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Beccaria y Gro Is Man
Beccaria y Gro Is Man
INTRODUCCION
1
Tal proyecto no podía ponerse en marcha plenamente dados los fuertes desequilibrios
macroeconómicos, por lo que se implementa inicialmente un típico programa de
estabilización para hacer frente a las dificultades del balance de pagos y los niveles
inflacionarios nunca antes conocidos en el país. Algunas de las medidas que
conformaron este programa del gobierno militar en el plano laboral alteraron
fundamentalmente la distribución del ingreso (véase Sección 3), en particular, el
congelamiento de los salarios nominales que produjo una reducción de su poder de
compra que, en promedio, superó el 30% en 1976. Como se discutirá más adelante, tal
comportamiento fue acompañado de cambios en la brecha entre las remuneraciones de
diferentes grupos de asalariados, con lo cual muchos trabajadores vieron disminuir sus
ingresos en una proporción aún mayor.
Estas políticas implementadas inicialmente, y otras implementadas durante los dos años
siguientes, no lograron ubicar a la tasa de inflación por debajo de valores mensuales del
8%, por lo que en 1979 se puso en marcha un nuevo esquema estabilizador que fijaba el
tipo de cambio para los meses siguientes considerando una pauta preanunciada de
aumento a tasa decreciente –la denominada, “tablita cambiaria”.1 Si bien esta medida
redujo la inflación, no logró que ella resultase inferior al ritmo de devaluación,2 lo cual
originó un importante atraso cambiario (esto es, precios domésticos creciendo en
términos de divisas).3
Pero el hecho más destacable del período, y que va a signar el devenir futuro de la
economía, fue el acelerado crecimiento de la deuda externa. Tal proceso se verificó sin
una expansión paralela de la capacidad productiva ni con superávit de la cuenta
comercial.
1 El manejo del tipo de cambio ya había sido usado para inducir una baja de la inflación desde 1978.
2 La tasa mensual de aumento de los precios al consumidor se redujo del 8% en 1978 al 5,4% en 1980.
Sin embargo, a lo largo de este último año el tipo de cambio creció al 2,3% mensual.
3 Análisis detallado de lo acontecido en este período podrá encontrarse, por ejemplo, en Damill y Frenkel
(1987).
2
El programa heterodoxo de estabilización puesto en práctica en 1985 tuvo un éxito sólo
inicial. La inflación se fue luego acelerando, alcanzando valores muy elevados desde
1987. Los nuevos planes de estabilización tampoco pudieron atenuar el crecimiento de
los precios, derivando en el episodio hiperinflacionario de 1989, cuando la inminencia
del cambio de gobierno alentó una corrida cambiaria.
3
anclar el valor de la divisa de manera tal de influir sobre la fijación de los precios
domésticos. Medidas implementadas en el plano fiscal (aumento de las alícuotas de
impuestos y mejoras en la administración tributaria) también contribuyeron a una rápida
reducción de la inflación en 1991: la variación del índice de precios al consumidor
alcanzó el 3%6 en mayo y valores cercanos al 1% hacia fines de año. La estabilidad
permitió, por un lado, mejorar el poder de compra de las remuneraciones y, por el otro,
la difusión del crédito de consumo. Este último fenómeno posibilitó un significativo
crecimiento de la demanda doméstica, que fue particularmente relevante para los bienes
durables y la construcción, sector este último que había atravesado un largo período de
estancamiento. Las inversiones de las empresas privatizadas fueron otro de los factores
que contribuyó a la expansión de la demanda interna. La reducción de la inflación
permitió, asimismo, mejorar la recaudación tributaria.
La tasa de cambio establecida en 1991 –un peso por dólar– implicaba para algunos
autores, un cierto grado de apreciación de la moneda nacional,7 el que se acentuó a
partir de ese momento, y hasta 1994, debido al comportamiento de los precios
domésticos.8 Este hecho, más la señalada profundización del proceso de apertura
comercial, afectaron la competitividad de las actividades transables. Ello, explica
parcialmente que las exportaciones no hayan aumentado inicialmente a ritmos
compatibles con la creciente demanda de divisas. En efecto, por un lado se aceleró la
expansión de las importaciones,9 dado su conocido comportamiento procíclico y como
consecuencia del impulso que generó la apertura. Por el otro lado, fueron significativos
los servicios de una deuda externa que ya era elevada a principios del período. Sin
embargo, la economía pudo crecer durante la mayor parte de la década –hasta 1998– sin
mayores sobresaltos (salvo durante la crisis del Tequila), y a tasas muy altas, como
consecuencia de la importante entrada de capitales extranjeros cuyos montos superaron
a los déficit de cuenta corriente que el país experimentó de manera regular.
6 Esa tasa oscilaba alrededor del 7% entre octubre de 1990 y enero de 1991 y se había elevado al 27% en
febrero, producto de la devaluación y otras medidas (como la elevación de ciertas tarifas).
7 Algunos autores, por ejemplo, Perry y Serven (2002), consideran que también se había apreciado el tipo
de cambio de equilibrio.
8 Existe también controversia acerca de cuanto del eventual nivel de apreciación que se registraba en
1994 ya estaba presente en 1991 y cuanto se debió a lo acontecido en esos cuatro años.
9 Ello produjo que la balanza comercial desmejorase de manera rápida y significativa no obstante la
mejora en los términos del intercambio.
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Los importantes flujos de divisas que beneficiaron al país durante los primeros años de
vigencia de la caja de conversión resultaron de un mercado financiero internacional en
expansión, así como del significativamente mejorado –respecto de los años de alta
inestabilidad de los ochenta– clima para los negocios generado por las reformas
estructurales encaradas en esos años, por un contexto macroeconómico más estable y
por los efectos del Plan Brady. En parte, este proceso continuó incrementando el stock
de obligaciones en divisas, aunque a un ritmo similar al del crecimiento del PBI. Debe
tenerse en cuenta que el nivel de endeudamiento del país con el exterior –que en su
mayor parte (80%) correspondía al sector público– ya resultaba muy elevado a
principios de la década, no tanto en relación el PBI sino a las exportaciones.
La crisis mexicana de fines de 1994 mostró con claridad hasta qué punto el crecimiento
económico dependía de los ingresos de divisas en el régimen de caja de conversión.
Cuando en ese momento se redujo marcadamente la llegada de capitales del exterior, el
nivel de actividad cayó por primera vez desde la puesta en marcha de la convertibilidad.
La vuelta a la normalidad de la situación financiera internacional hacia fines del año
siguiente impulsó un nuevo ciclo expansivo de la economía, el que fue facilitado por el
paquete de ayuda externa otorgado por el FMI. La relativamente rápida superación de la
fase recesiva (duró tres trimestres) fue exhibida como muestra de la solidez del régimen.
Sin embargo, el crecimiento registrado entre 1995 y 1998 siguió siendo posible gracias
a la importante entrada de capitales ya que la cuenta corriente continuó mostrando un
signo negativo. Tanto el sector privado como el público contribuyeron al incremento de
la deuda. Este último recurrió a la colocación de bonos soberanos para financiar un
empeoramiento de las cuentas fiscales respecto de las correspondientes a los primeros
años de la convertibilidad, comportamiento que obedeció, primordialmente, a la
privatización parcial del régimen de previsión social y a la disminución de los aportes
patronales.
Las nuevas dificultades por las que atravesó en 1998 el mercado mundial de capitales
luego de la crisis rusa volvieron a tener un impacto negativo sobre la dinámica
productiva local. En la misma dirección operó el que Brasil –que representaba el destino
para alrededor del 30% de las exportaciones– devaluara su moneda. Pero en este caso, y
a diferencia de lo acontecido tres años antes, la economía no reaccionó luego de la
mejora de las condiciones internacionales. El volumen de la deuda externa acumulada
emergió claramente como una seria restricción a las posibilidades de crecimiento de la
economía argentina. En efecto, las dudas sobre la solvencia externa, pero también fiscal,
hicieron difícil el acceso del sector público a los mercados internacionales de capitales,
situación que se tradujo en un continuo aumento de la tasa de interés que debía
ofrecerse por los bonos soberanos. El gobierno que asumió a fines de 1999 basó su
política económica en el diagnóstico de que buena parte de las dificultades se
encontraban en la falta de solvencia fiscal, el cual otorgaba menor importancia a la
apreciación del tipo de cambio y a la fragilidad externa del país. Por lo tanto, puso en
marcha medidas tendientes a reducir el desequilibrio de las cuentas públicas
(incrementó el impuesto a las ganancias a los sectores medios y redujo los salarios de la
administración pública). En ese contexto, negoció nuevos préstamos destinados a
disminuir el riesgo de no cumplimiento de los compromisos externos del país y, a fines
del 2000, alcanzó un acuerdo con el FMI que permitió concretar un importante crédito
que se conoció como el “blindaje”.
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Los esfuerzos fiscales no tuvieron el efecto buscado y, por el contrario, agudizaron la
recesión. Tampoco el blindaje generó expectativas favorables sobre la sostenibilidad de
la convertibilidad, objetivo cuyo logro también se complicó por los frecuentes cambios
de responsables de la política económica. Como un nuevo esfuerzo por “comprar
credibilidad” ante la creciente salida de divisas, a mediados del 2001 el gobierno
promovió una operación de canje de la deuda pública con el objeto de extender los
plazos de vencimiento. En noviembre se avanzó en la misma dirección al ofrecerse,
básicamente a los tenedores locales (banco y fondos de pensión), el cambio de bonos
por préstamos garantizados por la recaudación.
Estas medidas, que fueron apoyadas por el FMI, consiguieron contener la corrida contra
el peso argentino sólo por un breve lapso de tiempo. Ante la imposibilidad de tornar
favorables las expectativas, se acentuó la fuga de capitales dado el riesgo cambiario que
implicaba tamaño nivel de la deuda, así como por las dificultades para colocar nueva
deuda.10 Para atenuar la salida de divisas se tuvo finalmente que limitar la extracción de
depósitos bancarios (se estableció el llamado “corralito”) y se impusieron medidas de
control de cambios.11 Estas decisiones agudizaron un enrarecido clima político y
debilitaron aún más al gobierno que ya había perdido, de manera contundente, las
elecciones legislativas en el mes de octubre. En esa coyuntura de inestabilidad política,
con frecuentes y masivas manifestaciones populares, se produjo la renuncia del
presidente antes de la navidad.
El gobierno provisional que le sucedió continuó sin poder acceder a los mercados
internacionales y declaró el default de la deuda pública nacional con tenedores
privados.12 Con posterioridad, se devaluó el peso y se permitió que flotara.
La brusca depreciación del peso trajo aparejado un fuerte crecimiento de los precios
internos (del 100% en los precios mayoristas y 30% en los minoristas durante el primer
semestre) que, sin embargo, resultó ser de menor magnitud que aquella, por lo cual el
tipo de cambio real se duplicó hacia junio de 2002. A diferencia de experiencias previas,
esta significativa elevación del nivel general de precios no derivó en un proceso
inflacionario. Ello obedeció a la aguda depresión económica y a la ya muy compleja
situación laboral y social prevaleciente antes del cambio de régimen. En particular, la
debilidad de la demanda interna impuso un límite al traslado del incremento en la
10 Y también, ante las señales que se derivaban de algunas medidas de tipo fiscal destinadas a mejorar el
tipo de cambio real de los productos transables o del anuncio de fijar el tipo de cambio con relación a una
canasta de monedas (conformada por el euro además del dólar) –la “convertibilidad ampliada”–.
11 Estas medidas también apuntaban a sostener al sistema financiero.
12 Ella representaba el 52% de la deuda pública externa a ese momento.
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paridad cambiaria sobre los precios al consumidor. Asimismo, los elevados niveles de
desempleo explicaron la ausencia de mecanismos de indización salarial, por lo que el
aumento de precios impactó directamente sobre el poder de compra de las
remuneraciones. La falta de liquidez provocada por el mantenimiento de las
restricciones al uso de los depósitos en los bancos fue otra de las razones que contribuyó
a esta dinámica de los precios domésticos. Todos estos elementos impidieron los
mecanismos de propagación de los impulsos inflacionarios característicos de
devaluaciones previas, dando lugar a una situación novedosa en la historia económica
reciente de Argentina.
La estabilidad del tipo de cambio nominal15 que se alcanzó a partir del segundo
semestre de 2002 permitió una disminución notable de los índices inflacionarios. El
crecimiento de los precios mayoristas se desaceleró para estabilizarse hacia finales de
año, mientras que el Índice de Precios al Consumidor presentó variaciones menores al
1% mensual a partir de octubre. Sin embargo, el mayor valor de las transacciones
nominales, junto con el mantenimiento del gasto público, generó mejoras en la
recaudación fiscal que contribuyeron a equilibrar las cuentas públicas, como lo hizo
también el establecimiento de retenciones a las exportaciones.
13 No obstante, la fuerte reducción que experimentó durante los últimos meses de la Convertibilidad y los
primeros de 2002 hicieron que el nivel de actividad promedio de en este último año fuera 10,9% inferior
al de 2001.
14 Véase Heyman y Ramos (2003).
15 El precio del dólar se mantuvo en un entorno de $3,60 a partir de julio de 2002 para terminar el año en
$3,20.
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Se fue consolidando así una nueva estructura de precios relativos favorable a la
producción de bienes y servicios comerciables internacionalmente. Ello mejoró la
competitividad de los productores de transables y generó un proceso de re-sustitución
de importaciones que incentivó la producción industrial, aún en el contexto de un
mercado interno deprimido y ausencia de crédito. Este cambio de precios relativos
internos, conjuntamente con el alza de las cotizaciones internacionales de las
commodities, implicaron un fuerte incremento de la rentabilidad de las actividades
primarias que, sumado a la mejora de su situación patrimonial permitió una expansión
de la producción y, por ende, de las exportaciones.
No resultó extraño, por lo tanto, que la salida de la recesión fuese liderada por estos
sectores productores de bienes. Entre las ramas manufactureras, los crecimientos más
significativos se verificaron en textiles y confecciones, metalmecánicas y las
productoras de bienes para la construcción. Adicionalmente, se registró una importante
recuperación del comercio y de la construcción privada. La mayor demanda
inmobiliaria reflejó, en alguna medida, la falta de alternativas financieras atractivas con
que contaban quienes habían logrado evitar el “acorralamiento” de (al menos parte de)
sus activos líquidos, especialmente de aquellos nominados en dólares y que, por lo
tanto, habían experimentado un “efecto riqueza” positivo.
El sector público, en cambio, no jugó durante 2003 un papel expansivo: las cuentas
fiscales mostraron un superávit de 1.6% del PIB, producto de mejoras en el resultado
primario y, también, de las menores erogaciones en concepto de pagos de servicios
financieros.17 La recuperación del nivel de actividad y el crecimiento de los precios
implicaron una importante suba en la recaudación impositiva tanto en términos
nominales como reales que, conjuntamente con una fuerte reducción del gasto público
real, posibilitaron el sobre cumplimiento de las metas fiscales acordadas con el FMI.
16 Que se compara con el 9,6% del total del PIB o el 8,6% correspondiente al conjunto de los sectores no
primarios.
17 Se está haciendo referencia al conjunto del Sector Público No Financiero.
8
Los precios se desaceleraron marcadamente –entre fines de 2002 y de 2003 el IPC
aumentó 3.7% y el Indice de Precios Mayoristas lo hizo en 2%–, lo cual colaboró con la
tenue recuperación de las remuneraciones reales que se registró durante ese año.
Dada la difusión del comportamiento positivo entre los diversos componentes del gasto,
no resultó extraño que se registrasen importantes crecimientos en la mayoría de los
sectores de actividad. En el caso de la industria –que también alcanzó el máximo
anterior en 2005–, los sectores automotriz, textil y metálicas básicas lideraron el
crecimiento desde el inicio de la recuperación.
9
importante de divisas, llegando a cerca de 43 miles de millones de dólares a mediados
de 2007.
El ritmo de crecimiento de los precios se elevó respecto de los bajos registros de 2003,
llegando a crecer cerca del 12% tanto en el caso de los mayoristas como de minoristas
en 2005. Luego de una leve caída en 2006, se advierte una nueva aceleración el años
siguiente, especialmente en el caso de los mayoristas, proceso que estaría reflejando el
importante avance de la demanda doméstica, al que contribuyen los sostenidos
incrementos que se vienen registrando entre los bienes que exporta el país.
En resumen, desde mediados de 2002 pudo mantenerse el tipo de cambio real elevado
debido tanto a que el incremento de precios inicial no derivó en presiones inflacionarias
importantes como a la intervención pública en el mercado de cambios. Durante los
primeros años contribuyeron a esa estabilización de precios factores tales como las
escasas negociaciones salariales, el congelamiento de los salarios públicos y la
inexistencia de otros mecanismos de indización. Precisamente, sobre esta nueva y más
elevada tasa de cambio se asentó la fase de expansión iniciada en la última parte de
2002. En efecto, una vez que se percibió que los nuevos precios relativos se
mantendrían en el tiempo, se fue afianzando una recuperación basada, inicialmente, en
cierta dinámica exportadora y en la re-sustitución de importaciones, en la recuperación
de la inversión impulsada por los efectos riqueza y las limitadas alternativas de
inversión financiera y, hacia el final de ese año, en la recuperación del consumo tanto
privado como público.
Las características de las fuerzas que empujaron la recuperación explican el cambio que
se está produciendo en la estructura sectorial, cuyo sesgo difiere respecto del observado
en la década anterior. Actividades como la manufactura habían sido las más afectadas
por la apreciación de la moneda y la apertura comercial de la economía de los noventa
mientras que mostraron el mayor dinamismo en estos años, especialmente al inicio de la
fase de crecimiento. Desde 2005 la evolución de los diferentes agregados sectoriales
resulta de una intensidad similar ya que se aceleró el crecimiento de los servicios, pero
continúa siendo importante el correspondiente a la producción de bienes.
2. MERCADO DE TRABAJO
10
En efecto, a partir de mediados de los setenta continuó el lento crecimiento de la tasa de
actividad urbana que resultaría de la preeminencia de los efectos sustitución –la respuesta a
la fuerte disminución de las remuneraciones– y desaliento –derivado del debilitamiento de
la creación de empleo formal–. Similares factores habrían continuado operando durante la
primera parte de los ochenta, cuando se estanca la tasa de actividad urbana. Es a partir de
mediados de esta década cuando se aprecia una reversión de esta evolución, retomando un
ritmo de crecimiento similar al de los sesenta.
Otra característica de la evolución del empleo durante el período bajo análisis fue el
crecimiento de la proporción de asalariados no registrados o clandestinos, comportamiento
que de acuerdo a datos del Gran Buenos Aires, ocurrió durante los años ochenta (Gráfico
2). Este desarrollo está en parte asociado al crecimiento de la ocupación en
establecimientos pequeños pero que también se derivó de un incremento de la incidencia
en todos los estratos de tamaño.19 Si se aplican las proporciones de trabajo no registrado
del Gran Buenos Aires al total de asalariados estimado para el conjunto de áreas urbanas
del país se deduce que el empleo asalariado registrado habría permanecido estancado y
todo el incremento arriba comentado se compuso de nuevos puestos “en negro”.
11
El desplazamiento de las ocupaciones hacia las actividades terciarias influyó, por otra
parte, en un más lento crecimiento promedio de productividad. La expansión más rápida
del empleo informal explica en parte la ganancia relativa de las ocupaciones en servicios.
Sin embargo, al haber sido el crecimiento del conjunto de las ocupaciones terciarias entre
1980 y 1990 mayor al experimentado por las ocupaciones por cuenta propia se deduce que
también hubo una importante expansión de puestos asalariados en servicios. Una de estas
fuentes parece haber sido el empleo público cuya proporción en el conjunto de los
asalariados se mantuvo.
En lo que hace a la dinámica de las remunerciones, cabe señalar que al inicio del período
bajo análisis se produjo un quiebre de la tendencia de persistente –aunque muy fluctuante–
mejora del nivel medio del poder de compra de las mismas que se verifica desde finalizada
la guerra. A partir de mediados de los setenta y durante la década siguiente la evolución del
salario real es declinante –también con marcados vaivenes– resultado de lo cual el valor
medio correspondiente al período 1976-90 resultó menor al del decenio anterior y similar
al del período 1950-63 (Gráfico 3).
Esa disminución inicial resulta del congelamiento de salarios, la devaluación del tipo de
cambio y la liberalización de los precios, medidas implementadas por el regimen militar
para estabilizar la economía. Con posterioridad, el contexto macroeconómico constituyó el
principal determinante del estancamiento de las remuneraciones así como de las
fluctuaciones de corto plazo que se observaron entre 1976 y 1990. Los cambios que
experimentaron algunas instituciones constituyeron, sin embargo, otro factor que tuvo una
influencia importante a lo largo de este período. Cabe recordar que luego del golpe militar
de 1976 se prohibieron las actividades gremiales y los incrementos nominales de las
remuneraciones pasaron a ser fijados por el estado. La imposibilidad de intervenir
abiertamente en su determinación así como la debilidad de los representantes gremiales al
nivel de las empresas y establecimientos (donde se llevaron a cabo algunas negociaciones)
constituyen elementos que deben adicionarse al comportamiento macroeconómico en
cualquier explicación de la evolución salarial del período que se extiende desde 1976 y
hasta, al menos, 1983 cuando se restablecen las instituciones democráticas. De manera
particular, la suspensión de la actividad gremial aparece como un factor relevante a la hora
de entender la fuerte reducción de las remuneraciones de 1976, que cayeron el 30% en un
solo trimestre.
Las mejoras observadas en ciertos períodos – entre 1978 y 1980 y, brevemente, en 1986–
estuvieron ligadas a momentos de desaceleración de la inflación. Por el contrario, las
fuertes caídas de 1981 y la declinación posterior a 1986 resultaron de repuntes marcados
en el crecimiento de los precios.
12
2.2. Los años noventa
Los noventa fueron años difíciles para el mercado de trabajo, y su comportamiento fue
determinante en la continuación de la tendencia al deterioro distributivo iniciada a
mediados de los setenta.
Desde los primeros años del decenio se registró una marcada elevación de la tasa de
desocupación abierta y del subempleo horario, procesos inicialmente asociados a la
expansión de la oferta laboral. En efecto, la tasa de actividad pasó de 39.5% a 41%
entre 1991 y 1993, lo cual dio lugar a una controversia sobre sus causas la que, sin
embargo, no desarrollaremos en este documento.20 Sin embargo, con posterioridad a ese
último año, lo acontecido con el desempleo reflejó la lenta creación neta de puestos de
trabajo, especialmente aquellos a tiempo completo. Entre 1991 y 2001 el empleo total
creció al 0.6% anual –aproximadamente un tercio del ritmo de aumento de la población
activa– (0.4% si se excluyen los planes de empleo existentes en 2001); el
correspondiente a las ocupaciones de tiempo completo, en cambio, cayó en 9% durante
esos diez años. La escasa expansión que se registra a lo largo de este período resulta de
comportamientos diferentes en al menos cuatro fases diferenciadas. Inicialmente –entre
1991 y 1994– el ajuste que realizó el aparato productivo frente a las reformas
estructurales y la apreciación cambiaria provocó una expansión del empleo –0.2%
anual– que resultó muy reducida frente al gran dinamismo del PIB (6%). En este
período se observa una marcada pérdida absoluta de los puestos de trabajo en la
industria manufacturera. Posteriormente, la ocupación disminuyó 2% durante la
recesión asociada a la crisis de la deuda mexicana. En la recuperación posterior creció la
capacidad de generar empleo ya que el total aumentó 3.6% por año entre 1995 y 1998
(cuando la economía lo hizo al 8%). Este fue un período de fuerte expansión de la
ocupación de servicios mientras que la correspondiente al sector industrial fue escasa no
obstante su buena performance en términos de producción. Finalmente, a lo largo de la
recesión iniciada en 1998, y hasta el 2001, el empleo total se contrajo 3.2% (4.7%
cuando se excluyen los planes de empleo de la cifra de 2001), siendo el correspondiente
a la industria y la construcción aquellos más afectados. Cabe señalar que toda la
reducción verificada a lo largo de estos años se concentró en el 2001, en particular,
entre mediados (mayo) y fines (octubre) de ese año.
En resumen, el impacto inicial que sobre el nivel de ocupación tuvieron las reformas
estructurales y la sobrevaluación cambiaria no pudo ser luego compensado durante la
fase expansiva; posteriormente se le agregaron los efectos negativos de las recesiones.
Hacia el 2001 el empleo industrial había caído 41% respecto de los niveles alcanzados
diez años antes, reducción que fue del 22% para la construcción; el comercio fue el
sector que generó más puestos netos de trabajo ─su ocupación casi se duplicó en ese
período.
13
El sector informal –pequeñas unidades productivas, muchas de trabajadores por cuenta
propia– tampoco contribuyó a absorber el desajuste entre la población activa y la
demanda proveniente del sector formal, tal como ocurrió en otros países de la región.21
Su empleo creció más lentamente que el del de las firmas grandes y medianas, incluso
durante la recesión de 1995. Ello habría sido producto de que muchas unidades
informales –las más estructuradas– también se vieron afectadas por los cambios en la
política económica y la apreciación cambiaria. Parecería, asimismo, que se modificó su
composición ya que simultáneamente con la merma de unidades más estructuradas
habría crecido la cantidad de aquellas más “típicamente” informales, de baja
productividad y que sólo permiten obtener ingresos reducidos. 22
Otro rasgo característico del período fue la continuación del persistente crecimiento de
la importancia de los puestos asalariados precarios y el consecuente descenso de la
participación en el empleo total de aquellos registrados en la seguridad social. Por su
parte, los cambios en las regulaciones debilitaron la protección de algunos puestos
registrados. Nuevamente, las dificultades que muchas personas enfrentaban para obtener
un empleo, más la orientación flexibilizadora que primó en las modificaciones
introducidas en la normativa laboral, facilitaron la creación y aceptación de ocupaciones
precarias, primordialmente –pero no exclusivamente– entre aquellas de bajo nivel de
calificación.
14
En cuanto a las remuneraciones, el promedio de las mismas se recuperaron en términos
reales desde principios de la década respecto de los muy bajos niveles alcanzados
durante los años de alta inflación. Este proceso se detuvo en 1994, registrándose una
caída durante la crisis del Tequila. A partir de 1996 mostró oscilaciones que se
correspondieron con las fases del ciclo de la producción agregada, llegando a alcanzar
en 2001 a un nivel similar al de 1991 (Gráfico 3).
Los efectos de la devaluación no pudieron más que agudizar ese difícil panorama social.
El fuerte crecimiento de los precios domésticos que ella impulsó erosionó rápida y
marcadamente el poder de compra de las remuneraciones. Este factor, unido al clima de
elevada incertidumbre económica y política reinante, profundizó la recesión. Durante el
primer semestre del 2002 se prolongó, por tanto, el intenso ritmo de caída del empleo
que se había registrado en la segunda mitad del año anterior. Se estima que la ocupación
en las áreas urbanas del país se redujo, entre octubre de 2001 y mayo del siguiente, a un
ritmo de 8.6% anual y de casi el 10% si se excluye a los puestos creados por el Plan
Jefes y Jefas de Hogar (PJHD). Consecuentemente, hacia mediados de 2002 el empleo
agregado –excluyendo planes– había caído casi 7% respecto de los niveles de mayo de
1998 –el pico cíclico anterior– y era similar al de 1992. El desempleo abierto trepó al
21.5% y el subempleo visible al 18.6%. Sólo el 44% de los trabajadores eran asalariados
registrados
Las proporciones en las que se redujeron las cantidades de puestos laborales asalariados
y no asalariados desde mediados de 2001 resultaron similares aunque, entre los
primeros, fue mucho mayor la correspondiente a aquellos no cubiertos por la seguridad
social –16% anual, excluyendo a los beneficiarios de los planes–. La caída se concentró,
a su vez, en los trabajadores de menores calificaciones.
El fuerte incremento de precios que siguió a la devaluación del peso tuvo un impacto
negativo inmediato sobre los ingresos reales de los trabajadores ya que el mismo no fue
compensado por ajustes en las remuneraciones nominales. Ello reflejó no sólo la
intención de atenuar el efecto de eventuales mecanismos propagadores de la inflación
señalada más arriba –el inicio de una limitada política de ingresos se verificó recién
hacia mediados del año– sino también la difícil situación del mercado de trabajo que
debilitaba el poder de negociación sindical. En promedio, los ingresos reales eran, con
respecto a septiembre de 2001, 22% inferiores en abril de 2002 y 29% en septiembre de
ese mismo año (excluyendo del promedio a los perceptores de los planes de empleo). A
su vez, eran 35% más bajas que las de 1998.
Pero junto con el cambio de signo de la evolución del nivel de actividad también –y
rápidamente– se advirtió el inicio de la recuperación de las variables laborales y, más
lentamente, de los ingresos. El intenso ritmo de crecimiento que experimentó la
ocupación durante la expansión económica iniciada hacia mediados de 2002 constituye
uno de los rasgos más destacables de la misma. Entre el mes de mayo de 2002 y el
segundo trimestre de 2007 el empleo total en las áreas urbanas se elevó al 5.9% anual,
ritmo que si se excluye a los beneficiarios ocupados de los planes fue del (4.5%). La
importancia de estos últimos fue, sin embargo, muy significativa al inicio de la
expansión económica. En particular, entre mayo y octubre de 2002 el total de puestos
15
creció 7,9% por año que, en su mayor parte refleja la rápida extensión del PJH.24 De
cualquier manera aquellos no asociados a los planes aumentaron 2,7% en ese período.
Como resultado de este comportamiento, el nivel del empleo total neto de planes ya
había alcanzado en el segundo trimestre de 2003 el registro previo a la crisis –de
octubre de 2001– y en el primer trimestre de 2004 había hecho lo propio con el valor
más alto anterior, de octubre de 1999. Cabe recordar señalado más arriba respecto a que
el PIB recién se ubicó en niveles similares a los del pico anterior –del segundo trimestre
de 1998–en el primer trimestre de 2005 (Gráfico 1).
Esos ritmos promedio de crecimiento del empleo del período no fueron sostenidos ya
que se alcanzó crecimientos muy elevados al principio –8.6% a lo largo de 2003– que
fueron reduciéndose en alguna medida. De cualquier manera, la dinámica del 2006
(4.5% entre los cuartos trimestres de 2005 y 2006) y mediados de 2007 (4.1% en
términos anuales) continuó siendo importante.
Derivado de esa evolución positiva del empleo se produjo una marcada disminución de
la desocupación abierta, cuya tasa llegó al 8.5% en el segundo trimestre de 2007, cifra
que se compara con un valor de aproximadamente 24.5% para mayo de 2002 (Gráfico
1). El cambio fue del 25.2% al 9.5% cuando se considera como desempleados a quienes
trabajan en programas de empleo.
Otra explicación acerca del incremento de la elasticidad enfatiza el impacto del cambio
del precio relativo del trabajo vis a vis el del capital –derivado de la fuerte caída de las
remuneraciones reales– que se produjo en 2002, el cual estaría promoviendo el mayor
uso relativo de este en detrimento de aquel. Este argumento resulta más afín con la
24 A lo largo de este trabajo se efectuarán comparaciones de los niveles de empleo sin tener en cuenta los
posibles sesgos que genera la presencia de algún grado de estacionalidad en las series. Si bien se obviará
el análisis de los primeros trimestres, donde el impacto de este fenómeno podría ser mayor, no debe
descartarse que el mismo tenga algún efecto en el caso de considerar otros períodos. Lamentablemente,
no se dispone aún de series suficientemente prolongadas que permitan efectuar los correspondientes
ajustes estadísticos. De cualquier manera, se sugiere que estos sesgos serían de escasa relevancia.
25 Resulta imposible computar elasticidades sobre la base de datos trimestrales o semestrales con
anterioridad a ese momento.
16
evidencia respecto a que las elasticidades empleo – producto fueron elevadas en las
distintas ramas de actividad. Esta explicación, sin embargo, parece más apropiada en
contextos de pleno empleo mientras que el proceso de crecimiento que se está
analizando se verificó luego de una prolongada y profunda recesión, como fue señalado.
Por lo tanto, el capital no se encontraba plenamente utilizado al inicio de la
recuperación y no parece adecuado, entonces, sugerir que el más rápido incremento en
el uso del trabajo con relación al registrado por la producción obedeció al pasaje hacia
una más elevada relación trabajo – capital “deseada” o de “equilibrio”.
17
La estabilización de precios y el crecimiento económico de principios de los años
noventa permitió cierta reducción del nivel de concentración de los ingresos personales
durante la primera parte de la década respecto de los muy elevados alcanzados en los
episodios de elevada inflación; la disminución permitió ubicarlo, incluso, algo por
debajo de los registrados diez años atrás. Sin embargo, la situación distributiva volvió a
empeorar desde mediados del decenio no obstante el mantenimiento de las condiciones
de baja inflación y expansión productiva. Volvieron a ampliarse las brechas entre las
remuneraciones de los ocupados, lo cual repercutió con mayor fuerza sobre la
desigualdad de los ingresos de los hogares dado que ella se vio también afectada por el
aumento del desempleo y la precariedad. En efecto, entre 1991 y 1998 las pérdidas en
los niveles de ingreso y empleo, y en la calidad de las ocupaciones, se concentraron
especialmente en las familias del estrato con menos recursos. En el largo período
recesivo que se inició en 1998 éstas pérdidas se distribuyeron de forma más
generalizada sobre el conjunto de los hogares, aún cuando la intensidad de la misma
continuó mayor en el estrato inferior.26
La recuperación económica iniciada en 2002, que como se indicó llevó a mejorar las
condiciones del mercado laboral, también estuvo acompañada de una reducción
relativamente rápida de las brechas de las remuneraciones de los ocupados. La caída de
la desigualdad de los ingresos familiares fue incluso mayor dado el efecto de la
disminución del empleo y subempleo así como de la precariedad, proceso que fueron
generalizados y también beneficiaron a los hogares de personas de baja calificación.
Este argumento, que –cabe insistir– sustenta la mayoría de los análisis de la dinámica
distributiva que se realiza desde la economía– no se encuentra exento de dificultades,
tanto de orden conceptual como empírica (al menos, en lo que hace a su relevancia para
el caso argentino).28
18
Parece conveniente, entonces, incorporar al análisis algunos efectos del comportamiento
agregado del mercado de trabajo a fin de lograr un mejor entendimiento de los cambios
experimentados por las brechas de las remuneraciones en Argentina durante los últimos
treinta años. En particular, se desea enfatizar aquí que las remuneraciones relativas
también son influenciadas por los cambios del empleo total y/o de los ingresos medios,
especialmente cuando ellos bajan, y por alteraciones en el marco institucional.
Precisamente, el último cuarto del siglo XX, si bien abarcó fases de comportamiento
económico muy disímiles, se caracterizó por un mercado de trabajo que enfrentó serias
dificultades durante la mayor parte del mismo. En algunos años se registraron marcadas
reducciones de las remuneraciones reales mientras que en otros, la subutilización y la
precariedad fueron elevados.
Así, por ejemplo, la rápida y profunda reducción inicial de los salarios reales medios –
que estuvo asociada a un cambio también significativo en el retorno a la educación–
comenzó en 1975 como consecuencia de la aceleración de la inflación y se profundizó
en 1976, cuando el gobierno militar suspendió la actividad de los sindicatos y congeló
los salarios nominales en un contexto de alta inflación. Una explicación posible del
crecimiento que registraron las brechas entre las remuneraciones de ocupados de
diferentes calificaciones podría haber sido la decisión de los empleadores de "proteger"
a los asalariados más calificados del deterioro de las remuneraciones reales, indizando
sus salarios nominales a una tasa mayor que la aplicada a los de aquellos con baja
calificación. La hipótesis de los salarios de eficiencia puede ser considerada para dar
soporte conceptual a tal apreciación.
De la misma manera, los cambios –y los altos niveles– del desempleo agregado, y no
solamente lo experimentados por el tamaño relativo de los correspondientes a
calificados y no calificados, pueden constituirse en argumentos de la dinámica de los
retornos a la educación en los noventa. La hipótesis de los salarios de eficiencia ofrece
nuevamente una base para sugerir que la presencia de una amplia desocupación –
independiente de su composición– puede tener un impacto más significativo en los
salarios de trabajadores menos calificados. El exceso de la oferta de trabajo total
agregado no se traduciría en reducciones –o se traducirá en menores reducciones– de los
salarios de los trabajadores de la alta calificación ya que los empleadores procurarían
reducir al mínimo el efecto sobre la eficiencia de los mismos y/o sobre la probabilidad
que ellos renuncien. Adicionalmente, las personas de baja calificación no sólo se ven
expuestas a la competencia de otras con las mismas calificaciones, sino también de
aquellos más calificados que deciden sub - utilizar sus capacidades para permanecer
empleados.
La mejora distributiva que se viene registrando desde el 2003 (Cuadro 1) parece estar
asociada a dos factores. Por un lado, el papel de los sindicatos ya que en un mercado de
trabajo favorable, ellos pueden ejercer una fuerte presión para aumentar no sólo la
remuneración media sino también mejorar relativamente las remuneraciones más bajas,
especialmente luego de un período de marcada caída de los ingresos reales medios.
Además, el aumento de la capacidad negociadora pudo incluso haber llevado a que se
alcancen aumentos promedios más grandes que los recibidos por el grupo de los
empleados no cubiertos por las convenciones, que son generalmente los asalariados más
altamente calificados. En segundo lugar cabe mencionar a la política de ingresos:
durante 2003 y 2004 –años durante los cuales la desigualdad de la distribución de las
remuneraciones cayó más marcadamente– se habrían producido los efectos de los
19
aumentos de suma fija, mientras que a lo largo de todo el período también influyó la
persistente mejora del salario mínimo.
Referencias
Altimir, O. y L. Beccaria (2000) “El mercado de trabajo bajo el nuevo régimen
económico en Argentina” en Heymann, D. y B. Kosacoff (eds.) Desempeño
económico en un contexto de reformas, Buenos Aires: EUDEBA-CEPAL
(Tomo I)
Perry, G. y L. Serven (2002) “La anatomía de una crisis múltiple: qué tenía Argentina
de especial y qué podemos aprender de ella”, en Desarrollo Económico, N°
167.
20
CUADRO 1. DESIGUALDAD Y
POBREZA
600,00
500,00
400,00
Base 1975=100
300,00
200,00
100,00
0,00
75
76
77
78
79
80
81
82
83
84
85
86
87
88
89
90
91
92
93
94
95
96
97
98
99
00
01
02
03
04
05
06
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
20
20
20
20
20
20
20
21
Gráfico 2. Estructura del empleo
50.00
45.00
40.00
35.00
30.00
25.00
20.00
15.00
10.00
5.00
0.00
1974 1980 1986 1991 1995 1998 2001 2003 2006
22
Grafico 3 Evolución de las remuneraciones reales
1,4
1,2
0,8
0,6
0,4
0,2
0
1940194219441946194819501952195419561958196019621964196619681970197219741976197819801982198419861988199019921994199619982000200220042006
23