Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Sacra
Sacra
Sacramento
Martínez
10,000 libras le darán todos los lujos que un hombre realmente pueda disfrutar.
Es el orgullo, el deseo de ser más rico que algún otro hombre rico, y el deseo de
poder. También el amor humano deja mucho que desear. También aquí, sin el
convencimiento de ser amados por Dios de modo incondicional, nos exponemos
a toda clase de frustraciones a lo largo de la vida. Por lo general, si un niño tiene
buenos padres, inconscientemente piensa que el hombre es de modo
incondicional. En concreto, el amor de una buena madre es lo que más parece al
amor incondicional de Dios. “Amor de nuestras madres , a ningún otro similar”.
Mientras seas ley de vida, la madre deja el mundo antes que sus hijos. Como
primera solución de cambio, si no tiene intención de colmar el vacío a través de
éxitos académicos, esperamos encontrar en la amistad ese amor incondicional
que tuvimos que ser niños. A la larga, sin embargo, el problema no queda
resuelto establemente, ya incluso las mejores amistades de esta vida tienen
limitaciones. “El entusiasmo de aquellos encuentros juveniles con personas que
despiertan nuestro interés se basaba en que estábamos por supuesta una
permeabilidad continua entre nuestra vida y la de ellos, entre nuestros
problemas y los de ellos, posiblemente posible la anexión”. El amor entre
hombre y mujer tiene una gran capacidad de satisfacer el hambre del yo. Por
eso, con ocasión del primer éxito amoroso, a menudo desaparecen bastantes
problemas de inseguridad. Sucede a menudo que quienes durante su
adolescencia tuvieron problemas de autoestima, se curan de golpe cuando se
enamoran y se ven correspondidos. Es lógico ya que el enamoramiento produce
una especie de encantamiento que a uno le hace pensar que vive un amor
incondicional, divino, sin mezquinos cálculos de conveniencia. El enamorado
vive como fuera de sí mismo, está como enajenado pensando en continuo en el
objeto de su amor. Ya Platón dijo que
este tipo de amor es un reflejo de la divinidad. Lo que está escrito los novios
podría ser puesto en boca de Dios mismo, con la diferencia de que, en Dios, el
amor no le ciega. En cambio, el espejismo del enamoramiento hace que uno vea
apenas los defectos del otro, piense que no hay nadie mejor. No es de extrañar
que personas enamoradas digan "te adoro" , algo que en sentido estricto sólo
corresponde a Dios. Desde todos los modos, el enamoramiento es un
sentimiento que no dura. Es un buen punto de partida que hay que superar
gracias a un amor más maduro. El matrimonio ideal consta de dos personas
conscientes de su dignidad que, al mismo tiempo que se quieren con locura. En
todo caso, no conviene que el amor de una criatura se conserve en la única
fuente de nuestra autoestima. Para no estar a la merced de las inciertas
circunstancias futuras, Dios debe ser el amor más importante de nuestra vida,
modo que amaremos también en cada ser querido. El amor de Dios antecede
siempre el nuestro y nunca lo perdemos sin nuestra culpa. En el tercer caso ,
cuando la persona que amamos ni siquiera se deja querer, solo podemos seguir
amándola y ser felices si amamos a Dios en esa persona. Y es que nada tiene
sentido cuando se pierde ese amor humano que dio sentido a toda una
existencia, el sol que alumbraba todos y cada uno de los actos cotidianos. “Esa
corriente extraña que hay entre tu persona y la otra. La vida se reduce a eso.
Por supuesto, hay otras cosas que nos permiten pasar por la vida”. “Los
hombres, no son como nosotras . Por mucho que los amemos y los respetemos,
no tenemos más remedio que reconocer y aceptar esta diferencia notable entre
la naturaleza del hombre y la mujer ”.
Capítulo 3)
Había un artista neerlandés que se hacía esta pregunta: “Sabiendo que existe un
Dios todopoderoso que me ama y que se compadece de mí, ¿cómo es posible
que me preocupe o me intranquilice?”. Y es que si perdemos a menudo la paz
interior y no cambiamos radicalmente es quizá porque el conocimiento que
tenemos del Amor de Dios es demasiado teórico, es decir, nos basamos
demasiado en la ciencia y en el conocimiento, no tanto en nuestro amor por Él
que ponemos en práctica todos los días. Para que el Amor de Dios cale hondo
en nuestras vidas, no basta con un conocimiento meramente teórico o
sentimental: es preciso palparlo. Como decía San Josemaría, poco a poco el
amor de Dios se palpa , aunque no es cosa de sentimientos—, como un zarpazo
en el alma. Las manifestaciones del Amor de Dios que más nos dignifican son la
filiación divina, Encarnación y Redención.
Filiación divina: El camino por excelencia para que un cristiano se percate de su
dignidad pasa a través de la conciencia de su filiación divina en Cristo. Si Dios es
el Gran Rey del universo, su hijos somos príncipes. Y no se trata de un mero
título honorífico, sino de una gozosa realidad. Enel Antiguo Testamento, Dios
empieza a revelar su amor por los hombres. Es Cristo quien nos revela nuestra
dignidad de hijos de Dios. Como dijo Juan Pablo II: “Aunque el Hijo nos hubiera
dicho únicamente esas palabras, nos habría bastado. ¡Qué gran amor nos ha
tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios! Y lo somos". No somos huérfanos;
el amor es posible. Como dicen muchos, no se puede amar sin ser amado. Nada
vale tanto como ser hijos de Dios. La filiación divina, la llamada de Dios a ser
hijos suyos en Jesucristo es un tesoro que no tiene comparación, por su riqueza,
con el bien más precioso de la tierra. Dios se ha hecho hombre para que el
hombre pueda ser divinizado. Nunca podremos meditar lo suficiente acerca de
esta dichosa realidad. Nunca nos asombraremos suficientemente al considerar
esta realidad. Vale la pena meditarlo asiduamente, pues desde hace muchos
siglos que nosotros los hombres tenemos una gran capacidad para
acostumbrarnos a los más grandes y asombrosos misterios. La filiación divina es
básicamente el fundamento de la vida cristiana. Si nos sabemos hijos de tan
buen Padre, le tratamos con toda confianza, nos abandonamos en Él. Es algo
que ilumina todas de nuestras acciones.
San José María decía que le alegraba mucho considerar que Cristo ha querido
ser plenamente hombre, con carne como la nuestra. Le gustaba contemplar la
maravilla de un Dios que ama con corazón de hombre. Cuanto más
contemplamos el misterio de Dios, que es tan grande que ha querido hacerse
tan pequeño, mayor es nuestro asombro. Bien sabe Dios que, para nosotros, el
amor humano es mucho más asequible que el divino. Esa es una de las razones
por las que ha querido hacerse hombre, igual a nosotros en todo menos en el
pecado. El Amor de Dios Padre es inenarrable, pero Cristo nos lo revela de modo
comprensible. Nuestro camino hacia Dios culmina con un hondo sentido de la
filiación divina, pero conviene que pase a través del trato asiduo con la
Humanidad Santísima de Cristo.
Todo lo que afirmamos acerca de la naturaleza humana de Cristo es
infinitamente más excelso en su naturaleza divina, pero siendo lo divino
inefable, es muy de agradecer que podamos acceder a lo divino a través de lo
humano. La relación que tenemos con Cristo es una semejanza, ya que Dios
asumió un corazón humano, igual que el que tenemos todos nosotros. Por eso,
la familiaridad con Dios es más fácil a través de Jesús. Sin faltarle al debido
respeto, podemos tratarle como a nuestro mejor amigo, con mayor libertad y
confianza, como de igual a igual.
Gracias a la Encarnación comprendemos mejor la reciprocidad existente en
nuestra relación con Dios. Ya vimos que a Dios nada le falta, si no es nuestro
amor; que nuestro cariño le alegra y nuestro desamor le duele. Saber que el
Señor nos desea, que nuestras acciones le afectan tanto cuanto nos ama,
supone una gran ayuda a la hora de tratarle. Quienes ignoran esa reciprocidad
se dirigen al Señor sólo cuando tienen algo que pedirle, olvidando lo mucho que
pueden ofrecerle. O sea, básicamente podemos ofrecerle todo lo que hacemos
a Dios y el estará contento porque nos ama y valora lo que hacemos con Él, y
eso nos ayuda en cuanto a nuestra relación, pero hay otras personas que
simplemente quieren recibir sin dar nada a cambio, es decir, no le ofrecen nada
a Dios, sólo lo ignoran hasta que saben que de verdad necesitan su ayuda, y es
en ese momento que ahora si le piden ayuda, aunque saben que no la merecen
porque no han dado nada a cambio.
Jesús desea establecer con cada uno de nosotros una relación de amistad. A
vosotros os he llamado amigos, dijo a los apóstoles. Cristo es el amigo ideal.
Nadie nos entiende como Él. Sólo Él nos ama con el respeto propio de los
mejores amigos y con el intenso cariño propio de los enamorados. Tenemos que
entender que es el mismo que nuestro Padre, por lo que nos ama eterna e
inmensamente y que nos quiere ayudar todo el tiempo.
Es verdad que no es fácil tener una amistad con alguien que no podemos ver.
Pero hablar con alguien que no vemos no es tan difícil si le conocemos bien. Si
leemos regularmente el Evangelio, terminamos conociendo a Jesucristo como
conocemos a personas cercanas. Si conversamos todos los días con Él,
aprendemos a reconocer su voz en lo más íntimo de nuestra alma. No le vemos,
pero le tenemos en cada Sagrario. Podemos tratarle como trataríamos a un ser
querido después de habernos vuelto ciegos y medio sordos, con la misma. A
pesar de no verle ni oírle bien, sabríamos que ese ser querido nos ve y nos oye.
Todavía no vemos a Jesús, pero Él sí que nos ve de continuo. Aunque no se deja
ver para no intimidarnos, nuestra vida entera debería transcurrir bajo su
mirada.
Aunque es más fácil encariñarse con personas visibles con las que uno comparte
toda clase de aficiones, en el fondo, es más interesante la amistad que resiste
cualquier ausencia y distancia física.
Jesucristo es el camino hacia el Padre. Con el tiempo, lo que empieza siendo
amistad con Jesús, termina siendo una locura de amor, ya incoada en la tierra,
que se consuma en la inefable y sempiterna unión de amor en el Cielo. Esa
locura de amor comienza siendo humana y termina siendo divina. Se cumple así
la petición hecha por Jesús al Padre durante la Última Cena. Realmente, Dios ha
hecho todo lo que está a su alcance para hacérsenos más cercano. No sólo se ha
encarnado y se ha quedado en la Eucaristía. Por si eso fuera poco, nos ha dado
por madre a su propia madre, María, haciéndonos así miembros de su familia
humana y divina, que es la Iglesia.
Capítulo 4
El amor misericordioso
El buen cristiano, sin desistir de combatir sus defectos, no se agobia alce sus
faltas. Le duelen sus pecados porque le duelen a Él y a los demás, sin embargo si
acude angustiado y confiado al judicatura de la conmiseración divina, en cierto
sentido, podría incluso emborracharse con área de sus fallos, porque sabe que
al Todopoderoso le encanta perdonárselos. ¡El bautizo de la reconciliación es
una maravilla! Si determinado no se alegra a posteriori de explorar sus pecados,
es destino porque no se perdona a sí mismo y porque no se percata de la
albricias que proporciona a su Padre.
Como afirma un Padre de los ángeles Iglesia, nada hay tan grato y querido por
Dios como el hecho de que los hombres se conviertan a él con sincero
arrepentimiento. Y no nos perdona de buen grado una sola vez. Si estamos
arrepentidos, nos perdona con el mismo gozo los angeles misma falta incluso
mil veces al día. Cuentan de Santa Teresa de Lisieux cómo se conmovió cuando
una novicia le vino a pedir perdón. Nunca he sentido tan vivamente —le dijo los
ángeles santa— con qué amor Jesús nos recibe cuando le pedimos perdón
después de haberle ofendido. Si yo, su pobre criatura, he sentido tanto amor
por Usted, en el momento en que ha venido a mí, ¿Qué debe suceder en el
corazón del Buen Dios cuando se vuelve a Él?.