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Academia de Santo Tomas 2018
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La visión antropológica de la que parte esta nueva etapa de la historia, no solo hizo un
gran esfuerzo por desplazar de su mundo cualquier influencia del pensamiento religioso, sino que
se esmeró por eliminar del horizonte del pensamiento humano toda trascendencia fundamentada
en Dios. El desarrollo de esta emancipación evoluciona progresivamente desde el escepticismo
de Descartes (1596-1650) y el “desencanto” metafísico inaugurado por Kant (1724-1804) hasta
la muerte de Dios declarada por Nietzsche en la edad contemporánea (1844-1900).
Este nuevo enfoque que aleja al hombre de Dios y le quita el fundamento trascendente
que la Edad Media había sostenido y atesorado durante tanto tiempo, tiene sus consecuencias
dentro de la existencia humana. El mismo Nietzstche es reflejo de este nuevo hombre que
volcado hacia sí mismo critica fuertemente a toda institución social y a todo fundamento sobre la
que repose o se haya afianzado cualquier esperanza, juzga “el progreso” y a la misma
modernidad como una idea falsa, debilita las pretensiones de la verdad en las ciencias exactas y,
posteriormente, en contra de todos los espiritualismos, declara la muerte de Dios (Giovanni
Reale y Darío Antíseri, 1988).
plataforma de pensamiento lo describe como un ser para muerte. A fin de cuentas Heidegger
prepara una renuncia a toda actitud básica científico-tecnomórfica que conduce al nihilismo (E.
Coreth, P Ehlen, G. Haeffner y F. Ricken, 1989); A su vez , Max Scheler (1875-1928) se opone al
moralismo kantiano del deber y desarrolla una ética basada en el valor, que le permite llevar
acabo un análisis crítico del subjetivismo ético en el mundo moderno, es decir, la antropología
del burgués, el cual es un hombre desconfiado y resentido que se fanatiza de los valores útiles
pero es insensible ante el valor de lo trágico (Giovanni Reale y Darío Antíseri, 1988).
El desarrollo del hombre a partir del giro antropocéntrico que generó la modernidad, sin
duda ha sido un camino al descubrimiento de qué es el hombre; sin embargo, la constante lucha
por liberarse de toda atadura lo llevó a desvincularse incluso del fundamento primordial que lo
sostenía: Dios. Ahora vemos al hombre sumergido en su propio ego, lejos de Dios y carente de
esperanza. Es como si la humanidad se encontrase, como en la Comedia de Dante, frente a las
puertas del infierno cuyos dinteles rezan: “perder cuantos entrais toda esperanza” o en las
palabras del Zygmunt Bauman: “abandonen toda esperanza de unidad, tanto futura como pasada,
ustedes, los que ingresan al mundo de la modernidad fluida (Z. Bauman, 2000).
la ciencia y la técnica, fascinado por la promesa progresista del nuevo mundo, y que lo llevó a
alejarse de toda influencia religiosa, metafísica y espiritual?
Por su parte, en Papa Benedicto XVI en su encíclica Spes Salvi, es más profundo en su
declaración al afirmar que “la fe es la sustancia de la esperanza” (Spes Salvi 10); para ello, el
actual Papa emérito se auxilia del presupuesto bíblico de la carta de los Hebreos que dice: “La fe
es la hypostasis de lo que se espera y prueba de lo que no se ve” (Hb 11,1)1. La fe es la sustancia
de lo que se espera. Citando a Tomás de Aquino, el Papa explica que, en esta concepción, la fe es
vista como el habitus, es decir, como la constante disposición del ánimo, con la cual comienza
en nosotros la vida eterna y la razón se siente inclinada a aceptar aquello que no se ve (Spes
Salvi 7). Vemos en esta teología una relación estrecha entre fe y esperanza. La fe que nos permite
aprehender aquello que está más allá de nuestros sentidos externos y la esperanza que dispone al
creyente a una vida nueva.
1El Papa Benedicto hace referencia al término desde la traducción griega para aclarar el concepto de
substantia que se traduce en la versión latina de la carta a los Hebreos.
amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la
vida (Lumen Fidei 4). La fe es la respuesta del hombre a ese encuentro con el Dios vivo, el Dios
que se revela. Al responder, el hombre acoge esta Palabra como roca firme, para construir sobre
ella un sólido fundamento (LF 10). El Papa para ello se auxilia del vocablo utilizado en la biblia
hebrea: ’emûnah derivado del término ’amán, cuya raíz significa “sostener”. Para Francisco este
término puede significar tanto la fidelidad de Dios como la fidelidad del hombre. El hombre se
abandona en las manos de Dios; y Dios cumple sus promesas al hombre (LF 12).
Francisco sostiene que creer significa: “confiarse del amor misericordioso de Dios, que
siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia, que se manifiesta en su capacidad
de enderezar lo torcido de nuestra historia” (LF 13). El gran aporte de Francisco al declarar esto
radica en subrayar el valor redentor y misericordioso de la fe. La fe no solo tiene la capacidad de
sostener la existencia humana, sino también por medio de la misericordia es capaz de acoger,
perdonar y enderezar la historia del hombre, algo que promueve en el interior de la persona la
esperanza de la salvación.
Ante toda esta situación vemos que la falta de solidez de la sociedad actual la cual “tiende
a menudo a aceptar como verdad solo la verdad tecnológica porque es funcional y más práctica
para la vida (LF 25), llevó al hombre moderno y contemporáneo a menospreciar las verdades de
fe por “antojase” como un espejismo que le impedía avanzar como hombres libres al futuro (LF
2); sin embargo, este mismo esfuerzo por privilegiar la “luz de la razón autónoma” no logró
El hombre como sujeto libre está encomendado responsablemente a sí mismo, en tanto que él ha
devenido para sí mismo como objeto de su auténtica y originaria acción una de la libertad, la
cual afecta al todo de su existencia humana, puede hablarse ahora de que el hombre tiene una
salvación y de que la auténtica pregunta personal de la existencia es en verdad una pregunta de
salvación (K. Rahner, 2007. Pág 59).
Pero esta salvación, en la que el hombre es redimido y liberado se lleva acabo por medio
de la fe en nuestro Señor Jesucristo, que murió y padeció por nosotros (Rom. 5,1-11), por Él
hemos sido liberados (Gal 5,1); y esta fe que nace de un encuentro que se produce en la historia e
ilumina el camino a lo largo del tiempo, tiene necesidad de trasmitirse a través de los siglos (LF
38) y está destinada a pronunciarse y convertirse en anuncio (LF 22) para ser compartida por la
Iglesia y así formar un solo cuerpo y un solo espíritu (LF 47).
Para que esta fe sea fecunda y pueda generar una verdadera esperanza es necesario que
no sea solamente la transmisión de una noticia, debe de trasformar la vida del hombre. Quien
tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva (Spes Salvi 2). Dios que se ha
revelado y que ha mostrado su Rostro en Cristo no es para el cristiano algo informativo sino
performativo, es decir, esta experiencia puede transformar la vida del hombre hasta hacerlo
sentir redimido por la esperanza (Spes Salvi 4).
El cristiano, sabiendo que nada contra corriente en un mundo secular que vive
desesperanzado y falto de fe, está llamado a dar razón de nuestra fe y esperanza a todo aquel
que nos la pida (1Pe 3,15). “Aun en momentos duros y tiempos de cruz nada puede destruir su
alegría sobrenatural que se adapta y se transforma y permanece como brote de luz, ya que vive
en una seguridad interior, serenidad esperanzada que le permite una satisfacción espiritual
incomprensible para los parámetros mundanos” (Gaudate et Exultate 125). Quien ha salido de las
tinieblas y conoce al que es la Verdad y vive en la esperanza del mundo futuro, está dotado de un
fuerza sobrenatural que con frecuencia el mundo no comprende.
La sociedad líquida sobre la que camina el hombre actual, ha hecho evidente que frente a
los impetuosos vientos en contra y la falta de sustento para permanecer de pie, ante los
cuestionamientos más profundos de su existencia y al no encontrar un fundamento sólido en el
que pueda sostenerse, la humanidad es impulsada a gritar: ¡Sálvame! mientras se hunde en su
propia realidad (Mt 14,30). Las consecuencias del secularismo al despojar al hombre de todo
fundamento religioso e intentar expulsar a Dios de la realidad humana, solo llevaron al hombre a
una existencia desesperanzada y carente de sentido.
La fe que se nos ha dado como don, es el inicio de un camino de renovación del hombre
que lo lleva a una existencia llena de esperanza y solidez, que lo faculta de seguridad interior y
serenidad, pero sobre todo que le ayuda a comprenderse a sí mismo en la persona de Cristo,
quien es la luz que ilumina su existencia y fin último de perfección al que aspira.
Bibliografía:
Aquino Tomás, Summa Theologiae, IIa.-IIae. q. 62 a.4
Bauman Zygmunt, 2000, Modernidad Líquida, Argentina.
Coreth Emerich, H Schöndorf, 1987, Filosofía de los siglos XVII y XVIII, Barcelona.
Coreth E., P. Ehlen, G, Haeffner, F. Ricken, 1989, Filosofia del siglo XX, Barcelona.
Rahner Karl, 2007, Curso Fundamental sobre la fe, Introducción al concepto del cristianismo,
Barcelona.
Reale Giovanni, Darío Antiseri, 1988, Historia del pensamiento filosófico Teológico y Científico
III del romanticismo hasta hoy, Barcelona.