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Stella Díaz Varín

Razón de mi ser (1)

Morales Ramos, editor

Agustinas, 1627, Santiago

1949
(1) La primera edición de Razón de mi ser fue realizada en Santiago de Chile en diciembre de
1949 por Morales Ramos editor, en un tiraje de 1000 ejemplares. No hay reediciones
posteriores.

A mi madre.
A mi padre.

Razón de mi ser ( 2)

De la mujer que desparramó las larvas milenarias


De sus pechos en el dintel del tiempo;
De la mujer que se envolvió a sí misma
Dentro de una madrépora en su mundo de algas
Y desanduvo todos los caminos para encontrar sus
ansias
Y lanzó su agonía decisiva junto con las estrellas…

De la mujer que amaba las palomas en éxtasis de


virgen,
Y amamantaba lirios por la noche con su pezón
dormido;
De la mujer que supo antes que Dios del clavo y del
silicio.

De ella, la tentadora de la muerte durante ocho siglos,


La que en sus manos tienen dos trigales y en sus sienes
de niña
Una rama florecida de lágrimas,
De ella la novia que tendió sus velos por sobre los
abismos
De ella la vencedora, la cercana,
De esa mujer soy hija.
(2) Este poema fue publicado en la primera edición del libro sin el título. Asumimos,
guiándonos por el índice que corresponde al poema “Razón de mi ser”.
Excecración de la materia

Crujiente, errante en medio del camino,


Con la cruz abatida de mis brazos
Caídos del altar de mi costado.
Sola y herida en medio del camino,
Como un roble azotado en la tormenta,
Sin la primera posesión del agua,
Sin el último beso de la espera.

Sola, como en el páramo,


Con la quietud de quien nada desea,
Sin la inquietud de tu primer quejido,
Viendo de las entrañas de los cardos
Salir palomas, penetrar distancias;
Viendo la cabalgata silenciosa,
Fantasmal de las garzas emigrantes.

Cómo se desperezan mis serpientes,


Ay, mi selva interior, cómo se llama.

Quiero, aunque herida y azotada y breve,


Un descanso de flores en la cripta
Sin el último hedor de una osamenta
Y con la fuente abierta
A de espíritu.

Basta de la materia sin estirpe


Que el ídolo de oro, siempre es barro.
Nunca produjo en mí, llanto de histeria
Profundo anhelo ni emoción profunda.
Quiero quedarme así, como fui siempre,
Con el delirio de alcanzar la Hostia,
Sin la profundidad de mis cavernas
Por lo tanto, sin ruidos y sin voces.

Sin la profanación de la mirada


Que horada vientres desde la distancia.
¿Es que tiene sus límites la idea
Y el ansia puede conquistar el ansia?

Quiero dejarme estar, aunque me azote


La tempestad de tus orgías, cuántas,
Ya no me recuerdo cuántas veces fuiste
El despreciado espectro del deseo
En mi sueño, en mis ojos, en mis manos.

Ahora, ya no temo.
Tengo de bronce puro mis colinas, y el alma,
Con su túnel de misterios donde podría cobijarse tanto
Se me ha ido esta noche, al presentirte.

Por último, la roca ¿no es feliz


En su engranaje solitario y verde,
No la acarician las espumas pálidas
Con su lengua infernal de sal y hierro?
Y ella, ¿no está llorando sabias lágrimas?
¿Alguien la ha visto darse a las espumas?
Nadie

Del pecado su símbolo

Amor,
Yo he mancillado las entrañas del árbol.
Las golondrinas volaron del alero
Hacia extraños veranos.
Amor,
No repitas la plegaria del árbol
Ni me digas amante

El silencio del agua, desde el límite


De tu absurda presencia,
Desparramó la ausencia de mis huecas palabras.

Maldigo entre las sombras, el espejo


Que copia de mi boca su mueca descarnada,
Y el polvo de mis huesos se mece en sus trigales
Y de insomnio, ríe el alma.

Si he mancillado el árbol en su efigie


Y bebo del licor de la amapola en su cráneo de mieles,
Si he hundido mi violento meditar inaudito.
En el cielo de brumas que me cubre las sienes,
Si el huerto se estremece de mi propio cadáver,
Si el fuego me circunda,
Si he bebido el veneno de mi celeste arteria,
qué podría ofrecerte?

Después que fui contigo junto al Apocalipsis,


Se trastocó de hieles mi copa rebosante,
Y después el andar, y el andar y después
La muerte con su muerte.
No. Ya no podría serte.
¿No ves que la muralla, y el abismo y la hoguera
Me separan del alma?

Amor, no repitas la plegaria del árbol


Que me quema los ojos una lágrima tuya
Y he de vencer la absurda fortaleza del llanto.

Amor,
No repitas la plegaria del árbol
Ni me digas amante.

Somnolencia inaudita
Yo digo
La llaga del tiempo es profunda,
Que cada apertura de las horas
En que suena el derrumbe de los cálices
Es desolación para el espíritu
Mas, no interpretes a tu sexo
Como el desentenderte de la imagen,
No pretendas buscarme en la redoma de mi sed interior;
Has de saber
Que el sacrificio de mi mundo triangular,
Motivó la ira de los hombres,
Mas, lo dioses bendijeron mi osadía.

Ya lo sé que pulsaba mi lira en tus rodillas


Y ardí de soles en tu boca,
Y no fui feliz.
En la estructura gris de tus milenios
No existió la remota eucaristía,
Ni el soberbio impulso de tu mano
Radicaba mi dicha.

Anduve y fui a mis reinos interiores


Para verificar mi pensamiento.
Mi planta, en el sarmiento y en la roca,
Y en el pezón oscuro de la sombra
Fue dormido,
Y tú, ibas tras de mí siguiéndome
Y yo oía desde mí que me llamabas,
Y sentía el cantar de las espigas en el campo del sol,
Meciendo pájaros.
Mas, ti ibas con tus lobos tras mu huella
Mordiéndome en las sienes tus deseos
Torvos, en el espasmo de tu sangre.
¿Sabes cuánto duró mi marcha al caos?
Hasta el dominio de las madreselvas.

Mis pies de bailarina


De tanto torturarse no sangraban,
Y una visión de la región del sueño
Envolvía mis tules amarillos.

¡Cómo deben dolerme las ojeras en la vigilia azul!


Tanto quedarme a solas me hace daño,
Tanto sentirme mía ya no siento.
Suma benevolencia de los cielos
El poder empaparme de rocío,
Suave puñal de sabio sacrificio,
Lacerante estilete mi agonía presunta.

Cómo deseo, hermano,


Tu estadía en mi hora suprema,
La joya zodiacal de tu mirada
Sobre la tierra blanca de mi seno,
Cómo deseo el tacto de tu palma
Cuando suene el derrumbe de mi cáliz.

De la sonora eternidad del níquel,


Llega la vibración de mi silencio;
Yo estoy conmigo,
Y me recuesto en ella.
Corazón anclado
Cómo saber sí, después de la respuesta.
De todas las respuesta que abarcan el sentido,
Cómo es posible entonces el sonido del alba
Y la estrella multánime bajo mi cabellera.
Podría sustraerse la mirada a la incógnita
El perfume a la brisa, la paloma al arrullo?
Me dirás que no pienso en emociones profundas,
Me dirás que no pienso en emociones profundas,
Me dirás lo que digo; que desde los comienzos
Del fin, ha sido errante
La maldición del hombre sobre los crucifijos.

Crees que lo profundo se halla sólo en la roca?


No es profunda la ausencia de una alondra a su nido?
Dímelo tú, que tienes por cristal un océano
Y un galeote dormido sobre tus ojos muertos.
El rubí diluido de los mares inciertos,
Con su plasma sanguíneo,
Con sus brazos nervudos como los de un marinero;
El mar; en su deleite de coger mariposas,
En su entraña de cripta de ignoradas noctilucas,
Con su terrible espasmo de asesino despierto,
Con sus manos de cómplice, porque, ¿acaso no crees
Que la tierra le envía las almas secuestradas?
Hordas de golondrinas atadas de las alas
Para el deleite mágico de sus mil torbellinos,
Tristes eunucos muertos para sus bacanales;
Para ellos, en las verdes orgías de los mares
Está escrito el comienzo, y es el fin un misterio.

Tuve una vez un barco, galeote pirata,


Sus mástiles, bordados de inválidas gaviotas
Tatuajes de os tiempos, del destino, del aire,
Era el ancla, mi grande corazón de luciérnaga,
Y el galeote anclado, -mi vida en mar afuera-,
Se hundió junto a mis playas como yo solitarias
Con sus tatuajes blancos.
Lentas fueron volándose todas las gaviotas,
Sólo quedó una pluma dormitando en el mástil.
Y era el venero oscuro de su cuerpo, una duda,
Y era corcel de abejas cautivadas y tristes,
Y era una sola nota sobre su cuerpo de algas,
Y era el tálamo frío de mis noches inciertas.
Era un corcel de espuma deambulando inconsciente,
Porque nunca su arribo fue una costa segura,
Era un corcel de espuma deambulando inconsciente,
Así, inconscientemente como se duerme un niño.

Me dirás lo que digo. De tu ironía, siempre


Retendré su sonido que se esconde en la tierra:
-que el morir corresponde y el vivir desintegra-.
Pero si yo dijera de hoy en adelante
De mis viajes fantasmas en mi barco pirata,
Y en mi vieja bitácora de marinero rubio
Atrapara tu estrella rutilante de sales,
Duradera en tus sienes, gemebunda en mis labios
No me dirás nada, pirata en tierra firme,
Yo sí, diría mucho de tus viajes de invierno.
Origen de la soledad

Cómo es que pretendes poseer mi pensamiento


Y mi mirada de estremecida fiera,
Cómo es que pretendes poseer mi soledad
A través de la raquítica arquitectura del sonido,
Cómo es que pretendes encontrar el origen
De mi violento mandato, más allá
De la séptima agonía de tu pecho.

Soy y seré después de los advenimientos


Y de las cicatrices imborrables de tus párpados.
Ay, noche, a ti te digo de mis estertores,
Desparrama tu pomo de fragancias.

Aunque de opacos soles vengan tu reinado de aguas


Y los peces invadan mi velamen,
Yo te diré del purificado peregrino
Y de la hondura de su lágrima.

Desde la cripta donde habita el ansia


Te hablaré de mi noche y de sus astros,
Del vasallajes estéril de los dioses,
Y de la inútil senectud del alma.

Dices que presentías mi vertiente


Cuando aún no venía,
Del remoto cataclismo de amapolas,
Que era grande la dicha de saberme
Y era honda amargura mi llegada,
O te diré, después del primer y último
Titilar de la lágrima,
Que es inmensa amargura el no tenerme

No quieras que me encuentre


En el confuso panorama de algas,
Ni busques en la cuenca de las olas
Mi escondida palabra.
Yo estaré lejos, lejos, solamente
Donde la luz no hiera mi pupila de estaque;
Estaré lejos, lejos, lejos, lejos,
Mis dedos convertidos en puñales
Hurgando en los cabellos de una virgen
-raíz semi escondida de la llama-
Mis propias actitudes.

Amada infiel, mi soledad, ¿me dejas?


Vuelve a la noche. Espera, calla.
Es que quiero adorarte.

Advenimiento

Una cruz dibujada con perfiles de sombra


Está mi cabellera ligeramente absorta
Cubriéndole el estiércol a los ojos del mundo.
Está mi arquitectura de raíces informes
Ahuyentando a los cuervos, dominando el silencio
Y esperando su hora.
Ay, hombre de los ojos y de las manos raras,
Me gusta tu demencia más que tus reflexiones.
Dime que soy la hembra de un búho alucinado,
Que de contar estrellas dormidas, quedó ciego.

¿Qué quieres de mi pobre manantial escurrido?


¿qué quieres, si ya sabes repetir mi palabra?
Un gesto de mi mano sabe cantar tu angustia;
Un gesto de mis labios, sabe domar tus ansias.

Hombre de las inquietas pupilas de aceituna,


Capitán de las rojas carabelas del alba,
Sabes que el Alfarero me hizo triste, ¿qué quieres?
Yo no sabía entonces que iba a tener un alma.

Llegó una luna roja con sus ojos hundidos


A besar a los cardos.
Murió un cuervo esa noche,
Y empezó mi jornada.
Ya ves, que de repente puedes contar las larvas
Que beben en la cuenca vacía de tus ojos.

Llegó una luna roja con sus ojos hundidos


A fabricar los peces.

Yo estaba en ese instante en la madera. El leño


Crepitaba de rabia porque estaba conmigo,
Yo estaba en la madera,
Y era el leño mi amante.
El Alfarero vino, tomó un trozo de fuego
Y modeló mi entraña,
Después, apasionada y silenciosamente
Dibujó mi sonrisa,
Que es esta mueca absurda que me forma la cara.

¿Qué quieres, pues?


Ya estoy como yo lo quería…
Ah, me olvidaba, ¿sabes?
de la primera nota de la flauta del viento
fue modelada mi alma.

Inmanencia del mar y del amor

En aludes de níveas claridades lunares


Desparramadas al ritmo de sonoras
Lentejuelas vibrantes como carne viviente.
Como si transportada por millares de cisnes
Hacia mansiones de hadas hechiceros o príncipes.
Como si me encontrara enredada a la eterna
Sabiduría laica de tus labios paganos.
En lo etéreo y volátil, en lo sutil y fuerte,
En el claro de la luna que deja tu presencia
Y en el aroma tibio, voluptuoso, enervante,
De tu continente cuajado de auroras,
Y en la sinfonía de una cabalgata
Nacarada y sonora de mil garzas blancas.
Me encuentro colmada, deliciosamente,
Con mi frente tallada en obelisco de oro,
Con mi cabellera cubriendo tu cielo
Y tus vibraciones sabiéndolas mías.
Y la sinfonía de la cabalgata
Por la orilla plateada y crujiente
Donde besan las olas mis huellas dejadas,
Donde en montículo de nieve, talladas
Están mis sagradas formas de náyade,
Donde a la vorágine de tu amor sin órbita
Esquivaron mis labios tu beso pagano.

Me siento embriagada de carne de luna,


De sales marinas, de tus tibias manos,
Con mis senos que son puros como el cielo
Y provocan a los mares y a tus manos.

Me siento embriagada, vibrante, sonora,


Como si mi cuerpo de sacerdotisa
Tuvieran broncíneos cordones y alas,
Porque estoy ligera como golondrina,
Fuerte como océano, débil como el lama.

Porque he renacido junto a tu caricia,


Y en esplendorosa quietud de palabras
He vivido un mundo perdiéndome toda
Como estrella raptada bajo el manto azabache.

He vivido un mundo pletórico de rimas


Por sobre una mole de sangre amapola,
Por sobre las ruinas de tu poderío,
Por sobre tu anhelo, por sobre tu instinto.
Y he quedado como formando parte
De la roca impasible a tu lamento,
Del millar de garzas en sonora cabalgata,
Del cielo en sus augurios de tormenta.
De ti, de tu razón y de tu sangre.

Desolación y vínculo

Un esqueleto se ha sentado en mis pupilas


Y me oprime las sienes.
Tiene dos cinerarias en sus cuencas vacías
Y entre sus dientes me está mordiendo el alma.

Yo, que era la misma muerte,


Y fui yo quien decreté mi angustia
Sobre la enredadera de mi sangre;
Fui yo quien horadó la roca durante tanto tiempo,
Para cavar mi fosa…y ahora,
He aquí mis dedos, deshilachados tentáculos,
Raíz de cardo muerto.
He aquí sobre mis ojos, otros ojos
Mirando la vacía, la ausente risa tuya,
He aquí mi pezón florecido como almendro dulce,
He aquí mi actitud, mi modo de beberlo.

La noche, se tendió en sus cerrazones


Y el único latido es de mis sienes.
Una bandada negra me escureció los párpados
Y me tejió el silencio.
Como una campanada se retuercen tus pasos,
Cómo me están mintiendo,
Me pregunto si vienen caminando tus piernas
Y sólo está el silencio.

Ah, como los olores no hacen ruido


Murió mi cabellera,
Y olor es a incienso, a moho, a azufre,
Nauseabundo olor a flores secas,
A sal quemada,
A crisantemos haciéndose el amor,
Olor a huesos calcinados,
A diluida nieve hecha cenizas,
Olor a novia, a mar, olor a muertos.

Hermano mío, ven, está llorando


En nuestro cuarto oscuro una página en blanco.
Ven antes que el maldito esqueleto me quebrante las sienes.

Sus ojos cinerarios son tan pálidos,


Que mi alma está riendo entre sus dientes,
Y ahora quiere penetrar en mí
Para saber qué pienso, para decir después:
Ah, tú, la indómita, rebelde bestia,
Danza, mientras recuerdo
Cómo era el antiguo color de tus pupilas,
Danza al son de mi música de huesos
Y dame tu corazón, íntegramente
Así intacto, para morder su hueco y escupir sus semillas
Y morirán los trigos y nacerán tristezas;
Porque tú no has de ser
La que me dé del vientre su cosecha de almendras,
Ni tú la de las manos en actitud de virgen,
Ni tú la del misterio de los amaneceres,
Porque a cada mirada de la noche, te esfumas,
Y apareces a cada mirada de la noche.

Mariposa nocturna, dame tu cabellera,


Dame tu corazón, tu incertidumbre, dame,
Dame tu cabellera.

Hermano mío.
En el dintel del huerto de mi angustia,
Hace miles de años que se murió en tus manos
Mi corazón.
La sublime ternura

Palomares desiertos, son tus dedos de niña,


La rosa de los vientos engarzada a tu pelo,
En ti ha estado el secreto de todos los perfumes
Y el naufragio severo de un alma acongojada
Te llevó a un paraíso de rojos caracoles.

No me reproches, niña, niña no llores flores,


Porque de húmedas flores tengo el lecho adornado,
No me hiera el silencio de tu mirada triste,
Ni me amarguen tus voces de resonante ausencia.

Quiéreme si no tengo la perfecta armonía,


De un conjunto de cuerdas discerniendo compases.
Urdiré en los ramajes serenidad de estío,
Mariposa nocturna mi larga somnolencia
Cuidará que no llores, cuidará que te duermas,
Pues siquiera en el sueño puedo sentirte mía,
Ya que nunca estuviste dentro de mis entrañas.

Me quedaré extasiada mirando las pestañas


Que ocultan la distancia de tus ojos azules,
Niña, no me sonrías cuando te duermas, ¿quieres?
No me respondes nada, niña, cuando despiertes.

Canto al cisne de acero y a los mares glaucos

Mares de carne glauca,


Ábrenme mis impuros y amoratados goznes.
Cómo subsana mi alma su blanda circunstancia
Y evoca la pradera la bondad de mis huecos.
Mares de carne glauca,
Cómo me sienten irme con ardor de distancia
Y cómo me reprochan por mi huida imprevista,
Del cabello me arrastran a sus senos inciertos,
Y arrancaron frenéticos mis pezones dormidos.

Mares de carne glauca,


No están abandonados porque cabalgo en ellos,
En cisnes acerados con plumaje de espuma,
Y es azul la montaña cuando la miro al alba,
Y es azul la mirada prendida en una lágrima,
Y yo estoy con la luna que es azul en el agua,
Con la dulce mirada, que es azul en mi seno,
Y estoy mirando absorta la montaña azulada.

Mares de carne glauca,


Como me duele irme,
Pero me espera ansiosa mi ciudad de fantasmas
Con grandes ojos tristes, como tu carne glauca,
Con senderos azules y actitudes crispadas,
Con sonrisas de selva sobre cruces heladas.
Pero aún no diviso las torres gigantescas,
No sale a recibirme su séquito de estrellas
Ni campanas azules anuncian mi llegada.

Mares de carne glauca,


Que se acorten las millas que el cielo me apartan.
Que no llore su llanto de lascivia la etérea,
Ni la esclava de bronce con la espalda llagada;
Déjame en una isla de abejas rumorosas,
Que es mi mayor deleite sentir rumor de alas,
Deja caer el ancla sobre mi pecho blanco
Y atraviesa mi entraña con tus mohosas anclas,
Déjame en una isla de guitarras y liras
Que aunque me dejes muerta, ya sabré yo pulsarlas.
Mares de carne glauca,
Cómo me duele irme,
Pero aunque mi espíritu se humedezca de llanto,
Quiero que me abandones en playa desolada.
Yo guiaré el esquife con mano de fantasma,
Yo cantaré en la noche para romper la calma;
Quebraré los sonidos de los rayos de luna
Y aunque esté atravesada por la herrumbre del ancla,
Me cimbraré en el viento coladora y extraña,
Palpitaré en tu seno como en tu carne glauca,
Y adquiriendo reflejos de tu azul marejada
Volveré a ser la misma golondrina huidora
Cobijada en su alero por temor a la helada.

Mares de carne glauca


Siento el cordaje ronco de las rojas guitarras
Y del cisne de acero que acorta las distancias.
Desperázanse pájaros blancos que son de espumas
En tus brazos viscosos, entre tus manos de agua.
Siento de las esclavas su alarido de llanto
Y veo sus llagadas espaldas cómo sangran
Y zumban las abejas y aletean las jarcias.
Mares de carne glauca,
Ya vienen las estrellas…
Y repican a gloria las azules campanas,
De ha detenido todo,
Se ha suicidado mi alma…
De la prematura muerte

Ella dice:
¿Cómo es el amor? ¿Quién lo pretende?
El tiempo es tan efímero
Y estás llorando por lo imaginario.
Es fácil el dolor, la alegría, la duda,
Y llorar de rodillas;
No es el querer morirse caminando
Para no regresar después de nada.
En mis manos abiertas,
Ha nacido mi querida amargura,
Y tus ojos severos, están muertos
Detrás de mis umbrales.
Nada tengo de ti, nada ha quedado.

Las prematuras muertes no nos unen,


No tuvimos jamás en el silencio,
Ni con el tiempo, y es que nunca estuvimos.

Vivimos deambulando como perros, de noche


Como se van y emigran de sus fosas
Los esqueletos vivos,
Y estamos al nivel del horizonte
Pretendiendo la altura,
Y estamos en la bruma
Y sus guitarras de mordaces sonidos;
Y en las ciudadelas verticales,
Y en la amapola blanca y en el rictus.

Para qué desprenderse de la capellada estirpe


Si nada se desprende de nosotros:
Tu voz está impregnada de mis voces,
Tus ojos, de mi última mirada.

Cómo puedes decir que se ha perdido


Lo que tú no me has dado.
Estamos en la noche,
Merodeando la duda,
Con miedo de saber
Qué nos espera detrás de horizonte. Sonriamos…
Biografía del árbol

Corre el río metálico con sus bocas y sus ojos y sus cabellos
Y sus recovecos.
Corre y lega dormido, perfumado de tierra,
Cae una hoja, desde lo más alto del copón florido
Y el milagro nace.

Desde tus interiores, desde tus interiores pensamientos,


Desde tus uñas, desde tus guijarros,
Desde el fondo ignorado de tus poros,
Miro mis ojos, y estoy
Como alguien que recién llegara
Con un escarabajo como antorcha, desde el alumbramiento,
Como el metal dormido después del arrebato,
Como una puerta, enamorada de sus goznes.
Siento que el corazón me huye igual que un pájaro;
Y que no es sangre la de mi fuente torturada
Por el badajo triste de un trozo de madera.
Siento que el corazón me huye y no regresa.
Me quedo. Como quien se despoja del vientre
Y espera un niño rubio.

Las vegetales voces, me traían


El último parpadear de tu estrecho cerebro de madera,
Y era el continuo viaje de sus extraños jugos
Desde la cima de hojas móviles
Hasta el ombligo de mi cráneo.
Recorrían mis brazos de corteza tus labios.
Mientras las oprimidas raíces lamentaban su encarnecida
muerte,
Yo esperaba mi muerte, y entonces
Las inmensas boqueteras de la noche me llevaban el sueño.
Era tu nacimiento…

Yo sé que soy igual. Y es que en ti me he quedado


Como aquel nido triste de golondrinas muertas
Que habita en el hueco donde aún no crecía tu corazón.
Era tu nacimiento.

Desde lejos, el hombre


Que venía por contemplar el parto,
Te encontró canturreando, meciendo primaveras.- ¿Y yo?
Qué hacían mis cabellos sirviendo de raíces,
Nunca pensaste que cada filamento de mis sienes
Paría un escorpión?
Aunque ya no camino dentro de los zapatos en busca de la
noche,
Y aunque no tengo vértebras donde me aguijoneen
Las agujas del vino y del tabaco,
Aunque mis manos cambien su ritual,
Sabré de tu conciencia torturada,
Y tendrás siempre un llanto que contar,
Y serás una leve semilla
Que escupirá el más sucio de mis poros.
Porque el hombre que vino a ver su niño rubio
Me encontró con el vientre latiendo en su osamenta.
Porque estaré riendo dentro de tu cerebro de madera
Como la más maligna de las cosas,
Y estaré organizando, entre madreselvas,
Entre escamas de peces escogidos,
Entre las maderas, con mis escorpiones
La soberbia lucha de los bosques,
Y serás tan sórdido
Como cuando me iban consumiendo por la húmeda lepra,
Y le diré al sepulturero y al leñador:
-Ve, ahí tenéis la carne cotidiana para vuestro hambre-
Y usarán sus uñas para arrancar mi última mirada de tu
vientre.

El agua abierta en dos que estás mirando, no es el agua,


Es la hija del agua.
Ah, el desintegrarse.
Yo no sé si estoy aún en ti
O en el trozo de pan que se comió el mendigo.
Llamaré al leñador o a mi sepulturero para saber de mí.
¿Dónde estoy?
Esta mañana hacía mucho frío
Y parece que he ardido en la chimenea de un burgués.
¿Dónde estoy?
He heredado las mismas cosas mías, mi palabra, la posesión
del tiempo,
La azulada maraña de mi sangre,
Sólo que los tendones se me han puesto tan rígidos como
raíces muertas.

Antes que renaciera convertida en las verdes espirales, era


más razonable.
Por ejemplo,
Comprendía el orín de los perros invadiéndolo todo.
Ahora que lo siento,
Creo que es menos triste nacer cardo…

Donde estoy,
Me gustaría mucho visitar los lugares antiguos,
Conversar con los hombres en las tabernas grises,
Donde el agua es poseída por la sangre.
Habría, por supuesto, un marinero rudo que me haría callar.
Bastaría uno solo de sus gestos,
El golpear de sus dedos tatuados sobre mi carne sucia
maldiciéndome.
¿Sientes cómo ha crujido la madera?
Si parece que llora.
Antes, cuando ambulaba dentro de los zapatos,
Era más razonable y era feliz.
Tenía una cachimba de coral
Y dos ojeras de basalto negro.
Ahora,
El no saber dónde estoy, me pone triste,
Porque pienso por las alas de cualquier cuervo,
Por las astillas de los crucifijos,
Por el cajón de uno que ha muerto de lujuria,
Por el bastón de un ciego,
O voy a la agonía junto a una pierna huérfana…
Porque llegó la noche de los vaticinios
Y porque vino el desamor,
Corrió el hombre a la búsqueda de pequeñas cavernas
Donde invadirse de soledades.

Yo sé lo que es rondar los cementerios


En búsqueda de una anémona virgen,
Y trepar por las cruces adheridas al viento
Y desmenuzar huesos con el espanto pendiendo del filo de
las uñas.
No me podréis hablar de túmulos
O cicatrices renovadas.
Estoy bebiendo el polen de las mariposas muertas en mi vaso
de vino
Para olvidar que vivo de recuerdos.

Estoy regresando de uno de mis últimos viajes.


¿Desde cuándo existo?
Debió haberme crecido otro cabello, pero no.
Son los mismos.
Ven tú, el último de mis espectros ven, tú el último.
Ya que puedes mirar desde tus interiores lo que dice mi voz
Ven a palpar la extraña flor de hueso que me ha nacido
En medio de la espalda.
Hubo una lluvia pálida de esqueletos indecisos y
He aquí una flor de hueso…

Ah, pero aún no he llegado.


Tengo una fría sensación de llanto en las pupilas
Y mis manos aún desdibujadas no te pertenecen.
Puedes mirarte, es cierto,
En el trozo de agua que hay donde debiera estar mi corazón
Si, puedes mirarte.
Espera.
¿Cómo sabes si a la noche llego
En la primera muerte de una hoja?

Nada de estadías inútiles y abreviadas cuando comience a


ser.
No quiero la mirada con perspectivas de color
Ni mi garganta con sabor a salmuera.
Me basta una pequeña paloma con dos párpados
Para mirar volando y así poder ver
Desde todos los ángulos del tiempo.

Ah, si pudiera decirte que me duele la imagen de tu sombra,


Cuando comienzan a evadirse de sus cuencas los astros
enemigos.
Aunque de bruces, aunque de rodillas,
Encaramada a la humedad del día
Y no te encuentro. ¿Dónde estás?
Te me has perdido extraño ser y no te encuentro.

Yo sé que puedo ir hacia tu voz,


Hacia tus olores efímeros,
Hacia tus emanaciones de dormido sándalo
Y no lo quiero,
Me basta remecer la cabellera para beberte, y cuánto,
Desde tu desolado pensamiento,
Hasta el apetecido líquido de tu última vértebra.

No, no quiero ir hacia ti. ¿Para qué?


Has estado amedrentando mis inviernos con tu perfil
Y tus extrañas primaveras. ¿Y yo?
Recién, recién he regresado…

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