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Solo hay evidencias de pintura blanca en algunos recintos, pero nada comparable a la

policromía de Huaca de la Luna. Sobresale la presencia de grandes tinajas de cerámica


asociadas a fogones y cocinas, que reflejan actividades festivas. Ello nos lleva a postular que
fue un edificio de carácter más bien cívico antes que ceremonial.

Al interior de los espacios residenciales se mantuvo el mismo patrón y se usaron pasadizos y


corredores menores. El dato arqueológico recuperado al interior de cada ambiente, y su
posterior correlación con las áreas adyacentes, nos ha permitido determinar las diferentes
funciones de orden doméstico, ceremonial y de talleres de producción en cada espacio.

Los talleres de producción son altamente relevantes. Con el inicio de las excavaciones en el
núcleo urbano, se fueron documentando paulatinamente sectores de producción de cerámica
fina y cerámica doméstica, áreas de preparación de chicha, y espacios de manufactura de
ornamentos corporales y de trabajos en piedra. De igual forma, se determinaron sectores que
posiblemente sirvieron para la fabricación y el almacenamiento del material textil y áreas
relacionadas con la producción de objetos de metal. Los talleres, al igual que las estructuras
con otras funciones como la simple vivienda, contenían espacios dedicados a las actividades
domésticas, como cocinas, depósitos, lugares de descanso, habitaciones con banquetas a
manera de camas, y lugares de socialización y encuentro para realizar festines y celebraciones,
con patios sin techo rodeados de banquetas a diferente altura. Hay viviendas con evidencias
de fabricación y consumo de chicha; en la mayoría de ellas se ha documentado el consumo de
camélidos y un uso menor de moluscos, peces y aves. Los cérvidos desaparecen de la dieta
alimenticia.

La pérdida del poder de la élite religiosa permitió el desarrollo del poder de los líderes civiles.
Huaca del Sol fue solo una residencia de élite durante los años en que el templo viejo de Huaca
de la Luna era el centro del poder, pero, unos 500 años después, cuando el templo nuevo
estaba en funcionamiento, se transformó en el edificio público más imponente del periodo
final moche. A decir de algunas evidencias, podría haber funcionado como un palacio. En todo
caso, lo más importante es que se han recuperado objetos manufacturados provenientes de
territorios lejanos a la costa norte, que denotan una apertura de la sociedad moche a
influencias de otras sociedades. Ejemplo de ello son objetos procedentes de la costa central (o
que son copias de ellos) y de la sierra de Cajamarca.

Esta presencia de objetos foráneos, por primera vez registrados en Huacas de Moche, nos
señala que el nuevo poder de las élites locales se basaba en el flujo de intercambio de
productos, que, como se sabe, viene acompañado de otro tipo de influencias, para lo cual se
tuvieron que forjar nuevas alianzas. Las pruebas iniciales de estos eventos, que coinciden con
el fin de los moches, son dos tumbas encontradas en el extremo sur de Huaca del Sol (sección
4). La primera es la tumba de una mujer, acompañada con ofrendas de cerámica hechas de
caolín, unas traídas de Cajamarca, y otras producidas en la costa. Interpretamos esta presencia
como el reflejo de alianzas matrimoniales exogámicas. Si bien eran conocidas en la época
moche, se circunscribían a mujeres de la costa provenientes de otros valles dentro del
territorio mochica. No existían evidencias de este tipo de alianzas sociales con poblaciones
foráneas.

La segunda es una tumba lamentablemente alterada durante la construcción de la tumba


anterior. Entre los materiales recuperados tiene especial importancia un ceramio que marca la
transición entre los estilos Moche IV y V, el último totalmente ausente en Huacas de Moche
hasta que se produjo este hallazgo en 2014. Su presencia refuerza la propuesta de que durante
este periodo se fortalecieron los mecanismos de interrelación entre los diferentes grupos
mochicas asentados en los diferentes valles, aunque no sabemos todavía a qué nivel.
Dos personajes antropomorfos, con cuerpo globular, parados mirándose frente a frente

Vasijas estilo Moche IV-V: 19,8 cm de alto y 13,9 cm de diámetro mayor. Huaca del Sol

Se trata de una botella de gollete ligeramente cónico, con asa lateral tubular, cuerpo globular y
base anular. La pieza tiene una decoración principal en el cuerpo de la vasija y el gollete tiene
diseños en rojo sobre blanco-crema. La iconografía principal consiste en dos personajes
antropomorfos parados mirándose frente a frente, ambos con el brazo derecho ligeramente
entendido hacia adelante, uno con la mano y el dedo índice señalando hacia abajo y el otro
con la mano señalando hacia arriba.

Los personajes tienen cuerpo circular decorados con líneas verticales y horizontales que
forman cuadros con puntos y rematan en triángulos. De la parte frontal del cuerpo salen dos
cintas, y en la espalda presentan una capa con diseños de puntos y líneas verticales y
horizontales que forman cuadros y rematan en la parte inferior con triángulos invertidos
alineados de manera horizontal.

Sobre la cabeza presentan un tocado y un penacho en forma de media luna con círculos, líneas
verticales y plumas. Dos largos apéndices a manera de lazos salen de la nuca. Muestran pintura
facial, orejeras y una nariguera, atributos de los personajes moches.

EL ALTAR DEL SEGUNDO EDIFICIO

El altar del Edificio 2 se ubica en la parte sur del recinto de la segunda terraza, en el espacio
más alto del templo, y por tanto ha sido el más afectado por el paso del tiempo. Aquí se
construyó una banqueta en forma de “U” que ocupa todo el ancho del recinto, cada lado con
su propia rampa de acceso. Sobre el lado sur de la banqueta sur se construyó el nuevo altar,
cuyos muros laterales miden 1,26 m de largo, tienen una altura de 0,53 m y están escalonados
en el lado norte. Del mismo modo posee un murete como un posible asiento.

La banqueta del lado este del altar tiene 4,46 m de largo, 3,37 m de ancho y 0,41 m de altura.
En la parte sur de la banqueta existen dos pilares de forma rectangular y de dimensiones
diferentes, enlucidos y pintados de blanco, que pudieron formar parte del soporte de una
techumbre que protegía el altar. Los paramentos norte y oeste estuvieron pintados, y hasta
hoy se ha conservado un conjunto de tres panoplias constituidas por una porra, un escudo y
calzones o pañetes, los símbolos predominantes de los guerreros mochicas. En las paredes de
la rampa empotrada que brindan acceso a la banqueta existen dos íconos: en el lado sur, la
escena de una tejedora con su telar de cintura y, en el paramento norte, una panoplia. La
banqueta del lado oeste del altar, que cubre el más antiguo altar del Edificio 1, mide 3,55 m
por 2,25 m y 0,41 m de altura. Solo se han conservado fragmentos de dos figuras en el
paramento este: en la sección norte, una serpiente antropomorfizada y, en la sección sur, un
personaje del que solo se aprecian sus piernas y unas cuerdas que, por lo menos una de ellas,
remata en cabeza de serpiente. Si bien en la iconografía que adorna esta importante
estructura litúrgica perduran elementos cuyas raíces encontramos en el templo viejo, la
aparición de nuevos diseños decorativos muestra cambios sustanciales en la ideología moche.
Tal vez el más representativo sea el de la tejedora, una escena ligada más al ámbito cotidiano.
Murales de las banquetas oeste y este del altar del Edificio 2: panoplias pintadas en el muro
norte de la banqueta este, dos piernas humanas rematando en formas serpentiforme, y la
representación de un felino en la banqueta oeste.

LA REBELIÓN DE LOS ARTEFACTOS

Sin duda era el mural más importante que existió en el templo nuevo, ya que las
representaciones que contiene han sido asociadas a dos mitos americanos de gran significado:
el Popol Vuh de Guatemala y el de Huarochirí en Perú. Según los especialistas, estas
representaciones tuvieron un significado muy específico para estas sociedades: representaban
el punto final de la edad de un mundo y el inicio de otro. Se ubicaba sobre la tercera terraza y
decoraba el muro sur del altar del segundo edificio, es decir, el espacio de culto más
importante del templo. Hoy solo quedan pequeñas evidencias de color y algunas de las
incisiones que delineaban las figuras. Sin embargo, se conocen dos registros gráficos del siglo
pasado, uno ubicado en el Museo Nacional de Arqueología y Antropología de Lima, que
aparentemente fue dibujado por José Eulogio Garrido a solicitud de don Ernesto Mejía Xesspe;
y el otro publicado por Alfred Kroeber, quien describe someramente los murales y especifica
que formaban parte de un altar o trono. Hay divergencias sobre la forma original de este
mural, pero todo parece indicar que la versión de Kroeber es la más correcta. Si bien en su
obra no indicó colores, a partir

del calco que hizo es posible definir grupos de escenas donde destacan objetos animados
luchando, capturando y derrotando a seres humanos. Las escenas del mural, de izquierda a
derecha (de este a oeste), representan una indumentaria de gran tamaño, como si tuviera
vida: dos escudos con forma humana cogiendo por los cabellos a guerreros derrotados, una
corona con forma humana tratando de golpear con su porra a un guerrero que se desplaza
delante de ella, y en el extremo derecho una faja o vincha también de forma humana luego de
haber vencido a un guerrero que yace caído. Un grupo de individuos de menor tamaño se
asoma mientras se desplaza en el sentido contrario a los personajes mencionados, como un
objeto animado que sostiene a un personaje desnudo amarrado al cuello con una soga (sin
duda un vencido), una porra con forma humana y, en la parte baja, una mujer llevando una
copa. Desde nuestra perspectiva, los motivos iconográficos de este mural, así como otros que
ya hemos visto decorando el altar que existía en este recinto y sus espacios exteriores, están
ligados a los procesos convulsionados que vivió la sociedad moche al final de su existencia.
Desde la arqueología hemos identificado esta época con la desaparición de los viejos dioses y
el ingreso de deidades femeninas y el culto lunar.

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