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EL LAWFARE

GOLPES DE ESTADO EN NOMBRE DE LA LEY.


Como mencionamos en la introducción, el lancha- re está asomando en el Estado español,
mostrando cómo las democracias liberales que se presentar como ejemplares ante los países de
América Latina y el Caribe pueden también ser víctimas de esta novedosa subversión de la
democracia liberal que viene a demostrar, una vez más, los límites reales que los poderes fácticos
imponen a la existencia de una democracia que suponga un peligro para sus intereses de clase. Una
de las premisas de las democracias liberales es que, a diferencia de otros modelos de organización
social, la división de poderes es uno de sus principios fundacionales. Si bien esta interpretación ha
sido cuestionada por lecturas marxistas del derecho, que lo conciben como brazo ejecutor de un
poder de clase, que también se expresa en el ejecutivo y en el legislativo, con las acciones
enmarcadas en el lawfare queda todavía más en entredicho la presunta independencia judicial en las
democracias liberales.

Sin embargo, no puede obviarse que el lawfare o guerra judicial nos lleva a un terreno de debate
espinoso, en el que el analista camina sobre una cuerda floja entre la defensa de la soberanía de los
Estados, unida a la defensa de la imparcialidad, independencia y probidad de los poderes judiciales,
y la exigencia de un combate contra la corrupción y la impunidad para quienes incurran en
comportamientos potencialmente delictivos. El lawfare parece situarnos en una falsa disyuntiva
porque vincula lo segundo a la vulneración de lo primero. El combate contra la corrupción y la
impunidad, dos elementos asociados, intrínsecamente, al funcionamiento del capitalismo, no puede
convertirse en un arma política discrecional y a conveniencia de armar expedientes con cualquier
mínimo elemento con el que se pueda tirar de un hilo.
Y, si no existe este elemento, se puede llegar a inventar, como demuestran los varios casos
analizados. A los poderes en la sombra que han decidido iniciar esta estrategia de acoso y derribo
del adversario les ha importado poco la realidad o no de los delitos que se imputan. Unas máximas
que pueden convertirse en un chantaje en toda regla para los representantes públicos.
Junto a lo anterior surge otro elemento: las diferencias entre llegar al Gobierno y tomar el poder. Los
Gobiernos muestran, por tanto, la auténtica naturaleza del poder, que no reside en los parlamentos o
las casas de gobierno.
Tampoco está en oscuros despachos o en sótanos desde donde se deciden los destinos de la
humanidad de manera conspirativa. Es mucho más sencillo: los consejos de administración y sus
puertas giratorias compran, con favores, la anuencia, el silencio y la impunidad ante las acciones de
las empresas.
Pero ese poco parece que se convierte en mucho a los ojos de quienes mandan en el mundo. Uno
de los impactos no calculados, tal vez, de la aplicación del /na/ure como arma de guerra geopolítica
es el socavamiento de la democracia liberal que implica su ejercicio. Pero, como apunta el jurista
mexicano Jaime Cárdenas, «para la existencia del Estado de derecho no basta la ley, que está no
sólo debe tener un origen democrático sino debe estar orientada hacia la garantía de derechos.
Incluso en las democracias liberales procedimentales, que se jactan de ser los únicos modelos de
democracia existentes, el Estado de derecho «implica origen y ejercicio democrático del poder,
división de poderes, control de constitucionalidad, argumentación jurídica, publicidad del poder y
control severo de su arbitrariedad», pues, de lo contrario, da ley por la ley puede ser el mejor
instrumento de dominación del poder»2. Además, aplicando de manera extraterritorial y unilateral
leyes nacionales a terceros Estados o ciudadanos que quedan inermes ante tamaño ejercicio de
asimetría de poder. Como demuestra el ensañamiento con el que se ha actuado para acabar con los
liderazgos de la izquierda latinoamericana, cuando la ley no es igual para todo el mundo, se incurre
en agravios que refutan los discursos de las garantías que todo ciudadano se supone que tiene en el
marco de un Estado de derecho liberal.

El lawfare, como parte de la guerra híbrida, es una más de las maneras en que el
capitalismo apuntala su dominio a escala planetaria en este siglo XXI, impidiendo el desarrollo de
alternativas reformistas o revolucionarias que supongan un desafío a su hegemonía, y no es casual
que se haya ensayado allá donde percibe que hay mayor debilidad institucional, pero también mayor
resistencia social, América Latina y el Caribe. Lo importante, en todo caso, es tener claro que, sea
por vía de un golpismo sofisticado en forma de lau› are, sea por vía de un golpe de Estado
tradicional o por vía de un golpe de Estado blando, sea por la vía que sea, estos son los auténticos
límites de la democracia en el capitalismo, más todavía para los pueblos de la periferia del sistema,
y, quien no quiera verlo, puede seguir engañado.

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