronómetro, se combina con un
sistema económico-social donde el cronómetro mismo se encuentra atado al poder
adquisitivo. La invención tecnocientífica generó un nuevo tipo de poder. Y una
constante vuelve a tener vigencia: “En todo lugar donde hay poder, el poder se
ejerce” (Foucault,1998:15). En este caso, bajo la falacia liberal de un sistema que
remite, principalmente, al modelo neoliberal.

Pero surge la primera fisura. Por un aumento en el precio del transporte, la madre de
Will Salas no llega a tiempo de encontrarse con él. Con el cronómetro decreciendo,
llegando casi a cero, corre hacia su encuentro. Y cuando Will logra tenerla en sus
brazos, el cronómetro ya llegó a cero. Con la muerte de su madre, Will no tendrá, a
esa altura, otro interés que la venganza contra quienes hayan sido sus responsables,
incluso cuando aún no los conozca. Es el primer paso de la tragedia.

El tiempo de Hamilton en el brazo de Will: un punto de colisión entre todo-


limitado y notodo

Will Salas, se enfrenta a una situación que cambiara su vida al conocer a Henry
Hamilton en un bar del gueto. Hamilton, es un sujeto rico, que va a los suburbios
como un acto suicida. Tiene la oportunidad de vivir un siglo más. Pero ha elegido
morir, suceso que nadie ha de arrebatarle, “ni siquiera un sistema de coacciones y de
vigilancias, que parten de una corriente que ha alzado la sociedad de masa contra la
muerte. Más exactamente, la ha llevado a tener vergüenza de la muerte, mas
vergüenza que horror, a hacer como si la muerte no existiera” (Ariés,2012:684). En
el Ghetto hay delincuentes capaces de matar a otro por unos pocos minutos del
cronómetro. Hamilton sabe que el siglo que posee en su reloj le costará la vida (y es,
de hecho, lo que desea). Un grupo de ladrones se entera de la llegada de Hamilton, y
acude para robarle su tiempo. Will Salas evita el asesinato y oculta a Hamilton en un
edificio abandonado. Allí, Hamilton le revelará la excusa esgrimida por los
ricos: “Para que unos pocos sean inmortales, muchos tienen que morir” . Esto
produce en Will el encuentro con una verdad inherente a la sociedad que habita. La
experiencia suicida de Hamilton le ofrece una mirada que, en su exigua vida, nunca
podría deducir.

En la frase de Hamilton (“Para que unos pocos sean inmortales, muchos tienen que
morir”), se visualiza la falla, condición de la existencia de un orden, del surgir
social, que sólo puede sostenerse a través del goce: “¿puede alcanzarse algo que nos
diga cómo lo que hasta ahora no es más que falla, hiancia en el goce, puede llegar a
realizarse? (Lacan,2011b:16). La eternidad, marca el terreno de lo inalcanzable. Por
lo tanto, el gozar- ser se implica en la territorialidad de lo finito: “el límite es lo que
se define como algo más grande que un punto, más pequeño que otro, pero en ningún
caso igual ni al punto de partida ni al punto de llegada” (Lacan,2001b:17). Entonces,
en el derecho a la vida, eso que es arrebatado a muchos, y que unos pocos acumulan,
está la integración de un sistema que adoctrina, que abre el espacio de lo imposible,
la existencia de una relación entre amo-capitalista y esclavo-trabajador. La eternidad
es un punto de llegada que tiende al infinito, la plusvalía del mientras tanto. Es el
punto a punto de la existencia, de la razón del gozar-ser, “y esto es lo extraño, lo
fascinante, cabe decirlo: esta exigencia de lo Uno, como ya podía hacérnoslo prever
extrañamente el Parmenindes, sale del Otro. Allí donde está el ser, es exigencia de
infinitud” (Lacan:2001b:18).

El anhelo de la eternidad, es eso que empuja a lo social desde el entendimiento


“liberal” del “dejar-ser” (Heidegger,2011), del egoísmo económico de ese laissez
faire, como condición de posibilidad para el poder del amo. La exigencia de seguir
viviendo del esclavo (así sea un día más, como dice Will Salas), puede entenderse
también, recursivamente, como una exigencia de infinitud. “Un día más”, todos los
días, tiende al infinito. Pero el infinito es, nuevamente, una aspiración de límite: un
límite inalcanzable, que, sin embargo, permite al amo detentar el poder sobre el
esclavo. Así, entre el “dejar-ser” sostenido por el amo y el “dejar-de-ser” que pende
sobre el esclavo, se abre la dialéctica de la dominación. El problema es que
Hamilton –representante del amo- no puede, subjetivamente, sostener esa lógica.
Tras vivir más de cien años, desea morir. Ya no tiene más interés en el mundo, ni en
el lugar de donde viene, ni en nada que puedan ofrecerle. Su decadencia no es física,
sino subjetiva. Y tal vez no es decadencia, sino sabiduría: “En la edad de su
decadencia, la experiencia que el individuo tiene de sí mismo y de lo que le acontece
contribuye a su vez a un conocimiento que él simplemente encubría durante el
tiempo en que, como categoría dominante, se afirmaba sin fisuras”
(Adorno,2001:12).

En un sentido amplio, podría decirse que la “clase del amo” constituye un todo-
limitado. Y la del esclavo, un notodo. El amo vive en New Greenwich. El esclavo
está en todas partes: en el Ghetto, pero también en New Greenwich. Inevitablemente,
se producirá el punto de colisión entre todo-limitado y notodo (aunque más no sea
por proximidad topológica, en una misma banda horaria)  [5]. Es en este particular
aspecto en el que deberíamos concebir, en Hamilton, al punto de colisión entre todo-
limitado y notodo: confrontado con el “dejar-de-ser”, no puede aceptar el “dejar-
ser”. Por eso viaja al Ghetto, y se evidencia allí su carácter de punto de colisión. Por
eso, aún cuando Will Salas le salve la vida, en la mañana siguiente Hamilton se
suicidará, dejando en el cronómetro de Will los cien años de vida que llevaba.
Transfirió el “dejar-ser” del que su cuerpo –biotecnológicamente modificado- era
portador a un esclavo, con el único objetivo de “dejar-de-ser”. Esto, por sí solo,
desata el segundo paso de la tragedia. Como no puede ser de otro modo.

En el campo de todo-limitado: Will Salas frente al amo

Con tiempo de sobra en su cronómetro, Will Salas viaja a New Greenwich. Allí
conoce a Weiss, un magnate de las finanzas, con más de un millón de años en su
cronómetro. Y a su hija Sylvia, que, como Hamilton –pero sin el impulso suicida- es,
en germen, un punto de colisión. Se establece a partir de aquí una dialéctica (en los
mismos términos de lucha por la supervivencia establecidos por el sistema), en la
que Will, va a arriesgar la vida, al enfrentarse a Weiss en una partida de póker. Will
no tiene nada que perder; por eso, tal vez, gana. Pero el sistema del  laissez
faire muestra su propia y atroz cara de exclusión: la “policía del tiempo” persigue a
Will como asesino de Hamilton. En la lógica del amo, que Hamilton le haya regalado
un siglo a Will es inadmisible, pues la aceptación de este hecho no haría más que
desnudar el punto de colisión que el amo tratará siempre de ocultar.

Gradualmente, Sylvia se acerca a Will, y ambos regresan al Ghetto. El anhelo de


venganza se ha transformado ahora en un difuso objetivo de justicia. Para Will,
robarle a Weiss todo el tiempo almacenado en las sucursales de sus bancos. Para
Sylvia, desafiar el sistema del cual su padre es, acaso, el máximo exponente. Sin
duda Sylvia no busca (al menos conscientemente) la muerte de su padre. Pero para
Will, el enfrentamiento puede llegar hasta ese extremo. Como en otros casos, en la
lucha de Will contra Weiss, “cada uno de los dos individuos humanos debe tener por
fin la muerte del otro... Pues la entidad-otro no vale más para él que él mismo”
(Kojeve,1982:6). Antes de viajar a New Greenwich y conocer el funcionamiento del
esquema económico, Will no tiene idea de por qué las cosas son como son: “la
explotación capitalista le frustra su saber, volviendolo inútil, por el que se le da a
cambio en una especie de subversión, es otra cosa, un saber de amo.” (Lacan,2011a).
Aclarado el saber del lugar que ocupa (él y todos los habitantes del Ghetto), la
sociedad de Will y Sylvia tiene implícito un objetivo imposible, que de todos modos
se lleva a cabo en la película, al estilo osado del heroísmo hollywoodense y plantea
la representación de una sospecha, en tanto: “El desenlace siempre está trazado de
antemano por la gran política, y la propia libertad aparece con un tinte ideológico,
como discurso sobre la libertad con sus declamaciones estereotipadas y no a través
de acciones humanamente conmensurables” (Adorno,2001:145).

Por supuesto, ese heroísmo de lo imposible es lo que la masa espectadora necesita


para identificarse con los protagonistas, una vez que, desde sus propias
representaciones sociales pudo poner en correlación lo que ya conoce –el sistema
económico-social del siglo XXI- con el mundo distópico de la película, el paso
siguiente es poner en correlación el núcleo figurativo de esas representaciones de
injusticia social con las imágenes de quienes (en forma real o mítica) intentaron
oponerse a la injusticia.

Control social, darwinismo económico y razón biopolítica

En su planteo inicial del poder biopolítico, de 1976, Foucault recuerda que se trata
de un conjunto de tecnologías para “controlar, y modificar las probabilidades y de
compensar sus efectos. Por medio del equilibrio global, esa tecnología apunta a algo
así como una homeostasis, la seguridad del conjunto en relación con sus peligros
internos” (Foucault,1996:201). El poder soberano se ejerció, históricamente, del lado
de hacer morir o dejar vivir. El poder biopolítico funcionará bajo premisas
diferentes: “Más acá de ese gran poder absoluto, dramático, hosco, que era el poder
de la soberanía, y que consistía en poder hacer morir, he aquí que aparece, con la
tecnología del biopoder, un poder continuo, científico: el de hacer vivir. La
soberanía hacía morir o dejaba vivir. Ahora en cambio aparece un poder de
regulación, consistente en hacer vivir y dejar morir” (Foucault,1996:199).

Por supuesto, el propio Foucault advierte que ambas formas de poder


(soberano/biopolítico) no se anulan, sino que se superponen y se articulan. La
respuesta que brinda frente a la forma en que el poder soberano puede seguir con el
ejercicio de “hacer morir”, cuando el biopolítico consiste en “hacer vivir”, es el
racismo. Este esquema, válido tanto en el siglo XIX (auge del racismo biológico)
como hasta mediados del siglo XX (auge del racismo de Estado, con el nazismo
como principal exponente), fue variando en las últimas décadas. En “El precio del
mañana”, el poder soberano se ejerce con el aumento de precios y la baja de salarios,
que llevarán a cada vez más trabajadores a tener el cronómetro en cero (es decir, a
morir). Se ejerce, en definitiva, desde una suerte de darwinismo económico –
explícitamente mencionado por Weiss- que reemplaza al darwinismo social
imperante en etapas anteriores.

Sin embargo, la explicación biopolítica subsiste, bajo la excusa de la defensa del


ambiente (es decir, la muerte de muchos para evitar la superpoblación). En este
aspecto, la supervivencia del más fuerte se presenta como parte de una necesidad
inherente a cuestiones ambientales y vitales. El medio-ambiente, es la justificación,
donde el poder legitimar el control de los acontecimientos producidos por los
individuos, poblaciones y grupos que interfieren con acontecimientos de tipo casi
natural. (Foucault,2006:42). Se trata, por supuesto, de una falacia. En ningún
momento se explicita, al interior de la película, si ese riesgo es real, o una simple
excusa, que los propios ricos de New Greenwich se creen. En cualquier caso, la
variabilidad temporal entre el darwinismo natural y el darwinismo económico queda
representada. La selección natural tarda millones de años en descartar las especies
no aptas. En cambio, el sistema de selección por el mercado y la tecnología puede
tardar meses en poner a miles de personas en el desempleo, algunos años en sacar a
empresas del mercado y solo una década en convertir a Estados o Naciones en
economías inviables (Rivero, 2003). Es, de algún modo, la lógica subyacente en la
trama de la película, pero implementada por medio de un dispositivo biotecnológico.

Esta forma de “descartar” a miles y miles de sujetos, considerados “no viables”, no


es ajena a las viejas prácticas del nazismo. Sólo cambia el tipo de sujeto a eliminar,
no determinado ya por su origen (en el caso de los nazis, lo que acertadamente
llamará Milner el nombre judío), sino por su condición económica. “El
nacionalsocialismo sobrevive, y hasta la fecha no sabemos si solamente como mero
fantasma de lo que fue tan monstruoso, o porque no llegó a morir, o si la disposición
a lo indescriptible sigue latiendo tanto en los hombres como en las circunstancias
que los rodean.” (Adorno,1998:15) El neonazismo, no logra apartarse completamente
de la escena política, y su fantasma retorna con renovadas formas. Hay una latencia,
siempre vigente de su resurgir: “si figuras sospechosas hacen su come back (retorno)
a posiciones de poder, es exclusivamente porque las circunstancias les son
favorables.” (Adorno,1998,16). Aún con todas las diferencias que puedan econtrarse
con el neonazismo, en la distopía de “El precio del mañana” la lógica criminal no
tiene tanta diferencia.
La subversión de Will y Sylvia contra el sistema consiste en asaltar sucursales de los
bancos de Weiss. Allí se guardan dispositivos que pueden conectarse al cuerpo, y
transfieren tiempo de vida a los cronómetros (tiempo que la banca Weiss prestaba
con intereses). Por supuesto, se trata de una serie de acciones subversivas que no
atacarán al centro del problema. Pues aunque se transfiera tiempo a los pobres, el
sistema puede aumentar indefinidamente los precios. Y los ingenieros que, en las
sombras, crean esos dispositivos bancarios, bien pueden, en algún momento, cambiar
la forma en que se transfiere el tiempo, para que su robo sea imposible para Will y
Sylvia.

Si los amos de New Greenwich están convencidos de la naturaleza “ecológica” de su


división del mundo (tal como lo estaban los nazis de la naturaleza “anti-infecciosa”
de eliminar judíos), es poco lo que una persona o un grupo aislado puede, a largo
plazo, lograr. La película no termina de presentar el típico “final feliz” de
Hollywood, aunque tampoco muestre la ruina (más que probable) de Will y Sylvia.
Es difícil imaginar una subversión del dispositivo en su conjunto que no pase por
acentuar el punto de colisión entre todo-limitado y  notodo, como generación de un
núcleo disruptivo que haga caer a todo el sistema  [6].

Conclusiones

El análisis de “El precio del mañana” permite establecer una aproximación a la


circulación de las representaciones sociales sobre el poder político y su vinculación
con el poder económico y tecno-cientifico en el siglo XXI. La sociedad puede estar
advirtiendo esa vinculación, y prepararse, acaso inadvertidamente, para discutir sus
consecuencias, analizar sus posibilidades y dirimir sobre los alcances en el futuro.

La observación y análisis de las representaciones sociales en una película que


describe un futuro posible, nos aproxima al encuentro entre una sociedad y lo que el
reflejo de sus experiencias manifiestan. El futuro postulado en la obra implica una
reflexión sobre el devenir consciente del proceso de mercantilización y cosificación
(Habermas,1999) que se cristaliza en representaciones sociales, atinente a las
construcciones de nuevas variantes del poder. Tales representaciones están plagadas
de matices, pertenecientes a un cúmulo de experiencias históricas, muchas veces
estremecedoras, y de transformaciones, que corren en un particular sentido (el
tecnológico).
El padecer de una cultura, su disgusto, se abren camino como expresión de una
edificación del sentido social de lo que es a sí misma. ¿El porvenir es acaso una
ilusión cuya construcción nos desalienta de antemano? Las marcas del dominio del
pasado, las injusticias presentes, parecen hacen mella en las representaciones
sociales sobre un futuro difícil de prever. Queda claro que la historia, señala, figura
los errores, sugiere caminos y muestra aquello que cuesta destituir. Ese es el poder
de representar, de recordar, de tramitar. Concebir lo que no se quiere, lo que da
horror, lo familiarmente intolerable, lo siniestro. Si lo que se imagina es un
horizonte con un esquema idéntico a sí mismo, acaso sea por las señales, por las
misivas de una costumbre inconciliable o una legitima incapacidad. Pero, ahí
también, se encuentra el sujeto, que busca el límite de esa renuncia de la que ya
advirtió Freud. El sujeto solitario frente a la maquinación y a la sistematización,
luchando por la supervivencia: por adaptarse, por tramitar el  notodo. La subversión,
es una metáfora del resto de un goce que no para de dar batalla. Antinomia entre la
lucha por la libertad y el suplicio de lo que resta por vivir. La experiencia social
conlleva la dificultad de representar socialmente un futuro distinto, aún cuando este
futuro distinto sea, tal vez, posible. Formar una imagen donde por el momento sólo
hay un saber que –por definición, y en especial tratándose del futuro- es, más que
nunca, un no-saber.

Referencias

Adorno,T.(1962): “Prismas”. Barcelona: Aires.

Adorno,T.(1998): “Educacion para la emancipación”. Madrid: Morátia.

Adorno,T.(2001): “Minima Moralia”. Buenos Aires: Taurus.

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NOTAS
[1] Datos obtenidos hasta el 2 de febrero de 2012,
véase http://boxofficemojo.com/movies/?id=now.htm

[2] Entrevista realizada el 25 de octubre del 2011,


véase: http://collider.com/andrew-niccol-in-time-the-host-interview/122279/

[3] Tal vez hablar de cambios en la naturaleza humana suene más difuso que hablar
de cambios en las configuraciones psicosociales, en especial en la actitud del sujeto
frente a su entorno y frente a los otros. En esto, pensadores como Habermas y
Hottois elaboran a posteriori de la obra de muchos autores de ciencia-ficción
(Stapledon es, acaso, una figura emblemática), o, a lo sumo, en forma
contemporánea a ellos (baste mencionar a Dick, Ballard, Gibson y Mievielle, entre
muchos otros).

[4] Para un excelente análisis de la vinculación del todo-limitado y


el notodo aplicado a a lógica de los Estados-nación (que, en esta peícula, se
asimilarían, en parte a las bandas horarias), es recomendable la lectura de “El judío
de saber”, de Jean-Claude Milner (Milner,2008). Si bien el autor lo aplica al  nombre
judío en Europa, el análisis consiste, casi, en un reemplazo de términos.

[5] En este sentido, es inevitable señalar que, si bien los ricos de New Greenwich
parecen detentar el poder, quienes realmente estarían más cerca del poder son los
dueños de la biotecnología que hace posible todo el dispositivo psicosocial
desplegado en la película. Nada se nos dice ellos. Lo que es una forma de decirnos
todo.

[6] No deja de ser paradójico que, en un mundo donde la expectativa de vida (en el
mundo desarrollado) ronda ya los 80 años, la juventud se siga promoviendo como un
“valor en sí mismo”. A la larga –con la inversión de la pirámide poblacional- esto
podría ir en contra de la propia lógica del mercado, excepto en la venta de
sucedáneos para dismular la edad cronológica (que, hasta el momento, no logran
engañar a los verdaderos jóvenes).

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