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LA EDUCACIÓN COMO PROPUESTA REFLEXIVA Y CRÍTICA

ANTE LA PANDEMIA

Luis Guillermo Quijano Restrepo

Doctor en filosofía, Universidad Tecnológica de Pereira.

Resumen: la presente disertación procura presentar la educación como posibilidad

del pensamiento reflexivo ante situaciones como la pandemia actual. Se expone

en tres partes, la primera presenta a la educación como aquella actividad que

permite fomentar el pensamiento reflexivo y crítico antes que la

instrumentalización del educando a la vida laboral. En segunda instancia presentar

cómo la pandemia ha transformado las prioridades en la vida social, política, moral

y educativa y mostrándonos unas nuevas directrices y normativas que son

manipuladas por los medios de comunicación. Finalmente se propone presentar a

la educación como aquella actividad humana que busca liberar al hombre de los

medios y todo aquello que busque restringir sus derechos individuales.

Palabras clave: educación, pandemia, libertad, pensamiento reflexivo,

pensamiento crítico.

Ponencia:

1. La educación como posibilidad del pensamiento reflexivo.

Es un lugar común decir que la educación está en crisis. Encontramos muchas

posturas desde las pedagogías en contra del “transmisionismo”, “memorismo”, etc.

Hace unas décadas, diría yo, incluso, generaciones de estudiantes de


licenciaturas y de educación media y básica, se han familiarizado con estas

“nuevas” tendencias educativas. Ha habido una tendencia a rechazar todo aquello

que huela, incluso a tradición. Sin embargo, tampoco hemos podido constatar las

bondades de los nuevos paradigmas educativos. Es más, podemos verificar, en

cambio, el fracaso de estos mismos con las generaciones de jóvenes que ingresan

y salen de las universidades. No pretendo establecer aquí ningún nuevo elemento

a la discusión. Me gustaría, más bien, señalar un rumbo que adquiere cada vez

más la educación y que se ha visto reforzado con el acontecimiento pandemista

que ahoga hoy nuestra humanidad. Quiero mostrar cómo la educación a partir de

unos presupuestos supuestamente “cientificistas” y “humanistas” pretende llevar la

educación a esferas totalitaristas que atentan contra las libertades individuales.

Nuestras discusiones en torno a los métodos educativos terminan basculando en

aspectos que van desde orientaciones eminentemente científicas hasta las

ideológicas; del memorismo al pensamiento crítico; del tradicionalismo más a

ultranza al vanguardismo transgresor. Tampoco podemos abstraernos ya del

papel que cumplen las TIC y con ello la influencia de los mass media en la

educación, que terminan pasando de “medios” a “fines”; de ser opcionales a

convertirse en necesarios; de complementos a reemplazos.

La pandemia nos mandó a trabajar desde las casas y educar en espacios no

apropiados para estas actividades, pero se justificaba, pensábamos, en tanto la

virtualidad podía suplir e incluso facilitar los procesos educativos en circunstancias

adversas como esta. Casi me atrevería a decir que este suceso pudo haber

atrasado la educación mundial en varias décadas, incluso en países desarrollados.


Todo esto estaría anunciando la desaparición, la muerte de la educación, al

menos como hasta ahora la conocíamos.

1.1. Importancia de la educación.

Creo que no me equivoco al pensar que gran parte de lo que hemos logrado a

nivel social, político, económico, artístico, en fin, a todo lo que Hegel (1985)

llamaba el “espíritu objetivo”, se debe a la educación, incluso, a pesar de sus

errores.

Para nadie es un secreto, sobre todo aquellos que padecimos ser educados hace

casi ya 50 años, que nos querían formar como si el objetivo era convertirnos en

matemáticos. Parecía que nos querían formar, mínimo, como científicos de la

NASA (este era y es todavía el sueño de algunos padres e hijos que asisten a los

colegios). La intensidad en estas áreas de las ciencias duras era (al menos para

mí), simplemente asfixiante. El resultado de todo esto es que el número de

ingenieros es muy superior al de otras profesiones que aquel que se relaciona con

el de las humanidades. El resto de materias o asignaturas tenía un aire de relleno

que poco se discutía. A mí me tocó ver, por ejemplo, historia, geografía, religión

(católica específicamente), filosofía, inglés y francés; otras menos, en formación

técnica como dibujo técnico y mecanografía. Cuando entré a la universidad fue, en

cambio, mi desquite y evité siempre tener algo que ver con los números, ni

siquiera con el número de las páginas de los libros. Hoy, cuando soy docente y

director de un programa de filosofía, puedo seguir constatando la importancia de


los números en los procesos de las universidades en general: créditos con sus

respectivas fórmulas que se reducen a la expresión time is money; de la

prevalencia de modelos de proyectos tipo científicos aplicados para las artes y las

humanidades indiscriminadamente; de los procesos de acreditación con medición

de indicadores; en investigación con la medición de grupos por producción,

citación, etc.; las pruebas “saber”, las pruebas “pisa”, que miden esto y aquello,

etc., etc.

Pero si me preguntan si la educación hubiera tenido otro modelo, quizás más

humanista, ¿hubiera cambiado la cosa? Mi respuesta puede ser desconcertante:

no. Tampoco hubiera sido peor, solo que hubiera sido estrictamente elitista. Las

matemáticas y en general sus ramas terminaron siendo más democráticas que

aquellas. Todavía vemos en el mundo de las humanidades y de las artes cierto

aire de “elegidos”; los científicos trabajan al menos en grupos, en ciertas cofradías.

Los humanistas tienden a ser más individualistas y ególatras. Raras han sido las

asociaciones por ejemplo entre filósofos: Marx-Engels; Deleuze-Guattari, ¿quién

más? Entre los artistas pasa más o menos lo mismo, sólo que aquí se les perdona

más fácil.

Así que no debe haber tal dicotomía: o formación científica o formación humanista.

Podríamos decir sin temor a equivocarnos que la ciencia es también un

humanismo, el problema es que no se ha visto así porque predomina un

pensamiento calculador en ella. Pero si revisamos, la ciencia es producción

netamente humana que se proyecta y se ofrece para beneficio mismo del hombre:

parte del ser humano para volver a él. Así también sucede con la formación
humanista que tiene un poco más de conciencia sobre esto. Conciencia que, sin

embargo, la dirige cada vez más contra ella misma. ¿A qué me refiero? A que las

humanidades, sobre todo la filosofía, es culpable de la crisis educativa al promover

también un tipo de discurso técnico y “cientificista” que presume de objetividad,

cuando no se pone al servicio de cuestionables ideologías.

1.2. Educar es cada vez más difícil. ¿Por qué?

Esto de la educación, pues, no es fácil. Tanto el pensamiento reflexivo como el

crítico tiene cada vez más resistencia por aspectos tan impositivos como la

preponderancia de los medios de comunicación y de las redes sociales a los que

llamaremos en general como mass media. Estos tienen gran impacto, como se

diría hoy, porque seducen, cautivan y fascinan a quienes lo usan. No es necesario

ahondar mucho en estos verbos mencionados, sólo baste las lecturas de

Baudrillard, Lipovetsky, Baumann, etc. La seducción nos atrapa por los sentidos y

hace que nuestro deseo se torne sólo hacia ellos. Nos cautivan porque nos

encierran en su mundo ilusorio y virtual y entregamos sin reserva a ellos nuestra

voluntad. Nos fascinan porque en ellos satisfacemos nuestras compulsiones. Ante

la pantalla todo se borra. Sólo existe ese resplandor. Pero, además, es una

promesa de vida fácil y de enriquecimiento.

Hoy también escuchamos hablar y pontificar sobre pensamiento crítico. Casi que

se volvió un sinónimo de educación. Y no es extraño el uno del otro, sólo que no

se puede reducir la educación a un promover el pensamiento crítico sin más. Es

más “complejo” de lo que imaginamos. Criticar es juzgar, así que, de lo que se


trata aquí es de la capacidad de juzgar, asunto que Kant, trató ampliamente en

sus famosas Críticas: La crítica de la razón pura, La crítica de la razón práctica, La

crítica del juicio, tratados que inauguran el pensamiento crítico, al indagar por los

límites del conocimiento, que se traduce en sus “condiciones de posibilidad”. Este

es el nuevo tribunal de la razón, ni más ni menos.

Sin embargo, la condición de posibilidad misma de la crítica es la propia reflexión.

Sin esta capacidad que nos ofrece el entendimiento, digámoslo superficialmente,

no nos sería dado este tipo de juicios. La actividad reflexiva más que un efecto

reflejo que parte de nosotros y vuelve a nosotros mismos, implica una fuerza que

nos permite abrir el ojo de nuestro nous, el mismo que recibe los dones del

Espíritu y gracias a él no sólo distinguimos los objetos tanto físicos como

mentales, sino también discernimos lo que está bien o mal. La conciencia sería

simplemente imposible sin esta capacidad reflexiva. Así, pues, antes que el

pensamiento crítico, es primero el reflexivo que va más allá de sí, es trascendente

porque implica un superar lo meramente dado y es capaz de transformarlo en un

otro de sí. El pensamiento crítico trascendental es posible, entonces gracias a la

trascendencia misma del pensamiento.

La educación, entonces, pareciera perder cada vez más su pertinencia y su

oriente y nosotros los académicos nos desgañitamos por encontrar nuevas

estrategias y teorías educativas y pedagógicas que nos permitan retomar el curso

perdido. De tanto método se nos perdió el camino. Por ello buscamos que

nuestras clases no sean monótonas ni aburridas y tratamos de competir con


aquellos que logran sin estudio ni esfuerzo atrapar a nuestros estudiantes. Les

ponemos un video educativo (que no hace más que dar datos, cifras y en general

darles la información que ya nosotros no podemos dar); buscamos alternativas en

plataformas, pizarras electrónicas, podcast para que no se aburran; o bien

iniciarlos en teorías y autores que transgredan, deconstruyan todo aquello que

huela a verdad o a tradición. Esto último es, tal vez para nosotros los

“humanistas”, el terreno más seguro para profesar nuestra profesión. Pero

también, a cambio, recibimos de ellos un bostezo.

Por eso la educación que hemos estado experimentando hace más de 50 años,

nos conduce al absurdo de que, si queremos tener éxito económico, más bien

renunciemos a educarnos. En tanto la educación se siga orientado exclusivamente

a formar profesionales para la vida laboral, entonces toda la educación se reducirá

a formar obreros “calificados” para la sociedad. Es decir, este tipo de educación

nos termina midiendo por el rasero, y nos lleva a constituir la base de la sociedad,

formada por un proletariado tecnologizado.

En resumen, la educación pasa por un momento en el que se van borrando sus

límites y empezamos a notar que la educación se puede confundir con

información: Ahora nos toca a nosotros los docentes aclarar que no somos ya

maestros (por eso no damos ya clases magistrales), sino que somos tutores, guías

en sus investigaciones (¡!). Y que, si quieren saber detalles o datos de alguna cosa

en particular, pueden recurrir a Wikipedia. Nosotros no somos ya aquellos

maestros de antaño que todo lo sabían: ellos hablaban y nosotros escuchábamos.


Las primeras relaciones hegemónicas cuestionables casi que al igual que la de los

padres, fueron las de los maestros. Saber era poder. Ya no.

Se puede confundir también con entretenimiento: Desafortunadamente hemos

entrado en el falso dilema de que la educación no puede ser aburrida y entonces

debemos hacerla más entretenida y divertida. Así, recurrimos a todas nuestras

capacidades creativas y queremos llevarles algo “nuevo” a los estudiantes para

que no le pierdan el interés a la clase. Lo que me pregunto es ¿hemos reducido el

problema del interés del estudio a un simple aspecto emocional?

Finalmente, se puede confundir con ideologización: Este es un punto muy delicado

que no quiero pasar por alto pero que tampoco profundizaré, precisamente porque

encuentro que hay una tendencia cada vez más generalizada entre nosotros los

educadores en normalizar ciertas ideas que parecen formar parte de nuestra

sociedad o nuestra condición humana. Son ideas que se imponen no

necesariamente por la fuerza del látigo o de la espada, sino que se calan poco a

poco en nuestro lenguaje y se adhieren como parásitos en la lengua. Lo particular

es que no hay una cabeza visible que las introduzca, sino que están ya como en el

aire, se respiran y se convierten como en nuestro medio natural.

2. Los medios se apropian de la pandemia.

Vivimos tiempos difíciles e inéditos en la historia de la humanidad. Pensábamos

que las dictaduras tenían la cara de un dictador, tipo Hitler o Stalin, de un


“déspota” o un “tirano” como lo llamaban los griegos. Hoy la dictadura tiene la cara

amable y maquillada de la publicidad y del espectáculo masivo. Nos mandan al

encierro en casa con imágenes tiernas y amables; nos muestran al anciano en un

hospital metido en una burbuja, mientras sus seres queridos con una lágrima en el

ojo “guardan la distancia” con el enfermo. Nos mandan mensajes y mandatos con

palabras y música de fondo suaves y melodiosas. La pandemia tomó la forma de

las “propagandas”, de la publicidad, cuando no de las novelas. Pero, de otra parte,

y para acentuar el dramatismo, los noticieros publican las noticias relacionadas

con el COVID bajo cifras escalofriantes e imágenes terribles de entierros masivos,

enfermos en los hospitales y gente que cae inesperadamente en las calles. Da

miedo verlas. Pero, en cambio, en relación con las farmacéuticas los medios los

colocan como los nuevos “superhéroes”, filántropos verdaderos que se han

esforzado por salvar a la humanidad de la muerte y la enfermedad. Así, las

vacunas son presentadas como “la solución final”, rodeada de todas las bondades

y la alegría de la salvación. Recordemos que los nazis recibían a los deportados

que enviaban a los campos de concentración con música germánica (Wagner

mínimo) que generaba un aire de confianza en aquellos que se dirigían al cadalso.

2.1. La pandemia se instauró como un estado de guerra.

Es importante recordar un poco los acontecimientos que rodearon la aparición de

la pandemia. D. J. Trump había declarado en junio de 2018 la guerra comercial a

China, imponiendo sanciones y aranceles a sus productos, así como restricciones

a compañías como Huaweii. Después en Wuhan, en febrero de 2019, aparecen


unas alertas sobre un posible contagio masivo, debido a un virus de origen

zoonótico en el mercado principal de dicha ciudad (después supimos que justo

detrás del tal mercado estaba el laboratorio de virología más importante de China.

Hay hipótesis muy confiables que se dirigen a establecer el origen del virus de

este laboratorio tanto como su escape). El virus se esparció, milagrosamente, a

todo el mundo, en menos de dos meses. El presidente Macrón de Francia, en los

días de marzo, declaró: “estamos en guerra”. Se refería, por supuesto, a la guerra

contra el agente patógeno que empezábamos a librar. Sin embargo, las medidas

que comenzaron a nivel mundial sólo se asemejan a un estado de guerra real:

toques de queda, ley seca, confinamiento, restricciones de movilidad, clausura de

negocios diferentes a distribuidores de comida y de medicinas, y un largo etcétera.

Tampoco es de olvidar las palabras dichas por el Papa Francisco en 2016:

“estamos viviendo la tercera guerra mundial por partes”, luego lo repite en 2019 en

su encíclica “Fratelli Tutti”.

2.2. Los medios de comunicación y la manera como se

difunde la pandemia

Mencionábamos líneas arriba que había dos maneras de decir la misma narrativa:

cuando se trata de mandatos hacia la prevención de transmisión, se utilizan por lo

general escenas y modos de decir suaves, cálidos, esperanzadores. Pero cuando

se trata de “retratar” los efectos de la pandemia, se recurre a cifras de muertos,

hospitalizados, contagiados, así como a mostrar escenas que provoquen terror y

miedo a los espectadores. Pero también está otra manera y es el desacreditar y


ridiculizar cualquier discurso contrario al oficial, aún cuando provenga de

personalidades del mundo de la ciencia, de la academia en general. Así sucede

con figuras tan importantes como: Luc Montagnier (virólogo francés, premio nobel

de medicina), Geert Vanden Bossche (virólogo belga, quien trabajó con la

fundación Bill & Melinda Gates), Roxana Bruno (argentina bioquímica y doctora en

inmunología), Christian Vélot (biólogo francés y profesor en genética molecular),

Robert Malone (virólogo e inmunólogo estadounidense, cocreador de la tecnología

ARNm), Karina Acevedo (de México, doctora en ecología molecular), entre otros

muchos. Estos científicos han sido silenciados, ridiculizados, y denigrados en su

persona y profesión tildándolos de pseudocientíficos y hasta “ conspiracionistas”,

por los medios informáticos, a pesar de sus aportes a los estudios sobre vacunas,

virología, genética, entre otros.

2.3. ¿La salud pública prima sobre la educación y la libertad?

El efecto que esto tiene sobre nosotros y en especial en nuestras conciencias es

simplemente devastador y escandaloso: Han logrado manipularnos, incluso a

aquellos personajes a quienes teníamos por críticos y reflexivos sucumbieron ante

estas ruidosas “sirenas”. El efecto de la pandemia, al menos desde mi experiencia

personal, es que dividió más el mundo (entre vacunados y no vacunados) y

desveló con ello el miedo, más bien el terror, que le tenemos a la enfermedad y a

la muerte. Lo que nos debe concentrar es el efecto que causó en nuestras vidas y

como las transformó.


Todos abrazamos de inmediato este destino común, nos emocionamos con los

italianos al verlos cantar desde sus balcones; a los médicos y enfermeras los

aplaudimos con lágrimas en los ojos; los medios nos infundían sentimientos de

solidaridad y unidad por aquellos ancianos que caían enfermos y aislados, en fin,

nos dimos cuenta de que también nosotros podíamos morir y que se trataba, en

este caso, de una despedida. Creo que esta perspectiva nos cambió nuestros

paradigmas. ¿Para qué quiero yo la educación y mi libertad si voy a morir? Lo

primero es protegerme, conservar la salud, luego viene lo demás. La salud se

volvió la prioridad y habría que defenderla y conservarla a cualquier costo, incluso

poniendo en modo de espera la educación y las libertades individuales. La salud

se convirtió en un bien absoluto y por lo tanto se podría emplear cualquier medio,

incluso la experimentación humana, para implementar de emergencia una posible

solución a este nefasto visitante o a cualquier otro evento catastrófico en el futuro.

Fue la primera vez en la humanidad que a los sanos se les encerraba bajo el

pretexto de que eran “asintomáticos”: Todos somos enfermos, aunque sea

potencialmente. Luego, tenemos que encerrarnos. Por eso se prohibió salir a

trabajar o a desplazarse libremente. Los niños, tanto como los ancianos fueron

cruelmente encerrados y privados de la luz del sol.

El experimento dio como resultado el que no hubo mayor resistencia al

confinamiento y a las restricciones en general extremas. Todos hicimos muy bien

el trabajo y colaboramos mansamente con la “nueva normalidad”. Mejor dicho, el

resultado fue, que estamos dispuestos a ceder nuestras libertades y derechos con

el fin de que se nos salve de la terrible enfermedad y de la muerte “como sea”. Los
colegios e instituciones educativas continuaron, pero por medio de la virtualidad a

costa de los mismos padres que tenían que estar junto a ellos siempre. Pero

aquellos que no tenían los recursos tecnológicos, simplemente abandonaron sus

estudios. Aún después de casi dos años de esta emergencia sanitaria, muchos

niños y jóvenes no han podido volver a sus aulas. Podemos conjeturar que esta

pandemia se convirtió en el nuevo Leviatán que establece también un “nuevo

contrato social”.

3. La educación como posibilidad reflexiva y crítica ante la

pandemia.

Llegamos a esta última sección de la disertación para indagar entonces qué

posibilidades le quedan a la educación frente a la pandemia. Ya hemos visto que

aquella se subordinó totalmente a la salud. En países como Australia o Estados

Unidos, por ejemplo, los niños y jóvenes tienen que vacunarse, pues de lo

contrario no podrán volver a pisar sus instituciones educativas. Con la pandemia,

la educación recibió la última estocada. Ya habíamos dicho que esta se había

desdibujado en cuanto oscilaba entre educar o informar, educar o entretener o

educar e ideologizar. También con la predominancia de la tecnologización la

educación terminó dependiendo de estos recursos y por poco, los maestros son

reemplazados por youtubers. Este experimento social de la pandemia dio también

como resultado el que, en efecto, la educación puede ser relegada al encierro, y

su ventana será el mismo computador que le dará todas las opciones para su

proceso a la vida laboral rasa.


Pero ¿Hay alguna posibilidad hoy para la educación en medio de la pandemia?

posiblemente se tienda, cada vez más a volver a la antigua relación maestro-

discípulo o del tutor personalizado. La educación de las masas será la que se de

por vía virtual y siga los lineamientos actuales. Esta otra, marginal, incluso

excluyente, podrá aspirar a la formación del individuo singular en individuo

universal y con ello la posibilidad de que la vida y el estudio no se disocien; de que

se pueda entrar en relación dialógica con la tradición y comprenderla en sus

posibilidades y limitaciones, pero también de que la única manera de conservar la

libertad es el respeto y el diálogo con el otro, incluso abrirnos a la posibilidad de la

alteridad que el otro nos ofrece, aún en su infierno que nos amenaza. La

educación, en fin, es la que nos puede quitar el miedo a la enfermedad, a la

muerte y al otro que puedo ser yo mismo.

3.1. ¿Educar para la vida o educar para la academia?

Retomamos la idea, entonces, de que hay una tendencia en la educación de

disociar lo que se da en la academia y de lo que nos encontramos en la vida

cotidiana. Esto se puede constatar cuando nos enfrentamos a situaciones y

problemas que resolvemos, generalmente, a través de nuestros amigos, opiniones

ajenas a nosotros como la de los noticieros. Casi que los únicos conocimientos

que empleamos en la vida diaria se refieren a problemas matemáticos básicos:

restas, sumas, divisiones o multiplicaciones; proporciones, números quebrados,

etc. O de lecto-escritura. Estas son las bases que empleamos diariamente en


nuestro diario vivir. Algunos elementos de la física y de la química también se

pudieran aplicar a la vida, podrían ser más, pero los maestros no desarrollan ese

tipo de actividades, en cómo aplicar el conocimiento en la cotidianidad. Pero a

nivel de las humanidades el asunto se vuelve más crítico. La mayor parte de los

contenidos en estas asignaturas tanto en la educación media y superior está

determinada por la información: fechas, nombres, sucesos determinados, libros,

etc., etc. Es un saber que no sale ya de libros y textos en general, es un sistema

endógeno que termina sólo interesándole a los mismos académicos pero dentro

de la academia. El reto es sacar este saber y que permita al ciudadano común

apropiarse del mismo y aplicarlo en casos que lo requiera, bien para aclarar o

discernir acerca de un acontecimiento, bien para forjarse una opinión argumentada

y veraz sobre algún problema moral, político, económico, religioso, estético, etc.

Pero esto no es fácil, porque siempre está la tentación de que alguien, mejor,

piense por nosotros.

3.2. La educación no puede conducir a un pensamiento único

y homogéneo.

Reparemos que todos estos temas de actualidad no se incorporan en la educación

sino a posteriori, eso nos podría llevar a la hipótesis de que la educación se

convierte en un medio para establecer una o unas ideologías determinadas o bien

para responder a necesidades ad hoc. La educación se ha vuelto entonces una

colcha de retazos que tiene que responder a aspectos concretos y contingentes

que por lo general se dan como imposiciones desde organismos internacionales,


generalmente por las grandes corporaciones o por las organizaciones mundiales

como el FMI, el Banco mundial, las Naciones Unidas, etc. Estos imponen

lineamientos que confirman el carácter instrumentalista que asume la educación y

por ello la academia debe sucumbir a dichas directrices sin mayores debates.

3.3. Educar es formar para la libertad

Si estimamos en algo todavía la educación en tanto posibilidad de transformación

del ser humano, tendríamos que repensar la educación en aras de formar al

individuo en el conocimiento y vivencia plena de su libertad, con toda la

responsabilidad que ello implica. Si todavía pensamos que la realización del ser

humano radica en hacer buen uso de su libertad, tenemos que hacer de la

educación el camino para que precisamente lo logre y con ello colabore en la

construcción de una sociedad donde todos seríamos fines y no medios, el “reino

de los fines” como pretendía Kant. Es, de alguna manera, una invitación a volver a

aquellos ideales (no al idealismo tal cual) donde la educación era la condición

misma de su posibilidad. Es educar para la vida moral, política, estética, familiar,

social, en fin, donde todas las dimensiones del ser humano confluyan e

interactúen con los demás. Esto implicaría unas transformaciones radicales en los

modelos educativos y, de manera particular, un volver también a la tradición de

manera dialogal, pero también crítica. Es poder reconocer en nuestra distancia

precisamente aquello que nos distingue de aquella, pero también reconocer lo que

le debemos. El negarla sería caer en el error (aunque históricamente era

imposible) que tuvieron todos los colonizadores y “civilizadores pasados” de no


entrar en diálogo con lo otro, con la alteridad y, en cambio, destruirlo y negarles el

contacto con su pasado, reflejado en su lengua, en sus creencias, sus mitos y sus

costumbres en general. Los procesos civilizatorios o colonizadores tanto en

Oriente, en Occidente, como en la América prehispánica, todos ellos se dieron

anulando al enemigo: destruyendo todo vestigio del pueblo, sometiendo a las

mujeres y a los niños a la esclavitud, y a los ancianos y guerreros eliminándolos.

No se entiende pues, que hoy se quiera anular entonces la tradición, y creer que

hemos logrado un mayor conocimiento y progreso con respecto a nuestros

antepasados. Esto sería una traición.

Finalmente, la propuesta misma de toda esta disertación es lograr que nuestra

educación sea una verdadera resistencia contra la amenaza que se cierne sobre

toda la humanidad de instaurar unos bienes o valores absolutos que se

caracterizan precisamente por ser relativos y contingentes como son la salud o el

cambio climático. Pero ello no implica entonces que no los procuremos o no sean

dignos de cuidado, todo lo contrario, se convierten también en un asunto de

responsabilidad mutua. Lo que no se puede permitir es que de ahí surjan nuevos

valores morales y éticos que reemplacen aquellos que constituyen nuestra

realización como seres humanos. La educación, por medio del pensamiento

reflexivo y del pensamiento crítico, nos darán las herramientas necesarias para

enfrentar aquellas nuevas normativas que sostienen falazmente que el bien común

debe primar sobre las libertades individuales, como si mi libertad entrara en

contradicción con nuestros bienes. Por el contrario: es por el ejercicio de mi


libertad que yo entro en consonancia con lo verdaderamente común a todos

nosotros: el ser verdaderamente humanos.

Bibliografía:

Baudrillard, J. (1997). El sistema de los objetos. Siglo veintiuno

Fichte, J.G. (1995). Discurso a la nación alemana. Altaya.

Hegel, G.W.F. (1985). La Fenomenología del Espíritu. FCE.

Heidegger, M. (1994). Serenidad. Odós.

Kant, I. (2007). Crítica del Juicio. Austral.

Kant, I. (2002). Crítica de la razón práctica. Sígueme.

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