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Los hijos det timo, el libro mis extenso importante que con posterioridad a Bl arco y {a lira ha dedicado el autor a la evolucién de la lirica contemporinea desde el romanticis- mo hasta nuestros dias, est constituido por las Charles Eliot Norton Lectures dictadas en el curso 1971-1972 en la Universidad de Harvard por Octavio Paz, como anteriormente por T. S. Eliot, €. €. cummings, Igor Stravinsky, Jorge Luis Borges y Jorge Guillén. En palabras del propio autor, el hilo central de la obra es «la doble y antagénica tentacién que ha fasci- nado alternativa 0 simuleineamente a los poe- tas modernos: la tentaci6n religiosa y la tenta- cin politica, la magia o la revolucién: Frente al cristianismo la poesia moderna se presenta como la oira religion; frente a las revolucio- nes del siglo xx y del xx, como la vor de la revoluci6n original. Una doble hererodoxia, tuna doble tensién que esta presente lo mismo en el roméntico William Blake que en el sim- bolista Yeats 0 el vanguardista Pound; lo mis- mo en Bandelaire que en Breton, en Pessoa que en Vallejo». x 90804 1-6 A SEIX BARRAL | \ | oFrasasz25001 BIBLIOTECA DE BOLSILLO LA TRADICION DE LA RUPTURA Hl tema de este libro es Ja tradicién moderna de Ja poe- fa, La expresion no s6lo significa que hay una poesta ‘moderna sino que lo moderno es una tradicién. Una tradici6n hecha de interrupciones y en la que cada tup- tura es un comienzo, Se entiende por tradicién la trans- misién de una generacién a otta de noticias, leyendas, historias, creencias, costumbres, formas literarias y ar- tisticas, ideas, estilos; por tanto, cualquier interrupeién cn la transmisiGn equivale a quebrantar la ttadicién, Si Ja ruptura es destruccidn del vinculo que nos une al pa- sado, negacién de 1a continuidad entre una generacién y ota, Zpuede llamatse tradicién a aquello que rompe fl vinculo e interrumpe Ia continuidad? Y¥ hay més: inclusive si se aceptase que la negacién de la tradicién a Ja larga podria, por la repeticién del acto a través de sgeneraciones de iconoclastas, constituir una. tradicién, zcbmo Ilegarfa a serlo realmente sin negarse a si mis- ‘ma, quiero decir, sin afirmar en un momento dado, no Ia interrupcién, sino la continuidad? La tradicién de la upeura implica no s6lo la negacién de Ia tradicién sino “también de Ja rupeura.,. La contradiccién subsiste si en lugar de las palabras interrupcién o ruptura emplearaos ‘otra que se oponga com menos violencia a las ideas de transmisién y de continuidad. Por ejemplo: la tradicién _moderna, Si lo tradicional es pot excelencid Jo antiguo, gcémo puede lo moderno ser tradicional? Si tradicion significa continuidad del pasado en el presente, ¢cémo puede hablarse de una tradicién sin pasedo y que con- 7 siste en la exaltacién de aquello que lo niegit: 1a pura actualidad? A pesar de la contradiccién que entrasia, y a veces con plena conciencia de ella, como en el caso de las re- flexiones de Baudelaire en L'art romantique, desde prin Cipios del siglo pasado se habla de la modetnidad como de una ttadicida y se piensa que Ja ruptura es la forma privilegiada del cambio. Al decic que Ia modernidad es uuna tradicién cometo una leve inexactitud: deberfa ha- ber dicho, otra tradicién. La modernidad cs una tradi- cién polémica y que desaloja a la tradicién imperante, cualquiera que ésta sca; pero la desaloja s6lo para, un instante después, ceder el sitio a orra tradicién que, a su vvex, es otra manifestacién momenténea de la actualidad. La modernidad nunca es ella misma: siempre es otra, Lo moderno ao se catacteriza tinicamente por su nove- dad, sino por su heterogeneidad. Tradici6n. heterogénea © de Io hetcrogéneo, la movleridad esta condenada a la pluralidad : Ie antigua tradicién era siempre la misma, Ja moderna es siempre distinta. La primera postula la tunidad entre el pasado y el hoy; Ia segunda, no con- tenta con subrayar tas diferencias entre ambos, afitma que ese pasado no es uno sino plural. Tradicién de lo mo- derno: heterogeneidad, pluralidad de pasados, extraiie- za radical. Ni lo moderno es la continuidad del pasado cen el presente ni el hoy es el hijo del ayer: son su rup- tura, su negucién. Lo méderno es autosuficicnte: cada ‘vez que aparece, funda su propia tradicién, Un ejemplo reciente de esta manera de pensar ¢s el libro que pu- blicé, hace algunos afios el critico norteamericano Ha: told Rosenberg: ‘The sradition of the now. Aunque 10 ‘nuevo no sea exactamente lo moderno—hay novedades 18 que no son modernas—, cl titulo del libro de Rosenbérg expresa con saludable y hicida insolencia la paradoja que ha fundado al arte y a Ia poesia de nuestro tiempo, Una paradoja que cs, simulténeamente, el principio in. telectual que Jos justifica y que los niega, su alimento y su veneno, Bl arte y la pocsia de nuestro tiempo vie ven de modernidad y mueren por ella, En la historia de la poesia de Occidente cl culto a lo nuevo, el amor por las novedades, aparece con una re- gularidad que no me atrevo a llamar ciclica pero que tampoco es casual. Hay épocas en que el ideal estético consiste en Ia imitacién de os antiguos; hay otras en que se exalta a la novedad y a la sorpresa. Apenas si es nnecesario recordar, como ejemplo de lo segundo, a los poctas ametafisicos» ingleses y a los barrocos espaioles, Unos y otros practicaron con igual entusiasmo lo que podria’ lamarse Ja estética de la sorpresa. Novedad y sorpresa son términos afines, no equivalentes. Los con- ceptos, metéforas, agudezas y otras combinaciones ver bales del poema battoco estin destinados a provocar el asombro: Io nuevo es nucvo si es lo inesperado. La no- vedad del siglo xvi no era critica ni entrafiaba la ne- gacién de la eeadicién. Al contratio, afitmaba su con tinuidad; Gracin dice que los modernos son mis agudos que los antiguos, no que son distintos. Se enta- siasma ante ciertas obras de sus contemporineos no por- ‘que sus autores hayan negado el estilo antiguo, sino porque ofrecen nuevas y sorprendentes combinaciones de Jos mismos elementos. Ni Géngora ni Gracién fueron revolucionarios, en el sentido que ahora damos a esta palabra; no se propu- sieton cambiar 1os ideates de belleza de su época, aun. 19 ‘que Géngora los haya efectivamente cambiado: nove- dad para ellos no era sinénimo de cambio, sino de esom- bro, Para encontrar esta extrafia alianza entre la esté- tica de la sorpresa y Ia de Ja negacién, hay que legat al final del siglo xvr1t, es decir, al principio de Ia edad ‘moderna, Desde su nacimiento, la moderaidad es tuna pasion critica y asi e una doble negacién, como ei ‘ica y como pasi6n, tanto de Jas georetrias chisicas como de los laberintos batrocos, Pasién vettiginosa, pues cul- mina en la negacién de si misma: la modernidad 5 una_ suerte de autodestruccién creadora, Desde hace dos alos la imaginacién poética eleva sus arquitecturas sobre tun terreno minado por la ericice. ¥ lo hace a sabiendas de que esté minado... Lo que distingue a nuestra mo- dernidad de las de otras épocas no es ta celebracién de Jo nuevo y sorprendente, aunque también eso cuente, sino el ser una cuptura; critica del pasado inmediato, interrapcién de la continuided. Bl arte modetno no sélo 5 el hijo de la edad critica sino que también es el cti- _tico de si mismo. Dije que [0 nuevo no es exactamente lo moderno, salvo si es portador de la doble carga explosiva: ser negacién del pasado y ser afirmacién de algo distinto. Tse algo ha cambiado de nombre y de forma en el curso de 105 dos tltimos siglos—de Ia semsibilidad de los pee- Hroménticos 2 la metaironia de Duchamp—, pero siem- pre ha sido aquello que es ajeno y extrafio a la tra. dicién teinante, la heterogeneidad que irrumpe en el presente y tuerce su carso en direccién inesperada. No sélo es lo diferente sino lo que se opone a los gustos tradicionales: extrafieza polémica, oposicién activa. Lo ‘nuevo nos seduce no por nuevo sino por distinto; y Io 20 MEME oe hee os 08 ESSER BORG EESVES SEES Eee SEE RSE CRUE ARES SET ENTERS TORTS, \ distinto es la negacién, el cuchillo que parte en dos al tiempo: antes y ahora, Lo viejo de milenios también puede acceder a la mo- dernidad : basta con que se presente como una negacién de la tradicion y que nos proponga otra. Ungidlo por los mismos poderes polémicos que lo nuevo, lo antiquisimo sno es un pasado: es un comienzo, La pasién contradic totia lo resucita, lo anima y lo convierte en nuestro con- temporineo. En el atte y en Ia literatura de Je época moderna hay una persistente corriente arcaizante que va de la poesta popular germanica de Herder a Ia poesia china desenterrada pot Pound, y del Oriente de Dela- croix al arte de Oceania amado por Breton. Todos esos objetos, trétese de pinturas y escultutas 0 de poemas, tienen en comin lo siguiente: cualquiera que sea la c- vilizacién a que pertenezcan, su aparicién en nuestro hotizonte estético significé una ruptuta, un cambio. Eses novedades centenarias © milenarias han interrampido una ver y otra vex auestea tradici6n, al grado de que la historia del atte moderno de Occidente es también Ja de las resutrecciones de las artes de muchas civili- zaciones desaparecidas, Manifestaciones de Ja estética de la sorpresa y de sus poderes de contagio, pero sobre todo encarnaciones momentineas de la negacién exitica, los productos del arte atcaico y de las civilizaciones Iejanas se inscriben con nacuralidad en la ttadicién de la rup- ‘ura. Son una de las mascaras que ostenta la modernidad. La tradicién moderna botra las oposiciones entre 1o antiguo y lo contemporaneo y entre Io distante y lo pré- ximo. El dcido que disuelve todas esas oposiciones es 1a critica, S6lo que la palabra critica posce demasiadas re. “sonancias intelectuales y de ahi que prefiera_acoplarla 24 con otra palabra: pasién. La unién de pasin y erftica subraya el caracter paraddjico de nuestro culto a lo mo- derno, Pasién critica: amor inmoderado, pasional, por Ia critica y sus precisos mecanismos de desconstrucciéa, eto también critica enamorada de su objeto, critica apa: sionada por aquello mismo que niega. Enamorada de &{ misma y siempre en guerra consigo misma, no. afirma ‘nada permanente ni se funda en ningin principio: la ‘negaciéa de todos los principios, el cambio perpetuo, es su principio. Una critica asi no puede sino culminar en ‘un amor pasional por 1a manifestacién més pura e inme- diata del cambio: el ahora. Un presente tinico, distinto ‘ todos los otros, El sentido singular de este ‘culto por el presente se nos escaparé si no advertimos que se funda en una curiosa concepcin del tiempo. Curios porque antes de Ia edad moderna no aparece sino aislada y ex- cepcionalmente: para los antiguos el ahora repite al ayer, para los modernos es su negacién. En un caso, el tiempo es visto y sentido como una regularidad, como un proceso en el que las variaciones y las excepciones son realmente yariaciones y excepciones de la regla; en el otto, el proceso es un tejido de irregularidades porque la variacién y la excepcién son la regla. Para nosotros el tiempo no es la repeticidn de instantes o siglos idén- ticos: cada siglo y cada instante es nico, distinto, ofro. La tradicién de lo modetno encierta una paradoja mayor que la que deja entrever la contradiccién entre lo antiguo y lo nuevo, lo moderno y lo tradicional. La ope- sicién entre el pasado y el presente literalmente se eva- ora, porque cl tiempo transcurre con tal celeridad, que las distinciones entre los diversos tiempos—pasado, pre- sente, fururo—se bortan 0, al menos, se vuelven instan- 22 tiineas, Soaperceptibles ¢ insignificantes. Podemos hablar de‘tradicién moderna? sin que nos parezca incusrit en conitradiccién porque 12 era moderna ha limado, hasta desvanecerlo casi del todo, ef antagonismo entre lo an- tiguo y lo actual, lo nuevo y lo tradicional. La acclera- ida del tiempo no s6lo vuelve ociosas las distinciones entre lo que ya pasé y Jo que esté pasando sino que anula las diferencias entre vejez y juventud. Nuestra época ha exaltado a Ja javentud y sus valores con tal frenesi que ha hecho de ese culto, ya que no una religion, una supersticién; sin embargo, nunca se habia enyeje- ido tanto y tan pronto como ahora. Nuestras colec- ciones de arte, nuestras antologias de poesia y nues bibliotecas estén Menas de estilos, movimientos, cuadros, ‘esculturas, novelas y poemas prematuramente. cavejeck d “Doble y vertiginosa sensacién: lo que acaba de ocu- tir pertenece ya al mundo de lo infinicamnente lejano y, al mismo tiempo, Ja antigiiedad milenaria esti inf nitarente cerca... Puede concluirse de todo esto que {la tradicién moderna, y las ideas e imégenes contradic. “totiis que suscita ‘esta expresién, no son sino la conse- cuencia de un fenémeno aiin més turbador: la época moderna es la de la aceleracién del tiempo hist6rico. No digo, naturalmente, que hoy pasen més rpidamente los aos y los dias, sino que pasan més cosas en ellos. Pasan més cosas y todas pasan casi al mismo tiempo, no una decrés de otea, sino simulténeamente. Accleracién es fu- sién: todos los tiempos y todos los espacios confluyen en un aguf y un ahora, ‘No faltaré quien se pregunte si realmente la historia transcurte més de prisa que antes. Confieso que yo no 2B podria responder a esta pregunta y creo que nadie podria hacerlo con entera certeza. No seria imposible que la aceleracién del tiempo histérico fuese una ilusién; qui 24 los cambios y convulsiones que a veces nos angustian ¥ otras nos maravillan sean mucho menos profundos decisivos de to que pensamos. Por ejemplo, Ia Revolu- iGn Soviética nos parecié una ruptura de tal modo tae dical entre el pasado y el futuro, que un libro de viaje a Rusia se lamé, si no recuerdo mal, Visita al porvenir, Hoy, medio siglo después de ese acontecimiento en el que vimos algo asi como la encarnacién fulgurante del futuro, Io que sorprende al estudioso o al simple viajero 8 Ja petsistencia de los casgos tradicionales de la vieja Rusia. Bl famoso libro de John Reed en que cuenta los dias eléctricos de 1917 nos parece que describe un pax sado remoro, en tanto que el del Marqués de Coustine, que tiene por tema el mundo burocrético y policiaco del zarismo, resulta actual en més de un aspecto. El ejemplo de Ia revolucién mexicana también nos incita a dudar de la pretendida aceleracién de la historia; fue un ine menso sacudimiento que tavo por objeto modernizar al ais y, no obstante, lo notable del México contempo- faneo es precisamente Ia presencia de maneras de pen- sar y de sentir que pertenecen a la época virreinal y aun ‘al mundo prehispénico. Lo mismo puede decitse en ma- teria de arte y de literatura: darance el viltimo siglo y medio se han sucedido los cambios y las revoluciones estéticas, pero gcémo no advertir que esa sucesién de rupturas es asimismo una continuidad? Bl tema de este libro es mostrar que un mismo principio taspita_a los roménticos alemanes ¢ ingleses, a los. simbolistas fran: qecyala oe ia cosmopolita de la primera mitad 24 \ del siglo x:x. Un ejemplo entre muchos: en vatias oca- ‘jones Friedrich von Schlegel define al amor, la poesta y la ironia dé Los roménticos en términos no muy ale- jados de los que, un siglo después, empleacia André Breton al hablar del erotismo, la imaginacién y el ho- ‘mor de los surtealistas. {Influencias, coincidencias? Ni Jo uno ni lo otro: persistencia de ciertas maneras de pensar, ver y sentir. ‘Nucstras dudas crecen y se fortalecen si, en lugar de acadit « ejemplos del pasado reciente, interrogamos a épocas distantes 0 a civilizaciones distintas a la nuestra, En sus estudios de mitologia comparada, Georges Dumé- zill ha mostrado Ja existencia de una «ideologia» comin 1 todos Ios pucblos indocuropeos, de Ia India y el Irin al mundo celta y germénico, que resistié y atin resiste @ la doble erosién del aislamiento geogeéfico histrico. Separados por miles de kilbmetros y de afios, los pue- blos indoenropeos todavia conservan restos de una con- cepciéa tripartitz del mundo. Estoy convencido de que algo scmejante ocurre con los pucblos del rea mongo- Tide, tanto asifticos como americanos. Ese mundo esté cn espera de un Dumézil- que muestre su profunda uni- dad, Desde antes de Benjamin Lee’ Whorf, el primero en formular de una manera sistematica el contraste en- tre Jas estruceuras mentales subyacentes de los europeos y las de los Hopi, varios investigadotes habian reparado fen la existencia y Ia petsistencia de una visién cuadri- ppartita del mundo comin a los indios americanos. No dobstante, tal vez las oposiciones entte tas civlizaciones recubren una secreta unidad: Ia del hombre, Tal vez las diferencias culeurales ¢ histéricas son la obra de un autor Gnico y que cambia poco. La nacuraleza humana 25 ‘no es una ilusién: es el invariante que produce los cam- bios y Ja diversidad de culcuras, historias, religiones, artes, Las reflexiones anteriores podrian Llevarnos a sostener gue la aceleracién de fa historia es ilusoria 0, mas pro- bablemente, que los cambios afectan a la superficie sin alterar Ja realidad profunda. Los acontecimientos se su- ceden unos a ottos y ta imperuosidad del oleaje histri- 0 nos oculta el paisaje submarino de valles y montatias inméviles que lo sustenta. Entonces, gen qué sentido pordemos hablar de tradicién moderna? Aunque Ia ace- Jeracién de Ia historia puede ser ilusoria 0 real—sobre esto 1a duda es licita—, podemos decir con cictta cone fianza que la sociedad que ha inventado Ja expresi6n 4 tradicion moderna es una sociedad singular. Bsa frase encierra algo més que una contradiccién Idgica y lin- giiistica: es la expresién de la condicién dramética de nuestra civilizacién que busct su fandamento, no en el pasado ni en ningén principio incoamovible, sino en el cambio. Créamos que las estracturas sociales cambian ‘muy Ientamente y que las estructuras mentales son ine vatiantes, 0 scamos creyentes en la historia y sus incesan- tes transformaciones, hay algo innegable: nuestra ima. gen del tiempo ha cambiado. Basta comparar nuestra idea del tiempo con la de un cristiano del siglo Xi para “advertir inmediatamente Ja diferencia, Al cambiar nuestea imagen del tiempo, cambié nues fa relacién con Ia tradicién. Mejor dicho, porque cam- bid nuestra idea del tiempo, tuvimos conciencia de la ttadicién. Los pueblos tradicionalistas viveninmersos fen su pasado sin interrogarlo; mas que tener conciencia de sus tradiciones, viven con ellas y en ellas, Aquel que 26 \ sabe que pertenece a una ttadicién se sabe yo, implici- tamente, distinto de ella, y ese saber Io lleva, tarde o temptano, a interrogarla y, a veces, negatla. La critica de la eradicién se inicia como conciencia de pertenecer a una tradicidn, Nuestro tiempo se distingue de otras épocas y sociedades por la imagen que nos hacemos del transcurris; nuestra conciencia de la historia. Aparcce ahora con mayor clatidad el significado de lo que lla. mamos la tradicién moderna: 3 una expresién de nues- “a conciencla histGrica, Por una parte, es una crite ‘del pasado, una critica de Ia tradicién; pot la otra, es una tentativa, fepetida una y otra vex a lo largo’ de los dos uiltimos siglos, por fundar una tradicién en el nico principio iamune a a critica, ya que se confunde on ella misma: el cambio, la historia, wee 1a relacién entre los tres tiempos—pasedo, presente y faturo—es distinta en cada civilizacién, Pata las socie- ‘dades primitivas cl arquetipo temporal, el modelo del presente y del futuro, es el pasado. No el pasado re- ciente, sino un pasado inmemorial que esti mas alla de todos los pasados, en el origen del origen. Como si fue- se un manantial, este pasado de pasados fluye continua. mente, desemboca en el presente y, confundido con él, s Ia nica: actualidad que de verdad cuenta. La vida social no es histética, sino ritual; no esti hecha de cambios sucesivos, sino que consiste en la repeticién sitmica del pasado intemporal. BI pasado es un arque- tipo y el presente debe ajustarse a ese modelo inmu- table; ademis, ese pasado esté presente siempre, ya que a regresa en el rito yen Ia fiesta. Asi, tanto por set tn modelo continuamente imitado cuanto porque el rito petiédicamente lo actualiza, el pasado defiende a la so- ciedad del cambio. Doble cardeter de ese pasado: es un tiempo inmutable, impermeable a los cambios; no ¢s Jo que pasé una ver, sino lo que esta pasando siempre: un pfesente. De una y otra manera, el pasado atque- tipico escapa al accidente y a la contingencia; aunque 8 tiempo, es asimismo la neguci6n del tiempo: disuel- ve las contradicciones entre lo que pasé ayer y lo que pasa ahora, suprime las diferencias y hace triunfar la regulatided y In identidad. Insensible al cambio, es por excelencia fa norma: Jas cosas deben pasar tal como pasaton en ese pasado inmemorial. [Nada mis opuesto a nuestra concepcién del tiempo que Ja de los primitivos: para nosotros el tiempo es el _portador del cambio, para ellos es el agente que lo su- “prime. Mas que una categoria temporal, el pasado ar- ipico del primitivo es una realidad que esté més allé del tiempo: es el principio eriginal. Todas las so- ciedades, excepto Ia nuestra, han imaginado un més allé ‘en ef que el tiempo repos, por decirlo asi, reconciliado consigo mismo: ya no-cambia porque, vuelto inmévil tansparencia, ha cesado de fluir 0 porque, aunque flu- ye sin cesar, es siempre idéntico a si mismo. Extraiio triunfo del principio de identidad: desaparecen las con- tradicciones porque el tiempo perfecto es atemporal. Para los primitivos, el modelo atemporal no ests. des- pués, sino antes, no en el fin de los tiempos, sino en et comienzo del comienzo. No es aquel estado al que ha de acceder el cristiano, sea para salvarse 0 para per- 28 derse, en Ia consumacién del tiempo: €s aquello que debemos imitar desde el principio, La sociedad iva ve con horror las inevitables vatiaciones que implica el paso del tiempo; lejos de ser considerados benéficos, esos cambios son nefastos: Jo que lamamos historia es para los primitivos falta, caida. Las civilizaciones del Oriente y del Mediterraneo, Jo mismo que las de la América precolombina, vieron con la misma desconfianza a la historia, pero no la ne- garon tan radicalmente. Pata todas ellas el pasado de los primitivos, siempre inmévil y siempre presente, se despliega en circulos y en espirales: las edades del mun- do, Sorprendente transfotmacién del pasado atemporal: ‘ranscurre, esti sujeto al cambio y, en una palabra, se cemporaliza, EL pasado so anima, es la semilla primor- dial que getmina, crece, se agota y muere—para renacer de nuevo. El modelo sigue siendo el pasado anterior a todos os tiempos, la edad feliz del principio regida por Ja armonia entre el cielo y la tierra, Bs un pasado que posee las mismas propiedades de las plantas y los seres vivos; ¢s una substancia animada, algo que cambia y, sobre todo, algo que nace y muere, La historia es una degradacién del tiempo original, un lento pero inexo- rable proceso de decadencia que culmina en la muerte. El remedio contra cl cambio y la extincién es Ja re- cartencia: el pasado es un tiempo que reaparece y que nos espera al fin de cada ciclo. El pasado es una edad venideta. Asi, el futuro nos ofrece una doble imagen: ¢s el fin de los tiempos y es su recomienzo, ¢s la degra dacién del pasado arquetipico y es su resurteccién. El fin del ciclo es fa restauracién del pasedo otiginal—y el comienzo de Ia inevitable degradacién. La diferencia 29 entre esta concepcién y las de los cristianos y los mo- dernos ¢s notable: para los cristianos el_tiempo_per- fecto_6_la_eterni a_abolicién_del_tiempo, una ‘anulacién de la historia; pata los modernos la perfec- ‘ion no puede estar en otfa parte, si est en alguna, que ‘Tem el futuro, Otra diferencia: nuestro futuro es por de- finicién aquello que no se parece ni al pasado ni al pre- sente: es Ia regién de lo inespetado, mientras que el fururo de los antiguos mediterréneos y de los oriencales esemboca siempre en el pasado. Bl tiempo ciclico trans- “eutte, ¢ historia; igualmente es una reiteracién que, cada vez que se repite, niega al transcurtir y a la his toria. EI tiempo primordial modelo de todos Jos tiempos, la era de la concordia entre el hombre y la naturaleza y entre el hombre y los hombres, se llama en Occidente Ta edad de oro. Para otras civilizaciones—la china, la ‘mesoamericana—no fue ese metal, sino el jade, el sim- bolo de la armonia entre la sociedad humana y la so- ciedad natural. Bn el jade se condensa el perpetuo re- verdecer de la naturaleza como en el of0 presenciamos tuna suerte de materializacién de la luz solar. Jade y oro son simbolos dobles, como todo lo que expresa las su- cesivas muettes y resutrecciones del tiempo ciclico. En tuna fase el tiempo se condensa y se transmuta en mate- ria dura y preciosa, como si quisiese escapar del cambio y sus degradaciones; en la otra, piedra y metal se ablan- dan, el tiempo se disgtega y corrompe vuelto excre- mento y pudricién vegetal y animal. Pero la fase de la desintegracién y putrefaccién es también la de Ia re- sutreccién y la fertilidad: los antiguos mexicanos co- 30 Jocaban sobre Ia boca de los muertos una cuenta de jade. Ta ambigiiedad del oro y del jade reflea la ambi- sliedad del tiempo ciclico: el arquetipo temporal esti en el tiempo y adopta la forma de un pasado que re- _gresa—s6lo que regresa para alejarse nuevamente, Ver- de o dorada, la edad dichosa es un tiempo de acuerdo, una conjuncién de los tiempos, que dara s6lo un momen- to, Bs un verdadero acorde: @ la prodigiose conden- sacién del tiempo en una gota de jade o una espiga de ‘oro, suceden la dispersién y la corrupcién. La recurren- cia nos preserva de los cambios de Ia historia s6lo para someternos a ellos més duramente: dejan de set un accidente, una caida o una falta, para convertirse en los momentos sucesivos de un proceso inexorable. Ni Jos dioses escapan al ciclo. Quetzaledatl desaparece por cl mismo sitio por ef que se pierden las divinidades que Nerval invoca en vano: ese lugar, dice el poema né- hraatl, adonde el agua del mar se junta con Ia del cie- lo», ese horizonte donde el alba es creptisculo. No hay manera de salir del circulo del tiempo? Desde los albores de su civilizacién, Jos indios imagi- naron un més allé que no es propiamente tiempo, sino su negacion: el ser inmévil igual a si mistno_siem- pre (brahman) o la vacuided igualmente iamévil (ni vyana). Brahmén nunca cambia y sobre él nada se pue- de decir excepto que es; sobre nitvana tampoco nada se puede deci, ni siquiera que no es. En uno y otro cxso: sealidad més allé del tiempo y del lenguaje. Realidad gue no admite mis nombres que los de la negacién uni- versal: 0 es esto ni aquello ni Jo de més allé. No es esto ni aquello y, no obstante, es. La civilizacién india 3 no rompe el tiempo ciclico: sin nogar su eealidad em- pitica, lo disuelve y lo convierte en una fantasmagorfa ingubstancial. La critica de tiempo reduce el cambio a una ilusién y ast no es sino otra manera, quizd 1a més radi- cal, de oponerse a la historia. El pasado aremporal del primitivo se temporaliza, encarna y se vuelve tiempo

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