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CARTA A LOS HEBREOS

Hb 7, 28

7 28
La ley constituye sumos sacerdotes a hombres débiles; pero la palabra del juramento,
posterior a la ley, constituye a uno que es Hijo, perfecto para la eternidad.

HOMILÍA

Querido hermanos: El día de hoy la liturgia nos propone una de las obras más
impresionantes del Nuevo Testamento, hablamos de la carta a los Hebreos. Un escrito
bastante particular porque al inicio se percibe un discurso, más que de una carta; pero se
evidencia el final que tiene la impresión contraria. Su término se identifica como una
despedida de estilo paulino (Hb 13, 22). Ella, inicialmente, era atribuida a San Pablo. Esta
carta, llamémosla así, es considerada escandalosa ya que es el único texto que considera a
Jesús como Sumo y Eterno Sacerdote, con características particulares: que es fiel y
misericordioso, es decir, que Cristo Hijo único de Dios que fue glorificado y que nos promete
una esperanza venidera desde una sacerdocio eterno desde la fidelidad y misericordia.

El texto propuesto para el día de hoy, tomado del capítulo 7, 28, el autor de la carta parte de
la tradición sacerdotal aaronita y por tanto levita del Antiguo Testamento, afirmando que
estos no fueron capaces de cumplir el compromiso para lo que habían nacido. La institución
sacerdotal en los levitas era una realidad temporal, ya que no podían permanecer en el
tiempo, es decir, continuar siendo mediadores de la salvación. Por eso el autor, partiendo del
Sal 110, 4, “lo ha jurado Yahvé y no va a retractarse”, afirma que en Cristo se cumple la promesa.
El sacerdocio de Jesús no es débil e ineficaz, es el verdadero y eterno mediador de la salvación
Divina para el género humano. Con el sacerdocio de Cristo se da la auténtica perfección de
todo lo que era imperfecto en el sacerdocio del Antiguo Testamento y se da mediante su
pasión, muerte y resurrección.

El acontecimiento kerigmático, nos coloca de manifiesto que el sacerdocio de Cristo, según el


rito de Melquisedec, es para la eternidad; ya no depende de una descendencia como el de
Aarón y por tanto de Leví, donde todos morían; Jesús es el Sumo Sacerdote con duración
eterna, porque Dios Padre a lo ha resucitado de entre los muertos (13, 22). Hermanos, el
sacerdocio de Cristo es único, porque es eterno y es capaz de salvar definitivamente a la
humanidad. No es temporal, como el de los levitas sino para siempre. La ley no llevó nada a
la perfección, Cristo desde el misterio de la Encarnación, pudo entrar en la presencia eterna
de Dios para conseguir la mediación de la salvación Divina eterna y definitiva. Que desde el
sacerdocio eterno de Cristo, podamos decir hermanos, como en el himno de la víspera de la
fiesta de Cristo y Sumo Eterno Sacerdote: “Gloria a ti, Jesucristo, nuestro hermano, que fuiste
sacerdote compasivo; intercede glorioso ante tu Padre, con quien vives y reinas por los siglos de los
siglos. Amén”. Julián Mogollón M.

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