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El

Santuario
El
Santuario
Roy Adams

Asociación Publicadora Interamericana


Belice-Bogotá-Caracas-Guatemala-Madrid-Managua
México, D.F.-Panamá-San José-San Juan-San Salvador-
Santo Domingo-Tegucigalpa
Título de la obra original: The Sanctuary
Traductor: Félix Cortés V.
Dirección editorial: Mario A. Collins
Diagramación: Leonardo Moreno T.

Copyright © 1998, por


Asociación Publicadora Interamericana
Derechos reservados

Asociación Publicadora Interamericana


1890 N. W. 95th Ave.
Miami, Florida, 33172
Estados Unidos de Norteamérica

ISBN 1-57554-133-5

Impreso y encuadernado por:


OP Editorial Ltda.
Santa Fé de Bogotá
Colombia

Printed in Colombia
Co n te n id o

Introducción 7

1 Metáforas de la redención y la restauración 12

2 Actividades y m obiliario del santuario del Antiguo


Testamento 27

3 Conforme al m odelo 36

4 Una conceptualización del Santuario celestial 53

5 Los escritos de Elena G. de White 65

6 El santuario celestial 75

7 Cristo y 1844 98

8 El juicio previo al advenim iento 10 8

9 Un pulso de arm onía 121

Apéndice: Testim onios 140

5
In tro d u cció n
Es com prensible que algunos dentro de la iglesia se sientan siem-
pre incóm odos ante la idea de cam biar cuándo se trata de asuntos
doctrinales. Una de las razon es es el hecho de que algunos ven a la
iglesia com o poseedora de la verdad, toda la verdad y nada m ás que
la verdad.

LA VERD AD SIEMPRE CRECIEN TE


Sin em bargo, encuentro interesante y significativo que Elena de
White, una de las personas m ás firm es y sólidas del m undo adven-
tista y quien, según creem os, fue ilum inada por el don profético, no
tom ó esa posición.
“No hay excusa para ninguno que tom e la posición de que no hay
m ás verdad que debe ser revelada, y que todas nuestras exposiciones
de la Escritura no tienen ningún error. El hecho de que ciertas doc-
trinas han sido consideradas por nuestro pueblo com o verdad duran-
te m uchos años, no es una prueba de que nuestras ideas son infali-
bles. La edad no con vertirá un error en verdad, y la verdad puede
resistir la in vestigación. Ninguna doctrina perderá nada aunque se la
som eta a la in vestigación m ás rigurosa”. 1
Yo creo que la razón fundam ental para el desarrollo de la doctri-
na es nuestra hum anidad, nuestras lim itacion es y nuestra cortedad
de vista. No logram os percibir de una sola vez todo lo que el Señor
quiere decirnos. Es por eso que J esús dijo a sus seguidores en la vís-
pera de su m uerte: “Aún tengo m uchas cosas que deciros, pero ahora
no las podéis sobrellevar” (J uan 16:12).
Parecería que la iglesia, en algunos m om entos cruciales de la his-
toria, es afligida por una especie de m iopía espiritual, y se le dificulta
ver hacia adelante, y le cuesta apreciar el con sejo total que Dios an-
hela darle. El contexto inm ediato de la iglesia – ya sea social, político,
religioso o ideológico– la lim ita y le anubla la vista.

7
Una de estas ocasiones fue la víspera de la cruz, cuando los dis-
cípulos se quedaron confusos pese a los m ejores esfuerzos que hizo
J esús para ilum inarlos. Otra fue la época de la Reform a, cuando
gigantes com o Martín Lutero no pudieron ver m ás allá de algunas
m urallas que la tradición había levantado durante m uchos siglos.
Una tercera ocasión fue 18 44, tiem po de enorm es percepciones teo-
lógicas, gran expectación y elevado fervor espiritual, pero una época
que había de ser testigo de un o de los m ás aplastantes chascos en la
historia de la iglesia. Los m ileristas, a pesar de que su posición era
m uy correcta, fueron afligidos por un bloqueo m ental y teológico, por
así decirlo, que les dificultó en gran m anera apreciar ciertas verdades
bíblicas elem entales. En particular, no lograron com prender la decla-
ración específica de J esús de que nadie sabe ni el día ni la h ora de su
venida: “Ni aun los ángeles de los cielos, sin o sólo m i Padre” (Mateo
24:36).
Y fue en 18 44, un o de esos períodos difíciles, cuando Dios se
acercó a algunos de sus chasqueados, heridos y desalentados hijos
para revelarles la m aravillosa verdad del santuario. Nunca he com -
prendido cóm o podíam os esperar que vieran todo lo que Dios quería
m ostrarles en m edio de su chasco y a través de sus ojos llenos de
lágrim as. Siem pre he creído que Dios les dio todo lo que fueran capa-
ces de captar en sus m om entos de derrota, lo suficiente para sobre-
ponerse a la situación en que se encontraban.
La doctrina del santuario es una de las áreas m ás sensibles de la
fe adventista, y ningún teólogo prudente de este m ovim iento se apre-
sura a entrar en ella descuidadam ente. Mi intervención en este cam -
po, por lo tanto, es deliberada y calculada, fundada en la convicción
de que nuestra histórica nerviosidad acerca de este punto está fuera
de m oda y no tiene razón de ser. Tengo la sensación de que ha llega-
do el tiem po de reflexionar cándida y honestam ente, siem pre que
seam os capaces de hacerlo, sobre este im portante tem a.
Hay una larga historia que ahora yace detrás de nosotros, y parte
de ella revela que nuestro pen sam iento sobre la doctrina del santua-
rio no se ha congelado. Con respecto a este asunto m e ha resultado
de particular interés la evidente m odificación de nuestra creencia
acerca de la expiación, una faceta central del tem a del santuario.
En 190 5, Albion Fox Ballenger 2 provocó el desagrado de los diri-

8
gentes adventistas por enseñar, entre otras cosas, que la expiación se
había com pletado en la cruz. 3 Se le som etió a juicio en un pequeño
edificio de Takom a Park, Maryland, en la sede del congreso de la
Asociación General de ese añ o. Milian Lauritz Andreasen, 4 que en
ese tiem po era un pastor joven no ordenado, n os cuenta cóm o él y su
colega m inistro L. H. Christian se turnaron subiéndose en los hom -
bros el uno del otro para escuchar furtivam ente los procedim ientos
de aquella reunión celebrada poco antes del am anecer. 5 Ya en el día,
m ientras continuaban otras reuniones del congreso, Andreasen tom ó
tiem po para analizar cuidadosam ente los puntos de vista del atacado
paria. Con todo el tiem po del m undo a su disposición —pues m uy
pocos de los dirigentes m ás experim entados tenían tiem po para él—,
Ballenger com partió sus puntos de vista librem ente. 6
La ironía de la situación se produciría 50 años m ás tarde cuando
Andreasen se encontró él m ism o en serios conflictos con los diri-
gentes de la iglesia por el m ism o asunto de la expiación, en tre otros.
Esta vez, curiosam ente, era la iglesia la que defendía el punto de vista
de una expiación term inada en la cruz, y Andreasen era el que defen-
día la posición de una expiación incom pleta, la m ism a que los diri-
gentes de la iglesia defendían en 190 5. 7
Concluir por esto que la posición de la iglesia sobre el tem a del
santuario (o en cualquier otro punto de doctrina) es relativa sería,
por supuesto, com pletam ente erróneo. Ni tam poco se infiere de esto
que la iglesia defenderá con el tiem po cualquier posición desviada
que hoy ataque, sin tom ar en cuenta los m éritos del caso. Lo que
dem uestra, m ás bien, es que la iglesia n o está cerrada y que, no im -
porta cuán lentam ente lo haga, se m ueve con el tiem po en la direc-
ción que el Espíritu la guíe.
Por lo tanto, no deberíam os aproxim arnos a la doctrina del san-
tuario com o si la iglesia no hubiese aprendido nada desde que nues-
tros pioneros durm ieron. Toda existencia hum ana experim enta cam -
bios, y con el cam bio se produce tam bién un giro en nuestra percep-
ción de la (inm utable) verdad. Por lo tanto, la teología nunca es está-
tica. “La senda de los justos es com o la luz de la aurora que va en
aum ento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18 ). Nosotros
estam os, por así decirlo, de pie sobre los hom bros de los pioneros, y
deberíam os ser capaces de ver un poquito m ás allá de lo que ellos

9
vieron. Deshonram os su intrépido legado si no lo hacem os.
Sin em bargo, al adm itir que estam os de pie sobre los hom bros de
nuestros pioneros, dam os por sentado que ellos estuvieron afirm ados
sobre una sólida plataform a. De m odo que aquellos que esperan el
zarandeo de los fundam entos en estas páginas, es probable que se
chasqueen. Si el fundam ento es fuerte, entonces, nada de lo que yo
diga puede sacudirlo.
Creo que la clave para entender lo que voy a decir es la palabra
“reflexion es”. Declaro que no m e con sidero m entor, en nin gún sen-
tido, de una articulación defin itiva (ni siquiera de una reposición) de
la postura adventista sobre el santuario. El tem a es dem asiado vasto
y requeriría el esfuerzo com binado de m uchas personas para explo-
rarlo en todas sus dim ensiones. Lo único que puedo esperar es que
los lectores acepten este esfuerzo sim plem ente com o el intento de un
estudiante, dentro de su propio m arco contem poráneo, para com -
prender unos pocos capítulos de la verdad m ás m aravillosa de la
Sagrada Escritura: la salvación que Dios proveyó en Cristo J esús,
porque eso es, en últim a instancia, la doctrina del santuario.

U n e n fo qu e s e n cillo
No ha sido m i propósito escribir un libro erudito, y no lo he he-
cho. Me propuse m ás bien escribir un libro que los adventistas senci-
llos, que n o tienen una gran preparación teológica, puedan com -
prender con facilidad. Anhelaba un libro que no pareciera prohibiti-
vo para el lector prom edio a causa de un abundante uso de jerga
erudita y de referencias técnicas.
Incluso así, encuentro que es im posible proceder sin un uso m í-
nim o de tales térm inos y referencias. Hubo ciertas áreas en las cuales
no se pudieron evitar las referencias y los m ateriales técnicos sin
grave riesgo de m ellar la credibilidad. Lo único que puedo esperar es
que, don de se usaron, aum enten la utilidad de este libro.
Nadie debería esperar concordar conm igo en todos los puntos.
Eso sería im posible e innecesario. El libro habrá alcanzado su obje-
tivo si, a pesar de la m ultitud de detalles e incluso áreas de desa-
cuerdo que encuentre a lo largo del cam ino, el lector puede unirse
conm igo en uno o dos puntos a través de las puertas abiertas del

10
cielo hasta la sala del trono del universo, el centro neurálgico de
nuestra redención. Mi oración es que a través de este hum ilde es-
fuerzo, m uchos lectores lleguen a tener un aprecio m ás profundo por
la sublim e verdad del santuario, y así hacer una entrega m ás com ple-
ta de sus vidas a Aquel que ocupa su centro radiante de luz.

Referencias
1 Elena G. de White, Counsels to W riters an d Editors (Nashville: Southern Pub. Assn.,

1946), pág. 35.


2 Albion Ballenger (18 61-1921) sirvió a la iglesia com o m aestro, pastor y evangelista h asta
la década de 18 90 y 190 5. Véase Adam s, The Sanctuary Doctrine, págs. 11, 12.
3 Íd., págs. 121-123; 150 -152.
4Milian L. An dreasen (18 76-1962), sirvió a la iglesia durante cin co décadas com o adm i-
nistrador y educador.
5 Íd., pág. 162, Nº 2. La reunión para analizar el problem a tuvo lugar poco antes del

am anecer, probablem ente para tener privacidad y porque era el único tiem po disponible
en una agen da m uy apretada.
6 Íd., Nº 3.
7 Íd., págs. 212-219.

11
CAPÍTULO 1

Metáforas1 de la redención
y la restauración:
PARA MAN TEN ER EL CALVARIO CON TIN UAM EN TE
AN TE LA VISTA

N
o m ucho tiem po después de la creación —nadie conoce el m o-
m ento exacto— nuestros prim eros padres cayeron en pecado.
La triste historia de su expulsión del Edén se registra en Gé-
nesis 3:22-24: “Y dijo J ehová Dios: He aquí el hom bre es com o un o de
nosotros, sabiendo el bien y el m al; ahora, pues, que no alargue su
m ano, y tom e tam bién del árbol de la vida, y com a, y viva para siem -
pre. Y lo sacó J ehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de
la que fue tom ado. Echó, pues, fuera el hom bre, y puso al oriente del
huerto del Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía
por todos lados, para guardar el cam ino al árbol de la vida”.
A raíz de esta terrible crisis, la prim era preocupación de Dios fue
la restauración del ser hum an o y la seguridad eterna del universo. La
m uerte de un m iem bro de la Deidad —una contingencia ya determ i-
nada en la presciencia y en el concilio de Dios (véase Apocalipsis
13:8)— era el único m edio para lograr ese fin.
Para asegurar la participación y la cooperación hum ana en este su-
prem o esfuerzo, Dios decidió inform ar inm ediatam ente a nuestros
prim eros padres acerca de la existencia de dicho plan. Al m ism o
tiem po, puso en operación una técnica de enseñanza para m antenerlo

12
perpetuam ente ante la atención de nuestros prim eros padres y de las
subsiguientes generaciones.
Encontram os evidencias crípticas de estas iniciativas divinas en el
libro de Génesis. Hablando a la serpiente, evidentem ente a oídos de la
antigua pareja, Dios dijo: “Y pondré enem istad entre ti y la m ujer, y
entre tu sim iente y la sim iente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le
herirás en el calcañar” (Génesis 3:15). Este pasaje se ha interpretado
históricam ente com o una predicción de la venida del Mesías y de la
victoria divina sobre las fuerzas del m al. Concebido así, fue para nues-
tros prim eros padres una prom esa de salvación y restauración que les
dio fuertes incentivos para la lucha contra el m al que estaba delante
de ellos.
Dios, con el propósito de m antener siem pre ante ellos el plan de
redención y la certeza de la victoria final im plícita en el protoevange-
lio 2 de Génesis 3:15, in stituyó un program a de sacrificios de san gre,
la prim era vislum bre de lo que aparece en el cuarto capítulo del Géne-
sis en un pasaje diseñado para destacar el significado teológico del
sim bolism o.
“Y aconteció andando el tiem po, que Caín trajo del fruto de la tie-
rra una ofrenda a J ehová. Abel trajo tam bién de los prim ogénitos de
sus ovejas, de lo m ás gordo de ellas. Y m iró J ehová con agrado a Abel
y a su ofrenda; pero n o m iró con agrado a Caín y a la ofrenda suya”
(Génesis 4:3-5).
De lo que al m enos desde sus inicios tiene que haber sido un a ex-
periencia m uy dolorosa, Dios se proponía que su pueblo aprendiera al
m enos tres im portantes cosas: (1) que el pecado cuesta, (2) que el pe-
cado produce m uerte, (3) y que él m ism o proveería un sustituto para
nosotros (cf. Génesis 22:8).
Tal com o se realizó durante al m enos 2,50 0 años de la historia hu-
m ana -o hasta el tiem po del Éxodo- esta práctica de los sacrificios de
sangre probablem ente no era m ás que la m uerte de la inocen te víctim a
anim al, el derram am iento de su sangre, y el ofrecim iento de su cuerpo
com o una ofrenda encendida. La evidencia para esta aseveración no
es tan convincente com o uno desearía. El prim er pasaje claro acerca
del ofrecim iento de una ofren da encen dida se encuentra sólo hasta el

13
tiem po del diluvio. El registro dice que Noé ofreció “holocausto en el
altar” (Génesis 8 :20 ), evidentem ente en gratitud a Dios por su protec-
ción durante el diluvio.
El m ism o pasaje de Génesis m enciona la construcción de un altar.
La palabra hebrea que se vierte com o altar es m izbeach. Viene de la
raíz Zabach, que significa “m atanza”. Esto probablem ente sugiere que
siem pre que escuchem os acerca de la construcción de altares, hem os
de suponer la m uerte de una víctim a sacrificial anim al y la entrega de
su cuerpo en ofrenda encendida, porque eso es lo que representaría
para la m ente hebrea. Si esto es así, entonces tenem os varios ejem plos
de sacrificios de sangre de parte de los patriarcas, que se prolongan a
través de varias generaciones: Abrahán (Génesis 12:7, 8); Isaac (Gé-
nesis 26:24, 25): J acob (Gén esis 35: 7); y Moisés (Éxodo 17:15).
Quizá la evidencia m ás explícita referente a los sacrificios de san-
gre a partir de las ofrendas postdiluvianas ofrecidas por Noé y su fa-
m ilia sea la que está conectada con la prueba de Abrahán. Usted re-
cuerda que Abrahán, habiendo pasado la prueba divina de obediencia,
encontró un carnero trabado en un zarzal, que se con virtió en la víc-
tim a sustitutiva (Génesis 22:7, 13). La idea de un sacrificio anim al es
evidente tam bién en la insistencia de Moisés ante Faraón de que sus
rebaños y m anadas salieran de Egipto con los israelitas, para que pu-
dieran ofrecer “sacrificios y holocaustos que sacrifiquem os para
J ehová nuestro Dios” (Éxodo 10 :25, 26).
Si todo esto es correcto, entonces tenem os aquí lo que podría con-
siderarse fundam ental para todo el sistem a de sacrificios: el sencillo
sacrificio de las víctim as anim ales, el derram am iento de la san gre, y el
ofrecim iento de su cuerpo com o ofrenda encendida. Es im portante
conservar esto en la m ente para que no nos distraigam os fácilm ente a
causa de las siguientes elaboraciones.

N u e vo s d e s a rro llo s
Cuando los israelitas llegaron al Monte Sinaí en su peregrin ación
después de salir de Egipto, Dios dio nuevas in struccion es acerca de un
elaborado sistem a sacrificial centrado en un sacerdocio form al y el es-
tablecim iento de lo que conocem os hoy com o el tabernáculo y sus ser-
vicios. La interpretación de las cerem onias y sím bolos involucrados en

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este sistem a y su aplicación para hoy han suscitado con siderable dis-
cusión teológica, por no decir controversias, dentro de la Iglesia Ad-
ventista. Tam bién ha dado origen a sospechas y cuestionam ientos en
las m entes de observadores no adventistas. Yo tengo el propósito de
tratar algunas de estas preocupaciones en form a m uy breve.
Pero quizá deberíam os prim ero poner todo el tem a en la debida
perspectiva para un breve exam en de las razones para el estableci-
m iento de un sistem a sacrificial m ás estructurado en el Sinaí. Aquí
ofrezco tres:
1. Para proveer evidencia tangible de la presencia divina. Al ha-
blar con Moisés en el Monte Sinaí, Dios le dijo: “Y harán un santuario
para m í, y habitaré en m edio de ellos” (Éxodo 25:8 ). En este pasaje
tenem os, de hecho, la única razón clara y explícita para la erección del
tabernáculo y la inauguración de sus sacrificios. En el Edén Dios había
tenido una com unicación sin barreras, cara a cara con nuestros pri-
m eros padres. Con la entrada del pecado, la experiencia de la com u-
nión abierta llegó a su fin, e inm ediatam ente surgió una percepción
de distanciam iento de parte de la hum anidad.
Para cuando llegó el tiem po de la experiencia egipcia (y, de hecho,
a causa de esa experiencia), esta percepción de distancia había crecido
agudam ente. Esto lo percibim os en la reacción del pueblo cuando
Moisés y Aarón se encontraron con ellos. “Y fueron Moisés y Aarón, y
reunieron a todos los ancianos de los hijos de Israel. Y habló Aarón
acerca de todas las cosas que J ehová había dicho a Moisés, e hizo las
señales delante de los ojos del pueblo. Y el pueblo creyó; y oyendo que
J ehová había visitado a los hijos de Israel, y que había visto su aflic-
ción, se inclinaron y adoraron” (Éxodo 4:29-31).
Evidentem ente se conm ovieron ante la revelación de que el Único,
a quien con sideraban tan lejos de ellos; el Único, que creían que los
había abandonado a una abyecta servidum bre y a un destino sin sen-
tido, estaba realm ente preocupado por ellos. Él había venido -para
usar la expresión del pasaje citado arriba- a “visitarlos”.
Se deduce entonces que al establecer el tabernáculo Dios quería
que su pueblo supiera que su presencia entre ellos n o debía conside-
rarse com o una “visita” tem poral, ocasionada por las angustias que

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pasaban. Más bien, había venido a m orar y a quedarse a vivir entre
ellos. La palabra hebrea que se usa en Éxodo 25:8, shakan (m orar),
conn ota residencia perm anente en una com unidad. Si bien la com u-
nidad podía m overse de un lugar a otro, la residencia de Dios en ella,
su solidaridad con ella, y su presencia en m edio de ella nunca se rom -
pería. “Y hacerm e han un santuario y yo habitaré entre ellos”.
Por esa razón, cuando se erigió el tabernáculo, una m isteriosa
nube lo cubrió, “y la gloria de J ehová llenó el tabernáculo”; y “la nube
de J ehová estaba de día sobre el tabernáculo, y el fuego estaba de no-
che sobre él, a vista de toda la casa de Israel, en todas sus jornadas”
(Éxodo 40 :34, 38).
Los israelitas, que habían estado privados de enseñanza religiosa
durante los centenares de años en que habían sido esclavos en Egipto,
habían perdido prácticam ente contacto con las sagradas tradiciones
de sus antepasados. Su capacidad para conceptualizar las realidades
divinas se veía reducida a su punto m ás bajo —por ejem plo, su de-
m anda de dioses visibles cuan do Moisés se dem oró en el Monte Sinaí
(Éxodo 32:21). Ellos necesitaban esta evidencia tangible de su divina
presencia, y Dios se encontró con ellos donde estaban al establecer el
servicio del santuario.
Al observar el cam pam ento de los israelitas en el desierto desde
arriba, se podía ver el tabernáculo en el centro, rodeado por sus cuatro
lados por las tiendas de Israel (véase el diagram a de la página 18).
Los levitas rodeaban el santuario por todos los lados (Núm eros
1:50 , 53). De estos levitas, sólo la clase sacerdotal (Aarón y sus hijos),
junto con Moisés, podían ocupar el lado oriental de la entrada al atrio
y al tabernáculo. “Los que acam parán delante del tabern áculo al
oriente, delante del tabernáculo de reunión al este, serán Moisés y Aa-
rón y sus hijos, teniendo la guarda del santuario en lugar de los hijos
de Israel; y el extraño que se acercare m orirá” (Núm eros 3:38 ; cf.
Éxodo 27:9-16).
En cada un o de los cuatro lados, m ás allá de la parte donde acam -
paban los levitas, estaban tres de las tribus de Israel, y la m ás prom i-
nente de ellas le daba su n om bre a ese segm ento particular del cam -
pam ento. Por ejem plo, en el este, estaba el “cam pam ento de J udá”,

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com puesto de J udá, Isacar y Zabulón. En el sur estaba el cam pam ento
de Rubén, com puesto de Rubén, Sim eón, y Gad; etc. (Núm eros 2). 3
De este m odo, el arreglo era una vivida presentación del santuario
com o el sím bolo de la presencia divina en m edio de Israel.
Al m ostrar la presencia de Dios en m edio de su pueblo, la coloca-
ción del tabernáculo en m edio de Israel destacaba otras dos im portan-
tes verdades teológicas.
i. El arreglo era una “declaración” profética con respecto a la na-
turaleza y la venida del Mesías. En otras palabras, representaba anti-
cipadam ente la encarnación. “Y llam arás su n om bre Em anuel —dice
el Evangelio de Mateo—, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo
1:23). Eso, precisam ente, era lo que el santuario debía significar para
Israel.
J uan, en lo que parece ser una alusión aún m ás clara al arreglo del
antiguo tabernáculo, declaró: “Y aquel verbo fue hecho carn e, y habitó
[literalm ente “tabernaculizó”) entre nosotros” (J uan 1:14). Y com o si
quisiera recordar la gloria de Dios que se establecía sobre el taber-
náculo del desierto, a la vista de todo el cam pam ento que lo rodeaba,
añadió: “Y vim os su gloria”.
El cam pam ento del desierto nos dio así un herm oso cuadro de la
venida del Mesías.
ii. El tabernáculo del desierto enfatizaba dos im portantes aspectos
de la Deidad: “la inm anencia y la trascendencia”.
La razón por la cual los levitas rodeaban el santuario se declara
expresam ente en el texto: “Y cuando el tabernáculo haya de trasla-
darse, los levitas lo desarm arán, y cuando el tabernáculo haya de de-
tenerse, los levitas lo arm arán ; y el extraño que se acercare m orirá...
Pero los levitas acam parán alrededor del tabernáculo del testim onio,
para que no haya ira sobre la congregación de los hijos de Israel” (Nú-
m eros 1:51-53). La m ism a advertencia se repite en el capítulo 3, ver-
sículo 38.
La inm anencia se refiere a la cercanía, la presencia, o la m orada
interior de Dios en su creación. La localización del tabernáculo en m e-
dio del cam pam ento tenía el propósito de subrayar este aspecto de
Dios. Él se acerca a su pueblo. Reside en form a perm anente en su m e-

17
Organización del campamento de Israel.
Adaptado del Diccionario Adventista del Séptimo NORTE
Día (Washington D.C., Review and Herald Pub.
Assn., 1976); Asociación Casa Editora Sudame-
ricana, 1995), pág. 195

DAN
ASER NEFTALÍ
LEVITAS
BENJAMÍN

TABERNÁCULO ISACAR
OESTE ESTE
EFRAÍN LEVITAS LEVITAS JUDÁ

MANASÉS ZABULÓN
LEVITAS

SIMEÓN GAD
RUBÉN

SUR
18
dio. ¡Qué gozo —y qué sensación de seguridad— deben haber sentido
al tener a Dios tan cerca de ellos!
La trascendencia, por otra parte, se refiere a la “inaccesibilidad” de
Dios, la im posibilidad de acercarse a Él, la distancia y la separación
que guarda con respecto a nosotros. Así, las restricciones im puestas
sobre la libertad de acceso al área del tabernáculo por la zona “restrin-
gida” a los levitas y sacerdotes, sugería que aunque el tabernáculo es-
taba en m edio de su pueblo, Dios todavía era trascendente, im posible
de acercársele por su abrum adora santidad y m ajestad —el Deus abs-
conditus, com o le gustaba a Lutero llam arlo. 4
Este arreglo sugería la necesidad de un m ediador. Y si bien a través
del sacerdocio levítico se proveyó un acceso lim itado, sabem os que
todo esto señalaba hacia un Sacerdote-Mediador celestial, quien ha-
bría de abrir una puerta de acceso ilim itado al trono del Dios viviente.
En Cristo queda derribada toda barrera, por lo cual el autor de H e-
breos puede invitarnos a “acercarnos”, “confiadam ente” al trono de la
gracia con plena seguridad (H ebreos 4:16).
2. Hacer provisión para un sistem a centralizado de adora-
ción. Siendo que la sociedad israelita se había vuelto m ás com pleja y
diversificada, se necesitaba un sistem a centralizado de adoración
com o prevención contra el abuso y la idolatría.
Durante el período patriarcal Dios tuvo que ver prim ariam ente con
fam ilias aisladas. La estructura debía ser sencilla, y lo era. Abrahán y
los otros patriarcas, com o “sacerdotes” de la fam ilia, podían dirigir la
presentación de los sacrificios requeridos. Pero ahora Israel había cre-
cido hasta convertirse en una grande y com pleja nación com puesta de
m illares de unidades fam iliares individuales; por lo cual el antiguo sis-
tem a se volvió inadecuado. No sería apropiado erigir m illares de alta-
res en cada lugar para presentar las ofrendas y sacrificios de cada fa-
m ilia individual. El potencial para el abuso y la distorsión sería dem a-
siado grande.
Por lo tanto, con el propósito de anticiparse a este peligro poten-
cial, Dios orden ó un sistem a centralizado de adoración sacrificial, ya
no dirigido por sacerdotes patriarcales, sin o por una tribu sacerdotal
ordenada y con sagrada. Los sacrificios ya no serían presentados en
todo lugar, sino en el único lugar especificado. “Sino que el lugar que

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J ehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para po-
ner allí su nom bre para su habitación, ese buscaréis, y allá iréis. Y allí
llevaréis vuestros holocaustos, vuestros sacrificios... Cuídate de no
ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que vieres; sin o que en el
lugar que J ehová escogiere, en una de tus tribus, allí ofrecerás tus ho-
locaustos, y allí harás todo lo que te m ando” (Deuteronom io 12:5-14).
Estas estipulaciones eran m uy necesarias a causa de la influencia
extranjera que se sentía entre el pueblo en aquel tiem po. Un buen
grupo de egipcios (y posiblem ente de otras naciones) habían dejado
Egipto junto con los israelitas, quizá en gran m edida atraídos por las
señales y m aravillas que habían presenciado. La Biblia se refiere a es-
tos no israelitas com o “la m ultitud m ixta” (Éxodo 12:38 ; Núm eros
11:4). Algunas versiones bíblicas utilizan la expresión “populacho”. 5
Esa m ultitud se convirtió en una fuente de constantes problem as para
Moisés e Israel, y al parecer eran los que instigaban las rebeliones y la
confusión . Este grupo, por ejem plo, inició la rebelde exigencia de
carne en Kibrot-hataava, crisis que resultó en la m uerte de m uchos
m illares (véase Núm eros 11:4-6, 18-20 , 31-33).
Algunas evidencias parecen sugerir que los elem entos de esta
“m ultitud m ixta” intentaban tam bién fom entar un espíritu de rebelión
contra el nuevo sistem a centralizado de adoración. Quizá se aprove-
charon del desafecto de algun os jefes de casas paternas que pueden
haberse negado a renunciar a sus antiguos derechos y prerrogativas
frente a los hijos de Aarón. Las im plicaciones de Levítico 17 no sólo
indican que algun os estaban ofreciendo sacrificios en otros lugares
aparte del santuario, sino tam bién que la dem onología (adoración de
los dem onios) estaba involucrada (véase Levítico 17:7).
De este m odo queda claro que ya se habían introducido ciertos
abusos entre el pueblo, lo cual hacía m uy necesario un sistem a centra-
lizado de adoración. Elena de White habla de esto al com entar estos
nuevos desarrollos. “El sistem a sacrificial encom endado a Adán, tam -
bién fue pervertido por sus descendientes. La superstición, la idola-
tría, la crueldad, y la licencia habían corrom pido el sencillo y signifi-
cativo servicio que Dios había señalado. El pueblo de Israel, a través
del largo tiem po en que se había relacionado con los idólatras, había
m ezclado m uchas costum bres paganas con su adoración; por eso Dios

20
les dio en el Monte Sinaí instrucciones definidas concernientes al sis-
tem a sacrificial”. 6
La centralidad del santuario para la adoración israelita en los si-
glos subsiguientes es evidente en la oración de Salom ón en la dedica-
ción del tem plo de J erusalén: “Mas tú m irarás a la oración de tu siervo,
y a su ruego, oh J ehová, Dios m ío, para oír el clam or y la oración con
que tu siervo ora delante de ti. Que tus ojos estén abiertos sobre esta
casa de día y de noche, sobre el lugar del cual dijiste: Mi nom bre estará
allí; que oigas la oración con que tu siervo ora en este lugar. Asim ism o
que oigas el ruego de tu siervo, y de tu pueblo Israel, cuando en este
lugar hicieren oración” (2 Crónicas 6:19-21).
El foco direccional de la adoración nacional de Israel fue un asunto
de im portancia fundam ental, y podríam os decir, incluso, que ciertos
detalles cruciales de la estructura del tabernáculo fueron diseñados
para reflejar esa sen sibilidad.
Por ejem plo, la puerta del tabernáculo estaba localizada en el lado
oriental. Por lo tanto, cuando el adorador m iraba hacia él, volvía su
espalda hacia el este. Es evidente que este era un repudio sim bólico de
la adoración del sol, que era am pliam ente practicada entre los pueblos
antiguos. 7
Creo que este punto em erge claram ente en el capítulo 8 de Eze-
quiel. En ese capítulo el profeta es llevado en visión al tem plo de J eru-
salén, donde se le m uestra la profanación del santuario que practicaba
el pueblo de Israel. Se presentan ante él cuatro series de abom inacio-
nes, term inando con la m ás seria: “Y m e llevó al atrio de adentro de la
casa de J ehová; y he aquí junto a la entrada del tem plo de J ehová, en-
tre la entrada y el altar, com o veinticinco varones, sus espaldas vueltas
al tem plo de J ehová y sus rostros hacia el oriente, y adoraban al sol,
postrándose hacia el oriente” (Ezequiel 8 :16).
Para anticiparse a este tipo de cosas, la entrada al taberná-
culo/ tem plo estaba localizada al lado oriental. Adem ás, en el caso del
tabernáculo del desierto, las tiendas de Moisés, Aarón, y los hijos de
Aarón, se levantaban perm anentem ente en el lado oriental, m irando
hacia la puerta, com o si fueran una representación del claro repudio a
la adoración del sol, de parte de las m ás altas autoridades espirituales
de Israel.

21
Así, era el propósito de Dios que la atención de todo Israel se vol-
viera hacia el santuario com o el lugar de redención, sanidad y restau-
ración. Es probablem ente a causa de esto que Daniel, en m edio de la
idolatría babilónica, oraba con las ventanas de su recám ara abiertas
hacia el tem plo de J erusalén (Daniel 6:10 ), aun cuando éste yacía en
ruinas.
3. Para proveer detalles adicionales con respecto al plan de sal-
vación. Aquí com enzam os a entrar en territorio potencialm ente con-
troversial, y el lector querrá estar m ás alerta de los asuntos que se
desarrollen a partir de este punto en este libro.
Es cierto, com o hem os n otado, que el asunto fundam ental que
Dios quería com unicar a la hum anidad con respecto al plan de salva-
ción, se encarnó en el sencillo acto de m atar una inocente víctim a ani-
m al, derram ar su sangre, y ofrecer su cuerpo en ofrenda encendida, es
decir, en holocausto. Pero, a m edida que observam os una m ás am plia
revelación con respecto a otros tem as o conceptos bíblicos (por ejem -
plo, la Trinidad, la Resurrección, el m ás allá) —podem os ver en el es-
tablecim iento del tabernáculo con su elaborado ritual un propósito di-
vino de suplir inform ación adicional con respecto a la actividad salví-
fica de Dios en Cristo J esús.
Sin em bargo, aquí afrontam os algunos problem as de interpreta-
ción. El Antiguo Testam ento n os da m uy poca explicación del signifi-
cado de estos servicios y rituales. Buscam os en vano, por ejem plo, una
explicación o elaboración explícita del significado de los sacrificios
anim ales, m ás allá del (a m en udo repetido) propósito de hacer “una
expiación” en favor del suplicante. 8 Otros elaborados elem entos del
sistem a sacrificial (tales com o el Yom Kippur o Día de Expiación, con
su “aflicción del alm a”, su reposo sabático, su Azazel o cerem onia del
chivo em isario) se estipulan sin una verdadera explicación de su sig-
nificado, ni para aquel tiem po, ni para el futuro.
Incluso la gran fiesta de la pascua parecía, desde la perspectiva del
Antiguo Testam ento, m irar m ás bien hacia atrás que hacia adelante.
En realidad, cuando los m odernos judíos ortodoxos la observan hoy,
todavía m iran hacia el gran evento del Éxodo, com o sus antepasados
lo han hecho durante cientos y m iles de añ os. La visión de la pascua —
junto con otros antiguos sacrificios rituales-, com o sim ple cum pli-

22
m iento del m andato divin o de ofrecerla, carece de todo significado ti-
pológico.
Alguien podría decir: Bueno, ¿qué en cuanto a pasajes com o Isaías
53? ¿No tendría eso suficiente claridad para los israelitas que vivían
en el tiem po de Isaías? Esta es una pregunta justificada, pero nunca
debem os olvidar que nosotros leem os ahora tales pasajes observándo-
los después del hecho, a través de ojos cristianos. A veces n ecesitam os
ponernos en la piel y la m ente de una persona que vivía seis o siete
siglos antes de la cruz. ¿Cuán claros nos parecería el lenguaje de Isaías
53 en aquel tiem po?
Nunca olvidaré lo que sucedió cierto día en una de nuestras sesio-
nes del sem inario. Uno de los alum nos le preguntó al orador invitado,
un rabino, por qué los judíos de hoy no consideran a Isaías 53 y Daniel
9 com o profecías referentes al Mesías. Su respuesta fue clásica. “A us-
tedes los cristianos les puede parecer claro -dijo-, pero resulta tan
claro para todos que un o sea estúpido para no verlo.
Creo que él estaba en lo correcto. Isaías 53 no es tan inequívoco
com o pensam os a veces. Es por eso que el eunuco etíope tenía proble-
m as para entenderlo (véase H echos 8 :27-34). La falta de interpreta-
ción bíblica explícita de estas cosas es ciertam ente un enigm a para no-
sotros.
Sin em bargo, a pesar de este silencio, m e gustaría insistir en que
una de las razones para el establecim iento del tabernáculo y sus servi-
cios era proveer detalles adicionales de la actividad salvadora de Dios
a favor de la hum anidad. Parece razonable suponer que el antiguo su-
plicante n o realizaba sim plem ente este ritual en com pleta ignorancia
de su significado. Y aunque no siem pre diera evidencia de la actitud
inquisitiva de la m entalidad griega (u occidental), debem os concluir
que al m enos captaba el hecho de que estos rituales señalaban m ás allá
de sí m ism o a alguna realidad cósm ica.
Una rara pista de esto —y en fatizo que no es m ás que una pista—
podría observarse en la oración de dedicación de Salom ón: “Asim ism o
que oigas el ruego de tu siervo, y de tu pueblo Israel, cuando en este
lugar hicieren oración, que tú oirás desde los cielos, desde el lugar de
tu m orada; que oigas y perdones. Si algun o pecare contra su pró-
jim o,... y viniere a jurar ante tu altar en esta casa, tú oirás desde los
cielos...” (2 Crónicas 6:21-23).

23
Esto es significativo cuando recordam os que para los antiguos la
oración y el tem plo señalaban hacia los sacrificios. Ellos no oraban,
com o lo hacem os nosotros hoy, con sus m an os vacías. Ellos venían con
sacrificios, ya fueran reales o im plícitos. 9 Es significativo, enton ces,
que Salom ón, en toda su oración, haga referencia horizontal al tem plo
de J erusalén, luego referencia vertical, al lugar de la m orada celestial
de Dios. Sus oyentes no deben haber tenido ninguna duda en cuanto
a la verdadera fuente del poder y el perdón, ni acerca de la la realidad
a la cual el tem plo terrenal y sus sacrificios señalaban.
Pero si la oración de Salom ón es en verdad una pista, es m uy rara.
Por regla general, n o hay prácticam ente ninguna explicación substan-
cial del sistem a cúltico en el texto antiguo. Con serva su conocim iento
dentro de él. Incluso el significado básico del cordero sacrificial, com o
ya lo hem os notado en conexión con el pasaje de Isaías 53, fue m ante-
nido en silencio hasta la reverente proclam ación de J uan el Bautista
en las riberas del J ordán: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del m undo” (J uan 1:29). Con este terso anuncio se levantó al
fin el telón, y se rom pió el silencio.
Esto nos trae a la m ente la declaración de J esús con respecto a
ciertos dichos o profecías acerca de él: “Y ahora os lo he dicho antes
que suceda, para que cuando suceda, creáis” (J uan 14:29; cf. J uan
13:19; 16:4).
El sistem a cúltico del Antiguo Testam ento, por tanto, es tanto una
parábola com o una profecía. Com o parábola, no debería esperarse la
interpretación de cada detalle. Y com o profecía necesitaba cum pli-
m iento para desglosar su significado com pletam ente. Cuando J uan
hizo la inm ortal declaración a la orilla del J ordán, al principio del m i-
nisterio de J esús, la profecía encontró su cum plim iento. Aquel, hacia
quien todo el sistem a cúltico señalaba, había llegado. En él han encon-
trado su significado y cum plim iento todas las antiguas m etáforas de
la redención y la restauración.
De m odo que aquí y allá, a través de todo el Antiguo Testam ento,
encontram os una invitación a m irar hacia atrás, hacia la antigua eco-
nom ía, con una aplicación de sus leccion es espirituales para los santos
del Nuevo Testam ento, “a quienes han alcanzado los fines de los si-
glos” (1 Corintios 10 :11).

24
Ahora sabem os el significado de la serpiente de “bronce” en el de-
sierto. “Y com o Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es nece-
sario que el Hijo del H om bre sea levantado, para que todo aquel que
en él cree, n o se pierda, m as tenga vida eterna” (J uan 3:14, 15).
Sabem os el significado de la roca en el desierto. Porque “todos be-
bieron de la m ism a bebida espiritual; porque bebían de la roca espiri-
tual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Corintios 10 :4).
Ahora sabem os el significado de la pascua. “Porque nuestra pas-
cua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7).
Y tam bién sabem os por qué quem aban a los anim ales sacrificados
fuera del cam pam ento de Israel. “Porque los cuerpos de aquellos ani-
m ales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario
por el sum o sacerdote, son quem ados fuera del cam pam ento. Por lo
cual tam bién J esús, para santificar al pueblo m ediante su propia san-
gre, padeció fuera de la puerta” (Hebreos 13:11, 12).
Pero la evidencia definitiva de que el antiguo sistem a señalaba m ás
allá de sí m ism o, a una realidad cósm ica, se encuentra en el libro de
Hebreos, al cual n os volverem os de vez en cuando, en los capítulos
subsiguientes. Sin el libro de Hebreos estaríam os, prácticam ente, en
tinieblas.
¿Cuánto de todo esto conoció el antiguo pueblo de Israel? Nunca
lo sabrem os de este lado de la cortina que nos separa del m undo de la
luz, pero podem os aventurar el dicho de que m uchísim os de ellos pro-
bablem ente sabían tanto com o Abrahán, quien, de acuerdo con J esús,
percibió por la fe, a través de servicios m enos elaborados, la venida del
Mesías: “Abrahán vuestro padre se gozó de que había de ver m i día; y
lo vio, y se gozó” (J uan 8 :56).
El punto fundam ental parece inevitable: Dios se proponía que el
antiguo tabernáculo/ tem plo y sus rituales fueran un in strum ento de
enseñanza —para Israel y para nosotros.

Referencias
1 Uso aquí el térm in o m etáfora en un sentido am plio, para referirm e a figuras, tipos, y

sím bolos.

25
2 Este térm in o significa “prim er evangelio” y se refiere a la proclam ación inicial de las bue-

nas nuevas por Dios m ism o en Génesis 3:15 com o se en tien de tradicionalm ente.
3 Note que la tribu de Leví n o fue listada en la en um eración de los acam pantes, puesto que
ya rodeaba al san tuario por todos los lados. Para com pletar el im portante n úm ero de 12,
la tribu de J osé se dividió en Efraín y Manasés.
4La expresión significa “El Dios escon dido” y es una rem iniscen cia de Isaías 45:15: “Ver-
daderam ente tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel que salvas”.
5 Véase la form a en que otras versiones, RSV y NASB rinden Núm eros 11:4.
6Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Mountain, View, Ca.: Pacific Press Publishing
Association, 18 90 ), pág. 364.
7Estoy en deuda con A. F. Ballenger por esta percepción básica. Véase Adam s, The Sanc-
tuary Doctrine, págs. 279, 28 0 . Para una evidencia de la práctica de la adoración del sol
entre los antiguos pueblos sem íticos, véase, por ejem plo, Deuteron om io 4:19; 17:3; 2 Rey.
21:3,5; Interpreter's Dictionary of the Bible, ed. George A. Buttrick (Nueva York: Abing-
don Press, 1962)* tom o R-Z, págs. 462-464.
8 Véase Levítico 1 -4 para algunos ejem plos.
9 Pien so que 1 Sam uel 7:7-9 nos da un buen ejem plo de esto.

26
CAPÍTULO 2

Actividades y mobiliario
del Santuario del Antiguo
Testamento
¿QUÉ SIMBOLIZAN ?

C
uando llegué a este punto m ientras escribía este libro, sentí la
necesidad de decir algo m ás acerca del significado de ciertos
aspectos de los servicios y el ritual del antiguo tabernáculo.
Pero estos com entarios habrían calzado bien en el m arco del capítulo
anterior. Considero que el lector puede decidir si lo prefiere, con el
siguiente capítulo, sin sacrificar ninguna parte vital del argum ento
que estoy tratando de presentar. No obstante, m e siento im presionado
a incluir unas pocas páginas aquí acerca del sim bolism o teológico de
ciertas actividades y asuntos conectados con el an tiguo servicio. Es-
pero que los significados, que inferim os de los pocos ejem plos que pre-
sentam os puedan verse rápidam ente com o extrapolaciones razona-
bles 1 de toda la inform ación que da la Escritura.
Com o ya indiqué en el capítulo anterior, el Antiguo Testam ento no
dice casi nada en cuanto al significado de prácticam ente cualquier as-
pecto de la actividad del antiguo santuario. Ni una sola vez nos explica,
por ejem plo, que la sangre de la víctim a anim al señalara a la sangre
derram ada del Mesías crucificado. Para com entarios m ás explícitos de
este elem ento básico del sistem a sacrificial, debem os volvernos hacia
el Nuevo Testam ento.

27
A pesar de la revelación del An tiguo Testam ento, sin em bargo, m i-
llares de otros detalles perm an ecen ocultos en el m isterio, desafiando
nuestra natural curiosidad a cada paso. Sólo unos pocos indicios es-
criturísticos rom pen el casi absoluto silencio. Y es en estas áreas donde
deseo detenerm e. Al hacerlo, m e apoyaré de vez en cuando en algunas
ideas ilum inadoras contenidas en los escritos de Elena de White.
Inm ediatam ente se notará que m i propósito no es ser exhaustivo,
sino m ás bien deseo ilustrar la clase de in form ación con respecto al
santuario sobre la cual deberíam os centrarnos provechosam ente, y el
carácter tentativo que debería caracterizar nuestra interpretación. Es
evidente que m uchos de los asuntos son dem asiado elusivos com o
para caer en el dogm atism o.

LOS SERVICIOS Y EL RITUAL


Durante m is días de m aestro en el sem inario, cada vez que ense-
ñaba el tem a del tabernáculo, sus servicios y sus rituales, siem pre es-
peraba que se m e hicieran preguntas acerca de los m inuciosos detalles
del santuario y su servicio. Algun os estudiantes estaban práctica-
m ente fascinados por todo lo que tenía que ver con el m obiliario, las
m edidas, los colores y los rituales. Es posible que todas esas m inucias
tengan su lugar, pero yo m e siento inclinado por naturaleza a ir en
sentido contrario, especialm ente al haber tenido n um erosas oportuni-
dades de observar los peligrosos escollos que aguardan a los que dan
rienda suelta a su apetito por encontrar significados ocultos en cada
detalle del antiguo ritual.
Al m overm e en dirección opuesta, trato de destacar el significado
sólo de los aspectos m ayores del ritual com o se m uestra, por ejem plo,
en el servicio diario. 2
Este ritual con staba m ayorm ente de tres elem entos: el holocausto
de la m añana y de la tarde, el ofrecim iento del incienso en el altar de
oro localizado en el lugar santo, y las ofrendas especiales por el pecado
personal (véase Éxodo 29:38 -42; 25:3-8 ; 30 :6-8 , 34-38 ; Levítico 4).
Cada m añana y cada tarde se ofrecía en holocausto un cordero de
un añ o en el altar que se encontraba en el atrio. Este m ueble se lla-
m aba, correctam ente, el altar del holocausto u “ofrenda encendida”.

28
No se encuentra ninguna explicación de este ritual en todo el An-
tiguo Testam ento. Las declaraciones de Isaías (por ejem plo, “com o
cordero... fue llevado al m atadero” [53:7], realm ente no son explícitas.
Sólo cuando llegam os al Nuevo Testam ento com prendem os el asunto
totalm ente. Cuando J uan vio el porte divino de J esús a la orilla del
J ordán, exclam ó con inspirado acento: “He aquí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del m un do” (J uan 1:29). Y esta sola declaración lo
dice todo.
Lo m ism o ocurre con Elena de White quien escribió que estas
ofrendas cotidianas del cordero ofrecido en holocausto sim bolizaban
“la consagración diaria de la n ación a J ehová, y su constante depen-
dencia de la sangre expiatoria de Cristo”. 3 Esta interpretación resum a
credibilidad. No procede de un som brero m ágico, ni fue producida por
la fértil im aginación de alguien. Y seguram ente las ofrendas por los
pecados personales ten drán un significado sim ilar al nivel in dividual.
Ella com enta tam bién en cuanto al sim bolism o del ritual del in-
cienso, un aspecto acerca del cual la Biblia guarda silencio: “El in-
cienso, que ascendía con las oraciones de Israel, representaba los m é-
ritos y la intercesión de Cristo, su perfecta justicia, la cual por m edio
de la fe es acreditada a su pueblo, y es lo único que puede hacer el culto
de los seres hum anos aceptable a Dios”. 4
Esto nos ayuda a com prender la fuerte prohibición de la duplica-
ción de la fórm ula exacta del incienso para cualquier otro propósito
que no fuera el uso en el servicio del santuario. “Com o este incienso
que harás, no os haréis otro según su com posición; te será cosa sa-
grada para J ehová. Cualquiera que hiciere otro com o éste para olerlo,
será cortado de entre su pueblo” (Éxodo 30 :37, 38 ). Existía la preocu-
pación de asegurarse que la fórm ula nun ca se convirtiera en algo de
uso com ún. Yo tom o el significado para nosotros hoy: que n o intente-
m os im itar la justicia de Cristo ni inventar nuestro propio cam ino para
acercam os a Dios.
Y con respecto al pan de la proposición, el Antiguo Testam ento
tam bién guarda silencio, aunque el Nuevo Testam ento nos da indicios
breves pero significativos. El pasaje m ás fam oso al respecto aparece
en J uan capítulo 6. La búsqueda de J esús por parte de la m ultitud a la
cual había alim entado recientem ente, m otivada por los beneficios m a-

29
teriales recibidos de él, da ocasión al discurso m ás extenso con res-
pecto al sim bolism o del pan que podem os hallar en toda la Biblia.
Después de exponer francam ente los m otivos carnales por los cua-
les lo buscaban, J esús dijo a la gente: “Yo soy el pan de vida” (J uan
6:35).
Pero ellos lo m alentendieron. Una y otra vez ocurrió lo m ism o. Sin
em bargo, una y otra vez él enfatizó la figura: “Yo soy el pan de vida.
Vuestros padres com ieron el m aná en el desierto, y m urieron. Este es
el pan que desciende del cielo, para que el que de él com e, no m uera.
Yo soy el pan vivo que descen dió del cielo; si alguno com iere de este
pan, vivirá para siem pre; y el pan que yo daré es m i carne, la cual yo
daré por la vida del m undo” (J uan 6:48 -51).
Los judíos quedaron perplejos ante sem ejante declaración. Ellos
seguían con la idea de la com ida, cierto, pero no querían nin gún tipo
de trato con esa clase de m en ú. Nuestro Señor, por su parte, no hizo
ningún esfuerzo por aclarar la confusión que ellos m anifestaban. Si en
verdad era una confusión genuina él, de hecho, la em peoró: “De cierto,
de cierto os digo: Si n o com éis la carne del Hijo del hom bre y bebéis
su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que com e m i carne y bebe m i
sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque
m i carne es verdadera com ida, y m i sangre es verdadera bebida” (J uan
6:53-55).
Y así continuó, sin interrupción, hasta que llegó al punto culm i-
nante de su argum ento: “Este es el pan que descendió del cielo; no
com o vuestros padres com ieron el m aná, y m urieron ; el que com e de
este pan, vivirá eternam ente” (J uan 6:58 ).
Más tarde, en la víspera de su crucifixión , en la solem ne quietud
de un aposento alto en J erusalén, pondría de m anifiesto una vez m ás
el m ism o sim bolism o: “Y m ien tras com ían, tom ó J esús el pan, y ben-
dijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tom ad, com ed; esto es
m i cuerpo” (Mateo 26:26).
Es cierto que nin guno de los pasajes que acabam os de citar de J uan
y de Mateo se refiere o señala hacia el pan de la proposición del san-
tuario. J esús estaba usando aquí la tipología del m aná, n o la del pan
de la proposición. Sin em bargo, tengo la sensación de que am bos tie-

30
nen una estrecha relación. Elena de White interpretó el pan de la pro-
posición com o “un reconocim iento de que el hom bre depende de Dios
tanto para su alim ento tem poral com o para el espiritual, y de que se
lo recibe únicam ente en virtud de la m ediación de Cristo”. 5 Luego,
com entando el fam oso pasaje de J uan, al cual acabam os de referirnos,
dijo: “El m aná, así com o el pan de la proposición, sim bolizaban a
Cristo, el Pan viviente, quien está siem pre en la presencia de Dios para
interceder por nosotros”. 6

LA FORMA CÚBICA DEL LUGAR SANTÍSIMO


El Lugar Santísim o era un cubo perfecto. Así era en el tabernáculo
del desierto, en el tem plo de J erusalén, en el tem plo ideal (o visiona-
rio) de Ezequiel y, podem os suponer razonablem ente, que tam bién lo
era en el tem plo de Zorobabel, aunque no tenem os registro de sus m e-
didas. Tam bién deberíam os n otar que la proporción entre las m edidas
del Lugar Santo y el Lugar Santísim o en el tabernáculo del desierto era
tal, que si el Lugar Santo se dividía en dos partes, éstas form aban dos
cubos adicionales perfectam en te iguales al prim ero.
La constante y perm an ente característica cúbica en cada m anifes-
tación del tabernáculo/ tem plo tenía el claro propósito de señ alar algo
que estaba m ás allá de lo visible. De acuerdo con el Interpreter's Dic-
tionary of the Bible (IDB), por citar un ejem plo, el núm ero 3, com o un
num eral recurrente en las dim ensiones del tabernáculo, señala a la di-
vinidad, y el cubo perfecto refleja la perfección de la presencia divina. 7
En otras palabras, esta fuente ve en el fenóm eno de un cubo perfecto
la perfección de la Trinidad.
Yo considero ésta com o una in terpretación válida del fenóm eno y
le añadiría la idea de la perfección del lugar donde m ora la presencia
divina; porque, después de todo, el Lugar Santísim o era el lugar de la
m orada de Dios en la tierra. G. R. H. Wright parece aludir a este punto
cuando señala al cuadrado com o “una concepción m uy antigua” en la
arquitectura del tem plo. Luego añade que: “El cuadrado, o un cubo a
fortiori, se ha tom ado en la arquitectura sagrada com o un sím bolo del
espacio perfecto”. 8
Y yo observo que esta dim ensión cúbica encuentra un eco en la
Nueva J erusalén, cuya longitud, anchura y altura, se nos dice, son

31
iguales (Apocalipsis 21:16), in dicando con ello que la ciudad es un
cubo perfecto. La con exión es significativa cuando recordam os que,
com o el Lugar Santísim o del tabernáculo/ tem plo, la Nueva J erusalén
llega a ser la m orada de Dios en el nuevo cosm os entre su pueblo (Apo-
calipsis 21:1-3, 22).

LAS VESTIDURAS DE LOS SACERDOTES


Uno de los aspectos m ás fascinantes del ritual del antiguo taber-
náculo/ tem plo era el de las vestiduras sacerdotales. La descripción
que se nos da en Éxodo 28 :6-12 sugiere un atavío exquisitam ente
adornado y tejido con los m ateriales m ás costosos.
Por encim a de la túnica azul colgaba un vestido m ás corto y sin
m angas, de color oro, azul, púrpura, escarlata y blanco, llam ado el
efod. En sus hom breras bordadas con oro estaban engarzadas dos pie-
dras de ónix que tenían escritos los n om bres de las doce tribus de Is-
rael. En este detalle existía un claro paralelism o con el pectoral que
llevaba sobre el corazón y que constituía la parte m ás sagrada de las
vestiduras. 9
Dos gem as sem ipreciosas del pectoral, com o las piedras del efod,
llevaban grabados los nom bres de las doce tribus de Israel, sugiriendo,
dice Elena de White en un herm osísim o sim bolism o, que así com o
Cristo, nuestro Sum o Sacerdote presenta su sangre delante del Padre,
lleva sobre su corazón el nom bre de cada alm a arrepentida y cre-
yente. 10
Tam bién form aban parte del traje, el Urim y el Tum im , dos gran-
des piedras de herm osa brillantez, a través de las cuales com unicaba
Dios su voluntad a su pueblo. La señ ora White dice que en tiem pos de
crisis, un halo de luz circuía el Urim para indicar el consentim iento o
aprobación divinos, m ientras que una som bra que opacaba el Tum im ,
que estaba situado a la izquierda, señalaba la desaprobación divina. 11
Cuando com param os las vestiduras del sum o sacerdote con la des-
cripción de la Nueva J erusalén en el libro de Apocalipsis, surgen in-
m ediatam ente una cantidad de intrigantes conexiones conceptuales.
Por ejem plo, el pectoral, estaba diseñado en la form a de un cua-
drado (Éxodo 28:16), en arm onía con la descripción de la Santa Ciu-

32
dad que se encuentra en Apocalipsis 21:16: “La ciudad se halla esta-
blecida en cuadro”. Montadas en el pectoral, com o se ha indicado
arriba, había una variedad de piedras sem ipreciosas, arregladas en
cuatro filas de tres piedras cada una. Com o las hom breras del efod,
tam bién estaban grabados en ellas los nom bres de las doce tribus de
Israel (Éxodo 28 :29). Este hecho encuentra su contraparte en las ins-
cripciones que se hallan en las doce puertas de la Ciudad de Dios: “Te-
nía un m uro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce
ángeles, y nom bres in scritos, que son los de las doce tribus de los hijos
de Israel” (Apocalipsis 21:12).
Adem ás de estos paralelism os, las piedras que estaban sobre el
pectoral tenían una estrecha afinidad con las que se encuentran en los
doce fundam entos de la Nueva J erusalén. Con sidere la notable sim ili-
tud en los siguientes dos pasajes:
El p e cto ral La N u e v a J e r u s a l é n
“Le engastarán una guarnición “Y los cim ientos del m uro de la
de cuatro filas de piedras: en la pri- ciudad estaban adornados con toda
m er a fila, cornelina, topacio y aza- piedra preciosa. El prim er cim iento
bache, en la segunda fila, esme- era J ASPE; el segundo, ZAFIRO; el
ralda, zafiro y d ia m a n t e; en la ter- tercero, ÁGATA; el cuarto, ESME-
cera fila, jacinto, ágata y am atista; RALDA; el quinto, ÓNICE; el sexto,
en la cuarta fila , topacio, CORNALINA; el séptim o, CRISÓ-
ón ice y ja s p e. Las guarniciones de LITO; el octavo, BERILO; el noveno,
pedrería irán engastadas en filigra- TOPACIO; el décim o, CRISO-
nas d e o r o" PRASO; el undécim o, J ACINTO; el
duodécim o, AMATISTA” (Apocalip-
sis 21:19, 20 ). “Pero la ciudad era de
oro puro, sem ejante al vidrio lim pio”
(versículo 18).

Cualquiera que haya tratado de hacerlo, sabe que estas dos lis-
tas de piedras preciosas n o pueden conciliarse fácilm ente. En reali-
dad, com o ha dicho un com entarista con respecto a la lista de Apoca-
lipsis, “incluso el joyero m ás experto de hoy no podría iden tificar estas
doce piedras preciosas”. Tam poco encontram os ninguna ayuda, dice,
en la literatura antigua, cuyas listas y descripciones de piedras precio-
sas dejan “tantas preguntas sin responder”. 12
Sin em bargo, el punto principal de nuestro argum ento en realidad
no reposa en la capacidad para conciliar las dos listas. Parece razona-
ble sugerir que el paralelism o claram ente establecido entre otros ele-
m entos de las vestiduras del sum o sacerdote y la Nueva J erusalén —

33
así com o otros num erosos paralelism os que podrían trazarse— han
dem ostrado suficientem ente que, a pesar de nuestra dificultad actual
con la identificación, la lista de Apocalipsis 21 ha sido influida por la
de Éxodo 28. Nos parece encontrar algún tipo de in dicación teológica
aquí. Dice Elena de White: “El ribete (del pectoral) estaba form ado por
una variedad de piedras preciosas, las m ism as que form an los doce
fundam entos de la Ciudad de Dios”. 13
Perm ítasem e insistir que com prendo la naturaleza precaria de al-
gunas com paracion es. Se m e recuerda que el libro de Apocalipsis tom a
en m uchas partes del Antiguo Testam ento al presentar su propio m en-
saje. Adem ás, en el Apocalipsis, son los nom bres de los doce apóstoles
los que están en los fundam en tos construidos con estas piedras sem i-
preciosas (Apocalipsis 21:14, 19, 20 ) m ientras que los n om bres de las
doce tribus de Israel están en las puertas, que son de perlas (Apocalip-
sis 21:12).
Es evidente que los sim bolism os n o encuentran aquí una clara co-
rrespondencia. Pero eso, precisam ente, es la parte que m e intriga. Los
paralelism os son suficientes para estim ular el apetito y dejarlo a un o
sin aliento de em oción a causa de sus posibles im plicaciones teológi-
cas.
Una y otra vez he intentado probar el m isterio de estas conexiones
conceptuales y teológicas que quitan el aliento, pero asim ism o las he
hallado excesivam ente sutiles y com plejas com o para poder siquiera
im aginarlas, ya no digam os ponerlas en palabras. Es casi com o si su
propósito fuera ser captadas “no solam ente por la m ente, sino por la
im aginación, el corazón...”. 14
Por eso m e siento contento de aprehenderlas com o si fuera por es-
pejo, oscuram ente. Porque, no im porta cuán poco haya yo percibido,
eso llena m i corazón de sublim e asom bro. Y m e quedo con el corazón
palpitante y la boca abierta, com o si estuviera en la presencia santifi-
cada de la santa Shekinah, oyendo en form a m uy suave, desde adentro
del velo, el am ortiguado sonido de la m úsica celestial que pronto va a
irrum pir por todos los ám bitos del cielo cuando el dram a de los siglos
llegue a su em ocionante final. Entonces conocerem os, tan claram ente
com o som os conocidos.

34
Referencias
1 La palabra “extrapolación” im plica un cierto grado de conjetura, pero se encuentra sepa-

rada varios grados de la especulación, porque orden a firm em ente que las conclusion es
fluyan lógica y naturalm ente de los datos con ocidos.
2 Para un a in terpretación inspiradora y cuidadosa de los aspectos claves del servicio del

santuario terren al, véase Patriarcas y profetas, capítulo 30 . Tengo un a gran deuda de in-
form ación extraída de esa fuente para este capítulo.
3 Íd., pág. 364.
4 Íd., pág. 366.
5 Íd., pág. 367.
6 Ibíd.
7 Interpreter's Diction ary of the Bible, tom o R-Z, pág. 50 2.
8G. R. H. Wright, “Pre-Israelite Tem ples in the Land of Canaan”, Palestine Exploration
Quarterly 10 3 (1971): 18 .
9 Patriarcas y profetas, pág. 363.
10 Ibíd.
11 Ibíd. Note el interesan te caso de Saúl en 1 Sam uel 28 :6.
12R. C. H. Lenski, The In terpretation of St. John 's Rev elation (Min neapolis: Augsburg
Pub. H ouse, 1943, 1961), pág. 640 .
13 Patriarcas y profetas, pág. 363.
14Avery Dulles, Models of the Church (Garden City, N. Y.: Doubleday &. Co., In c., 1974),
pág. 18 .

35
CAPÍTULO 3

Conforme al modelo:
“Co n fo rm e a to d o lo qu e yo te m u e s tre , e l d is e ñ o d e l Tabe rn ácu lo , y e l
d is e ñ o de to d o s s u s u te n s ilio s , a s í lo h a ré is ” ( Éxo do 2 5 :9 )

“Lo s cu ale s s irve n a lo qu e e s figu ra y s o m bra d e la s co s a s ce le s tiale s ,


co m o s e le ad virtió a Mo is é s cu a n d o iba a e rigir e l tabe rn á cu lo , d icié n -
d o le : Mira , h a z to da s la s co s a s co n fo rm e al m o d e lo qu e s e te h a m o s -
trad o e n e l m o n te ” (H e bre o s 8 :5 ) .

C
óm o en ten d erem os este pasaje? Este es el asunto que trata-
rem os en el presen te capítu lo.
Algunos adventistas insisten en que estos pasajes indican una
correspondencia punto por punto entre el santuario terrenal y el ce-
lestial. En otras palabras, la pequeña m esa de los panes de la proposi-
ción en el santuario terrenal señalaría a otra gigantesca, o por lo m e-
nos m ucho m ás grande, en el santuario celestial; un pequeño altar del
incienso aquí, representaría a uno m ucho m ás grande allá; y así por el
estilo: pan por pan, incienso por incienso, sangre por sangre, candela-
bro por candelabro, querubín (m etálico) por querubín (m etálico), arca
por arca.
¿Qué direm os de sem ejante literalism o? Es posible que algunos
.sientan que esta com prensión del santuario celestial es absoluta-
m ente inofensiva. Pero, ¿no representa acaso un serio im pedim ento
en nuestra posición respecto del santuario, es decir, en la form a en que
exponem os la doctrina a los no adventistas o incluso a los escépticos?
Más aún, ¿no podría distorsionar en verdad el m ensaje que Dios qui-
siera que presentáram os en este tiem po a las personas de toda cultura

36
y de toda filiación intelectual o filosófica? ¿Ayuda este literalism o ex-
trem o o nos estorba en n uestro intento de llam ar la aten ción de la
gente a lo que todos consideram os que es la esencia o el corazón del
m ensaje del santuario? Estas son preguntas im portantes, creo yo. Sin
la m enor duda, el significado de todo el concepto del m odelo n os invita
a estudiarlo cuidadosam ente.
Este enfoque extrem adam ente literalista confronta por lo m enos
tres problem as: (1) la im precisión de la palabra “m odelo”; (2) la exis-
tencia de m odelos cananeos m ás antiguos del tabernáculo/ tem plo te-
rrenal; y (3) la ocurrencia de disim ilitudes entre el tabernáculo del de-
sierto y los tem plos israelitas que les sucedieron .

LA IMPRECISIÓN DE LA PALABRA “MODELO”


En Éxodo 25:9 Dios m andó a Moisés que le construyera un san-
tuario de acuerdo al “m odelo” (hebreo tabnith) 1 que había visto en el
Monte Sinaí. A prim era vista esto parece una declaración directa, que
difícilm ente puede necesitar interpretación. Dios le m ostró a Moisés
un m odelo del santuario celestial, luego le m andó que construyera uno
sem ejante a ése. Sin em bargo, el asunto no es tan sencillo com o pa-
rece.
Richard M. Davidson, en una tesis que presentó en el año 198 1 re-
ferente a la naturaleza de la tipología bíblica, exam in ó el significado
de tabnith (“m odelo”) de Éxodo 25:9, 40 . 2 Aunque su objetivo era
“determ inar si el significado original de tabnith im plica una corres-
pondencia vertical [es decir, tierra-cielo]”, de todos m odos señaló
otros factores im portantes que son relevantes para el presente estudio.
Entre las observaciones que encontré aplicables a nuestro propósito
estaba el am plio espectro de in terpretaciones a las cuales es suscepti-
ble la, al parecer, transparente declaración de Éxodo 25:9, 40 .
Davidson destacó seis posibles interpretaciones de tabnith 3 (aquí
las resum im os en cinco), cada una con sus respectivos defensores: 1.
Dios puede haberle m ostrado a Moisés un m odelo en m iniatura del
santuario terrenal, ya sea en form a de una representación a escala o
com o el plano de un arquitecto (sea cual fuere el caso, Moisés no ha-
bría visto necesariam ente el santuario celestial). 2. Dios puede haberle

37
m ostrado un m odelo en m in iatura del santuario celestial. (Esto indi-
caría una vez m ás que no habría visto necesariam ente el santuario ce-
lestial com o es en la realidad.) 3. Es posible que se le haya m ostrado a
Moisés el santuario celestial y que entonces se le diera un m odelo en
m iniatura del m ism o (una representación a escala o plan o arquitectó-
nico) para que construyera el santuario terrenal. 4- Pudo h abérsele
m ostrado el santuario celestial m ism o y, sin la ayuda de un m odelo
en m iniatura de ninguna clase, sencillam ente habérsele dicho que hi-
ciera el santuario terrenal según lo visto. 5. A Moisés no se le habría
m ostrado ni el santuario celestial ni ninguna representación de él; m ás
bien, se le dio una visión subjetiva o un golpe de inspiración, y lo que
recordara de ella le serviría para construir el santuario terrenal. Este
últim o punto de vista ni siquiera requiere la existencia del santuario
celestial, aunque no necesariam ente lo niega.
Obviam ente la situación no es tan sencilla com o podría parecer a
prim era vista. Después de exam inar las diversas opiniones contra la
evidencia disponible, Davidson tuvo dificultades para elegir una que
fuera considerada com o la m ejor. “Parece que es im posible decidir con
certeza... si la referencia prim aria de... [tabnith] es al m odelo en m i-
niatura del santuario celestial, al santuario celestial m ism o (con el m o-
delo en m iniatura im plícito), o a am bos”. 4
Su punto de vista personal, sin em bargo -con el cual estoy de
acuerdo—, es que a Moisés se le dio una vislum bre del santuario celes-
tial, luego se le m ostró “un m odelo en m iniatura” del m ism o, “que de-
bía copiar para hacer el santuario terrenal”. 5 A m í m e parece (en ar-
m onía con la posición de Davidson) que la m ajestad del santuario ce-
lestial ten dría que haber sido absolutam ente abrum adora para serle (a
Moisés) de ayuda práctica en la construcción de la hum ilde contra-
parte del tabernáculo del desierto.
Si hem os com prendido estos puntos, ahora debem os hacerle
(rente a la m ás com plicada cuestión de la relación -desde el punto de
vista físico y otros detalles— entre este “m odelo en m iniatura” (com o
finalm ente halló expresión en el tabernáculo terrenal) y el original ce-
lestial. (Davidson no plantea pregunta alguna acerca de este tipo, pues
su estudio, com o lo aclara al principio, es “estructural [interesado en
la form a literaria y el lenguaje], no... teológico”.) 6

38
Yo sugiero que prosigam os exam inando brevem ente aquellos pa-
sajes de Éxodo donde se enunció originalm ente la idea de construir un
santuario de acuerdo al m odelo. Cuan do hacem os esto, aunque n o sea
en form a técnica, teniendo com o telón de fondo lo que yo llam o “sen-
tido com ún santificado”, com enzam os a tener una idea de la clase de
lastre que la idea de tabnith no tenía el propósito de llevar.
Después de su uso inicial en Éxodo 25:9, tabnith reaparece en el
versículo 40 , al final de la am plia descripción del arca del pacto, la
m esa de los panes de la proposición y el candelabro de oro. Es posible
que alguien opin e que estos m uebles, quizá a causa de su elegante apa-
riencia, poseen suficiente dignidad, por así decirlo, para hallarse de
verdad en el santuario celestial. Sin em bargo, este ejem plo n o ayuda
gran cosa al caso que estam os tratando de estructurar.
La tercera alusión al concepto de m odelo se encuentra en Éxodo
26:30 . Aquí Dios le recuerda a Moisés que construya el tabernáculo
“conform e al m odelo que te fue m ostrado en el m onte”. Aunque en
este texto se usa m ishpat (que significa “juicio” o “regla”), y no tabnith,
el contexto establece claram en te que estam os tratando con la m ism a
idea de Éxodo 25:9, 40 . M ishpat aquí equivale a tabnith.
Nótese ahora que la idea de m odelo sigue a una detallada descrip-
ción de las cortinas de pelos de cabra, las tablas, los gozn es y las ba-
rras. En este punto la m ente sensible com ienza a preguntarse acerca
de la validez de suponer la existencia de cosas tan m undanas y contin-
gentes com o éstas en el santuario celestial.
Sin em bargo, es la cuarta m ención de “m odelo” la que da a nuestro
sentido com ún su prim era sacudida seria. Sin el uso esta vez de ningún
térm ino especial (com o m ishpat o tabnith), la idea aparece al final de
la descripción del altar del holocausto. “Harás tam bién un altar de m a-
dera de acacia, de cinco codos de longitud... Y le harás cuernos en sus
cuatro esquinas... Harás tam bién sus calderos para recoger la ceniza,
y sus paletas, sus tazones, sus garfios y sus braseros... Y le harás un
enrejado de bronce de obra de rejilla, y sobre la rejilla harás cuatro
anillos de bronce a sus cuatro esquinas. Y la pondrás dentro del cerco
del altar abajo; y llegará la rejilla hasta la m itad del altar. Harás tam -
bién varas para el altar... Lo harás hueco, de tablas; de la m anera que
te fue m ostrado en el m onte, así lo harás” (Éxodo 27:1-8 ).

39
Parece razonable concluir aquí que si bien los instrum entos que se
acaban de describir, seguían el m odelo que se le había dado a Moisés
en el m onte, com o el altar, por ejem plo, con todos sus accesorios, no
necesariam ente tienen que existir en el cielo. Estas conclusiones que-
dan confirm adas por la verdadera actuación del antitipo. El Calvario,
com o todos los cristianos debiéram os entenderlo, representa el altar
antitípico del holocausto. Fue allí donde nuestro Señor fue ofrecido en
sacrificio; pero ¡cuán diferente físicam ente era esa contraparte típica!
En el tipo vem os un atrio sagrado rodeado de cortinas; en el anti-
tipo, la desnuda y profana colina del Calvario. En el tipo, un altar he-
cho de bronce; en el antitipo, una cruz de m adera. En el tipo, un cu-
chillo afilado que cortaba la garganta de la víctim a; en el antitipo, no
se tocó la garganta de la víctim a, sino sus m anos y sus pies, que fueron
traspasados por los clavos rom anos. El tipo revela una indefensa víc-
tim a anim al en las m anos de un sacerdote; en el antitipo, el Hijo de
Dios era, al m ism o tiem po, la víctim a y el sacerdote. En el tipo, la san-
gre fluía debajo del altar de bronce y tocaba los cuern os por m edio de
los dedos del sacerdote; pero nadie tocó aquella corriente escarlata
que fluía de la cum bre del Calvario.
Y así podríam os seguir la com paración, si el espacio lo perm itiera.
El paralelism o es real, pero tam bién lo es el contraste. ¡Nada en el tipo
describía la gloria de la m añana de la resurrección cuando Cristo, la
víctim a cósm ica, se levantó triunfante de la tum ba, vivo para siem pre,
con las llaves del infiern o y de la m uerte fuertem ente asidas por sus
m anos perforadas por los clavos!
La naturaleza de la correspon dencia entre el tipo y el antitipo en
este caso particular es m uy aleccionadora. Este es el único ejem plo en
el cual hem os tenido el privilegio de testificar el cum plim ien to antití-
pico con nuestros propios ojos, por así decirlo, y debería servir de co-
rrectivo a nuestra inclinación a ver una correspondencia entre el san-
tuario terrenal y el celestial, así com o en sus m inisterios. Esto hace que
nos preguntem os si no debiéram os entender la idea de m odelo prim a-
riam ente en un nivel funcional y teológico m ás profundo.
En este contexto es ilum inador notar la form a en que el libro de los
Hebreos m aneja la idea de m odelo, y qué térm in os introduce para ex-
presarla.

40
En Hebreos 8:5, el autor explica que el sacerdocio levítico sirvió
com o “figura [hy podeigm a] y som bra [skia] de las cosas celestiales,
una obvia referencia, según las apariencias, a Éxodo 25:40 , donde
Dios le encarga a Moisés que construya el tabernáculo y todos sus ac-
cesorios “conform e al m odelo [ty pos en H ebreos] que se te ha m os-
trado en el m onte” (Hebreos 8 :5).
De m anera que hasta aquí se han introducido tres térm inos: j hy -
podeigm a, skia y ty pos. ¿Cóm o los entenderem os?
Por lo general hy podeigm a significa “ejem plo”, “m odelo”, “pa-
trón”. En nuestro pasaje tiene el significado o sentido de “copia” o
“im itación”. Skia significa una “som bra”, o “prefiguración”. Ty pos se
traduce correctam ente com o “patrón” o “m odelo”. 7
Podríam os decir m ucho m ás acerca del significado de estos térm i-
nos, pero una m ultiplicación de definiciones del diccionario no afec-
taría m aterialm ente el asunto que nos ocupa. El contexto es m ás im -
portante, porque m uestra la form a en que el autor m ism o entendía y
usaba dichas expresiones. A m edida que uno estudia el contexto, los
siguientes puntos se vuelven evidentes:
1. Para el autor de H ebreos, el térm ino hebreo tabnith (usado en
Éxodo 25:40 , y al cual se refiere com o prueba de su aseveración) se
rinde adecuadam ente m ediante la palabra griega ty pos (“patrón” o
“m odelo”), pues de otra m anera no la habría em pleado en su traduc-
ción (véase Hebreos 8 :5).
2. Ty pos, a su vez, traduce adecuadam ente los térm inos hy po-
deigm a y skia, porque el autor usa estos dos térm inos para explicar la
relación que existe entre los m inisterios terrenal y celestial, del m ism o
m odo en que lo hace con ty pos en el m ism o versículo (Hebreos 8 :5).
Adem ás, m i lectura del contexto m e lleva a la conclusión de que hy -
podeigm a y skia se usan com o sinónim os.
3. Esto significa que hy podeigm a y skia, juntos o separados, son
equivalentes de ty pos. Así, podríam os sustituir apropiadam ente cual-
quiera de estas dos palabras por ty pos en Hebreos 8:5, al traducir la
palabra hebrea tabnith.
Si nuestro razonam iento hasta aquí es correcto, enton ces es posi-
ble dar un paso m ás. Lo harem os esto en virtud de un contraste m uy
significativo que se hace en Hebreos 10 :1. Aquí la lim itación de la ley

41
(de los sacrificios) se basa en el hecho de que eran sólo "som bra (skia)
de los bienes venideros, no la im agen m ism a de las cosas”. De m odo
que el autor pone skia y eikon en agudo contraste.
Eikon, que aquí significa “form a” o “apariencia”, 8 es la palabra que
el Nuevo Testam ento usa para traducir el térm ino he-
breo tselem ("im agen”), palabra que describe la correspondencia física
y espiritual entre Dios y el hom bre en el principio, o entre padre e
hijo. 9 Es una palabra fuerte, y ha sido em pleada incluso para describir
la relación entre Cristo y el Padre. 10 Pero al m argen de cuán fuerte
sea, ningún estudiante cuidadoso de la Biblia intentaría dibujar un re-
trato de Dios basado en la form a com o se refleja en la hum anidad, ni
siquiera en el Cristo terrenal. El instinto espiritual n os im pide hacer
una com paración tan precaria.
El punto es éste: ¡Si un instinto espiritual nos im pide dogm atizar,
aunque tengam os una fuerte (eikon) correspondencia, cuánto m ás
fuerte debería ser el im pedim ento, cuando sólo hay una relación
de skia (o de ty pos o de hy podeigm a)!
No sorprende que el apóstol se refiera al servicio del santuario te-
rrenal com o una parábola (parabolé) del presente m inisterio Sum o-
sacerdotal de Cristo (Hebreos 9:9). Com o las parábolas, no debería es-
perarse que los sim bolism os típicos reflejen realidades en cada detalle,
especialm ente cuan do recordam os que el libro de Hebreos razona
principalm ente por contraste y m enos por com paración. Esto signi-
fica que el m ovim iento es de lo nuevo a lo viejo, tanto com o o aún m ás
que de lo viejo a lo nuevo. Para decirlo de otra m anera, deberíam os
luchar para dem ostrar no tanto cuánto se parecen las cosas del cielo a
las de la tierra, sino cuán diferentes e inferiores son las cosas de la
tierra cuando se m iden con la realidad celestial o arquetipo. Nunca
debem os olvidar que “lo celestial y n o lo terrenal es lo genuino. Lo te-
rrenal no era m ás que un pálido reflejo, un diseño tem poral que seña-
laba a lo real... Lo real explicará la som bra, y no viceversa”. 11
Se requiere un sentido com ún ilum inado para com prender que
ciertas cosas salen del concepto de m odelo y que otras no. Y lo que
hace la tarea de discrim inar m ás frustrante, a veces, es que aquí no
hay reglas herm enéuticas (de interpretación) que seguir.
Esto no debería sorprendernos, puesto que un gran porcentaje de

42
los asuntos de la Escritura que tienen los significados m ás profundos
para nosotros, se expresan en lenguaje figurado o sim bólico. De hecho,
una gran parte de la relevancia continua y lo atractivo de ciertas ver-
dades cardinales de la Escritura (la expiación, por ejem plo) está pre-
cisam ente en el lenguaje figurativo a través del cual nos han sido re-
veladas, lenguaje que a m enudo les perm ite trascender las barreras
tem porales, culturales, e incluso conceptuales. Resistam os, por lo
tanto, la tentación que surge de un deseo m al encam inado de lograr
una precisión científica, de sujetar cada sim bolism o escriturario al
análisis científico.
En con secuencia, sería inapropiado buscar una correspondencia
m atem ática, una por una, entre el tipo terrenal y la realidad celestial.
La palabra “m odelo” n o soporta la carga que m uchos tratan de im po-
nerle.

ANTIGUOS PARALELISMOS CANANEOS


Hace algun os años un o de m is com pañeros de clase presentó una
investigación en la cual docum entaba la existencia de restos de tem -
plos pagan os pre israelitas en Palestina, que tienen notables sem ejan-
zas con el plano gen eral del tabernáculo/ tem plo israelita. Todavía
puedo recordar su asom brosa conclusión. “Esto prueba -dijo— que no
hay santuario en el cielo”.
Su conclusión no garantizaba nada, por supuesto, y el resto de la
clase le dio la tarea de probarla. No obstante, las evidencias que des-
cubrió plantean problem as a algunas m entes con respecto al con cepto
de un m odelo celestial.
Los m odernos descubrim ientos arqueológicos hechos en el Cer-
cano Oriente han sacado a luz los restos de tem plos cananeos preis-
raelitas m uy sim ilares a la form a básica y la estructura del plano de
planta del tabernáculo del desierto y su sucesor, el tem plo de J erusa-
lén. G. R. H. Wright hace una lista de varios de éstos: el templo de
Hazor, construido a m ediados de la Edad de Bronce (entre 2,0 0 0 y
1,60 0 a. C.); el tem plo Fosse de Lachis, construido en la Edad de
Bronce tardía (en algún m om ento alrededor de 1,50 0 a. C.); y un “tem -
plo Neolítico de la era pre Cerám ica Neolítica” en J ericó (estim ado

43
com o anterior a 3,0 0 0 a. C.). 12 El rasgo característico que los distin-
gue, por sobre otros, es su triple división. 13 Esta característica, entre
otras, llevó a J ohn Bright a afirm ar que el “santuario [refiriéndose al
tem plo de J erusalén] fue construido sobre un m odelo cananeo”. 14
J . Quellette, com entan do acerca del tem plo de Hazor y otros, ha
m ostrado que las sim ilitudes n o son, ni con m ucho, tan sorprendentes
com o parecen a prim era vista. 15 Y Wright ha observado que "la divi-
sión... en tres elem entos no siem pre se m arca con toda claridad”. En
realidad, dice, “la im presión que causan los planos que aún se con ser-
van de varios de estos edificios es la de arreglos e in serciones provisio-
nales y desordenados que todavía no logran su ver- dadera form a fi-
nal”. 16
Esto, sin em bargo, no es lo que nos interesa. La cuestión es, m ás
bien, que existieron en una época anterior a la revelación del plan de
la construcción del tabernáculo del desierto en el Sinaí, tem plos paga-
nos, n o israelitas, que se aproxim an bastante a aquél, tanto en plano
de planta com o, hasta donde podem os determ inar por la evidencia, en
ciertos accesorios.
¿Fueron diseñados tam bién estos tem plos pagan os de acuerdo al
m odelo celestial? O para decirlo de otra m anera, si el tabernácu-
lo/ tem plo israelita fue hecho de acuerdo al m odelo de las cosas celes-
tiales, ¿por qué no era único en todas sus form as? ¿Por qué fue prece-
dido por lugares paganos de sacrificios? Estas preguntas son de parti-
cular interés para las personas que tien en una concepción literalista
del concepto de m odelo.
Sugeriré una posible solución al final del presente capítulo, pero
quizá sería apropiado echar prim ero una rápida m irada a algunas de
las diferencias existentes entre el tabernáculo del desierto y los tem-
plos que le sucedieron, especialm ente el tem plo de J erusalén. A m i
Inicio, este fenóm eno se relaciona indirectam ente con el problem a de
los paralelism os de los antiguos tem plos paganos con el tabernáculo.

SIMILITUDES ENTRE EL TABERNÁCULO DEL DESIERTO


Y EL TEMPLO DE J ESURALÉN
Hasta el lector casual que recorre con curiosidad las descripciones
bíblicas del tem plo de J erusalén nota ciertas disim ilitudes entre éste y

44
el tabernáculo del desierto. En tre ellas están :
1. El tem plo de J erusalén contenía por lo m enos dos atrios, no
sólo uno, com o ocurría con el tabernáculo del desierto. 17 (Había un
“gran atrio”, 18 al cual todo el pueblo tenía acceso, y un “atrio in terior”
o “atrio de los sacerdotes”, o “atrio superior”, 19 que era principal-
m ente para los sacerdotes y levitas.)
2. En el tabernáculo del desierto sólo había una entrada, m ientras
que había seis que conducían al precinto del tem plo de J erusalén. 20
3. El tabernáculo del desierto era una tienda m óvil y frágil. El
Tem plo de Salom ón, por la obvia razón de que Israel era ahora una
nación debidam ente establecida en su tierra, era un edificio palaciego
de piedra 21 que n os da, quizá, otra obvia razón para no enfatizar de-
m asiado la correspondencia entre los santuarios terrenal y celestial.
¡El prim ero existía en la tierra; el otro existe en el cielo!
4. El tabernáculo del desierto contenía un candelabro en el lado
sur y una m esa de los panes de la proposición en el lado n orte. Por
contraste, el tem plo de J erusalén contenía diez candelabros y 10 m e-
sas de los panes de la proposición... y en am bos lados, norte y sur (o
derecha e izquierda). 22
5. Así com o el tabernáculo del desierto, todo el interior del tem -
plo estaba adornado con figuras de querubin es. Adem ás, tenía palm e-
ras, flores, leones y bueyes. 23
6. Uno de los atrios del tem plo de J erusalén contenía un gran m ar
de bronce, o tanque, que estaba colocado sobre los cuartos traseros de
doce bueyes de bronce que m iraban hacia cada uno de los cuatro pun-
tos cardinales. Esto no lo encontram os en el tabernáculo del desierto.
Adem ás, en el atrio del tem plo había diez fuentes m ovibles para la-
varse, en lugar de una, com o era el caso del tabernáculo del desierto. 24
7. A la entrada del Tem plo de Salom ón estaban dos gigantescas co-
lum nas de bronce llam adas J aquín y Boaz, coronadas de lirios. 25 Sa-
lom ón hizo “cadenas com o collares y las puso en el capitel de las co-
lum nas con cien granadas en las cadenas”. No m e consta que se haya
especulado alguna vez sobre el significado teológico de estas colum -
nas, pero ellas con stituían una de las m ás notables diferencias con el
tabernáculo del desierto. El erudito del Antiguo Testam ento, William
Shea, sugiere que estas colum nas tenían fanales (vasos m etálicos) en

45
el capitel para alum brar, algo que el tabernáculo del desierto no nece-
sitaba, bendecido com o estaba por una luz m ilagrosa. 26
A estas disim ilitudes deben añ adirse otros num erosos asuntos de
m enor significado que, cuando se com binan con las obvias diferen cias
en la apariencia de estas dos estructuras -la prim era, una hum ilde
tienda, la otra, un suntuoso palacio de piedra-, tienen un significado
que no pueden ignorar sim plem ente aquellos que desean m antener
una estricta correspondencia literal de construir “de acuerdo al m o-
delo”.
Y sin em bargo, n o debem os olvidar que el Tem plo de J erusalén, así
com o el tabernáculo del desierto, fueron construidos de acuerdo con
el m odelo celestial. “Y David dio a Salom ón su hijo el plano del pórtico
del tem plo y sus casas, sus tesorerías, sus aposentos, sus cám aras y la
casa del propiciatorio. Asim ism o el plano de todas las cosas que tenía
en m ente para los atrios de la casa de J ehová, para todas las cám aras
alrededor, para las tesorerías de la casa de Dios, y para las tesorerías
de las cosas santificadas... Todas estas cosas, dijo David, m e fueron
trazadas por la m ano de J ehová, que m e hizo entender todas las obras
del diseño [tabnith]” (1 Crónicas 28 :11-19).
Al com entar esto, Elena de White dice que “David dio a Salom ón
instruccion es m inuciosas para la con strucción del tem plo, con m ode-
los de cada una de las partes, y de todos los instrum entos del servicio,
tal com o se los había revelado la inspiración divina”. 27 Adem ás, esta-
m os seguros que los constructores de Salom ón, aunque contratados
de una nación pagana, seguían los plan os divinos, com o se ve en la
im presionante dem ostración de aprobación de Dios en la dedicación
del tem plo. Él lo llenó con la nube de su gloria, “y no podían los sacer-
dotes estar allí para m inistrar, por causa de la nube; porque la gloria
de J ehová había llenado la casa de Dios” (2 Crónicas 5:14).
El punto, entonces, es éste: si tanto el tabernáculo del desierto
com o el tem plo de J erusalén fueron construidos de acuerdo con el m o-
delo celestial, ¿cóm o puede en tenderse el térm in o “m odelo” en un es-
tricto sentido literal, cuando en tantos detalles las dos estructuras
m ostraban disim ilitudes tan notables? Y la situación se vuelve m ás
com pleja aún si tom am os en -cuenta las diferencias adicionales, la va-
riaciones y desarrollos indicados en el tem plo ideal de Ezequiel (véase
Ezequiel 40 :1-43:27). 28

46
Por supuesto, puede argüirse que si Dios dio “plan os” tanto a Moi-
sés com o a David, sin im portar las diferencias, los detalles en am bos
deberían con siderarse m uy im portantes. Esto es cierto. Pero por pe-
queñas que fueran estas diferencias deberían ayudarnos a alejarnos
del dogm atism o acerca de la apariencia exacta del santuario celestial,
basado en nuestro con ocim iento del terrenal. Es un hecho que la gran
cantidad de diferencias en detalles carecen de im portancia, pues se re-
lacionan únicam ente con el tiem po y las circunstancias de lugar: la luz
de J aquín y Boaz, por ejem plo. Estas habrían reem plazado a la luz so-
brenatural (Éxodo 40 :34-38) del tabernáculo del desierto.
1. No son los detalles estructurales del tabernáculo/ tem plo real-
m ente im portantes, sin o el plan básico. Sobre este punto, llam am os la
atención a ciertos ingredientes fundam entales que caracterizaron las
tres representaciones del santuario, al m argen de las otras variantes.
Entre ellas están :
a. Los tres (el tabernáculo, el tem plo de Salom ón y el tem plo ideal de
Ezequiel) estaban orientados hacia el m ism o punto cardinal: el este. 29
b. Cada uno de ellos contenía las tres divisiones básicas:
i. El atrio
ii. El lugar santo
iii. El lugar santísim o.
c. La decoración básica de los tres era la m ism a: las figuras de que-
rubines que adornaban las paredes interiores.
d. El equipo básico y el m obiliario eran los m ism os en el atrio: el altar
del holocausto; en el lugar santo: el(los) candelabro(s), la(las) m esa(s)
del pan de la proposición, y el altar del incienso; en el lugar santísim o:
el arca sagrada, cubierta por la som bra de las alas de los querubines.
e. En cada uno de ellos el lugar santísim o era un cubo perfecto.
Por lo tanto, al tratar de desprender algún significado teológico,
deberíam os tom ar en cuenta estos rasgos estructurales básicos del ta-
bernáculo/ tem plo.
2. La apariencia física del tabernáculo/ tem plo no nos da libertad
para dogm atizar en cuanto a la apariencia del original celestial. Pare-
cería que el enfoque m ás seguro es concentrarnos en la sign ificación
teológica, m ás que en la especificación estructural.

47
Esto significa que no buscam os contrapartes celestiales para las
tablillas y los corchetes, los braseros y las vasijas y los num erosos otros
m uebles que form aban parte del com plejo del santuario terrenal. No
es posible especular con respecto al significado de los tipos de pieles
de anim ales que se usaron para cubrir el tabernáculo del desierto,
com o no le dam os ningún significado teológico a las piedras con las
que fue construido el tem plo de Salom ón.
Estos puntos sim plem ente representaban los m ateriales de cons-
trucción que había en aquel tiem po. 30 Deberíam os negarnos sí a en-
contrarles significado a los bellos colores del tabernáculo, por tenta-
dores que parezcan. Todo este esplendor, com o es el caso de los colo-
res de las vestiduras del sum o sacerdote, eran “para gloria y herm o-
sura” (Éxodo 28:2, 40 ). Sería inapropiado, por ejem plo, considerar el
hecho de que una hebra escarlata corría a través de todas las cuerdas
de los buques de la arm ada británica, con el fin de hallar en ello capital
teológico, com o lo sería tam bién encontrarlo en la predom in ancia del
color rojo en el santuario, com o he oído que hacían algun os predica-
dores adventistas (por fortuna, no recientem ente).
Mientras m e concentro en el significado teológico de todo el am -
plio aspecto físico del santuario, he visto útil pen sar en sus tres divi-
siones básicas y el ritual asociado con ellas, com o señalan do a las tres
fases o dim ension es fundam en tales del plan de salvación , es decir, ex-
piación, intercesión y juicio. El atrio, con su sacrificio en el altar de
bronce, sim bolizaba la expiación y señalaba, en particular, a la gran
transacción que se realizaría en la cruz. El lugar santo, con su altar de
oro del incien so, significaba la intercesión, com enzando con la ascen-
sión de Cristo y continuando h asta el fin del tiem po de gracia. El lugar
santísim o, el centro del Día Anual de Expiación (Yom Kippur), tipifi-
caba el día antitípico de juicio, com enzando en 18 44, com o verem os
en el próxim o capítulo, y term inando con la erradicación final del pe-
cado y el m al del universo.
Y estas tres verdades juntas constituyen la Expiación con E m ayús-
cula, por así decirlo. 31 (Véase el diagram a.)

48
LAS TRES DIMENSIONES FUNDAMENTALES DE LA
SALVACIÓN REVELADAS EN EL SANTUARIO

Juicio (con una continua intercesión) Intercesión La expiación


de 1844 al final del tiempo de gracia (De la cruz a 1844) (En la cruz)

LA EXPIACIÓN

ES NECESARIO EL EQUILIBRIO
Visto de esta m anera, la existencia previa de tem plos no israelitas,
sim ilares a la estructura básica del tabernáculo m osaico o del Tem plo
de Salom ón, ya no n os perturba m ás. El énfasis, com o he tratado de
m ostrar, no se basa prim ariam ente en los accesorios físicos y en las
estructuras com o tales, sino m ás bien en el uso que se les daba, es decir
su función.
Es cierto que tenem os restos de altares del perfum e, de altares e
ídolos asociados con estos an tiguos tem plos paganos no israelitas,
pero no se sabe nada en cuanto al uso específico que se les daba a estos
accesorios y estructuras; y m ás im portante aún, el significado teoló-
gico que se atribuía a sus servicios y rituales. Muchos de los elem entos
y otros accesorios del m obiliario se han perdido, y cóm o específica-
m ente se llevaba a cabo el ritual es ahora prácticam ente irrecuperable.
Así, tenem os m uy poca inform ación en cuanto al verdadero m odelo

49
del ritual, y la form a en que los m uebles y los accesorios se relaciona-
ban con aquél.
De aquí a 20 0 0 años —si el tiem po durara— no habría gran dife-
rencia entre los restos de una catedral cristiana y los de un tem plo
hindú, m usulm án o budista, específicam ente en cuanto al plano de
planta. Y sin em bargo, ¡qué grave error com eterían los arqueólogos o
los teólogos si em pezaran a suponer, por la sim ple sim ilitud externa,
que existe una correspondencia en la teología y la adoración de todas
estas religiones tan divergentes!
Es absolutam ente concebible que Dios, que se com unica com o
siem pre en lenguaje hum ano, decidiera em plear un m edio reconocido
por la generalidad (tabernáculo/ tem plo) para la revelación de su plan,
pero que al hacer uso de la form a, alterara drásticam ente su signifi-
cado teológico: su contenido.
El interés de Dios, entonces, de que Moisés construyera conform e
al m odelo divinam ente revelado, pudiera verse com o que in fluye di-
rectam ente sobre este conten ido y significado teológicam ente alte-
rado. De acuerdo con esto, construir según el m odelo, no significaría
necesariam ente que Moisés lo hiciera en base a la form a física del san-
tuario celestial, o que la estructura tuviera que ser necesariam ente
única. 32 Era m ás probable que m ostrara que Dios tenía cuidado de
que las características físicas sobresalientes se conform aran al plano
que se le proveyó a Moisés sobre el m onte Sinaí, un plano traducido
para el uso hum ano, por así decirlo, y que reflejara ciertos aspectos
cruciales del plan de salvación. La idea básica subyacente, en otras pa-
labras, era que el ritual del tabernáculo, tanto en su aspecto diario
com o en el anual, sirviera com o “profecías”, sím bolos, tipos, del plan
cósm ico de Dios para la salvación hum ana y la seguridad del universo.

De m odo que el tabernáculo/ tem plo israelita, aunque tuviera sem e-


janzas externas y superficiales con edificios ya con ocidos en culturas
contem poráneas del antiguo Medio Oriente contenía, sin em bargo,
im portantes disim ilitudes que señalaban las im portantísim as realida-
des teológicas de las cosas celestiales, la fuerza y el centro neurálgico
de la salvación hum ana.

50
Referencias
1 En Núm eros 8 :4, la palabra hebrea es m ar'eh, que significa “vista”, “apariencia”.
2 Richard M. Davidson, Ty pology in Scripture (Berrien Springs, Mich.: Andrews Univer-
sity Press, 198 1), págs. 367-38 8 .
3 Véase Davidson, págs. 372-374.
4 Íd., pág. 38 6.
5 Íd., págs. 378 , 38 5.
6 Íd., pág. 10 .
7Véase W. F. Arndt y F. W. Gingrich, A Greek-En glish Lexicon of the New Testam ent and
Other Early Christian Literature (Chicago: University of Chicago Press, 1957 y 1979), s. v.
hy podeigm a, skia, y ty pos.
8 Ibíd., s. v. eikon.
9 Véase Génesis 1:26, 27; 5:3; cf. 1 Corintios 11:7 y 15:49.
10 Colosenses 1:15; cf. 2 Corin tios 4:4.
11 WilliamG. J ohnsson, In Absolute Confiden ce: The Book of Hebrew s Speaks to Our Day
(Nashville: Southern Pub. Assn., 1979), pág. 91.
12 G. R. H. Wright, “Pre-Israelite Tem ples in the Lan d of Can aan”, Palestin e Exploration

Quarterly 10 3 (1971): 26, 28 .


13 J . Quellette, "Tem ple of Solom on”, en Interpreter's Dictionary of the Bible, suplem en-

tary volum e, pág. 8 72.


14 J ohn Bright, A History of Israel, 2nd ed. (Philadelphia: Westm in ster Press, 1972), pág.

222. Wright sugiere que estos antiguos “tem plos tipo” form aban “el fondo histórico n atu-
ral del tem plo de J erusalén” (pág. 17).
15 Interpreter's Dictionary of the Bible, suplem en tary volum e, págs. 8 72, 8 73. Véase
tam bién Lawrence Geraty, “The J erusalem Tem ple of the Hebrew Bible in Its Ancient Near
Eastern Setting”, en The Sanctuary an d the Atonem en t: Biblical, Historical, an d Theolog-
ical Studies, ed. A. V. Wallenkam pf y W. R. Lesher (Washington, D. C.: Review and Herald
Pub. Assn., 198 1), págs, 55-59.
16 Wright, pág. 25.
17 2 Reyes 21:5; 23:12; 2 Crónicas 4:9; 1 Reyes 6:36; J erem ías 36:10 ; cf. Éxodo 27:9.
18 2 Crónicas 4:9.
19 1 Reyes 6:36; 2 Crónicas 4:9; J erem ías 36:10 .
20 1 Crón icas 9:18 ; J erem ías 26:10 ; 36:10 ; 2 Reyes 15:35; cf. Éxodo 27:16.
21 1 Reyes 6:7; cf. Éxodo 26:1, 7.
22 1 Crón icas 4:7, 8 .
23 1 Reyes 6:18 , 20 -22, 29-32, 35; 7:29; cf. Éxodo 26:1.
24 1 Reyes 7:23-39; cf. Éxodo 30 :18 , 24.
25 1 Reyes 7:21, 22; 2 Crónicas 3:15-17.
26 Nota person al en m is archivos.
27 Patriarcas y profetas, pág. 8 14.
28 Para un a descripción y un diagram a artístico del tem plo de Ezequiel, véase el Diccion a-

rio bíblico adventista del séptim o día, págs., 1141, 1142. Se h a llam ado “el tem plo ideal”
de Ezequiel, porque aunque lo vio en visión, n unca se con struyó.
29Éxodo 17:9-16; Levítico 16:14; Núm eros 3:38 ; 2 Crónicas 4:10 ; Ezequiel 8 :16. La eviden-
cia de que el Tem plo de Salom ón m iraba h acia el este no es tan fuerte com o h ubiéram os

51
deseado, pero es razon able sacar esta con clusión. Segun do de Crónicas 5:12 describe al
coro levítico hacia el lado este del altar de bron ce, posición que sólo puede tener sentido si
el tem plo estuviera orientado h acia el este. Si m iraba hacia el oeste, por ejem plo, los m iem -
bros del coro ten drían que darle la espalda o al altar o al tem plo, depen dien do del rum bo
al que estuvieran viendo, y cualquiera de los dos habría sido in aceptable cultural y religio-
sam ente (véase Ezequiel 8 :16).
30 Elena G. de White explica, por ejem plo, por qué la m adera de acacia se eligió para usarla

en el tabern áculo del desierto: Estaba “m en os sujeta al deterioro que cualquiera otra que
se pudiera haber obtenido en el Sinaí” (Patriarcas y profetas, pág. 369).
31 Esta idea se desarrollará m ás com pletam en te en el capítulo 9, que se relaciona con la

expiación.
32 El sagrario, o la parte interior, probablem ente represen tó para los habitantes del Medio
Oriente el lugar de la m orada de Dios. Yahweh, al revelar los planos del tabern áculo/ tem -
plo a Moisés/ Davíd no n ecesitaba m odificar este con cepto básico... que probablem ente
derivaba originalm ente de Dios de todos m odos. No debem os olvidar que todos los pue-
blos del Cercano Oriente estaban interconectados, y tenían un tron co com ún físico y espi-
ritual en Noé. Es probable que lo que estem os vien do sea la distribución de un a tradición
com ún.

52
CAPÍTULO 4

Una conceptualización del


Santuario celestial

C
óm o conceptualizaríam os el san tuario celestial? La si-
guien te discusión presupone el fundam ento ya puesto en el ca-
pítulo anterior y trata de ir un poco m ás al fondo del tem a que
aquí com enzam os.
Para algunos resulta fácil visualizar el santuario celestial com o una
tienda levantada por el Señor, sem ejante a la que erigió Moisés en el
desierto, aunque m ás grande en apariencia y dim ensiones. Esta es-
tructura celestial, com pletada con la m esa de los panes de la proposi-
ción, el candelabro y el altar del incien so se divide, com o el antiguo
tabernáculo, en dos departam entos: el lugar santo y el lugar santísim o.
Un velo separa los dos departam entos. El propiciatorio, que está en el
santuario interior, es sum am ente grande y m ucho m ás herm oso que
su contraparte terrenal, y está cubierto por un querubín (m etálico).
Contiene las dos tablas de piedra y, quizá, la vara de alm endro de Aa-
rón que reverdeció m ilagrosam ente.
Seam os claros desde ahora respecto de lo que estam os conside-
rando. Aquí no está en discusión la existencia del santuario celestial.
Creo que tenem os suficiente base bíblica para declarar categórica-
m ente que hay un santuario en el cielo, a cuya "sem ejanza" se cons-

53
truyó el santuario terrenal (véase Hebreos. 8 :1, 2; 9:1-12; cf. Apocalip-
sis 11:19; 16:1). De hecho, el santuario terrenal no era m ás que una
som bra de aquél. El santuario real está en el cielo, com o Hebreos 8 :1,
2, afirm a claram ente. En las palabras de William J ohnsson: "Mientras
que [el autor de Hebreos] no describe el santuario celestial y su litur-
gia, su lenguaje sugiere varias im portantes conclusiones. Prim ero, él
se atiene a su realidad,... verdadera deidad, verdadera hum ani-
dad, verdadero sacerdocio, y podríam os añadir, un verdadero m inis-
terio en un santuario real". 1 En cuanto a m í, esa cuestión está acla-
rada.
El asunto en este capítulo tien e que ver, m ás bien, con el tipo de
relación que existía entre el santuario terrenal y el celestial, que bien
podríam os esperar si som os razonables. Es una em presa m uy precaria
y controvertida, y debo recordarle al lector que las ideas y conclusio-
nes que se anotan aquí, representan sencillam ente m i m ejor juicio en
este punto. No deben verse com o conclusiones dogm áticas enm arca-
das en concreto para siem pre.
Cualquiera que haya escuchado atentam ente a los creyentes ad-
ventistas hablar de la naturaleza del santuario celestial, habrán obser-
vado, entre otras cosas, que las palabras "m odelo" y "som bra" que se
usan para describir las relaciones entre los dos santuarios se han en-
tendido m uy literalm ente. Hay una tendencia a concretar la relación ,
entendiéndola en el sentido de correspondencia literal con el santua-
rio original. La idea que apoyo es que una som bra, por ejem plo, su-
giere al m enos una sem ejanza de form as con el objeto físico que pro-
yecta, com o la reflexión de un objeto en las aguas o la som bra que pro-
yecta un objeto ante la luz.
Según esto, cuando vem os una m esa de los panes de la proposición
en el santuario terrenal, debem os entender que la "som bra" terrenal
fue proyectada por una m esa de los panes de la proposición literal,
aunque m ucho m ás grande, en el santuario celestial. Y lo m ism o puede
decirse del candelabro, del altar del incienso, del arca del pacto, y así
por el estilo.

IMÁGENES, FIGURAS Y SÍMBOLOS


Se adm ite generalm ente, aunque las im plicaciones en su totalidad

54
no se aprecian con toda claridad, que Dios nos habla en lenguaje hu-
m ano y que, m uy a m enudo, las realidades celestiales pueden hacerse
m ás inteligibles para nosotros sólo a través de im ágenes, figuras y sím -
bolos.
En uno de sus libros sobre la iglesia, Avery Dulles discute la natu-
raleza y dinám ica de las im ágenes en una form a que podría ser ins-
tructiva para nosotros en este punto. "Cuan do el teólogo [y, por im pli-
cación, el escritor bíblico] usa im ágenes —dice Dulles—, lo hace con el
propósito de lograr una m ejor com prensión de los m isterios de la fe".
Los teólogos y los intérpretes bíblicos en general, deben tener siem pre
en m ente "que las im ágenes son útiles hasta cierto punto, y que m ás
allá de ese lím ite pueden llegar a ser engañ osas". Así, continúa di-
ciendo Dulles, el teólogo "em plea im ágenes en una form a reflexiva y
discrim inativa. Cuando escucha que a la iglesia se la llam a el rebaño
de Cristo, está consciente de que ciertas cosas proceden, m ientras que
otras no. Se acepta, por ejem plo, el hecho de que las ovejas (i. e. el
cristiano) oyen la voz de su am o (Cristo), pero no se espera que los
m iem bros de la iglesia críen lana". 2 El intérprete, alega Dulles, debe-
ría buscar siem pre los "principios críticos que conducen a una exacta
discrim inación entre la aplicación válida y la inválida de im ágenes". 3
En esta conexión siem pre m e ha intrigado la brevedad de la inter-
pretación de J esús de sus propias parábolas, por la form a en que se
deshace de los m uchos detalles y rellenos para llegar a la esencia. Por
ejem plo, Mateo 20 :1-15 presenta la parábola de los labradores de la
viña. En ella se utilizan unas 350 palabras en español (unas 230 pala-
bras en el griego). Por contraste, la interpretación (versículo 16) tom a
exactam ente trece palabras en español y nueve en griego. 4 Observa-
m os la m ism a concisión en la interpretación de algunas profecías bí-
blicas. 5 Yo sugeriría que este fenóm eno, aunque al parecer carece de
relación con él, tien e im plicaciones para nuestra com prensión e inter-
pretación del tem a del santuario y su ritual. A nosotros tam bién nos
ocurre que los árboles no nos dejan ver el bosque. Tenem os la fuerte
tendencia a buscarles significado a los detalles.
Dulles nos recuerda que "cuan do un físico investiga algo que está
m ás allá de su experiencia directa, por lo general usa algún objeto m ás
fácil com o m uleta, que sea suficientem ente fam iliar, que le sirva com o
punto de referencia". Puede ser que utilice bolas de billar, por ejem plo,

55
com o m odelo para probar el fenóm en o de la luz. 6 Luego Dulles añade
esta significativa observación: "Algun os m odelos, com o aquellos usa-
dos en la arquitectura, son reproducciones a escala de la realidad bajo
consideración; pero otros, m ás esquem áticos en naturaleza, no se su-
pone que deben ser réplicas. Son realidades que tienen una correspon-
dencia funcional suficiente con el objeto en estudio, de m odo que pro-
vea herram ientas conceptuales y vocabulario; juntos tienen hechos
que de otra m anera parecerían que no están relacionados". 7
En la m ism a línea de este punto de vista, yo sugeriría que no debe-
ríam os concebir al santuario terrenal com o una reproducción a escala
o réplica de la realidad celestial. La relación debería verse, m ás bien,
en térm inos de "corresponden cia funcional", que nos provee de "he-
rram ientas y vocabulario conceptuales". En otras palabras, la form a
terrenal pone palabras ("vocabulario") en nuestras bocas, perm itién-
donos así hablar acerca de lo inefable, para com prender lo incom pren-
sible, aunque sea oscuram ente.

APLICACIÓN DE LA LECCIÓN
¿Cóm o, entonces, podem os representam os el santuario celestial?
El asunto no es m eram ente académ ico. Im pacta la form a en que pre-
sentam os el tem a del santuario a otros y el grado de confianza que
m anifestam os al hacerlo.
En el capítulo anterior estudiam os el significado y las im plicacio-
nes de la palabra "m odelo". Destacam os, para m encionarlo en form a
especial, el aspecto del antiguo servicio del santuario, el ritual en el
atrio, que halló su cum plim iento antitípico aquí en la tierra, ante nues-
tros ojos, por así decirlo. Y sacam os la obvia conclusión de que, aun-
que hubo sim ilitud en m uchos detalles, tam bién hubo clarísim as disi-
m ilitudes.
Una de las m ás significativas de éstas fue el atrio antitípico que se
convirtió en el Calvario, un lugar no consagrado; ni siquiera fue el atrio
del tem plo terrenal, y m enos todavía un lugar especial en el cielo. En
otras palabras, esta tierra es el atrio exterior del santuario celestial,
conclusión que apoya Elena de White. Refiriéndose al día antitípico de
la expiación, ella dice: "El tipo se encontró con el antitipo en la m uerte
de Cristo, el Cordero inm olado por los pecados del m undo. Nuestro

56
gran Sum o Sacerdote ha hecho el único sacrificio que tiene valor en
nuestra salvación. Cuando se ofreció a sí m ism o en la cruz, se hizo una
perfecta expiación por los pecados del pueblo. Ahora estam os de pie
en el atrio exterior, esperando la bienaventurada esperanza, la glo-
riosa aparición de nuestro Señ or y Salvador J esucristo". 8
Si trazam os una flecha que parta del antiguo atrio típico, rodeado
de cortinas, hasta su cum plim iento antitípico, verem os la abierta ex-
pansión del Gólgota. Si trazam os una flecha desde el altar del holo-
causto, con sus sartenes ardientes en el antiguo atrio, hasta su cum -
plim iento antitípico, verem os un antiguo patíbulo rom ano, una cruz
levantada. Si trazam os una flecha desde la víctim a anim al típica, que
arde sobre el altar, hasta su cum plim iento antitípico, vem os una figura
hum ana, el Hijo de Dios, con los brazos extendidos, sangrante, agoni-
zando, colocado dentro de la tum ba, sin un solo hueso quebrado ni
quem ado. Hay herm osas correspondencias por todas partes, pero son
espirituales y teológicas, no físicas ni m ecánicas.
Com o un prim er ejem plo, podem os enfocar, conceptualm ente, el
resto del santuario celestial. No podem os saber con precisión lo que
está presente y lo que no está, pero la clase de cum plim iento que vim os
con respecto al atrio exterior debería darnos una pista. ¿Deberíam os
esperar encontrar un altar de las ofrendas encendidas en el tem plo ce-
lestial? De ninguna m anera. Porque una cruz rom ana fue el altar anti-
típico. Fue allí donde nuestro Señor fue inm olado, siendo él m ism o
sacerdote y víctim a.
Tam poco deberíam os esperar encontrar los panes de la proposi-
ción allí, horneados en alguna panadería celestial. No, los panes de la
proposición terrenal "sim bolizaban a Cristo, el Pan viviente, quien
está siem pre en la presencia de Dios". 9 En otras palabras, si echára-
m os un vistazo al santuario celestial hoy, no deberíam os esperar en-
contrar allí una m esa de los panes de la proposición, sino a Aquel que
es el Pan de vida.
No deberíam os esperar encontrar un candelabro de oro, sino m ás
bien a Aquel que es la luz del m undo. No deberíam os esperar encon-
trar ningún incienso ardiendo sobre el altar, sin o m ás bien a Aquel,
cuyos m éritos, intercesión y perfecta justicia fueron representados por
él. 10 No deberíam os esperar encontrar querubin es m etálicos cu-
briendo un cofre m etálico en el santuario interior, sin o m ás bien el

57
trono del Dios viviente m ism o, fundado en la justicia y la m isericordia,
y rodeado por m ultitudes de brillantes ángeles que le sirven.
Algun os pueden preguntarse por qué el libro de Apocalipsis,
cuando alude al santuario celestial, se refiere m uchas veces a los m ue-
bles y otros utensilios asociados con el santuario terrenal. Por ejem -
plo, J uan vio el arca del pacto en el tem plo abierto en el cielo (Apoca-
lipsis 11:19) y, en otra escena, copas llenas de incienso (Apocalipsis
5:8 ). Sugiero que esto no era para indicar que estos m uebles en parti-
cular y todo el m obiliario se hallan en el cielo. Más bien, el profeta usa
estos objetos fam iliares com o códigos —o señaladores— para enfocar
nuestra atención en el arquetipo del santuario celestial com o lugar de
los eventos particulares que están en discusión. Ellos nos dicen, en
otras palabras: "Miren, ahora estam os hablando del santuario celes-
tial".
La presencia del arca, por ejem plo, habla de la im portancia y con-
tinua relevancia del Decálogo que antiguam ente estaba guardado den-
tro del santuario típico. Y ciertam ente debería recordarnos tam bién el
trono de la gracia, representado por el propiciatorio en la antigua eco-
nom ía. Sin em bargo, nos m etem os en problem as cuando insistim os
en que un arca de verdad, si bien m ás grande y gloriosa, se encuentra
en el cielo. Tam poco hem os de pensar que hay un cordero en el cielo
con la garganta cercenada y sangrante, com o podríam os suponer al
leer Apocalipsis 5:6. O que hay "alm as" debajo de un altar en el cielo
(Apocalipsis 6:9).
Muchos han tropezado a través de los siglos a causa del significado
e interpretación del lenguaje figurativo y sim bólico. Fieros conflictos
teológicos se han librado, por ejem plo, en cuanto al significado de la
expresión de J esús: "Este es m i cuerpo" y "esta es m i sangre". Los ca-
tólicos rom anos creen, incluso hoy, que estas declaraciones hablan de
su cuerpo y de su san gre reales y verdaderos, al cual el sacerdote
"crea", por así decirlo, y el fiel creyente recibe durante la cerem onia de
la eucaristía". 11
¡Cuán lentos hem os sido en captarlo! Cuando J esús advirtió a sus
discípulos que se cuidaran de la levadura de los escribas y de los fari-
seos, se estaba refiriendo a la doctrina, n o al pan , com o ellos errónea-
m ente pensaban (Marcos 16:6, 11, 12). Cuando dijo: "Yo soy la vid"
(J uan 15), no quiso decir que él era una planta de vid literal, porque

58
tam bién es la Puerta de las ovejas (J uan 10 :7), el Buen Pastor (ver-
sículo 11), la Principal Piedra del ángulo (Efesios 2:20 ; 1 Pedro 2:6), el
Firm e Fundam ento (1 Corintios 3:11), la Roca de los Siglos (Mateo
16:18 ; 1 Corintios 10 :4), el Testigo Fiel y Verdadero (Apocalipsis 1:5),
el Abogado (1 J uan 2:1) y el Verbo de Dios (Apocalipsis 19:13). ¡Todas
son herm osas figuras para describir el incom parable encanto y la m ul-
tifacética función de nuestro m aravilloso Redentor!
Mi interés aquí es que reconozcam os la riqueza de las figuras y los
sím bolos bíblicos, y que n o los confundam os con la realidad que re-
presentan.

NO SE NIEGA LA REALIDAD TANGIBLE


Decir que algo es figurado y n o literal no es negar la palpable reali-
dad que está detrás de ello. Cuando estuve en las Filipinas, cada año
nos azotaban un o o m ás tifones. Siem pre que uno iba a la capital, es-
cuchaba por la radio el anuncio de que "la Señal Núm ero Uno (o dos,
o tres, etc.) de una Torm enta se ha dado a conocer en Manila".
Hasta donde sé, nadie fue jam ás a buscar las señales de la tor-
m enta, ni siquiera los niños. Quizá en los días anteriores a la radio,
cuando las com unidades eran m ás pequeñas, debe de haber habido
una señal física de algún tipo expuesta en cierta área pública concu-
rrida. Pero hoy todos sabem os que la referencia a la form ación de una
torm enta es una m era form a de indicar que se aproxim a una torm enta
potencialm ente peligrosa y de dar la voz de alerta a los oyentes en
cuanto a su intensidad.
¡Ay de la persona que, creyendo que es un lenguaje figurativo,
piense que no hay ningún peligro real o tangible por lo cual preocu-
parse y se dispone a llevar a su fam ilia a un paseo en bote por la Bahía
de Manila, a pesar de que la Señal Pública Núm ero Tres (la m ás seria
de todas las señales) se ha anunciado!
Sí, hay una realidad —realidad tangible— detrás de las figuras y
sím bolos bíblicos. Cuando el salm ista dice que Dios nos cubrirá con
sus alas, no entendem os que lo que dice es que Dios tiene alas. En lo
que pensam os es en la protección que los indefensos e inexpertos pi-
chones disfrutan bajo las alas de su m adre, y captam os la lección (Lu-
cas. 13:34).

59
No, al analizar el dram ático rescate de Israel en el tiem po del
Éxodo, el salm ista evoca un gran despliegue de vividos sím bolos, par-
ticularm ente gráfica para sus contem poráneos: "Dividiste el m ar con
tu poder; quebraste cabezas de m onstruos en las aguas. Magullaste la
cabeza del Leviatán, y lo diste por com ida a los m oradores del de-
sierto" (Salm o 74:13, 14). La liberación de los hijos de Israel fue real,
tangible e histórica, pero las im ágenes que el salm ista usa la describe
com o figurada, no com o literal.
Este fenóm eno perm ea prácticam ente toda la Escritura, porque es
un elem ento universal y perm anente del habla hum ana. En 2 Sam uel
22 David recuerda sus días com o fugitivo y describe su eventual libe-
ración de la m ano de Saúl y de otros enem igos. Su experiencia com o
fugitivo había sido ciertam ente real, y lo m ism o había ocurrido con su
liberación. Pero la descripción que hace de ese evento no es real... en
ninguna de sus frases. Por ejem plo, él llam a al Señ or: "Fortaleza m ía,
en él confiaré, m i escudo y el fuerte de m i salvación, m i alto refugio"
(versículo 3). Recuerda que "m e rodearon ondas de m uerte, y torren-
tes de perv ersidad m e atem orizaron; ligaduras del seol m e rodearon,
tendieron sobre m í lazos de m uerte" (versículos 5, 6).
Más tarde, en el m ism o capítulo, habla de que Dios "voló sobre las
alas del tiem po" (versículos 9-11).
Si David sintió la n ecesidad de apelar a las figuras de lenguaje
cuando describía las m aravillas de eventos terrenales y terribles reali-
dades, ¿esperaríam os m enos de otros escritores sagrados, que lucha-
ban para describir eventos y escenas celestiales? ¿No les daríam os la
m ism a licen cia poética?
Cuando uno se detiene a pensar en eso, ¿cuántas oraciones pode-
m os hilvanar acerca de la salvación sin recurrir al lenguaje figurado?
Cuando J esús m iraba intensam ente al rostro de Nicodem o en las ti-
nieblas del huerto, le dijo: "Os es necesario nacer de nuevo" (J uan 3:7).
Nicodem o, entendiendo (o deliberadam ente m alentendiéndole) que
hablaba literalm ente, procedió a plantear preguntas científicas acerca
de la im posibilidad de que un hom bre ya m aduro pudiera volver al
vientre de su m adre.
Cuando J esús le ofreció agua viva a la m ujer sam aritana, ella in-

60
m ediatam ente se enfrascó en una discusión con él en cuanto a la pro-
fundidad del pozo y su carencia de un recipiente apropiado para sa-
carla (J uan 4:10 , 11). El gran Maestro recurrió, una y otra vez, a las
figuras y sím iles para describir el reino de Dios: la siem bra de la sem i-
lla, el trigo y la cizaña, la sem illa de m ostaza, la levadura, el tesorero
escon dido, una costosa perla, la red.
Walter Scragg resum ió m agníficam ente hace varios años en un li-
bro devocional lo que todo estudiante del Nuevo Testam ento observa
cada día: el am plio espectro de m etáforas y sím iles que usa para des-
cribir la m aravillosa salvación en Cristo J esús.
"Vienen de diferentes experiencias hum anas... la justificación se
origina en la experiencia de los tribunales. Lo m ism o ocurre con la ab-
solución. La santificación describe el proceso de hacer a una persona
o a un objeto, santos. La redención nos com pra de nuevo. La propicia-
ción habla de alguien que está en lugar de otro.
"J esús tenía su propia riqueza de lenguaje. Habló de nuestra con-
versión o de dar m edia vuelta. En el Espíritu nacem os de nuevo. Él
pone el rein o de los cielos dentro de nosotros. Él nos pide que llegue-
m os a ser com o niñitos.
"J uan habla de aquellos que habían lavado sus ropas, de nom bres
escritos en el libro de la vida del Cordero, de la victoria que vence al
m undo, de cam inar con Cristo vestidos de blanco.
"Y así podríam os seguir. Mientras m ás leem os y entendem os, m ás
crece la lista". 12

N e ce s id a d d e u n a s e gu rida d tra n qu ila


Si el lenguaje hum ano en general y el de la salvación en particular
están llenos de figuras, sím iles y m etáforas, ¿por qué existe la tenden-
cia a ponerse nervioso e in sistir sobre el literalism o cuando surge la
discusión alrededor del santuario celestial? ¿Tem em os algo? ¿Nos
preocupa que algún grupo de personas irrespon sables destruya esta
creencia fundam ental que ha llegado a ser la preciosa herencia Adven-
tista del Séptim o Día? No ten em os por qué tem er. Ningún ser hum ano
puede destruir esta doctrina. Está garantizada por la Escritura para
siem pre.

61
Es a partir de esta seguridad personal y profunda que yo m e apro-
xim o a la doctrina del santuario celestial y al lenguaje que lo describe.
Cuando veo, por ejem plo, un libro titulado: The Open Gates of Heaven
(Las puertas abiertas del cielo), m i m ente visualiza inm ediatam ente
un reino celeste, portales entreabiertos, luces refulgen tes y radiantes.
La fotografía m ental tiene un m ayor realism o, que en gendra un te-
rreno cargado de em oción e in spiración para ilum inar todos los aspec-
tos de la vida.
Para m í, entonces, "las puertas abiertas del cielo", n o es una decla-
ración para analizarla científica o astronóm icam ente. Es, m ás bien, un
intento de capturar lo sublim e en lenguaje hum ano. Es un llam ado a
la contem plación, no a la racionalización.
¿Significa todo esto que n o hay nada allá arriba? ¿Que no es m ás
que espacio vacío? En lo absoluto. Lo que necesitam os m anten er siem -
pre en nuestra m ente es que detrás de todas las figuras, sím bolos y
m etáforas está una realidad tangible, poderosas verdades teológicas,
incluso detrás de las cuatro extrañas criaturas de Ezequiel y las ruedas
dentro de las ruedas (Ezequiel 1, 2, etc.).
Hay quienes, sin em bargo, aún sin decirlo en voz alta, perciben al
santuario celestial com o un edificio que Dios erigió en algún lote vacío
allá en el cielo (para ponerlo en form a burda) después de la entrada
del pecado en la tierra con el propósito de que J esús pudiera m inistrar
en él. Una concepción tal es bastante inofensiva, ciertam ente, pero yo
dudo que podam os con siderarla digna de una seria reflexión espiri-
tual. Tiende a transform ar en típico e irreal algo que es antitípico y
real.
Yo prefiero ver al santuario celestial com o el lugar de la m orada de
Dios, el asiento de su gobiern o, el sistem a nervioso central del uni-
verso. Y com o tal, siem pre ha existido.
Pero con la caída de la hum an idad asum ió una función adicional,
es decir, la solución de la rebelión cósm ica y la seguridad del universo.
Es en este sentido que lo visualizam os cuando pensam os en el antiguo
sistem a sacrificial. Lo vem os a través de un cristal pintado de colores
por el m inisterio que allí se realiza para la erradicación del pecado.
Deberíam os com prender, sin em bargo, que esta función es sólo

62
tem poral, program ada para que llegue a su fin cuando el plan de sal-
vación sea finalm ente consum ado. Quizá sea éste el significado de
Apocalipsis 21:22: "Y no vi en ella tem plo; porque el Señ or Dios Todo-
poderoso es el tem plo de ella, y el Cordero". El santuario, sin em bargo,
com o el asiento del gobierno de Dios y el lugar de su habitación, con-
tinuará a través de la eternidad.
Yo tenía un m aestro en el sem inario que era un filósofo-teólogo,
un ancian o caballero que tenía m uchos años de experiencia. Él nunca
se cansó de advertir a sus estudiantes acerca del peligro del espiri-
tism o. No m eram ente la clase de espiritism o que involucra una creen-
cia en la existencia consciente después de la m uerte, sino m ás bien el
sistem a de creencia que tiende a desm aterializar las cosas celestiales
a sem ejanza de los antiguos filósofos griegos, especialm ente Platón,
quien denigró todas las cosas físicas y m ateriales. Si es que yo entiendo
bien todo aquello de lo cual hablo aquí, lo que realm ente propongo es
algo tan alejado de eso com o sea posible.
Es por eso que no visualizo un santuario celestial vacío. El trono
de Dios, sea cual fuere su form a, está allí, rodeado por m iríadas y m i-
ríadas de ángeles. ¡Pero lo m ejor de todo —desde nuestro pobre punto
de vista, al m enos—, n uestro Todosuficiente Sum o Sacerdote, J esu-
cristo m ism o, está allí! ¡Él lo llena todo! ¡Él está delante del trono de
Dios intercediendo por n osotros! ¡Y eso es suficiente para m í!

Referencias
1 J ohnsson, In Absolute Confidence, pág. 91.
2 Dulles, Models of the Church, pág. 20 .
3 Ibíd.
4 El m ism o fenóm en o podría observarse si se com para Mateo 21:33-42 (la parábola del
dueño de la viñ a) con el versículo 43 (la interpretación); Mateo 22:1 -13 (la parábola de la
fiesta de bodas) con el versículo 14 (la interpretación); y Mateo 25:1-12 (la parábola de las
diez vírgenes) con el verso 13 (la interpretación).
5 Com pare, por ejem plo, Daniel 4:10 -17 (unas 40 líneas en la RVR 1960 , don de se relata el

sueñ o de Nabucodon osor y el gran árbol) con la interpretación en los versículos 22, 25, 26
(unas 20 líneas); o Daniel 7:2-14 (unas 72 líneas de texto de la visión en la RVR 1960 ) con
los versículos 17, 18 (un as siete líneas de interpretación). La extensa interpretación adicio-
nal que hallam os en el resto del capítulo 7 vino a solicitud de Daniel (véase el vers. 19) y,
presum iblem ente, no se habría dado si el profeta no la hubiera solicitado.
6 Dulles, pág. 21.
7 Ibíd, (la cursiva es n uestra).

63
8 Elena G. de White, en Signs of the Tim es, 28 de junio de 18 8 9. (La cursiva es n uestra.)
9 White, Patriarcas y profetas, pág. 354.
10 Íd, págs. 353, 354.
11Véase The N ew Catholic Ency clopedia (1967), s. v. "Eucharist", por W. F. Dewan. El
artículo indica que nosotros "n o deberíam os confiar dem asiado en la literalidad de las pa-
labras" de J esús en Mateo 26, con ejem plos com o los de J uan 15:1, don de J esús afirm ó
que él es la vid. Sin em bargo, en un interesante giro de 8 0 grados, el autor sostiene que es
"dem ostrable que a m en os que J esús tuviera la inten ción de que sus palabras pronuncia-
das en la últim a Cena fueran literales, la m etáfora resultante sería bastante confusa y sin
valor" (pág. 60 2). El artículo deduce la literalidad de las palabras de Cristo de la idea de
que com o la últim a Cena fue un a fiesta sacrificial, el sim bolism o tiene que excluirse (Ibíd.).
12 Walter R. L. Scragg, Such Bright H opes (Hagerstown, Md.: Review an d Herald Publish-

ing Association, 198 7), pág. 40 .

64
CAPÍTULO 5

Los escritos de
Elena G. de White
RICO TESORO DE IMÁGEN ES Y METÁFORAS

L
o que hem os dicho en los dos capítulos anteriores no sería com -
pleto —al m enos no para los adventistas— si no evaluáram os lo
que encontram os en los escritos de Elena G. de White. Al hablar
y escuchar a los adventistas a través de m uchos años, he notado un
interesante (por no decir extraño) enfoque a la cuestión de qué es lite-
ral y qué es figurativo en la Escritura. La Biblia habla, por ejem plo, de
los 144,0 0 0 , y todos consideram os propio, por lo m enos preguntar-
nos, si tal núm ero será literal o sim bólico. Pero para m uchos adven-
tistas, una vez que Elena de White repite la figura o expresión bíblica,
¡autom áticam ente ese hecho la vuelve literal! Cuan do adoptam os este
enfoque, sin em bargo, no logram os entender que ella no sólo repite
figuras y sím bolos bíblicos sin interpretarlos, sino que tam bién usa
una gran cantidad de im ágenes, figuras y m etáforas de su propia crea-
ción.
En este capítulo llam o la atención a la riqueza de figuras, im áge-
nes, m etáforas y sím iles que se hallan en los escritos de esta prolífica
autora y m ensajera del Señor. La selección no es com pleta de ninguna
m anera. Representa sólo una pequeña m uestra de sus declaraciones,
que m e han im presionado desde que com encé a poner atención parti-

65
cular a este fenóm eno con el fin de preparar este capítulo. Estoy se-
guro que m uchos lectores podrían encontrar m uchísim os ejem plos
m ás significativos durante sus propias lecturas.
Dichos ejem plos no probarán que m is conclusiones en los dos ca-
pítulos precedentes son correctas, y n o los ofrezco por esa razón. Los
presento, m ás bien, para llam ar la atención a la riqueza de figuras y a
la flexibilidad que encontram os en los escritos de Elena de White, fle-
xibilidad que se presta a la clase de interpretación del santuario celes-
tial que sugiero.
Por conveniencia he dividido la selección de sus declaraciones en
dos encabezados. El prim er grupo tiene que ver con tem as generales;
el segundo, con el tem a del santuario. El énfasis en cada caso es m ío,
puesto para llam ar la atención rápidam ente a las figuras en cuestión.
(En casi cada cita, el lector encontrará otras figuras que yo no enfa-
tizo.)

TEMAS GENERALES
1. "Cuanto m ás plenam ente com prendem os el am or de Dios, m e-
jor nos percatam os de la pecam inosidad del pecado. Cuando vem os la
longitud de la cadena que se nos arrojó para rescatarnos, cuando
entendem os algo del infinito sacrificio que Cristo hizo en nuestro fa-
vor, nuestro corazón se derrite de ternura y com pasión". 1
¿Cuán legítim o sería pensar en térm inos de una cadena literal
arrojada desde el cielo? ¿O de un corazón literalm ente que se derrite
en el pecho de alguien al contem plar el am or de Cristo? ¿No se sentiría
la señora White grandem ente asom brada al descubrir una interpreta-
ción tal de sus palabras? ¿No concluiría ella que hem os m alentendido
com pletam ente sus palabras? Y sin em bargo, es así com o algunas per-
sonas m anejan ciertas figuras y sím bolos de sus escritos.
En la cita anotada arriba, la prim era oración enfatizada claram ente
equivale a la frase que la sigue; es decir, "la longitud de la cadena que
se nos arrojó" se refiere al "infinito sacrificio que Cristo hizo en nues-
tro favor". De eso hablaba ella, no de una cadena literal bajada del
cielo.
Sin em bargo, en la m ayoría de los casos no encontrarem os frases

66
u oracion es explicativas que sigan a una figura o m etáfora en particu-
lar. Nosotros sim plem ente ten em os que usar nuestro sentido com ún
santificado para saber que ella no quiere decir que debem os tom arla
literalm ente. Esto será evidente en todos los ejem plos que dem os.
2. "El hom bre quedó separado de Dios debido a la transgresión...
pero J esucristo m urió en la cruz del Calvario llevando en su cuerpo
los pecados de todo el m undo, y el abism o entre el cielo y la tierra fue
unido por esa cruz con un puente. Cristo conduce a los hom bres al
abism o y señala el puente con el cual es atravesado, y dice: 'Si alguno
quiere venir en pos de m í, niéguese a sí m ism o, y tom e su cruz, y síga-
m e'". 2
Es obvio que no existe un puente en form a de cruz que una el cielo
con la tierra, del m ism o m odo com o no hay un lugar llam ado "el seno
de Abrahán" al cual van los justos m uertos cuando m ueren (Lucas
16:22). Es evidente que las palabras de la señora White no tenían el
propósito de ser com prendidas literalm ente aquí.
3. "J esús se hizo hom bre para poder ser m ediador entre el hom -
bre y Dios. Revistió su divinidad de hum an idad, se relacionó con la
raza hum ana para que con su largo brazo hum ano pudiera circundar
a la hum an idad, y con su brazo divin o pudiera aferrarse del trono
de la Divinidad". 3
Para expresar el m isterio de la encam ación ella echa m ano de su
archivo de m etáforas: "El vistió su divinidad...". Aquí la hum anidad se
com para con una vestidura.
En cuanto a la segunda parte de esta declaración, no es necesario
decir que el brazo hum ano de J esús era de un tam año norm al. Sus
contem poráneos n o vieron diferencia entre él y los varones judíos pro-
m edio. No hubo evidencias de gigantism o en él, ya no digam os un
brazo que pudiera abarcar a toda la hum anidad, y com o si ésta fuera
un objeto susceptible de englobarse. Lo que observam os aquí, enton-
ces, es un lenguaje ricam ente sim bólico, y perdem os el punto principal
cuando intentam os literalizarlo.
4. En su libro Prim eros escritos, Elena de White, al hablar de un
lugar de la crueldad del tráfico de esclavos en Estados Unidos, hace la
siguiente declaración : "La justicia y el juicio han dorm itado largo

67
tiem po, pero pronto despertarán..." "Las agon ía hum ana es trasla-
dada de lugar en lugar para ser com prada y vendida... Las lágrim as de
los piadosos esclavos y esclavas, de padres, m adres, hijos, herm anos y
herm anas, todo está registrado en el cielo".
"Dijo el ángel: 'Los nom bres de los opresores están escritos con
sangre, cruzados por azotes e inundados por las ardientes lágrim as
de agonía que han derram ado los dolientes'". 4
La señora White reún e aquí las m ás poderosas figuras de lenguaje
que pudo en contrar para expresar su ira contra el tratam iento que da-
ban a los esclavos los así llam ados cristianos en Norteam érica. Pero
ella se sorprendería si alguien sacara la conclusión de que hay, por
ejem plo, botellas literales en el cielo que contienen las lágrim as de los
esclavos m altratados. Y tam poco podem os im aginar que los nom bres
de los propietarios de esclavos estén escritos con sangre literal en al-
gún lugar, o cruzados con azotes o in undados de lágrim as. Estas son
figuras de lenguaje m uy gráficas para expresar en térm inos hum anos,
la ira divina contenida en las palabras del ángel.

REFERENCIAS AL SANTUARIO
1. Elena de White, al referirse a la intercesión de Cristo, dice:
"Llena su boca con argum entos en nuestro favor". 5 ¡Qué m anera tan
gráfica de decir que todas las oraciones de Cristo, cada uno de sus de-
seos, cada una de sus declaraciones, son en nuestro favor! Pero uno
no puede llenar literalm ente su boca con argum entos.
2. En una de sus m ás herm osas descripciones de la intercesión de
Cristo, la señora White lo describe com o "sosteniendo delante de Dios
el incensario que contiene sus m éritos inm aculados y las oraciones,
las confesiones y las ofrendas de agradecim ien to de su pueblo”.
Aquí, una vez m ás, nuestras m entes deben trascender el literalism o
para llegar a la verdad m ás profunda que lo subyace. Del m ism o
m odo, ella habla en la m ism a form a cuando se refiere al incienso que
está en m an os de Cristo y asciende a Dios com o suave olor, "perfu-
m adas con la fragancia de la justicia de Cristo". 6
¿Hem os de pensar que J esús en realidad sostiene un incensario en

68
su m ano en el santuario celestial? ¿Im aginam os que sus propios m é-
ritos inm aculados pueden ser puestos en un conten edor? ¿Es la justi-
cia de Cristo algo que podem os oler? ¿Cóm o es eso de que los adven-
tistas que se aferran a este literalism o son, de alguna m anera, consi-
derados com o m ás justos, m ás ortodoxos, que aquellos que n o lo con-
sideran así? ¿No es injusto acusar a com pañeros adventistas que no
creen en un santuario celestial literal porque recon ocen ciertos sím iles
y m etáforas com o herm osas descripciones de m isterios inexpresables?
3. En un dram ático ejem plo de lenguaje figurado, Elena de White
personifica la justicia y la m isericordia, y describe una reun ión cós-
m ica entre ellas; “La justicia y la m isericordia se m antuvieron sepa-
radas, opuestas la una a la otra, separadas por un ancho abism o...
El [Cristo] plantó su cruz a m itad del cam ino entre el cielo y la tierra,
y la convirtió en el objeto de atracción que se extendía en am bas di-
recciones, uniendo a la justicia y a la m isericordia a través del
abism o. La justicia se trasladó desde su elevado trono y con todos los
ejércitos del cielo se aproxim ó a la cruz- Allí vio a uno igual a Dios
llevando el castigo de toda injusticia y todo pecado. La justicia se in-
clinó con rev erencia ante la cruz con perfecta satisfacción, diciendo:
Es suficiente". 7
El ejem plo anterior difícilm ente requiere com entarios. Habla por
sí m ism o. Esta es una brillante figura dada en su m áxim a expresión.
Siendo que es evidente la riqueza de una finura literaria en los es-
critos de Elena de White, donde desfilan profusam ente figuras, m etá-
foras y sím iles, ¿no debiéram os ser tardos en atribuirle literalism o?
Cuando habla, por ejem plo, de los dos departam entos del santuario
celestial, ¿deberíam os llegar a la conclusión apresurada, colocándola
del lado de quienes endosan una estricta com partim entalización del
santuario celestial, conform án dolo en todos los detalles a su contra-
parte terrenal? ¿O no deberíam os ver sus declaracion es com o del
m ism o carácter que las de la Escritura que deben ser interpretadas?
4- Elena de White era tan reacia a toda añeja rigidez que, con li-
cencia profética supongo, podía unir el tabernáculo del desierto con la
iglesia cristiana. En una asom brosa declaración ella escribió:
"El tabernáculo judío era un sím bolo de la iglesia cristiana... La

69
iglesia en la tierra, com puesta por los que son fieles y leales a Dios, es
el ’verdadero tabernáculo’ del cual es m inistro el Redentor. Dios, y no
el hom bre, levantó este tabern áculo sobre una plataform a alta y ele-
vada. El m ism o es el cuerpo de Cristo, y de norte a sur, este y oeste,
reúne a los que ayudarán a integrarlo". 8
Hay tanto contenido en esta declaración que hallo difícil abarcarla
en pocas palabras. Lo único que espero es que los lectores tom en el
tiem po para analizarla por un m om ento, cuando m enos, para captar
su m ultifacética riqueza. Yo sería el prim ero en convenir que Elena de
White hace aquí una aplicación espiritual... y no una interpretación
del santuario com o tal. Pero tam bién sugeriría que la licencia "poé-
tica" sirve aquí com o clave para la form a en que m aneja otros tem as
que com peten al santuario m ás directam ente. Creo que una com pren-
sión com pleta de lo que la señ ora White ha hecho aquí podría perm i-
tirnos un enfoque m ás flexible del lenguaje que ella usa para describir
el santuario celestial.
Afirm o una vez m ás que las declaraciones consignadas arriba sólo
representan un os ejem plos de la riqueza de figuras que se encuentra
en los escritos de Elena de White. Esto no debería sorprendem os en lo
absoluto. Después de todo, el lenguaje hum an o en su totalidad es así,
incluso el lenguaje de los niños.
Un día en las Filipinas vi a m i hija de 7 años correr por el patio.
Movido por la curiosidad, la llam é a través de la ventana.
—¿Qué haces, Kim ?
—Había tres gallinas en nuestro patio —dijo—. ¡Tres grandotas!
¡Yo las m até de puro susto!
No era m ás que una niña de 7 años, pero ya com prendía el signifi-
cado del lenguaje figurado. Nuestro lenguaje sería rígido y aburrido
sin este ingrediente. Todos saben que cuando decim os que "el carro
iba volando por la carretera", no hablam os literalm ente, aun cuando,
para dar m ayor énfasis, usam os la palabra "literalm ente", com o en
esta declaración: "El carro literalm ente volaba por la carretera".
Y aun cuando n os expresam os de esta m anera casi todo el tiempo
—tan naturalm ente que ni siquiera nos dam os cuenta de ello—, nadie
se siente perplejo. Sabem os instintivam ente cuándo una persona pasa

70
de lo literal a lo figurado, y viceversa. Cuando J esús describió a Hero-
des com o una zorra, sabem os que este gobernante de Galilea n o se ha-
bía convertido en un anim al, algo así com o la m ascota de la fam ilia.
Sin em bargo, inm ediatam ente le dam os valor a lo que sigue en la
m ism a sentencia: "He aquí, echo fuera dem onios y hago curaciones
hoy y m añana, y al tercer día term ino m i obra" (Lucas 13:32).
Las personas en general, educados e ign orantes, pueden captar lo
que quiere expresar Pablo cuando dice que los hijos de Israel "bebie-
ron de la Roca Sobrenatural que los seguía, y la Roca era Cristo" (1
Corintios 10 :4, RSV). Y tam bién captan el significado m ás profundo
de las palabras cuando cantan las líneas:

"Roca de la eternidad,
fuiste abierta para m í;
sé m i escondedero fiel;
sólo encuentro paz en ti,
rico, lim pio m anantial
en el cual lavado fui". 9

Ellos nunca concluyen que Cristo es una roca de verdad, con fisu-
ras e intersticios.

Elena de White no era diferente de Pablo ni de todos los dem ás, a


pesar de los siglos. Ella usó el lenguaje figurado profusam ente y no
sintió la necesidad de detenerse a explicar a cada paso. Nadie se de-
tiene para eso. Cuando ella describe a J esús com o clam ando "¡m i san-
gre, Padre, m i san gre!", 10 ¡no espera que nosotros com prendam os que
a m edida que los creyentes de todo el m undo confiesan sus pecados,
J esús continuam ente pronuncia la m ism a frase delante del Padre día
y noche! No, nuestro Sum o Sacerdote no es un robot celestial que re-
pite incesantem ente la m ism a frase com o un disco rayado. Lo que
quiere decir, m ás bien, es que la m ism a presencia de Cristo el crucifi-
cado, delante de Dios, dice: "¡Mi sangre, m i sangre!" No hay necesidad
de hablar literalm ente.
Estas cosas parecen tan obvias que no deberían explicarse, pero
hay literalistas en m edio de nosotros que parecen estar absolutam ente
privados de cualquier sentido poético que corra por la sangre.

71
("¿Cóm o podem os tener poesía en la sangre?", m e im agin o oírlos de-
cir.)
La señora White se vio obligada a responder en varias ocasiones a
los literalistas que m alinterpretaban sus declaraciones acerca de las
cosas celestiales. En un pasaje que se encuentra en el libro A W ord
to the Little Flock [Una palabra al rebaño pequeño], ella describió es-
cenas de la tierra nueva y m encion ó la presencia de personas com o
Abrahán, Isaac, J acob, Noé y Daniel. 11 Y en otro lugar habla de haber
visitado el cielo en visión y haber visto allí a los herm anos Fitch y Sto-
ckm an... a quienes Dios puso a descansar en la tum ba para salvarlos.
Fitch y Stockm an entonces preguntaron acerca de lo que había ocu-
rrido en la tierra desde que ellos habían m uerto. 12
"Porque hablo de haber visto a esos hom bres —dice ella en un a ex-
plicación—, nuestros oponentes conjeturan que entonces yo creía en
la inm ortalidad del alm a". Pero "el caso es que, en estas visiones, fui
llevada adelante, al m om ento cuando los santos resucitados serán
reunidos en el rein o de Dios". 13
Siendo que la señora White había hablado de estas cosas com o si
hubieran ocurrido antes de su retorno a este oscuro m undo después
de su visión, algunos de sus in térpretes literalistas suponían que ella
estaba, por lo tanto, enseñando que estos santos se habían ido direc-
tam ente al cielo después de m uertos. 14
En otro caso, en cierta form a cercano a la pregunta que estam os
tratando en este estudio, la señora White, refiriéndose a una escena en
el cielo, dijo: "Vi dos largas varas áureas de las cuales colgaban hilos
de plata, y en los hilos había m agníficas uvas". 15
Ella se afligió cuando la gente ridiculizó su descripción com o "débil
e infantil". Ella vio la im propiedad de la com pren sión litera- lista de
sus palabras, y procedió a ofrecer esta notable explicación: "Yo no de-
claré que las uvas crecían en hilos de plata. Lo que con tem plé está des-
crito tal com o m e pareció a m í. No se ha de suponer que las uvas esta-
ban unidas a hilos de plata o varas áureas, sino que esa era la aparien-
cia que presentaban. Expresiones tales son em pleadas diariam ente
por todos en la conversación com ún. Cuando hablam os de frutos áu-
reos, no declaram os que el fruto está com puesto de ese precioso m etal,

72
sino sim plem ente que tiene la apariencia de oro. La m ism a regla apli-
cada a m is palabras elim ina toda excusa para una falsa interpreta-
ción". 16
De m odo que cuando Elena de White quiere hablar del santuario
celestial, usa las referencias y sim bolism os del santuario terrenal. Ella
no necesita explicarn os a cada paso lo que está haciendo.
Nosotros no debem os basar n uestra interpretación de la realidad
sobre el sim ple uso del lenguaje. Lo que debem os hacer es com parar
el contexto escriturístico con el contexto escriturístico del otro pasaje,
salpicado de una buena proporción de sentido com ún santificado, el
m ism o sentido que n os lleva a entender lo que es literal y lo que es
figurado cuando cantam os:

Hay una fuente sin igual,


la sangre de Em m anuel,
en don de lava cada cual
las m anchas que hay en él,
las m anchas que hay en él,
las m anchas que hay en él;
en don de lava cada cual
las m anchas que hay en él. 17

Muy poquito de esos versos es verdaderam ente literal, pero pocos


cristianos argüirán acerca de su poder teológico. Aproxim arse a ellos
con un rígido literalism o sería equivocar el punto principal.
Lo m ism o es cierto con los escritos de la señ ora Elena de Wh ite.
Concluim os estas breves elaboraciones con una declaración de su
plum a que relieva todo lo que hem os observado hasta aquí. No nece-
sitam os explicarla, porque eso significaría debilitarla. La riqueza de su
sim bolism o, la profundidad de su teología, desafían lo m ejor que he-
m os encontrado en la literatura sagrada. Y habla de verdades que son
tan reales com o cualquiera que esté leyendo estas líneas.
"El agricultor celestial trasplantó el árbol de la vida al paraíso del
cielo después de la entrada del pecado; pero sus ram as cuelgan sobre
sus m urallas hacia el m undo que está m ás abajo. Por m edio de la re-
dención com prada por la sangre de Cristo, aún podem os com er de su

73
vivificante fruto". 18

¡Cuán sencillo! ¡Cuán profundo! ¡Cuán herm oso!

Referencias
1 Elena G. de White, El cam ino a Cristo (México: Ediciones Interam erican as, 1964), pág.

36.
2Com entario bíblico adventista del séptim o día, Com entarios de Elena G. de White
(Boise, ID.: Publicaciones Interam ericanas, 1990 ), tom o 7, pág. 953.
3 Íd., pág. 938 .
4White, Prim eros escritos {Mountain View, Ca.: Publicaciones Interam erican as, 1976),
págs. 274-276.
5 Com entario bíblico adv entista del séptim o día, Com entarios de Elena G. de White

(Boise, ID.: Publicaciones Interam ericanas, 1990 ), tom o 7, pág. 943.


6 White, Palabras de vida del gran Maestro (Bogotá: Asociación Pubíicadora In teram e-

rícan a, 1971), pág- 121.


7Com entario bíblico adventista del séptim o día, Com entarios de Elena G. de White
(Boise, ID.: Publicaciones Interam ericanas, 1990 ), tom o 7, pág. 947.
8 Íd, pág. 943.
9 Him nario Adventista, Nº 236.
10 White, Prim eros escritos, pág. 38 .
11 White, Mensajes selectos, tom o 1, pág. 73.
12 White, Prim eros escritos, pág. 17
13 White, Mensajes selectos, tom o 1, pág. 73.
14 Íd., pág. 73.
15 Íd., pág. 74.
16 Íd., págs. 74, 75.
17 Him nario Adventista, Nº 152.
18Com entario bíblico adv entista del séptim o día: Com entarios de Elen a G. de White
(Boise, ID.: Publicaciones Interam ericanas, 1990 ), tom o 7, pág. 999.

74
CAPÍTULO 6

El Santuario celestial
SU CON TAMIN ACIÓN Y PURIFICACIÓN 1

E
l texto clave que galvanizó a los prim eros adventistas en tom o
al concepto de la contam inación y purificación del santuario
fue el m ism o que había encen dido la chispa del m ovim iento
m ilerista donde tuvieron su origen: "Y él dijo: Hasta dos m il trescien-
tas tardes y m añanas; luego el santuario será purificado" (Daniel
8:14).
Los pioneros adventistas concluyeron que este texto cardinal no se
refería a un m undo m alvado necesitado de purificación, sino que
apuntaba al santuario celestial. Este, y no la tierra, estaban conven ci-
dos, era el santuario que debía ser purificado al final de los 2,30 0 días.
Una serie de preguntas surge en las m entes de m uchos estudiosos
y críticos al ser con frontados con nuestra tradicional com prensión de
este pasaje. Con sidero que tres son las m ás im portantes: 1ª . ¿Los ad-
ventistas están en lo correcto cuando relacionan Dan iel 8 :14 con la
purificación del santuario terrenal, según Levítico 16? 2ª . ¿Qué
prueba tenem os para v er en el pasaje de Daniel una referencia al
santuario celestial? 3ª . ¿Por qué injertam os los pecados del pueblo
de Dios en el texto cuando el contexto se centra claram ente sólo en los
pecados del "cuerno pequeñ o"?
Dado que estas tres preguntas se interrelacionan , una respuesta
aceptable a cada una de ellas sería prácticam ente im posible sin una

75
considerable repetición. Sin em bargo, para ayudar al lector a seguir el
desarrollo de este argum ento, he dividido el capítulo en estas tres pre-
guntas, con el entendim iento de que la respuesta dada en cualquier
segm ento puede ser incom pleta y necesite ser com plem entada en
otros. Espero que las diversas piezas de este rom pecabezas encajen
perfectam ente al final, a pesar de su com plejidad.

LA CONEXIÓN ENTRE DANIEL 8:14 Y LEVÍTICO 16


¿Están en lo correcto los adventistas cuando hacen una conexión
entre Daniel 8:14 y la purificación del san tuario según Levítico 16?
Mi respuesta a esta pregunta será bastante abarcante, aunque es-
pero que no resulte dem asiado com plicada. Procederé tom ando en
cuenta cuatro pasos: (1) un breve bosquejo de la posición histórica ad-
ventista sobre la contam inación y purificación del santuario tal com o
se encuentra en los escritos de Drías Sm ith, 2 el protagonista m ás pro-
lífico de la doctrina del santuario entre nuestros pioneros; (2) dado el
contraste y la perspectiva, un bosquejo de la posición desviada de Al-
bion F. Ballenger; 3 (3) una breve evaluación de la validez de la posi-
ción de Ballenger en contraste con la posición del adventism o tradi-
cional; y (4) un estudio del fondo histórico-teológico de Daniel 8 :14.
El interés de las tres prim eras secciones será m ostrar que
cuando se tom an juntas las posiciones conflictivas de Ballenger y la
Iglesia Adventista sobre la contam inación y purificación del santuario,
reflejan la posición bíblica m ás exactam ente que cualquiera de ellas
en form a separada. Tam bién m ostraré que, tom adas juntas, ayudan a
clarificar la relación que hay entre Levítico 16 y Daniel 8:14, e incluso
arrojan cierta luz sobre la relación de los pecados del pueblo de Dios y
Daniel 8:14. En el paso 4º intentaré m ostrar la form a en que el libro
de 2 de Crónicas, visto com o el trasfondo histórico de Daniel, puede
servir com o puente conceptual que nos ayude a ver la m ás profunda
conexión teológica entre Levítico 16 y Daniel 8 :14.
1. Posición histórica de la Iglesia Adventista del Séptim o Día.
La posición histórica de la Iglesia Adventista del Séptim o Día sobre
la contam inación y purificación del santuario está bien representada

76
en Urías Sm ith. De acuerdo con él, la purificación del san tuario terre-
nal se hizo necesaria porque los pecados del pueblo de Dios habían
sido transferidos al santuario en el transcurso del año, m ientras se
realizaba el ritual diario.
Esta transferencia se llevaba a cabo m ediante dos actos sim bóli-
cos. En el prim ero, el penitente ponía sus m anos sobre la cabeza del
anim al víctim a/ representante y con fesaba sus pecados sobre él. En
esta form a, la contam inación pasaba sim bólicam ente del penitente al
anim al víctim a/ representante. En el segundo acto sim bólico, el ani-
m al víctim a era m uerto y su sangre rociada o asperjada en un área
designada del santuario. 4 La cerem onia de colocar las m anos no ten-
dría ningún significado, dice Sm ith, aparte del con cepto de transfe-
rencia del pecado. "Si nada de esto se pretendía -argüía-, toda la m i-
nistración era una farsa". 5
La posición de Sm ith (y la de la Iglesia Adventista del Séptim o Día
en general) era que esta transferencia sim bólica del pecado al santua-
rio terrenal apuntaba a una transm isión real del m ism o pecado, del
penitente terrenal al santuario celestial a través de la sangre de J e-
sús. 6 Adem ás, los adventistas han visto el concepto de una purifica-
ción escatológica o antitípica del santuario en Daniel 8:14, 7 afir-
m ando así una estrecha relación teológica entre ese texto y Levítico
16.
2. La posición de Ballenger.
Contrariam ente al bien aceptado punto de vista adventista, Ba-
llenger tom ó la posición de que el santuario se contam inaba por la
sim ple com isión de pecados de parte de todo el pueblo y que la con-
tam inación nada tenía que ver con la confesión o la om isión de ella.
Él usaba el siguiente texto, entre otros: "Dirás asim ism o a los hijos de
Israel: Cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que
m oran en Israel, que ofreciere alguno de sus hijos a Moloc, de seguro
m orirá... Y yo pondré m i rostro contra el tal varón, y lo cortaré de
entre su pueblo, por cuanto dio de sus hijos a Moloc, contam inando
m i santuario y profanando m i santo n om bre" (Levítico 20 :2, 3).
Aquí, según Ballenger, el santuario se contam inaba por el acto pe-
cam inoso m ism o, antes de la confesión del pecado. Citando Levítico

77
21:9, en el cual la hija ram era del sum o sacerdote profanaba a su pa-
dre por el m ero acto de su prostitución (sin im portar la confesión),
Ballenger afirm ó que cualquier acto de pecado inm ediata, y autom á-
ticam ente contam ina el santuario. Esto es así porque Dios, com o Pa-
dre de toda la raza hum ana, es deshonrado cuando pecam os, del
m ism o m odo que el sum o sacerdote sufría la vergüenza por la prosti-
tución de su hija. Considerado así, incluso los pecados del diablo con-
tam inan el santuario. 8
Ballenger fue aún m ás lejos, sosteniendo que en vez de contam i-
nar el santuario, la confesión form a parte, de hech o, del proceso de
purificación. Un hijo contam in a el buen nom bre de su hogar cuando
cae en el crim en, no cuando confiesa ese pecado o se arrepiente de
él. 9
En cuanto al tiem po de la purificación del santuario celestial, Ba-
llenger argüía que esto ocurrió en la ascen sión de Cristo, cuando él
roció o asperjó su sangre sobre el propiciatorio. De este m odo, la pu-
rificación referida en Daniel 8 :14, que ocurrió siglos después de la
cruz, n o tiene nada que ver con los pecados del pueblo de Dios. Se
refiere, m ás bien, a los pecados del diablo com o instigador del m al. 10
Esta, en síntesis, fue la posición de Ballenger sobre la contam ina-
ción y purificación del santuario.
3. Evaluación de la posición de Ballenger y la de la Iglesia Ad-
ventista del Séptim o Día.
¿Cóm o podríam os entender la contam inación y purificación del
santuario, el terrenal o el celestial? ¿Es la posición histórica adven-
tista correcta, incorrecta, o inadecuada?
Me gustaría analizar la posición de Ballenger prim ero, y (para be-
neficio de aquellos que no han leído m i prim er libro sobre el san tua-
rio) com ienzo con la conclusión a la que llegué allí. Después de un
cuidadoso y (espero) desapasionado exam en de la enseñanza total de
Ballenger sobre la doctrina del santuario, concluí que si los adventis-
tas hubieran adoptado su posición, este hecho "habría convertido a
los adventistas en el hazm erreír teológico del Protestantism o". 11 A
esa fuerte conclusión llegué sobre la teología del santuario de Ballen-
ger, y no he visto ninguna razón para m odificar m i posición desde

78
entonces.
Sin em bargo, el hecho de que la teología de Ballenger com o un
todo era errónea y m al encam inada, no debiera suponerse que estaba
equivocada en todos sus aspectos. Y yo no he encontrado en la con-
denación que Elena de White hizo de la enseñanza de Ballenger nin-
guna referencia a asuntos específicos de su teología, y ciertam ente no
en el asunto particular que está en discusión aquí.
De m odo que la cuestión de evaluar su posición frente a la conta-
m inación y purificación del santuario, sigue en pie. Y yo tendría que
decir, sin aceptar todos los m atices de su posición, que su aseveración
básica con respecto a la contam inación del santuario era correcta.
Hay un sentido en el cual el santuario es contam inado por el m ism o
hecho de que el pueblo de Dios peca (o la gente en general, en todo
caso), sin im portar que haya o no confesión. Tien e sen tido el hecho
de que todo pecado com etido contam ina el santuario celestial. En
otras palabras, cada pecado com etido arroja una som bra sobre el go-
bierno de Dios, la sabiduría de Dios, el am or de Dios; en sum a, sobre
la integridad del santuario celestial, el asiento de la adm inistración
divina.
Al m ism o tiem po, Ballenger dem ostró cortedad de vista al n o to-
m ar en cuenta otra n oción fundam ental de la contam inación que se
enfatizaba en el ritual del tabernáculo. Cuando él dice que la confe-
sión pertenece al proceso de purificación y no al de contam inación,
dem uestra una seria incom prensión de la clase de contam inación que
el servicio levítico debía m anejar.
El servicio del tabernáculo estaba diseñado para tratar precisa-
m ente con lo que yo llam aría contam inación pen itencial. Esta era la
clase de contam inación en la cual el santuario asum ía la responsabi-
lidad por el pecado del penitente, perm itiéndole que saliera libre. Era
el tipo de contam inación que lograba la aprobación de Dios, si usted
quiere expresarlo así. Por esto m e refiero a ella com o contam inación
"penitencial" o "correcta". La Iglesia Adventista, a pesar de la incom -
prensión de Ballenger, siem pre estuvo en lo correcto al dar énfasis a
este tipo de contam inación.
Me siento totalm ente satisfecho que la reiterada referencia a los

79
pecadores que se presentaban en la corte o tribunal del tabernáculo,
colocando sus m an os sobre los anim ales destinados para el sacrificio,
y luego degollándolos, y asperjando su san gre sobre algun os acceso-
rios del santuario (véase Levítico 4 para m uchos ejem plos), tenía algo
que ver con la transferencia del pecado/ contam inación, cuya acum u-
lación era purificada o quitada en el Día de la Expiación anual.
Y siendo que Dios diseñó y estableció este proceso ritual, e in vitó
a Israel a traer sus pecados al santuario, la contam inación resultante
era, por lo tanto, "apropiada".
Deberíam os notar, sin em bargo, que aunque el santuario fue es-
tablecido para m anejar el problem a de la contam inación penitencial,
la m ism a no era "natural" para él. De aquí que la purificación anual
señalaba claram ente, a m i juicio, hacia un gran cum plim iento antití-
pico.
La contam inación que Ballenger decidió enfatizar, sin em bargo,
es de una categoría diferente. Yo la llam aría contam inación "im pro-
pia" o "rebelde" o "sacrílega". Tam bién ella es una noción auténtica-
m ente escrituraria de contam inación, y los adventistas no han sido
suficientem ente perspicaces para darle suficiente atención. Dios se
refirió a ella cuando acusó al pueblo de J udá de poner "sus abom ina-
ciones en la casa sobre la cual fue invocado m i nom bre, am ancillán-
dola" (J erem ías 7:30 ; 32:24). No había confesión involucrada en esta
contam inación . En el libro de Ezequiel leem os acerca de la contam i-
nación del tem plo por los "extranjeros" y por "los m ás perversos de la
tierra" (Ezequiel 7:20 -22). Y, com o vim os en J erem ías, Dios acusó a
su propio pueblo del m ism o crim en: "Ciertam ente por haber profa-
nado m i santuario con todas sus abom inaciones" (Ezequiel 5:11; cf.
Ezequiel 23:28; Salm o 74:7; 79:1; Sofonías 3:4).
Me parece que cualquier inten to de explicar la relación entre Da-
niel 8 :14 y Levítico 16 debe tom ar en cuenta estos dos conceptos fun-
dam entales de contam inación. Una vez que entendem os esta dife-
rencia, ya no buscam os conexiones fáciles e inciertas entre los dos pa-
sajes de la Escritura. Ellos tienen que ver con diferentes aspectos de
contam inación / profanación. En el pasaje de Levítico Dios da instruc-
ciones a su pueblo del pacto cooperativo en cuanto a la form a de librar
su cam pam ento de la contam inación penitencial y propia del pecado

80
una vez al año. En Daniel 8 el centro está en una entidad de abierta
rebelión contra Dios, y lo que vem os allí es contam inación sacrílega y
rebelde.
En con secuencia, Daniel 8 :9-13 no encaja fácilm ente en Levítico
16, y éste a su vez estaría fuera de lugar en Daniel 8 :9-14.
¿Significa esto que los dos pasajes están totalm ente ajenos a toda
relación? Una herm enéutica rígida y científica contestaría esta pre-
gunta con un sí. Pero otra flexible, una herm enéutica que tom a en
cuenta las im plicaciones del concepto dual de contam inación expli-
cado arriba, percibiría una conexión teológica final en térm inos de
significado escatológico de los dos pasajes com o se aclarará, espero,
hacia el final de este capítulo.
4. Fondo histórico-teológico de Daniel 8 :14.
Pienso que otro factor que ha im pedido que m uchos vean la diná-
m ica conexión teológica entre Daniel 8 :9-14 y Levítico 16 ha sido por
no haber leído el libro de Daniel dentro del contexto de su fondo his-
tórico-teológico.
Según m i juicio, uno no puede com prender perfectam ente el
asunto del libro de Daniel, particularm ente Daniel 8:9-14, sin dar
adecuada atención al fondo histérico-teológico que se n os pin ta en el
libro segundo de Crónicas. Este libro establece un puente histórico-
conceptual entre Levítico 16 y Daniel 8:9-14 que, cuando se com bina
con una com pren sión del con cepto dual de contam inación, nos da
una com prensión de la conexión escatológica y final de los dos pasa-
jes.
El segundo libro de Crónicas fue escrito probablem ente por un sa-
cerdote -el m ás probable es Esdras- cuyo propósito teológico al escri-
birlo fue dem ostrar que la calam idad de J udá en un período de m ás
de 30 0 años de historia 12 resultó de su propia rebelión e in subordi-
nación, particularm ente su profanación 13 del santuario o tem plo, el
sím bolo de la santa presencia de Dios en su m edio. Com enzando con
el capítulo 12, el autor del libro docum enta un patrón recurrente de
profanación/ juicio/ restauración, hasta que la paciencia de Dios se
agotó y fue obligado a abandonar a su pueblo y su santuario.
Podem os observar este fen óm eno en el siguiente diagram a. 14

81
82
La prim era contam inación ocurrió exactam ente después de m e-
diados del siglo décim o a. C., bajo la adm inistración de Sisac, rey de
Egipto. Roboam (931-913 a. C.), el prim er rey de J udá, después del
cism a, 15 estaba en el trono, y el escritor sagrado hace bien claro que
la profanación del tem plo realizada por Sisac fue causada por la rebe-
lión de J udá contra Dios. "Cuando Roboam había consolidado el
reino, dejó la ley de J ehová, y todo Israel con él. Y por cuanto se habían
rebelado contra J ehová, en el quinto año del rey Roboam subió Sisac
rey de Egipto contra J erusalén" (2 Crónicas 12:1-5).
Aunque el escritor n o se refiere específicam ente a la acción de Si-
sac com o una profanación o contam inación, obviam ente lo fue, por-
que "Sisac tom ó los tesoros de la casa de J ehová" (versículo 9).
Desde este punto, y durante cerca de 350 años, la fortuna del san-
tuario m enguó y creció con el levantam iento y la caída de gobernantes
viles o piadosos.
Después de la profanación de Sisac, el rey Asa restauró (he-
breo chadash) el tem plo (2 Crónicas 15:1, 2, 8 ). 16 Sin em bargo, du-
rante un período de crisis él m ism o profanó el edificio en un m om ento
de pánico (2 Crónicas 16: 1, 2).
Siguió una restauración parcial bajo J oiada, el sacerdote (2 Cróni-
cas 23:16-18), entonces ocurrió lo que parece haber sido una restaura-
ción total, bajo el rey J oás, in spirada por J oiada (2 Crónicas 24:4- 9,
12, 13). Chadash se usa una vez m ás acom pañado de otro térm ino he-
breo, chazaq, que significa "fortalecer", "fortificar", o "curar", "repa-
rar".
Pero esta restauración bajo el rey J oás fue de corta duración, por-
que tan pronto com o J oiada m urió la nación se volvió a la rebelión, y
encontram os serios casos de profanación bajo el m ism o J oás. "Y
desam pararon la casa de J ehová el Dios de sus padres, y sirvieron a
los sím bolos de Asera y a las im ágenes esculpidas. Entonces la ira de
Dios vino sobre J udá y J erusalén por este su pecado. Y les en vió pro-
fetas para que los volviesen a J ehová; los cuales les am onestaron, m as
ellos n o los escucharon" (versículos 18, 19).
Entre los m uchos profetas en viados a J udá en este oscuro punto
de su historia estaba Zacarías, hijo de J oiada. Los dirigentes de J udá

83
no sólo rechazaron su testim onio, sino que "hicieron conspiración
contra él, y por m andato del rey lo apedrearon hasta m atarlo, en el
patio de la casa de J ehová" (versículo 21).
Deberíam os explicar aquí que J esús, al pronunciar sus siete ayes
contra los fariseos (Mateo 23), dirigió el últim o a aquellos líderes que
trataban de frustrar sus propósitos de redención persiguiendo y m a-
tando a los m ensajeros especiales. De éstos sólo m encionó dos n om -
bres: Abel y Zacarías, los cuales, significativam ente, fueron asesinados
m ientras desem peñaban deberes en el "santuario" (Mateo 23:29-35; 17
cf. Génesis 4:3-8 ).
Un caso de profanación m asiva ocurrió bajo el reinado de Acaz,
uno de los reyes m ás im píos de J udá. Este bribón llegó al poder con
una verdadera tendencia a la rebelión. "Quem ó tam bién incienso en el
Valle de los Hijos de Hinom , e hizo pasar a sus hijos por fuego, con-
form e a las abom inaciones de las nacion es... Asim ism o sacrificó y
quem ó incienso en los lugares altos, en los collados, y debajo de todo
árbol frondoso" (2 Crónicas 28 :1-4).
La calam idad no se hizo esperar: ocurrió una invasión por los asi-
rios y el reino del norte, Israel. Miles de soldados perecieron , y m iles
m ás fueron vergonzosam ente tom ados cautivos (versículos 5-8 ).
Pero, aunque parezca increíble, Acaz n o aprendió la lección. Des-
pués de una alianza abortiva con Asiria (versículos 16-21), el rey, en su
angustia, "añadió m ayor pecado contra J ehová. Porque ofreció sacri-
ficios a los dioses de Dam asco". Adem ás, "recogió Acaz los utensilios
de la casa de Dios,... y los quebró, y cerró las puertas de la casa de Dios,
y se hizo altares en J erusalén en todos los rincones" (versículo 24).
La llegada de Ezequías al trono dio lugar a la m ás espectacular re-
versión de la extensa profanación que había ocurrido bajo Acaz. "En
el prim er año de su reinado, en el m es prim ero, abrió las puertas de la
casa de J ehová, y las reparó (chazaq)" (2 Crónicas 29:3).
Ezequías reunió a los sacerdotes y levitas, les recordó su com pro-
m iso y responsabilidad, y colocó sobre ellos la carga de restaurar la
casa de Dios y reinstituir su adoración. "Santificaos ahora", les dijo, "y
santificad la casa de J ehová" (versículo 5).

84
Al igual que Daniel (véase Dan iel 9), Ezequías reconoció los peca-
dos de sus com patriotas: "Porque nuestros padres se han rebelado, y
han hecho lo m alo ante los ojos de J ehová nuestro Dios; porque le de-
jaron y apartaron sus rostros del tabernáculo de J ehová, y le volvieron
las espaldas... Por lo tanto, la ira de J ehová ha venido sobre J udá y
J erusalén, y los ha entregado a turbación, a execración y a escarnio,
com o veis vosotros con vuestros ojos... Y he aquí nuestros padres han
caído por la espada, y nuestros hijos, nuestras hijas y nuestras m uje-
res, fueron llevados cautivos por esto" (2 Crónicas 29:6- 9).
Y el pueblo respondió. Los levitas se reunieron y se santificaron, y
"entrando los sacerdotes dentro de la casa de J ehová para lim piarla
[taher], sacaron toda la inm undicia que hallaron en el tem plo de
J ehová... al atrio de la casa de J ehová; y de allí los levitas la llevaron
fuera al torrente de Cedrón" (versículo 16).
(Es interesante notar que la palabra que se usa aquí para referirse
a la restauración física del tem plo por parte de los sacerdotes y levitas
es taher, la m ism a palabra usada en Levítico 16 para referirse a la pu-
rificación puram ente ritual o espiritual. Las palabras chadash y cha-
zaq todavía estaban vigentes para el escritor sagrado, y en realidad
usa chazaq en el versículo 3 cuando se refiere a la reparación de la
puerta del tem plo. Pero es evidente que aquí prefirió taher, y la intro-
duce por prim era vez en el texto. Esto sugiere probablem ente que la
restauración bajo Ezequías fue concebida com o algo m ás radical y de
m ás am plios alcances que las que le precedieron, involucran do quizá
una purificación n o típica [ritual] o "con sagración" del tem plo.)
Toda la sociedad fue espiritualm ente reavivada bajo las reform as
de Ezequías, com enzando con los oficiales civiles de J erusalén (ver-
sículos 20 -24) y con el tiem po alcanzando no sólo al reino del sur,
J udá, sin o tam bién al reino del norte, Israel (2 Crónicas 29:25-30 :12).
Correos con cartas firm adas por el rey fueron enviadas apresurada-
m ente al n orte; y es m ás conm ovedor leer el llam am iento del rey a
todo Israel. "Fueron, pues, correos con cartas de m ano del rey y de sus
príncipes por todo Israel y J udá, com o el rey lo había m andado, y de-
cían: Hijos de Israel, volveos a J ehová el Dios de Abraham , de Isaac y
de Israel, y él se volverá al rem anente que ha quedado de la m ano de
los reyes de Asiría. No seáis com o vuestros padres y com o vuestros

85
herm anos, que se rebelaron contra J ehová el Dios de sus padres, y él
los entregó a desolación, com o vosotros veis... No endurezcáis, pues,
ahora vuestra cerviz com o vuestros padres; som eteos a J ehová, y ve-
nid a su santuario, el cual él ha santificado para siem pre; y servid a
J ehová vuestro Dios, y el ardor de su ira se apartará de vosotros. Por-
que si os volviereis a J ehová, vuestros herm anos y vuestros hijos ha-
llarán m isericordia delante de los que los tienen cautivos, y volverán a
esta tierra; porque J ehová vuestro Dios es clem ente y m isericordioso,
y no apartará de vosotros su rostro, si vosotros os volviereis a él" (2
Crónicas 30 :6-9).
Aunque m uchos se burlaron y escarnecieron a los m ensajeros del
rey, algun os respondieron (versículos 10 -12), y se proclam ó una pas-
cua especial de dos sem anas (versículos 13-23). Fue verdaderam ente
un m om ento cum bre en la historia religiosa de J udá.
Sin em bargo, Ezequías fue sucedido por Manases, que dirigió al
pueblo en una profanación realm ente seria del tem plo. Es n otable que
el hijo de un rey con una m entalidad de reform ador tan definida, re-
virtiera rápidam ente el despertar espiritual que se había logrado bajo
el reinado de su padre. No sólo reconstruyó Manases los lugares altos
que su padre había destruido, sino que el texto n os inform a, "levantó
altares a los baales, e hizo im ágenes de Asera, y adoró a todo el ejército
de los cielos, y les rindió culto" (2 Crónicas 33:3). De hecho, fue aún
m ás lejos. "Edificó tam bién altares en la casa de J ehová, de la cual ha-
bía dicho J ehová: En J erusalén estará m i nom bre perpetuam ente".
"Edificó asim ism o altares a todo el ejército de los cielos en los atrios
de la casa de J ehová" (versículos 4, 5).
A fin de ser breve, om itiré com entarios sobre la restauración par-
cial que el Manases reform ado realizó (versículos 10 -16), seguida de
una restauración aún m ayor bajo el buen rey J osías (2 Crónicas 34:24-
33; 35:1, 2, 20 ). Por ahora, el patrón contam inación/ restaura-
ción/ contam inación que hem os estado ilustrando ha quedado proba-
blem ente claro.
Term ino este análisis, entonces, llam ando la atención a la conta-
m inación total que tuvo lugar bajo los tres últim os reyes de J udá: J oa-
cim , J oaquín y Sedequías (2 Crónicas 36: 5-7; 36:9, 10 ; 36:11-20 ).
Cada uno de estos tres reyes "hizo lo m alo ante los ojos de J ehová su

86
Dios" (versículos 5, 9, 12), y en cada caso Babilonia se convirtió en el
instrum ento de juicio.
El escritor sacerdotal, com o si quisiera resum ir todo lo que ha ve-
nido diciendo, se detiene en Sedequías, el últim o rey de J udá. El hizo
"lo m alo ante los ojos de J ehová su Dios" rechazando al m ensajero es-
pecial de Dios (J erem ías), y rebelándose contra Nabucodonosor (ver-
sículos 11-13). A aquel espíritu de insubordinación general, se unieron
tanto oficiales civiles com o religiosos, "siguiendo todas las abom ina-
ciones de las naciones". J untos "contam inaron la casa de J ehová, la
cual él había santificado en J erusalén" (versículo 14).
La com pasiva respuesta de Dios se enfatiza de nuevo. Incluso en
esta hora undécim a envió m ensaje tras m ensaje a su pueblo. "Pero
ellos hacían escarnio de los m ensajeros de Dios, y m enospreciaban sus
palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de J ehová
contra su pueblo, y no hubo ya rem edio" (versículo 16).
Sólo entonces se desató la torm enta. Los ahora frustrados babilo-
nios regresaron con ira redoblada. Miles de habitantes de J udá fueron
asesinados. Y en cuanto al tem plo, la plum a sacerdotal pintó su terri-
ble fin: "Asim ism o todos los utensilios de la casa de Dios [no "algunos"
com o anteriorm ente], grandes y chicos, los tesoros de la casa de
J ehová,... todo lo llevó a Babilonia. Y quem aron la casa de Dios y rom -
pieron el m uro de J erusalén" (versículos 18, 19). Finalm ente, "y los
que escaparon de la espada fueron llevados cautivos a Babilonia, y Da-
niel estaba entre ellos" (versículo 20 ; cf. Daniel 1:3, 6).
Lo dicho hasta aquí, por lo tanto, es el fondo histórico-teológico
del libro de Daniel. En 2 Crónicas vem os el tabernáculo hebreo/ tem -
plo presentado en una nueva luz. Rodeado en el desierto por una siem -
pre vigilante guardia de sacerdotes y levitas y, de hecho, toda la asam -
blea de Israel, ningún agente u objeto profanador podía acercarse. El
sím bolo sagrado de Israel recibía sólo aquello para lo cual había sido
diseñado, es decir, contam inación ritual (penitencial o propia). Y su
cerem onia de purificación de tal contam inación penitencial una vez al
año, era adecuadam ente cubierta por la palabra taher.
Para la época de 2 de Crónicas, sin em bargo, las cosas habían cam -

87
biado drásticam ente. Ni los guardias sacerdotales ni los vigilantes le-
vitas podían detener los diabólicos designios de los poderosos reyes
apóstatas. El santuario/ tem plo fue sujeto en ese tiem po a m alicioso
abuso físico y espiritual, haciendo que taher por sí m ism o, fuera cla-
ram ente inadecuado para describir la total dim ensión de las m edidas
correctivas necesarias para ponerlo de nuevo en su estado correcto.
Por eso hallam os que, m ientras que retiene taher, el autor pone otras
expresiones en servicio: chadash, chazaq, qadesh. Com o h aríam os
hoy, buscó otros térm in os, otras expresiones, para captar m ejor los
m atices de una situación m ás com pleja.
Con 2 Crónicas com o fondo, entonces, estam os listos psicológica y
conceptualm ente para lo que encontram os en el libro de Daniel, es de-
cir, una intensificación del problem a recurrente que hem os visto en el
segundo libro de Crónicas.
En este punto necesitam os dejar la respuesta pendiente de algún
m odo y proceder a la siguiente pregunta.

EL SANTUARIO CELESTIAL EN DANIEL 8:14


¿Qué garantía tenem os de que en el pasaje daniélico v em os una
referencia al santuario celestial?
En Daniel 8 :3-8 el profeta ve una visión del juego y contrajuego de
las potencias políticas, las prim eras de las cuales (Medo-Persia y Gre-
cia) están identificadas en el texto por nom bre (versículos 20 , 21).
De m odo que, para no rein ventar la rueda, no entraré en un a ex-
plicación detallada de estas profecías aquí. 18 Baste decir que en lo que
concierne a estas potencias políticas, la visión del capítulo 8 no entra
en nuevo terreno, sin o m ás bien reitera —con detalles añadidos, por
supuesto— lo que ya ha sido cubierto en los capítulos 2 (versículos 31-
40 ) y 7 (versículos 1-8 , 15-28 ).
Entonces, por com paración con estas dos secciones paralelas, po-
dem os concluir que el tercer reino del capítulo 8, tipificado por el
"cuerno pequeño" (versículo 9), es el m ism o que el cuarto poder de
Daniel 2, representado por las piernas de hierro (versículos 33, 40 ), y
el cuarto poder del capítulo 7, representado por la bestia espantosa y
terrible (versículo 7).

88
Si es correcta nuestra interpretación acerca de que el cuarto poder
es Rom a —la Rom a que se levanta siguiendo la caída de Grecia com o
potencia m undial—, 19 entonces estam os en posición de poder fijar con
precisión el m arco cronológico de las actividades del "cuerno pe-
queño" de Daniel 8 :10 .
Parece claro que las actividades del "cuerno pequeño" del capítulo
8 son paralelas a las de su contraparte en 7:21, 25, es decir, en ocasión
de la persecución del pueblo de Dios. Y el punto significativo para
nuestro én fasis cron ológico aquí es que la visión del capítulo 8 observa
al "cuerno pequeño" hasta el m om ento en que con fronta al "Príncipe
de los ejércitos" (o "Príncipe de los príncipes", versículo 25), que es
una referencia casi obvia a Cristo, el "Mesías Príncipe, —un detalle que
halla su cum plim iento en la crucifixión de nuestro Señor a m anos de
Rom a por instigación de los líderes apóstatas de J erusalén.
Pero la visión del capítulo 8 tam bién traza las nefastas actividades
del "cuerno pequeño", pasado el tiem po de su confrontación con el
"Mesías Príncipe" 20 (versículos 11, 12; cf. Daniel 7:25). El "continuo"
(hebreo tam id) 21 es "quitado" por el poder representado por este
"cuerno pequeño", y "el lugar de su santuario fue echado por tierra"
(Daniel 8 :11).
Contra el fondo de estos desarrollos uno de los santos hace la pre-
gunta: "¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio, y la
prevaricación asoladora entregando el santuario y el ejército para ser
pisoteados?" (Daniel 8 :13). Puesto en form a m ás sencilla: ¿Durante
cuánto tiem po continuarán estas atrocidades contra el santuario? Y la
respuesta fue: "Hasta dos m il trescientas tardes y m añanas; luego el
santuario será purificado" (Daniel 8 :14).
Nuestro interés en este punto es identificar cuál santuario tiene en
m ente esta respuesta, dados los factores cronológicos a los cuales ya
hem os aludido. 22
Claram ente tiene que ser un santuario que tiene interés teológico
para Dios y su pueblo pasado el tiem po de la confrontación entre la
Rom a (pagana) y el "Príncipe de los ejércitos"; es decir, pasado el
tiem po de la cruz cuando el velo del tem plo fue roto en dos, sím bolo
del fin del significado teológico del santuario terrenal.

89
Si esta observación es válida, entonces, lo que vem os en Daniel
8:13, 14 es un cam bio de objetivo (probablem ente descon ocido para el
profeta m ism o) del santuario terrenal (o ectipo) 23 al santuario celes-
tial (o arquetipo). 24 Por lo tanto, el santuario que debe ser "restau-
rado", "justificado", "purificado", al final de las 2,30 0 "tardes y m aña-
nas" de Daniel 8 :14 n o es uno terrenal, sino, celestial.
El problem a, enton ces, es que la profanación trasciende total-
m ente a cualquier cosa que Daniel hubiera concebido antes y que el
rem edio que se requería para rectificar dicha situación era suprafísico
y sobrenatural. Es contra este trasfondo que el profeta, bajo inspira-
ción, im pone el uso de la palabra tsadaq para describir el restableci-
m iento del arquetipo celestial "a su estado legítim o" después de lo que
el m ensajero angélico consideró el sacrilegio m áxim o.
Desde este punto de vista, la n ecesidad de una conexión lingüística
entre el taher de Levítico 16 y el tsadaq de Daniel 8 :14, com o algun os
exigirían, no procede. 25 En Dan iel som os confrontados con un a pro-
fanación de proporciones cósm icas, por así decirlo, que deja com ple-
tam ente atrás todo lo que habían encontrado en 2 de Crónicas.

VEÁMOSLO DE OTRA MANERA


El m ensaje obvio de 2 de Crónicas es que el estado del san tua-
rio/ tem plo, com o Daniel lo habría recordado estando en Babilonia,
había sido producido tanto por la rebelión y apostasía del m ism o pue-
blo de Dios, com o por el desafiante sacrilegio de potencias paganas
hostiles.
Daniel tenía una clara visión de los hechos históricos y un pro-
fundo anhelo de que se restaurara el tem plo de J erusalén. En el espí-
ritu de la gran oración dedicatoria de Salom ón , 26 él se acercó a Dios
en ferviente súplica, con las ventanas de su recám ara abiertas hacia
J erusalén. ¡Cuán a m enudo debe de haber reflexionado con profun da
angustia sobre el tem plo en ruinas de la ciudad donde había nacido y
crecido!
No es extraño, entonces, que cuando "el santo" m encionó en visión
la restauración (tsadaq) del santuario, la curiosidad santificada de Da-

90
niel se despertó de inm ediato. Sus pensam ientos se dirigieron inm e-
diatam ente hacia el tem plo de J erusalén. ¡Cóm o an siaba que se desci-
frara el críptico pronunciam iento: hasta "dos m il y trescientas tardes
y m añanas; luego el santuario será purificado"! Pero esa, precisa-
m ente, fue la parte im portante de la visión que se dejó sin interpretar
cuando el capítulo 8 llegó a su fin.
De ahí la angustiosa oración de penitencia del profeta en el capí-
tulo 9. Evidentem ente había llegado a la conclusión de que el tiem po
de la cautividad de Israel se había alargado (véase el versículo 19), con-
clusión basada probablem ente en la m ención que hizo el án gel de las
2,30 0 tardes y m añanas". Si esto es así, Daniel, aunque severam ente
desilusionado, n o culparía a Dios, porque n o tenía ningun a duda en
cuanto a quién se debía culpar por la desolación de J erusalén y la pro-
fanación de su sagrado tem plo: "Hem os pecado, hem os com etido
iniquidad, hem os hecho im píam ente, y hem os sido rebeldes, y nos he-
m os apartado de tus m andam ientos y de tus ordenanzas. No hem os
obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nom bre hablaron a
nuestros reyes, a nuestros prín cipes, a nuestros padres y a todo el pue-
blo de la tierra" (Daniel 9:5, 6).
Cuando el profeta estaba por term inar esta conm ovedora oración
penitencial, le suplicó a Dios, "haz que tu rostro resplandezca sobre tu
santuario asolado, por am or del Señor" (versículo 17). Por tanto la
carga que Daniel sentía era por el tem plo de J erusalén, y la declaración
angélica con referencia al santuario de Daniel 8 :14 había sido el tem a
m ás im portante en su m ente y el tem a de su oración . Difícilm ente po-
día ver m ás allá de eso.
Según esto, cuando Dios le contestó, fue para asegurarle que el
tiem po de la cautividad de J udá no se había alargado, sino que, al con-
trario, se le daría a su pueblo un tiem po de gracia adicional. El m ism o
sería "setenta sem anas" o, com o dice correctam ente la nueva Reina-
Valera revisada, de 1990 , "setenta sem anas están cortadas para tu
pueblo" (Daniel 9:24). Muchos han reconocido esto com o un "len-
guaje del jubileo", dan do a entender que el tiem po de gracia de Israel
estaba ahora establecido en "setenta sem anas de años", 70 x 7, o 490
años (o 10 jubileos, 49 x 10 ). El com ienzo de ese período fue identifi-
cado en la visión m ism a, es decir, "desde la salida de la orden para

91
restaurar y edificar a J erusalén" (versículo 25), o 457 a. C., com o lo
han calculado históricam ente los adventistas. 27
Significativam ente, el profeta se con form a, aun cuando no hubo en
realidad tal explicación del críptico lenguaje de la declaración angélica
de Daniel 8:14- ¿Por qué? Porque se sintió aliviado de su pesadilla. Su
preocupación inm ediata eran J erusalén y su tem plo. La voluntad de
Dios m antenía su horario, e incluso le concedía a Israel un nuevo
tiem po de gracia.
Fue cerca del fin de ese tiem po de prueba final para Israel com o
nación escogida, cuando J esús pronunció sus siete aves —a los que nos
referim os un poco antes en este capítulo—, en los cuales m encionó por
nom bre a los dos líderes (Abel y Zacarías) que m urieron en la línea del
deber del "santuario". Al llegar al final de aquella tristísim a letanía,
com o si reflexionara dolorosam ente en las peren nes vacilaciones de su
pueblo a través de los siglos y las vicisitudes del santuario en las m anos
de ellos, J esús pronunció un o de los m ás an gustiosos clam ores de todo
su m inisterio terrenal: "¡J erusalén, J erusalén, que m atas a los profe-
tas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar
a tus hijos, com o la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y
no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta" (Mateo 23:37,
38 ).
Israel había desaprovechado su últim a oportunidad. El Israel
postexílico había vuelto a sus antiguas rebeliones del período preexí-
lico. Ahora el fin estaba a las puertas. El velo del tem plo m uy pronto
sería rasgado por una m ano invisible (Mateo 27:51), y el centro pasaría
al santuario real, el celestial.
De este m odo, el santuario que se presenta en Daniel 8:14 no puede
ser el tem plo de J erusalén, dado el elem ento de tiem po del texto ya
m encionado arriba. 28 Y el m ensaje del pasaje, com o el ángel tuvo tris-
tem ente que enfatizar, es para nosotros, que vivim os río abajo y m uy
lejos del tiem po de Daniel (véase Daniel 8 :26), m ilenios después de
term inado el tiem po de gracia concedido a Israel y la total destrucción
del tem plo terrenal.

LOS PECADOS DEL PUEBLO DE DIOS EN DANIEL 8 :14

92
¿Por qué interpolam os los pecados del pueblo de Dios en el texto
cuando el contexto es claro al enfocar ún icam ente los pecados del
"cuerno pequeño"?
El tem plo de J erusalén, com o hem os visto, fue profanado tanto por
el antiguo pueblo apóstata com o por las naciones paganas que lo ro-
deaban. No puede haber ninguna duda al respecto. Del m ism o m odo,
el santuario antitípico de Dios es profanado conjuntam ente por el m o-
derno pueblo apóstata de Dios, cuyo epítom e es el "cuerno pequeño"
y las potencias seculares contem poráneas, com o podríam os inferir de
las am plias pinceladas teológicas de Apocalipsis 13:1-7.
Pero hay un tercer elem ento en este plan . Sí leem os 2 de Crónicas
cuidadosam ente notarem os la constante presencia de un rem anente
fiel durante la apostasía. Este grupo incluía a personas com o J osías,
J oiada, Zacarías, Ezequías y J erem ías. Y hubo otros, com o Daniel,
Ananías, Misael y Azarías (Daniel 1:6). Es con sus nuevos descendien-
tes espirituales, el nuevo Israel, con quienes Dios hace un nuevo pacto
(Hebreos 8:7-12; cf. J erem ías 31:31-34). Su am or y su ley controlan
sus vidas. Llam ados a salir de todas las naciones, le sirven fielm ente,
no produciendo ninguna contam inación por rebelión y sacrilegio con-
tra su tem plo celestial. Naturalm ente, n o son el foco de Daniel 8 , por-
que ese pasaje se concentra en la contam inación sacrílega.
Es en este punto que la interpretación adventista del séptim o día
de Daniel 8:14 ha sido cuestionada. Porque históricam ente hem os
visto en el texto la purificación antitípica del santuario, de los pecados
del pueblo de Dios, m ientras la verdad es que claram ente el énfasis de
Daniel 8 está sobre los pecados del "cuerno pequeño".
Según m i parecer, no hay necesidad de llenarse de pánico aquí.
Nuestros pioneros dieron un salto herm enéutico en este pun to, y eso
no puede disputarse con éxito. ¡Pero ellos salieron airosos! Y eso tam -
poco, a m i juicio, puede ser explicado con éxito.
El problem a que ha confun dido tanto a los adventistas com o a sus
críticos, m e parece a m í, es que no lograron considerar las dos clases
de contam inación a las que nos referim os al principio. Daniel 8 :9-14
tiene que ver con una contam inación rebelde y sacrílega y obviam ente

93
señala a una realidad escatológica y cósm ica. Tiene que ver con el pue-
blo apóstata de Dios y las naciones del m undo en el juicio, que las lleva
a la condenación y la destrucción. Levítico 16 tien e que ver con la con-
tam inación propia o penitencial, y por lo tanto señala a una realidad
cósm ica y escatológica. In volucra al pueblo penitente de Dios en un
juicio que conduce a la absolución y la vindicación .
Concebido así, hay una obvia convergencia de estos dos juicios es-
catológicos, que son, en realidad, dos aspectos del m ism o juicio. Es
por eso que los adventistas pudieron dar un salto herm enéutico y to-
davía salir bien. La im portancia, sin em bargo, de seguir un enfoque
herm enéutico m ás consistente es que n os perm ite desarrollar un cua-
dro m ás com pleto de todo el espectro y dim ensión de esta actividad de
juicio previo al advenim iento, com o verem os en el capítulo 8.

CONCLUSIÓN
¿Qué significa entonces Daniel 8 :14?
El factor clave para contestar esta pregunta es recordar que la re-
velación de Dios al profeta en Daniel 8 :14, aunque se perfila frente a
este fondo histórico en general, com o hem os observado, trasciende sin
em bargo, con m ucho, las condiciones locales que im peraban en J udá,
Babilonia, Medo-Persia y Grecia.
En otras palabras, Dios estaba diciendo a Daniel: "Mira tú te preo-
cupas por el tem plo terrenal que yace en ruinas en J erusalén Tú estás
preocupado, y es com prensible que así sea, tratándose de una conta-
m inación —una profanación— producida por instrum entos pura-
m ente hum an os. Sin em bargo, yo estoy descorriendo el velo usando lo
histórico y local para señalar a lo cósm ico y universal
"Mi propósito, Daniel, es m ostrar que la conspiración es m ucho
m ás profunda de lo que tú eres capaz de im aginar. Los profanadores
los conspiradores, n o son m era carne y sangre, sin o principados y po-
testades, y los gobernantes de las tinieblas de este m undo, im piedad
espiritual en lugares celestiales. La contam inación, la profan ación, el
sacrilegio, han alcanzado proporciones cósm icas. Yo tom aré la acción,
no sólo de los sacerdotes y levitas y reyes piadosos para rectificarla,

94
sino tam bién la del Sacerdote celestial m ism o el Mesías. Y la im por-
tancia, el espectro, la intensidad de la crisis dem anda el uso del tér-
m ino m ás fuerte para expresarlo: tsadaq. Hasta 2 30 0 tardes y m aña-
nas, entonces el santuario celestial será restaurado vindicado, puesto
en su estado legítim o, purificado del estigm a lanzado contra él desde
las m ism as puertas del infiern o, sim bolizado por el "cuerno pequeño".
Daniel 8 :14, entonces, trae a colación el hecho fundam ental de que
después de m uchos siglos —sí, aun m ilenios— de vergüenza y abuso,
el verdadero santuario de Dios ha de ser finalm ente restaurado a su
correcto estado y su nom bre, honor, gobiern o y pueblo, purificado, 29
¡es decir, vindicado para siem pre!

Referencias
1 Se ha reconocido generalm ente que un a m ejor traducción de tsadaq, com o "purificado"
en Daniel 8 :14 de la versión RVR 1960 , sería "restaurado" o "justificado" o "vindicado".
Pero "purificado" (de aquí "purificación ") es el térm ino m ás fam iliar. Yo lo uso aquí puesto
que no veo necesidad de h acer un problem a de este punto. Conceptual y teológicam ente,
la palabra “purificación”, en el sentido de lim pieza (com o en "lim piar nuestro nom bre")
realm ente conjura la m ism a idea de "restaurar", "justificar" o "vindicar". Usaré los cuatro
térm in os a m edida que el con texto y la necesidad de variedad lo requieran.
2 Urías Sm ith (18 32-190 3) desem peñó un papel m uy prom inente en el desarrollo doctrin a

del san tuario dentro de la Iglesia Adven tista, Para m ás inform ación en cuanto a su im por-
tancia al respecto, véase Adam s, The Sanctuary Doctrin e, págs. 15-35.
3Albion Fox Ballenger (18 61-1921) fue un pastor evangelista adven tista que rom pió con la
Iglesia Adven tista en la vuelta del siglo, por la cuestión del santuario y doctrin as relacio-
nadas con él. Véase The San ctuary Doctrine, págs. 95-164
4 Véase un resum en de la posición de Sm ith en The San ctuary Doctrin e, págs. 79-8 4.
5Looking into Jesus, or Christ in Ty pe an d Antity pe (Battle Creek. Mích.: Review an d
Herald Pub. Co., 18 98 ), págs. 8 8 -90 . Cf. Adam s, The San ctuary Doctrin e, pág. 79, n. 2.
6 The San ctuary Doctrine, págs. 79, 8 0 .
7 Íd., pág. 8 1.
8 Albion F. Ballenger, Cast Out for the Cross of Christ (Riverside, Calif.: A. F. Ballenger,

1917), págs. 58 -59; An Exam in ation of Forty Fatal Errors Regarding the Aton em ent (Riv-
erside, Calif.: A. F. Ballenger, 1913), págs 10 6-112. Véase The San ctuary Doctrine, págs.
127, 128 , para un resum en de la posición de Ballenger.
9 Véase The San ctuary Doctrine, pág. 127, n. 2.
10 Íd., págs. 128 -130
11 Íd., pág. 256.
12 Aproxim adam ente 970 -58 6 a.C.
13 La palabra “con tam inación” ya no parece suficientem en te am plia com o para abarcar la
clase de blasfem ia lanzada contra el santuario, que se registra en 2 de Crónicas. Así, el
térm in o “profanación” que, por supuesto, in cluye la “contam inación” se usa aquí porque
tiene un rango sem án tico m ás am plio. En Levítico 16 está fuera de lugar “profanación” y

95
capta m ás rápidam ente la idea de sacrilegio voluntario que perm ea la teología del tem plo
de 2 Crónicas y adem ás, com o se hará m uy evidente m ás tarde, del libro de Daniel.
14 Este diagram a intenta proveer un tosco resum en de las vicisitudes del santuario/ tem plo

com o se representa en el registro de 2 de Crón icas. La exactitud m atem ática es obviam ente
im posible para determ in ar el grado de profanación o de restauración. La base de m i esti-
m ación es el cuadro verbal que nos da el escritor sagrado. Creo que el diagram a es básica-
m ente fiel al texto.
15 Las razones para el cism a del reino unido de Israel se n os dan en 1 Reyes 12. Véase ade-

m ás el Com entario bíblico adven tista del séptim o día, tom o 2, pág. 75.
16Chadash podría traducirse tam bién com o “reparar” o “renovar”. Se usa en el Salm o 51:10
don de David ora por esta “ren ovación” de un espíritu recto dentro de él. La palabra apa-
rece tam bién en Lam entaciones 5:21, donde el profeta pide al Señor “restaurar” su pueblo
a sí m ism o.
17 Note que la referencia aquí es a Zacarías, hijo de J oiada (y no de Berequías). Véase el

Com entario bíblico adventista del séptim o día (tom o 5, pág. 492) para una explicación de
esta variación.
18Para la posición adventista estándar, véase el Com entario bíblico adventista del séptim o
día, tom o 4, págs. 8 39-8 47; y Desm ond Ford, Daniel (Nashville: Southern Pub. Assn.,
1978 ), págs. 160 -193.
19 Véase el Com entario bíblico adv en tista del séptim o día, tom o 4, págs. 774, 775, 8 32;

Ford, pág. 148 ; G. F. H asel, “The Little Horn, the Saints, an d the Sanctuary in Daniel 8 ”,
en The San ctuary an d the Aton em ent, eds., Wallenkam pf y Lesher, págs. 177-20 8 (espe-
cialm ente las págs. 18 2-18 6).
20 Com pare Daniel 9:25. Véase el Com entario bíblico adv entista del séptim o día, tom o 4,

págs. 8 42-48 3; Ford, pág. 192; y Hasel, págs. 18 8 , 18 9.


21 Este térm in o, que tenía una referencia prim aria al servicio contin uo en el santuario te-

rrenal, señ ala en este con texto al m inisterio sacerdotal con tin uo de Cristo en el santuario
celestial. Véase, Com en tario bíblico adv entista del séptim o día, tom o 4, pág. 8 43; y Hasel,
págs. 18 9, 190 .
22 Note que estoy evitan do deliberadam ente el elem en to de tiem po en Daniel 8 :14, com o
la base de m i con clusión aquí.
23 Los térm in os ectipo y arquetipo se usan cuan do un sím bolo terren al (ectipo) señala a

un cum plim ien to celestial (arquetipo). En otras palabras, im plican un a dirección vertical,
en contraste con “tipo” y “an titipo”, que im plican un cum plim iento horizontal. Hasta aquí
he estado usando “tipo” y “antitipo” tanto para el cum plim iento horizontal com o para el
vertical, porque ectipo y arquetipo tien en ciertas con notaciones n o bíblicas en la filosofía
griega.
24 Véase la nota 22 arriba.
25 El asunto que estam os tratando aquí n o descarta los térm inos particulares usados para
la acción de rectificar el santuario. Debem os tratar m ás y m ás con el significado y el con-
texto. Una inclinación a buscarle conexiones lingüísticas colinda a veces con la inspiración
verbal y pruebas textuales sofisticadas. Adem ás, m uy diferente a los terribles sacrilegios
que hem os estado observan do (pidien do térm in os m ás in clusivos), necesitam os recordar
que el lenguaje evoluciona y que diferentes autores, especialm ente cuando están separa-
dos por m uchos siglos de tiem po, em plean diferen tes expresivos para referirse a con ceptos
iguales o sim ilares.
26 Véase 2 Crónicas 6:20 , 21, 24-27.
27 Véase J acques Doukhan en The San ctuary and the Aton em ent, págs 251-269.
28 Para m ayor inform ación sobre el elem ento tiem po de Daniel 8 :14, véase W. H. Shea,
Selected Studies on Prophetic Interpretation, Dan iel an d Revelation Com m ittee Series
(Washington, D. C.: Asociación General de los Adventistas del Séptim o Día, 198 2), págs.
8 0 -8 8 .

96
29Cuando hablam os acerca de la purificación del santuario, nos estam os refiriendo a la
purificación judicial o jurídica. Esta clase de purificación es necesaria para la restauración
del santuario a su correcto estado; es decir, para vin dicarlo. Los conceptos en su totalidad
son parte del m ism o paquete, y la traducción “purificado” en caja preponderantem ente
dentro del contenido del pasaje. Cf. Hasel, pág. 20 4.

97
CAPÍTULO 7

Cristo y 18441:
“Y él dijo: Hasta dos m il trescientas tardes y m añanas; luego el santuario será
purificado” (Daniel 8:14)

“La cual tenem os com o segura y firm a ancla del alm a, y que penetra hasta
dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros com o precursor; hecho sum o
sacerdote para siem pre según el orden de Melquisedec” (Hebreos 6:19, 20 ).

E
n el prefacio de esta obra señalé que la razón fundam ental para
el desarrollo de la doctrina es que, com o hum anos, som os seres
lim itados y cortos de vista, casi siem pre incapaces de captar
todo lo que Dios intenta decirnos. Dadas las circunstancias, ya sean
internas o externas, la iglesia se ha afligido en ciertos m om entos cru-
ciales de su historia al experim entar un bloqueo teológico m ental que
la incapacitó tanto para conceptualizar com o para apreciar la dim en-
sión total de una situación teológica dada.
Según m i juicio, el m ovim iento m ilerista de m ediados del siglo die-
cinueve, que llegó a su clím ax en el gran chasco de 18 44, fue uno de
esos casos. Fue una época de gran expectación y elevado fervor espiri-
tual. ¡J esús habría de venir en unos cuantos añ os, luego m eses, y fi-
nalm ente días! En una declaración escrita m uchos años m ás tarde, el
seguidor m ilerista Hiram Edson describió ese fervor que abrasaba a
los creyentes a m edida que la cuenta regresiva se acercaba a su clím ax:
"Esperábam os con fiadam ente ver a J esús y a todos sus santos án-
geles con él; y que su voz llam aría a Abrahán, Isaac y J acob, y a todos
los justos del pasado y am igos queridos y cercanos que n os habían
abandonado al m orir, y que n uestras pruebas y sufrim ientos, junto

98
con nuestra peregrinación, term inarían, y que nosotros seríam os arre-
batados a recibir al Señor que venía para que estuviéram os para siem -
pre con él y habitáram os en las m ansiones de la ciudad de oro, prepa-
radas para los redim idos. Nuestras expectativas eran elevadas, y así
esperábam os la venida de nuestro Señ or, hasta que el reloj m arcó las
12:0 0 de la noche". 2
En ese trascendental día de octubre de 1844, les habría im portado
m uy poco a los ardientes m ileristas recordarles que J esús había dicho
que nadie conoce el día ni la hora del segundo advenim iento de Cristo
(Mateo 24:36). Ellos habían estudiado las profecías, habían tom ado
una posición , habían alertado a un m undo incrédulo, y decenas de m i-
les habían respondido. Esto debe ser la verdad, ciertam ente, y toda
evaluación teológica fresca —especialm ente contraria— era im pensa-
ble. En aquel estado de agitada expectación, nada ni nadie era capaz
de penetrar su bloqueo teológico m ental, dada la libertad de elección
que Dios siem pre ha perm itido. ¡Es 22 de octubre, y J esús ven drá hoy!
Pero he aquí que el reloj dio las doce cam panadas de la m ediano-
che, y J esús no vino. Una vez m ás, Hiram Edson: "El día había pasado
y nuestro chasco se con virtió en una triste realidad. Nuestras m ás pre-
ciadas esperanzas se derrum baron, y nos sobrecogió un desesperado
deseo de llorar com o n unca antes había yo experim en tado. Me parecía
que la pérdida de todos los am igos terrenales no habría sido tan dolo-
rosa com parada con esto. Lloram os y lloram os, hasta el am anecer". 3
Fue en verdad un chasco am argo, y Edson habló de haber llegado
cerca del borde del agn osticism o y la apostasía. 4 Pero el Dios que di-
sipa las tinieblas, el Misericordioso en quién había puesto su con-
fianza, no estaba lejos. A pesar de las lágrim as de Edson , la siguiente
m añana Dios se abrió paso en m edio de la situación de la m ejor m a-
nera posible. En las palabras del m ism o Edson: "El cielo pareció
abrirse a m i vista, y vi clara y distintam ente que en vez de que nuestro
Sum o Sacerdote saliera del Lugar Santísim o para venir a esta tierra en
el día diez del séptim o m es, al final de los 2,30 0 días, entró por pri-
m era vez al segundo departam ento del santuario ese día; y que tenía
una obra que realizar en el Lugar Santísim o antes de regresar a esta
tierra". 5
Esta posición fue adoptada por el grupo m ilerista que m ás tarde
sería con ocido com o Adventistas del Séptim o Día. Históricam ente ha

99
tenido un lugar m uy im portante en nuestro sistem a de creencias. 6

SIGNIFICADO DE "DENTRO DEL VELO"


El descubrim iento de Edson suscitó im portantes preguntas; la m ás
básica de todas ellas es la siguiente: ¿Estaban n uestros pioneros en lo
correcto al decir que J esús en tró en el lugar santísim o del santuario
celestial por prim era vez en 18 44 cuando, com o parece sugerir He-
breos 6:19, 20 , él entró allí in m ediatam ente después de su ascensión?
La respuesta que doy a esta pregunta es No... y Sí.
¿Por qué No? ¿Los pioneros n o estaban en lo correcto? Quiero de-
cir que a m edida que uno analiza la declaración del libro de H ebreos a
la luz del uso de la expresión "dentro del velo" en el Antiguo Testa-
m ento, parecería claro que él verdaderam ente entró en el Lugar San-
tísim o del santuario celestial si es que uno acepta la idea de un tem plo
celestial con dos com partim en tos.
En m i libro anterior sobre el santuario presenté un detallado estu-
dio de los hallazgos de Ballenger sobre el significado del velo. Por con-
veniencia, perm ítanm e darles aquí un breve resum en de su exégesis. 7
Ballenger construye su argum ento sobre el uso que da el An tiguo
Testam ento a la palabra hebrea paroketh. Señaló que en las 25 veces
que ocurre, siem pre se refiere a la cortina que separa el lugar santo del
lugar santísim o, y nunca a la cortina exterior del santuario. 8 Adem ás,
dem ostró que a la cortina exterior del santuario nunca se la designó
con el térm ino paroketh. A ésta m ás bien se la llam aba "la puerta del
tabernáculo, o alguna otra expresión sem ejante, pero nunca 'el prim er
velo'". 9
Del total de veces que ocurre paroketh, Ballenger llam ó la atención
a cinco 10 de ellas que contienen la frase "dentro del velo" y señ aló que
las expresiones siem pre se aplican al Lugar Santísim o. Por otra parte,
las expresiones "fuera del velo" y "delante del velo", ocurren ocho ve-
ces en el Pentateuco 11 refiriéndose, en cada caso, al lugar santo del
tabernáculo.
La exégesis de Ballenger no era intachable, lo cual ya se ha obser-
vado. 12 Pero las fallas son m enores y "dejan virtualm ente intactos sus
m ayores argum entos". 13

10 0
Regresando al Nuevo Testam ento para hacer un estudio de kata-
petasm a (velo), Ballenger señaló esta m ism a com prensión básica a
través de los evangelios sinópticos, observando la referencia expresa
al "velo del tem plo", com o una alusión obvia a la cortina que dividía al
lugar santo del lugar santísim o (véase Mateo 27:51; Marcos 15:38; Lu-
cas 23:35). Cuando llega al libro de Hebreos, sim plem ente arguye que
el Espíritu Santo no contradiría lo que ya había definido en las otras
partes de la Escritura. Así, Ballenger concluyó que la expresión "den-
tro del velo", en Hebreos 6:19, 20 , señala al lugar santísim o del san-
tuario celestial.
Podem os llam ar la atención, por supuesto, al hecho de que el libro
de Hebreos habla de un "segundo" katapetasm a (un segun do velo),
pero esto nos presenta inm ediatam ente por lo m enos tres problem as:
1. En contra de nuestro bien fundado enfoque adventista de con s-
truir un caso teológico sobre el peso de la evidencia escriturística, nos
encontram os buscando apoyo en un solo texto, ignorando todo el
resto.
2. Nos sentiríam os im posibilitados de explicar por qué el autor
no especificó cuál velo (prim ero o segundo) tenía en m ente en He-
breos 6:20 . ¿Por qué el uso categórico allí?
3. Si llegam os a aceptar un solo texto para probar un punto, en -
tonces podríam os vem os forzados a m antener —sobre la base de He-
breos 9:4 solam ente— que el altar del incienso estaba localizado en el
lugar santísim o del santuario terrenal, contrario a lo que sabem os por
una m ultitud de otros versículos de la Biblia.
La explicación que los com entarios dan a esta discrepancia regis-
trada en Hebreos 9:4 es intrigante, pero no debe detenem os. Baste de-
cir que el fenóm eno debería servir com o disuasivo para cualquier in-
tento de construir una posición basada sobre una variación única pre-
sentada en la expresión "segun do velo" en Hebreos 9:3.
Según m i punto de vista, la evidencia desarrollada por Ballenger
se m antiene en esencia sólida, y la pregunta sería, ¿cóm o nos relacio-
narem os con esta evidencia y la conclusión que Ballenger sacó de ella?
Hay cuando m enos tres opciones.
Una, podem os decidir que sería im propio y poco sabio aceptar la
posición de un renegado que fue tan vociferante en sus críticas a la

10 1
iglesia, particularm ente alguien cuya teología Elena de White condenó
con tanta severidad.
Dos, podem os decidir que su exégesis es deficiente, y que no im -
porta cuál sea el significado de la expresión "dentro del velo" en el An-
tiguo Testam ento y en los evangelios, en Hebreos sí señala al "lugar
santísim o" del santuario celestial.
Tres, podem os decidir que, pese a que Elena de White condenó la
teología de Ballenger (y hasta donde sé la señ ora White n o especificó
los aspectos particulares que ella encontraba m ás ofensivos), él estaba
en lo correcto en este punto. Si esto es así, entonces nuestros pioneros
no estaban en lo correcto en su punto de vista acerca de que "dentro
del velo" señala al lugar santo del santuario celestial. Quizá sea claro a
esta altura que estoy adoptando esta últim a opción. Mi punto de vista
es que si el autor de Hebreos pensaba en térm in os de "geografía celes-
tial", entonces nuestros pioneros n o estaban en lo correcto al afirm ar
que en 1844 Cristo entró al lugar santísim o del santuario celestial por
prim era vez. El Nuevo Testam ento, exceptuando el libro de Hebreos,
sin em bargo, provee am plia evidencia acerca de que en el m om ento de
su ascensión Cristo fue directam ente a la diestra de Dios, lo cual se
adm ite universalm ente com o el lugar de m ayor honor, y estaba repre-
sentado en el antiguo tabernáculo por el propiciatorio en el lugar san-
tísim o. 14
¿A qué m e refiero, entonces, al afirm ar que sí, los pioneros estaban
en lo correcto? Quiero decir que el punto esencial que yacía bajo su
elección de lenguaje era sólido. Perm ítanm e explicarlo.
Los adventistas han sido acusados de ocuparse en la "geografía ce-
lestial" cuando enseñan que Cristo com enzó su m inisterio en el lugar
santo del santuario celestial en ocasión de su ascensión y que luego
pasó al lugar santísim o en 1844. Lo que siem pre m e ha parecido cu-
rioso en cuanto a esta acusación es que precisam ente los acusados son
los m ás rápidos en enfatizar que Cristo fue directam ente al Lugar San-
tísim o.
Ahora, ¿alguien se interesa en esta así llam ada "geografía celes-
tial"? Si digo que un presiden te de los Estados Unidos recién electo
pasa un corto período de tiem po en la casa Blair después del discurso

10 2
de inauguración de su m andato, antes de m udarse a la recién desocu-
pada Casa Blanca, situada al otro lado de la calle, no sería acusado de
interesarm e en la "geografía de Washington" por la persona que dice
que el nuevo presidente va directam ente a la Casa Blanca. El hecho es
que, si m ucho, am bos estam os interesados en la "geografía de Wa-
shington".
Sin em bargo, la pregunta —para volver al pasaje de Hebreos— es si
el autor del libro estaba interesado en la "geografía celestial". Y la res-
puesta, de acuerdo con la evidencia del libro, es que no. En ninguna
parte de Hebreos se refiere el autor a un lugar santísim o del santuario
celestial en contraposición con un lugar santo. El con traste, m ás bien,
es siem pre entre el santuario terrenal y el celestial. El autor está in-
teresado en dem ostrar la superioridad del santuario y el sacerdocio
celestial frente al santuario y el sacerdocio terrenales.
En este aspecto el én fasis del escritor se pone sobre la idea de ac-
ceso ilim itado. De eso es realm ente lo que Hebreos 6:19, 20 habla. En
el Antiguo Testam ento, com o todos sabem os, sólo aquellos que por
nacim iento eran m iem bros de la tribu de Leví podían reclam ar algún
derecho de acceso al santuario m ism o y sus accesorios. Más aún, de
ese grupo sólo los descendientes de Aarón podían entrar dentro del
prim er departam ento de ese sagrado lugar. Y por últim o, sólo a un
hom bre en Israel, el sum o sacerdote reinante, se le perm itía entrar en
el interior sagrado, el lugar santísim o sobre la tierra, ¡y aun así, sólo
una vez al año, en el Día de Expiación!
La asom brosa verdad que ahora se pone en relieve en el libro de
Hebreos, es que por m edio de la cruz J esucristo ha roto todas las ba-
rreras. Cada descendiente de Adán tiene ahora pleno y libre acceso al
trono del Dios viviente. Toda persona sobre la tierra —n o im porta cuál
sea su raza, nacionalidad, posición social, estatus económ ico— puede
ahora aproxim arse al trono de la Persona Infinita, no con tem or y tem -
blor, sino con valor, con absoluta confianza, a través de la sangre de
Cristo, para alcanzar m isericordia, y hallar gracia para el tiem po de
necesidad (Hebreos 4:16; 9:11, 12, 24; 10 :19, 20). 15
Esta es la gran seguridad que el apóstol quería que su audiencia
captara en el libro de Hebreos. Él no m uestra ningún interés en la
"geografía celestial"; y siendo éste el caso, no hay conflicto esen-
cial entre la afirm ación de Hebreos 6:19, 20 y el aserto de nuestros

10 3
pioneros.
EN UN NIVEL MÁS PROFUNDO
El lenguaje de nuestros pioneros sobre este tem a no tiene por qué
avergonzam os. Ellos n o eran teólogos form ales, sino hom bres y m uje-
res com unes del siglo diecinueve que se dirigían a una audien cia de
Nueva Inglaterra de su tiem po, no dada particularm ente a pensar en
térm inos filosóficos abstractos. De hecho, los años de m ediados del
siglo diecinueve fue una época cuando los cristian os conservadores
despreciaban la filosofía y el pensam iento abstracto. 16 Eran gente
práctica, con una m entalidad pragm ática.
De m odo que las palabras de las Escrituras les llegaban acuñadas
en el sim bolism o literal del an tiguo servicio típico, sim bolism o en el
cual sus m entes ya estaban ejercitadas. En m edio de su abrum ador
chasco, los conceptos filosóficos abstractos podían hacer m uy poco
im pacto sobre ellos.
Fue así com o en el plan de Dios, se volvieron hacia el crudo y vivido
literalism o de los antiguos servicios típicos. Dios decidió encontrarlos
en el terreno donde estaban, com o lo hace con nosotros hoy. Era per-
fectam ente razonable, desde el punto de vista de los servicios levíticos,
expresar la verdad en la form a en que lo hacían. No sólo tenía sentido
para m illares de sus oyentes, sino que m isericordiosam ente los resca-
taba del chasco, la apostasía, e incluso del agn osticism o, preservando
su fe en Dios y en sus prom esas. Y la esencia de la verdad que ellos
proclam aban de esta m anera era m ucho m ás profunda que el lenguaje
literalista en el cual la expresaban.
Hay algo así com o un paralelism o en la iglesia cristiana en general
con respecto a la doctrina de la expiación. En los prim eros siglos de la
iglesia cristiana, algun os padres de la iglesia, al describir la expiación,
hicieron uso de un lenguaje m uy pintoresco y gráfico. Cristo, decían
ellos, se disfrazó, pagó un rescate al diablo, se introdujo com o ladrón
en sus dom inios, y liberó a su pueblo. Agustín fue, incluso, m ás lejos,
usando el sím il de una ratonera: del m ism o m odo en que los ratones
son atrapados en la tram pa por la cam ada, así Cristo es la cam ada por
m edio de la cual el diablo es atrapado. 17 Martín Lutero, el gran refor-
m ador del siglo dieciséis, revivió ese lenguaje vivido y literalista, y lo
usó en su predicación y enseñanza. 18

10 4
Esta form a de describir la expiación cayó bajo severa crítica de
parte de algunos historiadores del dogm a, que la caracterizaban de in-
fantil, sim plista y grotesca. 19 Pero Gustaf Aulen, el respetado h istoria-
dor y teólogo sueco de la iglesia, estaba en lo cierto cuando observaba
que tales críticas no llegan "m ás profundo que el vestido exterior", y
no hacen "ningún intento serio de penetrar detrás de la form a para
llegar a la idea subyacente. Luego expresó el punto de vista, con el cual
concuerdo, de que "el estudio histórico del dogm a es tiem po perdido
en pura superficialidad si no se esfuerza por penetrar en lo que yace
debajo del ropaje exterior, y m irar a los valores religiosos ocultos de-
bajo". 20
Según m i juicio, tales sentim ientos son relevantes para evaluar la
descripción que hacen los pion eros de lo ocurrido en 18 44. La esencia
de la verdad que expresaban —para aquellos que se interesan lo sufi-
ciente com o para m irar debajo "del ropaje exterior"—, era el hecho de
que al final del período profético de Daniel 8:14, Cristo com enzó una
nueva fase de su m inisterio, una cuyo objetivo era la vindicación final
del n om bre y el honor de Dios, la vindicación del santuario y el pueblo
de Dios, y establecer la eterna seguridad del universo.
El problem a surge cuando tenem os la im presión de que 150 años
m ás tarde nosotros estam os obligados a expresar esta verdad particu-
lar en idéntico lenguaje al que ellos em plearon. Cuan desilusionados
quedarían si se levantaran de los m uertos y descubrieran que no he-
m os hecho progresos teológicos desde su tiem po, que hem os preser-
vado incluso sus m ism as expresiones en form aldehído, que no vem os
m ás lejos ahora de lo que ellos vieron entonces, ¡ni m ás claro tam poco!
No, nosotros n os param os ahora sobre sus valientes e inspiradores
hom bros, 31 silalterar ni un solo tablón de las colum nas básicas de la
fe, percibim os en realidad una visión m ás clara. Sostener hoy que des-
pués de su gran victoria en la cruz, nuestro inm aculado Sum o Sacer-
dote fue con finado a una sección literal del santuario celestial durante
1,8 0 0 años, podría ser teológicam ente incongruente e intolerable.
Quizá una m ejor m anera de expresar la m ism a verdad que se le
reveló a Hiram Edson esa m añana llena de lágrim as sería com o sigue:
En la ascensión Cristo entró a la presencia de Dios (y al decirlo, arm o-
nizam os con el Nuevo Testam ento) y allí com en zó "un m inisterio del
prim er departam ento" (en arm onía con el antiguo servicio típico). Al

10 5
final de los 2,30 0 días (años) en 18 44 (en arm onía con el libro de Da-
niel), com enzó "un m inisterio del segundo departam ento" (en arm o-
nía con el antiguo servicio típico del Día de Expiación ), es decir, la res-
tauración o vindicación o purificación del santuario celestial (en ar-
m onía con Levítico 16 y Daniel 8 :14).
Esto, según pienso, es la esencia del m ensaje que Dios nos h a en-
com endado com o su pueblo. Y cuando sonó la hora profética en 1844,
se vio a los ángeles en plena m isión volando en m edio del espacio, te-
niendo el evangelio etern o para predicarlo a los que m oran en la tierra:
a toda nación, tribu, lengua y pueblo, anunciando en tonos de clarín
esta portentosa y gloriosa nueva dim ensión del m inisterio de Cristo en
el santuario celestial: "Tem ed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de
su juicio ha llegado" (Apocalipsis 14:7).

Una lam entable incom pren sión del espectro y las im plicaciones de
esta dram ática nueva fase del ministerio de Cristo fue lo que condujo
al gran chasco de 18 44. Y yo creo que será una total com prensión y
proclam ación de esta n ueva dim ensión de aquel gran "m inisterio del
segundo departam ento" en el santuario celestial la que traerá a las na-
ciones y a los individuos a un encuentro largam ente retardado con el
destino.

Referencias
1 Me siento com pletam ente satisfecho con respecto a esta fecha en térm inos de los 2,30 0

días m en cionados en Daniel 8 :14. Yo n o hago una defen sa de ella aquí. Para con ocer la
posición histórica adventista sobre este asunto, véase Adam s, The Sanctuary Doctrin e,
págs. 42-45, especialm en te la pág. 43, n. 1. Para un a reciente interpretación de Daniel 8 :14
véase Hasel, en The Sanctuary an d the Aton em ent, págs. 177-227. Para la in tegridad de la
fecha del 22 de octubre para el Yom Kippur en 18 44, véase Shea, Selected Studies in Pro-
phetic In terpretation págs. 132-137.
Durante la Segun da Guerra Mundial, los britán icos descifraron el código m ilitar nazi, y
Winston Ch urchill, en el fon do de un Bunker, bajo las calles de Lon dres, pudo recibir ad-
vertencias por adelantado de las inten ciones m ilitares nazis. Los teóricos m ilitares podrían
argüir si el m étodo seguido para descifrar el código fue correcto, si se siguieron los princi-
pios correctos de interpretación. Pero en lo que a los estrategas m ilitares británicos con-
cierne, lo im portante fue que el código secreto se había descifrado. A través de la divina
providencia, el código de Daniel 8 :14 y 9:24-27 ha sido descifrado y la fecha de 18 44 ha
sido establecida. Si alguien tien e una m ejor explicación, tenga la bon dad de hacérm elo
saber.
2 Hiram Edson, fragm en to de m anuscrito. Heritage Room , J am es White Library, Univer-
sidad An drews, Berrien Springs, Michigan.

10 6
3 Ibíd.
4 Ibíd.
5 Íd., pág. 7 (la cursiva es n uestra).
6 Para un a explicación com pleta véase El conflicto de los siglos, págs. 419-422.
7 Para un a explicación m ás com pleta véase The Sanctuary Doctrin e, págs. 10 8 -112.
8 El lector puede com probar la validez de esta afirm ación exam in an do los siguientes tex-
tos: Éxodo 26:31, 33, 35; 27:21; 30 :6; 35:12; 36:35; 38 :27; 39:34; 40 :3, 21, 22, 26; Levítico
4:6, 17; 16:2, 12, 15; 21:23; 24:3; Núm eros 4:5; 18 :7; 2 Crónicas 3:14.
9 Véase The San ctuary Doctrine, pág. 10 9.
10 Véase Éxodo 26:33; Levítico 16:2; 16:12; 16:15; Núm eros 18 :7.
11Éxodo 26:35; 27:20 , 21; 30 :6; 40 :22; 40 :26; Lev. 4:6; 4:17; 24:1-3. En realidad las ocu-
rrencias de Ballenger fueron seis en total. El pasó por alto Éxodo 30 :6 y contó las referen-
cias en Éxodo 40 :22, 26 com o una. Véase Ballenger, Cast Out, págs. 29, 30 .
12 Véase The San ctuary Doctrine, págs. 10 9, n. 2; 110 , n. 3; 144, 145.
13 Íd., pág. 145.
14Véase Marcos 16:19; Hech os 5:31; Efesios 1:20 ; Colosenses 3:1; Hebreos 8 :1; Apocalipsis
3:21.
15 Un excelente libro sobre este tem a es In Absolute Confiden ce, por William G. J ohnsson.

Com o una rápida m uestra de las ideas desarrolladas en esa obra, véase las págs. 116-118 .
16 Esta actitud podría trazarse hasta sus raíces en el Pietism o Continen tal del siglo dieci-
ocho y hasta el Metodism o. Estos m ovim ientos represen taron una reacción contra "las
disquisiciones de los teólogos escolásticos o especulaciones de los filósofos" (J usto L. Gon-
zález, A History of Christian Thought [Nashville: Abingdon Press, 1975], tom o 3, pág. 274;
cf. págs. 28 7-28 9). Véase tam bién una descripción del contexto social y religioso de la vida
en Nueva Inglaterra en el período justo antes de m ediados del siglo diecin ueve en Sydn ey
E. Ahlstrom , A R eligious H istory of the Am erican People (New Haven, Conn.: Yale Uni-
versity Press, 1972), págs. 373, 438 , 443.
17Gustaf Aulen, Christus Victor: An Historical Study of the Three Main Ty pes of the Idea
of Atonem ent, trad. A. G. Herbert (Nueva York: MacMillan Publishing Co., Inc., 1969),
pág. 53.
18 Íd., págs. 10 3, 10 4, 10 9.110 .
19 Íd., págs. 10 , 47.
20 Íd., pág. 47.

10 7
CAPÍTULO 8

El juicio previo al
advenimiento

L
os adventistas se han referido históricam ente a un “juicio in-
vestigador” que se lleva a cabo en el santuario celestial. Este
juicio, tal com o lo concebim os, representa la segunda y últim a
fase del m inisterio sacerdotal de Cristo a favor de la hum anidad. Ac-
tualm ente en sesión, este juicio im plica el exam en de las vidas indivi-
duales del pueblo de Dios, vivas y m uertas.
Quizá sea oportuno decir que ninguna otra doctrina adventista ha
sido objeto de m ayor ridiculización y oposición que ésta. La reacción
de los teólogos no adventistas ha sido casi totalm ente negativa, y al-
gunos de ellos ven la doctrina com o un recurso para salvar el prestigio
al explicar el fracaso de 18 44. Incluso dentro de la m ism a Iglesia Ad-
ventista n o faltan quienes hayan expresado una que otra vez fuertes
recelos acerca de ese concepto. 1
Al evaluar esta reacción llego a la conclusión de que el com ún de-
nom inador de todas estas opin iones negativas es la percepción de que
el concepto de un juicio investigador parece opon erse a la doctrina de
la justificación por la fe y la seguridad cristiana. Este fue claram ente
el caso del expulsado m inistro-evangelista adventista Albion Fox Ba-
llenger. 2

10 8
Ballenger com enzó su m inisterio en la iglesia adventista en la dé-
cada de 18 8 0 , la cual se caracterizó por agitadas discusiones acerca de
la justificación por la fe en el seno del adventism o. Y aunque es difícil
puntualizar hasta qué grado fue influido por este debate, particular-
m ente cuando llegó a su clím ax en 18 8 8 , fuera de toda duda esta doc-
trina llegó a dom inar con el tiem po su teología. 3
Pero (es esto es sum am ente significativo) puesto que el debate de
188 8 tuvo que ver con énfasis conflictivos relativos a la ley versus la
gracia, el interés de Ballenger en la justificación por la fe tuvo poco que
ver, si es que en algo influyó, con un énfasis excesivo adventista sobre
la ley. “La base de su denuncia fue, m as bien, la interpretación adven-
tista de la doctrina del santuario”. Para él, esto era el corazón del lega-
lism o adventista. 4
Según esta consideración, cuando Ballenger adoptó su reinterpre-
tación radical de la doctrina adventista del santuario intentó desarrai-
gar de ella toda sem illa de legalism o. Curiosam ente, retuvo todos los
com ponentes m ás sobresalientes de la teología tradicional adventista
del santuario, con una sola excepción: el juicio investigador, que repu-
dió com pletam ente. 5 Al igual que otros críticos de esta enseñanza ad-
ventista, la consideró una clara enem iga de la justificación por la fe y
la seguridad cristiana.

EL J UICIO: UNA INDISCUTIBLE ENSEÑANZA DEL NUEVO


TESTAMENTO
Los adventistas son veteran os en las lides de oposición y conflicto,
y nuestros críticos han quedado vez tras vez frustrados por nuestra
capacidad de absorber sus escarnios teológicos. La iglesia es indife-
rente, especialm ente cuando la crítica es frágil, com o ocurre en este
caso. Porque si la noción de un juicio investigador es enem iga de la
justificación por la fe, ¿entonces por qué no lo es toda noción de juicio
per se?
Nadie puede n egar la verdad de que el juicio sea una enseñ anza
fundam ental del Nuevo Testam ento. De una plétora de pasajes sobre
este tem a, aquí presentam os algunos:
“Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para
ti m ism o ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de

10 9
Dios, el cual pagará a cada uno conform e a sus obras” (Rom anos 2:5,
6). (Según los versículos 7 y 8 , algunos recibirán “vida eterna”; otros,
“ira e indignación”).
“Porque si pecárem os voluntariam ente después de haber recibido
el con ocim iento de la verdad, ya no queda m ás sacrificio por los peca-
dos, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que
ha de devorar a los adversarios… Pues conocem os al que dijo; m ía es
la venganza; yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez, el Señor juzgará
a su pueblo” (Hebreos 10 :26-30 ).
“Porque es necesario que todos n osotros com parezcam os an te el
tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho
m ientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea m alo” (2 Corintios 5:10 ).
“Porque es tiem po de que el juicio com ience por la casa de Dios; y
si prim ero com ienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no
obedecen al evangelio de Dios?” (1 Pedro 4:17).
Y hay preguntas profundam ente arraigadas dentro de n osotros
que dem andan un juicio. ¿Quién m ató al líder laboral n orteam ericano
J im m y Hoffa? ¿Im porta de veras? ¿Fue el tan sólo un grano de polvo
en el am plio panoram a de la eternidad, que deba borrarse sin explica-
ción? ¿Hubo conspiración en el asesinato de J ohn F. Kenn edy y Mar-
tin Luther King, J r.? ¿Qué en cuanto a los perpetradores del crim en
organizado – en particular, el tráfico de alcohol y otras drogas peligro-
sas que hace dinero a cam bio de convertir en gelatina el cerebro de
niños y jóvenes y m ata a m illones de personas en todas las carreteras
del m undo a través de chóferes o conductores ebrios?
¿Y qué acerca de los crim inales de cuello blanco que evaden y vio-
lan la ley cada día? A fines de la década de 1198 0 un gigantesco escán-
dalo financiero sacudió a Norteam érica. Los oficiales de los bancos y
asociacion es de préstam o en m uchos estados fueron acusados de prác-
ticas de in versión im prudentes durante un período de varios años…
por la cantidad de m illones y m illones de dólares.
Un cáustico com entario sobre el escándalo en palabras del en ton-
ces gobernador de Nueva York, Mario Cuom o, tiene im plicaciones
para el juicio y la justicia. Dijo Cuom o: “Si tú eres un m uchacho de
South J am aica [Queens, Nueva York], y te agarran con las m anos en
la m asa robando una pieza de pan, te enviarán a Rikers Island [una

110
fam osa penitenciaría], y serás sodom izado la prim era noche que pases
allí. Pero si eres un hom bre de negocios que n os quitas m iles de m illo-
nes de dólares, ellos saldrán y jugarán golf contigo”. 6
¿Y qué de los m illon es de hom bres, m ujeres y niños in ocentes que
son arrebatados de sus fam ilias en horas de la n oche – algun os incluso
en pleno día– por asesin os de sangre fría y nunca m ás se sabe de ellos?
¿Alguien será tenido por responsable cuando los que tienen el poder
m atan a civiles in defensos e in erm es? ¿Y qué en cuanto a los crím enes
com etidos diariam ente contra infantes y niños in ocentes, algunas ve-
ces por sus propios padres o sus guardianes en la intim idad de sus ho-
gares? ¿Nadie será tenido por respon sable? ¿Saldrán libres los m ás vi-
les im píos del m undo, y se reirán im punem ente de la decencia y la
m oralidad en su propia cara?
La m ás elem ental justicia hum ana, aparte de las Escrituras, clam a
por el juicio. Y aquellos que arguyen que el juicio es, de alguna m anera,
enem igo de la seguridad cristiana, o del plan divino de salvación, m a-
linterpretan gravem ente esta dim ensión básica del alm a hum ana: la
dim ensión de rendición de cuentas. Y esto, precisam ente, es lo que la
Escritura ofrece.
Si nuestras necesidades de seguridad y nuestro énfasis en la justi-
cia por la fe, tan válidos com o son, opacan la enseñanza bíblica del
juicio, entonces hem os perm itido que se con viertan en una obsesión.
La justificación por la fe y la seguridad cristiana son necesidades fun-
dam entales de la enseñanzas del Nuevo Testam ento. Pero tam bién lo
es el juicio. No ganam os nada, ni teológica ni experiencialm ente,
cuando intentam os negar o neutralizar algunas de ellas.
Com o teólogos y estudiosos de la Biblia, no cream os teología, la
descubrim os. Esto im plica que nosotros nos deten gam os ante la Pala-
bra y escuchem os. Perm itir que cualquier én fasis bíblico en particular
dom ine nuestro pensam iento com o para que se convierta en la prueba
del ácido de la validez de todas las dem ás, es bloquear el proceso de
escuchar. Ese fue el estado m ental que condujo a Martin Lutero, aquél
gran reform ador, a repudiar el libro de Santiago.
La m adurez teológica intenta m antener el equilibrio (algunas ve-
ces en ten sión) de varios tem as fundam entales de la Biblia. Así, no im -
porta cuánto afirm em os la justificación por la fe y cuán fuerte sea

111
nuestro énfasis sobre la seguridad cristiana, n o podem os repudiar la
idea del juicio si deseam os perm anecer fieles a la Escritura.

BASES PSICOLÓGICAS DE LA CRÍTICA


A la luz de la certera afirm ación del juicio que hace el Nuevo Tes-
tam ento, ¿por qué la persisten te y vigorosa crítica de la posición ad-
ventista? Mi observación en este punto sugiere dos posibles razones,
am bas esencialm ente psicológicas.
La prim era tiene que ver con el hecho de que el juicio investigador
está en progreso. Los adventistas siem pre han enseñado que este jui-
cio está en sesión ahora, un an uncio que puede potencialm ente poner
nervioso a cualquiera que alguna vez haya sido obligado a com parecer
ante un tribunal hum ano, y quien todavía recuerda la estridente voz
del secretario que ordena a todos a ponerse de pie porque el juez está
por entrar. El veterano abogado Louis Nizer recuerda que “en la m a-
ñana del juicio todos los indicios físicos de una insoportable trepida-
ción son evidentes. Las m anos están húm edas y frías, las cejas… hú-
m edas, las m ejillas… descoloridas y enferm izam ente pálidas, los
ojos… con ojeras, las voces… roncas, hay bostezos artificiales, labios
secos… y frecuentes visitas al baño”. 7
Un juicio final de los tiem pos, o después del m ilenio, no tiene el
m ism o im pacto psicológico. La distancia tiende a m inim izar su terror.
Incluso m enos perturbador – m ucho m en os– es el artificio teológico
que pon e este juicio en la cruz…hace m ucho tiem po y en un lugar m uy
lejano.
¿Pero un juicio que sesiona ahora? ¡Eso pone n ervioso a cual-
quiera!
La segunda razón está esencialm ente atada a la prim era y gira al-
rededor de la palabra “investigador”. Ésta, unida al hecho de que el
evento está en sesión ahora, conjura la im agen de un cristiano bajo
vigilancia por una brigada celestial investigadora las 24 horas del día.
Para elevar la tensión aún m ás, algunos adventistas incluso h an suge-
rido que esta audiencia que sesiona perm anentem ente puede tom ar el
caso de cualquier persona viva en cualquier m om ento, pronuncia su
veredicto final y entonces term ina el tiem po de gracia para ese indivi-
duo. Si esto ocurriera en algún m om ento cuando se perm itió com eter

112
el m ás pequeño pecado o error en la vida, la persona está perdida para
siem pre. 8 Encuentro m uy in structivo que este punto de vista del jui-
cio investigador fuera el que aceptaba Ballenger quien, com o se ha in-
dicado, con el tiem po repudió la doctrina en su totalidad. 9
Los adventistas que están preocupados por la im agen de la iglesia
verán la necesidad de refinar las cosas en aquellas áreas de nuestra
teología que nos hace presa fácil de la incom prensión y el ridículo. No-
sotros difícilm ente podem os darnos el lujo de perm itir que la iglesia
sea descrita com o algo m enos que “la depositaria de las riquezas de la
gracia de Cristo y m ediante la iglesia se m anifestará con el tiem po ‘aún
a los principados y potestades en los lugares celestiales’ (Efesios 3:10 ),
el despliegue final y pleno del am or de Dios”. 10

HACIA UNA RESPUESTA EFECTIVA


Si hem os captado correctam ente las razon es que están detrás de la
reacción negativa contra la doctrina que nos ocupa, entonces es pro-
bable que estem os en posición de sugerir una posible respuesta. Ha-
biendo identificado el térm in o “investigador” com o la palabra clave en
todo este debate, parecería lógico que nos preguntáram os dos cosas
acerca de este expresión: 1) ¿Cóm o llegam os a ella en prim er lugar? 2)
¿Se puede prescindir de ella?
Origen de la expresión “juicio inv estigador”: Durante m uchos
años sostuve el punto de vista de que J aim e White había acuñado la
frase “J uicio Investigador”, usándola por prim era vez en su artículo
publicado en la Rev iew el 19 de enero de 18 57. 11 Más recientem ente,
sin em bargo, otro escritor adventista ha atribuido su uso por piedra
vez a cierto Elon Everts en una carta dirigida al director de la Review ,
fechada el 17 de diciem bre de 18 56, y publicada en el núm ero del 1 de
enero de 18 57. 12 Lo que ahora encuentro confuso es cóm o fue que una
expresión, que aparece por prim era vez en una carta dirigida a la co-
lum na del 1 de enero del director, podía hallar un uso tan difundido
en un artículo de J aim e White apenas cuatro sem anas después de pu-
blicada. Es evidente que hay una con siderable am bigüedad aquí y se
necesita un estudio m ás detenido para aclarar los hechos.
Sea com o fuere, la expresión llegó a ser de un uso general entre
los prim eros adventistas. Sin em bargo, fue esencialm ente un térm ino
de con veniencia, y no todos estaban de acuerdo con él. Urías Sm ith

113
daba a entender que él cam biaría a un lenguaje m ás apropiado si podía
hallarlo. 13 Es evidente, sin em bargo, que nadie pudo encontrar un tér-
m ino m ás apropiado. Y siendo que realm ente no había una agitación
significativa dentro del adventism o prim itivo con respecto a su pro-
piedad teológica, su uso fue aceptado y difundido entre todos los pio-
neros, incluyendo Elena G. de White. 14
¿Se puede prescindir de ella? Nosotros acostum brábam os hablar
acerca de la “recolección de la cosecha”, pero ya no lo hacem os. Ho
sólo decim os “Recolección”, y el program a continúa. Acostum brába-
m os decir “Sociedad De J óven es Misioneros Voluntarios”, paro ya no
nos expresam os m ás así. Ah ora decim os “J óvenes Adventistas” y el
program a continúa. Acostum brábam os hablar de “Sociedad Misio-
nera del Hogar”, y del “Departam ento de Actividades Laicas”, pero ya
no usam os m ás esas expresiones. Ahora hablam os de “Ministerios de
la Iglesia”, y el program a continúa.
Acostum brábam os hablar de “SAWS” (Seventh-day Adv entist
W elfare Service) [el equivalen te en m uchos países de habla hispana a
la tradicional sigla OFASA (Obra Filantrópica y Asistencia Social Ad-
ventista)], pero ya no lo hacem os m ás. Hoy acostum bram os decir
“ADRA” (Agencia de Desarrollo y Recursos Asistenciales). Todavía re-
cuerdo m i consternación cuan do escuché por prim era vez el cam bio.
“¿Por qué cam biar algo bueno que está m archando?”, pregunté. Pero
al verlo todo retrospectivam ente, endoso el cam bio totalm ente.
“ADRA” expresa m ucho m ás am pliam ente lo que hacem os. El pro-
gram a continúa, y m ucho m ejor que antes.
¿Qué ocurriría si abandonáram os la expresión “juicio investiga-
dor”? ¿O nos pone esto en un nivel diferente de los ejem plos anterio-
res?
Hacem os aquí una pausa para reconocer la delicadeza de esta pre-
gunta. Suena m ás o m en os com o a jugar con los fundam entos. Según
el punto de vista de algun os, cualquier m odificación de nuestra posi-
ción teológica, cualquier revisión de la term in ología, n o im porta cuán
pequeña – sea en pro de la claridad, la precisión o la prudencia– cons-
tituye una traición a la fe. Pero ésta no fue la posición de Elena de
White. “Cuando el pueblo de Dios está cóm odo y satisfech o con la luz
que tiene en el m om ento, podem os estar seguros de que él no los fa-

114
vorecerá. Es su voluntad que siem pre nos estem os m oviendo hacia de-
lante, para recibir la creciente y siem pre increm entada luz que brilla
sobre ellos”. 15
Esto no da licencia, por supuesto, para que cualquier teólogo chi-
flado que sostiene otra teoría a m edio cocinar la introduzca de contra-
bando en la iglesia, sino que trata de alejarnos m ás bien de una orto-
doxia estrecha y poco científica.
Con esto en m ente, n os aventuram os a sugerir que el térm ino “in-
vestigador” (y por favor, n ote que lo único que estam os haciendo es
tratar la term inología) no es absolutam ente in dispensable para que se
sostenga el concepto del juicio en cuestión . Y si tenem os en m ente la
presentación casual e inform al en la cual la palabra fue incorporada a
nuestro vocabulario adventista, no le concederem os m ás reverencia de
la que m erece. Adem ás, que los pioneros fueran capaces de salir ade-
lante con la doctrina durante m uchos años sin ella, debiera advertir-
nos contra la adopción de una “m entalidad de sitio” en este punto.
Term inología sustitutiva. Si en algún m om ento n os pusiéram os
de acuerdo en abandonar el térm ino “investigador”, habría cuatro ra-
zones para que la expresión “previo al advenim iento” fuera su susti-
tuto. 16
1. Aceptación dentro de la iglesia. La expresión “previo al adve-
nim iento” ya está probada, 17 y encuentra rápida aceptación dentro del
adventism o contem poráneo. Es im portante que aquellos que procla-
m an una verdad particular se sientan cóm odos con el lenguaje usado
en su proclam ación. ¿De qué otra m anera podrían hacerlo con el m a-
yor fervor?
2. Apologética. Sólo la eternidad revelará la vasta cantidad de
tiem po y en ergía gastados en años de controversias y debates por el
uso de la expresión “juicio investigador”. Si llegara a ser inevitable di-
cho conflicto deberíam os estar preparados para librarlo hasta el fin de
los tiem pos. ¿Pero en verdad lo es? La tarea de la apologética adven-
tista, a m i juicio, es articular nuestra teología en un lenguaje claro, li-
bre de am bigüedades y, hasta donde sea posible, in ofensivo. Nuestro
objetivo es la com unicación y nuestro propósito, la aceptación. Nues-
tro testim onio no es necesariam ente m ás auténtico sim plem ente por-
que la gente n os ridiculiza. Siem pre deberíam os asegurarnos de que
no m erecem os ser ridiculizados.

115
De acuerdo con esto, el carácter inocuo del térm ino “previo al ad-
venim iento” es una fortaleza. Un sim ple atributivo, no atrae la aten-
ción em ocional hacia él. Desarm a a nuestros críticos, perm itiéndoles
a ellos – y a nosotros– con cen trarnos rápidam ente y sin distracción
indebida, en la cuestión prim aria que nos im porta: el juicio. Y sin em -
bargo, un punto esencial de este juicio especial es que precede al se-
gundo advenim iento de Cristo.
3. Facilidad de dem ostración. No siem pre ha sido fácil dem ostrar
con claridad la particular n oción del juicio investigador en la Escri-
tura. Sin em bargo, el concepto de un fallo previo al advenim iento ca-
racteriza com pletam ente la escatología bíblica.
Por ejem plo, en Daniel 12:1 se nos in form a de un tiem po escato-
lógico de crisis del cual sólo aquellos “que se hallen escritos en el libro”
serán rescatados. Y en el registro apocalíptico de Mateo 24, aprende-
m os que en el tiem po de la Parousía una fuerte trom peta reunirá a
todos los “elegidos de los cuatro vientos” (versículo 31). El contexto de
estos dos pasajes im plica claram ente una determ inación previa de la
condición espiritual de esos in dividuos.
En Apocalipsis 16 las siete últim as plagas, com o m isiles teledirigi-
dos, persiguen únicam ente a aquellos que tienen “la m arca de la bes-
tia”. Es obvio que habrá habido una evaluación previa para aplicar la
m arca legítim am ente a unos y no a otros.
El lugar clásico de la Escritura para el concepto de un juicio previo
al advenim iento es Daniel 7. En este pasaje apocalíptico, el profeta ob-
serva en visión las nefandas actividades del “cuern o pequeño” sobre la
tierra, y sim ultáneam ente ve una escena de juicio en el cielo. Vuelve a
cam biar la visión del cielo a la tierra, estudiando estas dos im presio-
nantes escenas, hasta que el n otable “cuerno pequeñ o es destruido y
el juicio dado a favor de los san tos (Daniel 7:22). Arthur Ferch, en una
disertación dada en 1979, dem ostró con éxito que estas dos activida-
des acontecen dentro del tiem po histórico y que, por lo tanto, el juicio
de Daniel 7 es previo al advenim iento. 18
Uno no debe m encionar el inútil argum ento, com o hacen algunos
críticos, que siendo que Dios conoce todas las cosas, el concepto de un
juicio previo al advenim iento es errático in necesario. Tal enfoque, lle-
vada a sus últim as con secuencias, repudiaría toda la noción bíblica de

116
juicio, y n o sim plem ente la idea de un juicio previo al advenim iento.
Tal noción surge de una superficialidad teológica que no puede pene-
trar m ás allá del m undo visible a los m undos y sistem as de inteligen-
cias creadas quienes, si el universo ha de estar seguro, deben quedar
satisfechas con la totalidad del proceso divino de elección. Y el gran
conflicto tiene que ver con el hecho de que tales inteligencias no son
todas am igables (Efesios 6:12; Apocalipsis 12:7-12).
4. Adaptación del lenguaje. La dificultad experim entada por los
prim eros adventistas de encon trar un térm ino m ejor para reem plazar
a juicio investigador, fue casi ciertam ente un resultado, en parte, de su
propio concepto restringido de la naturaleza y los alcances de la acti-
vidad involucrada. Ellos percibían sólo el aspecto subjetivo de este jui-
cio, que tenía que ver únicam ente con nuestra posición personal de-
lante de Dios. Su preocupación con este solo aspecto servía para ce-
garlos ante los otros tem as com ponentes, del m ism o m odo com o la
preocupación por la justificación pro la fe y la seguridad cristiana cie-
gan a algunos hoy ante el énfasis bíblico del juicio.
Los teólogos adventistas con tem poráneos, sin em bargo, de pie
com o están sobre los hom bros de estos fornidos pioneros, se han
vuelto cada vez m ás con scientes del alcance de la actividad de este jui-
cio. Esto los ha llevado a preguntarse si la palabra “investigador” es
suficientem ente am plia com o para describirla.
Esto se hace especialm ente evidente a partir de una consideración
de Daniel 7. Claram ente se ve que en este capítulo el “cuerno pequeño”
es el objetivo m ayor del juicio. Este hecho sólo basta para m ostrar que
este juicio tiene un m arco de referencia m ás abarcante del que nues-
tros pioneros fueron capaces de ver en su tiem po.
Las dim ensiones se expanden cada vez m ás cuando com param os
las actividades descritas en Daniel 7 con las de Apocalipsis 12:14. Que
estas dos secciones apocalípticas de la Escritura son paralelas y com -
plem entarias, está m ás allá de todo cuestionam iento, com o lo de-
m uestran los siguientes ejem plos:
a. En Daniel 7:25 los santos de Dios son perseguidos por “tiem po,
tiem pos, y el m edio de un tiem po”. Esto se responde en Apocalipsis

117
12:14, donde la m ujer – la iglesia de Dios– es reducida a la clandesti-
nidad a causa de la persecución por “tiem po, tiem pos y el m edio de un
tiem po”.
b. En Daniel 7:25, el cuerno pequeño habla “palabras contra el
Altísim o” y continúa haciéndolo durante tres tiem pos y m edio (o cua-
renta y dos m eses). En Apocalipsis 13:5, la bestia habla “grades cosas
y blasfem ias” contra Dios y continúa haciéndolo por “cuarenta y dos
m eses”.
c. En Daniel 7:25, el cuerno pequeño intenta cam biar los tiem pos
y la ley. En Apocalipsis 12:17, el dragón se llena de ira contra los que
guardan los m andam ientos de Dios.
d. En Daniel 7:25, 22-27, la persecución del pueblo de Dios es se-
guida del juicio contra sus perseguidores y una sentencia en su favor.
En Apocalipsis 14:6 en adelante se anuncia el juicio contra los perse-
guidores, y (versículos 12, 13), se pronuncia una bienaventuranza a fa-
vor de los santos.
Dos cosas em ergen de estos n otables paralelism os: a) el juicio en
Daniel 7 es posterior a la cruz, y ocurre después del fin de los cuarenta
y dos m eses o 1260 años m encionados en los dos registros; y b) el al-
cance del juicio es universal.
Un alcance m ás am plio. Apocalipsis 12 y 13 desenm ascara al poder
que está detrás de la bestia (el “cuerno pequeñ o” de Daniel 7), descri-
biéndolo com o el dragón, la serpiente antigua, que se llam a diablo y
Satanás, que engaña al m undo entero” (Apocalipsis 12:7-9; Cf. Apoca-
lipsis 13:1-3). A través de sus actividades este engendro del m al pro-
nuncia blasfem ias contra Dios y contra el nom bre del Dios, contra el
santuario de Dios, y contra los que m oran en el cielo (Apocalipsis
13.6). ¡En otras palabras, Dios m ism o es acusado! Y aquí está el lado
objetivo de este juicio, que nuestros pioneros no vieron claram ente, o
por lo m enos no discutieron.
Para estar seguros, este juicio separa a los verdaderos santos de
Dios de las m ultitudes que profesan falsam ente su nom bre, y en este
sentido quizás pueda ser llam ado “investigador”. 19 Mantenga en
m ente que en este gran juicio se abren los “libros”. Sea el que fuere el
significado de esto, la idea de evaluación, de escrutinio – de in vestiga-
ción, si usted gusta– n o puede ignorarse. “No todo el que m e dice: Se-

118
ñor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sin o el que hace la volun-
tad de m i Padre que está en los cielos (Marcos 7:21). La evaluación es
parte esencial de este juicio, y es este aspecto el que im presionó a
nuestros pioneros. ¿Inquietante? Sí. Pero eso era precisam ente lo que
significaba la aflicción del alm a en Yom kippur (véase Levítico 23:26-
32).
Pero el alcance de este juicio es m ucho m ás am plio y no puede
subasum irse bajo la palabra “investigador”. Su interés m ás abarcante
es el concepto de vindicación: vindicación del santuario de Dios, vin-
dicación del nom bre de Dios, vindicación del pueblo de Dios.
El significado total de todo esto está m ucho m ás allá de nosotros,
por supuesto. Pero ciertam ente el foco está en el santuario celestial: el
asiento de la ley y el gobiern o de Dios, el centro nervioso de la salva-
ción hum ana. Sobre su vindicación pende la seguridad del universo.
De allí el asom broso significado teológico de aquella declaración críp-
tica en Daniel 8:14: “Hasta dos m il trescientas tardes y m añanas: luego
el santuario será purificado”.
Este asunto está m uy por encim a de los enfoques em ocionales de
la religión que solo producen aplausos, m ovim ientos y am en es que pa-
san por teología evangélica en la actualidad. Es un m ensaje que pre-
senta la realidad com pleta tal cual la conocem os a través de la expe-
riencia, la observación y la revelación.
El juicio que ahora está vigen te, entonces, aclara la cuestión del
am or y la justicia de Dios antes del segundo advenim iento. Confirm a
la validez y legalidad del plan de salvación. Y lleva en su veredicto la
vindicación final del pueblo de Dios. Es contra este fondo que hem os
de com prender el jubiloso clam or de aquel m ensajero celestial de Apo-
calipsis 18:20 : “Alégrate sobre ella, cielo, y vosotros, santos, apóstoles
y profetas; porque Dios os ha hecho justicia en ella”.
Com o creyentes en J esús, con sideram os el juicio previo al adveni-
m iento desde dos perspectivas. Viéndolo, por una parte, com o el anti-
tipo del antiguo Día de Expiación en Israel, nosotros “afligim os nues-
tras alm as” com prendiendo los tiem pos solem nes en los cuales vivi-
m os. Pero por otra parte, con nuestra fe firm em ente plantada en J e-
sucristo, nuestro Gran Sum o Sacerdote dentro del velo, n o tenem os
absolutam ente nada que tem er. Y com prendiendo toda la actividad

119
desde la perspectiva de la vindicación – tal com o se revela en los libros
de Daniel y Apocalipsis – n o sólo no tenem os nada que tem er sino, en
verdad, tenem os la m ás profunda razón para regocijarnos con gozo
inefable.

Referencias
1Desm ond Ford h a hech o todo un catálogo de adventistas que supuestam ente tienen se-
rias reservas acerca de la doctrina. Véase “Daniel 8 :14, el Día de la Expiación y el Juicio
Investigador“ (m an uscrito no publicado, 198 0 ), pp. 47-147. Ford sostiene que la doctrina
no está en la Biblia, p. 14)
2 Véase Adam s, The Sanctuary Doctrin e, pp. 10 4-10 7; Cf. Ford, p. 42.
3 Véase The San ctuary Doctrine, pp. 10 4-10 7.
4 Íd., p. 10 7.
5 Íd., p. 137
6 Washington Post, 27 de m ayo de 1990 , p. A1
7 Louis Nizer, Mi Life in Court (Nueva Cork; Pyram id Publications, In c, 1944), p. 39.
8Esta am edrentadora in terpretación, que todavía se escucha en algunos púlpitos, afortu-
nadam ente no puede apoyarse en ninguna declaración doctrinal adven tista.
9 The San ctuary Doctrine, pp. 135, 136.
10 Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, p. 9.
11 The San ctuary Doctrine, p. 8 1.
12 Paul Gordon, The San ctuary , 18 44 an d the Pioneers, p. 8 7.
13Véase Sm ith “The Sanctuary”, Review and Herald, 18 de septiem bre de 18 8 7. CF. The
Sanctuary Doctrine, p. 8 1. Evidentem ente Dios n o vio apropiado revelarle un térm ino es-
pecial que sirviera de reem plazo a su profeta. Dados los m últiples asuntos que se m aneja-
ban en ese tiem po, éste no era, claram ente, un asunto urgente. Por eso, la señora White
usó el térm in o que estaba a su alcan ce. No tenem os por qué concluir; sin em bargo, sin
em bargo, que el uso del térm ino lo hace irrem plazable.
14 Ibíd.
15 Elena G. de White; Conusels to W riters and Editors, p. 41.
16 Ya había hecho esta sugeren cia en The Sanctuary Doctrin e, pp. 260 -262.
17La palabra había estado en uso en círculos adventistas durante por lo m enos 30 años.
Véase W. E. Read en Doctrinal Discussions, capítulos 2 y 3. Este libro es una com pilación
de artículos especiales de la revista Min istry que aparecieron en 1960 y 1961.
18 Véase Arthur Ferch, The Son of Man in Dan iel 7. Para un resum en de esta eviden cia,

véase Ferch, “The Pre-Advent J udgm ent”, Adv entist Review , 30 de octubre de 198 0 ,
págs.4-6.
19Probablem ente necesitam os reconocer, sin em bargo, que la idea de un “juicio investiga-
dor” no es viable en la jurispruden cia h um ana. De acuerdo con la ley de la m ayoría de los
países, luego, la eviden cia reunida en esa investigación. Sin em bargo, un o puede decir que
esta no es un a corte h um ana y que por lo tanto, la investigación, siendo intachable, es ella
en si m ism a el fuego. Esa es la razón por la cual no sugiero que aban donem os toda la ex-
presión, sino que sim plem ente lim item os su uso a un a sola fase del juicio previo al adve-
nim iento.

120
CAPÍTULO 9

Un pulso de armonía
LA CON SUMACIÓN DEL JUICIO

A
lgunos han acusado a los adventistas diciendo que su postura
acerca de la expiación es una negación del evangelio y consti-
tuye una prostitución de la justificación por la fe. Mientras es-
cribo estas líneas, recuerdo a dos parejas en particular —m uy queridos
am igos m íos (de hecho, tuve el privilegio de oficiar en la cerem onia
m atrim onial de la pareja m ás joven)— que abandonaron la Iglesia Ad-
ventista por esta cuestión y otras sem ejantes.
En el caso de la pareja de m ás edad, m e he sentido particularm ente
afligido al n otar que dos de sus m uy talentosos hijos tam bién se han
separado de la estrecha com un ión que siem pre habíam os com partido
en la iglesia local.
Me ha sido sum am ente difícil razonar con am igos tales. ¿Qué le
dice uno a las personas que todavía guardan el sábado y que creen que
están cam inando m ás cerca de J esús hoy com o nunca antes?
¿Qué puede uno decirles? Y sin em bargo, sé por la historia de m ovi-
m ientos com o en el que ahora m ilitan y cuya com unión parecen dis-
frutar, que es m uy probable que el chasco y la tristeza les aguarden en
el futuro.
Lo que escribo en este capítulo es parte de lo que m e gustaría de-
cirles a ellos y a todos los que pasan por situaciones sim ilares. Algunas
de las cosas es probable que suenen a teorías, pero creo que tocan con
fuerza aquellos problem as que algunos de los nuestros (quizá m uchos)

121
afrontan hoy.

CARTA ABIERTA
Hace algunos años el presiden te de la Misión Central de Luzón en
las Filipinas (ahora fallecido) recibió una carta abierta firm ada por
tres de sus constituyentes. La m isiva llam aba la atención a dos obje-
ciones a “la teología adventista del séptim o día de 1844”. Una de éstas
tenía que ver con la doctrina de la expiación y afirm aba que la ense-
ñanza adventista en este tem a es “incom patible con el evangelio de
Cristo”.
Con un pensam iento un poquito m ás elaborado, decían a conti-
nuación: “Esta objeción se basa en la prem isa de que la expiación fue
com pletada en la cruz. El evan gelio apostólico proclam a una obra ter-
m inada de redención . Son las buenas nuevas de una obra de Cristo
term inada. Él ha hecho expiación por el pecado (Rom an os 3:25; 1
J uan 2:2), destruido la m uerte (2 Tim oteo 1:10 ) y derrotado al diablo
(Hebreos 2:14)”. 1
Llam ando la atención a la creencia adventista de una “expiación”
final en el santuario celestial desde 18 44, estos herm an os decían que
“si la expiación fue term inada en la cruz, entonces cualquier acto sub-
secuente de expiación [sea que usted lo llam e expiación final o espe-
cial] es inaceptable”. Precisam ente ésta, sin em bargo, fue la posición
de los pioneros del adventism o, dice la carta abierta, nom brando en
particular a Urías Sm ith y Elena de White. 2
De m odo que en esta evaluación de la posición adventista sobre la
expiación, com ienzo llam ando la atención a las posiciones sostenidas
por Urías Sm ith y Elena de White, los dos líderes m encionados en la
carta abierta y quienes, de hecho, estaban entre los m ás in fluyentes de
nuestros pioneros.

LA POSICIÓN DE URÍAS SMITH


Urías Sm ith fue enfático al expresar su posición en cuanto a la ex-
piación, y la carta lo citó correctam ente: “Cristo no hizo la expiación
cuando derram ó su sangre sobre la cruz”. Y en el típico estilo que es
de todos con ocido añadió: “Que este hecho se fije para siem pre en la
m ente”. 3 Esta declaración representa justam ente la posición de Urías

122
Sm ith en cuanto a la expiación en relación con la cruz. 4

Sin em bargo, cuando uno lee m ás am pliam ente los escritos de


Urías Sm ith, le queda una noción de lo que estaba tratando de decir.
Ciertam ente, la opinión anotada m ás arriba y m uchas otras del m ism o
tenor, no deberían interpretarse com o si hubiera habido algún m enos-
precio por la im portancia o la centralidad de la cruz por parte de
Sm ith. El hecho es que para él, la m uerte de Cristo en la cruz fue to-
dosuficiente com o un sacrificio por el pecado. Pero —y éste es el punto
que debem os n otar— él no consideraba dicho acto com o la expiación.
Sm ith basaba su posición en una rígida interpretación del antiguo
sistem a típico. Él veía la expiación en el sistem a sacrificial del Antiguo
Testam ento com o algo que ocurría dentro del santuario una vez al año.
De acuerdo con esto, él creía que la expiación antitípica debía efec-
tuarse, de la m ism a m anera, dentro del santuario. En este caso, por
supuesto, el santuario celestial.
Ahora bien, la carta abierta podría haber sido m ás sensible a esta
m otivación. Debería haber tom ado en cuenta que la fuerte negativa de
Sm ith referente a una expiación com pletada en la cruz se debía, en
parte, a term inología y definiciones. Por otra parte, para ser justo con
los firm antes de la carta abierta, deberíam os adm itir que en realidad
no tenían obligación de disculparse por causa de Urías Sm ith. La carta
expresó su posición con exactitud. Sm ith estaba, ciertam ente, equivo-
cado en este punto.

LA POSICIÓN DE ELENA DE WH ITE


En las declaraciones de Elena de White, citadas en la carta abierta,
ella parece tom ar una posición sem ejante a la de Urías Sm ith: “Con su
m uerte dio principio a aquella obra para cuya conclusión ascendió al
cielo después de su resurrección”. 5 Y en otro lugar dice que “antes que
la obra de Cristo para la reden ción de los hom bres se com plete, queda
por hacer una obra de expiación para quitar el pecado del santuario”. 6
Estas declaraciones indican con toda claridad una expiación que
continúa en el santuario celestial y por lo tanto, por im plicación, una
expiación que n o ha sido com pletada en la cruz.
Pero parece claram ente injusto arribar a la conclusión de que
Elena de White coincidía con Urías Sm ith con respecto a la expiación

123
en la cruz o que ella en señaba una expiación incom pleta llevada a cabo
en la cruz.
Note estas poderosas declaraciones de su plum a: “El sello del cielo
ha sido puesto sobre la expiación de Cristo. Su sacrificio es, en todo
sentido, satisfactorio”. 7 Y hablando acerca de la ascensión de nuestro
Señor en el m ism o artículo, dijo: “Había llegado el tiem po para que el
universo del cielo aceptara a su Rey. Ángeles, querubines, y serafines
perm anecen a la vista de la cruz... Ningún lenguaje podría expresar el
regocijo de los cielos o la expresión de satisfacción de Dios y la delicia
de su Hijo Unigénito cuando vio la term inación de su expiación”. 8
Y hay m ás: “Cuando se ofreció a sí m ism o en la cruz, realizó allí
una perfecta expiación por los pecados del pueblo”. 9
Y todavía m ás: “Las palabras de Cristo sobre la ladera de la m on-
taña fueron el anuncio de que su sacrificio en favor del hom bre había
sido pleno y com pleto. Las condiciones de la expiación se habían cum -
plido; la obra por la cual había venido, se había llevado a cabo”. 10
La siguiente declaración ata todos estos cabos sueltos: “Él plantó
la cruz entre el cielo y la tierra, y cuando el Padre contem pló el sacri-
ficio de su Hijo, se inclinó ante ella en reconocim iento de su perfec-
ción. ‘Es suficiente —dijo—. ‘La expiación está com pleta’”. 11
Estas son afirm aciones contundentes acerca de una expiación ter-
m inada en la cruz, y la única form a en que la carta abierta podía justi-
ficarse era ignorándolas. Obviam ente, lo que tenem os en Elena de
White es la concepción de una expiación que abarca dos com ponentes:
uno que alcanza su clím ax en la cruz y el segundo, que funciona y con-
tinúa en el santuario celestial.
La pregunta obligada es si esta com prensión es correcta o no. Ella
naturalm ente n os conduce a un breve resum en de la idea bíblica de
expiación así com o la concepción de la expiación en la historia del pen-
sam iento cristian o.

CONCEPTO BÍBLICO DE EXPIACIÓN 12

La palabra hebrea para expiación es kippurim y deriva del


verbo kaphar. Aunque aparecen frecuentem ente en el Antiguo Testa-
m ento, la connotación exacta de kaphar todavía es un tanto proble-

124
m ática para los eruditos y no hay unanim idad en cuanto a su signifi-
cado. Generalm ente, sin em bargo, se ha com prendido que significa
“cubrir” o “lim piar”.
Uno de los propósitos del antiguo sistem a cerem onial —de hecho,
el propósito principal— era proveer expiación , y kaphar se usa una y
otra vez en conjunción con el ritual sacrificial diario en Israel. Obser-
vam os este fenóm eno en Levítico 4, 5, 6, 7 y 8, fenóm eno que (al pa-
recer) escapaba totalm ente a Urías Sm ith. Com o notam os anterior-
m ente, la expiación, para él, ocurría sólo una vez al año... dentro del
santuario.
Sin em bargo, de acuerdo con las referencias citadas arriba, la ex-
piación ocurría cada día en el atrio, y éste sim bolizaba esta tierra so-
bre la cual fue plantada la cruz. Esta tierra, en otras palabras (com o
vim os en un capítulo anterior), 13 es el atrio exterior del san tuario ce-
lestial, y el Calvario fue el altar del holocausto, donde Cristo, nuestra
pascua, fue sacrificado por n osotros.
No obstante el hecho de que la expiación ocurría cada día del año,
sin em bargo, un día especial en el año se consideraba com o “el Día de
Expiación” o Yom Kippur (Levítico 23:37; cf. Levítico 16).
Cuando nos volvem os al Nuevo Testam ento nos sorprendem os en
prim era instancia al descubrir que la palabra “expiación”, com o tal, no
aparece en lo absoluto en la m ayoría de las versiones. Esto podría oca-
sionarles un choque a los firm antes de la carta abierta, que exteriori-
zaban un alto grado de dogm atism o con respecto a la expiación en el
Nuevo Testam ento.
El concepto de expiación, sin em bargo, es un tem a cardinal —si n o
es que el tem a cardinal— del Nuevo Testam ento. Y el foco central es
J esucristo: su encarnación y m uerte, y ya no el tem plo y sus rituales.
Aun así, el m odelo sacrificial aparece en form a prom inente en el am -
plio rango de los m odelos usados para describir la expiación realizada
por J esucristo, y form as de pensam ientos extraídas del antiguo sis-
tem a ritual no son infrecuentes.
La im agen bíblica de la expiación ni es sim ple ni uniform e, pero sí
m uy com pleja y m ultifacética. Y tam poco los dos m ilenios de reflexión
cristiana han logrado m ejorar dicha situación.

125
LA EXPIACIÓN EN EL PENSAMIENTO CRISTIANO
Los teólogos han esgrim ido un a y otra teoría a través de los siglos,
en su intento por articular el significado de la obra salvadora de Dios
en J esucristo. Con el propósito de m inim izar la confusión que se pro-
duciría al estudiar una larga lista de teorías separadas, las resum iré,
siguiendo el estilo del teólogo J am es Atkin son, 14 bajo cuatro encabe-
zados.
1. La teoría clásica o dram ática. Asociada con los prim eros Pa-
dres de la Iglesia, esta teoría, com o la segunda parte del nom bre su-
giere, concibe la expiación en térm inos de dram a. El cuadro aquí es de
una gran batalla cósm ica entre Cristo y el diablo: una batalla sobrena-
tural que alcanzó su clím ax en el Calvario, con Cristo em ergiendo vic-
torioso.
Esta teoría fue adoptada y defendida por algun os de los reform a-
dores del siglo dieciséis, particularm ente por Martín Lutero. De
acuerdo con Atkin son , “el vigor y la vitalidad de la teología de Lutero
surge de este anim ado sentido de estar en el lado ganador”. 15
¿Hay alguna validez en esta concepción particular de la expiación?
Sí, tiene un sólido apoyo en el Nuevo Testam ento; y los adventistas,
después de descartar sus m ás esotéricos elem entos —en los cuales no
entraré aquí—, pueden endosar librem ente sus afirm aciones funda-
m entales. Pero, ¿abarca todos los parám etros de la expiación ? Cierta-
m ente n o.
2. La teoría jurídica (o satisfacción). En algún m om ento del siglo
XI o m uy al principio del XII Anselm o, que sirvió durante m uchos
años com o arzobispo de Canterbury, escribió un libro titulado Cur
Deus H om o [¿Por qué Dios se hizo hom bre?]. En esta obra desarrolló
una posición sobre la expiación que conocem os hoy com o la teoría ju-
rídica. Sencillam ente expresada, sugiere que nuestro desafío a la ley y
gobierno divinos, ha afrentado la m ajestad de Dios. J esús vin o, por lo
tanto, para enm endam os, para ofrecer satisfacción en nuestro lugar
por la afrenta a su honor. Él hizo esto pagando un rescate a Dios.
Quizá de todas las posiciones que se han presentado sobre la ex-
piación, esta teoría contiene los rasgos m ás censurables; entre ellos, la
idea de que un Dios ofendido debe reconciliarse con nosotros. Esta

126
noción ciertam ente contradice los herm osos sentim ientos de 2 Corin-
tios 5:19, que m uestra que “Dios estaba en Cristo recon cilian do con-
sigo m ism o al m undo, no tom ándoles en cuenta a los hom bres sus pe-
cados, y n os encargó a n osotros la palabra de la reconciliación”.
Pero aun aquí, com o Atkinson observa, la noción de sustitución
que está inm ersa en este punto de vista es una form a válida de conce-
bir la expiación, destacando, com o lo hace, el inm ensurable am or de
Dios al tom ar el lugar de los pecadores y sufrir la penalidad del pecado
en su lugar. Así, la teoría ayuda a preservar la m isericordia y la justicia
de Dios.
3. La teoría ejem plarista. En el siglo doce, un teólogo y filósofo
llam ado Pedro Abelardo salió con lo que ahora conocem os com o la
teoría ejem plarista de la expiación. Según él, J esús sufrió com o el su-
prem o ejem plo del am or y el perdón de Dios. Cuando contem plam os
esta asom brosa dem ostración, som os m ovidos al arrepentim iento el
cual, a su vez, nos lleva a la reconciliación con Dios. Esto, según el
punto de vista de Abelardo, era el significado de la expiación.
¿Apoyan este concepto las Sagradas Escrituras? Sí. Muy particu-
larm ente el Nuevo Testam ento. ¿Pero abarca esto el parám etro com -
pleto de la expiación? Obviam ente, no.
He n otado, sin em bargo, que algun os de nuestros teólogos adven-
tistas intentan com binar una versión m odificada de la teoría ejem pla-
rista con nuestra propia concepción adventista de la gran controver-
sia. Parecen considerar esa posición com o la sum a total del significado
de la expiación. En otras palabras, ven la m uerte de Cristo sim ple-
m ente com o una revelación del am or de Dios, un am or que Satanás
ha cuestionado. De acuerdo con este punto de vista, la m uerte de
Cristo no tiene nada (o al m en os m uy poco) que ver con la sustitución
o la paga de la penalidad del pecado.
Creo que necesitam os ver este enfoque sobre la m uerte de Cristo
com o una revelación del am or de Dios. Es un énfasis que no debe des-
aparecer. Pero presentarlo com o la sum a total de lo que significa la
expiación es, en m i opinión, un error. Sucum be, una vez m ás, ante el
antiguo problem a que estam os discutiendo ahora: el problem a de con -
fundir la parte con el todo.

127
4. La teoría sacrificial. Esta teoría no se asocia con ninguna per-
sona en particular. Es “la única teoría que tiene una exposición siste-
m ática en el Nuevo Testam ento, m ás exactam ente, en H ebreos. Pre-
senta a Cristo com o el Sacerdote-víctim a que voluntariam ente ofreció
su vida en una total obediencia a su Padre, proveyendo así un sacrificio
todosuficiente en nuestro favor. Su san gre, aplicada a nuestras vidas
pecam inosas, nos lim pia y n os pone en un estado de paz con Dios”. 16
Encuentro la siguiente evaluación de esta cuarta teoría m uy signi-
ficativa y precisa: “La reflexión m ostrará cuánta teología está conte-
nida en este punto de vista, cuántas objeciones válidas refuta. Nos li-
berta de cualquier punto de vista subjetivo y m antiene el punto de
vista objetivo de Cristo hacien do lo que nosotros jam ás podríam os ha-
cer. Nos salva del peligro del lenguaje sustitutorio. Esta teoría sim bo-
liza en form a histórica y dram ática cóm o esta sangre asperjada n os
restaura a la com unión con Dios de donde seguim os al Autor, Pionero
y Consum ador de la Fe, el Sum o Sacerdote celestial que está actuando
ahora en nuestro favor’’. 17
¿Qué hem os aprendido de esta digresión histórica? Ninguna de es-
tas teorías por sí m ism a puede explicar totalm ente el alcance com pleto
de la obra redentora de Dios en Cristo. Desde el prim er siglo de la era
cristiana sus vastos parám etros han desafiado siem pre a las m entes
teológico-filosóficas de la iglesia cristiana.
Hem os desarrollado credos sobre la iglesia, la Trinidad y la encar-
nación, por nom brar solam ente tres. Pero la iglesia cristiana nunca ha
podido form ular un credo universal sobre la doctrina de la expiación.
Las teorías históricas de la expiación que se extienden a través de los
siglos, se levantan com o m onum entos de la persistente lucha teológica
por com prender la dim ensión total de la actividad salvadora cósm ica
de Dios en Cristo J esús.
De acuerdo con esto, “ninguna teoría debería ser... vista com o
opuesta a otra”. Cada una aporta un elem ento im portante de la reali-
dad en form a única y singular. Cada una es una m etáfora am pliada,
útil por su poder para revelar y explicar. Pero cada una tam bién puede
ocultar, e incluso distorsionar. Y tam poco es constante el poder expli-
cativo de la m etáfora a través de la historia. Una m etáfora en particu-
lar (de la expiación, por ejem plo) puede no tener necesariam ente hoy
el m ism o poder y la m ism a eficacia que tuvo en otro m om ento. 18 Y

128
esto incluso puede ser providencial.
Nuestro enfoque, entonces, debe sacar los segm entos auténticos
de cada teoría, “sabiendo que ninguna teoría, ni ninguna com binación
de ellas, es suficiente para contener la plenitud de la realidad”. 19

COMPRENDIENDO LA POSICIÓN ADVENTISTA


A la luz de lo dicho hasta aquí, es de alguna m anera absurdo suge-
rir que la posición adventista sobre la expiación pasa por encim a del
Nuevo Testam ento en el tem a, com o si hubiera unanim idad en la igle-
sia cristiana con respecto a lo que el Nuevo Testam ento enseña sobre
el tem a. El hecho es que “ninguna explicación precisa se ofrece en el
Nuevo Testam ento, ni ha patrocinado la iglesia [cristiana] ninguna de
las teorías de la expiación”. 20
De m odo que la contribución de los Adventistas del Séptim o Día a
la actual investigación acerca de la expiación, ha sido enfocar y elabo-
rar sobre el concepto sacrificial de la expiación, interpretán dola a la
luz de la tipología del santuario del Antiguo Testam ento. Este enfoque
nos ha llevado a am pliar los parám etros com únm ente aceptados de la
expiación. Nosotros com prendem os el concepto para incluir, no sólo
el sacrificio en la cruz sino tam bién la obra de Cristo com o nuestro
sum o sacerdote en el santuario celestial, incluyendo, en particular, esa
fase especial de su m inisterio que com enzó en 18 44. (Véase el dia-
gram a de la pág. 48 .)

DUALIDAD EN EL USO
Aquellos que encuentran de algún m odo problem ático este con-
cepto dual de la expiación, es probable que no hayan notado que hay
en realidad una dualidad inherente en el uso de la palabra m ism a.
The Interpreter's Dictionary of the Bible, para nom brar sólo una
fuente, observa que el térm ino inglés atone (expiación) se deriva de la
frase com ún “at one". Estar “at one’’ con alguien es estar en un estado
de arm onía y com ún acuerdo. Así, al incorporarse la palabra al voca-
bulario lo hizo con el significado de “at onem ent" o reconciliación. De-
bem os tener siem pre en m ente que esta definición concibió la expia-
ción com o un estado. 21

129
En la actualidad este significado original ha sido m odificado, y ex-
piación (atonem ent) ha llegado a tener un significado m ás restringido.
En la actualidad se usa generalm ente para describir el proceso a través
del cual se quitan los obstáculos para la reconciliación, m ás que el fin
o estado logrado por causa de esa rem oción, com o era el caso del sig-
nificado original del térm in o. 22
Este es un m atiz m oderno sum am ente im portante, que debem os
m antener cuidadosam ente en nuestro espíritu con el propósito de evi-
tar m alentendidos respecto de la term inología de la expiación . Los ad-
ventistas, en su uso de este térm ino, incluyen tanto el significado ori-
ginal o literal, com o tam bién el m ás restricto significado m oderno del
m ism o.
Así, cuando los adventistas (en tre ellos Elena de White) dicen que
la expiación fue consum ada en la cruz, están adoptando el uso m ás
m oderno del térm ino. Con el resto del m undo protestante, ellos quie-
ren decir que la gran transacción cósm ica ha quitado los obstáculos
que se oponen a la reconciliación. El suprem o sacrificio en la cruz ha
sido consum ado para siem pre; es decir, para no repetirse nunca m ás.
Yo, por m i parte, estoy totalm ente satisfech o acerca de que en el
adventism o auténtico no se m enosprecia la cruz en ninguna form a. La
posición adventista deja a la cruz precisam ente donde pertenece: en el
centro. Enfatiza una y otra vez —a cualquiera que esté dispuesto a es-
cuchar— que la única base del presente m inisterio sum o-sacerdotal de
Cristo en el santuario celestial es la redención lograda en la cruz,
donde Cristo se ofreció a sí m ism o una vez y para siem pre.
Al frente de este énfasis tam bién estaba Elena de White. Si alguien
no está satisfecho con el vigor y profundidad de sus declaraciones en
este punto, nada lo satisfará. “El sacrificio de Cristo com o expiación
del pecado es la gran verdad en derredor de la cual se agrupan todas
las otras verdades. A fin de ser com prendida y apreciada debidam ente,
cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis hasta el Apocalip-
sis, debe ser estudiada a la luz que fluye de la cruz del Calvario. Os
presento el m agno y glorioso m onum ento de la m isericordia y la rege-
neración, de la salvación y redención: el Hijo de Dios levantado en la
cruz. Tal ha de ser el fundam ento de todo discurso pronunciado por
nuestros m inistros”. 23

130
“Colgado de la cruz, Cristo era el evangelio... Este es nuestro m en-
saje, nuestro argum ento, nuestra doctrina, nuestra advertencia al pe-
nitente, nuestro aliento para el triste, la esperanza de todo creyente.
Si podem os despertar interés en las m entes de los hom bres para que
logren fijar sus ojos en Cristo, podem os hacernos a un lado, y pedirles
que sólo continúen fijan do sus ojos sobre el Cordero de Dios”. 24
El gran him no sobre la expiación escrito por Elisa Hoffm an, que
está en el him nario oficial de la Iglesia Adventista del Séptim o Día, ha
estado allí durante m uchos añ os, y todavía lo cantam os hoy: 25

J u n to a la Cru z

J unto a la cruz do J esús m urió,


do por su gracia clam aba yo,
m is m anchas su sangre allí quitó:
¡a su nom bre gloria!

Coro
¡A su n om bre gloria!
¡A su n om bre gloria!
Cristo J esús es m i Salvador:
¡a su nom bre gloria!

Cuando por fe en la cruz lo vi,


de m is pecados salvado fui, y
hoy él m e guarda y m ora en m í:
¡a su nom bre gloria!

¡Fuente preciosa de salvación!


Gozo en ti halla m i corazón;
en ti, J esús salva y da perdón :
¡a su nom bre gloria!

¡Ven a esta fuente, oh pecador!


Ponte a los pies de tu Salvador;
te colm ará de su santo am or:
¡a su nom bre gloria!

De m odo que cuando los adventistas hablan de una expiación final


que ocurre en el santuario celestial, deberíam os entenderla en el con-

131
texto del significado original de la palabra inglesa "atonem ent” (expia-
ción) descrita anteriorm ente: actividad que conduce a un estado de
“reconciliación”, cuyo gran propósito es sugerir que la cruz trasciende
al Calvario, va m ás allá del añ o 31 d. C., penetra hasta dentro del velo
del m ism o Santuario Celestial, donde J esucristo ha entrado, habiendo
sido hecho Sum o Sacerdote para siem pre según el orden de Melquise-
dec.
El Dictionary of Christian Theology (Diccionario de teología cris-
tiana) percibió la dim ensión escatológica de la expiación: “La doctrina
de la expiación es un elem ento en la totalidad de la doctrina cristiana
de la salvación que abarca no sim plem ente la exposición teológica de
la acción redentora de Dios en J esucristo, lo cual es estrictam ente ha-
blando la doctrina de la expiación, sino una escatología que incluye el
juicio y la resurrección”. 26
Y sobre el m ism o asunto L. Berkhof, teólogo reform ado, señala:
“La parte grande y central de la obra sacerdotal de Cristo está en la
expiación, pero ésta, por supuesto, n o está com pleta sin la intercesión.
Su obra sacrificial sobre la tierra hace necesario su servicio en el san-
tuario celestial. Los dos son partes com plem entarias de la obra sacer-
dotal del Salvador”. 27

UNA DIMENSIÓN MÁS AMPLIA


La concepción m ás am plia de la expiación que los adventistas en-
señan deriva de su com prensión del antiguo sistem a típico. En arm o-
nía con la m ayoría de los protestantes afirm am os sin vacilación que
todo el sistem a cúltico, todo el sistem a típico conectado con el antiguo
tabernáculo, señalaba hacia la vida y m uerte de nuestro Señor, y com o
tal encontró su cum plim iento en la cruz. No debiera haber lugar para
la prevaricación aquí, ningún lugar para evasivas en este punto, nin -
gún lugar para débiles tartam udeos. ¡Sí, ellos se cum plieron en la cruz!
Sin em bargo, al m irar hacia atrás, al antiguo servicio de expiación,
podem os identificar ciertos im portantes detalles sim bólicos asociados
con Yom Kippur que n o hallaron su cum plim iento total en la cruz.
Tom em os, por ejem plo, la solem ne preparación que hacía la na-
ción de Israel anticipándose a esa observancia, tal com o la hallam os

132
descrita en Levítico 23:26-29: “Tam bién habló J ehová a Moisés di-
ciendo: A los diez días de este m es séptim o será el día de expiación;
tendréis santa convocación , y afligiréis vuestras alm as, y ofreceréis
ofrenda en cendida a J ehová. Ningún trabajo haréis en este día; porque
es día de expiación, para reconciliaros delante de J ehová vuestro Dios.
Porque toda persona que n o se afligiere en este m ism o día, será cor-
tada de su pueblo”.
Nada sem ejante, ni siquiera rem otam ente, ocurrió entre el pueblo
de Dios en ocasión de la cruz. La víspera de la crucifixión nadie en
Israel reconoció que el evento m ás estupendo de la historia de la hu-
m anidad estaba a punto de ocurrir. Incluso los doce apóstoles fraca-
saron totalm ente en su com prensión de ese significado. No hubo gol-
pes de pecho, ninguna aflicción del alm a com o ocurría en preparación
para el día típico de la Expiación.
Pero el concepto de una expiación final que in volucrara el juicio en
el santuario celestial perm ite la participación espiritual y consciente
de parte del Israel del pacto de Dios, tal com o se prefiguraba en el an-
tiguo ritual. Fue al com ienzo de este tiem po del juicio escatológico que
el antiguo profeta vio a los ángeles m ísticos volando por en m edio del
cielo, teniendo el evangelio eterno para predicarlo a los que m oran en
la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo en alta voz:
“Tem ed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado”
(Apocalipsis 14:7). H oy es el día de juicio. H oy es el día antitípico de la
expiación. Ahora es el tiem po de darse golpes de pecho. Ahora es el
m om ento de “afligir las alm as”. Ahora es el tiem po de llam ar la aten-
ción de las naciones a este om inoso nuevo desarrollo en el santuario
celestial.
Tom em os, com o segundo ejem plo, el destierro de Azazel. Aquí
tam bién hay un sentido en el cual Satanás —si lo consideram os a él
com o el significado del sim bolism o— fue desterrado en la cruz. En
J uan 12:31 J esús dijo, poco antes de la cruz, “ahora es el juicio de este
m undo; ahora el príncipe de este m undo será echado fuera”. Yo creo
que ésta era una referencia al destierro de Satanás del cielo.
Pero nosotros tam bién tendríam os que adm itir que Satanás n o ha
sido desterrado en un sentido definitivo. ¿No dice el apóstol que el
diablo anda com o león rugien te buscando a quién devorar? (1 Pedro

133
5:8)? Y ¿no pronunció aquella voz del cielo un ¡ay! contra los m orado-
res de la tierra a causa de la venida de Satanás? (Apocalipsis 12:12). Y
¿quién entre nosotros no ha sentido el horrible aguijón de sus fieros
dardos y la necesidad de pon erse la arm adura de Dios contra este con-
tingente sobrenatural de estas “huestes espirituales de m aldad en las
regiones celestes” (Efesios 6:10 -16)?
No, el diablo no ha sido desterrado todavía en form a definitiva. Él
está, desafortunada y ciertam ente, cerca. Sólo hasta el fin del m ilenio
verem os el com pleto cum plim iento escatológico de aquel antiguo sim -
bolism o realizado en el antiguo tabernáculo.
Tom em os, com o un tercer ejem plo, la purificación del santuario
m ism o. Este era el foco principal de Yom Kippur, y algunos piensan
que ven el cum plim iento del sim bolism o en la cruz. En otras palabras,
sostienen que el santuario celestial fue purificado en la cruz.
¿Fue el santuario celestial purificado en la cruz? Sí, el santuario
celestial fue purificado en la cruz. Esta produjo, entre otras cosas, una
purificación —en el sentido de esclarecer— del n om bre del Padre ce-
lestial, una vin dicación de su gobierno de am or y justicia.
Pero si la purificación del santuario involucra tam bién la justifica-
ción final de Dios a los ojos del universo, al grado en que todas las
cuestiones cósm icas sean resueltas y todas las inteligencias de todo el
universo creado reconozcan la integridad del gobierno de Dios, enton-
ces nadie puede decir con razón que eso se logró com pletam ente en la
cruz. Millares de sangrientas guerras nos han acosado a lo largo de la
historia desde el m om ento de la cruz. Cientos de m illones de seres hu-
m anos han sido asesinados en horribles carnicerías. Desastres natu-
rales, pestilencias, ham bres, y el m oderno azote del terrorism o y el
abuso de drogas han añadido su parte de esta cuota m ortal. Un m illón
de “porqués” rom pen el silencio cada día. Un m illón de lágrim as hu-
m edecen incontables alm ohadas a la m edianoche. Un enorm e sign o
de pregunta sigue todavía sin borrarse en el cielo cósm ico, indicando
con ello a cualquier observador inteligente que la expiación final toda-
vía no se ha realizado.
Esto m e vino vívidam ente hace m uchos años cuando era un joven
colportor estudiante. Yo estaba colportando en el pequeño pueblo de
Vanderhoof, Colum bia Británica. Entré a una casa esa m añana y abrí

134
m i prospecto y lo desplegué en el piso. Tendría m ás o m en os unos tres
m inutos haciendo m i dem ostración cuando m e di cuenta que estaba
hablando al aire. Levanté la vista para ver al objeto de m i presenta-
ción, que m e m iraba a través de unos ojos pensativos y airados. Per-
plejo y confuso, busqué la causa de su tristeza y aflicción. Ella m e
contó su historia.
Pocos m eses antes de m i visita, su esposo estaba cargando grano
en un cam ión grande. De repente toda la carga se desplom ó sobre él,
aplastándolo y causándole la m uerte. Uno o dos m eses m ás tarde, su
herm ano, que trabajaba en construcción en la ciudad de Prince
George, a unos cien kilóm etros de distancia, había tocado un cable de
alta tensión y fue electrocutado instantáneam ente. (Yo m e había ente-
rado del accidente, porque acababa de regresar de colportar de Prince
George.)
Ella m encionó un detalle m ás: “Mi hija, que vivía en Alberta en ese
tiem po, estaba volando junto con su esposo para asistir al funeral de
su tío. El avión se cayó cerca de Cache Creek y m urieron ella y su es-
poso”. Ella no tenía por qué explicárm elo, puesto que yo había leído
en el periódico acerca del accidente aéreo (a unos 50 0 kilóm etros al
sur). Yo sabía que todos los que iban a bordo m urieron.
Toda esta oleada de tragedias le había ocurrido a aquella m ujer en
m enos de seis m eses. Su esposo, su herm ano, su hija, su yern o, todos
m uertos.
—Si hay un Dios —dijo con un a ira sorda—, es un Dios m alvado.
En este punto recogí m i m aterial de presentación y durante m edia
hora traté de darle algo de aliento a aquel corazón dolorido y de pintar
un cuadro m ejor de Dios.
Millones de personas en el m undo com parten el m ism o m ons-
truoso concepto del Dios a quien servim os que tenía la señora de Van-
derhoof. Richard Rubenstein, uno de los teólogos del concepto “Dios
ha m uerto”, de la década de los años sesenta, habló en nom bre de to-
dos ellos m ientras reflexionaba en las atrocidades nazis de la década
de 1940 , que vio la m asacre de m illones y m illones de judíos. Dijo Ru-
benstein : “Estam os de pie en un frío, silencioso e insensible cosm os...
Después de Auschwitz, ¿qué m ás pueden decir los judíos acerca de
Dios?”. 28

135
No, todavía no han sido contestadas todas las preguntas. La inte-
gridad del gobierno y el santuario de Dios todavía no ha sido vindi-
cada. La acusación cósm ica todavía está vigente en gran m edida. El
santuario, en otras palabras, todavía no ha sido purificado, ni total-
m ente justificado, ni com pletam ente vindicado. Así, la expiación, en
el sentido de “At-on em ent”, todavía no ha concluido.
Ninguno de n osotros puede explicar adecuadam ente por qué está
tom ando dem asiado tiem po. Podríam os argüir que una com putadora,
alim entada con la suficiente inform ación adecuada, podría juzgar a la
hum anidad en m ucho m enos de 150 años, el período que va desde
1844. Pero en prim er lugar, Dios no reacciona ante el tiem po com o lo
hacen los seres hum anos. Segunda de Pedro 3:8 dice claram ente que
el paso del tiem po, tal com o nosotros lo experim entam os, significa
m uy poco para Dios.
En segundo lugar Dios, a diferencia de una com putadora, no tra-
baja con núm eros, estadísticas o datos teóricos. Él trata con personas
—preciosos seres que ha creado y redim ido— y con su destin o eterno.
Som os im portantes para él, y él se dedica a nosotros. “El Señor no re-
tarda su prom esa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es
paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino
que todos procedan al arrepen tim iento” (2 Pedro 3:9).

CUANDO LA EXPIACIÓN SEA COMPLETADA


Pero la Escritura es explícita acerca de cóm o term inará todo, y
cóm o Dios restaurará todas las cosas de nuevo. Cuando com ience el
proceso final, “el Señ or m ism o, con voz de m ando, con voz de arcán-
gel, y con trom peta de Dios, descenderá del cielo; y los m uertos en
Cristo resucitarán prim ero. Luego nosotros, los que vivim os, los que
hayam os quedado, serem os arrebatados juntam ente con ellos en las
nubes para recibir al Señ or en el aire, y así estarem os siem pre con el
Señor” (1 Tesalonicenses 4:16, 17).
Con la venida de la expiación, las trom petas del gran jubileo cós-
m ico sonarán y se escucharán en todo el universo (1 Corintios 15:52).
“Los m uertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros serem os
transform ados” (versículo 52). “Porque es necesario que esto corrup-
tible se vista de incorrupción, y esto m ortal se vista de inm ortalidad.

136
Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto m or-
tal se haya vestido de inm ortalidad, entonces se cum plirá la palabra
que está escrita: Sorbida es la m uerte en victoria” (versículos 53, 54).
Entonces aquella m adre que se vio forzada a poner a su precioso
atadito de ropa bajo el gélido césped; aquel pobre niño que fue dejado
huérfano por la m ano cruel de la m uerte; esposos y esposas que fueron
dejados solos con dolor por la am arga segadora, todos cantarán en-
tonces, todos ellos se reirán, todos se unirán en la m ofa universal:
“¿Dónde está, oh m uerte, tu aguijón? ¿Dón de, oh sepulcro, tu victo-
ria?” (versículo 55).
Con la venida de la expiación, habrá “cielos nuevos y tierra n ueva,
en los cuales m ora la justicia”, porque la gente que viva allá h abrá “he-
cho justicia”, y “am ar m isericordia”, y “hum illarte ante tu Dios” (2 Pe-
dro 3:13; Miqueas 6:8 ). Y Dios traerá ante la justicia a todos los crim i-
nales de la tierra, a todos los perpetradores de atrocidades contra la
hum anidad, a “todos los opresores y perversos bribones de todos los
siglos. Una gran voz saldrá desde el tem plo celestial: “Ciertam ente,
Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos” (Apo-
calipsis 16:7).
Ya no habrá m ás rivalidad internacional, am argura y guerras, por-
que todos los tiranos que las provocaban se habrán ido para siem pre.
Ya no habrá conflictos ni prejuicios raciales, porque todos los fanáti-
cos que los incitaban y los alim entaban se habrán ido para siem pre.
Ya no habrá m ás crim en, no m ás abuso de drogas, n o m ás asesina-
tos, no m ás perversión e inm oralidad sexual, no m ás corrupción. Por-
que “no entrará en ella ninguna cosa inm unda, o que hace abom ina-
ción y m entira, sino solam ente los que están escritos en el libro de la
vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27). Habrá “cielos nuevos y tierra
nueva, en los cuales m ora la justicia” (2 Pedro 3:13).
Y no habrá m ás enferm edad, no m ás dolor, ni m ás m uerte. “Por-
que las prim eras cosas son pasadas” (Apocalipsis 21:4). No dirá “el
m orador: Estoy enferm o”, porque a todos los que m oren allí “les será
perdonada la iniquidad” (Isaías 33:24). Y los “redim idos de J ehová
volverán y vendrán a Sion con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus
cabezas; y ten drán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gem ido”
(Isaías 35:10 ).

137
¡Así será, am igos! ¡Así será al fin!
“El gran conflicto ha term inado. Ya n o hay m ás pecado ni pecado-
res. Todo el universo está purificado. La m ism a pulsación de arm onía
y de gozo late en toda la creación. De Aquel que todo lo creó m anan
vida, luz y contentam iento por toda la exten sión del espacio infinito.
Desde el átom o m ás im perceptible, hasta el m undo m ás vasto, todas
las cosas, anim adas e inanim adas, declaran en su belleza sin m ácula y
en júbilo perfecto, que Dios es am or”. 29
¿Suena esto algo así com o a novela y n o com o el evangelio? ¿Suena
esto com o una prostitución de la justificación por la fe? No, esta ver-
dad es lo m ás m aravilloso con lo cual m e he encontrado después de
andar por los cam in os de la teología y la filosofía. Gracias a Dios por
la gran transacción que se realizó en la cruz una vez y para siem pre.
Gracias a Dios por el gran m inisterio sum osacerdotal de J esús en el
santuario celestial. ¡Gracias a Dios por la bienaventurada esperanza!
¡Gracias a Dios por este m aravilloso futuro! Con toda m i alm a quiero
decir: ¡“Gracias sean dadas a Dios”!

Referencias
1“An Open Letter to CLM (Misión Cen tral de Luzon) Presidente Avelin o Canias”, 19 de
m ayo de 198 1. (En m is archivos person ales.)
2 Ibíd.
3Urías Sm ith. The San ctuary an d the 230 0 Day s of Daniel 8 :14 (Battle Creek, Michigan :
SDA Pub. Assn., 18 77), pág. 276.
4 Véase Adam s, The Sanctuary Doctrin e, págs. 58 —62.
5 Elena G. de White, El conflicto de los siglos, pág. 543.
6 Íd., pág. 474.
7White, Signs of the Tim es, 16 de agosto de 18 99. En Questions on Doctrin e (Washington,
D. C.: Review an d H erald Publishing Association, 1957), pág. 664.
8 Ibíd., (las cursivas son n uestras).
9 Ibíd., (las cursivas son n uestras).
10 White, El Deseado de todas las gentes, pág. 8 19.
11 White,
Review and Herald, 24 de septiem bre de 190 1. (La cursiva es nuestra); Questions
on Doctrine, pág. 663.
12 Estoy en deuda con el Interpreter's Dictionary of the Bible, tom os A-D págs. 30 9-313

por algún m aterial en esta sección.


13 Véase el capítulo 4.

138
14 En A Dictionary of Christian Theology , ed. Alan Rich ardson (Philadelphia: Westm in-

ster Press, 1969), s. v. “Aton em ent”. (Para una com prensión y evaluación m ás profunda
de la doctrina de la expiación, véase G. Aulen, Christus Victor.
15 A Diction ary of Christian Theology , pág. 23.
16 Ibíd.
17 Íd., pág. 24. (La cursiva es nuestra.)
18 Estoy en deuda con Richard W. Coffen por esta idea.
19 Aulen, Christus Victor, pág. 22.
20 Interpreter's Diction ary of the Bible, tom os A-D, pág. 313.
21 Íd., pág. 30 9.
22 Ibíd.
23 Elena G. de White, Obreros evangélicos, pág. 330 .
24 Elena G. de White, Manuscrito 49, 18 98 . En Question s on Doctrine, pág. 662.
25 Him nario Adven tista Nº 146.
26 Dictionary of Christian Theology , s .v., “Atonem en t”.
27
L. Berkof, Sy stem atic Theology , 4ª edición revisada y aum entada ed. (Grand Rapids:
Wm . B. Eerdm ans Pub. Co., 1939, 1941), pág. 367.
28 Richard Rubenstein, After Auschw itz (Indianapolis: Bobbs Merril Co., 1966), pág. 152.
29 White, El conflicto de los siglos, pág. 737.

139
Apéndice

Testimonios
(Este testimonio, escrito en 1981 –ligeramente modificado– apareció pri-
mero en la Revista Adventista del 4 de noviembre de 1982, págs. 7, 8. Lo
incluyo aquí para que los lectores comprendan mejor de dónde vengo,
como se dice comúnmente, y así comprendan también el enfoque que le doy
al tema de este libro.)

C
uando inicié m is estudios de posgrado a m ediados de la década
de los añ os sesenta, m e di cuenta que existían ciertos desacuer-
dos entre los adventistas con respecto a la doctrina del santua-
rio. Algunas personas parecían considerarla com o una especie de es-
queleto guardado en el arm ario de los adventistas.
Pero siendo que esta doctrina ocupa un lugar central en la iglesia
adventista, esta actitud m e produjo un profundo sentido de incom o-
didad. Yo crecí en la Iglesia Anglicana y dejé esa com unión cuando
encontré que sus enseñanzas ya no cuadraban con las Escrituras.
¿Tendría yo que afrontar la m ism a situación en m i iglesia adoptiva?
El asunto quedó latente cuando salí de los círculos académ icos de la
universidad para entrar en el m inisterio pastoral.
Varios años m ás tarde, sin em bargo, regresé a los círculos acadé-
m icos, e hice frente al proyecto de escribir una tesis doctoral. Decidí
trabajar sobre la doctrina adventista del santuario. Pero, ¿cóm o habría
de proceder?

140
Cuando era aún adolescente y asistía a la escuela de nivel m edio
sentí que el espíritu de la investigación desapasionada se fortalecía
dentro de m í. Se nos anim ó a exam inar con sentido crítico la validez
de cada aseveración, independientem ente de su fuente de origen. Esta
actitud, profundam ente arraigada en m i ser, era la que m e llevaría a
estudiar un tem a considerado por algunos adventistas com o la m ás
precaria doctrina que sustentam os.
Por lo m ism o, no fue con poca vacilación que com encé m i trabajo,
apoyándom e fuertem ente en la seguridad que m e daba el m arco uni-
versitario. Un repaso de la literatura existente m e m ostró que nadie
antes de m í había em prendido un estudio de esta doctrina con el
m ism o enfoque, y m uchas veces m e sentí com o el proverbial necio que
corre a m eterse en un terreno donde los ángeles tem en entrar. Mi
único consuelo (a pesar de la frustración) era que la m ía no era una
carrera, sino un exam en lento, concienzudo, del tem a. Me alentaron
algunas declaraciones de Elena de White que dicen que la verdad
puede ser investigada, y cada una de las doctrinas que sostenem os de-
ben ser in vestigadas críticam ente por nosotros. 1
Sin em bargo, ésta fue toda la ayuda y dirección que m e perm ití se-
guir de Elena de White. Puesto que estaba plenam ente con sciente de
que los adventistas son criticados porque se les acusa de basar la doc-
trina del santuario sobre los escritos de Elena de White, consideré al-
tam ente inapropiado dar a esos escritos cualquier valor norm ativo en
m is evaluaciones de la en señanza del santuario. Por eso decidí delibe-
radam ente crear un bloqueo m ental para todo lo que había dicho ella
sobre el tem a a lo largo de m i tesis.
Este enfoque podría ser cuestionado por algunos fieles bien inten-
cionados dentro de la iglesia. Sin em bargo, si los adventistas rehusá-
ram os sujetar la enseñanza de los padres a la prueba del ácido de las
Sagradas Escrituras y de la razón, y nos aferráram os ciegam ente a la
tradición, ¿en qué nos diferen ciaríam os de los católicos o de los m or-
m ones tradicionalistas? Nosotros esperam os que los m orm ones y los
católicos que se sientan a escuchar nuestras predicaciones sujeten la
tradición de sus padres a una evaluación crítica y libre de prejuicios.
¿Exigiríam os m enos de nosotros m ism os? Mi enfoque debía ser hecho
con pensam ientos de este tipo. Tenía yo que olvidar, por así decirlo,
que era adventista del séptim o día, y proseguir m i investigación con

141
tan poco prejuicio com o fuera hum anam ente posible.
Sin em bargo, es precisam ente en este punto crítico, donde m uchos
investigadores fallan . Ellos asum en una posición “anti” en vez de una
posición “neutral”. Es sum am ente fácil para un erudito adventista,
que se propon e ser objetivo, adoptar, a veces in con scientem ente, una
actitud anti adventista, considerada com o elegante en algun os círcu-
los. Pero esto es una traición de la m ism a objetividad tan n ecesaria
para la em presa erudita a causa de su potencial para engañar tanto al
investigador com o a sus lectores.
Adem ás, en sus intentos de llegar a un punto sum am ente neutral,
los eruditos deben exam inar sus m otivaciones interiores. Es fácil, por
experiencias n egativas anteriores, o por m otivos indignos de uno u
otro tipo, trasladar un problem a particular a un enfoque unilateral.
Por ejem plo, el últim o m al serm ón sobre cierto tem a, la ira o el resen-
tim iento contra algún adm inistrador o colega, la inclinación a confor-
m arse a las norm as teológicas generalm ente aceptadas en el m undo
protestante, el deseo de que los líderes denom inacionales lo conside-
ren leal, el deseo urgente de alcanzar notoriedad o de ser con siderado
vanguardista, o cualquier otro m otivo de una veintena de factores ego-
céntricos. Cualquiera de ellos puede ayudar a torcer el pensam iento o
las conclusiones eruditas. Es un asunto bastante difícil.
Trabajé sobre este tem a, recordando constantem ente las trampas;
trabajé infatigablem ente sem ana tras sem ana. Adem ás de com parar la
posición de la iglesia con la Escritura, leí toda la crítica hecha a la po-
sición adventista que pude encontrar, incluyendo la prim era parte de
agosto de 198 0 , cuando term in é m i trabajo. Mi investigación com enzó
antes de la reciente intranquilidad y agitación suscitada den tro de la
iglesia a causa de la doctrina del santuario y por lo tanto no fue preci-
pitada por ella. Sin em bargo, ese debate sirvió para elevar la im por-
tancia de m i estudio, dándom e la seguridad de que la obra en la que
había em peñado m uchas horas de vigilia, estaba lejos de ser pura-
m ente académ ica.
Cuando el debate irrum pió a la luz en algún m om ento del otoño de
1979, casi a diario se m e acercaba alguien que sabía que m i área de
estudio era ese tem a, en busca de m i opinión sobre un o u otro aspecto
de la doctrina del santuario. Pero durante m ás de seis m eses sencilla-
m ente rehusé com entar a profundidad el tem a, m ientras luchaba con

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los problem as en m i propia m ente.
Mientras m e sum ergía m ás y m ás en el tem a, m e sentía franca-
m ente nervioso, por el rum bo a donde m i investigación m e con duciría.
Mi com prom iso con la tarea de una investigación desapasionada, libre
de prejuicios, fortalecida por m is asesores de tesis, m e asustaba. ¿Qué
si m is hallazgos y conclusiones se oponían a las enseñanzas funda-
m entales de la Iglesia Adventista sobre el tem a? No que yo pensara
que una conclusión tal invalidaría necesariam ente la posición de la
iglesia; no tenía una arrogancia sem ejante, ni rem otam ente. Mi preo-
cupación era m ás bien por m í m ism o, por m i relación personal con la
iglesia en el caso de que llegara a la conclusión de que en una posición
tan fundam ental com o la doctrina del santuario, ella estuviera equivo-
cada.
Después de casi dos años de evaluación y análisis críticos, estaba
listo para escribir m is conclusion es. Critiqué, a veces dem asiado
fuerte, la posición que ciertos prom inentes teólogos adventistas (y a la
iglesia com o un todo) habían tom ado en el pasado, y llam é la atención
a las contribuciones positivas a la doctrina del santuario que habían
hecho algunos críticos de la iglesia, especialm ente Albion Fox Ballen-
ger. Sin em bargo, esta m ism a investigación desapasionada condujo a
la conclusión de que “ninguna evidencia a la cual el (m i) estudio tuvo
acceso fue considerada fatal para ninguna área fundam ental de [la
doctrina del santuario] tal com o la han desarrollado los adventistas
del séptim o día”. 2
El peso de esta conclusión no debe sobreestim arse. Quiere decir
que no he visto ninguna ev idencia persuasiva que invalide nuestras
enseñanzas básicas con respecto a la significación de 1844, o al juicio
previo al advenim iento, o a una expiación final centrada en el santua-
rio celestial con la cruz com o su centro. Creo que estas posiciones no
son sólo teológicam ente sólidas, sino tam bién filosóficam ente em ocio-
nantes.
Menos de setenta y dos horas después de haber escrito las conclu-
siones de m i tesis, estaba sentado com o delegado en la Conferencia de
Glacier View (Colorado) sobre el tem a del santuario. A pesar del pro-
pósito por el cual habíam os sido convocados, m i propia agenda con-
sistía en observar para ver si las con clusiones que acababa de escribir
necesitarían una revisión o in cluso ser ignoradas en la estela de los

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hallazgos de la conferen cia. Para m i gran alivio, especialm ente porque
m i tesis todavía no había sido defendida, las deliberaciones dejaron
intactas m is conclusiones con respecto a la solidez de las posiciones
básicas de la iglesia respecto de la doctrina del santuario.
Adem ás, salí adelante con m i fe en la integridad de la doctrin a del
santuario grandem ente fortalecida. Día tras día durante la conferencia
fui testigo de lo que consideré discusiones libres y francas sobre los
im portantes aspectos que rodean este tem a, por algunas de las m entes
teológicas m ás agudas que tiene nuestra den om inación. El consenso
final ha sido una profunda inspiración para m í. Es una dim ensión que
m i estudio aislado en un cubículo de la Universidad Andrews no podía
haberm e dado.
Este apéndice no tiene el propósito de presentar los argum en tos
que m e condujeron a las conclusion es que he descrito. 3 No puede de-
tallar las consideraciones bíblicas, racionales y supra-racionales, que
m e produjeron la profunda convicción, incluso en los niveles m ás pro-
fundos de conciencia. Es m ás bien, un sim ple testim onio de la form a
en que un estudiante de la doctrina del santuario ha dilucidado para
sí m ism o un asunto que preocupa teológicam ente hoy en día a la Igle-
sia Adventista.

Referencias
1 Véase Elena G. de White, Counsels to W riters and Editors, pág. 35, Testim on ies for the

Church (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1948 ), págs. 70 7, 70 8 .
2 Véase Adam s, The Sanctuary Doctrin e, pág. 28 3.
3 Aquellos que quieran seguir m i razonam iento pueden consultar m i tesis, a la que m e re-
fiero en la nota 2.

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