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Exodo 20:1-17

En nuestro programa anterior, finalizábamos el capítulo 19,


después de que el pueblo hubiese contemplado el majestuoso
descenso de la presencia de Dios sobre el Monte Sinaí. En
este nuevo capítulo que hoy comenzamos, considerado en su
totalidad, incluye los siguientes
TemaS: Dios entregó los Diez Mandamientos; Dios prohibió la
idolatría; los efectos de la presencia de Dios en la gente; se
presentaron las instrucciones sobre el altar.
Observaciones
Aquí tenemos, pues la entrega de la Ley. Los Diez
Mandamientos fueron presentados en primer lugar, aunque
ellos son solo una parte de la ley. También se incluyeron
instrucciones con respecto al altar. La Ley y el altar se
consideraban conjuntamente. Es que la Ley revelaba que el
ser humano era un pecador que necesitaba un Salvador. Por
lo tanto, tenía que haber un altar sobre el cual ofrecer el
sacrificio, porque debía realizarse un derramamiento de
sangre por el pecado. Cuando en el cuarto de baño nos
contemplamos en un espejo, que es una figura de la ley,
vemos que hay un lavabo debajo del mismo. El espejo nos
revela la suciedad, así como la ley es el espejo que nos
muestra nuestro pecado. Por eso resulta necesario tener al
lavabo inmediatamente al lado. Este me recuerda un himno
que dice:
Hay una fuente sin igual
Que mi Jesús abrió
Y en ese puro manantial
Mis culpas el borró
El primer párrafo de este capítulo describe
La entrega de los diez mandamientos
Que eran la primera parte de la Ley dada a Israel,
constituyendo el código moral. Leamos los versículos 1 y 2:
"Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy el Señor
tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de
servidumbre."
Dios les estaba recordando que les había sacado de las tierras
de Egipto y que, en base a esa liberación quería darles su
Ley. El pueblo había pedido la ley y Dios les complació
entregándoles primeramente los Diez Mandamientos.
Al leer los Diez Mandamientos, debemos mencionar ciertos
aspectos. El primero se refiere a la "nueva moralidad". La
llamada "nueva moralidad" se remonta a tiempos anteriores a
la entrega de la Ley. En efecto, surgió justamente en el Jardín
del Edén, cuando el ser humano desobedeció a Dios. La
nueva moralidad existió antes y después del Diluvio. Por todo
ello, debemos reconocer que en la actualidad estaría lejos de
considerarse nueva, aunque nos guste considerarnos como
pecadores refinados y sofisticados. La cruda realidad nos
recuerda que somos pecadores en nuestro estado original,
Los Diez Mandamientos colocan delante de nosotros las
normas y el modelo de Dios. Nadie puede jugar con estos
principios y eludir las consecuencias.
En el mundo cristiano con frecuencia se ha reprochado que
aquellos que predican sobre la gracia de Dios, no muestren
un aprecio adecuado por la ley. Al contrario, cada predicador
que enseña la gracia de Dios con la verdadera perspectiva de
la salvación por la fe, comprende el elevado carácter de la
ley. El apóstol Pablo enfrentaba este problema cuando en su
carta a los Romanos 6:1,2, escribió:
"¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para
que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que
hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?"
Si alguien piensa que puede continuar viviendo en el pecado y
quebrantando los Diez Mandamientos a voluntad, entonces,
esa persona no ha sido salvada por la gracia de Dios. Cuando
eres realmente salvo, deseas agradar a Dios y hacer Su
voluntad, la cual está revelada en los Diez Mandamientos. Por
lo tanto, creo que todos aquellos que predican la gracia de
Dios sienten respeto y reverencia por la ley de Dios. Como lo
expresa adecuadamente el autor del Salmo 119:97,
"¡Cuánto amo tu ley! Todo el día es ella mi meditación."
Pero, ¿qué es la Ley? Alguien la ha definido como una
transcripción de la mente de Dios. Esta es una definición
defectuosa. La ley es la expresión de la mente de Dios en
relación a lo que el ser humano debiera ser. En la ley no hay
gracia ni misericordia en absoluto. La ley es la expresión de la
voluntad santa de Dios. El autor del Salmo 19:7, dijo:
"La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma;"
¿Es la ley del Señor justa, buena? Nuestras nociones de lo
que es justo e injusto están influenciadas por nuestro medio
ambiente o entorno y por el hecho de tener una naturaleza
caída. La ley es una revelación de Dios. El ha trazado la línea
entre lo que está bien y lo que está mal. ¿Cómo sabemos lo
que es bueno? Dios nos lo dice. La generación actual, desea
la libertad y algunos cuestionan mucho y de forma
equivocada lo que es justo. ¿Por qué es malo hacer tal o cual
cosa? se preguntan muchos. Y hay quienes no se preocupan
mucho del robo, la mentira, el adulterio y llegarían, incluso, a
justificar la violencia y el asesinato. ¡Cuanta incoherencia e
ignorancia hay sobre la ley! ¿Por qué está mal robar o
mentir? Porque Dios lo ha dispuesto así. Podría alguien
preguntar, ¿y esa disposición es buena para la humanidad?
Por su puesto que lo es. Sería maravilloso que el ser humano
pudiese cumplir la ley. Pero no es así. Las cárceles, las
cerraduras en las puertas, las garantías que deben firmarse a
la hora de pedir un préstamo porque nadie confía en nadie,
constituyen testimonios de esa realidad. Hubo lejanos
tiempos en que la palabra dada era considerada como un
compromiso serio y fiable lo cual, evidentemente, ya es
historia pasada. Así es que, las conductas humanas que
hemos mencionado son malas porque Dios lo ha especificado
así.
La ley no se impone por sí misma. El Legislador debe tener el
poder para ponerla en vigor. Dios mismo da fuerza a Sus
leyes de forma indiscutible y eficaz. Tomemos, por ejemplo,
la ley de la gravitación. Podemos escalar llegando tan alto
como nos lo permitan nuestras fuerzas, y con tal que no nos
soltemos, porque dicha ley está operando y no podemos
modificar ni invertir esa fuerza.
Muchísimas personas creen que pueden quebrantar los Diez
Mandamientos y evitar las consecuencias. Resulta interesante
considerar que una norma debe ser puesta en vigor para ser
una ley. En el libro del profeta Ezequiel 18:4, dice que "El
alma que peque, ésa morirá". Esta norma tiene fuerza de ley
y el que la quebrante, debe pagar la pena impuesta y ser
castigado.
Hay otro punto de vista que debe corregirse; es el de
confundir la ley y la gracia colocándolas en un solo sisTema,
con lo cual se priva a la ley de su majestad y significado. No
hay amor en la ley ni hay gracia en la ley. Cuando a la gracia
se la mezcla con la ley, se la priva de la bondad de su
carácter gratuito y de su gloria. Así, la gracia es despojada de
su maravilla, atractivo y del anhelo de ser poseída. Las
necesidades del pecador no son satisfechas cuando la ley y la
gracia son vinculadas de esta manera. La ley expone lo que el
ser humano debería ser. La gracia expone lo que Dios es. La
majestad de la ley es una realidad que tenemos que
reconocer.
La ley revela el inmenso y profundo abismo que existe entre
Dios y el ser humano. En su carta a los Gálatas 4:21, el
apóstol Pablo formulaba la siguiente pregunta: Decidme, los
que deseáis estar bajo la ley, ¿no oís a la ley? Sería mejor
escuchar lo que dice la ley, porque el ser humano ha sido
pesado en las balanzas de los Diez Mandamientos y su peso
ha resultado deficiente. Los seres humanos no pueden
medirse recíprocamente. Sería fácil para un hombre situado
sobre un monte decirle a otro que se encontrase en una
colina baja "Yo estoy más alto que tu". Pero aquel hombre,
siempre estaría por debajo de alguien que, por ejemplo,
hubiese llegado a la luna. Simplemente, ningún ser humano
está a la altura de Dios.
La ley también revela la incapacidad del ser humano para
tender un puente que le permita cruzar ese profundo abismo
que le separa de Dios. La carta a los Romanos 3:19, nos dice:
"Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley, lo dice a los que
están bajo la ley, para que toda boca se calle y todo el
mundo sea hecho responsable ante Dios;"
Y también dice el apóstol Pablo en Romanos 8:3,
"Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa
de la naturaleza del hombre pecador, Dios lo hizo: enviando a
su propio Hijo en condición semejante a la del hombre
pecador y como sacrificio por el pecado, condenó al pecado
en la propia naturaleza humana."
Es que el defecto no radica en la ley, sino en nosotros
mismos.
Como ya hemos visto, la ley era como un espejo que revela al
ser humano su condición pecaminosa. Mucha gente se
contempla en el espejo y piensan que se encuentran bien.
Esto me recuerda la antigua historia de hadas en la que la
reina se puso frente a un espejo y le dijo: "espejo, espejo que
estás en la pared, ¿quien es la más bella del reino? Ella
esperaba que el espejo le respondiese que era ella, pero el
espejo le dijo la verdad y resulta que no era ella, sino otra.
Resulta interesante que muchas personas hoy se colocan
frente al espejo de los Diez Mandamientos para formular la
misma pregunta, para comprobar quién es la mejor. La
diferencia estriba en que ellas contestan su propia pregunta
diciendo, "soy yo", porque piensan que están cumpliendo la
ley. El ser humano de nuestro tiempo necesita situarse frente
a ese espejo y permitir que sea el espejo el que responda.
La ley nunca convirtió al ser humano en un pecador; sino que
reveló que ese ser era un pecador. La ley fue dada para traer
a las personas a Cristo, como ya hemos dicho. Fue como
nuestro ayo o custodio para llevarnos de la mano, guiándonos
a la cruz para decirnos a cada uno: "necesitas un Salvador,
porque eres un pecador."
Llegamos ahora a la exposición de
Los diez mandamientos
Que, están clasificados en 2 divisiones principales. Una parte
trata la relación del hombre con Dios y la otra, la relación del
hombre con sus semejantes. Leamos el versículo 3;
"No tendrás otros dioses delante de mí."
Dios estaba condenando al politeísmo o creencia en más de
un dios. No hay ningún mandamiento contra el ateísmo - que
en esa época no tenía adeptos dada la cercanía histórica con
la creación y la revelación original de Dios. Los ateos
comenzaron a aparecer en los días del rey David, y se les
llamó necios, como decía el Salmo 53:2, El necio ha dicho en
su corazón: No hay Dios. En la actualidad, un ateo puede ser
una persona de un alto nivel cultural o intelectual, pero Dios,
le calificaría de otra manera. En nuestro tiempo hay muchos
ateos porque ya nos encontramos inmensamente lejos de
nuestros orígenes en la historia y los seres humanos no están
dispuestos a aceptar la revelación de Dios en Su Palabra.
Dios le dijo a Israel: "No tendrás otros dioses delante de mí".
Dios le dio estas instrucciones a aquel pueblo de esta manera,
porque en aquellos días al ser humano le era sumamente
difícil mantener un equilibrio, porque el adorar a muchos
dioses gozaba de popularidad. Hoy en día, sin embargo, lo
que resulta popular es no adorar a ningún dios. Realmente, el
péndulo se ha desplazado hasta el otro extremo. El detalle
que es importante observar en este versículo es el hecho de
que Dios condena al politeísmo. El apóstol Pablo desarrolla
este Tema en su ya citada carta a los Romanos 1:21 al 25,
donde dice:
"Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni
le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus
razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido.
Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la
gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de
hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
Por consiguiente, Dios los entregó a la impureza en la lujuria
de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus
propios cuerpos; porque cambiaron la verdad de Dios por la
mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del
Creador, que es bendito por los siglos. Amén."
Continuemos nuestra lectura con los versículos 4 y 5:
"No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba
en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la
tierra. No los adorarás ni los servirás; porque yo, el Señor tu
Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres
sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que
me aborrecen"
Algunas podrían pensar que este pasaje no podría aplicarse a
nosotros hoy. Recordemos que la carta a los Colosenses 3:5
dice que "la avaricia . . . es idolatría" Todo aquello a lo que tú
te entregas de forma incondicional o desenfrenadamente, se
convierte en tu dios. Este segundo mandamiento prohíbe el
culto a las imágenes y tiene un significado bastante amplio
porque incluye toda tentativa de representar a Dios y a sus
criaturas como objeto de culto. El es un Dios que nos ama y
celoso; por lo tanto requiere nuestro culto y adoración de
manera exclusiva. La ley de Dios prohíbe de modo categórico
y solemne hacer representaciones de seres humanos,
animales, o astros del cielo o de la tierra, para inclinarse o
postrarse ante ellas con el objeto de rendirles culto.
También debemos aclarar que el pecado de la idolatría no se
manifiesta necesariamente de una forma exterior, porque los
ídolos pueden encontrarse instalados en nuestro propio
corazón. No en vano los apóstoles pronunciaron advertencias
en tal sentido. Por ejemplo, al apóstol Juan en su primera
carta 5:21 dijo: Hijos, guardaos de los ídolos. Y el apóstol
Pablo en su primera carta a los Corintios 10:14, dijo: Por
tanto, amados míos, huid de la idolatría. Muchos no adorarían
a Baco, el dios del vino de las antiguas fiestas romanas y
griegas de la antigüedad, pero adoran a la botella justamente
de la misma manera, cayendo en el alcoholismo. Otros
adoran a Afrodita, diosa del sexo. Otros al dinero. Cualquier
cosa a la que entregues tu tiempo, tu corazón y tu propia
alma, se convierte en tu dios, en tu ídolo. Y Dios dijo que no
deberíamos tener otros dioses fuera de El.
Continuemos leyendo el tercer mandamiento, en el versículo
7:
"No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano, porque el
Señor no tendrá por inocente al que tome su nombre en
vano."
Utilizar el nombre del Señor en vano equivale a una
blasfemia, lo cual es muy corriente en nuestros tiempos. Pero
el mandamiento de Dios nunca ha cambiado. Su nombre no
podía ser usado en vano porque el es Dios y es Santo. Como
ejemplo, vemos que no estaba prohibido pronunciar un
solemne juramento, pero sí cometer perjurio, como nos lo
recuerda el libro del Levítico 19:12, Y no juraréis en falso por
mi nombre, profanando así el nombre de tu Dios; yo soy el
Señor. Muchas personas son incapaces de expresarse sin
blasfemar lo cual, además de estar contra la ley de Dios,
evidencia una alarmante falta de vocabulario.
Leamos ahora el cuarto mandamiento, en los versículos 8 al
11:
"Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días
trabajarás y harás toda tu obra, mas el séptimo día es día de
reposo para el Señor tú Dios; no harás en él obra alguna, tú,
ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni
el extranjero que está contigo. Porque en seis días hizo el
Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay,
y reposó en el séptimo día; por tanto, el Señor bendijo el día
de reposo y lo santificó."
El día del sábado fue dado a la nación de Israel en una forma
muy excepcional. Era un pacto, una señal entre Dios y los
israelitas. Veremos esto más adelante, en Éxodo 31:13-17.
En mi opinión, el día exacto no es importante. Después de
todo, con los cambios de calendario que han tenido lugar no
podemos tener una absoluta seguridad de que nuestro
séptimo día equivale o no al sábado. Nosotros guardamos el
que consideramos como el primer día de la semana porque el
Señor resucitó de los muertos en ese día. Como hemos
adelantado, este Tema será tratado con mayor detalle en un
programa futuro.
Llegamos ahora a la sección de los mandamientos que trata
sobre la relación del ser humano con sus semejantes. Y
comienza con la familia. Leamos el versículo 12:
"Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean
prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da."
El padre y la madre merecían el honor de sus hijos. Más
adelante hablaremos más sobre este cuarto mandamiento.
Leamos el versículo 13, para considerar el sexto
mandamiento.
"No matarás."
Este mandamiento no fue dado a una nación sino a un
individuo. Un hombre jamás debería matar u otro. Se está
hablando del asesinato y el Señor diría que este impulso
criminal provenía del enojo, de la ira. Las Escrituras incluso
nos exhortan a no enojarnos con nuestro hermano.
Leamos el versículo 14, para el séptimo mandamiento:
"No cometerás adulterio."
Vivimos en una época de permisividad en el área de las
relaciones sexuales. La ley de Dios afirma claramente que el
adulterio es el sexo practicado fuera del matrimonio y este
mandamiento permanece vigente.
Leamos el versículo 15, para el octavo mandamiento:
"No hurtarás."
El Tema aquí es que si a uno se le permitiese cometer
adulterio, entonces también debería permitírsele robar,
matar, etc. Las disposiciones de este conjunto de
instrucciones, no pueden separarse arbitrariamente para
atribuirles diferentes grados de vigencia. Si se consiente una
de las prácticas, entonces las demás debieran ser consentidas
también. Y si una esta mal, luego todas las demás lo están.
El versículo 16 nos detalla el noveno mandamiento:
"No darás falso testimonio contra tu prójimo."
El propagar falso testimonio contra tu prójimo equivale a
mentir. Y el versículo 17 nos ofrece el décimo mandamiento:
"No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer
de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su
asno, ni nada que sea de tu prójimo."
La avaricia, de acuerdo con la carta de San Pablo a los
Colosenses 3:5, es idolatría. Este es una de los grandes
pecados en la actualidad. Dios condena el asesinato, el
adulterio, el robo, el dar falso testimonio y la codicia. Más
adelante en nuestro estudio tendremos ocasión de considerar
los Diez Mandamientos de una manera diferente.
Quizás tenga para nosotros mucho valor el saber qué piensan
los demás de nosotros. Y la opinión de ciertas personas nos
afecta. ¿No ocultamos, por ello, algunas facetas de nuestra
personalidad? Y pensar que Dios puede ver cada rincón de
nuestra vida ¿Alguna vez nos hemos preguntado qué piensa
Dios de nosotros? Hemos dicho anteriormente que la ley es
ese espejo donde el ser humano puede contemplarse y
comprobar su estado de pecado y la distancia que le separa
de Dios. Recordemos que la imagen reflejada destaca nuestra
impotencia y debilidad para acercarnos a Dios. Pero también,
por la fe, nos hace dirigir nuestra mirada a Cristo en la cruz,
muriendo en nuestro lugar, reconciliándonos con Dios.

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