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La muerte injusta de un

héroe.
Nada simulaba ser suficiente para que Derek Chauvin,
representante de la policía de Minneapolis, dejara de colocar el
peso de su rodilla sobre el cuello de George Floyd. Ni sus
súplicas casi asfixiadas, “¡no puedo respirar!, ¡mamá, no puedo
respirar!”, ni los gritos de quienes observaban la escena y
exigían que lo soltara, o los clip de videos de gente que,
horrorizada, lo grababa hincado sobre su cuerpo humano con las
manos en los bolsillos. Tampoco ha sido suficiente el percatarse
que Floyd había dejado de dialogar y ahora estaba inconsciente,
ni la llegada de la ambulancia para llevarlo a urgencias. Chauvin
tomó la decisión de quedar allí, aplastarlo un minuto más a
medida que miraba hacia el horizonte, como todo un guerrero de
“la tierra de los libres y el hogar de los valientes”.

Tardó 8 minutos con 46 segundos en retirar el peso de su cuerpo


humano de la espalda y el cuello de un hombre del todo
sometido. 8 minutos y 46 segundos que acabaron con la vida de
Floyd, imputado de utilizar un billete falso de 20 dólares para
mercar unos cigarros. 8 minutos y 46 segundos para que sus 5
hijos se quedaran sin papá. 8 minutos y 46 segundos para que, de
nuevo, un hombre negro falleciera a manos de un policía blanco.
Un tiempo de tiempo que ahora está inscrito en la historia.

El 25 de mayo del 2020 una llama se encendió en Minnesota y


corrió a lo extenso y ancho estadounidense. Liderados por el
desplazamiento Black Lives Matter (las vidas negras importan),
y a lo largo de una enfermedad pandémica mundial, millones de
manifestantes de cada una de piezas del territorio tomaron las
calles exigiendo justicia para George Floyd y las muchas otras
personas que han corrido con la misma suerte. A partir de enero
del 2015, han sido registradas 1,252 homicidios de individuos
afroamericanas a manos de la policía. La cifra es un emblema de
la injusticia racial, el linchamiento nuevo.
Tres días luego del deceso de Floyd, entre las manifestaciones,
el precinto 3 de la estación de policía de Minneapolis ardió en
llamas a los gritos de “¡No hay justicia! ¡No hay paz!”.

Por medio de nuestras propias lapstos o la televisión, millones


de espectadores vimos el fuego devorar la estación y oímos la
rabia de gente dispuesta a quemarlo todo: las estaciones de
policía, las patrullas, los establecimientos comerciales. Si bien
las manifestaciones en oposición a la brutalidad policial en USA
no son algo nuevo, el que una estación de policía arda es un
nuevo signo de hartazgo, un reto directo al sistema y sus
autoridades. A partir de entonces, las marchas en alguna
metrópolis estadounidense se mantienen activas. El presidente
Donald Trump condeno la violencia en las protestas y
llamó “thugs” a los manifestantes, una palabra que se traduce
como “criminales” o “matones”. Sin embargo, este mismo
adjetivo ha sido utilizado por Barack Obama y el gobernador de
Maryland, Larry Hogan, para referirse a los involucrados en
otros disturbios, incluyendo las protestas de Baltimore en 2015,
cuando el afroamericano Freddy Gray, de 25 años, murió a
manos de un policía blanco. 
Pese a que han pasado 400 años a partir de que arribó el primer
barco con esclavos, las construcciones y el lenguaje racista
siguen vigentes en el sistema social, económico y político de
todo el territorio: en la carencia de ingreso a a servicios de salud,
en el desempleo, en el sistema judicial, y en la de falta figuras de
autoridad que avalen y demanden un trato igualitario.

En el ensayo, Our Democracy’s Founding Ideas Were False


When They Were Written. Black Americans Have Fought to
Make Them True, que forma parte del 1619 Project del New
York Times, una idea del 2019 a raíz del aniversario 400 de la
llegada de los primeros esclavos de África al territorio, la
periodista de indagación y autora del plan Nikole Hannah-Jones
remarca: “Durante siglos, los americanos blancos trataron de
solucionar el ‘problema de los negros’ y han dedicado una
cantidad enorme de páginas a esta labor. A la fecha, todavía es
común que resalten los índices de pobreza entre la sociedad
negra, los nacimientos fuera del matrimonio, el crimen y su baja
ayuda a la universidad, como si estas condiciones no fueran
plenamente predecibles en un territorio que se fundó en un
sistema racial de castas. No se puede entender estas estadísticas
a medida que se ignora otra: los afroamericanos vivieron
esclavizados más tiempo del que llevan libres”.

USA tiene una deuda pendiente con los habitantes negros, cuya
contienda ha inspirado que otras minorías, como por ejemplo las
sociedades latinas, LGBTQ o musulmanas, entre otras,
demanden respeto a los derechos que se les deberían asegurar
sencillamente por ser humanos.

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