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David Rubio Zazueta 26/05/2020 Teología Prof.

Sacramento
Martínez

1. Querer, Saber y Poder:


En la primera parte de la lectura vimos diferentes situaciones como
autosuficiencia, respetos humanos, falta de madurez, afán posesivo,
susceptibilidad, resentimiento, odio, envidia, problemas matrimoniales,
neurosis, autorrechazo, autoengaño, etc. Ya hemos visto que el problema es
más profundo, puesto que tiene que ver con la actitud de uno hacia sí mismo.
Entonces primero tenemos que ver cómo lograr una solución estable ante el
problema del orgullo. Dios nos ha creado para ser felices amando como él nos
ama. Nuestra felicidad depende de la calidad de nuestros amores, pero, aunque
nos esforcemos por mejorarla, con nuestras solas fuerzas no conseguimos
superar del todo nuestros egoísmos. Y es que, como vimos al principio de estas
páginas, nuestra naturaleza se ha deteriorado a causa del último que deja el
pecado. La experiencia muestra, en efecto, que el egoísmo anida en el corazón
del hombre. Hay claridad en los niños, inclusiones antes de alcanzar el uso de
razón. Hay niños sanos que lloran por la noche automáticamente para llamar la
atención de sus padres. Ciertamente, "la soberbia sólo desaparece los medios
hora después de habernos muerto". Sin embargo, al menos, podría buscar un
medio para neutralizar, o al menos paliar de modo más o menos estable, ese
amor propio. El amor propio no desaparece nunca del todo , pero un cambio
profundo de mentalidad permite compensarlo. “Si queremos cambios
relativamente pequeños en nuestras vidas, nuestra limitaremos a enfocar
nuestras actitudes y comportamiento”. “Dios, un corazón puro y renueva dentro
de mí un espíritu recto”, reza David en su famoso salmo penitencial. “Largo es el
camino de la purificación interior, pues el pecado inflige heridas y desórdenes
profundos en el alma”. Es asombrosa en nuestra naturaleza la unidad existente
entre elementos tan dispares como el cuerpo y el alma.

Desde un punto de vista descriptivo, llamamos corazón a esa esfera intermedia


o punto de encuentro entre lo meramente somático y lo meramente espiritual.
En función de la perfección moral de la persona, el corazón se animaliza o se
espiritualiza. Hacerse más espiritual no significa deshumanizarse. En el mejor de
los casos, hay una integración perfecta de los diversos potenciales y afectos
espirituales. El hombre se perfecciona y es feliz en la medida en que integra
todos sus recursos con el fin de amar cada vez más y mejor. Además, cuanto
más tiempo se cultiva una incapacidad, más difícil será erradicarla. Cuanto más
consciente seamos de las profundas raíces de nuestras heridas interiores, mejor
haremos la necesidad de esa gracia divina que es sana, y por qué la Iglesia
recomienda la confesión frecuente, aunque no haya pecados mortales, como
medio de curar nuestras incapacidades. El hombre ha sido creado para amar
como Cristo ama, pero el pecado se lo impide y necesita que la gracia cure su
incapacidad. La gracia santificante es el don del Espíritu Santo obtenido por
Cristo en la Cruz. “La gracia que surge el redentor de Cristo consiste en el don de
la vida divina a la humanidad”. Trata de un don sobrenatural que, al
transformarnos interiormente, nos capacita para amar como Cristo ama. La
santidad, como perfección de amor, no es posible sin la ayuda divina. Así que lo
que hay que curar es ante todo ese amor propio que pervierte nuestro amor, no
es de extrañar que uno de los caminos que sigue la gracia para llevar a cabo esa
curación consistía en ayudarnos a tomar conciencia de la mejora a la dignidad
de hijos de Dios. En definitiva, Cristo es a la vez modelo y fuente de amor
perfecto. Nuestro Señor nos enseña a amar y, mediante esa gracia que nos cura
y dignifica, nos capacita para amar como ama. Por tanto, en la medida en que
dejamos penetrar por la gracia, podemos alcanzar esa verdadera felicidad que
consiste en dar y recibir un amor de gran calidad.

Redentor abre perspectivas insospechadas de santidad, pero, acostumbrados a


nuestra propia limitación, solemos empequeñecer esas perspectivas. Cristo,
nosotros convenceremos más fácilmente de la necesidad de transformarnos
interiormente. Es ahí, el primer lugar, donde hay que buscar la causa de alguien
que tenga problemas para perseverar en su compromiso de amor. Es
importante tener todo esto en cuenta en vistas a juzgar correctamente a las
personas, cuando hay que hacerlo y reservar el último juicio a Dios. En rasgos
generales, el mal empleo de la propia libertad es culpable, la incapacidad es
inculpable y la ignorancia puede ser tanto lo uno como lo otro según sea
vencible o invencible. En la infidelidad tiene un compromiso adquirido, siempre
suele haber algo de ignorancia. Raros son los casos en los que todo mar
incapacidad o mala voluntad. En el caso de una persona, encontrará soluciones
mucho más positivas. Quizá falte buena voluntad por su parte, pero también es
posible que sea algo que le supere, o que haya ignorancia en cuanto a los
medios humanos y sobrenaturales. Hay personas de muy buena voluntad,
incluso muy sacrificadas, que no irradian alegría porque, sin darse cuenta, han
planteado su entrega desde una perspectiva voluntaria. Necesitan aprender a
potenciar su capacidad afectiva y a doblegar su amor propio mediante esa
humilde autoestima que les confiere su filiación divina y el amor misericordioso
de su Padre Dios. En efecto, como veremos, la grandeza del cristiano, además
de su dignidad de hijo de Dios, también del reconocimiento de su propia miseria
ante un amante misericordioso. En lo que exponemos, hay aspectos universales,
pertinentes a todos, pero no olvidemos que, en última instancia, cada alma
tiene su propia historia.

2. Solo el Amor de Dios Ofrece Soluciones estables:


Objetivamente, quizás no valgamos mucho, pero Dios nos ama tal como somos
y su amor nos confiere una dignidad invaluable. Dios es bueno, es todo amor. “Y
hay saberse amado singularmente, como alguien único, como alguien delante
de Dios”. “Esa convicción metafísica constituye la fuerza más radical del hombre
”. El amor de Dios confiere una dignidad invaluable. “El veredicto es muy
importante, capaz de procurarnos a buen nivel de autorrespeto y de
autoestima, es la verdad según el cual Dios nos estima ”. En la medida en que
nuestros conscientes hacen de nuestra dignidad de hijos de Dios, desaparecen
los respetos humanos. Nuestra autoestima es, sin duda, facilitada por el aprecio
que otros nos tienen, pero, a fin de cuentas, de forma estable, sólo puede
radicar en la conciencia de nuestra dignidad a los ojos de Dios. Debemos
aprender a vernos y valorarnos como Dios nos ve y valora. Cada vez que nos
quejamos de los otros no nos consideramos lo suficiente, deberíamos
acordarnos de lo mucho que Dios nos estima. Honores humanos solo
importantes para quien haga depender su autoestima de la opinión ajena. Si
Dios ocupa el primer lugar en mi corazón, mejora mi actitud hacia mí mismo y,
en consecuencia, hacia los demás y hacia mi trabajo profesional. En cambio, si
Dios no ocupa el primer lugar, deteriora mi actitud hacia lo personal y hacia lo
ajeno, porque empeoran las perspectivas futuras. Así, por ejemplo, para quienes
lo principal es la familia, mientras que todo va bien, su vacío interior está
particularmente colmado. Peor lo tienen esos hombres que descuidan la familia
y buscan autoestima en su trabajo. Al principio, tal vez, se justifica aquí que
quiere ganar dinero para sacar adelante a una familia. Pero tarde o temprano
queda claro que lo que más le motivaba era el orgullo.

10,000 libras le darán todos los lujos que un hombre realmente pueda disfrutar.
Es el orgullo, el deseo de ser más rico que algún otro hombre rico, y el deseo de
poder. También el amor humano deja mucho que desear. También aquí, sin el
convencimiento de ser amados por Dios de modo incondicional, nos exponemos
a toda clase de frustraciones a lo largo de la vida. Por lo general, si un niño tiene
buenos padres, inconscientemente piensa que el hombre es de modo
incondicional. En concreto, el amor de una buena madre es lo que más parece al
amor incondicional de Dios. “Amor de nuestras madres , a ningún otro similar”.
Mientras seas ley de vida, la madre deja el mundo antes que sus hijos. Como
primera solución de cambio, si no tiene intención de colmar el vacío a través de
éxitos académicos, esperamos encontrar en la amistad ese amor incondicional
que tuvimos que ser niños. A la larga, sin embargo, el problema no queda
resuelto establemente, ya incluso las mejores amistades de esta vida tienen
limitaciones. “El entusiasmo de aquellos encuentros juveniles con personas que
despiertan nuestro interés se basaba en que estábamos por supuesta una
permeabilidad continua entre nuestra vida y la de ellos, entre nuestros
problemas y los de ellos, posiblemente posible la anexión”. El amor entre
hombre y mujer tiene una gran capacidad de satisfacer el hambre del yo. Por
eso, con ocasión del primer éxito amoroso, a menudo desaparecen bastantes
problemas de inseguridad. Sucede a menudo que quienes durante su
adolescencia tuvieron problemas de autoestima, se curan de golpe cuando se
enamoran y se ven correspondidos. Es lógico ya que el enamoramiento produce
una especie de encantamiento que a uno le hace pensar que vive un amor
incondicional, divino, sin mezquinos cálculos de conveniencia. El enamorado
vive como fuera de sí mismo, está como enajenado pensando en continuo en el
objeto de su amor. Ya Platón dijo que

este tipo de amor es un reflejo de la divinidad. Lo que está escrito los novios
podría ser puesto en boca de Dios mismo, con la diferencia de que, en Dios, el
amor no le ciega. En cambio, el espejismo del enamoramiento hace que uno vea
apenas los defectos del otro, piense que no hay nadie mejor. No es de extrañar
que personas enamoradas digan "te adoro" , algo que en sentido estricto sólo
corresponde a Dios. Desde todos los modos, el enamoramiento es un
sentimiento que no dura. Es un buen punto de partida que hay que superar
gracias a un amor más maduro. El matrimonio ideal consta de dos personas
conscientes de su dignidad que, al mismo tiempo que se quieren con locura. En
todo caso, no conviene que el amor de una criatura se conserve en la única
fuente de nuestra autoestima. Para no estar a la merced de las inciertas
circunstancias futuras, Dios debe ser el amor más importante de nuestra vida,
modo que amaremos también en cada ser querido. El amor de Dios antecede
siempre el nuestro y nunca lo perdemos sin nuestra culpa. En el tercer caso ,
cuando la persona que amamos ni siquiera se deja querer, solo podemos seguir
amándola y ser felices si amamos a Dios en esa persona. Y es que nada tiene
sentido cuando se pierde ese amor humano que dio sentido a toda una
existencia, el sol que alumbraba todos y cada uno de los actos cotidianos. “Esa
corriente extraña que hay entre tu persona y la otra. La vida se reduce a eso.
Por supuesto, hay otras cosas que nos permiten pasar por la vida”. “Los
hombres, no son como nosotras . Por mucho que los amemos y los respetemos,
no tenemos más remedio que reconocer y aceptar esta diferencia notable entre
la naturaleza del hombre y la mujer ”.

Capítulo 3)

Había un artista neerlandés que se hacía esta pregunta: “Sabiendo que existe un
Dios todopoderoso que me ama y que se compadece de mí, ¿cómo es posible
que me preocupe o me intranquilice?”. Y es que si perdemos a menudo la paz
interior y no cambiamos radicalmente es quizá porque el conocimiento que
tenemos del Amor de Dios es demasiado teórico, es decir, nos basamos
demasiado en la ciencia y en el conocimiento, no tanto en nuestro amor por Él
que ponemos en práctica todos los días. Para que el Amor de Dios cale hondo
en nuestras vidas, no basta con un conocimiento meramente teórico o
sentimental: es preciso palparlo. Como decía San Josemaría, poco a poco el
amor de Dios se palpa , aunque no es cosa de sentimientos—, como un zarpazo
en el alma. Las manifestaciones del Amor de Dios que más nos dignifican son la
filiación divina, Encarnación y Redención.
Filiación divina: El camino por excelencia para que un cristiano se percate de su
dignidad pasa a través de la conciencia de su filiación divina en Cristo. Si Dios es
el Gran Rey del universo, su hijos somos príncipes. Y no se trata de un mero
título honorífico, sino de una gozosa realidad. Enel Antiguo Testamento, Dios
empieza a revelar su amor por los hombres. Es Cristo quien nos revela nuestra
dignidad de hijos de Dios. Como dijo Juan Pablo II: “Aunque el Hijo nos hubiera
dicho únicamente esas palabras, nos habría bastado. ¡Qué gran amor nos ha
tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios! Y lo somos". No somos huérfanos;
el amor es posible. Como dicen muchos, no se puede amar sin ser amado. Nada
vale tanto como ser hijos de Dios. La filiación divina, la llamada de Dios a ser
hijos suyos en Jesucristo es un tesoro que no tiene comparación, por su riqueza,
con el bien más precioso de la tierra. Dios se ha hecho hombre para que el
hombre pueda ser divinizado. Nunca podremos meditar lo suficiente acerca de
esta dichosa realidad. Nunca nos asombraremos suficientemente al considerar
esta realidad. Vale la pena meditarlo asiduamente, pues desde hace muchos
siglos que nosotros los hombres tenemos una gran capacidad para
acostumbrarnos a los más grandes y asombrosos misterios. La filiación divina es
básicamente el fundamento de la vida cristiana. Si nos sabemos hijos de tan
buen Padre, le tratamos con toda confianza, nos abandonamos en Él. Es algo
que ilumina todas de nuestras acciones.
San José María decía que le alegraba mucho considerar que Cristo ha querido
ser plenamente hombre, con carne como la nuestra. Le gustaba contemplar la
maravilla de un Dios que ama con corazón de hombre. Cuanto más
contemplamos el misterio de Dios, que es tan grande que ha querido hacerse
tan pequeño, mayor es nuestro asombro. Bien sabe Dios que, para nosotros, el
amor humano es mucho más asequible que el divino. Esa es una de las razones
por las que ha querido hacerse hombre, igual a nosotros en todo menos en el
pecado. El Amor de Dios Padre es inenarrable, pero Cristo nos lo revela de modo
comprensible. Nuestro camino hacia Dios culmina con un hondo sentido de la
filiación divina, pero conviene que pase a través del trato asiduo con la
Humanidad Santísima de Cristo.
Todo lo que afirmamos acerca de la naturaleza humana de Cristo es
infinitamente más excelso en su naturaleza divina, pero siendo lo divino
inefable, es muy de agradecer que podamos acceder a lo divino a través de lo
humano. La relación que tenemos con Cristo es una semejanza, ya que Dios
asumió un corazón humano, igual que el que tenemos todos nosotros. Por eso,
la familiaridad con Dios es más fácil a través de Jesús. Sin faltarle al debido
respeto, podemos tratarle como a nuestro mejor amigo, con mayor libertad y
confianza, como de igual a igual.
Gracias a la Encarnación comprendemos mejor la reciprocidad existente en
nuestra relación con Dios. Ya vimos que a Dios nada le falta, si no es nuestro
amor; que nuestro cariño le alegra y nuestro desamor le duele. Saber que el
Señor nos desea, que nuestras acciones le afectan tanto cuanto nos ama,
supone una gran ayuda a la hora de tratarle. Quienes ignoran esa reciprocidad
se dirigen al Señor sólo cuando tienen algo que pedirle, olvidando lo mucho que
pueden ofrecerle. O sea, básicamente podemos ofrecerle todo lo que hacemos
a Dios y el estará contento porque nos ama y valora lo que hacemos con Él, y
eso nos ayuda en cuanto a nuestra relación, pero hay otras personas que
simplemente quieren recibir sin dar nada a cambio, es decir, no le ofrecen nada
a Dios, sólo lo ignoran hasta que saben que de verdad necesitan su ayuda, y es
en ese momento que ahora si le piden ayuda, aunque saben que no la merecen
porque no han dado nada a cambio.

Todos los bautizados estamos llamados a la santidad, a amar lo más y lo mejor


posible al Señor y a los demás. Pero si se desconoce esta reciprocidad, parece
como si sólo quedasen dos opciones que son extremas: la tibieza de no querer
complicarse la vida o la entrega voluntarista.

Jesús desea establecer con cada uno de nosotros una relación de amistad. A
vosotros os he llamado amigos, dijo a los apóstoles. Cristo es el amigo ideal.
Nadie nos entiende como Él. Sólo Él nos ama con el respeto propio de los
mejores amigos y con el intenso cariño propio de los enamorados. Tenemos que
entender que es el mismo que nuestro Padre, por lo que nos ama eterna e
inmensamente y que nos quiere ayudar todo el tiempo.
Es verdad que no es fácil tener una amistad con alguien que no podemos ver.
Pero hablar con alguien que no vemos no es tan difícil si le conocemos bien. Si
leemos regularmente el Evangelio, terminamos conociendo a Jesucristo como
conocemos a personas cercanas. Si conversamos todos los días con Él,
aprendemos a reconocer su voz en lo más íntimo de nuestra alma. No le vemos,
pero le tenemos en cada Sagrario. Podemos tratarle como trataríamos a un ser
querido después de habernos vuelto ciegos y medio sordos, con la misma. A
pesar de no verle ni oírle bien, sabríamos que ese ser querido nos ve y nos oye.
Todavía no vemos a Jesús, pero Él sí que nos ve de continuo. Aunque no se deja
ver para no intimidarnos, nuestra vida entera debería transcurrir bajo su
mirada.

Aunque es más fácil encariñarse con personas visibles con las que uno comparte
toda clase de aficiones, en el fondo, es más interesante la amistad que resiste
cualquier ausencia y distancia física.
Jesucristo es el camino hacia el Padre. Con el tiempo, lo que empieza siendo
amistad con Jesús, termina siendo una locura de amor, ya incoada en la tierra,
que se consuma en la inefable y sempiterna unión de amor en el Cielo. Esa
locura de amor comienza siendo humana y termina siendo divina. Se cumple así
la petición hecha por Jesús al Padre durante la Última Cena. Realmente, Dios ha
hecho todo lo que está a su alcance para hacérsenos más cercano. No sólo se ha
encarnado y se ha quedado en la Eucaristía. Por si eso fuera poco, nos ha dado
por madre a su propia madre, María, haciéndonos así miembros de su familia
humana y divina, que es la Iglesia.

La Pasión de Cristo pone en evidencia lo mucho que nos aprecia. Es como


sucede en un secuestro. Si alguien nos secuestra y, pidiese una alta cantidad de
dinero, podríamos saber lo que nuestros familiares están dispuestos a pagar. Si
en rescate pagasen de hecho todo lo que poseen, nunca jamás podríamos ya
dudar de lo mucho que nos estiman. Para liberarnos, Cristo ha pagado el
inestimable precio de su propia vida; para rescatarnos, ha derramado su
preciosísima Sangre, se ha sacrificado para salvarnos, ha dado su vida por
nosotros. Valemos, pues, toda la Sangre de Cristo.

Capítulo 4
El amor misericordioso

El buen cristiano, sin desistir de combatir sus defectos, no se agobia alce sus
faltas. Le duelen sus pecados porque le duelen a Él y a los demás, sin embargo si
acude angustiado y confiado al judicatura de la conmiseración divina, en cierto
sentido, podría incluso emborracharse con área de sus fallos, porque sabe que
al Todopoderoso le encanta perdonárselos. ¡El bautizo de la reconciliación es
una maravilla! Si determinado no se alegra a posteriori de explorar sus pecados,
es destino porque no se perdona a sí mismo y porque no se percata de la
albricias que proporciona a su Padre.

Como afirma un Padre de los ángeles Iglesia, nada hay tan grato y querido por
Dios como el hecho de que los hombres se conviertan a él con sincero
arrepentimiento. Y no nos perdona de buen grado una sola vez. Si estamos
arrepentidos, nos perdona con el mismo gozo los angeles misma falta incluso
mil veces al día. Cuentan de Santa Teresa de Lisieux cómo se conmovió cuando
una novicia le vino a pedir perdón. Nunca he sentido tan vivamente —le dijo los
ángeles santa— con qué amor Jesús nos recibe cuando le pedimos perdón
después de haberle ofendido. Si yo, su pobre criatura, he sentido tanto amor
por Usted, en el momento en que ha venido a mí, ¿Qué debe suceder en el
corazón del Buen Dios cuando se vuelve a Él?.

Una anécdota puede ilustrar lo anterior. Me contaba una señora lo que le


sucedió con su marido, que era muy despistado y llegaba siempre tarde a las
citas. El día de una cita muy importante, le instó repetidas veces para que fuese
puntual. Pero, como de costumbre, su marido llegó tarde. Viéndole llegar tarde,
su mujer estaba a punto de descargar toda su cólera, pero en ese momento se
percató de que su marido, en signo de arrepentimiento, traía bajo el brazo un
ramo de rosas que le había comprado. Ella sintió entonces dos movimientos
contradictorios: o explotar arrojando las flores al suelo, u olvidar todo lo
sucedido gracias al detalle de las flores. Se daba cuenta de que su reacción
dependía de la calidad de su amor. Pues bien, el amor divino es tan perfecto,
que nuestro arrepentimiento le supone más que todas las flores del mundo.
¿Qué significa ser misericordioso?
La disgusto de Jesucristo no le lleva, pues, a mirarme con aires de superioridad,
sino a sentir como verdadero todo lo mío, a identificarse con mis alegrías y con
mis penas. Amándome más de lo que yo me amo a mí mismo, lo mío le importa
igualmente más que a mí. Señor, ten piedad, apiádate de mí que soy un mísero
pecador, le solemos decir, con el exigido respeto, en la liturgia. No olvidemos,
empero que, al rogar su compasión, apelamos al ademán más elegante de su
Amor. No nos ocurra como a quienes, proyectando inconscientemente su
verdadero orgullo, cambian la lista padre-hijo por una listado amo-esclavo. El
Señor«no es un Dominador tiránico, ni un Juez íntimo e implacable: es nuestro
Padre. Nos unión de nuestros pecados, de nuestros errores, de nuestra falta de
generosidad: pero es para librarnos de ellos, para prometernos su Amistad y su
Amor. Por eso, hemos de aglomerarse al sacramento de la confesión con las
mismas disposiciones con las que acudiríamos a elevar plegarias disposición a
nuestra álveo. Si alguno se estuviera metiendo en cierto lío consumiendo droga,
por ejemplo y supiera que su cauce lo sabe y sufre en silencio, al establecer
enmendarse, se apresuraría a decirle: ¡Perdona, mamá, que te haya actividad
sufrir, empero no te preocupes más, porque he rotundo dejarlo!. Las tripas de
queja del Corazón de Jesucristo le hacen, en efecto, tan inmediato como la
mejor de las madres. Esta prisma misericordiosa de su coito es lícitamente la
más conmovedora. En la Cruz, me ama de modo individual ha extinto por todos
y lo haría si yo fuese el único, no obstante en su apego misericordioso me ama
de manera excepcional: me ama tal como soy, no ama a nada como me ama a
mí, pues carencia es como yo. En el fondo, la aspecto generosa del coito de
Mesías es una consecuencia de su óptica misericordiosa, ya que un
sentimentalismo que se compadece con la ruindad ajena está inclinado a hacer
cualquier enmienda todavía de Cruz con tal de aliviarla.
Cristo revela la misericordia del Padre

Históricamente, la devoción al Amor Misericordioso surgió como complemento


y desarrollo de los ángeles devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Ambas
devociones reflejan la progresiva toma de conciencia por parte de la Iglesia, no
sin ayuda divina, de los tesoros que encierra la Revelación de Cristo. La devoción
al Amor misericordioso procede de Francia y de Polonia. En Francia, se originó
en torno a los ángeles figura de Santa Teresa de Lisieux. En Polonia fue
promovida por Santa Faustina Kowalska, una religiosa canonizada por Juan
Pablo II el 30 de abril de 2000. Ese día el Santo Padre anunció que, conforme al
deseo de esa santa polaca, en cada segundo domingo de Pascua se celebraría en
toda la Iglesia la Divina Misericordia. Esta devoción pone el acento en la
confianza en los angeles Bondad divina. Quiero que los pecadores se me
acerquen sin temor de ninguna clase», habría dicho el Señor a Santa Faustina.
Esta religiosa aconsejaba repetir los angeles jaculatoria Jesús, confío en Ti. En
síntesis, la misión de esa santa polaca consistió en extender la devoción al Amor
misericordioso, en rezar para que los pecadores se acojan a él y en comportarse
de modo misericordioso con los demás. Haciéndose eco de ello, Juan Pablo II, en
los angeles Encíclica Dives in misericordia, indicó que es función primaria de los
ángeles Iglesia proclamar, practicar y pedir la Misericordia divina.
«Desde el comienzo de mi Pontificado ha dicho este Papa he considerado este
mensaje como mi cometido especial. La Providencia me lo ha asignado. El 17 de
agosto de 2002, Juan Pablo II consagró el Santuario de Cristo Misericordioso en
Lagiewniki, un lugar cercano a Cracovia donde murió y está enterrada Santa
Faustina.

Vida de infancia espiritual


Podemos esculpir mucho del aire de los niños. El dechado de los niños a la hora
de pedir soltura es particularmente aleccionador. La santa francesa
rememoraba así una de esas escenas: Fíjate en un niñito que acaba de magullar
a su veta montando en enojo o desobedeciéndola. Si se mete en un vericueto
con aspecto enfurruñado y grita por sobresalto a ser castigado, lo más
inofensivo es que su causa no le perdonará su falta; pero si va a tenderle sus
bracitos sonriéndole y diciéndole: "Dame un beso, no lo volveré a hacer", ¿no lo
estrechará su quebrada tiernamente contra su corazón, y olvidará sus
travesuras infantiles? Sin embargo, ella sabe muy proporcionadamente que su
menor volverá a las andadas en la próximo ocasión, empero poco importa, si él
vuelve a ganarla por el corazón, en absoluto será castigado.

También San Josemaría describe escenas parecidas, sacando sabrosas


consecuencias del recta de niñez espiritual. Quizá uno de sus méritos sea que
consigue repujar asequible esa trascendencia de comienzo espiritual a cristianos
corrientes en ámbito del mundo, nadando familiarizados con los ambientes
conventuales. Sus reflexiones al respecto se adaptan a todas las mentalidades;
son siempre tiernas y viriles al mismo tiempo. Hay consideraciones suyas que se
le graban a uno indeleblemente en la memoria, como ésta ex profeso de la
datos personales divina.

El sentido de nuestra filiación divina y, en particular, la vida de infancia espiritual


constituyen el antídoto perfecto contra actitudes encogidas y voluntaristas, ya
que ayuda a entender que los ángeles santidad se asienta sobre una base de
humilde autoestima, de modo que es obvio que no se trata de hacer esfuerzos
titánicos con el fin de compensar los angeles negativa opinión que uno pueda
tener de sí mismo. San Josemaría llega incluso a afirmar: Jesús: nunca te pagaré,
aunque muriera de Amor, la gracia que has derrochado para hacerme pequeño.
Ya hemos visto que esta actitud positiva hacia las propias carencia no tiene por
qué mermar el deseo de luchar por mejorar. Lo que sí cambia es la motivación
que inspira esa lucha. El amor, y sólo el amor, se hace los angeles fuente de la
entrega generosa.

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