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En el siglo XVII surgió una nueva escuela de pensamiento que se conocía con el nombre de
psicología de las facultades. Esta escuela hacía una clara distinción entre el alma y la
mente, atribuyendo diferentes facultades a cada una de éstas.
A fines de siglo XVIII los conceptos de la psicología de las facultades invadieron la retórica.
El dualismo alma/mente fue interpretado y tomado como base para dos propósitos
independientes entre sí, de la comunicación. Uno de los objetivos era de naturaleza
intelectual o cognoscitivo, el otro era emocional. Uno apelaba a la mente y el otro al alma.
De acuerdo con esta teoría, uno de los objetivos de la comunicación era informativo:
llamamiento hecho a la mente. Otro era persuasivo: llamado hecho al alma, a las
emociones. Y otro más servía de entretenimiento. Se decía que se podría clasificar las
intenciones del comunicador y el material que utilizar, dentro de estas categorías.
Una de las críticas hechas al concepto de una triple división del propósito se refiere a la
naturaleza del lenguaje. Puede alegarse que existe una razón para creer que todo el uso del
lenguaje tiene una dimensión persuasiva, y que la comunicación se hace completamente
imposible si ésta, en una forma u otra, carece de intento de persuasión
De todas formas dos preguntas siguen en pie: afectar a quién y de qué modo.
El quién
El cómo
Un artista puede componer una obra con diferentes fines, el prestigio, el impacto en la
opinión pública, provocar determinadas reacciones. Estamos en el ámbito instrumental.
Si nos imaginamos el autor de una novela y su editor seguramente podremos prever una
serie de conflictos de intereses, consumatorios e instrumentales. Para el editor lo que
importa es que el producto "novela" alcance un máximo de ventas, quizás no le vaya mal al
autor, pero seguramente éste pretende otros objetivos, como el de impactar al lector,
satisfacer su ego, ser especial, etc.
Los dos pues operaran con registros diferentes, que no por ello tienen que ser opuestos.
Hay la posibilidad de un continuum en el que los intereses de uno y otro tengan puntos de
contacto o podríamos decir de compromiso.
El proceso de conseguir que otras personas acepten nuestros puntos de vista y se sienta
cómoda con ello (no por imposición) y a su vez que estas personas permanezcan
suficientemente entusiasmadas como para poder influenciar positivamente a otras.