Zabala, Antoni. 2015. La práctica educativa. Grao.
Si queremos analizar cualquier propuesta metodológica debemos descubrir la concepción que se atribuye a la enseñanza y la función social que orienta los procesos educativos. Como afirma Zabala (1995:25): De manera esquemática, y tomando como referente la enseñanza oficial en España durante este siglo, podríamos considerar que más allá de las grandes declaraciones de principios, la función fundamental que la sociedad ha atribuido a la educación ha sido la de seleccionar a los mejores en relación con su capacidad para seguir una carrera universitaria o para obtener cualquier otro título de prestigio reconocido. Lo que ha justificado la mayoría de los esfuerzos educativos y la valoración de unos aprendizajes determinados por encima de otros ha sido la potencialidad que se les atribuye para alcanzar unos objetivos propedéuticos, es decir, determinados por su valor a largo plazo y respecto a una capacitación profesional, infravalorando, de este modo, el valor formativo de los procesos que los chicos y las chicas siguen a lo largo de la escolarización. Esta tradición escolar se enmarca en una función propedéutica y selectiva. Propedéutica porque consiste en preparar al alumnado para los estudios universitario, y selectiva porque intenta seleccionar al alumnado más capaz para ese fin, dejando al resto relegado bajo la etiqueta de “fracaso” escolar. La concreción de esta función de la enseñanza se corresponde con unos objetivos que priman las capacidades cognitivas por encima de las demás. Por tanto, los contenidos que se priorizan son los conceptuales. El propósito de la escuela es que el alumno vaya acumulando conocimientos bajo criterios uniformadores y esencialmente transmisivos, a partir fundamentalmente de la clase magistral, en la que el docente transmite ese saber al alumnado, con un rol directivo. En contraposición a esta forma de entender la educación, encontramos una escuela que defiende la formación integral del alumnado, que centra su atención en las capacidades que se pretenden desarrollar en los alumnos, Cesar Coll clasifica estas capacidades en “cognitivas o intelectuales, motrices, de equilibrio y autonomía personal (afectivas), de relación interpersonal y de inserción y actuación social” (Zabala, 1995:25). El papel de la escuela ya no es seleccionar al alumnado más capacitado para llegar a la universidad, sino orientar al alumnado para que logre el máximo desarrollo de sus capacidades, es decir, su desarrollo personal. Bajo este enfoque, la función de la enseñanza es mucho más global, contemplando las distintas capacidades y tipos de contenido, por lo que exige procesos y métodos educativos mucho más complejos y reflexivos. La mera exposición magistral por parte del profesorado ya no es suficiente, sino que la intervención educativa ahora deberá guiarse bajo unas orientaciones constructivistas y de atención a la diversidad. De este modo, no habrá una única receta posible de intervención en el aula, sino que deberemos conocer y aplicar el conocimiento existente sobre cómo se aprenden los distintos tipos de contenido, en cada caso.