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EVALUACIÓN N° 1
“NARRATIVA”
Objetivos:
34 60%
El pianista se sienta, tose por prejuicio y se concentra un instante. Las luces en racimo que alumbran la sala
declinan lentamente hasta detenerse en un resplandor mortecino de brasa, al tiempo que una frase
musical comienza a subir en el silencio, a desenvolverse, clara, estrecha y juiciosamente caprichosa.
“Mozart, tal vez” —piensa Brígida. Como de costumbre se ha olvidado de pedir el programa. “Mozart, tal
vez, o Scarlatti…” ¡Sabía tan poca música! Y no era porque no tuviese oído ni afición. De niña fue ella quien
reclamó lecciones de piano; nadie necesitó imponérselas, como a sus hermanas. Sus hermanas, sin
embargo, tocaban ahora correctamente y descifraban a primera vista, en tanto que ella… Ella había
abandonado los estudios al año de iniciarlos. La razón de su inconsecuencia era tan sencilla como
vergonzosa: jamás había conseguido aprender la llave de Fa, jamás. “No comprendo, no me alcanza la
memoria más que para la llave de Sol”. ¡La indignación de su padre! “¡A cualquiera le doy esta carga de un
infeliz viudo con varias hijas que educar! ¡Pobre Carmen! Seguramente habría sufrido por Brígida. Es
retardada esta criatura”.
Brígida era la menor de seis niñas, todas diferentes de carácter. Cuando el padre llegaba por fin a su sexta
hija, lo hacía tan perplejo y agotado por las cinco primeras que prefería simplificarse el día declarándola
retardada. “No voy a luchar más, es inútil. Déjenla. Si no quiere estudiar, que no estudie. Si le gusta pasarse
en la cocina, oyendo cuentos de ánimas, allá ella. Si le gustan las muñecas a los dieciséis años, que juegue”.
Y Brígida había conservado sus muñecas y permanecido totalmente ignorante.
¡Qué agradable es ser ignorante! ¡No saber exactamente quién fue Mozart; desconocer sus orígenes, sus
influencias, las particularidades de su técnica! Dejarse solamente llevar por él de la mano, como ahora.
Y Mozart la lleva, en efecto. La lleva por un puente suspendido sobre un agua cristalina que corre en un
lecho de arena rosada. Ella está vestida de blanco, con un quitasol de encaje, complicado y fino como una
telaraña, abierto sobre el hombro.
—Estás cada día más joven, Brígida. Ayer encontré a tu marido, a tu exmarido, quiero decir. Tiene todo el
pelo blanco.
Pero ella no contesta, no se detiene, sigue cruzando el puente que Mozart le ha tendido hacia el jardín de
sus años juveniles.
Altos surtidores en los que el agua canta. Sus dieciocho años, sus trenzas castañas que desatadas le
llegaban hasta los tobillos, su tez dorada, sus ojos oscuros tan abiertos y como interrogantes. Una pequeña
boca de labios carnosos, una sonrisa dulce y el cuerpo más liviano y gracioso del mundo. ¿En qué pensaba,
sentada al borde de la fuente? En nada. “Es tan tonta como linda” decían. Pero a ella nunca le importó ser
tonta ni “planchar” en los bailes. Una a una iban pidiendo en matrimonio a sus hermanas. A ella no la pedía
nadie.
¡Mozart! Ahora le brinda una escalera de mármol azul por donde ella baja entre una doble fila de lirios de
hielo. Y ahora le abre una verja de barrotes con puntas doradas para que ella pueda echarse al cuello de
Luis, el amigo íntimo de su padre. Desde muy niña, cuando todos la abandonaban, corría hacia Luis. Él la
alzaba y ella le rodeaba el cuello con los brazos, entre risas que eran como pequeños gorjeos y besos que le
disparaba aturdidamente sobre los ojos, la frente y el pelo ya entonces canoso (¿es que nunca había sido
joven?) como una lluvia desordenada. “Eres un collar —le decía Luis—. Eres como un collar de pájaros”.
Por eso se había casado con él. Porque al lado de aquel hombre solemne y taciturno no se sentía culpable
de ser tal cual era: tonta, juguetona y perezosa. Sí, ahora que han pasado tantos años comprende que no se
había casado con Luis por amor; sin embargo, no atina a comprender por qué, por qué se marchó ella un
día, de pronto…
Pero he aquí que Mozart la toma nerviosamente de la mano y, arrastrándola en un ritmo segundo a
segundo más apremiante, la obliga a cruzar el jardín en sentido inverso, a retomar el puente en una carrera
que es casi una huida. Y luego de haberla despojado del quitasol y de la falda transparente, le cierra la
puerta de su pasado con un acorde dulce y firme a la vez, y la deja en una sala de conciertos, vestida de
negro, aplaudiendo maquinalmente en tanto crece la llama de las luces artificiales.
De nuevo la penumbra y de nuevo el silencio precursor.
Y ahora Beethoven empieza a remover el oleaje tibio de sus notas bajo una luna de primavera. ¡Qué lejos
se ha retirado el mar! Brígida se interna playa adentro hacia el mar contraído allá lejos, refulgente y manso,
pero entonces el mar se levanta, crece tranquilo, viene a su encuentro, la envuelve, y con suaves olas la va
empujando, empujando por la espalda hasta hacerle recostar la mejilla sobre el cuerpo de un hombre. Y se
aleja, dejándola olvidada sobre el pecho de Luis.
—No tienes corazón, no tienes corazón —solía decirle a Luis. Latía tan adentro el corazón de su marido que
no pudo oírlo sino rara vez y de modo inesperado—. Nunca estás conmigo cuando estás a mi lado —
protestaba en la alcoba, cuando antes de dormirse él abría ritualmente los periódicos de la tarde—. ¿Por
qué te has casado conmigo?
—Porque tienes ojos de venadito asustado —contestaba él y la besaba. Y ella, súbitamente alegre, recibía
orgullosa sobre su hombro el peso de su cabeza cana. ¡Oh, ese pelo plateado y brillante de Luis!
—Luis, nunca me has contado de qué color era exactamente tu pelo cuando eras chico, y nunca me has
contado tampoco lo que dijo tu madre cuando te empezaron a salir canas a los quince años. ¿Qué dijo? ¿Se
rio? ¿Lloró? ¿Y tú estabas orgulloso o tenías vergüenza? Y en el colegio, tus compañeros, ¿qué decían?
Cuéntame, Luis, cuéntame. . .
—Mañana te contaré. Tengo sueño, Brígida, estoy muy cansado. Apaga la luz.
Inconscientemente él se apartaba de ella para dormir, y ella inconscientemente, durante la noche entera,
perseguía el hombro de su marido, buscaba su aliento, trataba de vivir bajo su aliento, como una planta
encerrada y sedienta que alarga sus ramas en busca de un clima propicio.
Por las mañanas, cuando la mucama abría las persianas, Luis ya no estaba a su lado. Se había levantado
sigiloso y sin darle los buenos días, por temor al collar de pájaros que se obstinaba en retenerlo
fuertemente por los hombros. “Cinco minutos, cinco minutos nada más. Tu estudio no va a desaparecer
porque te quedes cinco minutos más conmigo, Luis”.
Sus despertares. ¡Ah, qué tristes sus despertares! Pero —era curioso— apenas pasaba a su cuarto de vestir,
su tristeza se disipaba como por encanto.
Un oleaje bulle, bulle muy lejano, murmura como un mar de hojas. ¿Es Beethoven? No.
Es el árbol pegado a la ventana del cuarto de vestir. Le bastaba entrar para que sintiese circular en ella una
gran sensación bienhechora. ¡Qué calor hacía siempre en el dormitorio por las mañanas! ¡Y qué luz cruda!
Aquí, en cambio, en el cuarto de vestir, hasta la vista descansaba, se refrescaba. Las cretonas desvaídas, el
árbol que desenvolvía sombras como de agua agitada y fría por las paredes, los espejos que doblaban el
follaje y se ahuecaban en un bosque infinito y verde. ¡Qué agradable era ese cuarto! Parecía un mundo
sumido en un acuario. ¡Cómo parloteaba ese inmenso gomero! Todos los pájaros del barrio venían a
refugiarse en él. Era el único árbol de aquella estrecha calle en pendiente que, desde un costado de la
ciudad, se despeñaba directamente al río.
María Luisa Bombal. El árbol. Recuperado de https://ciudadseva.com (Fragmento)
1 DETENERSE
A. atajarse
B. paralizarse
C. contenerse
D. interrumpirse
Justifica tu elección: (2 ptos)
El contexto es una interrupción de un cuerpo eléctrico, o sea casi inmaterial, de esta manera el sinónimo
interrumpir parece más adecuado, a diferencia por ejemplo de paralizarse, que daría la impresión de un
cuerpo material.
2 DESCIFRABAN
A. descubrían
B. adivinaban
C. interpretaban
D. desentrañaban
Justifica tu elección: (2 ptos)
Por descarte, el sinónimo más adecuado es interpretaban, pues equivale a ejecutar un instrumento que
no implica descubrir o adivinarlo, pues supone un conocimiento previo.
3 De acuerdo con la lectura del segundo y el tercer párrafos, ¿qué le provocaba Brígida a su padre?
A. Ternura.
B. Sufrimiento.
C. Indignación.
D. Agotamiento.
Justifica tu respuesta con ejemplos de marcas textuales: (2 ptos)
¨…. Cuando el padre llegaba por fin a su sexta hija, lo hacía tan perplejo y agotado…¨
(El padre ya crío 5 hijas anteriormente y denota un cansancio, por la ineptitud de su sexta hija).
A. Solo II.
B. Solo I y II.
C. Solo II y III.
D. I, II y III.
5 ¿Cuál de las siguientes opciones es falsa con respecto a lo señalado en el texto anterior?
A. Brígida se casa por amor.
B. El padre de Brígida era viudo.
C. El esposo de Brígida era mayor.
D. Brígida se sentía triste en su matrimonio.
Justifica tu elección: (2 ptos)
Brígida señala que se casó con Luis porque este no la hacía sentir tonta, juguetona y perezosa, al
contrario de su padre, y siguiendo esa misma idea menciona que no se casó con él por amor,
simplemente porque él no la hacía sentir culpable de ser tal cual era.
Orgullo
En varias ocasiones había oído decir que por la mente de quien está muriendo ahogado desfilan con
vertiginosa rapidez los principales acontecimientos de su vida y siempre le había parecido absurda tal
afirmación, hasta que un día ocurrió que estaba muriendo y mientras moría se acordó de cosas olvidadas,
de la noticia del periódico según la cual en su infancia pobre él usaba zapatos agujerados, sin calcetines y
se pintaba el dedo del pie para disimular el hoyo, pero él siempre había usado calcetines y zapatos sin
hoyo, calcetines que su madre zurcía cuidadosamente, y se acordó del huevo de madera muy liso y suave
que ella metía en los calcetines y zurcía, zurciendo todos los años de su infancia, y se acordó de que desde
niño no le gustaba beber agua y si se bebía un vaso lleno se quedaba sin aire, y por eso permanecía el día
entero sin beber una gota de líquido pues no tenía dinero para jugos o refrescos, y que a veces a
escondidas de su madre hacía refresco con la pasta de dientes Kolynos, pero no siempre tenían pasta de
dientes en su casa, y en el momento en que moría también se acordó de todas las mujeres que amó, o de
casi todas, y también del piso de madera roja de una casa en la que había vivido, aunque angustiado no
logró recordar qué casa era aquella, y también del reloj de bolsillo ordinario que rompió el primer día que
lo usó, y también del saco de franela azul, y del dolor que lo había hecho arrastrarse por el suelo, y del
médico que decía que necesitaba hacerle una radiografía de las vías urinarias, y cuanto más lo cercaba la
muerte más se mezclaban los recuerdos antiguos con los recientes, él llegando atrasado al consultorio del
médico que ya estaba vestido para salir, ya hasta había permitido que se fuera la enfermera, y el médico
con prisa, ansioso como alguien que va a encontrar a una novia muy deseada, mandándole que se quitara
el saco, se levantara las mangas de la camisa y que se acostara en una cama metálica, explicándole que a
fin de cuentas la radiografía no se tardaría mucho, solo había que inyectar el contraste y sacar las placas, y
el médico se inclinó sobre la cama para aplicar el contraste en la vena del brazo y él sintió el olor delicado
de su perfume y pudo observar su corbata de bolitas, y no pasó mucho tiempo cuando empezó a sentir
que la laringe se le cerraba impidiéndole respirar y él intentó alertar al médico pero no logró emitir sonido
alguno y todas las reacciones vinieron a su mente, la noticia del periódico, el saco azul, el piso de madera,
las mujeres, el huevo liso de madera de su madre, mientras el médico en una esquina del consultorio
hablaba por teléfono en voz baja, y como sabía que se estaba muriendo golpeó en la cama de metal con
fuerza, el médico se asustó y después muy nervioso sacaba los cajones de los armarios, maldiciendo,
culpando a la enfermera y diciéndole a él que se calmara, que iba a ponerle una inyección antialérgica,
pero no encontraba dónde estaba el maldito medicamento, y él pensó me estoy muriendo sofocado, la
vida y la muerte corriendo al parejo, y consciente de que su muerte era inminente e inevitable, se acordó
de las palabras de un poema, debo morir pero eso es todo lo que haré por la Muerte, pues siempre se
había rehusado a tener el corazón atormentado por ella, y en ese momento en que moría no iba a dejar
que ella se hiciera cargo de su alma, pues lo más que la Muerte haría de él sería un muerto, así es que
pensó en la vida, en las mujeres que había conocido, en su madre zurciendo calcetines, en el huevo liso de
madera, en la noticia del periódico, y golpeó con fuerza la mesa de metal, ¡bam!, ¡bam!, ¡bam!, estoy
pensando en las mujeres que amé, ¡bam!, ¡bam!, ¡bam!, pensando en mi madre, y en ese momento el
médico, sin saber qué hacer, atormentado y sobresaltado por los ruidosos golpes que él descargaba en la
cama metálica, lo miró con gran conmiseración y tristeza, y él gritó nuevamente ¡bam!, ¡bam!, que
perdonaba al médico, ¡bam!, ¡bam!, que perdonaba a todo el mundo, mientras su mente recorría
velozmente las reminiscencias de la vida, y el médico, ahora entregado a su impotencia, desesperado y
confundido, le quitó los zapatos y le levantó la cabeza y vio sus pies vestidos con calcetines negros, y vio en
el calcetín del pie derecho un hoyo que dejaba aparecer un pedazo del dedo grande, y se acordó de cuán
orgullosa era su madre y de que él también era muy orgulloso y que eso siempre había sido su ruina y su
salvación, y pensó no voy a morirme aquí con un hoyo en el calcetín, no va a ser esa la imagen final que le
voy a dejar al mundo, y contrajo todos los músculos del cuerpo, se curvó en la cama como un alacrán
ardiendo en el fuego y en un esfuerzo brutal logró que el aire penetrara en su laringe con un ruido
aterrador, y cuando el aire era expelido de sus pulmones hizo un ruido aún más bestial y horrible, y se
escapó de la Muerte y ya no pensó en nada. El médico, sentado en una silla, se limpió el sudor del rostro. Él
se levantó de la cama metálica y se puso los zapatos.
Rubem Fonseca. Orgullo. Recuperado de http://leereluniverso.blogspot.com
El acto libre
Empecinado dice relación con conseguir un objetivo y centrarse en este. En el caso, don Alcibíades
(anciano) solo quiere defenderse a toda costa y no dejar que el señor X le arrebate el libro.
8 Se afirma en el texto leído que, para intimidar a su interlocutor, el Señor X
A. se soltaba la corbata.
B. usaba la fuerza física.
C. se sacaba los anteojos.
D. usaba una voz rugiente.
Según lo que se desprende de la narración, la vida de un ser humano, su ciclo vital es un libro abierto,
cuyas páginas se encuentran escritas y nada puede hacer para cambiar el destino, o sea, este es
ineludible, imposible de cambiar el curso de nuestra experiencia.
La historia muestra gráficamente cual sería la reacción lógica de cualquiera de nosotros al vernos
enfrentados a una ventana de nuestras vidas futuras, descubriendo lo inútil que sería intentar cambiarlo.
El tema de la libertad también es importante, pero este se desarrolla desde mi punto de vista a base de
lo ineludible del destino, ya que primero el personaje se ve enfrentado a su futuro que no puede cambiar
y gracias a eso queda apresado en la trampa de su propia libertad.
10 (8 ptos)
Criterios Respuestas
Predomina el Omnisciente
Tipo de Narrador y justificación Ya que este habla en tercera persona y no
forma parte de los personajes de la historia,
además de saber todos los sentimientos y
sensaciones de los personajes, no
únicamente lo que se ve. Esto se puede ver
reflejado en esta cita del texto: ¨… un frío
intenso empezó a recorrer su cuerpo y, sin
poder evitarlo, se puso a temblar como una
gallina…¨, donde describe cómo el señor X
siente un frio que atraviesa todo su cuerpo,
lo cual es algo que solo podría saberlo el
mismo personaje, pero en este caso el
narrador omnisciente lo sabe todo, tiene el
conocimiento absoluto de cada detalle del
relato.
Señor X: Obstinado ya que desde el momento
Personajes y características en el que llegó el señor Alcibíades a mostrarle
y ofrecerle el tomo, el inmediatamente se
negó, diciendo que eran tonterías sin ni
siquiera haberlo leído. También orgulloso, ya
que como se menciona en el texto, este
trataba de cierta manera intimidar a sus
interlocutores.
Ligeramente agresivo, ya que cuando quería
el tercer libro, en vez de pedirlo de buena
forma, este inmediatamente, de manera
alterada intentó arrebatarle el libro de las
manos al ¨viejo¨.
Desconfiado, ya que él desde un principio
pensó que el anciano lo iba a extorsionar.
Un magnate, Director General de la
Confederación Internacional de la Producción
con mucho poder, usaba anteojos y me
imagino que era un señor de pelo negro,
estatura promedio, con un poco de
sobrepeso y de unos 45 – 50 años
aproximadamente.
Don Alcibíades (viejo): Un anciano bastante
tranquilo, astuto, ya que este sabía que los
libros lo iban a afectar y el simplemente se
mantuvo en silencio esperando a que algo
sucediera (que el probablemente ya sabía).
Perseverante: Al inicio del texto, la secretaria
del señor X menciona como este anciano fue
día a día durante ocho meses a intentar
hablar con X y este no lo atendía, hasta que lo
logró.
Señor de la tercera edad, semi jorobado, que
me imagino que tenía poco cabello, y ese
poco que tenía era de color blanco, piel
arrugada y tez clara.