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Al principio Sam se quedó con Frodo en casa de los Coto.

Pero cuando Tirada Nueva estuvo


terminada, fue a vivir con el Tío. Además de todas sus otras ocupaciones, conducía las obras de
limpieza y restauración de Bolsón Cerrado; pero más a menudo recorría la Comarca para ver
cómo progresaban los trabajos de forestación. Y por estar lejos de Hobbiton a comienzos de
marzo, no supo que Frodo había estado enfermo. El trece de ese mes el granjero Coto encontró
a Frodo tendido en la cama; aferraba una piedra blanca que llevaba al cuello suspendida de una
cadena y hablaba como en sueños.

—Ha desaparecido para siempre —decía—, y ahora todo ha quedado oscuro y desierto.

Pero la crisis pasó, y al regreso de Sam el veinticinco, Frodo se había recobrado, y no le dijo
nada de él mismo. Entretanto los trabajos de limpieza de Bolsón Cerrado quedaron concluidos,
y Merry y Pippin llegaron desde Cricava trayendo de vuelta el antiguo mobiliario y todos los
enseres de la casa, y la vieja cueva volvió a ser la misma de antes.

Al fin todo estuvo pronto, y Frodo dijo:

—¿Cuándo piensas venir a vivir conmigo, Sam? Sam pareció un poco turbado.

—No es necesario que vengas en seguida, si no quieres —dijo Frodo. Pero sabes que el Tío
siempre estará a un paso, y estoy seguro de que la Viuda Rumble cuidará bien de él.

—No es eso, señor Frodo —dijo Sam, y se puso muy rojo.

—Y bien ¿qué es entonces?

—Es Rosita, Rosita Coto —dijo Sam—. Parece que no le gustó nada que yo me hiera de viaje, a
la pobrecita; pero como yo no había hablado, no podía decir nada. Y no le hablaba, porque tenía
algo que hacer, antes. Pero ahora he hablado, y me dice: "¡Y bueno, ya has perdido un año! ¿Para
qué esperar más?" "¿Perdido?", le digo. "Yo no lo llamaría así." Pero entiendo lo que ella quiere
decir. Me siento como quien dice partido en dos.

—Comprendo —dijo Frodo—: ¿Quieres casarte, pero también quieres vivir conmigo en Bolsón
Cerrado? Mi querido Sam, ¡nada más sencillo! Cásate lo más pronto posible, y ven ainstalarte
aquí con Rosita. Hay espacio suficiente en Bolsón Cerrado para la familia más numerosa que
puedas desear.

Y así todo quedó arreglado. Sam Gamyi se casó con Rosa Coto en la primavera de 1420 (año
famoso también por el gran número de matrimonios), y fueron a vivir a Bolsón Cerrado. Y si
Sam se creía favorecido por la suerte, Frodo sabía que él lo era todavía más: no había en la
Comarca un hobbit que fuera cuidado con tanto celo y amor como él.

[…]

Ahora las cosas marchaban bien, con la constante esperanza de que mejorarían más aún, y Sam
vivía atareado y tan colmado de dicha como hasta un hobbit pudiera desear. Nada turbó para él
la paz de aquel año, excepto una cierta preocupación por Frodo, que se había retirado poco a
poco de todas las actividades de la Comarca. A Sam le apenaba que lo trataran con tan escasos
honores en su propio país. Pocos eran los queconocían o deseaban conocer sus hazañas y
aventuras; la admiración y el respeto de todos recaían casi exclusivamente en el señor
Meriadoc y en el señor Peregrin y (aunque esto Sam lo ignoraba) también en él. Y en el otoño
apareció una sombra de los antiguos tormentos.

Una noche Sam entró en el estudio y encontró a su amo muy extraño. Estaba palidísimo, con la
mirada como perdida en cosas muy lejanas.

— ¿Qué le pasa, señor Frodo? —dijo Sam.

—Estoy herido —respondió él—, herido; nunca curaré del todo.

Pero luego se levantó y pareció que el malestar había desaparecido, y al otro día era de nuevo
el Frodo de siempre. Sólo más tarde Sam reparó en la fecha: seis de octubre. Dos años antes,
ese mismo día, se había hecho la oscuridad en la hondonada de la Cima del Viento.

Pasó el tiempo y llegó el año 1421. Frodo volvió a caer enfermo en marzo, pero con un gran
esfuerzo consiguió ocultarlo, porque Sam tenía otras cosas en qué pensar. El primer hijo de
Sam y Rosita nació el veinticinco de marzo, una fecha que Sam anotó.

--Y bien, señor Frodo dijo—. Estoy en un aprieto. Rosa y yo habíamos decidido llamarlo Frodo,
con el permiso de usted; pero no es él, es ella. Aunque es la niña más bonita que hayamos podido
desear, porque afortunadamente se parece más a Rosa que a mí. De modo que no sabemos qué
hacer.

--Bueno, Sam —dijo Frodo ¿qué tienen de malo las antiguas tradiciones? Elige un nombre de
flor, como Rosa. La mitad de las niñas de la Comarca tienen nombres semejantes ¿y qué puede
ser mejor?

--Supongo que tiene usted razón, señor Frodo —dijo Sam—. He escuchado algunos nombres
hermosos en mis viajes, pero se me ocurre que son demasiado sonoros para usarlos de
entrecasa, por así decir. El Tío dice: "Escoge uno corto, así no tendrás que acortarlo luego."
Pero si ha de ser el nombre de una flor, entonces no me importa que sea largo: tiene que ser
una flor hermosa, porque vea usted, señor Frodo, yo creo que es muy hermosa, y que va a ser
mucho más hermosa todavía.

Frodo pensó un momento.

--Y bien, Sam, ¿qué te parece Elanor, la estrellasol? ¿Recuerdas, la pequeña flor de oro que
crecía en los prados de Lothlórien?

--¡También ahora tiene razón, señor Frodo! dijo Sam, maravillado—. Eso es lo que yo quería.
La pequeña Elanor tenía casi seis meses, y 1421 había entrado ya en el otoño, cuando Frodo
llamó a Sam al estudio.

—El jueves será el cumpleaños de Bilbo, Sam —dijo—, y sobrepasará al Viejo Tuk. ¡Cumplirá
ciento treinta y un años!

— ¡Es verdad! —dijo Sam—. ¡Qué maravilla!

—Pues bien, Sam, me gustaría que hablaras con Rosa y vieras si puede arreglarse sin ti, y
entonces podríamos partir juntos. Claro, ahora no puedes alejarte demasiado ni por mucho
tiempo —dijo con cierta tristeza.

—No, no en verdad, señor Frodo.

—Claro que no. Pero no importa; podrías acompañarme un trecho. Dile a Rosa que no estarás
ausente mucho tiempo, no más de dos semanas, y que regresarás sano y salvo.

—Me gustaría tanto ir con usted a Rivendel, señor Frodo, y ver al señor Bilbo —dijo Sam—. Y
sin embargo el único lugar en que realmente quiero estar es aquí. Estoy partido en dos.

— ¡Pobre Sam! ¡Así habrás de sentirte, me temo! —dijo Frodo—. Pero curarás pronto. Naciste
para ser un hobbit sano e íntegro, y lo serás.

Durante los dos o tres días siguientes Frodo, con la ayuda de Sam, revisó todos los papeles y
manuscritos, y le dio las llaves. Había un libro voluminoso encuadernado en cuero rojo: las
páginas altas estaban ahora casi llenas. Al principio, había muchas hojas escritas por la mano
débil y errabunda de Bilbo, pero la escritura apretada y fluida de Frodo cubría casi todo el
resto. El libro había sido dividido en capítulos; el capítulo 80 estaba inconcluso y seguido de
varios folios en blanco. En la página correspondiente a la portada, había numerosos títulos,
tachados uno tras otro:

Mi Diario. Mi Viaje Inesperado. Historia de una Ida y de una Vuelta. Y Qué Sucedió Después.
Aventuras de Cinco Hobbits. La Historia del Gran Anillo, compilada por Bilbo Bolsón, según las
observaciones personales del autor y los relatos de sus amigos. Nosotros y la Guerra del Anillo.

Aquí terminaba la letra de Bilbo y luego Frodo había escrito:

LA CAÍDA
DEL SEÑOR DE LOS ANILLOS
Y EL RETORNO DEL REY

Tal como los vio la Gente Pequeña; siendo éstas las memorias de Bilbo y de Frodo de la
Comarca, completadas con las narraciones de sus amigos y la erudición del Sabio.

Junto con extractos de los Libros de la Tradición, traducidos por Bilbo en Rivendel.
—¡Pero lo ha terminado casi, señor Frodo! —exclamó Sam—. Bueno, ha trabajado en serio.

—Yo he terminado con lo mío, Sam —dijo Frodo—. Las últimas páginas son para ti.

El veintiuno de septiembre partieron juntos, Frodo montado en el poney en que había recorrido
todo el camino desde Minas Tirith, y que ahora se llamaba Trancos; y Sam en su querido Bill.
Era una mañana dorada y hermosa, y Sam no preguntó a dónde iban. Creía haberlo adivinado.

Tomaron por el Camino de Cepeda hasta más allá de las colinas, dejando que los poneys
avanzaran sin prisa rumbo al Bosque Cerrado. Acamparon en las Colinas Verdes y el veintidós de
septiembre, cuando caía la tarde, descendieron apaciblemente entre los primeros árboles.

— ¡ Fue detrás de ese árbol donde usted se escondió la primera vez que apareció el Jinete
Negro, señor Frodo! —dijo Sam, señalando a la izquierda—. Ahora parece un sueño.

Había llegado la noche y las estrellas centelleaban en el cielo del este, cuando los compañeros
pasaron delante de la encina seca y descendieron la colina entre la espesura de los avellanos.
Sam estaba silencioso y pensativo. De pronto advirtió que Frodo iba cantando en voz queda,
cantando la misma vieja canción de caminantes, pero las palabras no eran del todo las mismas:

Aún detrás del recodo quizá todavía esperen un camino nuevo o una puerta secreta; y aunque a
menudo pasé sin detenerme, al fin llegará un día en que iré caminando por esos senderos
escondidos que corren al oeste de la Luna, al este del Sol.

Y como en respuesta, subiendo por el camino desde el fondo del valle, llegaron voces que
cantaban:

A! Elbereth Gilthoniel
silivren penna míriel
o menel aglar elenath,
Gilthoniel, A! Elbereth!
Aún recordamos, nosotros que vivimos
bajo los árboles en esta tierra lejana,
la luz de las estrellas
sobre los Mares de Occidente.

Frodo y Sam se detuvieron y aguardaron en silencio entre las dulces sombras, hasta que un
resplandor anunció la llegada de los viajeros.

Y vieron a Gildor y una gran comitiva de hermosa gente élfica, y luego, ante los ojos
maravillados de Sam, llegaron cabalgando Elrond y Galadriel. Elrond vestía un manto gris y lucía
una estrella en la frente, y en la mano llevaba un arpa de plata, y en el dedo un anillo de oro con
una gran pieza azul: Vilya, el más poderoso de los tres. Pero Galadriel montaba en un palafrén
blanco, envuelta en una blancura resplandeciente, como nubes alrededor de la Luna; y ella
misma parecía irradiar una luz suave. Y tenía en el dedo el anillo forjado de mithril, con una
sola piedra que centelleaba como una estrella de escarcha. Y cabalgando lentamente en un
pequeño poney gris, cabeceando de sueño y como adormecido, llegó Bilbo en persona.

Elrond los saludó con un aire grave y gentil, y Galadriel los miró, con una sonrisa.

—Y bien, señor Samsagaz —dijo. Me han dicho, y veo, que has utilizado bien mi regalo. De ahora
en adelante la Comarca será más que nunca amada y bienaventurada. —Sam se inclinó en una
profunda reverencia, pero no supo qué decir. Había olvidado qué hermosa era la Dama
Galadriel.

Entonces Bilbo despertó y abrió los ojos.

—¡Hola, Frodo! —dijo—. ¡Bueno, hoy le he ganado al Viejo Tuk! Así que eso está arreglado. Y
ahora creo estar pronto para emprender otro viaje. ¿Tú también vienes?

—Sí, yo también voy —dijo Frodo. Los Portadores del Anillo han de partir juntos.

— ¿A dónde va usted, mi amo? —gritó Sam, aunque por fin había comprendido lo que estaba
sucediendo.

—A los Puertos, Sam —dijo Frodo.

—Y yo no puedo ir.

—No, Sam. No todavía, en todo caso; no más allá de los Puertos. Aunque también tú fuiste un
Portador del Anillo, si bien por poco tiempo. También a ti te llegará la hora, quizá. No te
entristezcas demasiado, Sam. No siempre podrás estar partido en dos. Necesitarás sentirte
sano y entero, por muchos años. Tienes tantas cosas de que disfrutar, tanto que vivir y tanto
que hacer.

—Pero —dijo Sam, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—, yo creía que también usted
iba a disfrutar en la Comarca, años y años, después de todo lo que ha hecho.

—También yo lo creía, en un tiempo. Pero he sufrido heridas demasiado profundas, Sam.


Intenté salvar la Comarca y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las
cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las
conserven. Pero tú eres mi heredero: todo cuanto tengo y podría haber tenido te lo dejo a ti. Y
además tienes a Rosa y a Elanor; y vendrán también el pequeño Frodo y la pequeña Rosa, y
Merry, y Rizos de Oro, y Pippin; y acaso otros que no alcanzo a ver. Tus manos y tu cabeza
serán necesarios en todas partes. Serás el alcalde, naturalmente, por tanto tiempo como
quieras serlo, y el jardinero más famoso de la historia; y leerás las páginas del Libro Rojo, y
perpetuarás la memoria de una edad ahora desaparecida, para que la gente recuerde siempre el
Gran Peligro, y ame aún más entrañablemente el país bienamado. Y eso te mantendrá tan
ocupado y tan feliz como es posible serlo, mientras continúe tu parte de la Historia.

»¡Y ahora ven, cabalga conmigo!


Entonces Elrond y Galadriel prosiguieron la marcha; la Tercera Edad había terminado y los Días
de los Anillos habían pasado para siempre, y así llegaba el fin de la historia y los cantos de
aquellos tiempos. Y con ellos partían numerosos elfos de la Alta Estirpe que ya no querían
habitar en la Tierra Media; y entre ellos, colmado de una tristeza que era a la vez venturosa y
sin amargura, cabalgaban Sam, y Frodo, y Bilbo; y los elfos los honraban complacidos.

Aunque cabalgaron a través de la Comarca durante toda la tarde y toda la noche, nadie los vio
pasar, excepto las criaturas salvajes de los bosques; o aquí y allá algún caminante solitario que
vio de pronto entre los árboles un resplandor fugitivo, o una luz y una sombra que se deslizaba
sobre las hierbas, mientras la luna declinaba en el poniente. Y cuando la Comarca quedó atrás y
bordeando las faldas meridionales de las Lomas Blancas llegaron a las Lomas Lejanas y a las
Torres, vieron en lontananza el Mar; y así descendieron por fin hacia Mithlond, hacia los
Puertos Grises en el largo estuario de Lun.

Cuando llegaron a las Puertas, Cirdan el Guardián de las Naves se adelantó a darles la
bienvenida. Era muy alto, de barba larga, y todo gris y muy anciano, salvo los ojos que eran
vivos y luminosos como estrellas; y los miró, y se inclinó en una reverencia, y dijo:

—Todo está pronto.

Entonces Cirdan los condujo a los Puertos y un navio blanco se mecía en las aguas, y en el
muelle, junto a un gran caballo gris, se erguía una figura toda vestida de blanco que los
esperaba. Y cuando se volvió y se acercó a ellos, Frodo advirtió que Gandalf llevaba en la mano,
ahora abiertamente, el Tercer Anillo, Narya el Grande, y la piedra engarzada en él era roja
como el fuego. Entonces aquellos que se disponían a hacerse a la Mar se regocijaron, porque
supieron que Gandalf partiría también.

Pero Sam tenía el corazón acongojado y le parecía que si la separación iba a ser amarga, más
triste aún sería el solitario camino de regreso. Pero mientras aún seguían allí de pie, y los elfos
ya subían a bordo, y la nave estaba casi pronta para zarpar, Pippin y Merry llegaron, a galope
tendido. Y Pippin reía en medio de las lágrimas.

—Ya una vez intentaste tendernos un lazo y te falló, Frodo. Esta vez

estuviste a punto de conseguirlo, pero te ha fallado de nuevo. Sin embargo, no ha sido Sam
quien te traicionó esta vez, ¡sino el propio Gandalf!

—Sí —dijo Gandalf— porque es mejor que sean tres los que regresen y no uno solo. Bien, aquí,
queridos amigos, a la orilla del Mar, termina por fin nuestra comunidad en la Tierra Media. ¡Id
en paz! No os diré: no lloréis; porque no todas las lágrimas son malas.

Frodo besó entonces a Merry y a Pippin, y por último a Sam, y subió a bordo; y fueron izadas
las velas, y el viento sopló, y la nave se deslizó lentamente a lo largo del estuario gris; y la luz
del frasco de Galadriel que Frodo llevaba en alto centelleó y se apagó. Y la nave se internó en la
Alta Mar rumbo al Oeste, hasta que por fin en una noche de lluvia Frodo sintió en el aire una
fragancia y oyó cantos que llegaban sobre las aguas; y le pareció que, como en el sueño que
había tenido en la casa de Tom Bombadil, la cortina de lluvia gris se transformaba en plata y
cristal, y que el velo se abría y ante él aparecían unas playas blancas, y más allá un país lejano y
verde a la luz de un rápido amanecer.

Pero para Sam la penumbra del atardecer se transformó en oscuridad, mientras seguía allí en
el Puerto; y al mirar el agua gris vio sólo una sombra que pronto desapareció en el oeste. Hasta
entrada la noche se quedó allí, de pie, sin oír nada más que el suspiro y el murmullo de las olas
sobre las playas de la Tierra Media, y aquel sonido le traspasó el corazón. Junto a él, estaban
Merry y Pippin, y no hablaban.

Por fin los tres compañeros dieron media vuelta y se alejaron, sin volver la cabeza, y
cabalgaron lentamente rumbo a la Comarca; y no pronunciaron una sola palabra durante todo el
viaje de regreso; pero en el largo camino gris, cada uno de ellos se sentía reconfortado por los
demás.

Y finalmente cruzaron las lomas y tomaron el Camino del Este; y Pippin y Merry cabalgaron
hacia Los Gamos; y ya empezaban a cantar de nuevo mientras se alejaban. Pero Sam tomó el
camino de Delagua, y así volvió a casa por la colina, cuando una vez más caía la tarde. Y llegó y
adentro ardía una luz amarilla; y la cena estaba pronta, y lo esperaban. Y Rosa lo recibió, y lo
instaló en su sillón, y le sentó a la pequeña Elanor en las rodillas.

Sam respiró profundamente.

—Bueno, estoy de vuelta —dijo.

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