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III Seminario Académico de Género y Diversidad Sexual del Uruguay

Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de la República


21, 22 y 23 de septiembre de 2010

El género identificado o las marcas de la identificación del género

Emiliano Litardo1 y Fernando Rada Schultze2


I. Introducción
Hablar de identificación siempre es tratar de un concepto opaco. A
fin de dilucidar tal noción, nos centraremos, en principio, en como la Real
Academia Española (RAE) tematiza esta cuestión.
Para la RAE la identificación es entendida como la acción y efecto de
identificar o identificarse.3 Identificar en tanto tiene distintas acepciones, entre las
cuales podemos enumerar: i) Hacer que dos o más cosas en realidad distintas
aparezcan y se consideren como una misma; ii) Reconocer si una persona o cosa
es la misma que se supone o se busca; iii) Llegar a tener las mismas creencias,
propósitos, deseos, etc., que otra persona. Identificarse CON él; iv) Dar los datos
personales necesarios para ser reconocido; por último, v) Dicho de dos o más
cosas que pueden parecer o considerarse diferentes: Ser una misma realidad. El
entendimiento, la memoria y la voluntad se identifican entre sí y con el alma.4
Por su parte, la definición de “idéntico” no resulta menos problemática. En
la página web de dicha entidad podemos encontrarnos con que significa i) lo
mismo que otra con que se compara; como así también, ii) muy parecido.
No obstante, a nuestro entender, esta primera aproximación y dichas
concepciones, dejan afuera una serie de cuestiones de índole mayor de suma
importancia en la cristalización de las identidades. En principio el hecho de que en
tal configuración, de identificar y otorgar identidades, los actores participantes no

1
Emiliano Litardo, abogado, Fac. de Derecho/UBA, Investigador Instituto Ambrosio L. Gioja,
elitardo9@yahoo.com
2
Fernando Rada Schultze, Lic. en Sociología, Fac. de Cs. Sociales/UBA, Fac. de Psicología/UBA,
Investigador UBACYT
fernandorada@hotmail.com
3
Extraído del sitio web de la Real Academia Española: http://.www.rae.es
4
El subrayado presente en las diferentes acepciones de Identificar pertenece a la RAE.

1
lo hacen en igualdad de condiciones. Por el contrario, su peso socio-político
difiere.
Así es que, si consideramos relevante la capacidad de definir
problemáticas a tratar en la agenda política, y lo que es aún más importante, el
cómo tratarlos, podremos decir que el presente trabajo observará a dos de los
actores más importantes en esta “área”. En este sentido haremos hincapié en el
Estado y en el discurso médico legal comprendiéndolos como dispositivos de
poder no solo con la facultad de sujetar y sojuzgar, sino también de fabricar
sujetos (Foucault, 1996: 42).
Cabe destacar que hablar del “Estado” no resulta un fenómeno menos
conflictivo ni difuso que los antes presentados. En consecuencia, acotaremos su
definición y lo entenderemos en tanto sistema social atravesado por diversos
actores sociales con intereses disímiles. De este modo haremos énfasis en una
dimensión específica de este complejo sistema de relaciones sociales con
capacidad de otorgar identidades: las políticas identificatorias como lo es la ley de
nombres en Argentina.
Otro de los ejes a estudiar será el del discurso biomédico en relación al
sexo y su incidencia en tales políticas. Aunque Estes y Binney (1991) se hayan
centrado en el estudio del envejecimiento, su discusión respecto al paradigma
biomédico y la influencia de este en la vida social lo convierten en una fuente a
tener en cuenta en este ensayo. Según sostienen los autores, el discurso
biomédico, a partir de su prestigio social, logra posicionarse como una (sino la
única) de las disciplinas capaces de tratar diferentes problemáticas sociales. Ellos
abordan el fenómeno desde dos dimensiones: La interpretación de cualquier
fenómeno en términos medicinales y otra dimensión correspondiente a la praxis, a
la cual aquí prestaremos atención.
Para Estes y Binney (1991) dicha praxis se puede dividir en cuatro ejes
que se influyen y refuerzan. Estos son: el conocimiento científico, el de la opinión
pública, el profesional y la política. Así entonces el conocimiento (que no es
imparcial), toma fuerza por si mismo, influyendo y reforzándose en la práctica
profesional que, mediante la aplicación de conceptos médicos termina definiendo
un objeto de estudio. A su vez estas ideas de perversión, anormalidad y

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enfermedad que han acompañado durante décadas las investigaciones sobre
diversidad sexual (tan solo veinte años del quite de la homosexualidad de la lista
de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la Salud-OMS) influye
tanto en la percepción pública, como en los sujetos, quienes terminan siendo
etiquetados o cumpliendo una profecía autoconfirmatoria.5 En simultáneo, el
discurso médico a la vez que influye sobre el sentido común reafirma su lugar
como discurso verdadero; como discurso legítimo capaz de planificar y gestionar
las políticas públicas.
Otros conceptos no menos polémicos son el de transgeneridad y el de
género. En el presente trabajo utilizaremos la noción de género como aquel
dispositivo instituyente de la identidad del sujeto en su corporalidad. Esto es, el
género no en tanto construcción cultural que aborda la corporalidad de los sujetos
sino más bien como un aparato biopolítico que asigna significados a los cuerpos
de los sujetos en sus relaciones sociales. Como sostiene Teresa de Lauretis (1989)
el género, como la sexualidad, no es una propiedad a priori en los cuerpos o en los
seres humanos, “sino el conjunto de efectos producidos en los cuerpos, los
comportamientos y las relaciones sociales por el despliegue de una tecnología
política compleja...”.
Respecto a la transgeneridad, en sus múltiples dimensiones requiere
previamente comprender la noción de identidad de género. Entendida como la
vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente
profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo asignado al momento
del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar
la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios médicos,
quirúrgicos o de otra índole, siempre que la misma sea libremente escogida) y
otras expresiones de género, incluyendo la vestimenta, el modo de hablar y los
modales.6
Desde esta perspectiva, la transgeneridad involucra diversas expresiones de
género que no se refieren solamente a la que dispone la sexualidad de los géneros
5
Tanto para la noción de “profecía autoconfirmatoria”, como así también la teoría del
“etiquetamiento” y la “carrera de desviado” se recomienda la lectura de Becker, H (2009): Los
extraños. Sociología de la desviación, Buenos Aires, Editorial Siglo XXI
6
Conforme la definición aportada por los Principios de Yogyakarta sobre la Aplicación de la
Legislación Internacional de Derechos Humanos en relación con la Orientación Sexual y la
Identidad de Género,

3
binarios hegemónicos, esto es varón o mujer, sino a personas transexuales,
intersexuales, travestis, montajes corporales como drag Queens o drag Kings, o
creatividades propias que ponen en evidencia que aquello definido por la
sexualidad como un varón o una mujer partiendo del sexo biológico no
necesariamente significa actuar el género masculino o femenino. Esto hace que la
identidad de género al interior del género mismo sea una variable dinámica y con
espacio para ser creada por el sujeto en relación con su contexto socio cultural y
económico. Maqueira define a la identidad de género como “el complejo proceso
elaborado a partir de las definiciones sociales recibidas y las autodefiniciones de
los sujetos.” (Maqueira 2001: 168). Esto supone afirmaciones o negaciones en
relación a otros. La transgeneridad alberga divergencias en relación a los roles
instituidos por la matriz binaria tradicional, y en ello la reacción jurídica, médica,
y social de enarbolar los derechos sexuales.

II. Políticas identificatorias: la Ley de Nombres


Las categorías de género se encuentran en todos los ámbitos registrales,
pero de manera implícita a través de la categoría del sexo. El sexo registrado es lo
que da la impronta genérica. El sexo actúa en este sentido como instituyente del
género que no se cuestiona cuando se inscribe en las partidas registrales de los
nacimientos. El régimen identificatorio de las personas recién nacidas, normada
en la Ley 24.540 indica que la ficha identificatoria contendrá, además del nombre
y los calcos papilares, el sexo (artículo 6º). El género participa activamente desde
los extremos culturales en el entendimiento que el sexo es la piedra angular en la
anatomo política corporal.
La norma citada marca una identificación que muchas de las veces no es la
que responde a la construcción identitaria de la persona que es nombrada. La
identidad de género en este aspecto, resulta palmariamente desplazada hacia los
márgenes de entendimiento y reconocimiento por parte de la normativa estatal.
La dialéctica legal se encuentra en una encrucijada proclive a cercenar derechos
personalísimos, encapsulando la posibilidad de ser, o el deseo de ser. Es el orden
legal, nutrido por la biomedicina, que impide transformar una vida fracturada en
otra donde existe una plenitud a la identidad asumida. Desafío si es que los hay,

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para que la ley cumpla un rol activo en permitir transformar una realidad injusta, y
no constituirse solamente como herramienta de control social. En este punto juega
fundamentalmente la posibilidad de libertad sobre el propio cuerpo, es allí donde
la encrucijada legal se vuelve más intensa.
El derecho a la identidad personal es un constructo complejo, pero aún así
es posible advertir que el mismo se estructura en torno a la peculiaridad
ontológica del ser humano. Las biografías personales se inscriben en el marco de
la coexistencia social, por lo que el derecho a más de fomentar la protección
individual, busca constituirse como garante de esa coexistencia en serenidad. En
este sentido la identidad personal también es constitutiva en el modo en que la
persona se visibiliza ante la estructura social. Los mecanismos identitarios son
complejos de sistematizar por cuanto se entrecruzan elementos dinámicos,
históricos, personales, simbólicos. Se ha reseñado que el carácter identificatorio
del género en una persona deriva de la impronta que le asigna el sexo biológico.
Este último, se hace presentar por las tramas discursivas médico legales, como
elemento estático en el cuerpo de la persona, inmutable y por el cual, se instituye
una red de subjetivaciones que hacen que ese cuerpo sea leído en términos
sociales de un modo particular, en el sentido de asignarle un lugar dentro de la
estructura social y sexual. Esta situación de legibilidad cultural promueve
constantes tensiones entre lo objetivo (lo que otros dicen que uno es) y lo
subjetivo o vivencial (quien digo que soy).
La necesidad que las personas transgénero obtengan una identificación
legal que comulgue con el género autopercibido implica el desarme de obstáculos
jurídicos, sociales y culturales a los que deben enfrentarse en su vida cotidiana.
Las personas transgénero a diferencia de otros grupos vulnerados en sus derechos
de ciudadanía, como por ejemplo las comunidades indígenas que han sido
postergados en el acceso a la documentación identificatoria estatal, han sido
provistas de documentación que las individualiza, pero dicha documentación
consigna una ficción jurídica que no se corresponde con la realidad cotidiana que
esa persona, identificada por el Estado en un sexo y con un nombre determinado
al nacer por su sexo biológico, vive y es conocida por la comunidad de sus pares.
Existe una tensión constante entre la asignación de su ciudadanía como sujeto

5
individualizado y su identidad como sujeto de derecho. Hay un confronte que se
suscita cada vez que esa persona debe afrontar las instancias administrativas y
judiciales del Estado entre su propia subjetividad, creada a partir de su decisión de
permanecer y vivir un género que desborda su sexo, y la identificación sancionada
por el Estado.
Siguiendo a Gordillo (2007) respecto a la cualidad del fetiche, la
identificación estatal –documento nacional de identidad o partida de nacimiento-
que opera sobre las corporalidades transgénero traduce relaciones sociales que
piensan binariamente la configuración de los cuerpos humanos y le asignan
materialidad a esa corporalidad mediante la individualidad de categorías tales
como el sexo y el nombre. Esto de acuerdo a las vivencias y las memorias de vida
de las personas transgénero puede ser enmarcado en experiencias de violencia
estatal –simbólicas y materiales-
La Ley de Nombres Nº 18.248 establece las pautas legales para la
inscripción de nombres de las personas naturales.
Antes de entrar a su articulado y observar la ideología que impregna su
textualidad, cabe referenciar que para la ley argentina toda persona tiene
existencia visible en la medida en que presente “signos característicos de
humanidad, sin distinción de cualidades o accidentes…” (Artículo 51 del Código
Civil). No hay en el código civil una referencialidad al concepto y alcance de
humanidad de las personas. Al contrario, para la ley civil antes de ser significado
como humano se es un “ente”. Por lo que la idea de humanidad se construye ante
la noción de no ser humano. La idea basal de humanidad que la ley civil le
atribuye al ser persona es una arquitectura ficcional definida desde un exterior no
definido aunque instituyente. El derecho nos sujeta a su humanidad desde antes de
nacer. Es interesante observar que la ley civil registra la humanidad con vida a
través del registro que otras personas elaboren respecto del nacitur al momento del
parto. Así, el artículo 73 dice: “repútase como cierto el nacimiento con vida,
cuando las personas que asistieren al parto hubieren oído la respiración o la voz de
los nacidos, o hubieren observado otros signos de vida”. Para la legislación
argentina somos personas con vida en la medida en que nuestras vivencias sean
catalogadas como humanas y tenga signos de vida. La existencia visible de una

6
persona está ligada a la atribución de humanidad, y la humanidad es en términos
jurídicos una abstracción que se define por exclusión de aquello que no es
humano.
Por otro lado, una persona natural, con suficiente humanidad, necesita para
completar su vivencia, de la existencia de un signo cualquiera de vida. Ambos
factores entonces dan lugar al constructo jurídico del concepto de persona y en
tanto ello, le asigna una existencia visible. Ahora bien, atribuir existencia visible
desde estos parámetros implica activar mecanismos discursivos capaces de
conducir a la formación y diferenciación entre sujetos humanos y no humanos.
La humanidad para el derecho es un dispositivo que no explicado resulta
sobreentendido a partir del día del nacimiento con la consignación de a) las
circunstancias del lugar, sexo, nombre, apellido, paternidad y maternidad (artículo
79 del Código Civil). Estos datos registran y prueban el nacimiento de las
personas, y en tanto ello, la atribución de su humanidad. La pregunta que aquí
conviene hacer, es ¿qué ocurre con la humanidad de aquellas personas, signadas
de legalidad existencial, cuyo sexo y nombre no es el certificado por la autoridad
estatal? ¿la falsedad del sexo y del nombre implica la pérdida de humanidad?
Efectivamente para la ley civil no se logra la completitud humana en la medida en
que no se comulgue con aquellos criterios de vida corporal y que deliberadamente
tienen rasgos dominantes, es decir, cuando se habla de sexo no se está refiriendo a
la pluralidad de sexos sino a la binariedad sexual construida por la biomedicina.
En este aspecto son habilitadas instancias de no humanidad, que consignan las
vidas de las personas transgénero cuando sus identificaciones no se corresponden
con las registrales. Hay por cierto una incompletitud derivada de los estándares de
humanidad que fija el discurso jurídico. Los criterios de normalidad responden a
estos estándares y a estos entes son los que la ley civil les atribuye humanidad y
los convierte en personas y por ende en sujetos ininteligibles. Estos criterios de
normalidad, en cuanto a sexualidad, resultan impregnados ideológicamente no
sólo por las condiciones materiales de existencia sino por la matriz
heteronormativa de entendimiento de los cuerpos, deseos y relaciones
sexoafectivas.

7
II.1. El género marcado
En este sentido, la ley de nombres anteriormente citada es un claro
ejemplo de la forma en que el orden del discurso jurídico se atiene a controlar
social y jurídicamente el ingreso de humanidad en las personas a través del
nombre legal para interpelar al sujeto en una identidad determinada por el sexo
biológico, y al mismo tiempo generiza al sujeto.
El texto legal marca que toda persona natural tiene el derecho y el deber
de usar el nombre y apellido que le corresponde (artículo 1º), la elección del
nombre le pertenece en primer orden a los padres (artículo 2º) y el nombre debe
ajustarse a lo que indica el artículo 3º. Este sostiene, en lo que interesa a este
artículo, que: “el derecho de elegir el nombre de pila se ejercerá libremente, con la
salvedad de que no podrán inscribirse: 1) los nombres que sean extravagantes,
ridículos, contrarios a nuestras costumbres, que expresen o signifiquen tendencias
políticas o ideológicas, o que susciten equívocos respecto del sexo de la persona a
quien se impone (…)”. Esta tesitura es la que opera impidiendo que las personas
transgénero puedan ser identificadas con un prenombre registral que signifique su
identidad de género. La ley civil sujeta el nombre al sexo de la persona y al mismo
tiempo sujeta al género masculino o femenino. Suscitar equívocos respecto al
sexo significa sostener el paradigma sexo-género en la forma de entendimiento de
las diferencias de género. El dispositivo de la sexualidad, al utilizar al sexo como
elemento especulativo que desde una perspectiva foucaultiana resulta ser el punto
imaginario por el que circulan diferentes representaciones simbólicas que le
otorgan a los cuerpos sexuados inteligibilidad individual y social, ha hecho del
sexo algo deseable y necesario para una biopolítica de estado. Esto tiene
incidencia directa en las relaciones socio jurídicas sexuales de los sujetos en tanto
está en cuestión la mundanidad. La ley de Nombres habilita en conjunto con otras
normativas civiles como la Ley de Identificación, registro y clasificación del
potencial humano, Ley 17.671, y la complementariedad de otras entre las cuales
se encuentran las del código civil, la puesta en marcha del dispositivo de la
sexualidad en el orden del sexo atribuido al nacer. Como se sostuvo en un trabajo
anterior a la pregunta “¿Cuál ha sido la incidencia del biopoder al interior del
entramado jurídico? La noción de “visiones normativas de la feminidad y de la

8
masculinidad” es un indicador de que el derecho, como práctica social discursiva
de atribución de sentidos, ha incorporado elementos atribuidos por el sistema
binario sexo/género promoviendo políticas de normativización y normalización.”
(Litardo, 2010: 22).

II. 2. El fetiche identificatorio


Sobre la idea de Gordillo (2007) respecto a la fetichización de los
documentos, en este asunto particular de géneros y sexualidades disidentes, pone
en tela de juicio al propio Estado, en tanto y en cuanto, es el poder estatal en su
afán de controlar a la población que le asigna a ese instrumento –el documento
nacional de identidad- un valor que no se corresponde con la realidad material de
vida de las personas que no corroboran la coherencia de un sistema de creencias
sexo genéricas y fracasa en su política de acceso a una homogénea ciudadanía 7.
Para el caso de las personas transgénero son ellas las que desmitifican esta
naturalización corporal consignada en su nombre y sexo y hacen maleable el
propio instrumento identificatorio al punto de destruirlo o invisibilizarlo, sin
perjuicio que ello conlleva a la propia inteligibilidad del sujeto. Lo mismo sucede
con lo que Gordillo refiere como “el símbolo central de la individualidad
moderna: la foto del portador” (Gordillo: 2007: 187). La foto aparenta lo que no
dice lo consignado. Muchas personas transgénero deciden cambiar la foto de
acuerdo a su género sin perjuicio de estar consignado registralmente aquello que
el estado cercioró como lo real. En este sentido, la Resolución Nº 663/1992 del
Registro Nacional de las Personas instituye la subjetividad a través del empleo de
la fotografía, y allí consigna que “el peinado en ningún caso deber dar lugar a
interpretaciones erróneas de sexo.” El Estado no permite una vez más
equivocaciones respecto al sexo de las personas, ya no a través del nombre sino
incluso de la imagen. Esta cuestión de la imagen es altamente sensible en los
casos de los edictos policiales que aún subsisten en muchas legislaciones
provinciales de la República Argentina, que penalizan los cuerpos e identidades
travestis, en orden a la confusión del sexo no biológico.
7
“La presentación del documento nacional de identidad expedido por el Registro Nacional de las
Personas será obligatoria en todas las circunstancias en que sea necesario probar la identidad de las
personas comprendidas en esta ley, sin que pueda ser suplido por ningún otro documento de
identidad cualquiera fuere su naturaleza y origen.” (artículo 13 de la Ley 17.671).

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III. Apreciaciones finales: ¿por qué el título?
El género identificado supone que las políticas estatales en este sentido no
sólo son instituidas por el sexo biológico sino que además su propio aparato
semiótico opera autónomamente asignando junto al nombre un estatus y un rol
social determinado como consecuencia del género identificado. El género aparece
implícitamente supuesto en las normativas formales. Sin perjuicio de ello, el
género como efecto de una serie de tecnologías complejas como puede ser el
sistema jurídico, alberga todo un aparato de marcación identitaria que tiene por la
impronta de aquellos efectos, consecuencias directas en las relaciones socio
sexuales. De allí que las transgeneridades se postulan como rupturas no sólo al
exterior de los discursos que no las nombran sino al interior del propio concepto
de género, que pareciera estar en conflicto con la categoría de la identidad de
género.
Así entonces se desarrollará una vida en continúa tensión entre lo
instituido, en tanto postulado como “objetivo” (a saber, la normativa vigente
estudiada para este caso a través de la Ley de nombres, entre otros), y lo subjetivo,
esto es, la propia identificación que el sujeto hace: La identidad con la cual se
nombra y la libre asociación que el agente practica con la cual desea ser
identificado. Sin embargo analizar el conflicto entre las leyes y las identidades
solamente en el plano objetivo-subjetivo haría perder de vista otro aspecto de
igual importancia: la discusión puede también ser vista desde la contradicción
estático-dinámico.
Si bien la identidad es un constructo, lo cual puede darnos la pauta de
cierta “cristalización”, “reificación” o “cosificación” de lo identitario, la misma es
un construir constante y dinámico: una estructura en creación constante y de
nunca acabar en la que el actor es tanto creador, como narrador y lector de su
propia historia, en donde esta identidad a medida que se atraviesan fenómenos,
procesos o crisis significativas para el sujeto se ve modificada (Ricouer, 2006).
Por otro lado el trabajo es atravesado por otro concepto igual de
problemático como es el de rol. El rol en tanto expectativa social que un individuo
posee al ocupar determinada posición o status social (Giddens, 2000: 120) nos

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permitirá dar cuenta de cómo estos suelen ser transitorios y tienen una función
determinada para una situación dada y cada persona en particular: cada actor tiene
la posibilidad de desempeñar diversos roles. Indagar respecto a los roles que cada
sujeto desarrolla implica el estudio de una categoría relacional: un rol en función
de y con otro, lo cual permite observar la específica relación (desigual) que se
desarrolla entre quienes “marcan” a partir de lo que se instituye como patrón
normalizador y quienes son marcados. En consecuencia, a pesar de que el rol
pareciera ser tan flexible como para permitir acompañar el proceso dinámico del
identificarse, el estar asociado a una pauta, que como vimos vincula directamente
sexo y género, lo convierte nuevamente en un instrumento de marcación que
permite esperar algo específico del sujeto asociado a ese rasgo.
Por ende estamos ante un conflicto constante entre lo dinámico y lo
estático, y otro presente entre la subjetividad y lo instituido como objetividad, en
donde el género es identificado por medio de las marcas de identificación de
género diseñadas a priori las cuales operan trazando rasgos y expectativas de
comportamiento mediante los roles instaurados socialmente.

A través de estas sucintas líneas hemos intentado entender los mecanismos


de poder que subyacen en las relaciones socio sexuales, como así también
enunciar que hasta tanto no exista un entendimiento cultural de cómo se
construyen las diferencias sexuales y genéricas, difícilmente los postulados
normativos puedan presentarse como alternativas de cambio social o con un
potencial de transformación en el campo de los derechos sexuales. Las políticas
estatales refuerzan paradigmas biomédicos sobre la noción del sexo biológico y el
género como desprendimiento de aquel, comportando la ley un reflejo de esta
institucionalidad.

IV. Bibliografía
 Becker, H (2009): Los extraños. Sociología de la desviación, Buenos Aires,
Editorial Siglo XXI
 Butler, Judith (2006 b): Vida precaria, El poder del duelo y la violencia,
Buenos Aires, Paidós.

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 De Lauretis, Teresea (1989): Techonologies of Gender. Essays on Theoryy,
Film and Piction, London, Macmillan Press.
 Estes, C. y Binney, E. (1991): The Biomedicalization of Aging. Dangers and
Dilemmas, En Critical Perspectives on Aging: The Political and Moral
Economy of Growing Old, Ed. Minkler.
 Fernández Sessarego, C. (1999): Apuntes sobre el derecho a la identidad
sexual, publicado en Jurisprudencia Argentina 1999-IV-889, Buenos Aires,
Abeledo Perrot.
 Foucault, M. (1996): Genealogía del racismo, Buenos Aires, Edición
Altamira.
 Gordillo, G. (2007): En El Gran Chaco, Antropologías e historias, Buenos
Aires, Prometeo Libros.
 Giddens, A (2000): Sociología, Madrid, Alianza Editorial.
 Litardo, E. (2010): Las formas jurídicas de la discriminación transgénero, en
Jurisprudencia Argentina 2010-III, fascículo 4, Discriminación, Buenos Aires,
Abeledo Perrot.
 Maqueira D’Angelo, V. (2001): Género, diferencia e igualdad, en
Feminismos Debates Teóricos Contemporáneos, Maqueira D’Angelo V. y
Beltrán E., Alianza, Madrid, p. 168.
 Ricoeur, P (1985): Tiempo y narración. Volumen III. El tiempo narrado, Siglo
XXI Editores, Buenos Aires, 2006.

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