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La denominada independencia interna del Poder Judicial

Por Javier Estaban de la Fuente

En los últimos días, debido a la actual situación de emergencia sanitaria


originada en la pandemia por COVID–19, diversos tribunales superiores han emitido
pronunciamientos por los que recomiendan a los órganos jurisdiccionales inferiores
adoptar criterios más amplios o flexibles en la aplicación de mecanismos alternativos al
encierro carcelario. No se trata de fallos plenarios, que también han generado serios
cuestionamientos en la doctrina y en la jurisprudencia, sino de recomendaciones
generales que pretenden aportar soluciones respecto de la problemática aludida,
agravada a su vez por la superpoblación carcelaria.
Desde mi punto de vista, es muy importante que las prácticas judiciales referidas
no se transformen en una vía para afectar la independencia de los jueces y juezas, a
quienes se les atribuye constitucionalmente la función de aplicar la ley vigente en los
casos concretos, lo que necesariamente implica su previa interpretación. Los aludidos
criterios de actuación deben servir como una herramienta de utilidad para los jueces
inferiores en esta difícil tarea de interpretar la ley, es decir, como alternativas válidas de
interpretación sustentadas por tribunales superiores, pero es fundamental que no afecten
la autonomía de cada magistrado para seguir la interpretación que le parezca adecuada.
Específicamente, es imprescindible evitar que se apliquen consecuencias disciplinarias
contra jueces o juezas por sostener diferentes criterios.
Resulta pertinente recordar que el principio fundamental de la independencia del
juez, imprescindible para asegurar un adecuado ejercicio de la función judicial, no
depende solamente de la prohibición de injerencias o presiones externas (arts. 109 y
110, C.N.; 10 D.U.D.H.; 8.1 D.A.D.H. y 14.1 P.I.D.C.P.), sino también de la
denominada “independencia interna”, es decir, dentro del mismo Poder Judicial. En este
sentido, resulta imprescindible impedir intromisiones o presiones indebidas de los
tribunales superiores con relación a los inferiores y, evidentemente, la iniciación de
procedimientos disciplinarios, sin verdaderos fundamentos y sólo por discrepancias en
los criterios jurídicos, implicaría una inadmisible injerencia contraria a la aludida
independencia.
Si realmente pretende defenderse un sistema de justicia democrático, lo primero
que hay que entender es que el mecanismo de revisión de las sentencias a través de
recursos no puede ser utilizado para imponer jerárquicamente la opinión de los jueces
superiores a los jueces inferiores. Aun cuando la regulación legal contemple la
existencia de tribunales superiores, ello de ninguna forma significa que la postura que
asuman sus integrantes tenga mayor valor que la de los restantes jueces.
Como lo afirma Ferrajoli, “la independencia de los jueces es garantía de una
justicia no subordinada a las razones de estado o a intereses políticos contingentes” y
para ello es imprescindible que “esté asegurada tanto para la magistratura como orden,
frente a los poderes externos a ella y, en particular, al poder ejecutivo, como al
magistrado en calidad de individuo, frente a los poderes o jerarquías internas de la
propia organización, siempre en condiciones de interferir de algún modo en la
autonomía del juicio” (FERRAJOLI, Luigi, Derecho y razón, Teoría del garantismo
penal, Editorial Trotta, 3ª edición, Madrid, 1998, p. 584). En similar sentido, sostiene
Zaffaroni que: “En la práctica, la lesión a la independencia interna suele ser de mayor
gravedad que la violación a la propia independencia externa. Ello obedece a que el
ejecutivo y los diferentes operadores políticos suelen tener interés en algunos conflictos,
en general bien individualizados y aislados (salvo casos de corrupción muy
generalizados, o sea, de modelos extremadamente deteriorados), pero los cuerpos
colegiados que ejercen una dictadura interna y que se solazan aterrorizando a sus
colegas, abusan de su poder en forma cotidiana. A través de ese poder vertical satisfacen
sus rencores personales, se cobran en los jóvenes sus frustraciones, reafirman su
titubeante identidad, desarrollan su vocación para las intrigas, despliegan su egolatría,
etc., mortificando a quienes por el mero hecho de ser jueces de diferente competencia
son considerados sus ‘inferiores’… La maledicencia se convierte en moneda corriente,
hace presa de todos y sustituye a las motivaciones racionales de los actos
jurisdiccionales: las sentencias no se confirman, revocan o anulan por razones jurídicas,
sino por simpatía, rencor, celos con el colega…” (ZAFFARONI, Eugenio R.
Estructuras judiciales, Ediar, Bs. As., 1994, p. 13). En definitiva, “la necesidad de que
los jueces resuelvan el caso sólo según criterios de la ley, evitando, en lo posible, la
influencia de factores políticos coyunturales, que operan sobre el caso, impone que, a
diferencia del ejecutivo, unipersonal en principio, y en todo caso, organizado
verticalmente, según el principio de jerarquía, el poder judicial se exprese por
intermedio de una serie de oficios (los tribunales o cortes de justicia), integrados por
una pluralidad de personas (los jueces), quienes no pueden depender del principio de
obediencia jerárquica, para garantizar al justiciable la sumisión a la ley y al caso
concreto. Se trata, así, de una organización horizontal, en la que cada juez es soberano
al decidir el caso conforme a la ley, esto es, él es el poder judicial del caso concreto. Y
ello es así, aunque se faculte a alguien para recurrir la decisión de un tribunal y se
permita, de este modo, que otro tribunal reexamine el caso, desde algún punto de vista,
y este tribunal elimine, revoque o reforme la decisión anterior (por considerarla
errónea), pues las instancias recursivas y los tribunales creados para llevarlas a cabo no
deben ser, al menos de manera principal, expresión de una organización jerárquica, sino,
por el contrario, manifestación de la necesidad de evitar errores judiciales para garantía
del justiciable” (MAIER, Julio B. J., Derecho Procesal Penal. Fundamentos, Ed. Del
Puerto, 2ª edición, Bs. As., 1999, T. I, p. 744).
En consecuencia, más allá de las dudas que surgen para encuadrar jurídicamente
esta clase de resoluciones, que no constituyen los acuerdos plenarios regulados por los
códigos procesales, lo más importante es que no se transformen en mecanismos para
afectar la autonomía que los jueces y juezas deben tener para interpretar el derecho
vigente y resolver los casos sometidos a su conocimiento.

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