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FENOMENOLOGÍA SOCIOLÓGICA
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Esta es la forma humana de “ajustarse al mundo” para obtener una estabilidad ontológico existencial; en
los animales, en cambio, el ambiente está ya dado y el ajuste está ya hecho mediante instintos. Es muy
probable que el ser humano no pierda la perspectiva de este ajuste animal “completo”, que se le presenta
transfigurado en términos imaginarios a través de ideales y fantasías, de la ciencia, la religión y las
utopías, así como en las pretensiones patológicas de “clausurar la apertura de mundo”.
existencial”, orden y control. Esta tarea de las instituciones no es fácil pues, como
vamos a ver, las instituciones son históricas y tienen un origen “arbitrario” que, sin
embargo, ha de ser justificado (legitimado) como “natural” u “obvio”.
La institución no surge instantáneamente, ni siquiera una tipificación puede
consolidarse inmediatamente. El conjunto de tipificaciones reciprocas se construye
históricamente por parte de un colectivo. Es importante conocer los orígenes de estas
tipificaciones, así como su historia en general, para comprender una institución.
Podríamos decir que, como señalaba Durkheim, en los orígenes está ya la “forma
básica” de una determinada institución. Esta configuración inicial produce ya de entrada
una selección de la actividad que “cuenta para los miembros”, una estructura de
relevancias, etc. Otras alternativas, sin embargo, que no son contempladas por los
miembros, hubieran sido teóricamente posibles. De aquí que todas las instituciones
tengan un componente de arbitrariedad que, como veremos después, la estructura de
legitimación institucional se ocupa de justificar o de ocultar. De esta manera, la
institución ya cuenta desde un comienzo con un mecanismo primordial de control
social. La necesidad de controles adicionales se hace sentir especialmente cuando estas
formas básicas de control institucional no acaban de tener todo el éxito requerido en un
momento o espacio determinado.
Esta idea de Berger y Luckmann tiene implicaciones en relación con las formas
de crítica que pueden realizarse dentro de las instituciones. Por ejemplo, es muy
frecuente la crítica a las propias instituciones por parte de algunos miembros que, sin
embargo, no pueden (o no quieren) interpretar su propio papel de eficaces controladores
(quizás incluso de pequeños dictadores) por una diversidad de motivos, entre los cuales
y como parte de un complejo articulado de disposiciones, puede intervenir el hecho de
desconocer los mismos orígenes de la institución, la evolución de la peculiaridad y
arbitrariedad de sus tipificaciones, acciones y roles existentes, y también el no disponer
de otros puntos de referencia institucionales para comparar.
Las instituciones se originan a partir de las tipificaciones recíprocas establecidas
entre los actores sociales. La repetición de estas tipificaciones, y de las acciones
asociadas con las expectativas mutuas de comportamiento que incluyen, genera
progresivamente una estructura de roles, donde determinados tipos de actores realizan
unos determinados conjuntos de acciones, los roles se remiten unos a otros en el marco
de la institución (:78-82). Poco a poco, aquello que empezó a través de una serie de
interacciones adquiere una objetividad en el mundo institucional. Pese a construirse,
como hemos visto, desde las tipificaciones realizadas por los actores, la realidad
institucional se le presenta al individuo, de un modo ya señalado por Durkheim, como
estando “fuera” de sí mismo. Es algo persistente, una facticidad histórica y social, que
tiene un poder de control. El mundo institucional es resultado de esa actividad humana
objetivada: “ el proceso por el que los productos externo externos de la actividad
humana alcanzan el carácter de objetividad se llama objetivación” (:83). Es importante
señalar aquí que estos productos objetivados no tienen una realidad ontológica separada
de la actividad humana de su producción. Para Berger y Luckmann, la relación entre el
ser humano, como productor, y el mundo social, como su producto, es dialéctica: “ el
producto vuelve a actuar sobre el productor” (:83). Está interacción continúa entre la
actividad humana y su mundo social tiene “momentos de un proceso dialéctico
continuo”. Por una parte, la externalización y la objetivación dan lugar a mundos
sociales, con sus instituciones y estructuras de legitimación. Por otra parte, el mundo
social se proyecta en la conciencia mediante la internalización.
Estos dos “momentos” (objetivación e internalización) de la construcción de la
realidad social sirven para organizar la estructura principal del libro en sus dos grandes
partes. El proceso de objetivación puede dividirse analíticamente en
“institucionalización” y “legitimación”. Es importante subrayar esta naturaleza analítica
de la división puesto que en la práctica social efectiva ambos procesos se encuentran
entremezclados. Hasta aquí hemos visto la institucionalización, a continuación me
referiré a la legitimación
Conclusión
Berger y Luckmann elaboran sociológicamente las principales ideas de la
fenomenología de Schütz para desarrollar un nuevo paradigma constructivista en la
sociología del conocimiento. Es imposible detallar aquí las innumerables aportaciones
de La construcción social de la realidad, así como señalar sus carencias y dificultades.
Me referiré únicamente a lo que considero la aportación principal del libro y, también,
su mayor dificultad. El aspecto más interesante y novedoso de esta obra consiste, a mi
entender, en el modo en que se vincula el concepto de “apertura de mundo” con el de
institucionalización y, particularmente, el de legitimación, siendo la creación teórica
más importante el concepto de “universo simbólico”. Los autores muestran cómo
mediante los procesos de objetivación de la realidad, construidos a base de hábitos, el
ser humano consigue canalizar el conjunto de impulsos no dirigidos que están inscritos
en su propio carácter de ser abierto al mundo. En este sentido el concepto de “universo
simbólico” se manifiesta como aquel que da orden
a la existencia y, en última instancia, pone el dique para la contención y canalización de
estos impulsos. Existe una gran diversidad de elementos que, sociológicamente, se
vinculan con el modo en que se pueden canalizar estos impulsos orgánicos básicos. No
es necesario así postular un reino normativo y cultural, absoluto y homogéneo, algo que
caracterizaba al sistema cultural del funcionalismo. En todo este conjunto de procesos
sociales predomina el conocimiento tácito, con lo que los autores inevitablemente
infravaloran otros tipos de conocimiento, fundamentalmente aquel que procede del
inconsciente y del consciente. En relación con esto aparecen las principales dificultades
de la propuesta, pero me referiré únicamente a una de ellas.
En la medida en que los autores no utilizan la tradición psicoanalítica para
caracterizar y diferenciar esos impulsos, que como vimos anteriormente en relación a
Freud son sumamente variados y complejos, no pueden vincular esta diversidad de
impulsos con el desarrollo institucional y de las estructuras de legitimación. Esta
dificultad aparece de un modo muy evidente en la sección final dedicada a la relación
entre el organismo y la identidad. Los autores se ven obligados a entender esta relación
o como limitación mutua o en el sentido en que la sociedad afecta al organismo; unas
relaciones que de modo ambiguo caracterizan como “dialécticas”. Sin embargo, las
pulsiones, como ya vimos en Freud, vinculan lo orgánico con lo cultural, participando
tanto del ámbito de lo corporal como de lo “espiritual”. Al no realizar una explicación
de la diversidad de impulsos no específicos que existen en el hombre como ser abierto
al mundo, no pueden explicar cómo éstos se vinculan con las instituciones, con los
procesos de legitimación y de socialización. Así pues, la caracterización dialéctica de la
identidad originada en Cooley y en Mead, en que el yo se entiende como producto de la
dialéctica entre la identificación con los otros y la autoidentificación en el niño no es
suficiente para explicar la diversidad de elementos vinculados con las pulsiones “y el
narcisismo” que pueden vincularse con la vida institucional y con los procesos de
legitimación, y en general, de la cultura. Esto es particularmente importante en los
ámbitos institucionales donde se realiza la socialización secundaria, pues aquí, ya más
allá de la niñez, siguen existiendo pulsiones y narcisismo, que son transformados,
canalizados o contenidos en las instituciones, y a través de relaciones con los otros.