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2 MADRES INTERCESORAS

CAPITULO CUATRO. Dios esta buscando madres que estén dispuestas a sacrificarse para ver a
sus hijos en la presencia de Dios.

Pocas son las madres que pagan el precio para ver a sus hijos salvos y siendo usados por Dios. Hoy
vemos muchas madres que se esfuerzan para andar a la moda, madres que se visten con
elegancia, que están siempre actualizadas sobre los últimos modelos de las famosas, madres que
tratan de usar las mejores réplicas de joyas, madres que se fatigan para mantener su físico y
frecuentan asiduamente los gimnasios. Vemos madres que luchan con garras, para encontrar un
lugar en el campo laboral y que conquistan su espacio con gallardía y desenvoltura.

Vemos madres que no tienen tiempo para sus hijos, pues están muy ocupadas trabajando mucho y
por eso entregan a sus hijos a las salas cuna, a las nanas o a la televisión. Vemos madres que no
amamantan a sus hijos, porque no quieren perder la belleza de su cuerpo. Madres que no
conversan con sus hijos, que no oyen a sus hijos, que no tienen tiempo para sus hijos porque
tienen otras prioridades. Hemos visto madres que abandonan a sus hijos a su propia suerte y no
los educan, no los disciplinan, no les enseñan con el ejemplo. Hemos visto madres que pretenden
sustituir presencia con presentes. Pero también hemos visto madres con un alma en luto, con
tristeza profunda porque los hijos crecen sin calor, sin cariño, sin consejo y sin dirección espiritual.
Estamos viviendo crisis devastadoras. Y la mayor de todas es la crisis de la familia.

Los hogares están siendo destruidos. Muchos hijos están sin rumbo, sin límites, sin disciplina, sin
amor, porque los propios padres están perdidos. Los padres están perdiendo el control. Los padres
están confusos y no tienen más autoridad sobre los hijos. Los padres no saben a qué hora los hijos
salen de casa, y a qué hora ellos regresan, o qué hacen, dónde andan y con quien andan.
Veinticinco por ciento de los padres hoy permiten que sus hijos practiquen sexo dentro de la casa,
antes del matrimonio. Nuestros jóvenes están iniciando su vida sexual cada vez más temprano.
Aumenta día a día el número de adolescentes embarazadas. La televisión y su filosofía permisiva,
ha sido la gran mentora de los valores de nuestra corrompida sociedad. Las personas están
perdiendo el pudor. El barco de la familia esta naufragando, porque los padres perdieron el rumbo
del viaje y están a la deriva y prestos a chocar en las rocas del desastre.

Necesitamos de madres que anden con Dios, de padres que conozcan a Dios y se esfuercen y se
sacrifiquen para ver a sus hijos salvos. Necesitamos padres que paguen el precio por ver a sus hijos
andando en las veredas de la justicia. Dios está buscando que estén dispuestos a no apenas
proteger a sus hijos físicamente, sino también estar dispuestos a sufrir nuevamente dolores de
parto, para verlos nacer de nuevo, para una nueva vida en Cristo. La Biblia dice que nuestros hijos
son herencia de Dios. Y nuestro mayor tesoro no es el dinero, son nuestros hijos. La mayor
prioridad no es comprar un carro más nuevo, la mayor prioridad es criar a nuestros hijos en la
disciplina y amonestación del Señor. Ningún suceso compensa el fracaso de nuestra familia.
Ninguna riqueza compensa la pérdida de los hijos. Ningún sacrificio es demasiado grande cuando
se trata de salvar a nuestros propios hijos.

El Salmo 127 describe a los hijos como herencia de Dios y también como flechas en las manos del
guerrero. Esta última afirmación encierra algunas lecciones inspiradoras que merecen ser
exploradas. Los padres son vistos como guerreros. La vida es una lucha reñida. Vivir es luchar. En
esa batalla titánica de la vida, no hay campo neutro. En la batalla de la vida todos estamos
convidados a luchar. Nadie puede evadirla.

En esta batalla, los hijos no están vistos como estorbo, sino como bendición. Ellos son vitales para
la sobrevivencia, protección y defensa de los padres. En esta perspectiva, esta figura sugiere por lo
menos tres aspectos.

Primero, la flecha antes de ser usada precisa ser cargada por el guerrero. El guerrero carga sus
flechas en la espalda. Las flechas precisan esta junto al guerrero. Los padres precisan también
cargar a sus hijos. Los hijos necesitan de cuidado, de cariño, de protección de apoyo, de
instrucción, de disciplina, de amor. Los padres necesitan soportar a sus hijos físicamente,
materialmente, emocionalmente, espiritualmente. Los padres no pueden dejar a sus hijos
desamparados. Los precisan ser cargados. Ellos no pueden ser cargados a su propia suerte. Los
hijos necesitan a los padres. Los padres necesitan invertir en sus hijos. Necesitan educarlos,
protegerlos, incentivarlos y prepararlos para la vida.

Segundo, la flecha será lanzada muy lejos. Un guerrero carga la flecha, no como un adorno, ni para
tenerla por siempre a su lado, él carga la flecha para lanzarla en el momento adecuado. No
criamos a nuestros hijos para nosotros mismos. Ellos deben ser preparados, no para que vivan
siempre a nuestro alrededor, más bien deben ser preparados para la vida. Hay un momento en
que los hijos van alzar vuelo muy lejos de nosotros. Hay un momento en que ellos van a salir del
nido a seguir la dirección que Dios les designe. Nuestros hijos deben ser más hijos de Dios que
nuestros hijos. Ellos deben realizar los sueños de Dios, no los nuestros. Como flechas ellos deben
ser lanzados para cumplir los propósitos de Dios.

Tercero, una flecha necesita ser lanzada en una dirección, en un blanco preciso. Un guerreo no
desperdicia sus flechas. Él no las tira al vacío. Antes de lanzar sus flechas, el guerrero define con
certeza el blanco al que quiere llegar. Así también los padres, deben lanzar a sus hijos a blancos
definidos. El gran blanco al que debemos direccionar a nuestros hijos es a la gloria de Dios.
Nuestros hijos deben vivir para la gloria de Dios. Deben definir su vocación para la gloria de Dios.
Deben estudiar para la gloria de Dios. Deben casarse para la gloria de Dios. Debemos preparar a
nuestros hijos para este glorioso objetivo.

Cuando este proyecto familiar es ejecutado, los padres no necesitan temer a los enemigos. Ellos
serán vencedores. Es tiempo de discernir que estamos en guerra y que nuestros hijos pueden ser
armas de victoria o víctimas indefensas en esa batalla. Padres, nosotros somos guerreros. No
descansaremos hasta que nuestros enemigos sean derrotados. Ningún sacrificio es demasiado
grande, cuando se trata de la salvación de nuestros hijos. Ellos merecen nuestro mayor incentivo.
Ellos vienen de Dios y deben ser consagrados a Dios. Debemos entregarnos a nosotros mismos a
esta sublime causa. Este es el mayor ideal de nuestra vida, y debemos dar la vida por ese ideal.

El pelícano es un ave que nos enseña mucho de este asunto. Cuando el pelícano sale a buscar
alimento para sus hijos y no lo encuentra, él rasga su propio pecho y alimenta a sus hijos con un
poco de su sangre. ¿Tú, madre, estas dispuesta a sacrificarte para alimentar a tu hijo
espiritualmente? ¿Para ser un ejemplo para él? ¿Para interceder por él junto al trono de la gracia?
¿Para ayunar por él? ¿Para ponerlo delante de Dios y jamás desistir?

En algún lugar leí una historia conmovedora. Había una madre que tenía una mano toda arrugada,
deformada y muy fea. Su hija a medida que iba creciendo tenía vergüenza de su madre, por causa
de aquella mano deformada. Cuando las amiguitas venían a la casa, ella tenía vergüenza de
presentar a su madre. Hasta que un día la niña se llenó de coraje y preguntó a su madre: ¿mamá
por qué tu mano es tan fea? Su madre le respondió: “hijita, yo nunca te conté esta historia. Tú
eras bebé y en nuestra casa se desató un incendio, tú dormías en tu cuna. Yo corrí desesperada a
salvarte. Las llamas ya ardían en tu cuarto y estaban comenzando a devorar tu cuna. Tuve que
introducir mi mano en medio del fuego y arrebatarte antes que las llamas te devoraran. Mi mano
quedó totalmente quemada para que tú fueras salva. Es por eso que tengo la mano tan fea.
Aquella niña entonces comenzó a llorar y abrazó a su madre y le dijo: “mamá tus manos son las
más lindas del mundo, ellas son lindas mamá”.

¿Será que tú, madre, estas dispuesta hacer cualquier sacrificio para salvar a tus hijos del fuego, del
fuego eterno, de la perdición eterna? ¿Estas dispuesta a pagar el precio de la renuncia, de oración
de ayuno, de ejemplo de vida, para que tus hijos sean salvos?

Escuché un doloroso relato de un padre que tenía tres empleos, salía siempre muy temprano de la
casa, dejando a sus hijos durmiendo y cuando volvía los encontraba durmiendo. Le enorgullecía el
aumento de su declaración de impuestos a la renta, ya que cada año incrementaba sus
propiedades, un departamento, un auto. Su gran proyecto era dejar una significativa herencia a
sus hijos. Con todo, sus hijos crecían sin su presencia, sin orientación sin el amor de su padre.

Estos hijos cayeron en las drogas y murieron. El sacrificio de los padres fue en función del dinero y
no de los hijos. La riqueza acumulada ahora ya no tenía ningún significado. Necesitamos amar más
a nuestros hijos que al dinero. Nuestros hijos son más importantes que el trabajo. Lo que las
familias necesitan no es más confort, sino más amor. De lo que carecen los hijos no es de ropa
cara y educación de élite, es de madres y padres que estén dispuestos a sacrificarse para que ellos
sean salvos y útiles en el Reino de Dios.

CAPITULO CINCO. Dios esta buscando madres que no se atrevan a bajar las manos, por la
salvación de sus hijos.
Vivimos cercados por muchos peligros. La vida no florece en un jardín amurallado, junto a
corrientes de aguas tranquilas, al contrario, es un terreno lleno de espinas. La vida no se
desenvuelve en una incubadora espiritual o en una cúpula de vidrio. Al contrario, se desarrolla en
medio de alevosos enemigos que nos asechan. La vida no es una colonia de ferias, es un campo de
batallas. La vida es un combate, donde muchos terminan vencidos. La vida no es una navegación
en mares calmados. En la jornada de la vida, enfrentamos mares embravecidos, olas
amenazadoras que conspiran contra nosotros. Muchos han fracasado en las siniestras aguas
profundas de la vida. Muchas familias han chocado con ice bergs en su camino y naufragaron.

Muchas familias han sido destrozadas, sucumbiendo sin ninguna esperanza, delante de las crisis
que se agigantan ante sus propios ojos. Muchas familias aunque protegidas por la estabilidad
financiera, tienen a sus hijos perdidos, sucumbiendo ante el poder devastador de los vicios. La
estabilidad financiera, o el status social y/o el prestigio político no garantizan la felicidad en la
familia. Muchos de aquellos que llegan al tope de la pirámide social viven sumidos en la más
sombría infelicidad. Muchos jóvenes criados en cuna de oro, perecen en el sub mundo de
desesperación porque nunca encontraron seguridad en el dinero. Los diplomas que penden en la
pared, no resuelven el problema básico de nuestra vida. El reconocimiento social, no tiene sentido
en el vacío existencial de nuestra alma. Solamente Dios puede dar significado a nuestra existencia.
Solamente un hogar edificado por Dios puede enfrentar las tempestades de la vida sin
desmoronarnos. De ahí la necesidad imperativa de madres que luchen por la salvación de los hijos.
Nadie ama más a los hijos que sus madres. Ellas son capaces de los mayores sacrificios a favor de
los hijos. Ellas son capaces de dar su vida por los hijos. Ellas están dispuestas a renunciar a
cualquier cosa para ver triunfar a sus hijos en la vida.

Abraham Lincoln afirmaba que quien tiene una madre piadosa, nunca es pobre. Él decía que todo
lo que él era en su vida se lo debía a su madre. El mayor refugio que un hijo puede encontrar en
este mundo es un hogar piadoso, un hogar que sirve a Dios y tiene como mayor objetivo en la vida
la salvación de la familia. A semejanza de Noé necesitamos, llevar a toda nuestra familia dentro del
arca. Aunque el mundo nos llame locos, sabemos que el único lugar seguro para vivir es dentro del
arca de la salvación que es Jesús. Fuera de Jesús, nuestros hijos pueden vivir en casas espléndidas
y vestir las ropas más caras, usar los carros más sofisticados, estudiar en las escuelas más
reconocidas y ostentar los diplomas más codiciados, sin embargo estarán en el epicentro de una
tempestad avasalladora.

La salvación de nuestros hijos es más urgente que cualquier otra cosa para ellos. ¿De qué nos sirve
dar todo a nuestros hijos, si los perdemos por toda la eternidad? ¿De qué sirve que nuestros hijos
ganen el mundo entero, si pierden sus almas? ¿ De qué sirve construir imperio financieros,
dejando inmensas herencias a los hijos, sino les enseñamos a amar a Dios sobre todas las cosas?
¿De qué sirve que juntemos tesoros para nuestros hijos en este mundo si ellos no pueden llevar
nada cuando partan? Dios está buscando madres que se esfuercen por encima de cualquier cosa
para ver a sus hijos salvos.
La Biblia describe con profunda riqueza la historia de Jocabed, viviendo dentro de un régimen de
opresión, en medio de Egipto. El pueblo de Dios estaba soportando una terrible esclavitud.
Obligados a trabajar bajo el látigo para construir las ciudades de sus opresores. Faraón estaba
oprimiendo al pueblo de Israel, no solo imponiéndoles trabajo forzado, sino también mandando a
matar a espada a los hijos del pueblo de Israel.

El embarazo en aquella época, no era señal de vida, sino de muerte. No era un sueño acariciado
con ternura, era una pesadilla fatírica, interrumpido por el dolor del luto. Una vez más Faraón da
un nuevo paso para atormentar al pueblo. A filo de espada, él ordena que los recién nacidos sean
lanzados a las aguas del Nilo. Los hijos de los hebreos debían alimentar a los cocodrilos. El Nilo
dejó de ser el presente de Egipto, para ser el lecho de muerte, el campo de concentración de los
hebreos, el escenario más desesperante para las familias hebreas.

En medio de ese tormento, Jocabed encuentra tiempo para soñar, para acoger en su vientre a un
niño. Ella estaba determinada de hacer de su vientre un abrigo de esperanza y no una cueva de
muerte. Ella planeó la salvación de su hijo, antes de que él naciera. Ella protegió a su hijo de los
enemigos. Ella tomó providencias meticulosas para esconder a su hijo de las manos sanguinarias
de los egipcios. Ella hizo de la salvación de su hijo, el gran proyecto de vida. Jocabed estaba en
cautiverio, viviendo bajo la opresión y el despotismo, pero aunque esclava, ella no generó un hijo
de cautiverio. Ella tomó una firme decisión: “mi hijo no será cautivo, yo no voy a entregarlo a la
muerte, yo voy hacer todo para salvar a mi hijo”.

Dios honró a aquella madre. Él siempre engrandece a aquellos que en él esperan. Dios salvó la vida
de Moisés y lo salvó en el rio de la muerte. Dios salvó a Moisés e la casa del opresor y lo preparó
en el palacio del Faraón con gran poder para quebrar el yugo pesado de la esclavitud a su pueblo.

Jocabed nos enseña que las madres no deben bajar las manos para la salvación de los hijos. Ore
por ellos. Clame a los cielos. No baje las manos hasta que Dios realice un milagro en la vida de sus
hijos. La situación puede parecer imposible, pero Dios es poderoso para hacer un milagro.

En la ciudad de Londres había una madre muy piadosa que vivía sola con su hija adolescente. Un
día la joven se presenta a su madre y le dice: “mamá yo quiero irme ahora de la casa, yo quiero
conocer el otro lado de la vida y ver lo que el mundo tiene para ofrecerme. Yo quiero tomar todos
los placeres que el mundo tiene para dar”. Su mamá afligida, con lágrimas, pidió, suplicó a su hija
para que no se fuera de casa. Mas la joven esta decidida. Su corazón estaba insensible a las
súplicas de su madre. Ningún argumento fue suficiente para sacarle de su testaruda posición.

La joven tomó algunas ropas, armó su mochila y dijo: “Me voy ahora y no vuelvo. Quiero conocer
el mundo que me espera”. La madre con el corazón quebrantado, salió detrás de ella y desde la
puerta, cuando ella ya se estaba alejando, le gritó: “hija ven aquí”. La muchacha volvió. Su madre
entonces fue al jardín de la casa arranco una rosa blanca y se la entrego en sus manos, diciendo:
“querida hija, cuando tú estés caminando por la vida, si estas desesperada, sin rumbo, sola, sin
esperanza, sin paz y sin sentido para vivir y tu veas una rosa blanca, acuérdate que tu madre esta
lejos orando por ti, clamando a los cielos por tu salvación y esperando que vuelvas a casa”.
La muchacha tomó la rosa y partió. Recorrió el camino de aventuras, anduvo por los caminos del
deseo, probó de todas las copas de los placeres humanos. Al principio la vida parecía llena de
encantos. Pero no tardó en llegar el momento de sentir un gran vacío en el alma, una profunda
insatisfacción con la propia vida. Entonces la muchacha se sumergió en lo más profundo del
pecado, ensució su vida, perdió su honra, descendió a las aguas turbias y profundas de los vicios.
Su vida se convirtió en un gran peso. La alegría se cambió en tristeza. La libertad en una cruel
esclavitud. Ahora la pobre joven ya no veía ninguna salida para su vida. Estaba en el fondo del
pozo. Su alma estaba gimiendo bajo una avasalladora opresión.

Después de comer los frutos de una irreflexiva decisión, después de descubrir que los brillos del
mundo son falsos, que los placeres del pecado son una mentira y que su vida estaba vacía y sin
sentido, ella resolvió acabar con su vida. Cierto día, aquella joven estaba sobre un puente en el rio
Támesis, en Londres, pensando en saltar al rio, para acabar con el drama de su existencia. En ese
momento un predicador caminaba sobre el mismo puente, yendo a trabajar a la Iglesia. Al pasar
delante de ella, él la invitó a la Iglesia, pero ella ríspidamente rechazó la invitación y despidió al
predicador. Él empezó a seguir su trayecto, cuando de repente, como un relámpago en su mente,
el Espíritu de Dios le toca y motiva a ofrecer una rosa blanca que traía en el traje a la joven.

El predicador entonces, nuevamente se aproximó a la joven y le dice: “muchacha, no se quien


eres, no se de dónde vienes, no se lo que haces aquí, pero Dios me está orientando a ofrecerte
esta rosa blanca. Si tú cambias de idea, yo estaré predicando en la Iglesia del frente. Estaría
encantado que estuvieses allá”. La joven tomó la rosa, recordó las palabras de su madre, la
intercesión de su madre por ella y comenzó a llorar. Cuando el predicador comenzó su sermón, la
joven entró a la Iglesia y se sentó en el último banco. En el momento de la apelación ella fue la
primera en levantarse para ir al frente. Con lágrimas de arrepentimiento, ella se arrodilló ante el
Señor, entregando su vida a Cristo.

En aquella misma semana, la joven estaba de vuelta en casa de su madre, transformada por el
poder de Dios. Dios oyó las oraciones de su madre y ella fue salva. Su madre no bajó las manos de
su clamor y ella fue rescatada de la muerte. Aquella niña estaba perdida y fue hallada. Estaba
muerta y revivió.

La Biblia nos habla de una tremenda historia ocurrida en la vida de David. Su familia y las familias
de sus 600 hombres estaban en Siclag. Los amalecitas vinieron y saquearon la ciudad, arrasando
con ímpetu aquella ciudad y quemando todo a su paso. No solamente asaltaron la ciudad y
robaron todos sus bienes, sino también se llevaron cautivos a sus mujeres, a sus hijos y a sus hijas.
Cuando David llegó con sus hombres, la ciudad estaba cubierta de cenizas y oprobio. David perdió
todos sus bienes, su familia y el apoyo de sus hombres. Todos querían apedrearlo. Todos tenían
amargura en el alma, pues no encontraron a sus familias. Ellos perdieron el equilibrio y la
capacidad de reaccionar ante la tragedia. En ese momento de desesperación, la Biblia dice que
David lloró profundamente delante de Dios. Hay momentos en los que necesitamos aprender a
llorar. No podemos luchar por la salvación de nuestros hijos con los ojos secos. David no lloró
escondido, cerrado dentro su cuarto, él lloró públicamente. Él lloró para que todo el mundo lo
viera. Quien llora esta diciendo que alguna cosa está errada. Quien llora está inconforme con la
situación. Quien llora no acepta tranquilamente el decreto de la derrota en su vida. David lloró por
sus hijos.

Pero David no solo lloró. La Biblia dice que él se reanimó en el Señor. Él no se conformó con tener
a sus hijos en manos de los enemigos. Él buscó las fuerzas en Dios. Las circunstancias eran
desesperantes. El enemigo había arrasado con su ciudad. Había saqueado sus bienes, tenían
cautivos a toda su familia y ahora estaban festejando por el gran botín que habían tomado de
David. David miraba al rededor y solo veía ruinas. La ciudad estaba destruida. Los amigos estaban
enfadados. Los recursos de la tierra estaban agotados. No había salida ante los ojos humanos.
Aquello parecía ser una causa perdida. Entonces David ora a Dios y es reanimado por el Señor su
Dios. Dios está buscando padres y madres que no oren solo por las circunstancias sino que se
atrevan a confiar en su socorro aún cuando el enemigo esté ganando.

David no se reanima no porque era fuerte, no porque el enemigo fuera débil, él no se reanima por
tener un ejército valiente a su lado, ni por tener estrategias infalibles para destruir al adversario. Él
se revigoriza a pesar de no tener recursos. Él se fortalece a pesar de su debilidad. Él se reanima
exclusivamente en Dios. El límite del hombre es una oportunidad para Dios. Cuando el hombre
llega al fin de la línea, él está próximo a un milagro. Aunque todas las soluciones de la tierra se
agoten, estamos ante una retumbante victoria venida de Dios.

David no se reanima en su fortaleza humana. Él no recurre a su valentía. Él no hace gala de sus


logros. Al contrario, él se fortalece en el Señor y cae de rodillas en la presencia de Dios
Todopoderoso. La victoria no es consecuencia de la lucha, sino de la oración. Quien ora se une al
Todopoderoso. Quien ora busca los recursos del cielo. No es por la fuerza o por poder que
triunfamos sobre nuestros enemigos, es por el poder del Espíritu de Dios. David sabía que no
podía vencer solo. Él sabía que sus hombres estaban desmoralizados y amargados
espiritualmente.

Solo Dios nos puede colocar en pie en la hora de crisis. Solo Dios puede curar los corazones
amargados y unir a los que están disgregados. Solo Dios puede hacer de un pueblo disgregado la
unión en torno a un objetivo común, la salvación de la familia. Cuando los hijos se convierten en
prisioneros del enemigo, no sirve enfrentarse los unos contra los otros. No sirve lanzar insultos al
enemigo. Esta es un arma terrible del adversario: saquear a las familias y después enfrentar los
unos contra los otros. En vez que los hombres de David se unieran para derrotar al enemigo y
tomar de vuelta a sus hijos, ellos querían apedrear a David. Muchas veces los padres en vez de
unirse en oración, pidiendo a Dios la liberación de sus hijos, entran en verdaderas batallas,
lanzando dardos envenenados uno contra otro, transfiriendo la culpa y la responsabilidad el uno al
otro por el fracaso y la derrota.

David busca a Dios cuando no había ni una puerta de salida en la tierra. Cuando los recursos del
hombre se agotan, los recursos de Dios son inagotables. Cuando las soluciones humanas llegan al
fin, Dios continúa manifestándose con salvación. Para Dios no hay imposibles. Nunca debemos
desistir, nunca debemos bajar las manos de tomar a nuestros hijos de vuelta. Jamás debemos
conformarnos en dejar a nuestros hijos en manos del enemigo. La oración de David fue específica.
“¿Dios perseguiré yo al adversario? ¿podré alcanzarlo?” En otras palabras David está diciendo:
“Dios, estoy perdiendo ante el enemigo. ¿voy a dejar las cosas como están? ¿voy a quedar pasivo
delante de esta amarga derrota? ¿voy a aceptar inmóvil el decreto de la derrota de mi vida? ¿voy a
dejar que el enemigo tome a mis hijos bajo su poder? ¿o voy a seguir Señor” Lo bueno de la
oración es que Dios responde. Él dice: “Invócame en el día de la amargura, y yo te libraré y tú me
glorificarás” (Salmo 50:15) Dios oyó la oración de David. Dios respondió al clamor de David y le
dijo: “Ve, persigue al enemigo, porque todo lo que tomó de ti, tú lo traerás de vuelta”.

Dios no promete victoria con ausencia de lucha. Dios no promete una cierta llegada con una
caminata fácil. Dios da la victoria pero nosotros debemos empuñar las armas para el combate.
David se levantó de la oración como un gigante. Él ahora tenía la promesa de Dios en sus manos.
Un hombre que toma posesión de la promesa de Dios no claudica ante los peligros, no retrocede
delante las dificultades. David parte con sus hombres no como aventurero, sino como un
campeón, sabiendo que la victoria no vendría de su destreza, sino de las manos de Dios.

David triunfó delante de sus enemigos, recuperó sus bienes, a sus mujeres, a sus hijos y a sus hijas.
El enemigo fue derrotado, despojado y avergonzado. David y sus hombres volvieron a la ciudad
trayendo todo lo que les arrebataron. David no dejó nada en manos del enemigo. No se quedaron
ni cosas pequeñas ni cosas grandes. Nuestros hijos son herencia de Dios. Ellos son hijos de la
promesa. No generamos hijos para la esclavitud. No generamos hijos para servir al mundo, ni para
ser esclavos del diablo.

No generamos hijos para muerte ni para probar el infierno. Nuestros hijos son de Dios y no
podemos descansar hasta verlos a los pies del Señor, sirviéndolo de todo corazón. No deje a sus
hijos en manos del enemigo. Llore por ellos, ore por ellos, ayune por ellos, luche por ellos, tómelos
de vuelta.

Cuando Moisés estaba demandando que el pueblo de Israel fuera sacado de la esclavitud de
Egipto. Faraón le hizo cuatro propuestas a Moisés para retener al pueblo bajo su poder. Primero
quería que el pueblo sirviera a Dios en el mismo Egipto (Ex 8:25). Hay muchas personas que
piensan que pueden servir al Señor y levantar altares a Dios en Egipto, es decir en el mundo.
Moisés rechazó tajantemente esta propuesta.

Segundo, Faraón quería que el pueblo quedara próximo a Egipto. Esto era un gran peligro, vivir
cerca a Egipto, vivir cercano al mundo, sin tener el coraje de hacer una entrega completa a Señor.

Tercero, faraón quería que los jóvenes quedaran en Egipto. Hay muchos que piensan que el lugar
de los jóvenes es disfrutar de la vida en Egipto. Muchos creen que los jóvenes tienen que conocer
la vida, aprovechando todos los placeres que el mundo ofrece. Pero Moisés rechazó la propuesta
de Faraón, mostrando que el lugar de los jóvenes es gozar de la vida en la presencia de Dios.
Finalmente Faraón quería que el pueblo saliese, pero que dejara su dinero en Egipto. Hay aquellos
que piensan que pueden servir a Dios y al dinero al mismo tiempo. Si nuestro dinero no está al
servicio de Dios, nosotros no adoramos a Dios. Es imposible servir a Dios y a las riquezas al mismo
tiempo. Moisés fue categórico diciendo que ni un clavo se quedaría en Egipto. Todo lo que ellos
eran y tenían era de Dios y estaba al servicio del Señor. Así también debemos hacer. Nuestros
bienes, nuestra vida y nuestros hijos, pertenecen a Dios. Debemos consagrarlos a Dios y jamás
bajar las manos, hasta verlos al servicio del Señor.

CAPITULO SEIS. Dios está buscando madres que se atrevan a ser guardas de las fuentes.

Peter Marshal fue un gran predicador. Él murió en 1949 cuando ejercía sus funciones como
capellán del Senado Norteamericano y Pastor de la Primera Iglesia Presbiteriana de Washington. Él
era un hombre de mente brillante, de personalidad prismática y de elocuencia angelical. En su
pequeño pero monumental libro “Guardas de fuentes”, él cuenta la historia de un personaje
misterioso, que vivía en el bosque, cerca de un pintoresco y romántico lugar. Las colinas llenas de
árboles, las aguas cristalinas que se deslizaban por cascadas, formando lagos encantadores,
regando los campos cubiertos de flores, donde los niños jugaban felices y donde los cisnes
nadaban alegremente.

En aquella villa vibraba la vida. La alegría aparecía en la sonrisa de los niños, el cantar de los
pajarillos, en los campos engalanados de mariposas multicolores y los matices poli cromáticos de
las mimosas flores. La felicidad se respiraba en aquel romántico lugar, regado por las aguas limpias
y cristalinas que decendian de los montes. Pero ¿cuál era el secreto de este lugar lleno de encanto,
belleza y vida? El que vivía en el bosque era un personaje misterioso, que trabajaba lejos de allí,
limpiando las fuentes, retirando el lodo, las hojas secas, en fin todo lo necesario para que el agua
pudiese llegar clara, pura y limpia hasta la villa.

Un día, en una reunión de la Cámara Municipal, pusieron en discusión el salario del Guarda
Fuentes. En ese momento, el contador de la Comisión de Organización dijo: “¿Por qué pagar ese
salario a un personaje romántico?, nosotros nuca lo vemos, él no es necesario en la vida de
nuestra ciudad, podemos prescindir de sus servicios y economizar el dinero de su salario”. Así
hablaron, así lo hicieron. Despidieron al “Guarda fuentes” y cambiaron su trabajo por un
receptáculo de cemento. De ese modo el guarda de las fuentes no visitó más las nacientes en el
interior sombrío de las matas, solo miró de lejos, espiando cuando era construido el receptáculo.

Cuando terminaron la obra, se llenó del agua, pero esta no parecía ser la misma. No parecía ser
tan limpia y una espuma verde empezó a flotar en la superficie estancada.

No tardó para que el lodo y las hojas podridas, el agua turbia, fueran toponeando y obstruyendo el
canal por donde el agua descendía. El lodo y el barro se fueron acumulando en la caja de concreto.
El agua que en otro tiempo era limpia, ahora llegaba a la villa podrida, enlodada y contaminada.
Comenzaron también a surgir constantes desperfectos en las delicadas máquinas de los molinos,
porque los rodamientos quedaban constantemente obstruidos por la lama del agua. Los cisnes se
retiraron fuera de la ciudad.

El agua dejó de ser una fuente de vida para ser un caudal de muerte. Las mariposas que decoraban
llenas de encanto, alojadas en las mimosas flores, ya no estaban. Los pájaros dejaron de cantar
porque se fueron a otros páramos. La villa tomó un clima de tristeza. Todo se tornó gris y triste en
aquel lugar. Finalmente una epidemia se desató y los dedos viscosos, amarillentos del dolor,
llegaron a todos los hogares, en todas las calles y paseos de la ciudad.

Inmediatamente la Cámara Municipal se reunió para evaluar la situación. Reconociendo el error


cometido. Se culparon por el equívoco que trajo consecuencias tan dañinas a la ciudad y llegaron a
la conclusión de que era preciso re contratar al “guarda fuentes”. Y así fueron a buscarlo a su
cabaña, en lo alto de las montañas, y le rogaron que volviese a su antiguo y alegre trabajo. El
aceptó muy satisfecho y comenzó hacer nuevamente sus rondas. Tan pronto él volvió a su trabajo,
la vida volvió a expandirse llena de encanto en aquella villa. Las aguas puras y limpias volvieron a
llegar, trayendo vida y salud a los niños.

Los molinos re comenzaron a girar. Los cisnes volvieron. Los pajarillos volvieron a cantar. Las
mariposas revoloteaban de nuevo, besando las vivas flores y llenando el aire de colores
deslumbrantes.

La vida, la salud y la felicidad de aquella villa, dependían del trabajo anónimo, tan vital, de aquel
personaje misterioso.

Peter Marshal cuenta esta linda historia, para decir que las madres son “guardas de las fuentes”.
Vivimos en una sociedad podrida. Las aguas que llegan dentro nuestras casas, en las aulas, en el
campo de trabajo, las cuales abastecen a nuestros hijos, son aguas turbias, lodosas y
contaminadas. El ambiente donde nuestros hijos viven, muchas veces es un ambiente
profundamente contaminado y poblado por males devastadores.

Vivimos días peligrosos, donde toda suerte de males, como el agua contaminada, envenena a
millares de personas, trayendo dolencias físicas, emocionales, morales y espirituales. La televisión,
el cine, el teatro son fuentes contaminadas que introducen suciedades en la mente de nuestros
hijos. La pornografía, la violencia, el ocultismo, las drogas y toda suerte de perversidades son
introducidas en los hogares a través de la televisión. La televisión se ha convertido en la pedagoga
de las banalidades, instructora del crimen, es la escuela del descalabro moral.

Las filosofías reinantes en este círculo, introducen a la presente generación a una ética relativa y
situacional. Los valores morales absolutos están siendo atacados desde sus cimientos. Las
columnas de nuestra sociedad están siendo bombardeadas con un arsenal pesado. El descalabro
de las costumbres se está instalando sin ningún pudor, bajo los aplausos de unos y la omisión
cobarde de otros. La familia está perdiendo sus referentes. El matrimonio dejó de ser una alianza
para ser solo un contrato común. Las personas se casan para divorciarse y se divorcian para
casarse. La infidelidad conyugal es vista como un escape a las neurosis y una necesidad
compulsiva. El sexo sin amor, el embarazo adolescente y el aborto, ya no nos dejan perplejos. La
castidad es motivo de burla en una sociedad que aplaude la degradación moral y escarnece la
virtud. El homosexualismo es visto apenas como una opción libre y un derecho inalienable. La
virtud murió. La decencia cubrió su rostro con vergüenza y se retiró del palco. La profecía de Ruy
Barbosa se está cumpliendo: “El hombre pos moderno, tiene vergüenza de ser honesto”.

En este mar de lodo, donde la juventud esta muriendo sofocada

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