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Manual de Las Nulidades de Los Contratos
Manual de Las Nulidades de Los Contratos
INDICE
[Resumen]
Ineficacia quiere decir ausencia de los efectos del contrato acordes con lo
querido por los contratantes.
Ineficacia del contrato quiere decir ausencia de los efectos del mismo
acordes con lo querido por los contratantes. Bien porque el contrato no
produzca ningún efecto, bien porque los produzca menores o distintos de
los que los contratantes quisieron.
[Doctrina]
La doctrina utiliza con bastante libertad los términos de invalidez e
ineficacia. De Castro observaba, en 1967, que "en la doctrina española,
no parece haber importado mucho estas disquisiciones terminológicas,
respecto de las que siempre decide el uso con sus preferencias
arbitrarias" (De Castro, F. 1967, 463). Él optó por estructurar la materia
en torno al concepto de ineficacia, perfilando como tipos de la misma la
nulidad, la anulabilidad y la rescisión. Por su gran autoridad, unida a la de
Díez-Picazo, plenamente coincidente en este planteamiento general, esta
concepción ha tenido gran influencia en nuestra doctrina. Con frutos muy
positivos, pues al señalar diversos criterios de distinción (ineficacia
automática o provocada, originaria o sobrevenida, sanable o insanable,
etc.) y describir con rigor los regímenes típicos de la nulidad, la
anulabilidad y la rescisión se propicia el tratamiento doctrinal adecuado
tanto de los casos comprendidos en estos regímenes típicos cuanto, al
menos implícitamente, de los atípicos (Cfr. De Castro, F. 1967, 467 y
Díez-Picazo, L. 1993 I, 432, 1996, 458).
Además, al abandonar -aunque sin crítica expresa- la concepción clásica
francesa (recibida en España) o de la invalidez como estado orgánico del
acto, centra la atención en la disciplina positiva (no ya en la construcción
teórica del negocio jurídico, sus elementos y la ausencia o vicios de
éstos) y pone de manifiesto lo que cada régimen legal de la ineficacia
tiene de decisión de política legislativa y su relación con determinadas
finalidades o funciones.
En consecuencia, invita a no subsumir mecánicamente cada supuesto en
que un negocio sufra alguna afección en su eficacia en los moldes típicos,
pues bien puede ocurrir que no concurran en él todos los rasgos o
consecuencias que, de ordinario, van juntos. En palabras del propio De
Castro, hay que tener "cuidado de evitar atribuir indiscriminadamente a la
ineficacia clasificada conforme a un criterio, las características propias de
otro. Así, por ejemplo, cuando se ha calificado un negocio de ineficaz por
un defecto de su estructura, no debe olvidarse que si bien habrá muchos
casos en que la ineficacia resulta serlo desde su origen, ipso iure, de
modo definitivo y respecto de todos, puede haber otros en que no tenga
estas características" (De Castro, F. 1967, 467).
Algunos autores tienden a rechazar la distinción entre invalidez e
ineficacia, que para ellos serían conceptos idénticos, y la diferencia sería
sólo terminológica. Así, Díez-Picazo, L., que en 1970 afirmaba que "la
distinción entre invalidez e ineficacia no me parece admisible", en 1993
sustituye este calificativo por el de "útil" (cfr. Díez-Picazo, L. 1970 I, 289
y 1993, 431; lo mantiene en 1996 I, 457). Pero, pocas páginas más
adelante (1996 I, 505) se ve en la necesidad de distinguir entre la validez
y la eficacia (por tanto, entre la invalidez y la ineficacia) al analizar un
caso particular. En efecto, al ocuparse de la retroactividad del efecto
confirmatorio -del contrato anulable- y los derechos de los terceros,
señala que "es claro que los negocios en virtud de los cuales la parte
contratante, frente a quien la acción de anulación podría ser ejercitada,
otorgara derechos en favor de tercero, al quedar el contrato confirmado
con efecto retroactivo, dotan a tales negocios no sólo de validez (que es
problema que no se cuestiona), sino de plena eficacia". Por otra parte, la
crítica del autor de que los casos que se mencionan como de ineficacia en
sentido estricto no son en rigor tales, sino efectos ya previstos en el
propio contrato (1996 I, 457), si bien aconsejan revisar cuidadosamente
el ámbito de la ineficacia, no convencen de la inutilidad de la distinción
entre invalidez e ineficacia, pues olvida que hay casos, distintos de
aquellos en que el contrato no despliega efectos como efecto propio del
contrato (condición frustrada), o como medio nacido del contrato
(resolución, revocación), en que la ineficacia es una consecuencia prevista
en la ley (por ejemplo, capitulaciones por razón de matrimonio que no se
llega a celebrar).
De Castro, F. (1967, 468), no manifiesta a este respecto una actitud de
principio, sino que, en un terreno al menos aparentemente pragmático y
de conveniencia expositiva, indica que en esta sede tratará únicamente
de los negocios nulos, los anulables y rescindibles, "es decir, de la
ineficacia resultante del negocio mismo y no de las incidencias
sobrevenidas durante la vida de la relación negocial: así, no se tratará de
la facultad de resolver las obligaciones implícita en las recíprocas (arts.
1.124, 1.503) ni de la revocación y reducción de las donaciones (arts.
644-656)". El terreno así acotado coincide con lo que históricamente es el
campo de las nulidades, incluida en él la rescisión (una de las raíces de
nuestra anulabilidad), aunque nuestro Código haya dado el paso de
distinguir entre contratos inválidamente celebrados (nulos o anulables) y
rescindibles en su art. 1.290.
[Jurisprudencia]
[Doctrina]
[Resumen]
[Doctrina]
Otros posibles supuestos de inoponibilidad y, en general, una discusión
del concepto en Álvarez Vigaray, R. 1988, 81 y ss. y Ragel Sánchez, F.
1994; sobre la protección a los acreedores del donante del art. 340.3 de
la Compilación catalana como un supuesto de inoponibilidad, Vaquer Aloy,
A. 1999, 1525. El caso más citado -y discutido- de inoponibilidad es el del
art. 32 Lh., según el cual "los títulos de dominio o de otros derechos
reales sobre bienes inmuebles que no estén debidamente inscritos o
anotados en el Registro de la propiedad, no perjudican a tercero".
[Resumen]
[Jurisprudencia]
De manera general, el Tribunal Supremo ha declarado gran número de veces que
el apartado 3º del artículo 6º Cc. (como, con anterioridad, el art. 4-1) "se limita a
formular un principio jurídico de gran generalidad, que debe ser interpretado, no
con criterio rígido, sino con criterio flexible, por lo que no es posible admitir que
toda disconformidad con una ley cualquiera haya de llevar siempre consigo la
sanción extrema de la nulidad" (Ss. 26 noviembre 1968, 17 mayo 1974, 27 febrero
1984 y otras muchas, además de las que a continuación se citan), añadiendo en Ss.
posteriores (27 julio 1986, 17 octubre 1987, 29 octubre 1990) que cuando la ley
infringida no formula declaración expresa sobre nulidad o validez del acto
contrario a la misma "el Juzgador ha de extremar su prudencia en uso de una
facultad hasta cierto punto discrecional, analizando para ello la índole y finalidad
del precepto legal contrariado y la naturaleza, móviles, circunstancias y efecto
previsibles de los actos realizados".
[Doctrina]
En este contexto, el artículo 6º-3 Cc. nos dice tan sólo -aunque ello sea
de gran importancia- que no es necesario que una norma señale
expresamente la invalidez de los actos a ella contrarios para que pueda
apreciarse tal invalidez; pero no evita la necesaria interpretación de cada
norma al objeto de precisar su alcance al respecto. Podrá ocurrir que la
infracción de normas que nada disponen sobre las consecuencias de su
incumplimiento de lugar a la invalidez en alguna de sus formas, o bien
que el contrato sea, no obstante, válido, por inferirse así de la finalidad
de la norma; mientras que el señalamiento de sanciones, etc., no
necesariamente presupondrá la validez del contrato. Sería engañoso
utilizar, respecto del art. 6º-3 Cc., el cómodo razonamiento según el
canon de regla (invalidez) y excepción. Tampoco impide este artículo que
puedan apreciarse formas de invalidez distintas de la nulidad de pleno
derecho respecto de actos o contratos contrarios a las leyes que no
establezcan la clase de invalidez procedente.
[Doctrina]
Carrasco Perera, Á. (1992, 782 y 829 ss.) niega que la anulabilidad sea
un "efecto distinto que el Ordenamiento pueda prever para casos de
contravención a normas prohibitivas", ya que es claro, en su opinión, que
"los caracteres de la anulabilidad no cuadran con las prohibiciones".
Premisa indispensable, que el autor ha sentado con anterioridad, es que
no están comprendidas en el art. 6º-3 "las normas imperativas que
enumeran o describen los elementos que deben concurrir en un negocio
jurídico para que produzca efecto" (1992, 809), pues, en general, es
incorrecta la equiparación que el legislador de 1974 (con "exceso de celo",
dice) introduce entre normas prohibitivas y normas imperativa: "sólo una
norma que prohíbe una conducta puede ser infringida mediante un acto
positivo del que pueda predicarse la nulidad" (1992, 805).
Estas premisas son muy sugestivas y aptas para introducir claridad en el
terreno de la nulidad absoluta, distinguiendo la nulidad por contravención
a norma prohibitiva y la nulidad por falta de alguno de los elementos o
requisitos del contrato (vid. Carrasco Perera, Á. 1992, 782, nota 26, con
significativa cita de Gordillo, 1990, 968-969). En cuanto a la anulabilidad,
algunos de los casos de contrato anulable no derivan de la contravención
de prohibición legal: al incapaz no se le "prohíbe" prestar consentimiento;
ni hay norma alguna que "prohíba" celebrar contratos con error excusable
(ejemplos de Carrasco Perera, Á. 1992, 829). Con todo, a) no hay que
excluir que otros supuestos del Código entrañen contravención a norma
prohibitiva, como ocurre en los de violencia, intimidación y dolo, pues hay
norma -ciertamente, no explícita- que prohíbe utilizarlos a un
contratante; b) fuera del Código hay casos en que el legislador señala la
anulabilidad como consecuencia de la contravención a ciertas
prohibiciones, como el mismo Carrasco tiene el acierto de advertir,
señalando como ejemplos de la que llama "nueva" anulabilidad la que el
legislador recoge en los arts. 16 Lph. (en la actualidad, art. 18), 52
Lcoop. (en la actualidad, art. 31.2) y 115-117 LSA (830): a la postre, no
es tal la incompatibilidad entre prohibición legal y protección de intereses
exclusivos de un sujeto. mediante la técnica de la anulabilidad (como el
mismo Carrasco Perera, Á.1992, expone en 800).
En cualquier caso, interesa repetir que las normas que señalan casos de
anulabilidad son normas imperativas, no dispositivas, como algunas veces
ha dicho desafortunadamente el Tribunal Supremo (y critica Carrasco
Perera, Á. 1992, 801; también Bello Janeiro, D. 1993, 87-88). Puesto
que el legislador de 1974 (quizás con escaso acierto) se ocupa de los
actos contrarios a normas imperativas (no sólo a las prohibitivas), a la
vez que precisa que la consecuencia es la nulidad "de pleno derecho", y
dado que en los supuestos de anulabilidad hay siempre, en un sentido
más o menos lato, contravención a norma imperativa (aunque no siempre
infracción de prohibición), la anulabilidad resulta ser un "efecto distinto"
(a la nulidad de pleno derecho) previsto para alguno casos en que aquella
contravención se da. Obsérvese que hasta 1974 el art. 4º Cc. decía que
los actos ejecutados contra lo dispuesto en la ley "son nulos", expresión
que incluía todas las formas posibles de invalidez, entre ellas la única que
el Código regula con alguna extensión bajo el nombre, precisamente, de
"nulidad" en los arts. 1300-1314.
[Resumen]
Los autores han propuesto también otros criterios, como el del interés
protegido (la nulidad tendería a proteger un interés predominantemente
público, la anulabilidad, un interés privado individualizado).
En nuestro Código, sin duda en relación con los datos históricos, las dos
modalidades principales son la nulidad y la anulabilidad, que podemos
considerar los "regímenes típicos" de la invalidez. Pero ni el régimen de la
nulidad de pleno derecho tiene un desarrollo legal (casi podríamos decir
para nuestro Código lo que Larroumet, Ch. (1990, 513), recogiendo lo
que parece un lugar común en la doctrina de aquel país, afirma del
francés: la nulidad absoluta no está propiamente regulada por el
legislador, sino que no aparece en el Código más que en filigrana), ni la
regulación de la anulabilidad está exenta de deficiencias.
Como criterio fundamental para la distinción entre una y otra sirve el del
mecanismo mediante el que se hace valer la invalidez: mientras que la
nulidad de pleno derecho (también llamada radical o absoluta) puede
hacerla valer cualquier interesado, e incluso declararla de oficio el Juez en
ciertos casos, la anulabilidad requiere que el sujeto señalado por la
norma la invoque en el plazo predeterminado. Este sujeto legitimado
puede también confirmar el contrato, si piensa que le conviene, con lo
que el contrato se convalida y produce definitivamente todos sus efectos.
[Doctrina]
Es De Castro, F. (1967, en particular, 468) quien más ha insistido en el
criterio del mecanismo para hacer valer la ineficacia como fundamental en
nuestro Derecho para la distinción entre nulidad y anulabilidad. Otros
autores prefieren el dato del interés protegido, según sea general o
individual, señaladamente Espín, D. 1977, 238 y Gordillo, A. 1990,
passim.
Precisando algo más las anteriores afirmaciones, creemos que los antes
expresados (y, señaladamente, el mecanismo para hacerla valer) son los
rasgos que caracterizan el régimen de la nulidad y la anulabilidad, y no la
diferente entidad del interés protegido por la norma (aunque hay sin duda
cierta correlación entre ambos aspectos). Pues una cosa es señalar la
función que globalmente desempeñan nulidad y anulabilidad, y otra
caracterizar su régimen; y otra tercera determinar interpretativamente
sus causas o, mejor dicho, los casos en que el régimen es uno u otro.
[Doctrina]
En la doctrina española, Pasquau ha revisado críticamente la concepción
bipartita de las nulidades, comprobando las disfunciones a que da lugar
su aplicación en la jurisprudencia e identificando las imágenes lógicas
desde las que, en su opinión, ha sido construida. Su propuesta es la
formulación de una nulidad de pleno derecho plural y flexible: relativa, o
prescribible, o convalidable, o no apreciable de oficio (Pasquau Liaño, M.
1997)
En la doctrina francesa ha señalado Ghestin que si la clasificación bipartita
de las nulidades merece ser mantenida, es a condición de no reconocerle
el alcance absoluto que se le daba en la teoría clásica, proponiendo una
flexibilización del vínculo entre los diversos elementos del régimen: por
ejemplo, entre determinación de los titulares del derecho de crítica y la
posibilidad de confirmar; o entre ésta y el plazo de prescripción (Ghestin,
J. 1988, 883 y ss.).
[Doctrina]
Vid. Guilarte Zapatero, V. 1992, en particular, sobre esta sentencia, 456 y
460. Como es bien sabido, la jurisprudencia es contradictoria,
inclinándose unas sentencias por la nulidad radical y absoluta, mientras
otras pretenden evitarla por caminos como el de la citada o afirmando,
simplemente, la anulabilidad, como es el caso de 9 mayo 1994. Un
estudio jurisprudencial en García Pastor, M. 2000, 763 y ss.
[Doctrina]
Vázquez de Castro, E. (2003), en monografía sobre la ilicitud contractual,
realiza, a partir de un estudio de diferentes casos, un tratamiento unitario
de la ilegalidad contractual, demostrando la insuficiencia del tradicional
control estructural, que lleva de manera irremediable a la consideración
como nulos con nulidad radical de los contratos que, con cierta
discrecionalidad, son calificados jurisprudencialmente como contratos con
causa u objeto ilícito; a la vista de la finalidad de las normas y de los
intereses en juego defiende el juego del control funcional de la legalidad
contractual, que analiza la norma infringida y la pone en relación con el
contenido del contrato.
[Resumen]
La rúbrica del cap. IV del tít. II del libro IV del Código civil español reza
"de la nulidad de los contratos", y el mismo término de nulidad es
utilizado ampliamente en el articulado. Pero la terminología es muy
imprecisa, de modo que doctrina y jurisprudencia han tenido que
formular las debidas distinciones. Nulo, en el Código -y lo mismo en otras
leyes- puede equivaler a inválido, en general, o denotar una cualquiera
de las clases de invalidez, o aun otras formas de ineficacia. Lo primero
que salta a la vista es que en los arts. 1300 y ss. se establece un plazo
para el ejercicio de la "acción de nulidad" (art. 1301); se señala la
persona que podrá ejercitarla (art. 1302); se prevé la extinción de la
acción de nulidad mediante la confirmación (arts. 1309-1313); y, sobre
todo, se restringe la regulación apuntada a los contratos en que
concurran los requisitos que expresa el art. 1261, los cuales, se dice,
"pueden ser anulados" en ciertos casos (art. 1300). Es claro que tal
regulación corresponde a la figura doctrinal de la anulabilidad; y hoy es
unánime la opinión que refiere a la anulabilidad (con este nombre, con el
de nulidad relativa o, a veces, el de impugnabilidad) el contenido de este
capítulo; salvo los arts. 1305 y 1306 -que atienden a casos particulares
de nulidad absoluta- y los arts. 1303, 1307, 1308 y 1314, aplicables,
probablemente, a todo supuesto de invalidez y aun a muchos de simple
ineficacia.
[Jurisprudencia]
Así, se utiliza el adjetivo "relativa" en contraposición a nulidad "total" en la S. 9
enero 1958 (sería relativa la nulidad de sólo una parte del precio, para reducirlo
al de tasa); en la de 6 julio 1981, se llama "nulidad relativa" a la del contrato
simulado cuando hay otro subyacente válido (por contagio, suponemos, con
"simulación relativa"). La tripartición inexistencia - nulidad - anulabilidad es
frecuente en la jurisprudencia. Así muchas sentencias, interpretando el art. 33 Lh.
("la inscripción no convalida los actos o contratos que sean nulos con arreglo a las
leyes") expresan que "si el acto adquisitivo es inexistente, nulo o anulable, la fe
pública registral no desempeñará la menor función convalidante o sanatoria", lo
que equivale a clasificar en estos tres miembros el campo de la invalidez (Ss. 7
diciembre 1987, 23 mayo 1989, 21 julio 1993).
Con anterioridad, la S. 27 mayo 1968 había recordado que "la ausencia, dentro del
Código Civil de una teoría general sobre la nulidad de los actos jurídicos, ha
tenido que suplirse tanto por la doctrina científica como por la jurisprudencia,
apoyándose en preceptos dispersos del propio Código", procediendo a continuación
a las debidas distinciones de modo tal que no dejan de apreciarse matices
diferentes o complementarios a los de la Sentencia citada de 1971, pues -continúa
diciendo- "se ha puntualizado que la nulidad absoluta se puede apreciar en orden
al "sujeto" (cuando el realizador del acto, carece de titularidad para llevarlo a
cabo); al "objeto" (si el acto contiene materia ilícita, contraria al orden público o
que resulte imposible, en el aspecto físico o repudiable en la moral); a la "causa"
(si ésta no existe o es ilícita o totalmente falsa) y hasta a la "forma" en los casos
excepcionales en que ésta es absolutamente necesaria para la validez del acto;
fuera de todas estas hipótesis, el acto jurídico si advino con algún vicio o produjo
alguna lesión, a un derecho protegido, será simplemente "anulable", dentro de los
requisitos de tiempo y forma que la Ley, para cada caso establece, siendo la
posibilidad de subsanación o confirmación la que, principalmente, señala la línea
divisoria entre las dos especies de nulidad". Este último criterio de distinción
resulta una constante en la jurisprudencia, teniendo en cuenta, además, que en la
posibilidad de subsanación suele incluir ésta la que opera el paso del tiempo
(prescripción de la acción).
Para alguna Sentencia, como la de 26 noviembre 1974, "la distinción capital entre
la inexistencia o nulidad absoluta y la nulidad relativa o anulabilidad" formaría
parte de "los principios generales del Derecho sobre nulidad de los negocios
jurídicos y principalmente de los "inter vivos" contractuales" (principios que
aplica a las particiones hereditarias). Principios generales que no podrían ser
otros que los inferidos mediante analogía iuris de los arts. 1.300 y ss., 6º-3, y los
demás pertinentes.
Expresión de la postura jurisprudencial respecto de las modalidades de la
invalidez es también la S. 14 marzo 1983. Según ella, "es doctrina, tanto
jurisprudencial como científica, comúnmente admitida, que entre los grados de
invalidez de los contratos se distingue la inexistencia y la nulidad radical y
absoluta, según que al contrato falte alguno o algunos de sus elementos esenciales
señalados en el art. 1261 Cc. o que haya sido celebrado, aun reuniendo esos
elementos esenciales, en oposición a leyes imperativas cuya infracción da lugar a
la ineficacia; situaciones jurídicas distintas de aquella otra en que la ineficacia
deviene a consecuencia de vicios del consentimiento en la formación de la voluntad
o falta de capacidad de obrar en uno de los contratantes o falsedad de la causa,
caso de la denominada nulidad relativa o anulabilidad, una de cuyas
consecuencias es que en este segundo supuesto la acción de nulidad dura cuatro
años y sólo puede ser ejercitada por los obligados principal o subsidiariamente en
virtud de ellos, según establecen los arts. 1301 y 1302 del citado cuerpo legal,
mientras que en los casos de inexistencia o nulidad absoluta o radical la acción es
imprescriptible y puede ejercitarla cualquier tercero perjudicado por el contrato
en cuestión". La S. 29 octubre 1993 contrapone al régimen propio de las nulidades
de los actos judiciales (art. 238 LOPJ) el "sistema de nulidades y anulabilidades de
los actos jurídicos en general, y de naturaleza civil, en particular" (que es el que
entiende aplicable al defecto en la convocatoria de junta de propietarios). Vid.
también Ss. 29 enero 1983 y 25 mayo 1987.
Por otra parte, el derogado art. 4º Cc., al declarar que "son nulos los
actos ejecutados contra lo dispuesto en la ley, salvo los casos en que la
misma ley ordene su validez", sirvió para fundamentar la nulidad de pleno
derecho de los contratos contrarios a las leyes, a la moral a al orden
público (vid. art. 1.255), siempre que no configuraran alguno de los
supuestos enumerados en el art. 1.301. Interpretación del viejo art. 4º
que explica la redacción del vigente art. 6º-3, que introduce en el Código
la expresión "nulidad de pleno derecho" y prevé el establecimiento por la
ley infringida de "efectos distintos" -entre ellos, la anulabilidad- para el
caso de contravención
[Jurisprudencia]
El Tribunal Supremo ha llegado no sólo a generalizar la cita conjunta de los arts.
1295 y 1303 "pues lo que se pretende en ambos es la restauración de la situación
primitiva" (S. 6 mayo 1997), sino también a hablar de un "principio de
equivalencia de resultados", conforme al cual "el error conceptual de las partes o
de la misma sentencia recurrida en la modalidad de la ineficacia del contrato no
es por sí solo motivo del recurso de casación, dada la complejidad conceptual de la
materia" ("por más que el contrato se declare `resuelto' en vez de nulo, si procede
la devolución del precio y la indemnización de daños y perjuicios igualmente
acordadas por el Tribunal de apelación": S. 2 octubre 2001).
1.6 La inexistencia
[Resumen]
Cfr. Ghestin, J. 1988, 874 y 876; Larroumet, Ch. 1990, 505 ss.
De los Mozos, J. L. 1960-1, 486 ss. y 1983, 481 ss.; también en 1987,
570-572. Con posterioridad, Pasquau ha insistido en que la nulidad, como
sanción jurídica, presupone la existencia, mientras que la inexistencia
debe restituirse al plano estricto del supuesto de hecho (Pasquau Liaño,
M. 1997, 161 y ss.).
Expresiones que reiteran las Ss. 29 abril 1986, 24 febrero 1992, 20 junio
1996 y 29 abril 1997 (un análisis jurisprudencial en Pasquau Liaño, M.
2000 b, 2160 y ss.). Un camino por el que, en ocasiones, el Tribunal
Supremo llega a la unificación -que siempre ha mantenido- del régimen
de la inexistencia y el de la nulidad absoluta es el de considerar que en la
simulación hay incumplimiento de una norma imperativa (el art. 1.261-3:
ausencia de causa), por lo que resulta aplicable el art. 6º-3. Así en la S.
23 octubre 1992. La S. 16 junio 1989, en un caso de tercería de dominio
en que el acreedor ejecutante opuso al tercero la simulación de su título
de adquisición, admite la excepción (sin reconvención), declarando que
"debe advertirse que la nulidad por simulación fue alegada como
excepción única, como es posible alegar la nulidad radical, según
reiterada jurisprudencia aplicable a la simulación, pues aun cuando, si es
total, su consecuencia es la declaración de inexistencia, tal declaración
tiene en la práctica, si en el proceso están presentes todos los afectados,
las mismas vías de postulación que la declaración de nulidad" (vid. Albiez
Dohrmann, K. J. 2000, 2238).
[Doctrina]
Este esfuerzo de reinstauración de la categoría de la inexistencia (en el
sentido dicho, no como concreto régimen de ineficacia, sino como una
situación del supuesto de hecho contractual), ha sido aplaudido por
Carrasco, y es sin duda útil al objeto de la discusión doctrinal sobre las
causas o supuestos de nulidad absoluta o de anulabilidad (u otras formas
atípicas de invalidez o ineficacia) [Carrasco Perera, Á.1992, 782, nota 26.
También recoge su teorización Morales Moreno, A. M. 1993, 218 y nota
16, para quien "la ineficacia del contrato por falta de voluntad
(consentimiento) no puede ser totalmente asimilada a la ineficacia
proveniente de contravención a la ley. No tratándose de un contrato
prohibido, los contratantes pueden, con posterioridad, dotar al contrato
de eficacia, supliendo su deficiencia inicial", aunque ello tampoco
corresponda exactamente al tratamiento de la anulabilidad].
[Resumen]
1.7.1 Terminología.
El capítulo VI del título II del Libro IV del Código civil se titula "de la
nulidad de los contratos". Puesto que, en realidad, se ocupa
predominantemente de supuestos que corresponden a la forma atenuada
de invalidez, se ha utilizado la denominación de "nulidad absoluta",
"radical" o "de pleno derecho". En general, todas estas expresiones se
consideran sinónimas. Las adjetivaciones utilizadas ponen de relieve
aspectos distintos de una realidad que contiene todos ellos.
`Absoluta' parece hacer referencia a la posibilidad de ser alegada por
cualquiera y se contrapone a `relativa' o anulabilidad (que sólo pueden
hacer valer las personas determinadas en el art. 1.302), pero conviene
advertir que los efectos de la nulidad y la anulabilidad son los mismos y
afectan o se oponen en ambos casos a toda clase de personas (en este
sentido, los efectos son en ambos casos `absolutos', no `relativos').
Fuera del ámbito de los contratos, y desde una perspectiva no
enteramente coincidente, la Ley 17/2001, de 7 de diciembre, de marcas,
regula una "nulidad absoluta" y una "nulidad relativa" previstas, de una
parte, para los casos de falta de legitimación en el registro y para el
incumplimiento de "prohibiciones absolutas" (art. 51) y, de otra, para el
incumplimiento de las "prohibiciones relativas" (art. 52).
Vid. Larroumet, Ch. 1990, 511 y nota 29; Ghestin, J. 1988, 876.
Una Ley que aborda las categorías de la invalidez con buscado rigor
conceptual -si bien para adaptarlas a su específico campo de aplicación-
es la LSA: vid. arts. 34-35 (nulidad de las sociedades, causas y efectos)
y 115-122 (impugnación de acuerdos: distingue acuerdos nulos -los
contrarios a la ley- de los anulables -todos los demás-; entre aquellos,
una categoría especial constituyen los acuerdos que por su causa o
contenido resultaren contrarios al orden público, para los que, según el
art. 116-1, no rige el plazo de un año de impugnación de acuerdos nulos
en general.
1.7.2 Caracteres
1.7.3 Causas
Ss. 15 junio 1918, 10 febrero y 5 marzo 1966, 26 septiembre 1989, 8 enero 1992.
Mayor flexibilidad muestra la S. 10 febrero 1994. En la S. 25 octubre 1994 se
aprecia nulidad parcial por falta de parte del objeto cuando se había alegado
causa ilícita, rectificación, se dice, que "puede hacer esta Sala a virtud del principio
iura novit curia al no entrañar ello alteración alguna de la causa petendi".
1.8 La anulabilidad
[Resumen]
Las causas o casos de anulabilidad son, en primer lugar, los vicios del
consentimiento, la incapacidad y la falta de consentimiento (cuando éste
es necesario) del cónyuge de quien contrató, según resulta del artículo
1.301.
[Transición]
Hemos llegado al final de la Parte 1, que constituye una introducción
general y un análisis y discusión de las categorías de la invalidez en el
Derecho civil español.
La Parte 2 se ocupa de las acciones de invalidez, distinguiendo las
acciones declarativas de la acción restitutoria (ésta será objeto de análisis
detallado en la Parte 3). Contiene, por tanto, el tratamiento de la
impugnación de los contratos anulables (mediante acciones declarativas,
en nuestra opinión) y el de las acciones declarativas de la nulidad de
pleno derecho. También nos ocupamos de la nulidad de las condiciones
generales de la contratación y de las cláusulas abusivas en los contratos
con consumidores.
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INDICE
2.1. Acciones
Las nulidades de los contratos
declarativas y acción © J. Delgado y Mª Angeles Parra. Zaragoza. 2003.
restitutoria
Panorámica
Son distintas las acciones que únicamente tienen como objeto que se
declare que el contrato es nulo o anulable, de aquellas con las que se
pretende la restitución de las prestaciones.
En esta Parte 2 nos ocupamos de las acciones declarativas basadas en la
anulabilidad (“impugnación del contrato anulable”) (2.2) y de las acciones
declarativas de la nulidad de pleno derecho (2.3).
Un apartado específico (2.4) está dedicado a la nulidad de las condiciones
generales de la contratación y de las cláusulas abusivas en los contratos
con consumidores y usuarios, que presentan notables peculiaridades.
El ejercicio de estas acciones declarativas es, obviamente, previo o
simultáneo al de las acciones de restitución, que estudiamos en la Parte 3
de este MANUAL, bajo el título de “Las consecuencias de la invalidez”.
Resumen
Las acciones declarativas basadas en la invalidez del contrato tienen
como objeto exclusivamente que se declare la invalidez fundada en
determinada causa. No incluyen ninguna pretensión sustantiva.
Frecuentemente se ejercitan por vía de excepción, para pedir la
absolución.
La acción restitutoria constituye una pretensión sustantiva, dirigida a
lograr la restitución de las prestaciones realizadas en atención al contrato
inválido.
El plazo de los cuatro años señalado en el art. 1.301 Cc. se refiere sólo a
acciones de restitución cuando el contrato es anulable.
Las acciones declarativas se individualizan por la concreta causa o
fundamento de la invalidez. El art. 400 Lec. 2000 ha introducido una
novedosa regla que incide decisivamente sobre esta cuestión.
[Doctrina]
No todos los autores admiten la teoría de la doble acción: así,
señaladamente, Díez-Picazo, la ha criticado y afirma que “podría
teóricamente admitirse, aunque el supuesto sea académico, una
anulación pura y simple sin que el demandante pida la restitución,
aunque no llegue a verse la utilidad que de ello obtendría” (ahora en,
Díez-Picazo, L. 1996 I, 489; hace suya esta opinión López Beltrán de
Heredia, C. 1995, 53).
En la práctica, no son raros los casos en que el demandante pide que se
declare la nulidad, o la anulación, de un contrato, sin pretender
restitución alguna.
[Jurisprudencia]
Por ejemplo, en el ámbito de la anulabilidad, que se declare que una compraventa
es anulable por dolo, para no tener que pagar el precio ni recibir la cosa (caso de
la S. 28 marzo 1973); o la anulabilidad de partición extrajudicial de herencia, a
efectos de incoar el correspondiente juicio de testamentaría (vid. S. 4 noviembre
1969); o la anulación de un segundo contrato en que los vendedores aceptaron
una modificación del precio anteriormente pactado inducidos a error por las
maquinaciones de los compradores, a efectos de la plena eficacia del primitivo
contrato con el precio en él pactado (S. 24 noviembre 1983).
En la anulabilidad en razón de haberse prescindido del consentimiento preceptivo
del otro cónyuge, éste puede pretender simplemente que no se consume el contrato
con la entrega del bien ganancial o (caso del art. 1.310) de la vivienda familiar.
Cuando es un tercero el que hace valer la invalidez (en los casos en que está
legitimado para ello, en general los de nulidad de pleno derecho) normalmente
será simplemente para evitar que se le oponga el contrato inválido. Por ejemplo,
el demandado de reinvidicación que alega nulidad del título que serviría de
fundamento a la propiedad del reivindicante (v. gr. caso de la S. 25 octubre 1993);
o el acreedor embargante que discute la validez del título del tercerista (v. gr., el
caso de la S. 16 junio 1989).
[Jurisprudencia]
La jurisprudencia ha venido reiterando que incurre en incongruencia la sentencia
que declara la invalidez por causa distinta de la alegada. Especialmente clara la S.
26 septiembre 1989, que casa por esta razón en un caso en que se había instado
nulidad por inexistencia de causa y de objeto cierto “ya que a la prestación propia
no correspondía contraprestación alguna de contrario”, y la sentencia de
apelación declaró la nulidad por carencia de objeto y de causa en razón de que
“todo pacto entre particulares sobre un vía pública debe estimarse inexistente por
la inidoneidad del objeto”. Vid. también Ss. 21 mayo 1976, 19 julio 1989, 8 enero
1992 (sobre matrimonio) y 25 enero 1994. La S. 10 febrero 1994 entiende que no se
da en el caso incongruencia, pues aunque la nulidad del testamento ológrafo se
pidió por defecto de capacidad y se concedió por inexactitud de la fecha, dada la
íntima conexión entre ambos datos tanto el defecto de capacidad como el examen
de la fecha se discutieron conjuntamente en fase probatoria, por lo que no ha
habido indefensión. Igualmente ha declarado el Tribunal Supremo que pueden
hacerse valer varias causas de nulidad o anulabilidad en un solo juicio,
cumulativa o alternativamente (vid. S. 29 abril 1986).
Resumen
A la impugnación del contrato anulable dedica el Código, principalmente,
los arts. 1.301 y 1.302. Este último se ocupa, especialmente, de la
legitimación activa, que es el primer gran problema que vamos a abordar
(2.2.1.).
La regla general es que puede impugnar el contratante protegido por la
norma: fundamentalmente, los incapaces y quienes han sufrido un vicio
del consentimiento. Pero hay importantes excepciones, y se presentan
problemas nada fáciles, en particular, respecto de la legitimación de los
fiadores y de los codeudores solidarios.
Frente a opiniones acaso mayoritarias, que entienden que la anulabilidad
sólo puede hacerse valer mediante acción constitutiva ejercitada
judicialmente, mantenemos que, en rigor, no es necesario el ejercicio
judicial de ninguna acción, y que cabe oponer el vicio del contrato
anulable por vía de excepción (2.2.2. Cómo se hace valer la anulabilidad).
Según el art. 1.301, “La acción de nulidad sólo durará cuatro años”. Al
indicar el dies a quo muestra simultáneamente el elenco de causa de
anulabilidad de los contratos.
El plazo de los cuatro años, entendemos, en un plazo de prescripción, al
que está sujeta la acción de restitución. En 2.2.3 se analizan los
problemas de naturaleza y cómputo de este plazo.
El tenor del art. 1302, así como su situación, inducen a duda sobre si ha
de aplicarse a todo supuesto de nulidad, o si, por el contrario, su alcance
se circunscribe a la categoría de la anulabilidad. Prácticamente, la
cuestión más importante que pendería de responder en uno u otro
sentido es la de la legitimación del los terceros para hacer valer la nulidad
absoluta de un contrato por el que no están obligados principal ni
subsidiariamente, pero que lesiona o pone en peligro de otro modo sus
intereses.
[Jurisprudencia]
El Tribunal Supremo ha dudado en admitir a los terceros interesados al ejercicio
de la acción de nulidad o de pleno derecho. Algunas sentencias de la primera
época (1 abril 1897, 18 y 19 abril y 18 diciembre 1901, 23 diciembre 1903), por
ciertas expresiones en ellas contenidas, pudieron considerarse manifestaciones de
una opinión contraria (así lo entiende la S. de 2 diciembre 1966). Pero una lectura
atenta descubre que se trataba de casos en que el tercero no podía mostrar ningún
interés propio en la declaración de nulidad; o que se trataba realmente de un
obligado cuya legitimación se admitía, por disponerlo el art. 1302 Cc.; o en que la
peculiaridad del supuesto desautoriza la generalización -vid. más adelante, 2.3.1.2.
La legitimación de los terceros se reconoce a través de dos caminos distintos, que
suponen una inteligencia contradictoria del alcance del art. 1302:
- una serie de sentencias parten de la aplicación del art. 1302 en todo caso, pero lo
interpretan de tal forma que no excluye la legitimación de los terceros: dicho
artículo afirma la legitimación de los obligados, pero no diría nada respecto de los
extraños, que deben entenderse incluidos cuando del contrato pudieran recibir
perjuicio; así, las Ss. 28 octubre 1929, 15 abril 1955, 2 diciembre 1966, 2 diciembre
1996, 19 mayo 1998, 8 abril 2000 y 12 julio 2001;
- en una línea distinta, el Tribunal Supremo entiende que el art. 1302, a pesar del
nombre empleado, se refiere a la nulidad relativa o anulabilidad, mientras que,
tratándose de “nulidad por inexistencia” –en la terminología del Tribunal,
señaladamente, por simulación- la accionabilidad por el tercero interesado no
tiene el límite establecido por el citado artículo (entre otras, Ss. 11 enero 1928, 18
abril 1945, 3 abril 1962, 9 mayo 1968, 22 marzo 1974, 5 diciembre 1986, 15 marzo
1944 y 25 abril 2001). Precisamente la necesidad de admitir a los terceros a la
acción de simulación (junto al tema de la prescriptibilidad o no de la misma) fue
el motivo principal que llevó al Tribunal Supremo a perfilar la separación tajante
entre nulidad y anulabilidad. Esta segunda línea parece la más correcta.
En realidad, el art. 1302 (lo mismo que el art. 1301) se ocupa tan sólo de la
invalidez derivada de incapacidad o vicio del consentimiento, y no de aquella que
procede de faltar alguno de los requisitos esenciales del contrato, o de haberse
infringido norma imperativa. Por otra parte, también aquí parece que el
legislador tiene en cuenta primordialmente la acción de repetición, y ésta,
evidentemente, sólo puede corresponder a quien, por su parte, se entendía
obligado a cumplir. La posibilidad de hacer declarar la nulidad absoluta de un
contrato en el que no se es parte no está contemplada en este artículo, sino que
deriva del concepto y elaboración doctrinal de la nulidad absoluta.
[Jurisprudencia]
En la sentencia de 25 de junio de 1946 se declara que los contratos anulables no
pueden “ser denunciados por las partes cuyo consentimiento no estaba viciado en
tanto no sean impugnados por la única que podría hacerlo al amparo del art.
1302, la que por disponer de la acción de anulabilidad únicamente podría
confirmarlos sin precisar del concurso de la obra, a tenor de lo preceptuado en los
artículos 1309 y 1310”.
[Jurisprudencia]
En la importante S. 9 mayo 1994, se desestima la demanda interpuesta por la
madre, en nombre propio y como representante legal de sus hijos menores,
respecto de contrato en que dispuso de bienes de éstos con plena conciencia de que
faltaba la autorización judicial. Esta denegación de legitimación ha de
considerarse excepcional, derivada de los hechos del caso, que llevan al Tribunal
Supremo a afirmar que carece de interés legítimo para instar la nulidad del
contrato, que otra cosa supondría contrariar la doctrina de los actos propios e
ignorar las exigencias de la buena fe, así como la proscripción del abuso de
derecho, respecto de una conducta “rayana, si no incursa, en el fraude procesal”.
En la misma sentencia se advierte que la desestimación de la pretensión ejercitada
por la madre no causa per se perjuicio a los hijos menores, “habida cuenta de la
acción conferida por el artículo 1.301”. En el anterior fundamento de derecho se
había dicho que “los menores disponen de una acción al llegar a su mayoría de
edad, artículo 1.301, y de un mecanismo de confirmación, artículo 1.311”. Esta
configuración de la acción de los menores supone -creemos que correctamente-
tratar estos contratos anulables como “contratos celebrados por los menores”, que
es el caso en que éstos disponen de cuatro años desde su mayoría de edad. El caso,
literalmente, cabría en la letra de la ley, ya que se trata de contratos que alguien
celebra por los menores, es decir, sustituyéndolos. Además, si estos contratos
celebrados por los representantes han de considerarse anulables (como creemos) y
no nulos de pleno derecho, han de ser considerados precisamente como
“celebrados por los menores” a efectos del cómputo del plazo, ya que de otro modo
no dispondrían éstos con seguridad de la posibilidad de impugnarlos (o
confirmarlos) al llegar a la mayoría.
La confirmación de este planteamiento se produce en la S. de 17 de febrero 1995
que, con parecidos argumentos (la doctrina de los actos propios y el principio de
la buena fe) desestima el recurso de casación interpuesto por el padre que vendió
bienes gananciales tras la muerte de su cónyuge, sin liquidar ni solicitar
autorización judicial y, en cambio, estima el recurso interpuesto por los hijos
(codemandados junto a su padre por el comprador, que solicitaba declaración de
validez del contrato y otorgamiento de escritura pública) y declara la nulidad del
contrato de venta.
La S. 21 enero 2000 considera nula de pleno derecho (y, en consecuencia, que era
de lo que se trataba, imprescriptible la acción) la venta realizada por menor de
edad, en nombre propio y en representación de otros hermanos menores de edad,
por entender que en este caso falta absolutamente el consentimiento de los
hermanos “representados”. La sentencia se refiere a un caso de venta de bienes
gananciales tras la muerte del padre y en el otorgamiento del contrato intervienen,
como vendedoras, la madre y la mayor de los hijos, menor de edad. Una cláusula
del contrato dice que “todos los hijos están conformes con esta compraventa y en
prueba de dicha conformidad firma la hija mayor”. El TS. sostiene la nulidad
radical basándose en que los otros cuatro hermanos “no tuvieron intervención
alguna en la compraventa”, a diferencia de lo que sucede en los casos de contratos
concertados por menores de edad, dotados de discernimiento suficiente, con
intervención efectiva y prestando su consentimiento, que son anulables, al igual
que los contratos celebrados por los padres que ostentan la patria potestad sin la
preceptiva autorización judicial (y cita la S. 9 mayo 1994).
[Jurisprudencia]
Ss. 8 noviembre 1985, 17 abril 1990, 22 diciembre 1992, 15 y 19 julio y 22
diciembre 1993, 31 mayo 1995 y muchas otras.
En cuanto a la contraparte, podrá, en su caso, pedir la resolución por
incumplimiento y consiguiente restitución de la prestación por él realizada. Pero
aunque el resultado práctico puede ser similar al conseguido mediante la
anulación (que no está en su mano), los presupuestos y régimen en general son
muy distintos. Vid. la S. 15 julio 1993, en que se distingue perfectamente una y otra
acción y se falla en definitiva a favor de quien ha abonado el importe del traspaso
de un local ganancial sin que éste sea puesto a su disposición, pues ha sido luego
vendido a un tercero (vid. BELLO JANEIRO, D. 1993, 211-221).
El supuesto es una notable excepción a lo preceptuado en el artículo 1.302 que, lo
mismo que los siguientes, prescinde totalmente del mismo; anomalía “que prueba,
una vez más, que este tipo de anulabilidad es un cuerpo extraño en el sistema” (DE
LOS MOZOS). La anomalía, aunque con otra trascendencia sustantiva, se daba ya
en el Código en 1888, pues el artículo 65, derogado en 1975, confería solamente al
marido y a sus herederos la acción para anular los actos otorgados. Tampoco
entonces volvía a ocuparse en Código (fuera del artículo 1.301 para señalar el
plazo, como se ha dicho) de esta acción de anulabilidad en manos de terceros.
En cuanto a los herederos del cónyuge cuyo consentimiento se omitió, su
legitimación deriva de la de su causante, de modo que carecen de ella si éste
confirmó, o si dejó pasar el plazo de cuatro años desde que tuvo conocimiento
suficiente del acto o desde la disolución de la sociedad conyugal o del matrimonio;
y sólo por el tiempo que reste si el plazo comenzó a correr antes de la muerte del
causante.
Para éste y, en general, todos los problemas relacionados con la legitimación para
impugnar este tipo de contratos anulables, BELLO JANEIRO, D. 1993, 89-98.
[Jurisprudencia]
Según la S. 30 junio 1978, la situación de quebrado no suponía verdadera
incapacitación, sino una “mera restricción de capacidad en favor de los acreedores
de la quiebra, y por tanto sólo por la representación legal de ésta puede ejercitarse
la impugnación con base en adolecer de un vicio invalidante (art. 1.300 Cc.), ser
realizado por un incapaz (art. 1.301 Cc.) y con posibilidad de ser anulado a
arbitrio de la Sindicatura, pero sin que el incapacitado o inhabilitado pueda
ejercer en su beneficio la impugnación (art. 1.302) aunque uno y otro resultarán
afectados por la anulación realizada”. Incidentalmente, la S. 15 noviembre 1991
señala que la nulidad de los actos del quebrado (calificada reiteradamente en la
jurisprudencia de "absoluta" o "radical") puede solicitarla "tanto el depositario de
la quiebra como después los síndicos de la misma". Cuestión ésta de la
legitimación que era decisiva en la S. 8 febrero 1988, que niega en efecto
legitimación a cualquier otro interesado (vid. también S. 13 abril 1988).
[Jurisprudencia]
La S. 23 diciembre 1997 admite también, correctamente, la legitimación del
defensor judicial que se designó con las funciones del curador (art. 302)
incumplidas por éste (una hija, favorecida por la donación que es declarada,
también correctamente, nula de pleno derecho, por caer “bajo el imperio
normativo de la norma prohibitiva del art. 221.1”, mientras que las demás
donaciones otorgadas a otros hijos –distintos de los actuales defensores judiciales-
son anulables).
[Doctrina]
Cuestiones todas ellas discutidas. En dos monografías excelentes sobre
culpa in contrahendo se llega a conclusiones distintas: ASÚA GONZÁLEZ,
C. (1989, 263-265) niega ambas posibilidades, que admite, por el
contrario, GARCÍA RUBIO, M. P. (1991, 181-184). A nosotros nos parece
segura la posibilidad de impugnar por dolo (aunque sin poder evitar las
consecuencias del artículo 1.304 si el incapaz impugna). Tiene la ventaja
práctica de poder evitar, en todo caso, un cumplimiento aún no
producido.
Mientras que el error difícilmente tendrá los requisitos ordinarios para ser
relevante, nada impide hacer valer la anulabilidad por dolo de quien lo
sufrió por parte de la persona casada que, por ejemplo, negó estar
casado, aseguró la naturaleza privativa del bien o afirmó falsamente estar
autorizado. Por el contrario, el dolo de la otra parte contratante no
permite deducir la validez del contrato: aquí el dolo sólo podría tener este
efecto si hubiera sido utilizado, no por quien contrató sin consentimiento
de su cónyuge, sino por éste mismo. Caso especial es el del artículo
1.320 Cc., cuyo segundo párrafo da lugar a interpretaciones
contradictorias.
ii) El vicio que afecta a ambas partes contratantes puede ser del mismo
tipo (ambos son incapaces, ambos han sufrido violencia de un tercero,
ambos comparten el mismo error). Cada uno podrá ejercitar la acción que
a él compete. La confirmación por la otra parte no precluye esta
posibilidad.
iii) El problema que con mayor exactitud puede llamarse de la pluralidad
de legitimados es el que suscita la presencia de más de un sujeto en una
de las partes contractuales, o de varias partes en los contratos que las
admiten, cuando el mismo vicio afecta al menos a dos de ellos. Podría
pensarse que, entonces, sólo es admisible el ejercicio de la acción por
todos los legitimados conjuntamente. Pero más acertado parece que
cualquiera de ellos pueda invocar, por sí solo, la incapacidad o vicio que
le afecta. La disyuntiva que entonces se ofrece entre la anulación total del
contrato, o la anulación subjetivamente parcial (de modo que los demás
sujetos sigan vinculados por el contrato), debe resolverse de acuerdo con
los criterios ordinarios sobre la nulidad parcial: en general, el contrato
subsistirá entre los demás si ha de pensarse que no hubieran rechazado
contratar de haber sabido que uno de ellos no se obligaba eficazmente; o,
dicho de otro modo, si la regulación pactada sigue siendo adecuada a la
situación de intereses una vez declarada la no vinculación de uno de los
sujetos (CLAVERÍA, L. H. 1977, 123 y ss., que sigue sustancialmente al
italiano IUDICA, 1973; ENNECCERUS, 1944, 373-374).
La posibilidad de anulabilidad subjetivamente parcial es clara tratándose
de deudores solidarios, dado el tenor del art. 1148 Cc. Pero que los
demás deudores siguen necesariamente obligados tras la liberación de
uno de ellos –aunque por un importe global en el que se descontará la
parte del liberado en la relación interna- acaso sea consecuencia del
vínculo de solidaridad, no generalizable, por tanto, a otros supuestos de
pluralidad de sujetos.
2.2.1.5. Los “obligados subsidiariamente”
[Doctrina]
Vid., por ejemplo, POTHIER, 1844, 360 y 362 y ss.; TAPIA, E. 1828, 418
y 423; GUTIÉRREZ FERNÁNDEZ, B. 1869, 42 y ss. Que excepciones
puramente personales son sólo las derivadas de la incapacidad del deudor
lo afirmaron, en la doctrina moderna española, DE BUEN, D. 1925, 40 y
DE ROVIRA, A. 1958, 693 y 703. Vid. DE CASTRO, F. 1967, 506;
CLAVERÍA, L. H. 1977, 142. Cfr. ALVENTOSA DEL RÍO, J. 1988, 54 y ss.
[Doctrina]
Comparten esta opinión PÉREZ ÁLVAREZ, M. 1985, 167 y GUILARTE
ZAPATERO, V. 1991, 1788; distinta es la opinión de CLAVERÍA, L. H.
(1977, 144 y 145), quien entiende que el contrato anulable debe ser
confirmado por el deudor y el fiador y estima que la confirmación de uno
solo de ellos es subjetivamente parcial y, en consecuencia, inoponible al
otro que, si lo estima conveniente, puede impugnar la validez del contrato
afianzado; vid., sin embargo, lo que decimos más adelante sobre los
sujetos que pueden confirmar, 4.1.5.
Esta disciplina es la aplicable en caso de fianza por préstamo hecho al hijo
de familia, considerado en el párr. 3º del artículo 1.824, conforme al cual,
es inaplicable a este supuesto el párr. 2º y, en consecuencia, queda
sometido a la regla general del párr. 1º. El origen histórico de este
precepto (consecuencia del S. C. Macedoniano, dirigido a liberar a los
hijos de familia con expectativas hereditarias de las garras de los
usureros) inclinaría a ver aquí un supuesto de nulidad absoluta (así lo
entiende en la actualidad la mayoría de la doctrina: ALVENTOSA DEL RÍO,
J. 1988, 57; DÍEZ-PICAZO, L. 1993 II, 421; PÉREZ ÁLVAREZ, M. 1985,
167). Pero tal consecuencia sería gravemente anómala en nuestro
Derecho, en que ningún precepto señala la nulidad de pleno derecho de
tales préstamos. Estos son, por tanto, simplemente anulables, como toda
obligación convencional del menor (aquí por hijo de familia ha de
entenderse cualquier menor, sujeto a patria potestad o a tutela; acaso
también el emancipado -vid. art. 323- y, verosímilmente, los demás
incapaces). El precepto ahora considerado no es sino una excepción a la
regulación excepcional del párr. 2º del artículo 1.824, con lo que sitúa el
supuesto en la regla general para la fianza de obligaciones anulables (es
decir, que el fiador podrá hacer valer la excepción en los términos
explicados), a la vez que confirma que el citado párr. 2º no es el que
contiene tal regla general (también comparte esta opinión expuesta por
Jesús Delgado en sus trabajos anteriores sobre “Invalidez e Ineficacia”,
LÓPEZ BELTRÁN DE HEREDIA, C. 1995, 231-232).
[Doctrina]
Así, para LACRUZ, J. L. (1999, 43), el régimen de las excepciones en
razón de anulabilidad nacidas en cabeza de un deudor solidario que los
otros pueden oponer se separa de lo dispuesto para la fianza en el art.
1.853 en cuanto que los deudores solidarios habrían de poder oponer la
incapacidad de uno de ellos -lo mismo que los vicios del consentimiento-,
por la parte que a éste corresponde en la relación interna.
Frente a esta tesis, DELGADO advirtió que el art. 1148 debe interpretarse
de manera conjunta con el 1853, de tal manera que, además de las
“excepciones personales” (que son las que menciona el último inciso del
art. 1148, de forma que el deudor solidario puede oponer las excepciones
personales de los demás en la parte de deuda de que éstos fueran
responsables) debe tenerse en cuenta la existencia de “excepciones
puramente personales” (que no están aludidas en el art. 1148 y que, por
tanto, no pueden ser opuestas por los deudores solidarios cuando se
refieran a otro codeudor) (DELGADO, J. en LACRUZ, J. L. 1977, 285).
Esta interpretación, que parte de la base de que, de acuerdo con lo
explicado para la fianza, entre las primeras se encuentran los vicios de
consentimiento y entre las segundas las que resultan de la incapacidad
del deudor, ha sido seguida después por CAFFARENA, J. 1980, 46 y ss. y
68 y ss.; posteriormente en 1991, 148 y ss.
Desde este punto de vista, y de acuerdo con el final del art. 1148 –que
introduce en nuestro Derecho una importante novedad en la disciplina de
la deuda solidaria, desconocida en el resto de los Ordenamientos que le
sirven habitualmente de modelo o término de comparación-, cada deudor
solidario podría invocar la anulabilidad debida a vicios del consentimiento
del otro codeudor, por la parte de deuda que a éste corresponde en la
relación interna, y con las mismas consecuencias que tiene la oposición
por el fiador de las excepciones que corresponden a su deudor principal.
El deudor solidario, en cambio, y al igual que sucede con el fiador, no
podría oponer como excepción la incapacidad de alguno de sus
codeudores. El último inciso del art.1148 supone un acercamiento de la
regulación de la solidaridad pasiva a la de la fianza, en el sentido de la
fideiusso recíproca de que la doctrina discute a partir de la novela 99 de
Justiniano (en el mismo sentido debe interpretarse, por ejemplo, el
párrafo 2 del art. 1148): nuestro Código permite al codeudor solidario
utilizar las excepciones que correspondan personalmente sólo a otro
deudor en la medida en que son meros garantes de deuda ajena, es
decir, utilizando el mismo criterio fundamental del art. 1853 Cc. Habría
que entender, cabe pensar, que el art. 1148 presenta una laguna oculta
consistente en la falta de regulación de las “excepciones puramente
personales”, y colmarla con el mismo criterio que resulta del art. 1853
Cc. Es decir, puesto que el fiador queda irremediablemente vinculado a
pesar de la anulación de la obligación principal cuando ésta se deba a
incapacidad del deudor, del mismo modo sucedería con el deudor
solidario, que no podría oponer como excepción la incapacidad de alguno
de sus codeudores (esta sería una excepción “puramente personal” no
aludida en el art. 1148).
PÉREZ ÁLVAREZ, M. A. (1985, 280 y 281), ha defendido, criticando esta
postura que se acaba de exponer, que es diferente el régimen jurídico
previsto respecto de los casos de incapacidad en el art. 1148, por una
parte, y el establecido por los arts. 1824 y 1853, por otra, pero no puede
decirse que se haga a los fiadores de peor condición que a los obligados a
título principal, ni que sea preciso interpretar el art. 1148 junto al 1853:
los supuestos de afianzamiento de obligaciones contraídas por incapaces
no serían, propiamente, supuestos de fianza –como hemos señalado aquí
también en el 2.2.1.5-, sino que se trataría de una garantía de carácter
principal otorgada al acreedor: “Así determinada la especificidad del
supuesto previsto por el art. 1824, 2, del Código civil, no existe razón
legal que motive hablar de trato de desfavor a los fiadores ni que, en
consecuencia, provoque la necesidad de acudir a una interpretación
sistemática del art. 1148 Cc.”
Al menos, habrá que atender a la causa del concreto negocio porque,
según los casos, la deuda solidaria asumida junto a deudor incapaz puede
serlo en realidad sin parte propia en la relación interna, como una
garantía principal otorgada al acreedor.
[Doctrina]
BELLO JANEIRO, D. 1993, 93-94, cita las sentencias 15 diciembre 1989 y
12 febrero 1990, en las que se encuentran expresiones en el sentido de
que la acción de anulación por actos realizados por un cónyuge sin el
preceptivo consentimiento del otro sería ejercitable por el otro cónyuge “o
los terceros perjudicados… a tenor de los artículos 1.300, 1.301 y 1.302
Cc.”. Critica este autor tales declaraciones jurisprudenciales -ciertamente
desafortunadas y que, parece, nunca han servido de fundamento a un
fallo del Supremo- y niega igualmente -con cuidada información
doctrinal- que los acreedores del cónyuge preterido o de la sociedad
conyugal puedan subrogarse en el ejercicio de la acción que solo
corresponde al cónyuge cuyo consentimiento se omitió (y a sus
herederos), discurriendo luego sobre la posibilidad de una acción
rescisoria ex art. 1.111 contra la confirmación por el cónyuge su deudor.
[Doctrina]
Para algunos autores, como JORDANO FRAGA, F. (1996, 224), resulta
inadmisible que los acreedores del sujeto protegido por la anulabilidad
puedan ejercitar la acción en vía subrogatoria porque con ello privarían a
su deudor de la posibilidad de confirmar el contrato. En sentido parecido,
insistiendo en los instrumentos de que disponen los acreedores para
defenderse contra los contratos anulables perjudiciales a sus intereses,
sin acudir a la subrogatoria (rescisión por fraude), se pronuncia PASQUAU
LIAÑO, M. (1997, 255).
En realidad, los autores que, no sin dudas (LACRUZ, J. L. 1958, 211 y
ss.; CLAVERIA, L. H. 1977, 138 y ss.; en la doctrina francesa es más
corriente la opinión afirmativa: GHESTIN, J. 1988, 901; LARROUMET, Ch.
1990. 523), admiten el ejercicio por subrogación, observan que los
acreedores nunca podrían confirmar el contrato, facultad que
permanecería siempre (aun después de la “anulación” por los acreedores)
en manos del deudor. Si esto es así, queda sustancialmente desvirtuada
la pretendida anulación por los acreedores, cuyos efectos estarían sujetos
a la voluntad del deudor. Otra cosa es que los acreedores puedan
impugnar, mediante la pauliana, la confirmación cuando el contrato
confirmado sea en fraude de su derecho.
[Doctrina]
La función calificadora, que se extiende a la validez de los actos (cfr. art.
18 Lh.), comprende no sólo la nulidad, sino también la anulabilidad y
esta interpretación ha sido acogida en los arts. 156-8 y 169 del
Reglamento notarial y 94 Rh. (en este sentido, GÓMEZ GÁLLIGO, F. J.
1996, 891; LACRUZ, J. L. 2001 III bis, 177).
2.2.2.2.1. Antecedentes
[Doctrina]
DE CASTRO, F. (1967, 506) apostillaba en nota: “Se advertirá que este
art. 1.853 precisa que el fiador opone una excepción; no ejercita
verdaderamente una acción (a pesar de la letra del art. 1.301)"): vid.
supra, lo que se dice sobre las excepciones del fiador en 2.2.1.5. Esto ha
sido doctrina y práctica pacíficas durante buena parte del tiempo de
vigencia del Código. DE CASTRO lo afirmaba en 1967 como obvio, sin
contraste de citas ni alegación de jurisprudencia ( 504, nota 18: “no debe
olvidarse que puede ejercitarse tanto en la demanda, y a modo de
reconvención, como oponerse en la contestación o dúplica, en forma de
excepción”; 505: “la señalada facilidad para el ejercicio conjunto de las
acciones, no debe ocultar la importancia del efecto primario declarativo,
que puede ser el único perseguido, como cuando por ejemplo, se oponga
a modo de excepción frente a una demanda de cumplimiento de
contrato”). Probablemente, para entonces nadie lo había puesto en duda,
como prueba el hecho de que la doctrina discutiera sobre si la excepción
prescribe, sin cuestionar la premisa obvia: que puede oponerse como
excepción.
[Doctrina]
Es verdad que, en principio, podría parecer que en los casos de nulidad
absoluta no sería necesario el ejercicio de la acción si se entiende que tal
nulidad puede apreciarse de oficio. Pero no siempre se argumenta así,
aparte de que tampoco puede afirmarse de manera absoluta que la
nulidad de pleno derecho sea apreciada de oficio por los Tribunales- como
veremos en 2.3.2-, sino que se tienen en cuenta otros argumentos en
contra, como el de la apariencia de validez, que debe ser destruida
mediante el ejercicio de una acción, o la necesidad de que queden
garantizados los principios de audiencia y defensa de las partes (art. 24
CE). Por tanto, las cosas no están tan claras, y cabe entender que
problemas semejantes se plantean en todos los casos de impugnación de
la validez de un negocio jurídico, sea atacado por vicio de nulidad o de
anulabilidad.
[Doctrina]
En el mismo sentido, LÓPEZ BELTRÁN DE HEREDIA, C. 1995, 258; vid. la
jurisprudencia citada por RIVERA FERNÁNDEZ, M. 2000, 2372. El
excepcionante, por tanto, carecía de legitimación para hacer valer la
anulabilidad, como hace notar también el Tribunal Supremo, por lo que,
en efecto, es totalmente irrelevante la excepción por él opuesta, ya que
sólo su cónyuge -en la práctica, la mujer- podría pedir la anulación,
ejercitando la correspondiente acción (reconviniendo, si ha sido
demandada, o interponiendo otra demanda y acumulando los autos,
como explica BELLO JANEIRO, D. 1993, 144). Pero este supuesto de
anulación, en que es un tercero -el cónyuge cuyo consentimiento se
pretirió- quien impugna un contrato que, mientras tanto, es válido y
eficaz entre las partes, es un supuesto peculiar (vid. 2.2.1.3).
[Jurisprudencia]
- Antes de la reforma de 1984 de la Lec., la S. 24 mayo 1969 admitió la oposición
como simple excepción de la anulabilidad del contrato cuyo cumplimiento se pide
en la demanda. El demandado oponía como excepción (y el Tribunal aceptó) el
carácter usurario del contrato; BELLO JANEIRO, D. (1993, 141, nota 224) entiende
que esta sentencia no es un buen ejemplo porque los contratos usurarios serían
nulos, pero no es tan obvio que el contrato usurario sea -para la doctrina y para
los Tribunales- nulo de pleno derecho: por ejemplo, la S. 8 noviembre 1991 excluye
claramente que se trate de nulidad radical (aunque lo afirman, a otros efectos,
sentencias igualmente recientes) (cfr. CORDÓN MORENO, F. 1993, 1927-1928 y
TAPIA FERNÁNDEZ, I. 1994, 38, que trata de manera conjunta la impugnación de
los negocios jurídicos, sin distinguir los nulos de los anulables, lo que no deja de
tener, como se ha dicho, su sentido).
- Después de 1984, la S. 14 febrero 1986 afirma que, cualquiera que fuere el
criterio que se sostuviere sobre si el acto realizado por incapacitado por
prodigalidad es nulo ipso iure o meramente anulable –se está aplicando el Derecho
anterior a la reforma de la tutela del 1984-, “ninguna mayor reclamación de
ineficacia puede darse que la oposición a la pretensión de eficacia de quien…
resulta perjudicada por el mantenimiento del valor jurídico al acto realizado con
prohibición legal” (se trataba de capitulaciones otorgadas por un incapacitado por
prodigalidad, y el Tribunal hace la declaración transcrita precisamente para el
caso de entenderse que el acto es meramente anulable).
- En la S. 2 junio 1989 se lee que la nulidad plena puede hacerse valer por vía de
acción y de excepción, mientras que la anulabilidad sólo accionando, pero se
añade, “ello no ocurre en todos los casos, pues en supuestos como el que nos ocupa
la anulabilidad alegada puede acogerse sin necesidad de que se reconvenga por
quien ha padecido la restricción de su capacidad de obrar, siempre que lo haga
dentro del plazo de caducidad”, pero la razón determinante de que se admita la
excepción se encuentra en la explicación que da el propio Supremo: “ya que en
otro caso, si se admite que no puede reconvenir, sería él quien quedaría indefenso,
precisamente por ser correcto que no cabe reconvenir frente al codemandado y
que el hoy recurrente no pidió subsanación de falta alguna, con lo que admitió que
no había tal reconvención, y si entendía que se infringía el art. 24 de la
Constitución bien podía la parte que ahora se considera perjudicada haber hecho
uso de las protestas o alegaciones pertinentes” (en el caso, en la comparecencia a
que se refería el viejo art. 691 Lec., aunque parece dudoso que esa comparecencia
previa permitiera una verdadera contradicción). En el caso, interpuesta demanda
de cumplimiento del comprador frente a la madre vendedora y sus hijos, es una de
las hijas, ahora emancipada, la que alega la excepción de anulabilidad por faltar
la preceptiva autorización judicial: la reconvención, o la demanda en su caso,
debiera haberse ejercitado también contra la madre vendedora, con el problema
de la reconvención contra el codemandado.
- La S. 13 octubre 1989 absuelve a la compañía aseguradora demandada que
opuso la “exceptio doli”.
La prueba de que en el análisis de este problema juegan otros datos diferentes al
de la naturaleza constitutiva o declarativa de la acción de anulabilidad la
encontramos en aquellos casos en que los Tribunales hacen declaraciones sobre la
admisión de la excepción en supuestos en los que, en realidad, se formuló
reconvención, pero sin que haya sido demandado otro sujeto que intervino en el
contrato. Así, la S. 4 julio 1986 excluye en el caso la necesidad de litisconsorcio
pasivo necesario, pues, dice, “no pretendida la declaración de nulidad o
anulabilidad del contrato, sino excepcionada su ineficacia para oponerse al pago,
no era precisa la audiencia de un tercero”, lo que supone dar por buena la vía de
la simple excepción.
En otros casos, la afirmación de la necesidad de reconvenir se hace, a mayor
abundamiento, sin que sea la razón decisiva del pleito, después de haber negado la
legitimación para impugnar (la S. 12 marzo 1987 reitera la doctrina de la
necesidad de formular reconvención tras negar la legitimación de quien celebró un
contrato de arrendamiento con quien no era propietario para invocar la
anulabilidad del contrato en virtud del cual el actor adquirió la propiedad) o
después de negar que en el caso existiera el vicio del consentimiento alegado
(intimidación en el caso de la S. 16 julio 1991, error en el caso de las Ss. 21 mayo
1997 y 11 mayo 1998).
Un caso especial, que presenta problemas propios, es el del ejecutante que alega
nulidad del título del tercerista que pretende paralizar el embargo: en casos en los
que el tipo de nulidad que se suele invocar es la absoluta, la simulación, y de ahí
precisamente que se reconozca la legitimación para hacerla valer a un tercero que
no intervino en el contrato, al ejecutante frente al que se interpone la tercería.
La S. 16 abril 2002 realiza un buen resumen de las ambigüedades y evoluciones de
la propia jurisprudencia (con cita de varias sentencias anteriores), donde se pone
de relieve cómo son los problemas procesales los que explican las declaraciones
acerca de la alegación como excepción o reconvención.
[Jurisprudencia]
Pese a su extensión, el interés de la cita justifica su reproducción:
“El recurrente [tercerista] no está conforme con que se pueda alegar como
excepción perentoria la de nulidad del título que, en su opinión, merecería al
menos el tratamiento de una reconvención implícita. Sin embargo no fue ésta la
solución legislativa que dio la Ley de Enjuiciamiento Civil precedente. Por el
contrario, se impedía que la nulidad se formulara como excepción, aunque la
contrapretensión no pudiera tener más alcance que el absolutorio, sin
planteamiento, por tanto, acerca de la cosa juzgada, más allá de la propia
declaración absolutoria. Y la dicha solución legislativa no puede considerarse
contraria a la Constitución, puesto que comportando, en definitiva, la excepción,
la alegación de un hecho excluyente del derecho del actor, el artículo 693
(comparecencia obligatoria) permitía al amparo del número segundo que se
establecieran las precisiones y rectificaciones fácticas conducentes a la
delimitación de los términos del debate. A la invocación de la nulidad en las
tercerías de dominio y a la legitimidad de su planteamiento como excepción, se
refiere, además, la sentencia del Tribunal Supremo de 27 de abril de 1998 en los
siguientes términos: «procede que se tome en cuenta el ámbito de las posibles
defensas del demandado en las tercerías de dominio en cuanto al juego de las
excepciones de fondo y respecto del alcance de la posible reconvención.
“Conveniente resulta, a los efectos de la debida resolución del caso, que se precise
el alcance que puede tener la reconvención en las tercerías de dominio, pues frente
a una moderna tesis muy amplia que considera, sin una reflexión adecuada sobre
el objeto de la tercería, que el proceso declarativo que le sirve de cauce admite
cualquier modalidad de reconvención e incluso, fuera de toda lógica jurídica, con
infundado apoyo en suposiciones sobre inconstitucionalidad por indefensión, llega
a argüir que debe permitirse la intervención de personas ajenas a la litis en la
reconvención formulada por el ejecutante en solicitud de la nulidad del título
(extensión subjetivamente desmesurada de la reconvención que ni siquiera cabe en
el proceso ordinario), es lo cierto que la jurisprudencia nunca ha olvidado la
naturaleza del juicio de tercería como incidencia de la ejecución, ni su finalidad
básica, que no es otra, que el levantamiento del embargo sobre los bienes trabados
para excluirlos de la ejecución (Sentencia del Tribunal Supremo de 1 de abril de
1993, entre otras muchas). Por ello, no cabe que se admita una reconvención de
objeto indiscriminado y, únicamente, tras razonables titubeos acerca de su
procedencia en el juicio de tercería, después de la aceptación de la legitimidad de
la excepción de nulidad del título, como motivo de oposición frente al tercerista, se
ha abierto paso la doctrina jurisprudencial que tolera la reconvención sobre la
nulidad del título dominical (Sentencia del Tribunal Supremo de 26 de junio de
1979), doctrina, en la que, sin duda habrá pesado, la dificultad que en nuestro
Derecho ofrece, a veces, la distinción entre la excepción y la reconvención, sobre
todo si se tienen en cuenta la amplitud del concepto de la segunda y la posibilidad
admitida de la reconvención implícita. Cuando la nulidad del título se hace valer
como simple ‘excepción’ el rigor sobre posibles terceros implicados en el negocio
que tendrían que soportar la declaración de nulidad decae, pues el Tribunal
sentenciador, como establece la jurisprudencia, ‘se limita a apreciar la inexistencia
de un título válido de dominio en el tercerista’ (Sentencia del Tribunal Supremo de
24 de julio de 1992). Mas si la nulidad se plantea, por vía de reconvención será
preciso constatar quiénes fueron partes en el contrato cuya nulidad se pida no
para traer a ningún tercero al pleito sino para estimar, si alguno de los sujetos en
la relación jurídico-material, que conforma el título, no es parte en la tercería, y,
con ello, la imposibilidad del pronunciamiento por falta de litisconsorcio pasivo
necesario (Sentencia del Tribunal Supremo de 24 de julio de 1992), o más
correctamente, por insuficiente legitimación pasiva” (sentencia del Tribunal
Supremo de 20 de julio de 1994). Esta doble posibilidad de alegar la nulidad del
título esgrimido (incluso la nulidad por simulación) ya sea, por vía de acción
reconvencional o por vía excepción la reiteran otras sentencias, entre ellas la
Sentencia del Tribunal Supremo de 19 de mayo de 1997 al comentar que la
doctrina de esta Sala es que, en principio, en la tercería de dominio no cabe
reconvención, pues no es un proceso principal e independiente, sino un incidente
del proceso ejecutivo principal; en su caso, cabría reconvención si se alega por la
parte demandada en tercería de dominio, la nulidad del título del tercerista
demandante, que también la puede plantear como excepción: la sentencia de 29 de
enero de 1992 admite la reconvención en tercería de dominio en que se solicitó la
nulidad por simulación; la de 24 de julio de 1992 contempla la alegación de
nulidad del título, hecha valer como simple excepción “ya que entonces no se exige
del Tribunal declaración de nulidad alguna... sino que simplemente se limita a
apreciar la inexistencia de un título válido de dominio en el tercerista”; la de 4 de
junio de 1993 declara que la descalificación del título dominical en que se apoya el
tercerista, no precisa la reconvención, sino que puede hacerse como excepción; lo
que reitera la de 29 de octubre de 1993" (sentencia del Tribunal Supremo de 20 de
julio de 1994)”.
[Doctrina]
Como explicaba De La Oliva, esa sentencia tampoco vincularía al Tribunal
de un segundo proceso cuyo objeto esencial fuera una acción de nulidad
del negocio, ni prejuzgaría la concreta conducta, el hecho que se
consideró comportamiento doloso y determinó apreciar la nulidad. Pero si
la sentencia fuese condenatoria por desestimar esa excepción, tampoco
produciría cosa juzgada, ni respecto de la validez del negocio en general
ni sobre la inexistencia de la nulidad (DE LA OLIVA, A. 1991, 60). Por el
contrario, según esa doctrina mayoritaria, para lograr una declaración
judicial de nulidad del negocio sería preciso formular una reconvención y,
entonces sí, con la presencia en el proceso todos los interesados a los que
pudiera afectar tal declaración, que sí producirá cosa juzgada. Tenía razón
De La Oliva al calificar de curiosa cuando menos la propuesta de que la
cosa juzgada dependa de un comportamiento del demandado, que
tampoco tendrá demasiado interés en ofrecer oportunidades al
demandante para defenderse por las ventajas que pueda ofrecerle la
fuerza de cosa juzgada, además de que no dejaba de ser un grave
defecto de la ley la imposibilidad o la injusta dificultad en que pudiera
hallarse el actor para responder a alegaciones del demandado con
eventual incidencia decisiva sobre la consecución o no de la tutela judicial
pretendida en la demanda (1991, 68).
[Doctrina]
Este es el caso de EGUSQUIZA BALMASEDA, M. A. (1999, 67): en relación
con el proyecto de Lec., y partiendo del dato de que el precepto se refiere
expresamente a la “nulidad absoluta” concluye que: “En todo caso,
teniendo en cuenta el carácter de orden público de las normas procesales,
si al final este texto ve la luz, parece que a la anulabilidad
procedimentalmente no le quedará otro camino que su deducción por vía
de acción o reconvención”.
En el mismo sentido, pero de manera más rotunda, DE PABLO
CONTRERAS, P. (2000, 451) entiende que la Ley de enjuiciamiento civil
asume una concepción del contrato anulable como válido hasta que no
adquiera firmeza la sentencia, constitutiva, a su juicio, que acoja su
impugnación: “Así resulta, a nuestro juicio –explica–, de la interpretación
a contrario de su art. 408, que –como hemos visto– restringe a la nulidad
absoluta la posibilidad de que el demandado la alegue en la contestación
sin necesidad de formular reconvención, lo que se explica por el carácter
meramente declarativo de la acción: la nulidad del contrato existe ya
fuera del proceso, y ha de poder ser opuesta sin necesidad de ejercitar –
propiamente– aquélla (o sea, como excepción, que lo es impropia, al
estar basada en un hecho impeditivo, que niega la existencia misma de la
acción). Pero parece claro que, para la Lec., las cosas suceden de otra
manera si el contrato es meramente anulable: entonces la acción es
constitutiva, y por eso, si el que está legitimado para hacer valer la
anulabilidad es demandado, no le basta a éste con oponer la anulabilidad
como excepción, sino que debe necesariamente formular reconvención (o
sea, ejercitar la acción, formulando una pretensión que le compete
“respecto del demandante”: art. 406.1 Lec.)”.
Como se explica más adelante, este argumento a contrario no es
convincente pero, además, las conclusiones que se extraen tampoco
resultan del todo coherentes con la propia tesis que a priori se pretende
defender para la nulidad absoluta. Porque, en efecto, el régimen previsto
en el art. 408 Lec. permite que, alegados por el demandado hechos
determinantes de la nulidad del negocio, sin formular reconvención, el
actor pueda sin embargo contestar como si se hubiera formulado
reconvención: es decir, que a un tipo de nulidad para el que se pretende
predicar como rasgo distintivo el existir al margen del proceso y poder
ser declarada aunque no se ejercite la acción ni el demandado la oponga
como acción reconvencional, el legislador le otorga en todo caso el
tratamiento de la reconvención. No debe hacerse hincapié, por tanto, al
comentar el art. 408 Lec., en que se restringe a la nulidad absoluta la
posibilidad de oponerla sin formular reconvención, porque lo que hace el
precepto, precisamente, es permitir que la alegación de la nulidad
absoluta pueda ser considerada en todo caso como reconvención. Todo
ello indica que, en realidad, el enfoque desde el que ha sido previsto el
tratamiento de la alegación de nulidad no es el carácter constitutivo o
declarativo de la acción sino, como veremos, el de la seguridad jurídica y
la evitación de procesos entre las mismas partes que razonablemente
puedan zanjarse en uno solo (apartado VIII de la E. M. de la Lec.).
El art. 408.2 permite que el actor conteste como si se hubiera formulado
reconvención cuando el demandado alegue en su defensa hechos
determinantes de la nulidad absoluta del negocio. Aunque el demandado
haya formulado una simple excepción, dirigida a lograr su absolución, y
no una declaración de la nulidad del negocio. El art. 408.2 no establece
que la nulidad de pleno derecho pueda hacerse valer como excepción y
como reconvención, sino que permite al actor que, alegada por el
demandado hechos determinantes de la nulidad del negocio, se defienda,
si quiere, como si se hubiera formulado reconvención. De lo previsto en
el art. 408.2 no puede deducirse a contrario, como se pretende con una
interpretación voluntarista, que la alegación de anulabilidad deba
formularse necesariamente como reconvención, sino, a lo sumo, que para
que la anulabilidad pueda ser tratada como reconvención debe ser
formulada expresamente por el demandado como tal, conforme a la regla
general del art. 406.2 Lec., que rechaza la reconvención implícita.
[Doctrina]
Esta parece ser la conclusión a la que han llegado otros autores que han
interpretado el art. 408 sin el prejuicio de la naturaleza de la acción de
impugnación. Así, TAPIA FERNÁNDEZ, I. (2000, 47) explica que el
borrador de anteproyecto mencionaba la nulidad, sin especificar si
absoluta o relativa, con lo que se podría interpretar que el legislador
quería englobar cualquier forma de impugnación por parte del demandado
del negocio y critica que el texto definitivo de la ley restrinja el
tratamiento especial del art. 408 a la alegación de nulidad absoluta,
“porque no es en la alegación de nulidad absoluta donde mayores
problemas se plantean, sino justamente en las de anulabilidad o
impugnación genérica de cualquier negocio jurídico”. La misma autora, en
otro lugar, avanza más en esta dirección argumental y concluye que:
“por lo tanto, si el demandado alega en su defensa hechos determinantes
de la nulidad relativa o cualquiera otra forma de impugnación del negocio
jurídico en que se basa la demanda, tal alegación sigue la suerte de las
excepciones materiales (no afectan a la competencia ni al procedimiento
adecuado; no es exigible su expresa resolución en la sentencia, ni son
alcanzadas por la cosa juzgada de modo independiente)” (2001, 1371).
[Doctrina]
Apunta esta idea, DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, I. (2001 b, 686). En sentido
parecido se manifiesta DE LA OLIVA, A., para quien es importante “no
entender en sentido estricto o restrictivamente los términos “nulidad
absoluta” del art. 408.2: en primer lugar, las discusiones sobre nulidad
absoluta y nulidad relativa o anulabilidad no siempre pueden recibir una
respuesta segura; en segundo lugar porque la obvia ratio iuris del
precepto, que es no permitir que lo que resulta razonable sustanciar en
un solo proceso pueda originar dos –porque el demandado en el primer
proceso puede entablar después, otro en el que esgrima la nulidad–, no
fundamenta excluir de esa norma (y del art. 222.3) la nulidad relativa o
anulabilidad” (2001, 411).
[Doctrina]
No basta, para despreciar este supuesto, y desde el presupuesto que
aquí se trata de combatir de que es preciso formular reconvención, que,
alegada como simple excepción, el Tribunal no deberá tenerla en cuenta,
por lo que el actor no tendrá interés en solicitar que se le permita
contestar en el plazo establecido para contestar a la reconvención. Por el
contrario, el actor puede tener interés en que se otorgue el tratamiento
previsto en el art. 408 Lec. y tratar de desvirtuar los hechos alegados en
la contestación para evitar las consecuencias de la aplicación de la
doctrina jurisprudencial que admite la apreciación de oficio de la nulidad
de pleno derecho. Carece de sentido sostener que el Tribunal pueda
denegar esta solicitud, mediante providencia, por entender que los
hechos alegados son determinantes de anulabilidad –¿le será fácil
adelantar este juicio de la sentencia en una providencia, a la vista de la
demanda y la contestación?–. El art. 408.2 más bien inclina a pensar que
el Tribunal debe atender en todo caso la solicitud del actor –aunque, al
supeditar el tratamiento especial previsto a que “en la demanda se
hubiere dado por supuesta la validez del negocio”, permite sostener,
como hace DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, I., que si el actor hubiese pedido una
expresa declaración de dicha validez, no hay motivo para que se le
permita contestar expresamente a la alegación de nulidad hecha por el
demandado (2001 b, 686)–.
[Doctrina]
Partiendo del criterio inspirador de “la escasa justificación de someter a
los mismos justiciables a diferentes procesos y de provocar la
correspondiente actividad de los órganos jurisdiccionales, cuando la
cuestión o asunto litigioso razonablemente pueda zanjarse en uno solo”,
lo que hace la regulación del art. 408, según explica el apartado VIII de
la E. M. de la Ley es, “evitar la indebida dualidad de controversias sobre
nulidad de los negocios jurídicos –una, por vía de excepción; otra por vía
de demanda o acción–”. Desde este punto de vista, puesto que en el art.
408.2 se da al actor cauce para defender la validez del negocio una vez
alegados por el demandado hechos determinantes de la nulidad del
negocio, sólo a él le será imputable que no haya hecho valer en el
proceso todos los argumentos para defender su validez. Admitido este
planteamiento, los arts. 222.2.I (“La cosa juzgada alcanza a las
pretensiones de la demanda y de la reconvención, así como a los puntos
a que se refieren los apartados 1 y 2 del artículo 408 de esta Ley”) y
408.3 Lec. (“La sentencia que en definitiva se dicte habrá de resolver
sobre los puntos a que se refieren los apartados anteriores de este
artículo y los pronunciamientos que la sentencia contenga sobre dichos
puntos tendrán fuerza de cosa juzgada”) permiten concluir que la cosa
juzgada alcanza a todos los pronunciamientos de la sentencia, incluidos
los que tengan que ver con la nulidad y con la validez del negocio.
Aunque el actor no haya querido hacer uso de la facultad que le reconoce
el art. 408.2 Lec.
[DOCTRINA]
DÍEZ-PICAZO, L. (1996 I, 487) ha admitido, aludiendo a la tesis aquí
defendida, que “el ejercicio judicial de la impugnación no es indispensable
y que no hay ningún inconveniente, teórico o práctico, en que la cuestión
pueda ser objeto de un arreglo entre las partes”. En su opinión, “la tesis
así formulada es indiscutiblemente cierta”, si bien “no es verdadera
objeción frente a la tesis del carácter constitutivo de la acción”. Observa
que hay materias en que las acciones son “indiscutiblemente
constitutivas” -pone el ejemplo de la actio communi dividundo, para el
que SAMANES ARA, C. (1995), sin embargo, ha demostrado que no es
una sentencia constitutiva, pues no introduce por sí misma el cambio
jurídico, sino de condena- sin que nada impida que la cuestión sea
extrajudicialmente resuelta. Todo lo más, concluye Díez-Picazo, ello
llevaría a subdistinguir dos tipos de acciones constitutivas, unas en las
que el proceso judicial es necesario para la producción del efecto y otras
en que, aun siendo constitutiva la acción judicial, el tema puede ser
resuelto extrajudicialmente por pertenecer a la disponibilidad de las
partes.
[DOCTRINA]
DÍEZ-PICAZO, L. (1996 I, 488) que, como se ha señalado, parece admitir
el ejercicio extrajudicial de la anulabilidad insiste en el carácter
constitutivo, no necesario, de la acción, y en defensa de esta tesis añade
una última razón: “El arreglo extrajudicial sobre la anulación y la
restitución no produce nunca, especialmente respecto de terceros, las
consecuencias englobadas en el régimen jurídico de la anulación, de
manera que ese arreglo, transaccional o del tipo que fuere, no produce
unos efectos distintos del mutuo disenso. El carácter retroactivo, llevado
hasta el momento de la celebración del contrato, sólo puede otorgarlo la
autoridad competente”. Pero tampoco este argumento parece
convincente. Se olvida que las sentencias no sólo producen efectos –
como el de la cosa juzgada–, sino que además, por sí mismas, tienen un
valor propio como hecho jurídico que, en el caso de las declarativas,
resulta de la constatación oficial de la existencia de los hechos que
presuponen la falta de validez del contrato –por incapacidad, por
violencia– así como de la voluntad del favorecido por la norma de hacer
valer esa impugnación. La sentencia que declara la nulidad del contrato,
tanto si es nulidad absoluta como anulabilidad, declara erga omnes esa
nulidad: también en el caso de la nulidad absoluta la otra parte del
contrato, y los terceros, pueden pretender las consecuencias de la validez
del contrato mientras una sentencia no declare la invalidez.
[Doctrina]
Puede verse una impresionante lista de opiniones en este sentido en
BELLO JANEIRO, D. 1993, 112, nota 13, a la que puede añadirse LÓPEZ
BELTRÁN DE HEREDIA, C. 1995, 246. BELLO (108 y ss.), por su parte,
señalando la petición de principio en que incurre el “nutrido, abrumador,
sector doctrinal” que se pronuncia por la caducidad, y tras un
cuidadosísimo examen de la jurisprudencia, entiende que el Tribunal
Supremo reiteradamente ha venido a configurar el plazo del art. 1.301
como de prescripción, y así lo acepta, aunque no referido -como aquí- a
la acción restitutoria, sino a la constitutiva de impugnación (negando,
asimismo, que pueda oponerse como excepción sin límite de
prescripción). Entonces, coherentemente -con apoyo también en los
taxativos términos “sólo durará” del texto legal- considera el plazo de
ejercicio como de caducidad, no de prescripción, que transcurre
automáticamente sin poder ser interrumpido. Que el transcurso del plazo
no es una confirmación tácita, ni equivale a ella -como a veces razona el
Tribunal Supremo-, parecería ser consecuencia necesaria de la calificación
del plazo como de caducidad. Sin embargo, DÍEZ-PICAZO, L. (1996 I,
502) argumenta expresamente -contra CLAVERÍA- sobre “la caducidad de
la acción de anulación como confirmación tácita” (vid. infra, 4.1 sobre “La
confirmación”).
[Doctrina]
En la doctrina española mención específica merece la opinión de Pasquau,
quien, en monografía dedicada a revisar de manera crítica la doctrina
sobre invalidez del contrato, propone superar todas las disfunciones desde
la elaboración de una teoría acerca de una nulidad de pleno derecho
plural y flexible que evite acudir abusivamente a la anulabilidad. Por lo
que se refiere a la prescripción, Pasquau elabora una original y novedosa
tesis: tras criticar la tesis de la imprescriptibilidad de la acción de nulidad
el autor sostiene que el plazo de ejercicio de la misma, conforme a las
reglas generales, es de quince años: coherentemente con sus ideas
defiende que ese plazo es sólo para los “vicios no manifiestos”, mientras
que si el contrato “no tiene apariencia de validez” (“bien porque de
manera patente falte alguno de los requisitos del art. 1261, bien por
incumplir un requisito de forma solemne, o bien por una contravención
flagrante –en el sentido de evidente- de una norma imperativa o
prohibitiva”) no tiene ningún sentido plantearse la prescripción, porque la
apreciación de la nulidad no requiere pronunciamiento judicial. Para
Pasquau, el plazo de cuatro años del art. 1301, a su juicio, de caducidad,
se referiría sólo a la anulabilidad (judicial o extrajudicial, y que el autor
entiende como opción a anular o no). En su opinión, la especialidad del
art. 1301 se justifica en el hecho de que la anulabilidad comporta un
“derecho de opción” que debe ejercitarse en un corto espacio de tiempo,
por razones de seguridad jurídica, “que sufre más con la incertidumbre de
una nulidad disponible a discreción o arbitrio libérrimo de una de las
partes, que con una nulidad ipso iure cuya acción tarda en ejercitarse”.
Para Pasquau, la acción de restitución, finalmente, estaría sometida a un
plazo de prescripción de quince años desde la entrega, con independencia
de que se trate de nulidad o de anulabilidad, lo que enlaza con su idea de
que el plazo de cuatro años “se circunscribe a integrar o completar la
causa de nulidad, pues el ordenamiento impide que pueda considerarse
nulo el contrato mientras la persona por él designada no lo haya
decidido” (PASQUAU LIAÑO, M. 1997, 277 y ss.).
En nuestra opinión, dejando a un lado la dificultad para distinguir los
vicios manifiestos de los que no lo son, lo que siempre estaría sometido a
una apreciación subjetiva del juzgador (Pasquau pone como ejemplo de
contrato que no tiene apariencia de validez la donación inmobiliaria en
documento privado), esta explicación no sólo parte de presupuestos que
tienen poco que ver con los preceptos legales, que no tienen en cuenta
los criterios que señala el autor, sino que tampoco resuelve de manera
satisfactoria los casos que puedan producirse, como iremos viendo en
2.2.3 ( sobre “Plazo para hacer valer la anulabilidad”) y en 2.3.4
(“Tiempo en que puede hacerse valer la nulidad”). En particular, por lo
que se refiere a los casos de anulabilidad, de los que nos ocupamos
ahora, la tesis defendida por el autor puede suponer que haya
transcurrido el plazo de quince años desde la consumación para ejercitar
la acción de restitución y, sin embargo, no hayan transcurrido los cuatro
años “para optar por la validez o la nulidad” (por ejemplo, para el
incapacitado, desde que sale de la tutela). “Integrada” la causa de
nulidad, ha podido prescribir la acción de restitución por lo que, en su
caso, sólo quedaría la posibilidad de una acción reivindicatoria.
El punto de vista que aquí se defiende –el art. 1301 Cc. establece un
plazo de prescripción de la acción de restitución para los casos que
menciona, con todas sus implicaciones para la construcción doctrinal de
la anulabilidad- encuentra sustancial apoyo en la jurisprudencia, que en
los últimos años ha dicho repetidas veces que se trata de un plazo de
prescripción y, lo que es más importante, ha aplicado al caso las
consecuencias de esta calificación del plazo.
[Jurisprudencia]
Entre las menos recientes, pueden citarse varias sentencias en que se hablaba de
prescripción (Ss. 25 abril 1960, 28 mayo 1965 y 28 octubre 1974; en sentido
contrario la S. 17 febrero 1966, que habla incidentalmente de caducidad), si bien
no parecía muy relevante, dada la fecha relativamente reciente de la introducción
de la categoría de la caducidad en nuestra doctrina; más revelador es que en
algunas sentencias se admitiera, siquiera hipotéticamente, la interrupción del
plazo (Ss. 23 octubre 1908 y 28 abril 1931) y que no se apreciara la prescripción
por no haberse alegado en tiempo y forma (S. 13 noviembre 1916). El balance, sin
embargo, no era del todo concluyente.
Con posterioridad (y prescindiendo de la mención de la palabra en otras
sentencias: Ss. 11 diciembre 1979, 4 mayo 1987, 5 marzo 1992), en varias
decisiones resulta decisivo para el resultado del pleito que el término sea,
precisamente, de prescripción y no de caducidad. Así, en la de 27 marzo 1987 se
niega, por esta razón, que el Juez pueda apreciarla de oficio: el recurrente
acusaba incongruencia alegando que no se había apreciado la caducidad de la
acción que, según él, había denunciado en tiempo procesal oportuno; el Tribunal
entiende que, en realidad, tal denuncia no había tenido lugar en la instancia, y
añade: “Pero es que, además, siendo el plazo que el artículo 1.301 establece de
prescripción y no de caducidad, su apreciación en la sentencia impugnada sin
haber sido alegado en el momento procesal oportuno es lo que hubiera producido
la incongruencia" (parecidamente, rechazando la posibilidad de apreciación de
oficio del plazo de cuatro años, por ser de prescripción, y no de caducidad, la S. 1
febrero 2002, con cita, entre otras, de la anterior; en la de 27 marzo 1989 (vid.
comentario a esta sentencia de DELGADO, J. 1989, 465 y ss.) se aprecia
interrupción del plazo (en un caso que puede entenderse como de ejercicio
extrajudicial), y en la de 23 octubre 1989 se dice que el plazo es de prescripción “de
acuerdo con la doctrina de esta Sala (Ss. 25 abril 1960, 28 marzo 1965 y 28
octubre 1974) susceptible, por tanto, de interrupción por reclamación extrajudicial
o reconocimiento del deudor a tenor del invocado art. 1.973”.
No conocemos ninguna sentencia en que el Tribunal Supremo haya tratado este
plazo de cuatro años como de caducidad (aunque en algunas lo haya calificado
obiter de esta manera). Ciertamente, el mismo Tribunal Supremo se ha
pronunciado por la caducidad en casos de rescisión (Ss. 4 julio 1957, 26 junio 1967
y 6 junio 1990 -sobre el art. 1.076- y 11 mayo 1966; no sin vacilaciones: la S. 16
octubre 1971 -sobre acción pauliana- rechaza el motivo fundado en el transcurso
del tiempo por no haberse opuesto la excepción en la instancia, lo que no se
compadece con la apreciación de oficio que conlleva el concepto doctrinal de
caducidad), pero la analogía no procede, ya que en la rescisión sí que se parte de
un contrato válido (vid. art. 1.290) contra el que se hace valer un derecho
potestativo. El propio Tribunal Supremo ha contrapuesto rescisión y anulabilidad
(al menos desde la S. 17 abril 1943) y precisamente por lo que se refiere al juego de
la prescripción o caducidad en S. 6 junio 1990 (para la distinción entre el plazo de
caducidad del art. 1299 Cc. y la imprescriptibilidad de la acción de nulidad radical
“o inexistencia” en casos de simulación, vid. la S. 4 noviembre de 1996).
[Doctrina]
Es de notar la opinión en contra de DE CASTRO, quien afirma que el plazo
de la acción de anulabilidad es de caducidad, fundado en la expresión
“sólo durará” del art. 1.301 y con cita de la S. 4 julio 1957 sobre el caso
análogo -dice- del artículo 1.076; por lo que transcurre automáticamente,
sin posibilidad de interrupción (1967, 509, nota 30). En el mismo sentido
en 1972, 178, por tratarse de un “poder para modificar una relación
negocial”. Puede advertirse una clara contradicción entre esta opinión del
profesor De Castro -acaso mera concesión a la doctrina dominante- y sus
claras tomas de postura sobre la invalidez originaria del negocio anulable,
el carácter meramente declarativo de la acción para hacerla constar y el
referirse el plazo del art. 1.301 sólo a la acción restitutoria; así como su
neta distinción entre rescindibilidad y anulabilidad.
En consecuencia, la opinión que considera el plazo como de caducidad
carece de apoyo en la jurisprudencia y no creemos que tenga a su favor
otro argumento que el puramente conceptual sobre la naturaleza
atribuida a la anulabilidad por esta doctrina.
[Jurisprudencia]
Por ejemplo, en la S. 10 noviembre 1994 recibe tratamiento de caducidad el plazo
de cuarenta días para la impugnación de acuerdos de Asamblea General de una
Asociación (vid., ahora, art. 40.3 LO 1/2002, de 22 de marzo, reguladora del
derecho de asociación).
La S. 10 marzo 1992, sobre una impugnación que considera extemporánea de
acuerdos de un club deportivo (sujetos al RD 177/1981, de 16 de enero, sobre
Clubes y Federaciones Deportivas, por lo que algún Tribunal ha considerado que
al ser norma reglamentaria no puede restringir el ejercicio del derecho de
impugnación: SAP Huesca 22 julio 1998), señala que la impugnación de acuerdos
nulos está sujeta al breve plazo de caducidad de cuarenta días; y que ello no
infringe el art. 6º-3 Cc., ni va contra lo dispuesto en los arts. 22 y 86 CE; en
general “pueden establecerse diferentes plazos y efectos según las normas y, en
todo caso, se puede señalar un plazo de caducidad para las acciones de nulidad, y
no solo para las de anulabilidad”. Pero es discutible que el tipo de ineficacia a la
que se refiere el precepto sea calificable necesariamente de nulidad, y más bien
parece que se trata de un tipo especial de invalidez que se rige por reglas
específicas por lo que se refiere tanto a las causas como al plazo o a la
legitimación de los sujetos que pueden impugnar (interesados y ministerio fiscal).
Por lo demás, la misma Sala 1ª TS. unas veces entiende que el plazo no puede
correr automáticamente sin que los interesados conozcan el acuerdo, pues en otro
caso se produciría indefensión (S. 30 octubre 1989), o que es un plazo de
prescripción susceptible de interrupción por la presentación de papeleta de
conciliación (S. 26 octubre 1987) y otras, por el contrario, entiende que el plazo de
caducidad corre aun sin notificación (S. 15 noviembre 1993).
[Doctrina]
Estos razonamientos, expuestos sintéticamente por DELGADO, J. en 1981,
convencen a ALBALADEJO, M. (1995 a, 16 y 17) y a MORALES MORENO,
A. M. (1993, 366). Tratando de los efectos de la violencia, señala el
último autor citado: “El ejercicio de la acción está sometido a plazo,
establecido, fundamentalmente, para limitar el efecto restitutorio. Como
en otros vicios del consentimiento, el plazo es de cuatro años; pero el
cómputo no se inicia en el momento de la “consumación del contrato”,
como en el dolo y el error (art. 1.301, 3º), sino en el “día en que éstas
[violencia e intimidación] hubieran cesado” (art. 1.301, 2º). Esta regla se
explica por la mayor gravedad de este vicio del consentimiento [cursiva
nuestra]. Lo que con ella se pretende no es anticipar el comienzo del
plazo a un momento anterior a la consumación del contrato, sino más
bien retrasarlo, cuando en ese momento no haya cesado la causa que
vició el consentimiento”. Por lo demás, admite igualmente que en vía de
excepción puede utilizarse la anulabilidad por la víctima de la violencia sin
limitación de plazo (365); y que la consumación cuando la violencia ha
cesado puede ser valorada como confirmación tácita (366).
Estos razonamientos no convencen, por el contrario, a BELLO JANEIRO,
D. (1993, 129-130), quien se ocupa de la acción que puede ejercitar el
cónyuge cuyo consentimiento se pretirió -caso posiblemente peculiar
también en este aspecto- y que no intenta una explicación del
tratamiento, entonces, privilegiado, para el que sufre error. Tampoco a
GÓMEZ CORRALIZA, B. 1990, 482.
Por su parte, PASQUAU (1997, 304) comparte la conclusión que así se
defiende, pero propone otros argumentos. En su opinión, interpretado el
art. 1301 junto con el art. 1969 Cc., lleva a afirmar que el tiempo sólo
empieza a contar “desde que la situación de hecho producida por el
contrato le obligue a reaccionar, es decir, desde el cumplimiento del
mismo o desde el ejercicio de la acción de cumplimiento por la otra parte.
Las especificaciones del art. 1301 tienden a alargar, en los casos de
violencia, intimidación y cónyuge cuyo consentimiento se omitió, el
momento de inicio del plazo hasta la fecha en que no sólo deben optar
por la nulidad o por la validez, sino que también pueden hacerlo (por
cesar la coacción, adquirir o recobrar la capacidad, o conocer el contrato,
respectivamente). Si es así, y todo parece indicar que sí, en todos los
casos será posible oponer por vía de excepción –que con frecuencia
deberá ser reconvención- la anulación del contrato”.
En cuanto a la violencia, obsérvese además que difícilmente el legislador
puede prever otra hipótesis que aquella en que la consumación se ha
realizado bajo efecto de la coacción o la violencia. Si la consumación se
produjera con posterioridad al cese de la coacción o violencia, ni siquiera
podría plantearse el tema de la prescripción, porque de forma
prácticamente necesaria tal consumación, ya libre el sujeto de violencia o
coacción, supondría confirmación del contrato (contra, DÍEZ-PICAZO, L.
1996 II, 492, para quien “la cesación de la violencia y de la intimidación
puede ser anterior o posterior a la ejecución de las prestaciones
contractuales, lo que, en esta materia, resulta intrascendente”).
Naturalmente, que el momento inicial del cómputo del plazo no sea nunca
anterior a la consumación no impide hacer valer la causa de anulación
con anterioridad a la misma. Desde la perfección del contrato, y antes de
su cumplimiento, puede alegarse la causa de anulación siempre que sea
necesario, señaladamente para oponerse al cumplimiento exigido por la
otra parte (MANRESA Y NAVARRO, J. M. 1907, 775).
[Jurisprudencia]
Así lo reconoce la S. 28 marzo 1973: al reclamar el vendedor el precio de las
chinchillas vendidas, opone el comprador vicio de dolo. El vendedor arguye que la
acción de dolo, de acuerdo con el artículo 1.301, no puede todavía ejercitarse, por lo
que el comprador, de momento al menos, habrá de pagar y recibir las chinchillas. El
Tribunal Supremo falla a favor del comprador.
En relación con un caso de cesión de renta vitalicia documentada en escritura
pública, la S. 11 junio 2003, con cita de las Ss. de 11 julio 1984, 27 marzo 1989, 5
mayo 1983, 24 junio 1897 y 20 febrero 1928, insiste en que el plazo de prescripción
de la acción de anulabilidad por dolo empieza a correr desde la consumación del
contrato, , “lo que ha de entenderse en el sentido, no que la acción nazca a partir
del momento de la consumación del contrato, sino que la misma podrá ejercitarse
hasta que no transcurra el plazo de cuatro años desde la consumación del contrato
que establece el art. 1301 Cc. Entender que la acción sólo podría ejercitarse “desde”
la consumación del contrato, llevaría a la conclusión jurídicamente ilógica de que
hasta ese momento no pudiera ejercitarse por error, dolo o falsedad de la causa, en
los contratos de tracto sucesivo, con prestaciones periódicas, durante la vigencia del
contrato, concretamente en un contrato de renta vitalicia como son los traídos a
debate, hasta el fallecimiento de la beneficiaria de la renta. Ejercitada, por tanto, la
acción en vida de la beneficiaria de las rentas pactadas, estaba viva la acción en el
momento de su ejercicio, al no haberse consumado aún los contratos”.
El TS., en S. de 29 abril 2000, considera, aplicando el art. 1969, y contradiciendo la
doctrina consolidada del carácter objetivo de la ejercitabilidad de la acción (por
todos, vid. REGLERO CAMPOS, F. 1994), que el plazo de prescripción de cuatro
años del art. 1301 no empezó a correr hasta que el demandante, que estaba en
prisión, salió de la cárcel. Posiblemente, el error de la sentencia, que arranca de que
en el art. 1301 no hay regla para el supuesto de que se trata, deriva, precisamente,
de que no es un caso de contrato anulable, y que el TS. trata de corregir con esta
equivocada doctrina las injustas consecuencias a que le conduciría la aplicación del
plazo de cuatro años de la anulabilidad (se trataba de un caso de contrato celebrado
con extralimitación de poder, para el que cabe defender que no es nulo, a pesar del
tenor literal del art. 1259 Cc., sino que adolece de un tipo de ineficacia específica
(por todos, NÚÑEZ LAGOS, R. 1956, 39).
Sobre qué se entienda por consumación del contrato, vid. S. 20 febrero 1928: El
contrato “no puede entenderse cumplido ni consumado hasta la realización de todas
las obligaciones” (se trataba de un préstamo tachado de doloso). También sobre este
concepto de consumación, Ss. 24 junio 1897, 17 mayo 1904, 16 octubre 1918, 5 mayo
1983, y 11 julio 1984.
La de 5 mayo 1983 afirma que “en el supuesto de entender que no obstante la
entrega de la cosa por los vendedores el contrato de 8 de junio de 1955, al aplazarse
en parte el pago del precio, no se había consumado en la integridad de los vínculos
obligacionales que generó”.
Es de notar que en la de 11 julio 1984, aunque sea obiter, se dice que el cómputo
para el posible ejercicio de la acción de nulidad, o con más precisión anulabilidad,
de contrato de compraventa, pretendida por intimidación, dolo o error, se produce a
partir de la consumación del contrato, o sea, mediante la realización de todas las
obligaciones.
La de 27 marzo 1989 expresa que “este momento de la ‘consumación’ no pude
confundirse con el de la perfección del contrato, sino que sólo tiene lugar, como
acertadamente entendieron ambas sentencias de instancia, cuando están
completamente cumplidas las prestaciones de ambas partes”.
En casos de compraventas de inmuebles, las Ss. 8 abril 1995 y 27 febrero 1997
consideran, sin mayor explicación, como dies a quo el otorgamiento de la escritura
pública, pero parece que se han cumplido las prestaciones de las partes.
En un caso de error invalidante del consentimiento, la S. 19 enero 1957 entendió
que no había llegado el dies a quo, pese al otorgamiento de escritura de renta
vitalicia, porque ni el demandado satisfizo la renta ni la demandante alteró sus
facultades como propietaria).
[Doctrina]
Lo niega incluso lege ferenda, Jordano; mientras que para Gordillo -y
coincidimos en ello- sería razonable y cabe entenderlo así lege lata.
MORALES, partiendo de que el efecto de la vis absoluta es la nulidad del
contrato (344-345), observa luego que “en la práctica se va a producir
cierta aproximación entre el tratamiento jurídico de ambas
manifestaciones de violencia”, razonando sobre las diversas situaciones
en que el contrato ha sido cumplido (366-367)
[Jurisprudencia]
Es interesante la S. 5 marzo 1992: “La tesis que, con invocación de un precepto
totalmente inadecuado para servirle de soporte jurídico-sustantivo, en él se
sustenta de que la intimidación genera la nulidad radical o absoluta del contrato
(con la que se trata de combatir la declaración que también hace la sentencia
recurrida, en sus fundamentos jurídicos, de que se halla prescrita la acción de
nulidad ejercitada por vía reconvencional) no puede ser aceptada, ya que (salvo
supuestos muy excepcionales, que no son del caso) la intimidación (vis
compulsiva), aunque vicia el consentimiento, no lo excluye, ni elimina (voluntas,
coacta, voluntas est), y, en consecuencia, como norma general, sólo da lugar a la
mera anulabilidad, no a la nulidad radical del contrato respectivo (art. 1300 Cc.)”.
[Jurisprudencia]
La S. 17 febrero 1994 recuerda que “ya la S. 4 abril 1903 decía que una cosa es que
la ignorancia de la Ley no favorezca a quien la padece y otra que, contra la
realidad misma de las cosas, no se convierta en vicio de la voluntad lo que es falta
de consentimiento o consentimiento equivocado, y así ese error de Derecho
(reconocido en la doctrina y jurisprudencia, Ss. 7 julio 1930, 7 julio 1950, 21 mayo
y 11 junio 1963) puede, como en este caso, dar lugar a la nulidad por anulabilidad
conforme al art. 1.301-4 Cc. con las consecuencias previstas en el art. 1.303”. Vid.
MORALES MORENO, A. M. (además de sus comentarios citados) 1990, 1.455 y ss.
y CABANILLAS SÁNCHEZ, A. 1992, 659 y ss.
[Jurisprudencia]
En la jurisprudencia, frente a la conocida S. 23 mayo 1935 (que declara nulo,
inexistente, el contrato de cesión de derechos: participación de lotería) puede
citarse la de 17 octubre 1989, que entiende aplicable al error en la redacción de
escritura de hipoteca el régimen (plazo) de la anulabilidad; en la S. 22 diciembre
1999 el TS. vuelve a la tesis de la nulidad (inexistencia del contrato por falta de
uno de sus elementos), que es reiterada por la S. 10 abril 2001, con la finalidad de
reconocer la legitimación de un tercero que no intervino en el contrato
(comentada por DE VERDA Y BEAMONTE, J. R. 2002, 131 y ss., quien pone de
relieve cómo muchos de estos casos pueden solucionarse por vía interpretativa del
contrato, ajustando la redacción a lo realmente querido por los contratantes).
[Doctrina]
Desde otro punto de vista LACRUZ, J. L.(1994, 464 y ss.; en exposición
más breve, 1999, 405), con mayor respeto por los textos legales y la
previsible intención del legislador, mostrada por los antecedentes, ha
defendido que el art. 1.301 es, en este punto, interpretativo del 1.276 y
que ambos se refieren al mismo concepto de causa falsa. La comparación
con el art. 767 Cc. y el recurso a la opinión de GARCÍA GOYENA (que
entiende por causa falsa “el error sobre el que únicamente se fundó el
consentimiento”) llevan a pensar que tanto el art. 1.276 como el 1.301 se
refieren al error sobre la existencia de alguno de los elementos y
presupuestos que las partes consideraron esenciales al negocio. La
falsedad de la causa es, entonces, un defecto subjetivo, es decir, la
creencia de que se da o existe un presupuesto que falla en la realidad, y
que era motivo determinante de la obligación asumida por un
contratante.
En cualquier caso, puede darse por seguro que contratos viciados por
“falsedad de la causa”, a los efectos de la aplicación del artículo 1.301 y
consiguiente consideración como anulables, no son los simulados, ni
aquellos en que falte consentimiento, objeto o causa, sino exclusivamente
los que padecen un defecto subjetivo consistente en la representación no
coincidente con la realidad de alguna circunstancia que ha sido
incorporada al contrato como presupuesto del mismo. La causa resultará
falsa, entonces, para quien tuviera como motivo o causa principal
(motivos incorporados a la causa, causa concreta) algo que no existe. No
se trataría de causa inexistente, o de causa mentida, sino de causa
viciada por error (DE CASTRO, F. 1967, 242-243 y 500). Lo que ocurre
entonces es que será muy difícil distinguir estos supuestos de los de error
vicio del consentimiento, si bien la dificultad no acarrea problemas
prácticos, ya que el tratamiento legal es idéntico.
[DOCTRINA]
MORALES MORENO, A. M. (1993, 257 y ss.) entiende que muy cercana a
la “falsedad de la causa” está la causa putativa, pero que mientras la
primera lleva a la anulabilidad, la causa putativa produce nulidad radical.
Esta la define como “la errónea creencia de que existe (en los casos en
que sea necesaria su existencia; no siempre) la causa previa y extrínseca
al contrato, en la que, con carácter exclusivo, se justifica la existencia del
mismo” (258); mientras que en el “ámbito de las presuposiciones
incorporadas al contrato por las partes, pero ajenas a su objeto y función
típicos”, estamos en el “error extrínseco, que es preciso relacionar con la
falsedad de la causa, en el sentido del artículo 1.301”.
Llama la atención que el legislador señale como día inicial para el plazo
de anulación de los contratos celebrados por los menores aquél en que
salieren de tutela. Como si la situación normal de los menores fuera su
sujeción a la tutela y no a la patria potestad. Cabe ver un último reflejo -
totalmente inadecuado sistemáticamente en el Código- de la diferente
situación histórica del menor sujeto a tutela (sui iuris, normalmente
huérfano), al que se refería el instituto de la restitutio in integrum, y la
del sujeto a la patria potestad (hasta 1870, cualquiera que fuera su
edad), cuya incapacidad radical sólo se paliaba a través de la doctrina de
los peculios. Pero la explicación parece estar, sobre todo, en la
inadecuada refundición en una sola norma de las que en el Proyecto de
1851 se ocupaban por separado de menores y de sujetos a interdicción -
es decir, incapacitados-, de modo que la vigente ha de interpretarse en
consonancia con las varias situaciones en que hoy pueden encontrarse
unos y otros. Por tanto, respecto de los menores, por tutela debe
entenderse toda institución de Derecho privado dirigida a la protección y -
en su caso- representación del menor; es decir, junto a tutela y curatela
y en primer lugar, la patria potestad.
Ha de entenderse que el plazo comienza a correr desde que la institución
protectora se extingue definitivamente, de modo que no corre todavía por
la muerte de los padres o la adopción del menor (vid. arts. 169 y 276),
sino exclusivamente en los siguientes casos:
a) Por llegar el sujeto a la edad de dieciocho años (o, siendo aragonés,
por contraer matrimonio: art. 4º Comp. aragonesa). Es el caso más
corriente.
b) Por muerte del menor, caso en que sus herederos podrán ejercitar la
acción durante el plazo de cuatro años a partir de la muerte. Si muere ya
mayor, pero todavía no prescrita la acción, podrán utilizarla sus
herederos en el tiempo que reste.
c) Por emancipación (por matrimonio -salvo en Aragón-, concesión de
quienes ejerzan la patria potestad o concesión judicial) o por concesión
del beneficio de la mayor edad (arts. 169-2º, 314, 276-4º, 321). La
solución es dudosa y plantea algunos problemas. Ciertamente, el sujeto
ha salido de la patria potestad o de la tutela, pero todavía su situación no
es la de plenamente capaz, de modo que incluso la función tuitiva de los
padres continúa a ciertos efectos o, en otros casos, se da lugar a una
curatela (vid. art. 286-1º). El dato más importante es que ahora puede
regir su persona y bienes como si fuera mayor (art. 323, salvo las
excepciones en él señaladas), por lo que ha de poder confirmar los
contratos que celebró con anterioridad (en el ámbito en que ahora es
capaz), así como anularlos si lo prefiere; mientras que los padres o el
curador, ahora en función de mera asistencia sólo para ciertos actos, no
puede ni impugnar ni confirmar los que con anterioridad celebró el
emancipado (y que ahora éste podría otorgar por sí mismo).
Respecto de las anteriores enajenaciones de inmuebles y demás contratos
para los que, ya emancipado, necesitaría asistencia, es claro que no
puede confirmar, sin la debida asistencia, los que celebró aún no
emancipado (cabe pensar si podría anularlos por sí solo, sin asistencia:
con ella no hay duda). Los padres o el curador no pueden confirmarlos
(no son representantes del emancipado; otra cosa es que presten su
asistencia a la confirmación) y es dudoso que puedan instar su anulación,
pues no estamos en el supuesto del artículo 293 (referido siempre a los
actos realizados en el periodo de la curatela, al que puede asimilarse el
de emancipación) cuyo remisión, por lo demás, a los 1.301 y ss. produce
no pocas incertidumbres.
En consecuencia, parece bastante seguro que, respecto de los contratos
que, aun emancipado, no puede realizar sin asistencia, el plazo de los
cuatro años no puede empezar a correr con la emancipación o beneficio
de la mayor edad, sino cuando alcance los dieciocho años. Aun cuando no
sea preciso el ejercicio judicial de la acción, esta solución se ve
confirmada por lo dispuesto en el art. 7 de la Lec. que exige, a quienes
no estén en el pleno ejercicio de sus derechos civiles (el emancipado no lo
está), que comparezcan con la asistencia exigida por la ley.
En cuanto a los demás, es defendible que comience el plazo con la
emancipación o el beneficio, pues desde entonces pudo ejercitar la
acción. Pero cabe también pensar que sólo desde la plena capacidad
empiece el plazo, de manera que el menor tenga cuatro años desde que
con absoluta y plena libertad pudo regir su persona y bienes. No sería
contradictorio con el hecho de que, con anterioridad, ya ha podido
confirmar o anular: de hecho, en todos los casos es posible este ejercicio
de la acción (si bien por el representante) con anterioridad al dies a quo
de su prescripción.
Esta última solución es más segura para el caso de vida independiente del
menor mayor de dieciséis años, ya que su situación, aunque es de
equiparación a la emancipación, es asimismo revocable (art. 319).
Para el menor emancipado, y respecto de los actos que no puede realizar
válidamente sino con asistencia, es claro que el plazo no empieza a
correr sino desde la mayoría de edad (vid. PÉREZ DE CASTRO, N. 1988,
269 y ss.).
En los supuestos de incapacitación durante la menor edad, el plazo no
empezará a correr sino desde que se levante la incapacitación.
[Doctrina]
En la doctrina, con detenida argumentación, TORRALBA SORIANO, V.
1983, 569 y ss. y JORDANO FRAGA, F. 1988, 308 y ss.; partidarios de la
anulabilidad, por el contrario, DÍEZ-PICAZO, L. 1993 I, 146; GORDILLO,
A. 1986 (ya antes, en 1983, y en los comentarios jurisprudenciales luego
citados); LACRUZ, J. L. 2002 I-2, 122; GARCÍA-RIPOLL MONTIJANO, M.
1992; GÓMEZ LAPLAZA, M. C. 1993, 186 y ss., con cuidada exposición de
la doctrina.
[Jurisprudencia]
En la jurisprudencia, Ss. 27 marzo 1963, 10 noviembre 1969, 4 abril 1984 (vid.
comentario de DELGADO, J. 1984, 1.573 y ss.); cabe pensar que, en esta Sentencia,
el Tribunal no comparte plenamente la tesis de la nulidad absoluta, que acepta en
razón de la forma en que se articula el recurso), 1 febrero 1986 y 18 marzo 1988
(comentadas por GORDILLO, A. 1986, 3.405 y ss. y 1988, 209 y ss.,
respectivamente), entre otras.
Pero no es fácil justificar por qué los contratos realizados por el incapaz
incapacitado son anulables, mientras que los del mismo incapaz no
incapacitado (y que debería serlo) son nulos de pleno derecho, con
diferente fundamento en cada caso y, por tanto, necesidad de prueba
sobre hechos distintos. En nuestra opinión, esta postura de la doctrina y
la jurisprudencia es una solución ortopédica a las deficiencias del texto
legal, para acudir en ayuda de quienes, no estando incapacitados, se
encuentran habitualmente en situación de locura o demencia (vid. art.
1.263-2º, que antes de 1996 hablaba de “locos o dementes” pero ahora
se refiere a “los incapacitados”).
Probablemente, la indudable mejora que en el tratamiento jurídico-civil
de los incapaces ha supuesto la reforma de 1983 sigue estando
desconectada de la realidad, en que la iniciativa para incapacitar a un
familiar suele ser vista como un ataque a éste -en lugar de como una
acto debido para su protección, como supone el legislador- o, en todo
caso, como una complicación que se evita mientras no hay muy fuertes
razones para abordarla. En consecuencia, la mayor parte de los que para
su protección, de acuerdo con el Código, deberían estar incapacitados, no
lo están. Si esto es así -y no parece que vaya a cambiar- vale la pena
hacer el esfuerzo doctrinal adecuado para aplicar a los actos de los
incapaces habituales la forma de invalidez que el Derecho predispone
para la protección de una parte contractual, es decir, la anulabilidad.
No hay en el art. 1301 ningún obstáculo difícil de salvar para su
aplicación a los actos de los enfermos mentales y disminuidos psíquicos
no incapacitados, y el resto del capítulo más bien inclina a ello.
Recordemos el texto: “cuando la acción se refiera a contratos celebrados
por los menores o incapacitados, desde que salieren de tutela”. ¿Puede
darse un valor decisivo al término “incapacitados” en un texto como éste?
En nuestra opinión, todo inclina en contrario. Si damos a “incapacitados”
un sentido técnico, tendremos que pensar que no es lo mismo que
“incapacidad” en los artículos 1.302, 1.304 y 1.314, de modo que éstos
últimos (pero no el 1.301) se aplicarían en todos los contratos celebrados
por incapaces (estén o no incapacitados). No parece muy coherente.
Estaríamos dando al término “incapacitado” una importancia excesiva, en
un texto que: a) se refiere a los menores que salen de tutela, a pesar de
lo cual no dudamos en aplicar el precepto a los casos, muchísimo más
importantes, en que el menor nunca ha estado bajo tutela, sino bajo
patria potestad o, emancipado, bajo curatela (o incluso nunca ha estado
bajo tutela cuando debió estarlo, por ejemplo por orfandad, pero nadie se
ocupó de constituirla); b) se refiere a la tutela de los incapacitados, a
pesar de lo cual no dudamos en aplicarlo hoy a los sujetos a curatela.
Podrá decirse que en (casi) todos los casos anteriores el incapaz ha
tenido un guardador legal, lo que, para los mayores de edad, sólo es
posible mediante incapacitación. Esto es cierto, pero creemos que prueba
lo contrario de lo que se ha supuesto. No prueba que el precepto haya de
aplicarse sólo a los que han estado sujetos a guarda legal, sino que, aun
en estos casos, el inicio del plazo de prescripción (no el momento en que
pudo ejercitarse la acción por el guardador) se retrasa al momento en
que el propio incapaz deja de serlo. No es que se retrase el dies a quo en
razón de que, con anterioridad, estaban bajo la protección de un tutor,
sino que se retrasa a pesar de contar, hasta entonces, con esta
protección. La finalidad de esta determinación del inicio del plazo no es
posibilitar que el tutor impugne -como es obvio-, sino posibilitar que
quien deje de ser incapaz impugne a pesar de que, hasta entonces, pudo
hacerlo su guardador legal. Por tanto, mayor razón hay para que no
comience el plazo cuando el incapaz no está en condiciones de impugnar
y ni siquiera tiene quien lo haga por él.
Podemos, entonces, explicar la finalidad de la ley del siguiente modo. Ni
siquiera en el caso en que el incapaz (entonces, necesariamente,
incapacitado) tenga tutor el plazo empieza a correr con la perfección del
contrato, o con su consumación, o cuando el tutor tuvo conocimiento del
acto (o en cualquier otro momento que pudiéramos imaginar, relacionado
con la posibilidad que el tutor tiene de hacer anular el acto), sino que
siempre (aun cuando tenga tutor que pudo ejercitar la acción) hay que
esperar a que la incapacidad cese.
Con mayor razón habrá que esperar a este momento (el de recuperación
de la capacidad -que habrá de probar quien oponga la prescripción; al
incapaz; al que lo fue, o a sus herederos, le basta con probar que era
incapaz en el momento de contratar- o, frecuentemente, el de
fallecimiento) cuando quien contrató siendo habitualmente incapaz de
regir sus persona y bienes careció de guardador legal que pudiera hacer
valer con anterioridad la anulabilidad del contrato.
Tampoco hay razón para excluir la aplicación de estos artículos en todos
los supuestos en que la invalidez del contrato proceda de incapacidad,
aunque se parta del principio de que sólo los contratos de los
incapacitados son, propiamente, anulables. Que los autores que así
opinan lleguen a la conclusión de que los contratos de los incapaces no
incapacitados son nulos de pleno derecho no debería impedir aplicar las
normas que el legislador ha previsto para este caso de invalidez. No
habría (en este planteamiento) límite de plazo ni exigencia específica de
legitimación, pero quien contrató con el incapaz no podría alegar la
incapacidad de su contratante, ni éste tendría que restituir sino en cuanto
se enriqueció. Esto último entendió la S. 9 febrero 1949 (vid. DÍEZ-
PICAZO, L. 1973, 64 y ss.).
A) Tras las reforma de 1983, parece indudable que los actos del declarado
pródigo son anulables (cuando producidos sin asistencia siendo ésta
necesaria), porque así lo ha decidido el legislador (art. 293). Pero no es
fácil precisar el régimen de esta anulabilidad, en general y por lo que
respecta al cómputo del plazo, conforme al artículo 1.301 al que se
remite (a este y a los siguientes) el 293
Una densa exposición de los problemas de la prodigalidad desde el punto
de vista de la anulabilidad de los actos del pródigo en BELLO JANEIRO, D.
1993, 79 y ss., y notas 22-30, y allí bibliografía.
Literalmente, el pródigo no es un incapacitado (porque el legislador así lo
ha querido; en cualquier caso, no es un incapacitado para su protección),
ni está sujeto, nunca, a tutela, sino a curatela. Todo ello no impide que
pueda aplicarse el párrafo que el art. 1.301 dedica a los incapacitados (lo
era el pródigo, aunque de manera peculiar, hasta 1983), de manera que
el plazo de cuatro años no comience a correr sino desde que ha cesado la
condición de pródigo y éste ha dejado de estar bajo curatela. Con
anterioridad, es el curador (probablemente, solo él) quien puede
impugnar.
El resultado es insatisfactorio. No tiene mucho sentido que sea el pródigo
quien pueda impugnar sus propios actos una vez libre de curatela (pues
no se le sujetó a la misma para su protección, sino la de los intereses de
familiares próximos). Pero los datos legales no dan mucho margen para
otra interpretación. Ciertamente, el artículo 293, que no se aplica
solamente a la curatela del pródigo, no fue pensado originariamente para
este caso. Pero su situación entre las “disposiciones generales” de la
curatela, que suponen inequívocamente su aplicación a la prodigalidad
(vid. art. 286-3º), junto con la falta, en la sección segunda, no ya de otra
norma, sino de cualquier indicio de un criterio divergente, hacen difícil
evitar este resultado. Cabe pensar -más que nada, para tranquilidad del
intérprete- que las consecuencias prácticas pueden no ser tan graves. Si
la declaración de prodigalidad es levantada por otra resolución judicial, es
de pensar que el curador -que protege los intereses de los familiares
señalados en el art. 757.5º Lec. (antes, en el derogado art. 294 Cc.) -
tiene ocasión y motivo para impugnar a tiempo (es decir, antes de esta
resolución) los actos realizados con anterioridad por el pródigo sin su
asistencia, cuando ésta era necesaria. Si, por el contrario, el declarado
pródigo fallece en este estado, la acción corresponderá durante cuatro
años a sus herederos (entre quienes fácilmente están los familiares del
art. 757.5º).
B) Los concursados y quebrados no estaban sujetos, propiamente, a
incapacitación (aunque de incapacitar hablaban los arts. 1.914 Cc., 878
Ccom. -inhabilitado- y 1.161 Lec. 1881). La limitación en la eficacia de
muchos de sus actos no trataba de proteger sus intereses sino,
obviamente, los de sus acreedores. Más comúnmente la doctrina y la
jurisprudencia han venido entendiendo que los actos contrarios a esta
limitación infringían una prohibición, por lo que habían de considerarse
nulos de pleno derecho, con dudoso apoyo en el art. 878-2 Ccom. Sin
embargo, la S. 30 junio 1978 razonó extensamente en contra,
inclinándose por un régimen de ineficacia cercano al de la anulabilidad:
GORDILLO, A. (1990, 981-982) señala esta sentencia como exponente de
la tendencia restrictiva de la nulidad y extensiva de la anulabilidad en
nuestro Derecho. Vid. también GOMEZ LAPLAZA, M. C. (1993, 209) y
DELGADO, J. 1993 II, 2499 y ss.
Creemos que los actos del quebrado no eran radicalmente nulos, pero el
régimen de su anulabilidad era atípico. En cuanto al plazo, no es sólo que
para la determinación de su inicio no pudiéramos subsumir el supuesto en
ninguno de los párrafos del artículo 1.301, sino que cabía poner en
entredicho la misma duración de cuatro años. Más bien había de poder
impugnar la representación de los acreedores mientras durara la
situación, durante todo el tiempo que durara, pero nunca con
posterioridad.
La Ley 22/2003, de 9 de julio, concursal, establece ahora los efectos de la
declaración de concurso sobre la persona del deudor, distinguiendo según
sea voluntario o necesario; para el primer caso se establece la
conservación de las facultades de administración y disposición sobre su
patrimonio, si bien sometido su ejercicio a la intervención de los
administradores mediante su autorización o conformidad; en el caso de
concurso necesario se suspende el ejercicio de las facultades de
administración y disposición del deudor sobre su patrimonio, siendo
sustituido por los administradores (art. 40). Para administrar bienes
ajenos o para administrar o representar a cualquier persona sólo se prevé
la posibilidad de inhabilitación en la sentencia que declare el concurso
como culpable (art. 172).
Para los actos del deudor posteriores al concurso se establece un régimen
de anulabilidad específico (art. 40.7): los actos contrarios a las
limitaciones impuestas en la ley pueden ser anulados a instancia de la
administración judicial, que también puede convalidarlos o confirmarlos;
el plazo de ejercicio de la acción, que se califica de caducidad es de un
mes en el caso de que los acreedores hayan requerido a la administración
para que se pronuncie sobre la confirmación o la impugnación; en los
demás casos, la acción caduca con la aceptación del convenio por los
acreedores y, en el supuesto de liquidación, con la finalización de ésta.
Para los actos realizados en los dos años anteriores a la fecha de la
declaración del concurso y que sean perjudiciales se establece una acción
rescisoria, que frente a la actual interpretación jurisprudencial de los
actos del quebrado en el período de retroacción, presupone la validez
inicial de tales actos, si bien se establece la posibilidad de su impugnación
(arts. 71 a 73).
[Doctrina]
Para este autor, estamos ante una “anulabilidad relativamente atípica,
distinta a los supuestos que inicialmente contemplaban los artículos 1.301
y ss. Cc., y que constituye un cuerpo anómalo, atípico, peculiar o extraño
al sistema” (BELLO JANEIRO, D. 1993, 133).
[Doctrina]
Constituye excepción la postura de De Pablo Contreras quien,
manteniendo una lógica coherente con la postura mayoritaria a la que se
adhiere acerca del carácter constitutivo de la acción de nulidad y la
imposibilidad de hacerla valer como excepción (sobre lo cual, vid. lo
expuesto en 2.2.2.2), no valora el resultado práctico a que conduce la
solución que de manera rotunda propone: “Dado el carácter constitutivo
de la acción de anulabilidad, no puede hacerse valer ésta como excepción,
sino, siempre, a través de la pertinente reconvención (cfr. art. 408 Lec.),
la cual, como ejercicio que es de la acción por el que es demandado, está
igualmente sujeta al indicado plazo de caducidad” (DE PABLO
CONTRERAS, P. 2000, 435).
[Doctrina]
Como reconoce ALBALADEJO, M. (1991) la tesis según la cual la
excepción no está sujeta a plazo "es preferible según los antecedentes
históricos, cabe en la letra de los textos vigentes y además, en casos
como el visto, dará lugar a una solución más equitativa que la contraria",
a pesar lo cual no parecía que entonces lo considerara argumento
suficiente a favor de la tesis que aquí se defiende. En trabajo posterior
(1995, 16 y 17) cree que la tesis defendida por DELGADO (1981) de que
el dies a quo del ejercicio posible de la acción no es nunca anterior a la
consumación del acto atacable es un acierto, por lo que considera
resuelto el problema sin necesidad de aceptar que la excepción (que no
es posible después de la consumación) sobrevive a la acción.
[Doctrina]
Díez-Picazo, sin embargo, afirma que “la regla del art. 1301 en los casos
de error y de dolo hace difícilmente practicable en ellos la idea de la
perpetuidad de la excepción, porque frente a un contrato consumado sólo
cabe el ejercicio de la acción. La excepción es posible si el error o el dolo
se desvanecieran pronto, el contrato no estuviera todavía consumado y la
otra parte reclamara el cumplimiento. También cabe cuando, aun
habiendo sido consumado, la otra parte reclame, frente al cumplimiento,
responsabilidad contractual” (DÍEZ-PICAZO, L. 1996 I, 492-493).
No entendemos que esto sea así. Por el contrario, quien erró o fue
engañado puede siempre oponer a la reclamación de cumplimiento el
carácter anulable del contrato, cualquiera que sea el tiempo transcurrido
desde su celebración -pues la acción ni siquiera ha comenzado a
prescribir. Si se admite este razonamiento, raro y contradictorio
valorativamente sería que no gozara de la misma defensa perpetua -
mientras no cumpla- el incapaz o quien sufrió violencia o intimidación.
[Resumen]
El régimen de la nulidad de pleno derecho es puramente jurisprudencial.
Se entienden legitimados activamente para hacer valer la nulidad todos
los portadores de un interés legítimo (aunque no es clara la delimitación
de esta situación) (2.3.1).
En particular, están legitimados en todos casos los contratantes (y sus
herederos). Los Tribunales no excluyen esta legitimación aun en los casos
en que la nulidad pueda atribuirse a la mala fe de uno de los
contratantes.
La S. de 29 marzo 1932 estableció la posibilidad de declarar de oficio la
nulidad en determinados supuestos. Su doctrina se ha generalizado luego,
en pronunciamientos judiciales y en la doctrina de los autores, mucho
más allá de aquellos supuestos y como si fuera consecuencia lógica
ineludible del propio concepto de nulidad. Consideramos un error esta
generalización (que hoy puede llevar a indefensión contraria a las
garantías constitucionales), y mostramos cómo el Tribunal Supremo ha
rectificado esta doctrina (con sus habituales contradicciones) a partir de
los años ochenta (2.3.2)
El TS exige, en general, para que la relación procesal se entienda bien
constituida, la presencia como demandados de todos los interesados en el
contrato cuya nulidad se pide, sean o no partes en el mismo. La
casuística de la legitimación pasiva, sin embargo, es muy variada (2.3.3).
No se aplica el plazo de cuatro años señalado en el art. 1.301 Cc. El TS
entiende que ningún otro, por lo que considera la acción imprescriptible.
Cabe duda de lo bien fundado de esta doctrina constante (cfr. art.
1.930.2 Cc.). La acción de restitución creemos que prescribe a los quince
años. Surgen problemas al tratar de armonizar las consecuencias de la
declaración de nulidad con las normas sobre usucapión.
En primer lugar, hemos dicho que la nulidad absoluta puede hacerla valer
cada uno de los contratantes (y sus herederos), aun cuando haya
causado voluntariamente la nulidad. La consideración de que de este
modo se fomenta la denuncia de la ilegalidad -ya que, a poco que el
contrato resulte desfavorable para uno de los contratantes, hará este
valer la nulidad- triunfa sobre el principio de que nadie puede ir contra
sus actos propios (éstos, para que actúe el principio, han de ser válidos,
suele decir la jurisprudencia).
[Jurisprudencia]
Es doctrina consolidada, que encontró contundente expresión en la S. 14 marzo
1974: no puede oponerse la excepción de ir contra sus propios actos “puesto que ir
contra alguno de los motivos que vician el acto supone el cumplimiento de un
deber, que debe ser bien acogido, cualquiera que haya sido la pretérita actuación de
quien postule la nulidad”. La S. 18 octubre 1982 recuerda que “el sistema de las
acciones de nulidad y rescisión en cierto modo restringen el ámbito del venire
contra factum, porque al impugnar el negocio en que se ha intervenido se viene
lícitamente contra los actos propios ante la revocación que se intenta”. También, la
S. 10 febrero 1993, en un caso en que la nulidad de un préstamo es solicitada por el
prestatario, en razón de haberse concedido en contravención del Decreto-Ley y
posterior Ley de expropiación de RUMASA. Para el Tribunal, no hay contravención
del principio venire contra factum propium "cuando lo realizado trasciende de la
esfera voluntarista negocial u obligacional para afectar o incidir en la aplicación de
una norma positiva de carácter imperativo, dado que dichos actos suponen en tales
supuestos un apartarse o un desconocer las reglas de derecho positivo que las partes
debieron tener en cuenta en el contrato por ellas celebrado, cual acontece
precisamente aquí con la Ley 2/1983, de 29 de junio, cuyos preceptos por ser de ius
cogens no pueden ser eludidos por las partes, ya que ello implicaría una derogación
ex voluntate de una norma jurídica”.
La S. 2 junio 2000, en un caso de nulidad de pleno derecho de un contrato por ser
contrario al Derecho comunitario (art. 85 del Tratado Constitutivo y Reglamento
1984/1983, de 22 de junio), por establecer una serie de limitaciones a la actuación
mercantil del concesionario, lo que implicaba restricciones a la libre competencia,
declara que “No es óbice a la declaración de nulidad del contrato litigioso el que tal
nulidad fuera alegada en el proceso precisamente por la parte a quien favorecía la
exclusividad y a quien cabría considerar culpable de la nulidad... ya que, como se ha
dicho anteriormente, para la jurisprudencia del Tribunal de Justicia es irrelevante
de quién hubiera partido la iniciativa en la introducción de las cláusulas prohibidas
y, además, en nuestro sistema la nulidad de pleno derecho del art. 6.3 Cc. es
apreciable por los Tribunales incluso de oficio”.
Para uno de los supuestos de mayor presencia ante los Tribunales, el de simulación,
el TS. rechaza que el ejercicio de la acción de impugnación pueda excluirse por la
aplicación de la doctrina de los actos propios (S. 7 mayo 1993), o que la aplicación
de esa doctrina permita amparar al donatario de donación nula frente al donante
que la ratifica o cumple de modo voluntario y después acciona pidiendo su nulidad
(S. 3 marzo 1995). La S. 23 octubre 1992 proclama que “como el Derecho no puede
temer a la verdad, sino favorecer que ésta prevalezca, es llano que los intervinientes
en el negocio con simulación absoluta están legitimados para pedir la declaración de
su inexistencia (su nulidad e ineficacia total por incumplimiento de una norma
imperativa -art. 1.261-3 en relación con el art. 6º-3-), pero también lo están para
pedir que se declare la inexistencia del negocio aparente, el simulado, en el supuesto
de simulación relativa”. También Ss. 31 mayo 1963 y 24 febrero 1986. Con todo,
algunas sentencias ponen de manifiesto algunas dudas (Ss. 21 octubre 1963, 18
marzo 1972, 20 abril 1983; v. ATAZ LÓPEZ, J. en sus comentarios a las Ss. 7 mayo
1993 (1993, 569); 3 marzo 1995 (1995, 889); ALBIEZ DOHRMANN, K. J. 2000,
2240).
[Doctrina]
Algunos autores han criticado que la doctrina de los actos propios, y el principio
de la buena fe, no impidan el ejercicio con éxito de la acción de nulidad en
supuestos concretos (así, ALBALADEJO, M. 1986, 1608, en relación con la
aplicación del art. 633 Cc.). Con carácter general, PASQUAU LIAÑO, M. (1997,
247 y ss.) sostiene que los reparos que la doctrina y la jurisprudencia oponen a la
virtualidad del principio en el ámbito de la nulidad derivan del error de
considerar que los actos propios son la misma celebración del contrato nulo,
cuando de lo que se trata es de que el demandante haya mantenido objetivamente
una conducta que razonablemente indujera a pensar a la otra parte que aceptaba
la nueva situación jurídica creada por el contrato. El autor cita jurisprudencia en
apoyo de su tesis. Sin restar valor a la misma, como exponentes de una línea que
tiende a restringir la rigidez de la nulidad absoluta, por lo que se refiere a la
amplia legitimación, o a la imposibilidad de sanar el contrato nulo, es preciso
atender a los datos concretos de las sentencias, lo que impide generalizar la
afirmación de que exista una jurisprudencia que admita la doctrina de los actos
propios en el ámbito de la nulidad: el contrato es considerado anulable, y no nulo
de pleno derecho (S. 9 mayo 1994: enajenación por la madre de inmueble en parte
propio y en parte de sus hijos menores, sin la preceptiva autorización judicial; el
TS. excluye la legitimación de la madre, por ir contra sus propios actos, pero deja
a salvo el ejercicio por los hijos conforme al art. 1301); o el TS. considera,
previamente, que no hay causa de nulidad (S. 20 junio 1983, otorgamiento de
escritura en domingo, día inhábil; S. 30 octubre 1995, los herederos de los
vendedores, que cobraron parte del precio, denuncian simulación, que el TS. no
considera acreditada); o que el contrato no era donación, con lo que excluye la
aplicación del art. 632, que exige la aceptación por escrito, en un caso en el que
quien cumplió voluntariamente el pago de una pensión, después impugna la falta
de validez de la disposición (S. 23 mayo 1987); en el caso de la S. 6 junio 1992,
quien impugna el contrato de arrendamiento no fue parte en el contrato, sino un
tercero que adquiere la finca del acreedor hipotecario que se la adjudicó, y el TS.
tienen en cuenta no sólo que el ejercicio de la acción es contrario a la buena fe (la
entidad demandante se constituye por la aportación de capital de otras sociedades
que ocupaban otras fincas en arrendamiento con la misma persona y el mismo
vicio de falta de representación) sino que, además, “la facultad de instar la
inexistencia del contrato de arrendamiento después de la constitución de la
hipoteca, ha de reconocerse, como fundada en el fraude o perjuicio de acreedor
hipotecario o adquirente del inmueble, a quienes lo adquieren a consecuencia de la
subasta judicial, no a quien, como la aquí recurrente, lo compró varios años
después al adjudicatario y con pleno conocimiento de la situación arrendaticia del
mismo”. En la S. 15 octubre 1999, se niega la legitimación de la actora,
causahabiente del autor de las supuestas maniobras, después de declarar la
irrelevancia que para el contrato civil de arrendamiento de estación de servicio,
supone el incumplimiento de la obligación reglamentaria de notificar a CAMPSA
la celebración del contrato.
[Jurisprudencia]
En la jurisprudencia, la cuestión se plantea frecuentemente en relación con
contratos simulados, de modo que (aunque no sin algunas vacilaciones: la S. 21
enero 1986 lo trata como un tercero, de modo que basta que tenga interés para
atacar el contrato, y en otras se permite la impugnación de la compraventa
simulada cuando no cumple con el requisito de la forma o contiene una causa
ilícita, Ss. 3 marzo 1932, 7 octubre 1958, 10 octubre 1961 y 17 febrero 1966) se les
reconoce legitimación para atacar el contrato simulado, pero no el disimulado que
para su causante sería inatacable (Ss. 24 octubre 1995, que se apoya en las Ss. 30
junio 1944, 23 mayo 1956, 3 abril 1962, 22 abril 1963, 21 marzo 1964) y se niega la
legitimación cuando no la tiene ni el propio causante (Ss. 3 abril 1962, 22 abril
1963, 5 julio 1966, 25 abril 1967 y 23 mayo 1987, citadas por ALBIEZ
DOHRMANN, K. J. 2000, 2240). La S. 14 diciembre 1999, que en el caso considera
que ha habido simulación absoluta, y reconoce la legitimación de los herederos de
la vendedora, afirma que a la misma solución se llegaría aunque se entendiese que
la compraventa encubría una donación, ya que al ser precisa la escritura pública
para la donación de inmuebles la acción de impugnación también correspondería
al causante.
[Jurisprudencia]
La S. 7 marzo 1980 recuerda que “en punto a la legitimación activa para el
ejercicio de la acción de simulación, la jurisprudencia distingue entre los herederos
legitimarios, que actúan ex iure propio en defensa de su cuota, y los restantes
sucesores por delación voluntaria o intestada, que deberán guardar respeto a la
voluntad auténtica del causante manifestada al realizar la donación, por más que
la hubiera ocultado bajo la forma de escritura pública de compraventa”. En el caso
se trataba de una donación remuneratoria en favor de un mayordomo, disfrazada
bajo apariencia de venta. En muchas pleitos sobre estos temas se cruza el de la
posible validez de la donación de inmuebles disimulada bajo compraventa,
cuestión que no es de este lugar (pueden verse, sobre la jurisprudencia, DURÁN
RIVACOBA, R. 1995, 186 y ss.; ALBIEZ DOHRMANN, K. J. 2000, 2240; ATAZ
LÓPEZ, J. 2000,1282).
[Jurisprudencia]
Lo recuerda la S. 15 marzo 1994, que distingue la regulación del artículo 1.302
respecto de los contratos que pueden ser anulados de la “legitimación más abierta
que propugna la doctrina y la jurisprudencia en los casos de nulidad absoluta”,
pero señalando que “la acción de impugnación por simulación [tal era el caso
juzgado, pero podemos generalizar la doctrina a todos las acciones de nulidad] no
es pública, sino que es necesario para su eficaz ejercicio que quien actúe
procesalmente con dicha finalidad tenga un interés jurídico protegible por el
órgano jurisdiccional” (con cita de las Ss. 30 junio 1944 y 30 mayo 1958).
[Jurisprudencia]
La práctica jurisprudencial muestra, fundamentalmente, dos ámbitos en los que
expone la doctrina de la legitimación del tercero perjudicado por un contrato en el
que no ha sido parte: los actos de disposición de cosa ajena o de cosa común por
uno solo de los condueños y la acción de simulación ejercitada por los terceros:
- En efecto, en primer lugar, en algunas sentencias se parte del error de considerar
que la venta de cosa ajena o parcialmente ajena es nula de pleno derecho, y se
reconoce la legitimación para hacer valer la nulidad al titular del derecho para el
que, al no ser parte del contrato, el mismo sería ineficaz: la S. 2 septiembre 1996
considera tercero perjudicado, legitimado para impugnar una compraventa en la
que no ha sido parte, a quien alega ser propietario por usucapión de un trozo de
finca objeto del contrato (pero en el caso no quedó acreditada la usucapión); la S.
9 noviembre 1999, a la segunda esposa, que impugna la venta realizada por la
primera de un inmueble ganancial –y en parte, por tanto, del difunto–; la S. 17
febrero 2000, que cita otras muchas anteriores, reconoce la legitimación del
coheredero para promover la acción de nulidad de actos de disposición de bienes
de la herencia; la S. 10 abril 2001 reconoce la legitimación para impugnar el
contrato de compraventa celebrado por otras personas que, por error obstativo –
que en el caso es el vicio que da lugar a la nulidad–, incluyeron en la escritura
parte de finca ajena. La misma doctrina se mantiene en el caso de actos de
disposición de cosa sólo en parte propia: por ejemplo, en la disposición por uno de
los coherederos, para la que alguna jurisprudencia sostiene, equivocadamente, la
“nulidad radical o inexistencia” y, a partir de allí deduce la legitimación activa de
“los terceros al contrato”, los demás coherederos cuyos derechos se pueden ver
menoscabaos o burlados (S. 17 febrero 2000, con cita de otras anteriores).
- En segundo lugar, existe bastante jurisprudencia sobre la legitimación de los
terceros en el caso de acreedores que ven perjudicados sus derechos como
consecuencia de la celebración por su deudor de un contrato simulado (ALBIEZ
DOHRMANN, K. J. 2000, 2239). El hecho de que, en ocasiones, el tercero ejercite
subsidiariamente una acción revocatoria o pauliana (que presupone la validez del
contrato: por ejemplo, entre otros muchos, en el caso de la S. 12 julio 2001, donde
Hacienda es considerada como un tercero perjudicado por la celebración de un
contrato simulado, en cuanto perjudica su derecho de crédito contra uno de los
demandados) pone de relieve la peculiaridad del sistema de nulidad construido por
la jurisprudencia en los casos de simulación (legitimación de los terceros
interesados en hacer desaparecer la apariencia del negocio e inexistencia de plazo
para hacer valer la nulidad): de lo que se trata, en definitiva, es de reconstituir el
patrimonio del deudor, pero la acción revocatoria no sólo es subsidiaria sino que,
además, está sujeta a plazo.
[Jurisprudencia]
Esta S. de 29 marzo 1932, muy citada por sentencias posteriores (De Castro la
califica de “decisiva”), resolvió sobre los pactos entre un Agente recaudador de
contribuciones y quien le prestara la suma precisa para constituir la necesaria
fianza; por ello el Agente otorga al prestamista poder irrevocable de gerente, con
ilimitadas facultades para percibir los beneficio (resumen de DE CASTRO, F. 1967,
476, en que expone la doctrina jurisprudencial hasta los años sesenta). En su
párrafo decisivo dice: “Si bien, en principio y acatando el art. 359 Lec., para que
pueda decretarse la nulidad de los contratos debe ser solicitada en debida forma por
la parte que la pretenda y a quien sus efectos perjudican, no es tan absoluto y rígido
el precepto procesal mencionado, que impida a los Tribunales de Justicia el hacer
las oportunas declaraciones, cuando los pactos y cláusulas que integran el contenido
de aquellos sean manifiesta y notoriamente contarios a la moral o ilícitos, pues lo
contrario conduciría a que los fallos de los Tribunales, por el silencio de las partes,
pudieran tener apoyo y base fundamental en hechos torpes o constitutivos de
delitos, absurdo ético-jurídico inadmisible”.
[Doctrina]
Señalan también la excepcionalidad de la apreciación de oficio, sólo
predicable, en principio, de los actos contrarios al orden público, BELLO
JANEIRO, D. 1993, 62, nota 52. También CARRASCO PERERA, Á. (1992,
782, nota 26) y GORDILLO, A. (1990, 967). El principio iura novit curia
puede llevar a declarar la nulidad aun cuando no hayan sido invocados los
preceptos oportunos, pero habrán de concurrir los siguientes
presupuestos: que hayan sido deducidos en juicio los hechos productores
de la nulidad, que la relación jurídico-procesal esté bien constituida,
siendo partes todos los interesados en la nulidad o validez y, en principio,
que las consecuencias de la nulidad hayan sido pedidas por alguno de los
litigantes. Las sentencias han de ajustarse a las peticiones de las partes
para no incurrir en vicio de incongruencia, por lo que no pueden declarar
una nulidad no pedida (Ss. 3 enero 1947, 10 y 24 febrero 1964, 18
diciembre 1968), aunque sí puede aplicar a los hechos probados un
precepto jurídico no invocado por los litigantes. De manera coherente con
estas ideas, en la actualidad, el art. 218.1.II Lec., armoniza la
congruencia y la regla iura novit curia, recogiendo la jurisprudencia del
TS. (DE LA OLIVA, A. 2001 b, 386): “El Tribunal, sin apartarse de la
causa de pedir acudiendo a fundamentos de hecho o de Derecho distintos
de los que las partes hayan querido hacer valer, resolverá conforme a las
normas aplicables al caso, aunque no hayan sido acertadamente citadas o
alegadas por los litigantes”.
Otras sentencias hacen notar, frente a la doctrina de la declaración de
oficio de la nulidad, que la apariencia de validez que crea todo negocio
jurídico hace indispensable destruirla, previa invocación por la parte, si
constituye obstáculo al ejercicio de un derecho (Ss. 23 junio y 4
noviembre 1969 y de 31 diciembre 1949, 15 octubre 1957 y 16 mayo
1970, citadas por PASQUAU LIAÑO, M. 1997, 265 y 2000 a, 65).
[Jurisprudencia]
De manera muy clara, la S. 30 diciembre 1993 rechaza el motivo del
recurso de casación que señala la infracción del art. 24 de la Constitución,
alegando que debió estimarse tal nulidad de oficio por el Tribunal de
instancia y no escudarse dicho Tribunal en que no se hizo tal petición por
la demandada recurrente en la fase alegatoria de la primera instancia con
el siguiente razonamiento: "A) Esa nulidad absoluta o radical para que
pueda ser calificada y declarada «ex officio» es preciso que sea lo
suficientemente clara y patente para que el Tribunal pueda apreciarla, así
por ejemplo cuando aparezca con relieve la carencia de cualquiera de los
elementos integrantes del contrato establecidos en el art. 1261 del
Código Civil o los pactos sean manifiestamente contrarios a la Ley, a la
moral o las buenas costumbres o recaiga sobre objeto «extra
comercium», pero no cuando la supuesta nulidad estriba en la falta de
suficiente representación de los intervinientes en el negocio jurídico por
cuenta, como en este caso, de la parte vendedora-demandada, pues
como dice la S. 3-1-1947, si bien la inexistencia o nulidad absoluta del
contrato obra de pleno derecho y sin necesidad de declaración judicial,
por no producir efecto alguno, tal doctrina no siempre puede admitirse
como exacta, pues al crear todo negocio jurídico una apariencia de
validez, se hace indispensable destruir tal apariencia si constituye
obstáculo para el ejercicio de un derecho (S. 29-3-1932; 27-5-1949; 29-
10-1949; 16-3-1959; 6-5-1961). A lo que hay que añadir en este caso
que tal apariencia de negocio jurídico sólo puede ser destruida con base
en la aportación de pruebas que acrediten en forma eficiente esa falta de
representación ya que la buena fe que es exigible en todo negocio
jurídico (art. 7-1 del Código Civil), requiere un especial y cuidado tacto
en su apreciación cuando se trata de terceros afectados como parte
contratante que están fuera, como en este caso, de esas relaciones «ad
intra» de la propia Cooperativa, de donde se infiere que los Tribunales no
tienen en estos casos instrumentos probatorios «per se» a su alcance
para apreciar esa nulidad radical que ahora se propugna y que no fue
alegada en su momento por quien le correspondía; y B) Bajo la base de
la consideración anterior es evidente, que no ha podido atribuírsele al
Tribunal «a quo» la infracción del art. 24 de la Constitución Española en
punto a la tutela judicial efectiva que el precepto constitucional le impone
porque su actuación ha sido procesalmente irreprochable, cumpliendo con
su deber jurisdiccional examinando y aquilatando con casuismo
exhaustivo todos los pormenores de una supuesta falta de
representatividad que no fue alegada oportunamente por quien venía
obligado a ello conforme a la jurisprudencia en torno a los arts. 1214 y
1259 del Código Civil [SS. 1-12-1989; 29-1-1990; 18-2-1991; 18
febrero y 22 julio 1992] máxime en materia jurisdiccional rogada".
Nos encontramos, por tanto, con líneas jurisprudenciales contradictorias,
e incompatibles si ambas las consideramos de aplicación absoluta. Ante
ello, parece preferible mantener los principios tradicionales como norma
general, admitiendo la declaración de oficio cuando causas muy señaladas
muevan a ello, para evitar que los Tribunales se vean forzados a
colaborar en los turbios negocios que las partes presenten tratando de
ocultar sus aspectos más reprobables o aun delictivos. El supuesto más
claro, y acaso único, de tal declaración es el litigio entre los propios
contratantes, que piden la ejecución de contratos delictivos o con causa
torpe; con la consecuencias de negárseles (ex artículos 1.305 y 1.306)
tanto la ejecución como la repetición de lo ya entregado.
En la jurisprudencia de los últimos decenios siguen aflorando las mismas
contradicciones antes observadas, pero se perfila una consideración
restrictiva de la posibilidad de apreciar de oficio la nulidad, de acuerdo
genéricamente con la opinión aquí defendida. En realidad, en este
ámbito, más que las declaraciones genéricas que repiten las sentencias,
importa la relevancia que tales afirmaciones tienen para la decisión del
caso concreto así como el análisis de las circunstancias concretas del
caso, de índole fáctica y procesal, y que llevan a los Tribunales a decidir
en uno u otro sentido.
A) Ciertamente, se han dictado sentencias en las que se aplica la doctrina
de la apreciación de oficio de la nulidad, pero esta afirmación debe ser
explicada.
a) En primer lugar, se ha planteado la cuestión de la posible apreciación
de oficio en un tipo de problemas en los que, en realidad, nada tiene que
hacer. Como es sabido, el Tribunal Supremo flexibiliza en los últimos años
su doctrina sobre la necesidad, para el triunfo de una acción
reivindicatoria, de solicitar la nulidad del título que ostenta el demandado.
Pues bien, la S. de 18 mayo 1994 mezcla esta doctrina con la que
permite hacer una declaración de nulidad no solicitada por las partes
cuando los contratos son manifiestamente contrarios a la moral o ilícitos.
[Jurisprudencia]
En su fundamento sexto, tras sentar –de manera posiblemente
demasiado general– que "el hecho de haberse ejercitado una acción
declarativa de dominio o reivindicatoria, lleva claramente implícita la
petición de nulidad del contrato o cancelación del correspondiente asiento
registral, y no puede ser causa de que por razón de error u omisión en el
suplico de la demanda se inadmita ésta", se añade, de manera poco
comprensible, lo siguiente: "si bien lo indicado en el motivo fue aceptado
hace ya tiempo por este Tribunal (vid. S. de 29 marzo 1932), es lo cierto
que la doctrina de esta Sala ha evolucionado en el sentido que se deja
expuesto, estableciendo que el art. 359 Lec. no es tan absoluto ni tan
rígido que impida a los órganos judiciales hacer las pertinentes
declaraciones cuando los pactos y cláusulas que integran el contrato sean
manifiestamente contrarias a la moral o ilícitos, ya que ello conduciría a
que como consecuencia del silencio de las partes, los Tribunales pudieran
en sus fallos apoyar actos o hechos injustos y hasta delictivos (S. de 22
marzo 1963 y las en ella citadas)".
Es evidente que no es sino un exceso verbal o una mala explicación de
por qué la petición de nulidad se entiende implícita en el ejercicio de la
declarativa o de la reivindicatoria y no incurre en incongruencia la
sentencia que se pronuncia al respecto a pesar de no haberse ejercitado
expresamente la acción.
b) En otras ocasiones, las sentencias que declaran que la nulidad es
apreciable de oficio lo han hecho en casos en que alguna de las partes lo
había pedido, o al menos sí las consecuencias de la nulidad, pero no en el
momento procesal oportuno, o sin invocación del precepto pertinente o la
argumentación jurídica de la nulidad, o siendo discutido si la relación
procesal estaba bien constituida por pretenderse tal declaración sin ser
parte en el proceso todos los interesados. Con la doctrina de la
apreciación de oficio el Supremo no establece consecuencias que no han
sido pedidas por nadie, pero salva los defectos de incongruencia o falta
de litisconsorcio pasivo necesario aducidos por la parte recurrente,
aunque sobre casos muy diversos y con precisiones, a veces,
interesantes.
[Jurisprudencia]
- La S. 7 julio 1978, sobre una emancipación concedida en el Derecho
navarro por quien (al haber contraído segundas nupcias) había perdido la
patria potestad sobre sus hijos: “En el ámbito del derecho de familia,
caracterizado por las notas de interés público, contenido ético,
transpersonalismo y la relevante función a que sirven los poderes y
facultades otorgados, la autonomía de la voluntad viene constreñida por
normas imperativas inderogables, como son las referentes a la creación
de un status, y en consecuencia es permitido al organismo jurisdiccional
apreciar de oficio la nulidad de una emancipación realizada vulnerando
normas de inexcusable observancia, pues no se trata de un negocio
entregado al poder dispositivo de los intervinientes, sino que se trata de
situaciones que vienen reguladas “ex lege” y no susceptibles de ser
disciplinadas “ex voluntate”. Aunque es cierto que en materia de estado
civil no juegan en toda su extensión los principios dispositivos y de
aportación de parte, en el caso, el Supremo considera relevante, antes de
realizar su genérica afirmación, que la nulidad de la emancipación fue
formulada explícitamente en la súplica del escrito de réplica, además de
que guarda estrecha relación con el tema planteado en la demanda,
donde se hacía referencia a la nulidad radical de la emancipación.
- Así la de 31 diciembre 1979: “La hipótesis del litis consorcio necesario y
la obligada intervención en el proceso de todos los interesados en la
relación jurídica debatida habrá de considerarse inoperante cuando se
trate de nulidad negocial por ilicitud de la causa o del objeto, pues siendo
el propósito negocial contrario a la ley, la mácula incluso debe ser
apreciada de oficio por los Tribunales, absteniéndose de otorgar eficacia al
contrato viciado, cuya nulidad se origina "ipso jure", según resulta de los
arts. 1275, 1305 y 1306 Cc.”. En el caso, el demandado formula
reconvención frente a la reclamación de cumplimiento de un convenio
social contrario a las normas sobre competencia y, siendo parte en el
pleito la asociación, cuya nulidad se declara, falta sin embargo uno de los
componentes individuales de la agrupación empresarial: es discutible que,
siendo parte la asociación, realmente hiciera falta su presencia en el
proceso, como hemos visto al hablar de los terceros interesados (vid.
2.3.1.2). Parece cierto, sin embargo, que la doctrina de la apreciación de
oficio en el caso de "ilicitud objetiva y causal ante la evidencia de su
dedicación a prácticas restrictivas colusorias" le sirve al Tribunal para
relajar la propia exigencia de la presencia en el proceso de "todos los
interesados". En cuanto a la tacha de incongruencia, recordando la S. 29
marzo 1932 dice: “…y si bien conforme al art. 359 Lec. para que pueda
decretarse la nulidad debe ser solicitada en forma por la parte que la
pretenda y a quien sus efectos perjudiquen, no es tan absoluto el
precepto que impida al Juez hacer las oportunas declaraciones cuando los
pactos choquen manifiestamente con la moral o sean ilícitos, pues lo
contrario conduciría a que las decisiones de los Tribunales, por el silencio
de las partes, pudieran tener su apoyo y base fundamental en hechos
torpes o delictivos, absurdo ético jurídico inadmisible” (por la cuidada
delimitación que hace esta S. de los supuestos en que procede la
apreciación de oficio, igualmente podría citarse como representante de la
tesis restrictiva -vid. GORDILLO, A. 1990, 976-).
- S. 27 noviembre 1984 (sobre pacto de sobreprecio contrario a la
legislación de viviendas protegidas, decretando nulidad parcial): “El deber
judicial de congruencia, o atenimiento a las pretensiones de las partes, no
se viola cuanto respetándose el hecho, se aplican al mismo las normas
adecuadas, ya de modo normal, ora cuando el ordenamiento jurídico
contenga disposiciones de carácter imperativo o prohibitivo que por su
propia naturaleza hagan obligatoria su observancia, incluso de oficio y en
obediencia a las reglas de la jerarquía normativa, que subordinan el
principio de autonomía de las partes al interés social o al orden público,
con el fin (S. 29 marzo 1932) de evitar hechos torpes o absurdos éticos
jurídicos inadmisibles”; en el caso, en definitiva, lo que hizo el Tribunal es
estimar la demanda de devolución del precio pagado en exceso -que
alegaba haber pagado indebidamente- aplicando, iura novit curia, la
norma pertinente de la regulación de viviendas de protección oficial junto
a la doctrina jurisprudencial que daba lugar a la "nulidad parcial" del
contrato por lo que se refiere al exceso del precio pagado;
- S. 30 diciembre 1992 (sobre un “contrato blindado” de un Consejero-
Delegado de Sociedad anónima), por razones distintas de las alegadas en
el recurso y, quizás, para no pronunciarse en general sobre la nulidad de
estos pactos, y excluyendo que a un miembro del Consejo de
Administración se le pueda aplicar ni por analogía las normas que rigen
los contratos de personal de alta dirección, entre ellas, por la importancia
para el caso litigioso, el art. 11 R.D. 1382/85, que faculta al empresario
para desistir del contrato teniendo en estos casos derecho el alto
directivo “a las indemnizaciones pactadas en el contrato”; el Tribunal
concluye que “siendo los arts. 74 y 77.1 (LSA 1951) preceptos de clara
naturaleza imperativa, su falta de observancia conlleva la nulidad radical
de los pactos que los contraríen, por lo que puede ser apreciada de oficio
por esta Sala según ha mantenido en reiteradas ocasiones en que se
apreció una nulidad de esta naturaleza” (con cita de las S. 37 mayo y 29
octubre 1949, 23 junio 1966 y 14 marzo 1983) (sobre la S. de 30
diciembre 1992, vid. el comentario de SALINAS ADELANTADO, S. 1993,
4983-4998; sobre el tema, posteriormente, en comentario a la S. 19
febrero 2001, LA CASA GARCÍA, R. 2001, 649 a 663).
- La S. 18 febrero 1997 declara que: “Tratándose de una norma legal
imperativa como es la de la prohibición del pacto comisorio no es
necesario reconvenir para que se decrete su nulidad porque no se trata
de la defensa de ningún interés privado sino del interés público, que no
puede consentir que se deje en manos de los acreedores la facultad de
apropiarse de los bienes de los deudores que dieron en garantía para
satisfacer las deudas impagadas. En consecuencia, dada la naturaleza de
la prohibición, estamos ante una nulidad radical y absoluta, apreciable de
oficio por los Tribunales”. Pero es decisivo en el caso que la alegación de
nulidad fue excepción opuesta como fundamento de la petición de
absolución de la demanda de otorgamiento de escritura pública, dirigida a
lograr la absolución, pero sin formular reconvención solicitando que fuera
declarada la nulidad. La doctrina de la apreciación de oficio se vincula al
debate procesal de la eficacia de la alegación de nulidad -en el caso se
considera como nulidad radical y absoluta- como simple excepción y si el
Tribunal debe o no pronunciarse sobre las excepciones así como los
efectos en su caso de ese pronunciamiento (sobre lo cual, vid. DE LA
OLIVA, A. 1990, 57 y ss.).
c) Para un caso concreto, de difícil generalización, la S. TJCE 27 junio
2000 (asuntos C-240, C-241, C-242, C-243 y C-244/1998), resolviendo
cuestión prejudicial planteada por el JPI nº 35 de Barcelona, declara que:
“La protección que la Directiva 93/13/CEE del Consejo, de 5 de abril,
sobre las cláusulas abusivas en los contratos celebrados con
consumidores, otorga a éstos implica que el Juez nacional pueda apreciar
de oficio el carácter abusivo de una cláusula del contrato que le haya sido
sometido cuando examine la admisibilidad de una demanda presentada
ante los órganos jurisdiccionales nacionales”. En la actualidad, en nuestro
ordenamiento, el art. 58 Lec. obliga al Tribunal a examinar de oficio la
competencia territorial fijada por normas imperativas (previa audiencia
del Ministerio Fiscal y de las partes personadas), y el art. 54.2 Lec.
establece la falta de validez de la sumisión expresa contenida en
contratos de adhesión, o que contengan condiciones generales impuestas
por una de las partes, o que se hayan celebrado con consumidores o
usuarios.
B) Pero también el Tribunal Supremo ha tenido ocasión de advertir la
excepcionalidad de la apreciación de oficio, “doctrina que hay que tomarla
cum granu salis”, en palabras de la S. 31 marzo 1981, reiteradamente
citada por la jurisprudencia posterior y por la doctrina pero que, conviene
advertirlo, casa la sentencia de instancia que, en un pleito en el que las
partes debatían si se trataba de arrendamiento de industria, sujeto al
Código civil, o de venta de negocio y subsiguiente arriendo de locales,
fundó su decisión, después de calificar el contrato como de arriendo de
industria, no en la inadecuación del procedimiento seguido, sino en el
ejercicio abusivo del derecho.
[Jurisprudencia]
"Tampoco podría estimarse como excusa de esa denunciada
incongruencia la posibilidad de justificarla como resultado de una
aplicación ex officio del deber judicial de vigilancia y sanción de los actos
contrarios a la ley mediante la declaración de su nulidad, doctrina que
hay que tomarla cum grano salis para evitar el peligro de proliferación de
nulidades excesivas en materias que entran en el ámbito de la autonomía
de voluntad y que deben dejarse a la iniciativa e interés de la parte,
supuesta la inexistencia de atentado flagrante al orden jurídico de cuya
defensa están encargados los Tribunales, así, si bien las SS. 29-1-32, 15-
1-49, 20-10-49, 28-4-63, –las citas parecen contener errores– y otras
admiten la posibilidad de una declaración de oficio de la nulidad para
evitar que los fallos de los Tribunales, por el silencio de las partes,
puedan amparar hechos torpes o constitutivos de delito, también es
cierto que ello sólo tiene justificación ante actos nulos de pleno derecho
(art. 6.3.º C.C.), pero no ante negocios no afectos de vicio o no
infractores de un precepto claro y terminante -SS. 11-3 y 22-3-65-, y
mucho menos respecto de actos y negocios cuya apariencia jurídica
correcta merezca el debido respeto mientras no se impugnen en forma o
eficazmente, dando así oportunidad a la otra parte para su defensa -SS.
31-12-49, 15-10-57 y 16-5-70- en atención a las posibles
consecuencias de la acción (arts. 1.303 y ss., por ejemplo)".
a) El TS. ha rechazado la doctrina de la apreciación de oficio de la
nulidad, casando incluso la sentencia de instancia que había entendido
erróneamente la extensión de sus poderes a este respecto.
[Jurisprudencia]
- S. 22 diciembre 1992: En un caso en el que la existencia del contrato
no es cuestión planteada, sino admitida por ambos, si bien para uno la
renta debe superar las 60.000 pesetas y hasta alcanzar las 135.000 y
para otro no puede superarla, “la sentencia de primera instancia acepta
la tesis de los demandados, éstos la consienten y la Audiencia, en la
apelación del actor, declara la nulidad del contrato por inexistencia, afirma
tener facultades para declararla de oficio, desestima en todas sus partes
la petición del actor y absuelve totalmente a los demandados. Esta
resolución desconoce que corresponde a las partes fijar los hechos de la
controversia y acreditarlos en periodo probatorio cuando no sean
reconocidos y al Juez decidir las cuestiones planteadas en los términos
contenidos en los escritos de alegaciones. Pues bien, la Audiencia, al
desestimar la demanda, ha desconocido los términos del debate que las
partes reducen exclusivamente a la fijación de la cuantía entre 60.000 y
135.000 ptas. y ha aplicado de oficio unos artículos como el 1.261, que
en modo alguno han sido alegados y ha declarado una nulidad contractual
que no se somete a su decisión”).
- También la S. 25 enero 1994 reprocha incongruencia a la Sala de
instancia, “pues declaró una nulidad de los Estatutos no instada -sólo se
había pedido la modificación de un punto concreto de los mismos-, sin
que ello pueda justificarse porque la razón de la modificación interesada
se fundamentase, más o menos explícitamente, en la nulidad de la
disposición referida".
- La S. 20 junio 1996 casa por incongruente la sentencia de la Audiencia
"tanto por resultar nulidad no probada y ser improcedente en la forma en
que se planteó, al tratarse del ejercicio de una acción no integrada en el
suplico de la demanda y conformadora necesariamente del debate
procesal, como por representar su acogida alteración de la causa de pedir
y decidirse conforme a otra distinta, con indefensión del litigante adverso,
por el cambio de acción operado a cargo del Tribunal de instancia"; en el
caso, la demanda pedía resolución del contrato por incumplimiento, y la
nulidad fue hecha valer por el actor en la contestación a la reconvención,
pero la Audiencia entendió, y en este punto su sentencia es casada por el
TS., que no había incongruencia porque la demandante siempre pidió,
con la misma base fáctica, la ineficacia del contrato “por lo que derivarla
primero de la resolución y luego de la nulidad, no implica propiamente
modificación de la pretensión”).
- La misma doctrina es mantenida por la S. 24 abril 1997 (que casa, por
incongruente, la sentencia que declaró de oficio la nulidad de una
compraventa de una nave, por “inexistencia de objeto”, al no haber fijado
en el documento la ubicación exacta de la misma) (vid. el comentario de
CARRIÓN OLMOS, S. 1999, 792 a 808): solicitada en la demanda condena
al otorgamiento de escritura pública no parece que la vendedora
demandada invocara la nulidad del contrato, lo que fue declarado de
oficio por la Audiencia. El Supremo, tras recordar la línea jurisprudencial
que admite en determinado ámbito la declaración de oficio de los
negocios, concluye que: "Por contrario, no procede declarar de oficio la
nulidad de aquellos contratos no afectados de vacío y cuya apariencia
jurídica correcta merezca el debido respeto, mientras no fueren
impugnados en forma o eficazmente, dando así oportunidad a la otra
parte para su defensa; lo que sucede en este supuesto, pues no se trata
precisamente de ausencia total del objeto del contrato o inexistencia
material del mismo, ya que la nave que se vendió estaba ubicada en la
urbanización que tenía realidad material y superficial y se situó dentro de
su extensión superficial de 19.500 m, y con independencia de su
ubicación exacta, que es problema distinto, por lo que el motivo ha de
acogerse, al no encajar la nulidad decretada en los supuestos autorizados
por la doctrina jurisprudencial y haber llevado a cabo la sentencia
recurrida alteración decidida de la causa de pedir, irrogando indefensión a
la recurrente y así esta Sala lo ha declarado en Sentencia de 20 junio
1996 (que cita, entre otras, las de 7 julio 1986, 9 enero 1992, 9
noviembre 1993, 10 febrero 1994 y 6 marzo 1995)".
b) La S. 15 diciembre 1993 (supuesta nulidad de contrato de
arrendamiento por carecer de causa), tras un cuidado estudio de la
anterior doctrina jurisprudencial (señaladamente, las Ss. 29 marzo 1932 y
21 marzo 1981) concluye afirmando el “carácter excepcional y restrictivo
con que ha de ser ejercitada por el juzgador esta facultad” (la de la
declaración de oficio de la nulidad).
[Jurisprudencia]
El demandante recurrente es quien denuncia en casación inaplicación de
la doctrina que permite declarar de oficio la nulidad (que él no pidió) y el
Supremo, sin desconocer esa jurisprudencia matiza que «tampoco podría
estimarse como excusa de esa denunciada incongruencia la posibilidad de
justificarla como resultado de una aplicación «ex officio» del deber judicial
de vigilancia y sanción de los actos contrarios a la Ley mediante la
declaración de su nulidad, doctrina que hay que tomarla «cum grano
salis» para evitar el peligro de proliferación de nulidades excesivas en
materias que entran en el ámbito de la autonomía de la voluntad y que
deben dejarse a la iniciativa e interés de la parte, supuesta la inexistencia
de atentado flagrante al orden jurídico de cuya defensa están encargados
los Tribunales, así, si bien las SS. 29-3-1932 15-1-1949 20-10-1949 28-
4-1963 y otras admiten la posibilidad de una declaración de oficio de la
nulidad para evitar que los fallos de los Tribunales, por el silencio de las
partes, puedan amparar hechos torpes o constitutivos de delito, también
es cierto que ello sólo tiene justificación ante actos nulos de pleno
derecho (art. 6.3.º Cc.), pero no ante negocios no afectos de vacío o no
infractores de un precepto claro y terminante -SS. 11-3-1965 y 22-3-
1965 y mucho menos respecto de actos y negocios cuya apariencia
jurídica correcta merezca el debido respeto mientras no se impugnen en
forma o eficazmente, dando así oportunidad a la otra parte para su
defensa -SS. 31-12-1949, 15-10-1957 y 16-5-1970- en atención a las
posibles consecuencias de la acción»;
La observación de algunas sentencias de que hay que dar “oportunidad a
la otra parte para su defensa” debe entenderse hoy ineludible en razón
del derecho fundamental establecido en el artículo 24 CE, en su
interpretación por el Tribunal Constitucional, como advierte Díez-Picazo:
“La actuación de oficio puede suponer un grave recorte o limitación de los
medios de defensa. Es concebible que el Juez proponga de oficio de
cuestión de la validez y decida oír a las partes sobre ella, aunque esta
solución no encuentre hoy una vía procesal clara” -DÍEZ-PICAZO, L. 1993
I, 433, aunque esta afirmación haya desparecido de 1996 I, donde el
autor se limita a decir que “el Juez puede declarar de oficio la nulidad”,
“aunque nadie la haya instado” (472 y 473)-.
En efecto, aunque la LOPJ (art. 240-2) permite al Juez, en ciertos casos,
que declare de oficio la nulidad de actuaciones procesales, siempre
“previa audiencia de las partes” (para el proceso civil, en los mismos
términos, el art. 227.2 Lec.), no hay norma legal similar respecto de la
nulidad de actos o contratos de los particulares aducidos en juicio. Acaso
pudiéramos argumentar, partiendo de aquel precepto, que si el Juez no
puede declarar ni siquiera la nulidad de actos procesales, en ningún caso,
sin dar ocasión a las partes para alegar lo que crean conveniente, mucho
menos podrá, sin aquella audiencia, declarar nulo un contrato cuya
invalidez ningún legitimado ha pedido. Cabe observar, finalmente que el
legislador, al regular el “tratamiento procesal de la nulidad del negocio”
establece que, alegada como simple excepción por el demandado, el actor
puede defenderse como si se hubiera formulado reconvención (art. 408.2
Lec.): si consideraba admisible la apreciación de oficio debió igualmente
mencionarla, abriendo un cauce para que las partes pudieran tomar
posición frente a la iniciativa del Juez.
2.3.3. Legitimación pasiva
En el ámbito de las acciones de nulidad de pleno derecho es donde el
Tribunal Supremo viene exigiendo la presencia de todos los interesados,
“entendiéndose que son interesados para estos efectos: los intervinientes
en el negocio que se ataca de nulo; sus herederos; los que obtuvieron
beneficios económicos de dicho negocio, y los causantes de la nulidad,
pues si así no se exigiera, como la cosa juzgada perjudica únicamente a
los que litigaron y sus causahabientes, se podría dar el contrasentido de
que un negocio jurídico determinado podría ser nulo para uno de los
interesados en él y válido para otro, si éste no fue llamado al proceso en
que se obtuvo la declaración de nulidad, lo que iría contra todo raciocinio
lógico, que impide que un negocio jurídico sea válido y nulo al mismo
tiempo” (S. 9 noviembre 1961).
Doctrina similar se encuentra en otras muchas, aunque luego, en el caso
se entiende que sí han intervenido las partes del contrato, únicas a las
que podía afectar la declaración de la nulidad. Fuera de la afirmación
general, lo realmente importante es concretar los supuestos en los que se
ha considerado a los terceros no intervinientes en el negocio, como
interesados legitimados, y en qué casos no, con la consecuencia de que,
sin su presencia se ha considerado mal constituida la relación jurídico
procesal, dando lugar a una sentencia absolutoria sin entrar en el fondo
del asunto.
Un análisis de los supuestos concretos de las decisiones en las que el
Tribunal Supremo ha reiterado esa doctrina de la necesidad de traer a
“todos los interesados” al proceso en el que se ejercita la acción de
nulidad de un negocio nulo muestra que, habitualmente, la afirmación se
ha hecho en supuestos en los que no han sido demandados todos los
otorgantes del negocio (o sus herederos, que deben ser considerados
como partes).
[Jurisprudencia]
Así, en la citada S. 9 noviembre 1961, que con tanta claridad recoge la
doctrina general de los “terceros interesados” se refiere a la heredera:
solicitada por el arrendatario, que alega error doloso provocado por la
otra parte del contrato, declaración de nulidad del contrato de
arrendamiento, y declaración de vigencia de los contratos anteriores, que
se modificaron en virtud del que se impugna, la demanda no se dirige
contra la heredera de quien otorgó los contratos cuya vigencia se
pretende ahora hacer revivir, sino sólo contra su padre, que siendo sólo
usufructuario otorgó el contrato impugnado como si fuera heredero, y
contra el posterior comprador de la finca arrendada; en el caso, además,
la heredera no demandada, en virtud de la renuncia al usufructo por parte
de su padre había consolidado la propiedad, subrogándose en los
derechos del arrendador. Los interesados que faltaban en el proceso, en
el caso de la S. de 30 noviembre 1954 son los hermanos de quien
manifestó comprar “para sí y para sus hermanos, que habían contribuido
al precio” y en el caso de la S. 27 octubre 1955 son los intervinientes
como partes en el contrato de redención de foro pretendida en la
demanda. En la S. 3 junio 1995, aparte de que no se solicitó
expresamente la nulidad, sino sólo la declaración de propiedad a favor de
la demandante, no se trajo al proceso a todos los otorgantes de los
anteriores contratos de compraventa que se consideraban nulos y de los
que trae causa la parte demandada.
Parece correcto el criterio de la S. 14 junio 1969, que casa la sentencia
que estimó la reconvención ejercitada por el demandado frente a quien le
demanda reivindicando una finca: la reconvención alega nulidad del título
de uno de los transmitentes que luego vendió a quien compró la
demandante, y el TS. estima que los otorgantes de los títulos cuya
nulidad se pretende resultarían afectados por las declaraciones de nulidad
y han de ser parte.
Por eso, más que de una inflexión, ha de hablarse de un planteamiento
más realista en las afirmaciones jurisprudenciales en el sentido de que
"cuando se trata de postular la ineficacia de cualquier relación negocial
basta dirigir la pretensión contra quienes han sido parte en el contrato,
como propiamente ligados por la cuestión litigiosa, frente a quienes ha de
ser preservado el principio de audiencia, evitando su indefensión, por
cuanto ostentan un interés legítimo y directo en la controversia y les
alcanzan de modo inmediato los pronunciamientos que se dicten" (S. 4
julio 1986, que cita las de 24 febrero y 10 octubre 1983, 28 marzo 1984
y 9 marzo 1985).
[Jurisprudencia]
No es interesado, ni existe razón para llamar al pleito, al Estado en el
caso de declaración de nulidad de una venta solicitada por los herederos
del propietario vendedor –que había fallecido ya cuando la venta se
efectuó– en un proceso contra los compradores: la venta, otorgada por
un agente ejecutivo en el caso de subasta en un expediente de apremio
por falta de pago de contribuciones: la enajenación, dice la S. 20 marzo
1964, lo que resulta cuando menos dudoso, la realiza el agente en
nombre del dueño, no del Estado, que no percibe el precio, ni debe
restituirlo si la venta se declara inexistente. Un ejemplo de la confusión
entre declaración de nulidad y restitución.
La S. 4 enero 1947 –donde no fue llamado al proceso el administrador
judicial que, infringiendo la norma, no celebró el arrendamiento mediante
subasta, pero sí intervinieron los propietarios que, terminada la
administración, quedaban vinculados por el contrato, y el arrendatario–
desestima el recurso de casación que consideraba mal constituida la
relación procesal.
No está mal constituida la relación procesal ni existe litisconsorcio pasivo
necesario por no haber demandado al hermano que no intervino en la
compraventa simulada otorgada por los demás hermanos del demandante
y su madre, a pesar de que resultaría beneficiado por el éxito de la
acción, al verse incrementado el patrimonio hereditario (S. 3 junio 1995).
Tampoco hay litisconsorcio pasivo necesario entre la sociedad demandada
que concertó el contrato simulado y los socios- accionistas de la misma
(S. 25 mayo 1995).
Hay otros ejemplos que muestran las ambigüedades y contradicciones de
la jurisprudencia en esta materia, y que en buena medida han venido
condicionados por una insatisfactoria regulación procesal de la materia:
en particular, de la forma de oponer la nulidad y los efectos de su
declaración judicial cuando se opone como excepción.
[Jurisprudencia]
La S. 16 mayo 1960 declara que el principio de contradicción impide que
pueda declararse la nulidad de un contrato de permuta, por simulación
que encubre una compraventa, para evitar el derecho de retracto de
colindante del demandante, sin que la demanda se dirija también contra
el transmitente de la finca. En el caso, lo que procedía, dice el Supremo,
era la previa declaración de nulidad del contrato, como fundamento
necesario para que pudiera prosperar el retracto. En cambio, la S. 30
diciembre 1991 se admite la nulidad de un contrato de arrendamiento sin
traer al proceso a una de las partes que lo otorgó. En el caso, ejercitada
demanda de retracto arrendaticio, el propietario que se adjudicó la finca
en una ejecución y que es ahora demandado, opone como excepción la
simulación del contrato de arrendamiento; desestimada la demanda con
fundamento en la inexistencia del arrendamiento por simulación, la
sentencia es confirmada en casación “porque en el juicio de retracto se
puede conocer de la validez o nulidad del título en que se basa el
retrayente, si la parte demandada niega su eficacia o validez...Sería a
todas luces un atentado contra el principio de economía procesal que el
retraído tuviese que consentir la acción de retracto, pese a creer en la
nulidad o inexistencia del título del retrayente, y entablar aparte un juicio
declarativo para anular los efectos del anterior retracto”. Nada que
objetar salvo que ese contrato de arrendamiento que se considera
inexistente, aparentemente fue celebrado por el actor y por el anterior
propietario, que no ha sido traído al proceso.
Posiblemente, tras la Lec. 2000, hayan perdido ya su sentido y su valor
planteamientos como el de la sentencia últimamente citada o el de la S. 4
julio 1986 cuando señala que, alegada la nulidad del contrato por las
demandadas reconvinientes para oponerse al pago de la cantidad
reclamada y obtener la devolución de las cantidades ya abonadas no es
preciso traer al pleito a todos los otorgantes del contrato, sino que basta
con la presencia de aquellos entre los que se plantean los problemas de
pago de las cantidades reclamadas: el argumento fundamental, que no se
pretende la declaración de nulidad del contrato, sino que sólo se utiliza la
nulidad como argumento para no pagar. Como se explica en 2.2.2.2 (“La
anulabilidad como excepción. Innecesariedad de la reconvención”) hoy es
otra la perspectiva de la ley procesal, dirigida a garantizar la seguridad
jurídica y la evitación de procesos entre las partes que razonablemente
puedan zanjarse en uno solo.
[Jurisprudencia]
Tomemos como hipótesis el supuesto de ejercicio de acción de retracto
contra quien compró al anterior propietario, que había concertado
previamente un contrato de arrendamiento con el ahora demandante (la
pretensión, ahora, tramitándose como juicio ordinario, art. 249.1.7º Lec.,
ya no plantea el problema procesal de la dificultad de ventilar en su caso
la complejidad de una declaración de nulidad de título en un proceso
especial como era el de retracto):
- En primer lugar, si el adquirente demandado de retracto quiere
oponerse a la demanda alegando la nulidad del título en que se basa la
demanda –nulidad del contrato de arrendamiento– puede formular
reconvención contra el demandante, pero también contra quien le vendió
y previamente había otorgado el contrato de arrendamiento con el actor,
puesto que el art. 407 Lec. 2000 permite dirigir la reconvención contra
sujetos no demandantes (“siempre que puedan considerarse litisconsortes
voluntarios o necesarios del actor reconvenido por su relación con el
objeto de la demanda reconvencional”, lo que debe entenderse en el
sentido de que la demanda, en su caso, debiera haberse dirigido contra
actor y tercero reconvenido: TAPIA FERNÁDEZ, I. 2000, 61; SAMANES
ARA, C. 2000, 141).
- En segundo lugar, si el adquirente demandado no formula
expresamente reconvención, pero se opone a la demanda alegando la
nulidad del contrato de arrendamiento, el art. 408 Lec. permite al actor
contestar como si se hubiera formulado reconvención: es decir, al actor
se le da ocasión de contestar a la alegación con la consecuencia de la
producción de cosa juzgada. ¿Cómo interviene el anterior propietario que
concertó el arrendamiento cuya nulidad invoca el demandado? De una
parte, el demandante, al contestar puede denunciar la falta de
litisconsorcio pasivo necesario, con las consecuencias previstas en el art.
420 Lec. (el Juez ordenará emplazar a quien también debe integrar la litis
si quien formula reconvención no se opone, pero si lo hace él deberá
soportar las consecuencias de una sentencia que no pueda pronunciarse
sobre la falta de validez del título por no haber sido parte uno de los
sujetos que lo otorgó: con carácter general, sobre la integración de la
litis, SAMANES ARA, C. 2000, 126). Se ha discutido si el Juez puede
apreciar de oficio la falta de litisconsorcio pasivo tras la nueva ley (a favor
de que se mantenga la jurisprudencia anterior al respecto, SAMANES
ARA, C. 2000, 128; contra, LÓPEZ-FRAGOSO ÁLVAREZ, T. 1999, 1936),
pero parece que la jurisprudencia del TS. no modificará su criterio
anterior (vid. S. 30 mayo 2002, con cita de otras anteriores). Finalmente,
también es posible, aunque poco probable, que el anterior propietario que
concertó el contrato de arrendamiento solicite ser admitido como parte
por acreditar tener interés directo y legítimo en el resultado del pleito
(art. 13 Lec.): de hecho, si no ha sido demandado, la sentencia no le
afectará, ni podrá tener para él efecto de cosa juzgada.
La posibilidad de dirigir la demanda reconvencional contra personas no
originariamente demandantes pero que se hallen en situación de
litisconsorcio con ella puede solucionar también los problemas planteados
en las tercerías de dominio, donde el demandado ejecutante podrá hacer
valer la nulidad del título en que se basa la tercería dirigiendo su
pretensión frente al tercerista y demás personas participantes en ese
negocio jurídico (TAPIA FERNÁDEZ, I. 1994, 69 y ss.; CORDÓN MORENO,
F. 1993, 1922; TAPIA FERNÁDEZ, I. 2000, 62).
Las mayores dificultades se producen en aquellos casos en los que la
validez y eficacia de un acto o contrato pretende hacerse valer entre
sujetos que carecen de la legitimación –activa o pasiva– para impugnar.
Así, por ejemplo, el art. 18 Lph. establece un régimen de impugnación de
los acuerdos de la Junta de propietarios que legitima a determinados
propietarios (art. 18.2) dentro de ciertos plazos. Pero no cabe desconocer
que, pasados esos plazos, un vecino puede reclamar el paso por un local
ajeno invocando un acuerdo comunitario que, por mayoría, ha creado una
servidumbre de paso sobre el local: para este tipo de supuestos Carrasco
defiende que el demandado puede excepcionar con la simple nulidad
radical del acuerdo, sin pretender la declaración de nulidad, que sólo
podría obtenerse demandando a la comunidad representada por el
presidente (CARRASCO PERERA, A. 2002 a, 568). La solución
satisfactoria, en efecto, pasa por admitir, como hace el autor citado, que
hay casos de ineficacia no incluidos en el art. 18 y otras vías para
conseguir la nulidad de los acuerdos y, en particular, que los interesados
pueden, dentro o fuera del plazo de caducidad del art. 18, obtener una
declaración de nulidad de los acuerdos incursos en “causa de nulidad
radical no subsanable ni convalidable”. Pero, como ya se ha apuntado
antes, no será raro que, opuesta como simple excepción, se llegue a
considerar la necesidad de llamar al proceso a la Junta o que, en caso
contrario, se dicte una sentencia que no se pronuncie sobre la falta de
validez del título por no haber sido parte quien lo otorgó.
Finalmente, deben tenerse en cuenta también las consecuencias que para
la impugnación de los contratos pueden derivarse de la presunción de
exactitud proclamada por el art. 38 Lh. cuando la finca objeto del
contrato figure inscrita en el Registro de la Propiedad. La acción material
debe acumularse a la acción de rectificación del asiento (arts. 38.II y 40
Lh.), y la conocida y discutida doctrina jurisprudencial que flexibiliza la
aplicación del art. 38.II, entendiendo que la acción de nulidad o
cancelación se entiende implícitamente pedida por el mero ejercicio de la
acción contradictoria del dominio inscrito, no es aplicable cuando el titular
registral no haya sido demandado, porque entonces la aplicación rigurosa
del art. 38.II es exigencia directa del art. 24 CE (S. 6 junio 1988, y
argumentos en GARCÍA GARCÍA, J. M. 1999, p 798 y ss. y en LACRUZ, J.
L. 2001 III bis, 145).
[Jurisprudencia]
Algunas sentencias se detienen en la afirmación de que el art. 1.301 no tiene
aplicación en los casos de nulidad radial o inexistencia, sin llevar más lejos su
análisis (Ss. 18 abril 1945, 25 abril 1960, 20 marzo 1964 y 28 octubre 1974),
aunque parecen admitir implícitamente que la acción de nulidad no está sujeta a
plazo alguno de prescripción ni de caducidad. Esto último lo dicen explícitamente
y con cierto énfasis buen número de sentencias, como las siguientes: Ss. 11 enero
1928, 19 diciembre 1951, 20 y 23 octubre 1954, 8 octubre 1962, 27 marzo y 13 mayo
1963, 13 febrero 1964, 28 mayo 1965, 17 febrero 1966, 20 marzo 1969, 16 abril y 14
diciembre 1973, 14 y 22 marzo 1974, 20 diciembre 1975. Reiteran la
imprescriptibilidad de la acción de nulidad las Ss.: 19 julio 1989, 14 noviembre
1991: (la nulidad de pleno derecho o de inexistencia contractual es imprescriptible
de acuerdo con la antigua regla de que lo nulo en su inicio no puede ser
convalidado por la acción del tiempo); 23 julio 1993 (la nulidad radical es una
“figura de crisis negocial que queda al margen de la prescripción, según constante
doctrina de esta Sala”); 19 mayo 1995 (reproduciendo argumentos de quod ab
initio vitiosum est y de inaplicabilidad del art. 1301 a los casos de nulidad radical o
inexistencia, calificación que otorga a la renuncia de derechos hereditarios por el
padre en representación de hijos menores y de menor emancipado por el padre
para la ocasión; la impugnación, veintisiete años después de la celebración del
contrato, prospera, sobre todo, porque, a través de un uso conjunto del abuso del
derecho y del fraude de ley, el Tribunal llega a afirmar que no se trata de una
voluntad viciada –que daría lugar a anulabilidad, lo que en principio es más
correcto para estos casos- sino de falta de voluntad: vid. el comentario de DE LOS
MOZOS, J. L. 1996, 742 a751).
Así como la no aplicación del art. 1.301 a los contratos en que no se dan
los requisitos del art. 1.261 parece concluyente, es de notar que ni la
doctrina ni la jurisprudencia ha tratado de argumentar -más allá de las
expresiones generales a las que hemos hecho referencia- por qué no ha
de aplicarse ningún plazo de prescripción, a pesar de lo dispuesto en los
arts. 1.930 (“se extinguen por la prescripción… las acciones, de cualquier
clase que sean”) y 1.961.
[Jurisprudencia]
La S. 31 octubre 1922, si bien negaba la aplicación del artículo 1.301 a los
contratos “inexistentes”, declaraba que “en todo caso, serían aplicables las
disposiciones generales en materia de prescripción de acciones”. Y la S. 22 abril
1894 sujetó una acción de nulidad en Cataluña a la prescripción de treinta años del
Usatge Omnes causa. Pero ni éstas, ni la S. 16 abril 1916, son claras ni
contundentes y están contradichas por las posteriores. La S. 20 diciembre 1975
afirma que “con arreglo a la reiteradísima jurisprudencia de esta Sala, la acción
para declararlo así [la inexistencia por falta de consentimiento], pese a lo previsto
en el artículo 1.961 del mismo ordenamiento, no está sujeta a prescripción
extintiva”).
[Jurisprudencia]
Según la S. 15 junio 1994, "en las situaciones de nulidad radical contractual de
pleno derecho, contraventoras frontales de la legalidad, no opera la prescripción,
como sanciona el art. 6º-3 Cc. y al ser sus efectos ex tunc, como consecuencia de la
sentencia declarativa que la decreta. La nulidad se produce ipso iure y por ello es
imprescriptible, proyectándose frente a todos, sin perjuicio de los derechos de los
terceros de buena fe declarada". Para la S. 8 marzo 1994, "al margen de las
disquisiciones doctrinales existentes en orden a si existe o no distinción entre la
inexistencia y la nulidad radical, es lo cierto que la doctrina de esta Sala, no muy
abundante (?) pero sí unívoca, tiene declarado que tanto en los casos de
inexistencia como de nulidad absoluta el art. 1.301 no es aplicable, ya que estos
contratos carecen de toda validez (Ss. 23 marzo y 10 abril 1933; 13 mayo y 22
noviembre 1983; y 31 octubre 1992)". Este tipo de afirmaciones se reitera en
decisiones posteriores: S. 21 enero 2000 (rechaza el recurso que alegaba
inaplicación del art. 1303 con el argumento de que los contratos celebrados por
menor, en nombre propio y representación de sus hermanos menores “no pueden
convalidarse con el transcurso del tiempo, al ser imprescriptible la acción de
nulidad en un caso de “consentimiento inexistente que acarrea la nulidad radical
del contrato -art. 6.3 Cc.”-); S. 14 marzo 2000 (“son innumerables las sentencias
de esta Sala que declaran inaplicable el plazo de cuatro años, que establece el art.
1301 Cc., a supuestos de nulidad radical o absoluta como es el de ilicitud de la
causa, caracterizado según el art. 1275 Cc. por la carencia de “efecto alguno”, o a
los actos contrarios a las normas imperativas y a las prohibitivas, que el art. 6.4
del mismo cuerpo legal sanciona con la nulidad de pleno derecho: vid. el
comentario de BENAVENTE MOREDA, P. 2000, 805-834); 5 junio 2000 (“el
precepto citado –el art. 1301- no es de aplicación para los contratos radicalmente
nulos o inexistentes por falta de consentimiento, toda vez que la acción para tal
categoría de ineficacia es imprescriptible”).
[Doctrina]
En este sentido ESPÍN, D. 1970, 531 y ss, y 537 y ss., con cita de
doctrina y amplio razonamiento. Mucho antes, BORREL Y SOLER, A. 1947,
115-117. La misma opinión en DÍEZ-PICAZO, L. 1970 I, 302, 1993 I,
448, 1996 I, 474; BELLO JANEIRO, D. 1993, 63; con dudas, LÓPEZ
BELTRÁN DE HEREDIA, C. 1995, 245, 249 y 278 y ss.
Pasquau ha sometido a crítica el “dogma de la imprescriptibilidad”,
revisando las ideas fundamentales en las que, a su juicio, se sustenta (la
equivalencia práctica entre confirmación –tácita- y prescripción, que daría
lugar a que sólo pudiera jugar la prescripción en casos de contratos
confirmables, es decir, aquellos que reúnan los requisitos del art. 1261; la
identificación de la nulidad con las causas de nulidad que, en cuanto tales,
no desaparecen con el tiempo, luego tampoco la nulidad; finalmente, la
idea de que la anulabilidad protege intereses de orden privado, que
pueden ceder por razones de seguridad jurídica, mientras que la nulidad
protege el interés general, lo que explicaría que en el primer caso jugara
la prescripción y en el segundo no). El autor citado sostiene que, a falta
de norma expresa, por exigencias de la seguridad jurídica (fundamento de
la prescripción) y por aplicación de lo dispuesto en los arts. 1930.2 y
1964 Cc., debe entenderse que la acción de nulidad prescribe a los quince
años. Lo que sucedería es que, para el autor, de manera coherente con
sus peculiares tesis sobre la nulidad, tratándose de lo que califica como
vicios manifiestos, que hacen que el contrato no tenga “apariencia de
validez” no tiene sentido hablar de prescripción “porque no es necesaria
una acción para que el contrato pueda considerarse nulo” (PASQUAU
LIAÑO, M. 1997, 281 y ss. y 362).
[Jurisprudencia]
En el resuelto por S. 25 enero 1991, se cuestionaba la validez de la inclusión, en la
venta cuestionada, de una capilla que formaba parte de la finca subastada a
mediados del siglo XIX, con fundamento en la legislación desamortizadora. De
acuerdo con esta legislación, la capilla no podía incluirse. En casación se alegan
los arts. 6.3, 1255, 1271-1º y el principio quod ab initio. Muy comprensiblemente, el
Tribunal Supremo no da la razón al recurrente, explicando que lo que plantea es
el tema de la nulidad radical o absoluta, en la parte que afecta a la capilla, “de la
venta judicial llevada a cabo por el repetido auto, por no haber excluido a la
capilla de la citada venta, acerca de lo cual no cabe pronunciarse ahora, al
tratarse de una resolución judicial que, con la lejanía histórica quedó firme, y no
consta que hubiera sido impugnada en su tiempo por quien tuviera legitimación
para ello”. El argumento sobre tratarse de resolución judicial (por ser judicial la
subasta) parece ad hoc y poco convincente [de hecho, el propio Tribunal se ha
servido de su doctrina de la imprescriptibilidad de los actos radicalmente nulos
para aplicarla a una adopción, naturalmente aprobada por el Juez en su
momento, señalando correctamente que “no es dable confundir expediente
(judicial) con litigio”: S. 8 marzo 1988].
Curiosamente, el Tribunal Supremo ha aplicado la prescripción de quince años a
la acción de nulidad procedente del carácter usurario del contrato (Ley 23 julio
1908): Ss. 14 diciembre 1949 y 25 febrero 1960. Quizás porque en estos casos se
ejercita casi siempre una acción restitutoria. Hay que recordar, de todos modos,
que la jurisprudencia sobre la clase de invalidez de los contratos usurarios es
contradictoria: por ejemplo, mientras que la S. 30 diciembre 1987 afirma su
nulidad radical, la de 8 noviembre 1991 la excluye de manera no menos expresa,
bien es cierto que a distintos efectos.
[Resumen]
En estas materias, por su novedad y especialidad, pero también por
influencia de las Directivas europeas, resultan inadecuados los regímenes
conocidos de la nulidad y la anulabilidad, o requieren notables
adaptaciones. Cabe hablar, en ciertos casos, de una “nulidad de pleno
derecho relativa”.
[Doctrina]
La doctrina explica que se trata de una nulidad de pleno derecho, por ser
la que procede en el caso de contravención de norma imperativa o
prohibitiva, pero que sólo está prevista en interés del adherente, en el
sentido del art. 2 de la Ley, único legitimado para hacerla valer
(PASQUAU LIAÑO, M. 1999 a, 282; MIQUEL, J. M. 2002, 474), o su
fiador, conforme al art. 1853 Cc. (en este sentido, SÁNCHEZ LÓPEZ, B.-
DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, I. 2002, 490).
[Jurisprudencia]
No lo entendió así, con anterioridad a la Ley, la S. de 12 de diciembre de
1991, que aplicó en contra del comprador el antiguo art. 14 de la Ley de
venta a plazos de bienes muebles y apreció la excepción de
incompetencia porque el comprador presentó la demanda ante el Juez del
domicilio del vendedor.
Con un criterio no compartible, la S. 20 noviembre 1996, consideró
insuficiente la condición de adherente, exigiendo también la presencia de
un interés que, parece ser, se hubiera acreditado si se le hubiera
pretendido aplicar alguna de las cláusulas del contrato o se le hubiera
causado algún perjuicio. En el caso, por el contrario, el actor “no buscaba
con el pleito la protección de sus intereses como titular de una cuenta
corriente con el Banco A., S.A., sino precisamente provocar este pleito,
como lo demuestra el hecho de haber abierto otras en distintas entidades
bancarias y no haber en ningún momento ejercitado sus derechos
contractuales”.
[DOCTRINA]
SÁNCHEZ LÓPEZ, B.- DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, I. entienden que, fuera de
los casos en que la propia entidad sea adherente de un específico
contrato, o de la actuación en representación de uno de sus asociados,
sólo es posible la actuación tales entidades como intervinientes adhesivos
simples en un proceso iniciado por un adherente particular, para lo que
deberán acreditar un interés jurídicamente protegible, que sólo concurrirá
cuando el éxito de la acción individual pueda hacer renacer la acción
colectiva prescrita, conforme a lo previsto en el art. 19 de la Ley (2002,
493 y ss.).
[Doctrina]
La doctrina no es uniforme: con criterio restrictivo, señalando el juego de
los principios de congruencia y tutela judicial efectiva, PASQUAU LIAÑO,
M. 1999 a, 285; a favor de la apreciación de oficio de la nulidad: MIQUEL,
J. M. (2002, 478), para quien la audiencia a las partes puede llevarse a
cabo en la comparecencia previa, art. 416 Lec., aunque no nos parece
seguro que este cauce esté pensado para resolver problemas de este
tipo, además de que haría falta que el Juez hubiera tomado ya su
iniciativa en ese momento; BERCOVITZ, R. admite la apreciación de
oficio, con respeto al art. 24 CE, dando por supuesto que esto es lo que
sucede en los casos de nulidad absoluta (1999, 263, nota 10); también
SÁNCHEZ LÓPEZ, B.- DÍEZ-PICAZO, I., pero negando que la decisión del
Juez a este respecto tenga fuerza de cosa juzgada (2002, 515).
Para la apreciación de oficio de la nulidad en un proceso ejecutivo, estos
últimos autores entienden que el Juez está facultado ex arts. 551 y 552
Lec. cuando la nulidad de la condición general pueda afectar a la
regularidad formal del título ejecutivo –por ejemplo, la liquidez o la
exigibilidad de la deuda-. Entre las resoluciones de los Tribunales, la
STJCE 27 junio 2000se mostró favorable a la apreciación de oficio por los
Tribunales nacionales acerca del carácter abusivo de las cláusulas, pero
en un caso de sumisión expresa contraria al carácter improrrogable de la
competencia territorial, por lo que no es seguro que, pese a la amplitud
de su razonamientos, pueda generalizarse esa doctrina.
[DOCTRINA]
SÁNCHEZ LÓPEZ, B.- DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, I., que han estudiado la
jurisprudencia de las Audiencias Provinciales dictada al amparo del art. 10
de la Ley general para la defensa de los consumidores y usuarios de 1984
bajo la vigencia de la anterior Ley de enjuiciamiento, ponen de relieve
que, en la práctica, y contra la letra de la ley procesal, los Tribunales
entraban en el análisis de todo tipo de argumentos defensivos del
ejecutado que, en buena técnica, debían reservarse para un eventual
proceso declarativo posterior (2002, 505 y ss.). Pero para estos autores,
con la nueva Lec. resulta más claro que el legislador no ha querido
introducir una norma que prevea la posibilidad de alegar como motivo de
oposición a la ejecución la nulidad de una condición general, por lo que el
lugar para hacerla valer será el proceso declarativo posterior (509).
[Doctrina]
Además, y conforme al art. 222.3 Lec., la cosa juzgada de la sentencia de
fondo firme dictada en un proceso para la protección de los derechos e
intereses de los consumidores iniciados por las personas legitimadas por
el art. 11 afecta a los sujetos que no hayan sido parte en dicho proceso
pero son los titulares de los derechos que fundamenta la legitimación de
las partes que actuaron en el mismo. Habrá que esperar, sin embargo,
como indica este mismo autor, a la interpretación jurisprudencial, para
ver cuál de las dos interpretaciones posibles del precepto prevalece: a)
entender que cuando la asociación o el grupo de afectados comparecen
en el proceso como actores, pueden intervenir en el mismo los
perjudicados individuales (art. 13.1 Lec.), garantizándoles su intervención
la publicidad que ha de realizarse de la existencia del proceso (art. 15
Lec.); se trata de una intervención provocada porque a los concretos
individuos que han sufrido un daño –en la terminología de la ley, aunque
es aplicable en general a otros supuestos- les afectará la sentencia (art.
222.3 Lec.), y podrán verse beneficiados por la sentencia estimatoria de
la pretensión de condena aunque su derecho no haya sido objeto del
proceso (arts 221 y 519 Lec.); b) entender que los derechos personales
de resarcimiento por el daño –la restitución de la prestación, en el caso
que nos ocupa- no quedan comprendidos en los efectos de la cosa
juzgada, y los concretos consumidores que no inicien el proceso ni
intervengan en él pueden optar por utilizar el beneficio que para la
ejecución de la sentencia de condena les ofrece el art. 221.1ª o iniciar un
proceso autónomo (LÓPEZ-FRAGOSO ÁLVAREZ, T. 2001, 1-329).
INDICE
3.1. En general
Las nulidades de los contratos
© J. Delgado y Mª Angeles Parra. Zaragoza. 2003.
3.2. Propagación de la
ineficacia
Por otra parte, hay que advertir que, para resolver los problemas de
“propagación de la ineficacia” constituye una simplificación la tendencia
recogida en la manualística a razonar exclusivamente sobre la idea de
accesoriedad. La invalidez de la obligación, cláusula o contrato principal
acarrearía la de lo accesorio, tanto si es parte del mismo contrato como si
se trata de contrato coligado o conexo, mientras que la validez de lo
accesorio no afectaría a lo principal.
En otros casos deben tenerse en cuenta otros datos. Así, de acuerdo con
el art. 8 de la Ley de arbitrajes de Derecho privado "la nulidad de un
contrato no lleva consigo de modo necesario la del convenio arbitral
accesorio".
Aunque algunos autores han defendido la autonomía o independencia del
pacto arbitral, ALBALADEJO ha puesto de relieve cómo lo que sucede es
que el pacto arbitral no siempre es accesorio o dependiente de las
discrepancias que puedan surgir en la aplicación del contrato principal (en
tal caso, la caída de lo principal arrastra la de lo accesorio, el convenio
arbitral), y puede haber sido voluntad de las partes que también quede
sometido al arbitraje la propia cuestión de la validez o invalidez del
contrato principal (1990, 69 y ss.).
Para la fianza, CARRASCO PERERA señala, con acierto, que no existe una
regla absoluta y todo depende del sentido de las declaraciones de
voluntad (2002 b, 149 y ss.). Además de lo que hemos explicado en el
apartado 2.2.1 (“Quién puede impugnar”) acerca de las excepciones que
puede oponer el fiador, deben tenerse en cuenta otros datos, como el
propósito negocial de las partes o el tipo invalidez.
Según las Ss. 6 marzo 1961 y 8 noviembre 1991, los efectos de aquel
contrato no desaparecen en su integridad y, por ende, el accesorio de la
fianza subsiste, si bien reducido a la extensión de la obligación principal.
La misma doctrina mantiene, para la hipoteca de préstamo usurario, con
cita de la doctrina de la S. de 6 de marzo de 1961, la S. 14 junio 1984
(“por obra misma de su accesoriedad habrá de subsistir la hipoteca en
tanto el pago del crédito no provoque su extinción”). Parece criticable
este criterio, pues como, con mejor criterio dice la S. 20 junio 2001,
rectificando el criterio de la de 1984: “no se ve cómo puede subsistir una
hipoteca constituida voluntariamente con los requisitos precisos para su
inscripción registral en atención a los principios hipotecarios de
especialidad y determinación, a fin de que garantice otra obligación
principal y por un tiempo que no se ha establecido obviamente... el
órgano judicial no puede ser la fuente creadora de una garantía real con
los necesarios requisitos exigidos para la inscripción”.
La doctrina, por otra parte, cada vez presta más atención a la nulidad
parcial
GÓMEZ MARTÍNEZ FAERNA, 1962, 338 y ss.; LÓPEZ FRÍAS, A. 1990, 851
y ss.; MARIN PADILLA, M. L. 1990; GORDILLO CAÑAS, A. 1975, 101 y
ss.; RUIZ MUÑOZ, M. 1992; CARRASCO PERERA, Á. 2003, 945; VÁZQUEZ
DE CASTRO, E. 1999; GÓMEZ DE LA ESCALERA, C. 1995; CRISCUOLI, G.
1959; GANDOLFI, G. 1991, 1049 y ss.; SIMLER, Ph. 1969; GHESTIN, J.
1988, págs. 1009-1060 (extensión en una obra general que muestra la
importancia que la nulidad parcial ha adquirido en la práctica y la doctrina
francesas).
Así, por ejemplo, recogiendo el criterio del art. 10 de la Ley del contrato
de trabajo, el art. 9 del Estatuto de los Trabajadores establece que “si
resultase nula sólo una parte del contrato de trabajo, éste permanecerá
válido en lo restante, y se entenderá completado con los preceptos
jurídicos adecuados conforme a lo dispuesto en el nº 1 del artículo 3”
(que establece las fuentes de la relación laboral: disposiciones legales y
reglamentarias, convenios colectivos, disposiciones de las partes y usos y
costumbres). Pero, además, el precepto atribuye al Juez un poder de
declarar la subsistencia o la supresión de las condiciones o retribuciones
especiales que tuviera asignadas el trabajador en la parte no válida del
contrato (vid. MONTOYA MELGAR, A. 2000).
Hasta finales de los años setenta (y todavía en Ss. como 7 julio 1981 y
25 mayo 1983) el T.S. reputaba irrelevante en el orden civil la infracción
de las pertinentes "normas administrativas". En Ss. como 17 abril 1978,
20 marzo 1979, 3 diciembre 1984, 20 junio 1985, 15 febrero y 24 junio
1991 aprecia nulidad parcial, con sustitución, por tanto, del precio
pactado por el que legalmente corresponda, sin acceder a la nulidad total
pues "redundaría en beneficio del vendedor culpable de la contravención"
(como dice, con varias otras, la última de las citadas). Cuando esta línea
jurisprudencial parecía consolidada (y, en general, aprobada por la
doctrina), la S. 3 septiembre 1992 casa la de instancia (que apreció
nulidad parcial) y vuelve a la tesis de la validez de la venta con el precio
efectivamente pactado. Fue seguida por las Ss. 14 octubre 1992, 4 junio
y 16 diciembre 1993, 21 febrero 1994, 4 mayo 1994, 11 junio 1995, 15
marzo y 21 noviembre 1996, 4 febrero 1998, 27 marzo, 14 junio y 6
noviembre 2000 y 16 julio 2001, por lo que ya se puede considerar
"reiterada jurisprudencia de esta Sala" la que determina que "no cabe
aplicar la nulidad del art. 6.3 Cc.. puesto que la legislación de viviendas
establece que tales casos son determinantes de sanciones administrativas
y pérdida de beneficios, ni cabe sostener la nulidad parcial de la cláusula
puesto que el precio pactado fue el decisivo para el acuerdo de
voluntades". Aunque no la contradice la S. 23 febrero 1994, acaso
tampoco armoniza plenamente con esta doctrina, pues entiende que el
precio de la vivienda por la que se entregó una cantidad a cuenta, no
habiéndose pactado otro, es el oficial. Para casos especiales, el T.S. ha
dictado Ss. (ambas casan las de instancia: las Audiencias se acomodaron
inmediatamente a la nueva jurisprudencia) como la de 10 octubre 1994
(la indemnización por incumplimiento del promotor-vendedor ha de
calcularse de acuerdo con el precio oficial) y S. 9 febrero 1995, que
entiende que en la liquidación de una sociedad de gananciales la
valoración de la vivienda ha de ser al precio oficial (muy inferior al que
ambas partes le habían atribuido, acorde con el mercado). Puede
pensarse que es la cambiante "realidad social" tenida en cuenta por el
juzgador la que lleva a estas divergentes apreciaciones, lo que no dejaría
de ser coherente con la función y finalidad de este tipo de ineficacia
parcial, pero lo cierto es que la mayoría de la doctrina ha criticado el
cambio jurisprudencial: en realidad, el RD 727/1993, de 14 de mayo, al
levantar la limitación en el precio de las viviendas acogidas a regímenes
anteriores al RDL 31/1978 (pero no así para las posteriores, con variantes
según los casos lo hizo sólo para las segundas y posteriores
transmisiones, no para las primeras ventas hechas por constructores y
promotores). Criterio diferente al que resulta de la actual doctrina
jurisprudencial para la venta es el que recoge la Ley 29/1994, de
Arrendamientos Urbanos, cuya Disposición Adicional Primera (Régimen de
las viviendas de protección oficial en arrendamiento), dispone en su
apartado 5º que "sin perjuicio de las sanciones administrativas que
procedan, serán nulas las cláusulas y estipulaciones que establezcan
rentas superiores a las máximas autorizadas en la normativa aplicable
para las viviendas de protección oficial". Esto significa, entonces, que es
ineficaz en cuanto al exceso, es decir, se establece una regla de nulidad
parcial. ¿Se entenderá que el arrendatario es merecedor de una tutela
más fuerte que el comprador de vivienda de protección oficial?
De otra parte, parece evidente que el artículo 1.303 está dictado para
todo supuesto de invalidez: lo prueba la existencia de los artículos 1.305
y 1.306 -que suponen nulidad absoluta- junto al artículo 1.304 -referido,
en principio, a casos de anulabilidad-, siendo todos ellos introducidos por
el legislador como excepciones a la regla general contenida en el artículo
1.303 (véanse sus palabras finales).
Otra cosa es que cuando, siendo el contrato nulo de pleno derecho (o,
excepcionalmente, anulable), es un tercero el que hace valer la invalidez,
el art. 1.303 no reza con él, ya que, no habiendo recibido nada en virtud
del contrato, nada tiene que restituir. Conviene advertir que, en
ocasiones, sin embargo, la jurisprudencia, partiendo de una calificación de
nulidad discutible (para los casos de falta de poder disposición, venta de
cosa ajena o parcialmente ajena), llega a condenar a la restitución de
bienes, como consecuencia natural de la declaración de nulidad instada
por quien no fue parte en el contrato (vid. 3.4.3, “La restitución de las
prestaciones. Sujetos”).
Debe observarse, por otra parte, que la afirmación iura novit curia de la
restitución no es raro que se realice para favorecer a quien en el proceso
no ha solicitado la nulidad, sino defendido la validez del contrato, sin
haber pedido, para el caso de que se declare la invalidez, la restitución de
lo por él entregado, de modo que se vería condenado a restituir sin
recibir a cambio la prestación que realizó (Ss. citadas de 24 febrero 1992,
29 septiembre 1992, 26 julio 2000, 30 noviembre 2000).
La acción de restitución del art. 1.303 tiene mucho en común con otras
acciones tendentes igualmente a la restitución de bienes. Carrasco Perera
la incluye entre las correspondientes a uno de los cinco modelos
restitutorios que identifica en nuestro Derecho, la "restitución de bienes
en razón de la pérdida de eficacia del título por el que se entró a poseer,
o a la misma ineficacia inicial del mismo", cuyo común denominador en el
Derecho romano "es el de responder al esquema de la restitutio in
integrum, es decir, aquella basada en el principio de que el contrato
devenido ineficaz debe quedar en tal forma que nihil amplius
consequeretur quamquod haberet si (veditio) facta non esset".
Responden a este modelo, junto al art. 1.303, los artículos 1.124-1.295
(resolución, rescisión), 1.123 (cumplimiento de condición resolutoria),
1.120, 1.122 (condición suspensiva), 1.486 (redhibición de la venta),
entre otros (CARRASCO PERERA, Á. 1987-1988). Naturalmente, ello no
quiere decir que el régimen de la restitución en todos estos casos sea
idéntico, pero sí que algunos aspectos de su regulación responden a los
mismos principios.
3.4.3. Sujetos
Con mucha más razón, tampoco pueden generalizarse las soluciones a las
que llega el Tribunal Supremo en materia de restitución después de
calificar, erróneamente, como nulos, supuestos que debieran recibir otro
tratamiento. Este es el caso de la contratación en nombre de otro sin
estar por éste autorizado (art. 1259 Cc.), el de la venta de cosa ajena y
el de venta de cosa parcialmente ajena, en los que se ordena la
restitución a favor del titular del derecho dispuesto y de cuyo
consentimiento se ha prescindido. Los ejemplos que a continuación se
exponen muestran que, arrastrando el error de la calificación de nulidad,
el Supremo llega a desmentir la afirmación de que la restitución sólo
procede entre las partes del contrato que llevaron a cabo las
prestaciones:
Fuera del Código civil hay una importante norma, en el Código Penal, que
fundamenta un derecho de restitución frente a cualesquiera terceros
poseedores de la cosa, para el caso en que alguien haya sido privado de
su posesión mediante delito. El art. 111 Cp. incluye en la responsabilidad
civil derivada de delito o falta la restitución de la cosa de manos de
cualesquiera terceros. De este modo, cuando media un delito como el de
estafa la declaración de nulidad del contrato puede llevar consigo la
recuperación de la cosa en poder de terceros. Nos ocupamos de estos
problemas en 3.5 (“Consecuencias de la declaración de nulidad de
contrato contenida en sentencia penal”).
Salvo lo ahora dicho sobre el art. 111 Cp., no hay otro precepto que con
alcance general permita pedir la restitución a los terceros ajenos al
contrato que los relativos a la reivindicación.
3.4.3.3.2. Relaciones entre el propietario y quien recibió la cosa de quien no era propietario en
razón de un contrato impugnable.
3.4.4. Objeto.
Los artículos 1.303 y 1.308 están pensados para los supuestos en que el
contrato inválido produzca obligaciones para ambas partes y que ambas
las hayan cumplido, y el primero de ellos atiende más específicamente a
la compraventa. A pesar de lo cual, la norma ha de ser generalizada
cuanto sea posible (S. 22 noviembre 1983), de modo que servirá de
fundamento también para la restitución de la prestación única realizada.
Lo mismo cuando se hayan entregado cosas o dinero como cuando la
prestación sea por su naturaleza irrestituible in natura (por ejemplo,
servicios: entonces, en su equivalente dinerario), supuesto al que nos
referimos en el siguiente apartado (3.4.4.2).
A) Cuando el contrato inválido intentó crear obligaciones recíprocas, y en
esta inteligencia fue cumplido por ambas partes, la interdependencia de
las prestaciones opera en la relación de liquidación, de modo que las
restituciones han de hacerse simultáneamente y cualquiera de las partes
puede oponer a la otra la excepción de incumplimiento. Observaba al
respecto GARCÍA GOYENA que en ningún contrato bilateral u obligación
recíproca, el que no cumple la suya no puede exigir el cumplimiento del
otro contratante y añadía: "lo mismo debe observarse en las sentencias"
(GARCÍA GOYENA, comentario al artículo 1.195 del Proyecto de 1851).
El artículo 1303 Cc. parece imponer siempre, a quien por razón de nulidad
del contrato ha de devolver cosa fructífera, la restitución de los frutos
junto con la cosa. Pero, además de cierta imprecisión –ya que no se
indica qué frutos, los percibidos o los debidos percibir, son los abonables-
, la doctrina denunció desde la entrada en vigor del Código cierta
contradicción con el artículo 451, que atribuye al poseedor de buena fe
los frutos percibidos mientras no sea interrumpida legalmente la
posesión. Y es claro que quien recibió la cosa en virtud de contrato nulo
puede perfectamente ser poseedor a título de dueño –o en otro concepto
que igualmente le permita la apropiación de los frutos- y de buena fe.
Algunos autores pretendieron salvar la antinomia atribuyendo al artículo
1303 la regulación de las relaciones interpartes dirigidas a la restitución
de lo prestado en razón de contrato nulo, y circunscribiendo la aplicación
de los artículos 451 y 455 a los supuestos en que la restitución ha de
hacerla el poseedor a tercera persona ajena al acto de adquisición, es
decir, cuando el título del poseedor procede a non domino: SÁNCHEZ
ROMÁN, F. 1909, 443-444; GÓMEZ ACEBO, F. 1952, 208; MARTÍN
PÉREZ, A., 1958, 160; de otra opinión en 1993, 289.
Otros autores, por el contrario, mantienen la aplicación de los artículos
451 y 455 también cuando el título –nulo- procede a domino (DE
CASTRO, F., 1967, 484; PUIG BRUTAU, J. 1983, 119-120; DELGADO J.
1975, 559 y ss. cuyas opiniones, en lo fundamental, se siguen en
adelante.
a) En primer lugar, los artículos 451 y 455 del Código civil no son, como
en otros Derechos, una peculiaridad del ejercicio de la acción
reivindicatoria, sino que configuran el estatuto de todo poseedor,
independientemente de cómo comenzó a poseer y cómo se ve
desposeído. Si quien comenzó a poseer por propia autoridad –con buena
fe- hace suyos los frutos, no hay razón para que haya de restituirlos
quien recibió la posesión –siendo igualmente de buena fe- de quien ahora
se la reclama.
Explica Díez-Picazo que, al ser la del art. 1307 una obligación de valor,
plantea el problema de las devaluaciones monetarias. Critica la S. 3
noviembre 1988, que confirma la sentencia recurrida por considerar
correcta la afirmación de que la obligación de devolución es “del valor de
la cosa al tiempo de la obligación y no de la devolución”, sin que deba
tenerse en cuenta la devaluación monetaria. A juicio de este autor esta
afirmación no sólo entra en contradicción con alguno de los postulados de
la propia jurisprudencia, sino que además destruye la característica
sustancial de ser una obligación de valor “La liquidación de las nulidades
contractuales” (DÍEZ-PICAZO, L. 1994, 117). La sentencia, que en
realidad no resuelve un caso de nulidad, sino un pleito de resolución de
compraventa por incumplimiento del vendedor, rechaza el motivo del
recurso de casación que alegaba, precisamente, aplicación indebida de los
arts. 1303 y 1307 Cc., por considerar el recurrente que estos preceptos sí
permiten referirse al valor de la cosa al tiempo de la obligación, pero que
no son aplicables a las consecuencias previstas en el art. 1124 Cc.
Para el caso, no previsto en el art. 1307, del accipiens de buena fe, se
aplicaría el final del art. 1897, por las razones antes indicadas (con lo que
restituirá el precio percibido o cederá la acción para hacerlo efectivo).
Además, cabe considerar que, aun ofreciéndose al actor expedita la vía
de la reivindicación, pueda optar por dirigirse únicamente contra el
cocontratante, si ello le es más cómodo, ex art. 1303 y (por analogía)
1307, para exigirle restitución por equivalente. Este comportamiento
implicaría ratificación del negocio ineficaz (por no ser dueño de la cosa
quien dispuso sobre ella) que medió entre el otro contratante y el
tercero. De esta forma se entiende fácilmente que el Juez no podrá
absolver al cocontratante demandado con el argumento de que la cosa
podía recuperarse de manos del tercero mediante reivindicatoria.
Para LÓPEZ BELTRÁN DE HEREDIA, C. 1995, 148 en este caso "el ejercicio
de la acción personal restitutoria contra la contraparte supondrá renuncia
al ejercicio de la acción reivindicatoria contra el tercer adquirente", si bien
más adelante (1995,152) reproduce la explicación -no incompatible con la
anterior- que aquí hemos dado.
Cabe preguntarse si en estos casos podría el cocontratante demandado
plantear la intervención en el pleito del tercero a quien él enajenó la
cosa, argumentando que sí es posible que prospere la reivindicación.
Aparte de que el art. 14 Lec. sólo contempla esta llamada al tercero
“cuando la ley lo permita”, lo que hace incierta la aplicación de esta
posibilidad en ausencia de previsión legal, a la vista de la regulación de
este precepto procesal, parece difícil que el Juez admita, sin la
conformidad del demandante, una intervención que supone un ejercicio
de una nueva acción no planteada por el actor (que ejerció una acción
personal de nulidad y restitución contra el cocontratante, y no una
reivindicatoria contra el tercero, bien por ignorar la enajenación o por
considerar preferible este camino).
Por último, es también imaginable una parcial acumulación de la acción
reivindicatoria contra el tercero y el remedio ofrecido por el art. 1307, a
los efectos de cobrar al cocontratante de mala fe frutos e intereses que el
tercero, si es poseedor de buena fe, no estaría obligado a abonar. A
CARRASCO PERERA, Á. (1988, 32) le parece admisible esta tesis, que
ilustra con cita de ALR, I, XI, 158.
3.4.5.1. Planteamiento.
Los arts. 1305 y 1306 Cc. forman un bloque peculiar, algo reiterativo,
que encaja en este capítulo al presentarse como una excepción o
salvedad (anunciada en el art. 1303 i. f.) a la regla de recíproca
restitución de las prestaciones producidas en virtud de contrato inválido.
El origen de la norma se remonta al Derecho romano [D. 12.5 (De
condictione ob turpem vel iniustam causam) y 12.7.5], de donde pasó al
intermedio (P. 3.22.27 y 5.14.47-54, cuya lectura recomendaba GARCÍA
GOYENA como explicación del precepto hoy vigente) para ser reelaborado
por civilistas y canonistas, cristalizando en las máximas nemo auditur
propriam turpitudinem allegans e in pari causa turpitudinis cessat
repetitio.
El origen y evolución de estas máximas, así como su recepción en la
doctrina de la codificación puede verse en DÍEZ-PICAZO, L. 1990.
En otros Códigos (alemán, suizo; nada dice el francés, aunque el principio
es aceptado jurisprudencialmente), la sustancia de estos preceptos se
presenta en sede de pago de lo indebido, o de enriquecimiento injusto.
Nada dice el Código civil francés, ni decía el italiano de 1865: en ambos
países Tribunales y autores entendieron aplicable la máxima nemo
auditur, no sin discusión sobre su alcance. El Código italiano de 1942
acoge el principio tradicional en su art. 2.035. Asimismo, con
anterioridad, ALR prusiano, I, 16, §§ 205 y ss.; BGB § 817 y Cód. obl.
suizo, art. 66; todos ellos -menos el ALR, que lo hace en la de pago- en
sede de pago de lo indebido o de enriquecimiento injusto], como hace
también la Compilación navarra, ley 510 [(capítulo "del enriquecimiento
injusto"). Dispone en la segunda parte de la Ley 510: "Causa inmoral
para el que pagó. Asimismo es irrepetible lo que se da a causa de un
convenio inmoral para el que pagó, aunque lo sea también para el que
cobró". (La primera parte de esta Ley se refiere a las obligaciones
naturales). En efecto, se trata de recoger un conjunto de casos en que se
deniega la condictio o la acción de cobro de lo indebido. En la medida en
que el art. 1303 contiene acciones de este tipo, es correcta la colocación
de los arts. 1305 y 1306, que señalan casos en que se excluye la
restitución de lo prestado.
Conviene retener este dato porque la sedes materiae elegida por el
legislador (el capítulo “De la nulidad de los contratos”) podría mover a
confusión, pues parte de un contrato nulo cuando lo único relevante es la
ilicitud cualificada o a la torpeza en la atribución patrimonial, sin contrato
previo. A esta cuestión nos referimos infra b).
En esencia, los arts. 1305 y 1306 responden a un solo principio y
contienen una sola norma básica (la exclusión de la repetición de lo dado
por causa torpe), pero la presentan repetitivamente. El art. 1305 se
ocupa del caso en que el hecho constituya delito o falta, distinguiendo
según sea común o de parte de uno solo de los contratantes. El art.
1306, del caso en que el hecho no constituyere delito ni falta,
distinguiendo según la culpa o turpitudo esté de parte de ambos
contratantes o de uno solo.
Como se ve, el paralelismo entre ambos enunciados es total, como ya
observó GARCÍA GOYENA, quien justificaba el artículo equivalente al
actual 1305 por haber hecho necesaria la distinción que en él se
establece diversos artículos del Código penal entonces vigente. Pero
observaron atinadamente Pérez González y Alguer que para establecer el
efecto penal (comiso) bastaba el Código de la materia, por lo que el art.
1305 es superfluo (PÉREZ GONZÁLEZ, B. y ALGUER, J. 1944, 367; 1981,
746).
LÓPEZ BELTRÁN DE HEREDIA, C. (1995, 307), que se adhirió a esta
crítica la matiza después (1997, 155), señalando cómo, en su opinión, el
art. 1306.II justifica la retención del contratante no culpable, mientras
que en el caso de delito de uno solo, la combinación del art. 1305 con lo
dispuesto en el Código penal respecto del comiso de las ganancias impide
este efecto; nos parece, sin embargo, que se olvida que el comiso de
ganancia es una consecuencia accesoria que deriva de la imposición de la
pena al condenado, no al no culpable (sobre lo cual, vid. CHOCLÁN
MONTALVO, J. A. 2001, 49 y ss.). Efectivamente, los efectos civiles -
privación de la restitución a uno o a ambos contratantes- son los mismos
sea o no su conducta constitutiva de delito. De hecho, el artículo 1.305 no
juega ningún papel en las sentencias penales que declaran nulidad de
contrato y sus consecuencias como parte integrante de la responsabilidad
civil (la cita del art. 1305 aparece, por ejemplo, de manera poco
significativa, junto a otros preceptos del Cc. y sin sacar consecuencias
para el caso concreto en la S. de la Sala 2ª de 4 abril 1992).
De otra parte, el legislador repite innecesariamente que del contrato nulo
por ilicitud de la causa o del objeto no nace ninguna pretensión a su
cumplimiento (“carecerán de toda acción entre sí”: 1305.I; “no estará
obligado a cumplir”: 1305.II; lo mismo, por tres veces en el art. 1306).
Bastaba para excluir la pretensión de cumplimiento con la declaración
genérica del art. 1275 (los contratos con causa ilícita no producen efecto
alguno) y aun sin ella, por estar implícita en el concepto de nulidad. La
exclusión de la repetición, ésta sí contenido específico y operativo de los
arts. 1305 y 1306 (también innecesariamente reiterada), es el único
aspecto en que ambos artículos contienen efectivamente una salvedad a
lo dispuesto en el 1303.
Entre los arts. 1305 y 1306, sumados, no agotan todo el ámbito de los
negocios nulos por ilicitud de la causa. El primero de ellos atiende a los
supuestos constitutivos de delito o falta; el segundo, a los de causa
torpe. Quedan fuera de su regulación excepcional los de objeto ilícito y
los de causa ilícita por ser contraria a las leyes (art. 1275).
Es decir, en nuestra opinión, la causa torpe apunta a la inmoralidad de
una datio (por sus motivos o la finalidad que persigue) que se enfrenta a
las buenas costumbres en modo tal que resulta proporcionada la pena
(civil) de privación de la restitución. Habrá que atender a las valoraciones
morales socialmente vigentes y cambiantes con los tiempos y las
costumbres: piénsese, por ejemplo, en lo dado como apuesta en juego de
azar, por corretaje matrimonial o por pacto de quota litis, o en las
donaciones a las personas con que se convive more uxorio. Los cambios
de la moral social en estas materias han sido radicales. Por ello mismo no
deben valorarse hoy los artículos 1.305 y 1.306 con los ejemplos del
pasado.
La S. 30 enero 1995, con cita de la de 23 febrero 1988, reitera que la
"realidad social" puesta de manifiesto por la regulación administrativa y
fiscal del juego, "conduce a excluir la existencia de causa torpe o ilícita en
el juego legalizado", con la consecuencia de que el que pierde está
civilmente obligado a pagar,
La S. 18 noviembre 1994, con buen sentido (aunque mejorable sintaxis)
considera que una donación a la persona con la que se convive (¿habría
que añadir que "cualquiera que sea su orientación sexual"?) puede no
tener nada de inmoral, citando incluso el art. 39 C.E. sobre protección a
la familia. Para entender la historia del tratamiento jurídico de las
donaciones a la concubina conviene recordar -recordatorio quizás ya
imprescindible para los más jóvenes- que el Derecho prohibía (en el
Código, hasta 1975) las donaciones entre cónyuges.
Interesa subrayar que hay, sin duda, contratos de causa u objeto ilícitos
en que, no habiendo delito, y no pudiendo reprocharse torpeza a ninguno
de los contratantes, no han de aplicarse los arts. 1305 y 1306, sino la
regla de recíproca restitución (art. 1303). Sucede ello, ante todo, en los
casos en que el contrato sea nulo por ser contrario a la ley -supuesto
habitualmente considerado de nulidad por ilicitud de la causa, atendiendo
a que, según la letra del art 1275, es ilícita la causa cuando se opone a
las leyes- pero no se puede tachar la conducta de las partes como
deshonesta, impúdica, lasciva, ignominiosa, indecorosa o infame (que son
los significados del adjetivo “torpe” según el Diccionario de la Academia,
4a y 5a acepciones). Sólo la torpeza en el sentido dicho -o la condena por
delito o falta- determina la privación de la repetición. La tacha de torpeza
podrá acompañar a la infracción a la ley, pero ciertamente no en todos
los casos ni de forma necesaria. Ni toda conducta ilegal lleva tacha de
turpitudo, ni esta implica necesariamente contradicción a la ley.
Bien dice CARRASCO PERERA, Á. (1992, 784) que "el Tribunal Supremo
ha optado por referir continuamente el art. 6º-3 al defecto de ilicitud
causal, identificando una y otra vez la nulidad del acto contra legem del
art. 6º-3 con la nulidad del contrato incurso en ilicitud causal del artículo
1.275". Por ello mismo parece absolutamente imprescindible circunscribir
la aplicación del art. 1.306 sólo a algunos casos de ilicitud de causa,
identificando restrictivamente una causa "torpe". En sentido semejante,
Díez-Picazo afirma que los contratos prohibidos que no son constitutivos
de delito (art. 1305) ni tienen causa torpe por inmoralidad del contrato o
de las prestaciones contractuales (art. 1306) siguen las reglas generales,
pues no hay una privación de la condictio de restitución por la ilicitud del
contrato (DÍEZ-PICAZO, L. 1994, 122).
En la jurisprudencia francesa parece bien establecida la distinción entre
ilicitud e inmoralidad a efectos de aplicar en el segundo caso y no en el
primero la máxima nemo auditur: AUBERT, M. 1954, 95 y ss.; LE
TOURNEAU, Ph. 1970, 132 y ss.
Entre nosotros, la práctica muestra que no es raro que la parte obligada a
restituir trate de retener la cosa recibida alegando el art. 1306, en
supuestos en los que no tiene nada que hacer (S. 19 junio 1986, pago de
cheque librado con cargo a cuenta corriente efectuado por la entidad
bancaria sin cargo a la cuenta, y que es considerado como pago por un
tercero; S. 26 marzo 1986, pago excesivo por error y posterior
declaración de nulidad de unas cláusulas del contrato que no afectaban a
ese pago).
Puede observarse también cómo el Tribunal Supremo, en casos en los
que es discutible la existencia de causa torpe, da por supuesta la torpeza
y excluye la aplicación del art. 1306 con otros argumentos.
Así, negando que el art. 1306 sea aplicable cuando la nulidad deriva de
ser simulado el contrato (S. 24 enero 1977, que considera causa torpe o
ilícita la simulación de una venta para evitar que los acreedores pudieran
embargar la maquinaria; S. 30 octubre 1985, compraventa en la que no
existe precio, aunque no consta la finalidad de la simulación).
Tampoco parece que exista torpeza en la celebración de un contrato
contrario a las prácticas restrictivas de la competencia, pero la S. 31
diciembre 1979 rechaza la aplicación del art. 1306 por otra razón: la de
no existir recíprocas prestaciones.
En un caso que no debiera calificarse siquiera de nulo (porque existen
remedios específicos para proteger a los legitimarios, y no parece
correcto declarar la nulidad porque la cedente careciera de más bienes:
cesión de bienes a cambio de alimentos), la S. 24 marzo 1995 confirma la
condena a la restitución recíproca y no aplica el art. 1306 -no invocado
por nadie y que perjudicaría a la única recurrente- por entender que lo
impide el principio de la “reformatio in peius” (a pesar de que se
considera torpeza “el propósito de eludir la obligación de respetar las
legítimas).
La S. 11 diciembre 1986 considera “contrario a la moral y a las buenas
costumbres obtener o provocar la transmisión gratuita de un inmueble,
aunque no medie amenaza, por la promesa de un silencio ante la
Administración respecto de la existencia de una determinada
contravención tributaria” (aunque después afirma que el art. 1306 no es
aplicable a los casos de inexistencia del contrato por falta de causa –lo
que es incompatible con la anterior afirmación de que la causa es ilícita
por contraria a la moral- y, “a título de abundamiento”, añade que en
cualquier caso, no hay torpeza por parte de la víctima de la conducta
antijurídica de otro-). Vid. comentarios a esta sentencia de CLAVERÍA
GOSÁLBEZ, L. H. 1987, 4281 a 4287 y de MORALES MORENO, A. M.
1988, 607 a 618.
La aplicación de la exclusión de restitución en casos de contravención de
la legislación sobre precios ha sido vacilante. La S. 20 mayo 1985, en un
caso de venta de hormigón a precio superior al autorizado legalmente, no
niega que sea inaplicable el art. 1306 por faltar el requisito de la torpeza,
sino que razona acerca de si la causa torpe debe ser atribuida a las dos
partes o únicamente a la vendedora (postura que prevalece, aplicando el
párrafo segundo del art.1306, lo que permite a la compradora recuperar
lo pagado de más). Sin embargo, la jurisprudencia que considera válidos
los contratos que incumplen la normativa sobre viviendas de protección
oficial en materia de devengo de intereses o precios máximos, ha
considerado inaplicable el art. 1305 (que permitiría al no culpado
recuperar lo dado de más) porque, en efecto, se trata sólo de infracción
de norma administrativa que no constituye delito, pero tampoco ha dicho
que el es el 1306 el que debiera ser invocado o aplicado (Ss. 14 octubre
1992, 4 junio 1993, 3 diciembre 1993).
La S. 14 marzo 1986 ha considerado aplicable el art. 1306, 1º en un caso
de infracción de la normativa de cooperativas (que impide ser directores
a los funcionarios al servicio de la Administración que desarrolle funciones
relacionadas con las típicas de la cooperativa), con el resultado de negar
la repetición de las cantidades abonadas desde la incompatibilidad.
También en un caso de infracción de la normativa sobre transmisión de
farmacias, en la S. 2 abril 2002 (comentada por LÓPEZ-BELTRÁN DE
HEREDIA, C. 2002), impidiendo al transmitente obtener el pago de los
beneficios pactados en virtud de un contrato de regencia de farmacia
celebrado.
En esta última sentencia, contra lo que se ha sostenido aquí,
expresamente afirma el TS. que limitar la “causa torpe” del art. 1306 a
los supuestos de quebrantamiento de buenas costumbre es una
“interpretación estricta que no se compagina con una interpretación
sistemática, que pasando de su significación vulgar del término “torpe”,
hay que entenderlo aplicable a todos los supuestos de contratos con
objeto o causa ilícita, que no sea susceptible de ser tipificada de
infracción penal, supuesto al que se refiere, precisamente el artículo
anterior, el 1305 Cc., preceptos ambos que no hacen otra cosa que seguir
la máxima que establece que “in pare cause turpitudinem, melior est
condictio possidetis”, criterio que acertadamente adoptó la sentencia
recurrida y que es unánime entre los intérpretes del Código [lo que no es
cierto, nos permitimos objetar nosotros], que entienden que se
comprenden en este caso no sólo lo opuesto a la moral, que no constituye
falta penada, sino también lo que contraríe el orden público o la ley, sin
estar determinada para el caso sanción penal”.
Esta S. se aparta de la jurisprudencia que ha mantenido la irrelevancia
civil, inter partes, de las normas administrativas sobre transmisión de
oficinas de farmacia: así, en S. 17 octubre 1987 (comentada por
BERCOVITZ, R. 1987), sin mención del art. 1306, afirma el Supremo que
“las irregularidades administrativas que cupiera reprochar a la parte
demandante y en las cuales participó en pie de igualdad la demandada,
no son bastantes a producir la nulidad que se pretende por cuanto la
levedad del caso así lo permite”, con el resultado de que se condena a la
demandada a presentar la liquidación de la explotación y al pago del
cincuenta por ciento de los beneficios, conforme a lo pactado.
La irrelevancia civil de la infracción de normas reglamentarias ha sido
sostenida en otras ocasiones: así, la S. 15 octubre 1999 (arrendamiento
de concesión de estación de servicio contraviniendo reglamentos de
carburantes) que añade que “aun suponiendo que contra lo determinado
en los arts. 1305 y 1306 Cc., tuviera el copartícipe de la causa ilícita
acción para utilizar ese motivo de nulidad, nunca podría hacerlo en
derecho propio para eximirse de las consecuencias del incumplimiento de
lo pactado”, afirmación que, aun hecha a mayor abundamiento, resulta
contraria a la ley.
Finalmente, no hay que desconocer que cabe que la ley infringida -como
lex specialis- determine una solución distinta, en todo o en parte, a la de
los artículos 1305 y 1306, aun cuando la conducta del infractor pudiera
calificarse de torpe (así, por ejemplo, art. 3°, Ley 23 julio 1908, de
represión de la usura). También, aunque la ley infringida nada prevea, la
sanción de privación de la repetición puede quedar excluida de acuerdo
con la finalidad de la norma prohibitiva (cfr. TORRALBA SORIANO, V.
1966, 687). Pero cabe entender también que la exclusión de repetición es
aplicable en ámbitos en los que como regla general el legislador sólo
establece la repetición, sin prever la posibilidad de la torpeza. Así parece
entenderlo la doctrina, por ejemplo, en relación con el contrato de
trabajo.
El art. 9 del Estatuto de los Trabajadores establece que, en caso de que el
contrato de trabajo resulte nulo, el trabajador podrá exigir, por el trabajo
que ya hubiese prestado, la remuneración consiguiente a un contrato
válido. La regla, que trata de evitar un enriquecimiento injusto del
empresario, está en la línea de lo explicado en 3.4.4.2, “El problema de
las prestaciones irrestituibles ‘in natura’”). Con anterioridad, el art. 55 de
la Ley del contrato de trabajo establecía una excepción: “Salvo si la
nulidad proviniera de voluntad maliciosa del trabajador” y hoy la doctrina
entiende que a conclusión semejante debe llegarse mediante la aplicación
analógica de los arts. 1305 y 1306 Cc., de tal manera que el trabajador
no tendrá derecho al salario si el contrato de trabajo constituye un ilícito
penal en el que han intervenido trabajador y empresario o si, no siendo
ilícito penal, el trabajador ha contribuido culpablemente a su invalidez
(vid. MONTOYA MELGAR, A. 2000).
La pérdida a que alude el artículo 1.314 puede ser, en primer lugar, una
pérdida puramente material, como la destrucción, el extravío o la
consumición. A la destrucción puede equipararse el menoscabo esencial
de la cosa, así como pérdida de identidad por unión, mezcla o
especificación.
La enajenación puede valer como confirmación tácita cuando se den los
requisitos necesarios (en particular, conocimiento de la causa de nulidad
y haber ésta cesado: vid. 4.1.4.2.); pero que, en todo caso, en cuanto
que pone al sujeto en la imposibilidad de restituirlo por él recibido y luego
enajenado, plantea la duda sobre si conserva o no la restitución de lo por
él prestado. De acuerdo con cuanto se lleva expuesto, la imposibilidad de
restituir le priva, en principio, de la acción de restitución (y esto,
probablemente, aun prescindiendo de si la otra parte contratante podría
recuperar la cosa, pues lo decisivo parece ser que el actor pueda
ofrecerla al pedir a su vez restitución). Pues bien, el artículo 1.314
conserva la acción a favor de los protegidos por la anulabilidad, aunque
hayan enajenado la cosa recibida, siempre que quepa entender que no ha
mediado dolo ni culpa en la enajenación (lo que depende de cómo se
entiendan estos conceptos: si se entiende como mero "hecho propio" o
imputable, lo sería toda enajenación voluntaria; quedaría fuera la
expropiación forzosa y, según los casos, la ejecución forzosa para pago
de deuda). Además, en todo caso, el incapaz que la enajenó -su
guardador legal, o con él- durante su incapacidad no pierde por ello la
acción.
Según lo dicho, y de acuerdo con el primer párrafo del art. 1314, cuando
la pérdida es fortuita, el actor no queda privado de su derecho a la
restitución de lo por él prestado. Pero calla este artículo sobre si no habrá
de restituir por su parte nada en absoluto, o acaso el equivalente, o al
menos el enriquecimiento. En el primer sentido podría inclinar una lectura
poco cuidadosa del artículo 1.314 (Así opina MANRESA Y NAVARRO, J. M.
1907, 811-812, que impone sin embargo a quien ejercita la acción el
deber de restituir los frutos que al tiempo de la pérdida hubiere recibido).
Ciertamente, este precepto ningún deber sustitutorio impone al actor.
Pero ello, más que indicio de no existir tal deber -sobre todo, dada la
forma indirecta con que se regula el caso- constituye una laguna
necesitada de integración.
Mucius Scaevola entiende que "aunque la cosa se haya perdido sin culpa
del demandante, la obligación de devolver su valor, con abono de los
frutos y de los intereses, no se altera en nada por los términos del
artículo 1.314": es decir, la laguna se colma con la aplicación del artículo
1.307 (MUCIUS SCAEVOLA, Q. 1958, 1.041). Pero tampoco esta solución
parece convincente, ya que, como hemos explicado, el artículo 1.307
presupone que el obligado a entregar la cosa contrató de mala fe, y por
ello se le impone una plena restitución por equivalente aunque la pérdida
haya sido fortuita. Mientras que el actor, en el supuesto del artículo
1.314, obró por hipótesis de buena fe al contratar (era incapaz, o sufrió
el vicio del consentimiento), por lo que su posición es la del accipiens
indebiti de buena fe, que sólo responde en cuanto se hubiere enriquecido
por la pérdida, menoscabo o enajenación de la cosa (artículo 1.897).
Cree igualmente que el artículo 1.897 es aplicable al caso por analogía
LÓPEZ BELTRÁN DE HEREDIA, C. 1995, 144.
Que el actor, perdida fortuitamente la cosa, no queda liberado de prestar
(al menos) el enriquecimiento nos lo confirma la consideración del caso
contemplado en el párrafo 2º del artículo 1.314. El incapaz conserva el
derecho a restitución, pero la aplicación entonces del artículo 1.304 es
ineludible, ya que está dictado precisamente para cuando no puede
restituir in natura lo recibido. Si el incapaz restituye, perdida la cosa, "en
cuanto se enriqueció", con mayor razón los demás sujetos considerados
en el artículo 1.314.
En definitiva, a quien perdió fortuitamente lo recibido el artículo 1.314, en
el ámbito de su aplicación (y contra la regla general del artículo 1.308)
consiente no obstante recuperar lo dado, pero no le libera de prestar el
enriquecimiento.
INDICE
4.1. La confirmación
Las nulidades de los contratos
© J. Delgado y Mª Angeles Parra. Zaragoza. 2003.
4.2. Otras formas de
convalidación o sanación
Panorámica
4.1. LA CONFIRMACIÓN
[Doctrina]
Por estas razones, y otras más ligadas a la regulación positiva -que, en el
caso del Código civil, es incompleta y ambigua en algunos puntos- se han
formulado en la doctrina muy diversas teorías sobre la naturaleza de la
confirmación, que conviene considerar brevemente. Vid. CLAVERÍA
GOSÁLBEZ, L. H. 1977, 57 y stes y SERRANO ALONSO, E. 1976, 54 y ss.
a) La confirmación como “sanación”, entendiéndose que la voluntad
viciada del contrato anulable es sustituida luego por otra manifestación de
voluntad por parte del incapaz o de quien sufrió el vicio, que pasa a
ocupar el puesto de la antigua como si hubiera sido emitida en el
momento de la celebración del negocio (la S. 14 mayo 1904 parece
entender la confirmación como una reiteración del consentimiento,
despojado ahora de vicios); o, al menos, que la nueva declaración de
voluntad suprime o borra la irregularidad del negocio, haciendo “sano” lo
“enfermo”.
Esta tesis -que encontraría cierto apoyo en la letra del art. 1313-
presupone una concepción de la invalidez como “estado del acto” en lugar
de como forma de tratamiento o regulación adecuada a ciertas
irregularidades. Por otra parte, explica mal la retroacción de los efectos
de la confirmación al momento de la celebración del contrato. En último
término, se apoya en una ficción, ya que la irregularidad o defecto del
contrato, como fenómeno empírico, no desaparece realmente en virtud de
actos posteriores.
b) La confirmación como “acto integrador” de un contrato que, así
completado, produciría los efectos que sin tal integración no pudo
alcanzar.
Pero no parece que el contrato anulable pueda ser tratado como
incompleto -susceptible, por tanto, de ser completado-, sino que es un
contrato cuyo ciclo de formación está ya cerrado, aunque irregularmente.
Tampoco este acercamiento teórico explicaría la retroacción de los afectos
de la confirmación.
c) La confirmación como renuncia de la acción de impugnación.
Es una teoría bastante extendida en nuestra doctrina (señaladamente
GULLÓN, A. 1960, especialmente 1195 y ss.).
La S. 17 junio 1991 dice obiter de la "actividad confirmatoria" que
"purifica a los posibles pactos anulables (art. 1.313 Cc.) bien mediante la
convalidación de los vicios originarios de que adolecen, convirtiendo en
regular lo que era negocio irregular -con lo que parece aceptarse la
posición doctrinal indicada sub a)-, o bien mediante la dejación y
renuncia de las acciones de anulabilidad que asisten a los interesados en
el asunto convenido, no obstante perdurar los defectos originarios".
Le daría apoyo textual la dicción del art. 1309 -la acción de nulidad queda
extinguida- y del 1311 -voluntad de renunciar al derecho a invocar la
causa de nulidad-; y sería coherente con una concepción de la acción de
impugnación como un derecho potestativo con cuyo ejercicio se priva de
validez a un contrato inicialmente válido: renunciada la acción, la validez
del contrato operaría ya sin posible contradicción.
Ahora bien, si se entiende que el contrato anulable es un contrato
inicialmente inválido -como nos parece más defendible- resultan ser
fenómenos heterogéneos la renuncia a la acción para hacer valer la
invalidez -que, por sí, nada altera la inicial invalidez del contrato- y la
“purificación de los vicios del contrato” a que se refiere el art. 1313.
En cualquier caso, parece que la voluntad que nuestro Código tipifica al
referirse a la confirmación tiene un contenido y alcance diferentes -y más
amplios- que los de la voluntad de desprenderse de la acción de
anulación (CLAVERÍA GOSÁLBEZ, L. H. 1977, 85, 68 y ss. y 84 y ss.; vid.
también SERRANO ALONSO, E. 1976, 62). Renuncia y confirmación son
dos figuras distintas, si bien la segunda tiene como efecto práctico más
importante la extinción de la acción, y sin perjuicio de que cuando la
renuncia procede de la única persona legitimada para ejercitar la acción
de anulación se produzca un efecto prácticamente idéntico al propio de la
confirmación.
d) La confirmación como convalidación. El contrato inicialmente inválido
deviene vinculante en virtud de un hecho posterior configurado por la ley,
dirigido a conferir carácter definitivo a la eficacia, hasta entonces
claudicante y precaria, del contrato anulable. El intento práctico del
confirmante se dirige a suprimir la incertidumbre sobre la vigencia de la
regla negocial; y esta intención es satisfecha mediante el efecto que la
ley atribuye al acto confirmatorio, consistente esencialmente en fijar el
valor jurídicamente vinculante de la lex privata que constituye el
contenido del contrato (CLAVERÍA GOSÁLBEZ, L. H. 1977, 68-69 y 95,
recogiendo ideas del italiano PIAZZA). Esta nos parece la configuración
más apropiada en nuestro Derecho para la confirmación del contrato
anulable, desde el punto de vista de su función.
Según el art. 1310: “Sólo son confirmables los contratos que reúnan los
requisitos expresados en el artículo 1261”.
[Doctrina]
Antecedente de este precepto es el art. 1323 del Anteproyecto de 1882-
1888: “Sólo son confirmables los contratos existentes conforme al artículo
1274. De los convenios en que falte cualquiera de los requisitos
mencionados en este artículo, no nace acción alguna contra los que
aparezcan obligados (Nuevo: 1319, Laurent)”. El artículo 1274 del
Anteproyecto equivale al art. 1261 Cc. El art. 1319 del Anteproyecto
belga de Laurent (citado por el autor colectivo del Anteproyecto de 1882-
1888) dice: “Los contratos inexistentes o nulos de pleno derecho no
pueden ser confirmados. Así sucede con la donación nula por razón en la
forma; el donante debe volver a hacerla en forma legal”.
[Jurisprudencia]
Ss. 25 junio 1945, 4 enero 1947, 16 abril 1973, 3 octubre 1974, 27 octubre 1980 y
muchas otras, como la de 27 mayo 1968, que indica que es "la posibilidad de
subsanación o confirmación la que, principalmente, señala la línea divisoria entre
las dos especies de nulidad".
La comparación del art. 1261 con el 1300 lleva a pensar que las
calificaciones de anulable y confirmable, referidas a un contrato o
negocio, irían siempre inseparablemente unidas.
Pero el artículo 1.310 no dice que sean confirmables todos los contratos
en que concurran los requisitos del artículo 1.261. Dicho de otro modo,
señala requisitos necesarios, pero no suficientes. El artículo 1.310 no
excluye, por sí, la posibilidad de confirmar contratos nulos por ser
contrarios a norma prohibitiva, los que están afectados de ilicitud de
causa o los que padecen defecto de forma, cuando tal defecto da lugar a
la nulidad absoluta.
Más fuerza tiene observar que los supuestos en que la invalidez puede
hacerla valer cualquier interesado contrastan con lo que presuponen los
artículos 1.311 y 1.312 para los contratos confirmables ("quien tuviere
derecho a invocar" la causa de invalidez, frente al contratante "a quien no
correspondiere ejercitar la acción de nulidad"). Por otra parte, la ilicitud
de la causa (que, al menos en la apreciación jurisprudencial, puede
observarse en todo contrato contrario a norma prohibitiva) es equiparada
en el artículo 1.275 a la falta de causa, por lo que parece que en ambos
casos el contrato habría de correr igual suerte también respecto de la
posibilidad de confirmación. Cabe también argumentar que la ilicitud de la
causa o del objeto pueden considerarse como falta de la causa o del
objeto precisos para la validez y, por tanto, falta de alguno de los
requisitos señalados en el artículo 1.261.
Sobre todo, el fundamento mismo de la nulidad por infracción de norma
prohibitiva -impedir que la voluntad de los particulares prevalezca contra
lo dispuesto por el legislador, más allá del ámbito reconocido de
autonomía privada- excluye que los mismos particulares puedan alcanzar
mediante acto posterior -confirmación- lo que directamente les está
vedado (cfr. CLAVERÍA GOSÁLBEZ, L. H. 1977, 77 ss.).
[Jurisprudencia]
El Tribunal Supremo ha afirmado repetidas veces que sólo los contratos anulables
son confirmables, pero no los que adolecen de “nulidad absoluta, radical o de
pleno derecho” (Ss. 25 septiembre 1987, 8 marzo 1989, 23 enero 1998, 26 julio
2000). En particular, que no son confirmables los contratos con causa ilícita (Ss.
16 junio 1904, 14 junio 1920, 11 diciembre 1986), en que falte el consentimiento (S.
4 diciembre 1904), los simulados (Ss. 14 junio 1920, 12 abril 1944, 16 abril 1973, 3
octubre 1974, 13 abril 1988, 21 julio 1997 –denunciada infracción del art. 1311, el
TS. la rechaza porque “un contrato que carece de existencia no se puede ratificar e
inventar de esta manera e inventar una realidad jurídica de la que carece de
forma absoluta y radical”) o los contrarios a la ley (Ss. 4 enero 1947, 7 julio 1978,
30 diciembre 1987). Una sentencia anómala, de 21 junio 1958, niega que un
contrato viciado por error sea confirmable (vid., críticamente, DE CASTRO, F.
1967, 111 y 115).
[Jurisprudencia]
Ss. 31 diciembre 1896, 17 junio 1904, 25 junio 1908, 3 julio 1923, 29 noviembre
1958, 28 abril 1977, 19 diciembre 1977, 21 mayo 1984. La duda pudo plantearse en
cuanto que, según algunos, o en ciertos casos, faltaría absolutamente el
consentimiento (así, R. 27 enero 1906, cuya doctrina debe entenderse superada).
Vid. CASTÁN TOBEÑAS, J. 1992, 774.
Para la S. 30 marzo 1987, la enajenación de bienes de menores sin la previa
autorización judicial no es inexistente en el sentido del art. 1261, ni tampoco nula
en el del número 3 del art. 6, sino que puede la enajenación convalidarse al llegar
el menor a la mayor edad, doctrina reiterada, con exposición de precedentes
(como la S. 21 mayo 1984) y también de sentencias en sentido contrario, por la S. 9
mayo 1994. Con todo, no cabe excluir que el Tribunal Supremo vuelva a
reproducir opiniones anteriores contrarias a la posibilidad de confirmación (como
en la S. 28 mayo 1965, en que si bien se dice que tal venta "puede ser convalidada"
es para añadir a continuación que "más propiamente constituirá dar nacimiento
al negocio jurídico hasta entonces radicalmente nulo por los menores al llegar a la
mayor edad").
Según una sentencia (26 diciembre 1928), nada se opone, en rigor, a la posibilidad
legal de confirmar los contratos celebrados por el concursado en el período de su
incapacidad, una vez recuperada su capacidad mediante la rehabilitación; y la S.
30 junio 1978 llega a la misma conclusión para los actos del quebrado, pues, según
dice, "reuniendo el contrato tan citado los requisitos expresados en el artículo
1.261 Cc., le afecta la posibilidad de confirmación a que alude el artículo 1.310"
(pero lo cierto es que admite la confirmación, no por los síndicos, sino por la
contraparte, lo que no es correcto).
[Jurisprudencia]
Los preceptos que se ocupan de la confirmación (en particular, el artículo 1.312)
suponen que ésta procede de uno de los contratantes, lo que no ocurre en este caso,
mientras que, conceptualmente, cabe discutir si estos contratos reúnen el primero
de los requisitos del artículo 1.261, es decir, el consentimiento. Cabe la ratificación,
al menos cuando el contratante lo haya sido en nombre propio y de su cónyuge.
Puesto que cabe un consentimiento previo -lo mismo que el simultáneo-, cabe
también un consentimiento posterior sin el carácter de confirmación y, por tanto,
sin el efecto retroactivo de ésta. Pero la opción del legislador por la anulabilidad
en el art. 1.322, aunque no tiene adecuado desarrollo en los artículos 1300-1314,
lleva a aceptar la posibilidad de confirmación, con la importante consecuencia de
que puede hacerse tácitamente (vid. S. 6 junio 1990, con amplia referencia a
sentencias anteriores).
En la práctica, los Tribunales aprecian como confirmación el mero silencio del
cónyuge preterido con mucha mayor facilidad que en los demás casos de
anulabilidad (por todos, BELLO JANEIRO, D. 1993, 196-210).
[Doctrina]
Parece necesaria una seria revisión doctrinal sobre el tema, que habrá de
tener en cuenta ciertos datos de la tradición jurídica (v. gr. Proyecto de
1.851, art. 1.187, últ. párr.) y la situación de los intereses en juego en
cada caso. No sólo sobre la posibilidad de confirmación del contrato que
no tenga la forma exigida para su validez, sino, en general, el régimen de
esta invalidez. Interesantes observaciones en CARRASCO PERERA, Á.
1992, 834-837; REGLERO CAMPOS, F. 1993, 689- 730 y, en el ámbito
que indica su título, pero atendiendo especialmente a la posibilidad de
confirmación tácita mediante cumplimiento voluntario (que acepta), ATAZ
LOPEZ, J. 1992, 111 ss.; con matices, SANTOS MORÓN, M. J. 1996, 158
ss.
Es importante la doctrina jurisprudencial sobre "sanación" del testamento
inválido por defecto de forma voluntariamente ejecutado por los
herederos (vid. infra, 4.2.2), que abre una brecha en este terreno.
Merece recordarse también la doctrina del Tribunal Supremo sobre
contrato de sociedad a que se aportan bienes inmuebles sin cumplir el
requisito de forma previsto en el artículo 1.667 Cc. (Ss. 15 octubre 1940,
12 y 18 junio 1950, 25 abril 1953, 6 octubre 1961, 22 diciembre 1986 y
9 octubre 1987) -lo hace SERRANO ALONSO, E. 1976, 83; sobre la
limitación del alcance del 1167 a la eficacia real del contrato de sociedad
vid. SANTOS MORÓN, M. J. 1996, 326-; o sobre contrato de seguro,
interpretando el artículo 5º de la Ley 8 octubre 1980, que exige la forma
escrita, REGLERO CAMPOS, F. (1993, 688), concluye que "del estudio de
las grandes líneas maestras trazadas por el Tribunal Supremo se advierte
con meridiana claridad de qué modo la jurisprudencia es
extremadamente reacia a la hora de declarar la ineficacia o invalidez de
un contrato por falta de forma, incluso cuando la forma parece que es
exigida por la norma especial con carácter ad solemnitatem, con la
excepción de los contratos a título gratuito, y no siempre, y las
capitulaciones matrimoniales" (vid. también REGLERO CAMPOS, F. 1993,
729).
Conforme a la primera parte del art. 1311 Cc.: “La confirmación puede
hacerse expresa o tácitamente”. La confirmación expresa está aludida en
nuestro Código en el art. 1311, pero no regulada directamente.
Parece mucho menos frecuente que la tácita -a juzgar por los casos que
han dado origen a pronunciamiento por los Tribunales-, acaso por el
carácter puramente técnico-jurídico de la declaración expresa de
confirmar, cuyo contenido se dirige a operar sobre un contrato anterior
para dotarlo definitivamente de eficacia: los mismos efectos se consiguen
a través de hechos concluyentes (mucho más comprensibles y
significativos para los contratantes), sin que la declaración expresa
conlleve ninguna ventaja para el confirmante.
[Jurisprudencia]
Observa la S. 1 diciembre 1971 que "la Ley no dice en qué debe consistir" la
confirmación expresa, en un caso en que considera que existe tal confirmación "o
al menos tácita", con lo que pone de manifiesto que es, en realidad, esta última la
que opera. Por lo demás, en el caso no se trataba realmente de confirmación, pues
el contrato ya había sido anulado por sentencia firme.
Conforme al segundo inciso del art. 1311 Cc.: “Se entenderá que hay
confirmación tácita cuando, con conocimiento de la causa de nulidad y
habiendo ésta cesado, el que tuviese derecho a invocarla ejecutase un
acto que implique necesariamente la voluntad de renunciarlo”. La
confirmación tácita se manifiesta a través de hechos concluyentes, es
decir, de un comportamiento no dirigido a expresar la voluntad de
confirmar, pero del que se infiere inequívocamente la existencia de ésta.
La expresión “implicar necesariamente”, utilizada por el legislador, ha
sido entendida por el Tribunal Supremo en el sentido de mediar “enlace
preciso y directo” (derogado art. 1253 Cc.: ahora, art. 386 Lec. 2000)
entre la conducta seguida y la voluntad confirmatoria. La convalidación
del contrato anulable es, por tanto, también en caso de confirmación
tácita, un efecto negocial; y, consecuentemente, se exigirán los mismos
requisitos de capacidad, ausencia de vicios, etc., que en la expresa.
[Doctrina]
Con criterio distinto, ha defendido Díez-Picazo que la confirmación tácita
no es sino una manifestación del principio venire contra factum proprium,
por lo que ha de atenderse sólo a la objetiva contradicción entre cierto
comportamiento del contratante y su posterior ejercicio de la acción de
anulación, el cual defraudaría de forma intolerable la confianza
legítimamente suscitada en el cocontratante por aquella conducta (DÍEZ-
PICAZO, L. 1963, 176; 1993 I, 475).
No parece ser ésta la concepción de la confirmación tácita en nuestro
Código, aunque a su favor operan ciertos antecedentes históricos y la
relativa impropiedad con que el legislador adopta en ocasiones los
términos “expreso” y “tácito”. Ahora bien, en aquellos casos en que no
haya confirmación tácita en el sentido negocial antes dicho, podrá todavía
excluirse que el contratante haga valer la invalidez del contrato cuando
con ello contradiga el sentido de su conducta anterior, en la forma que
doctrina y jurisprudencia han precisado para la aplicación del principio
venire contra factum proprium (algunas consideraciones sobre
confirmación y doctrina de los actos propios en la S. 18 octubre 1982).
La S. 12 noviembre 1996, en un caso de venta dolosa al ocultar que la
finca no podía transformarse en regadío, y alegada por los recurrentes
para evitar la nulidad tanto la doctrina de los actos propios como la
confirmación tácita del contrato, desestima ambos motivos con
semejantes argumentos. En particular, por lo que se refiere a la
confirmación se afirma que “ni las gestiones que los compradores
realizaron ante los organismos oficiales para obtener autorización y poder
realizar la transformación de la finca en regadío, ni el pago posterior de
una parte del precio, entrañan acto alguno de confirmación del contrato,
a los efectos sanatorios del mismo, ya que tales actos fueron realizados
por los compradores, como se ha dicho en el fundamento jurídico anterior
de esta resolución, no con ánimo convalidante alguno, sino en la creencia
exclusiva de que la finca era susceptible de ser transformada en regadío”.
[Jurisprudencia]
Expresión de la línea jurisprudencial criticada puede ser la S. 22 diciembre 1993,
en que se lee que "el consentimiento de la esposa puede ser expreso o tácito,
anterior o posterior al negocio y también inferido de las circunstancias
concurrentes, debiendo ponderarse la pasividad de la esposa y su no oposición a
la enajenación conociendo la misma, así como la ausencia de fraude o perjuicio e
incluso el silencio puede ser, en estos casos, revelador de consentimiento".
Parecidas expresiones -que provienen de sentencias dictadas en aplicación del
antiguo artículo 1.413- pueden verse en sentencias como las de 11 octubre 1990 y
20 junio 1991; vid. también S. 22 mayo 1995y S. 2 julio 2003. Vid. BELLO
JANEIRO, D. 1993, 205-210. Un análisis más cuidadoso y convincente de los
hechos y sus circunstancias se ofrece en la S. 1 diciembre 1994, que aprecia el
"aprovechamiento acreditado que el recurrente obtuvo del negocio" (¿será
casualidad que en esta sentencia -como en la de 19 octubre 1994- el consentimiento
omitido sea el del varón?).
Según la S. 19 octubre 1994, es susceptible de confirmación tácita la
enajenación de la vivienda familiar por el cónyuge propietario único de la
misma mediante actos del otro cónyuge, que en el caso se aprecia porque
el no propietario "se aprovechó del pago del precio obtenido en la venta
para saldar deudas propias".
[Doctrina]
Consideran el transcurso del tiempo como una variante de la confirmación
tácita, entre otros, DÍEZ-PICAZO, L. 1996 I, 502 (para cuando el contrato
ha sido ejecutado, pues en otro caso admite el ejercicio de la anulabilidad
por vía de excepción sin límite de tiempo); GULLÓN, A. 1960, 1214;
BELLO JANEIRO, D. 1993, 139 ss. y 157 ss., si bien con muchos distingos
y salvedades. Distingue correctamente ALBALADEJO, M. 1991, 477 y 481.
Extensamente, CLAVERÍA GOSÁLBEZ, L. H. 1977, 52 ss. y 242 ss.
4.1.4.5. ¿Equiparación a la confirmación de la pérdida dolosa o negligente de las cosas objeto del
contrato?
[Doctrina]
El antecedente reconocido de éste, el art. 1188 del Proyecto de 1851,
relaciona claramente la materia que tratamos con la considerada en el
art. 1307 Cc., y en modo alguno constituye un supuesto de confirmación:
dejando aparte otros datos (vid. el último párrafo de la regla 3ª del
artículo 1.188 del Proyecto de 1851. GARCÍA GOYENA, en su comentario,
no hace referencia a la confirmación -ratificación en la terminología de
aquel Proyecto-, como no habría dejado de hacer teniendo en cuenta que
a ésta se dedica el artículo 1.187, inmediatamente anterior), obsérvese
que en él se atendía precisamente a la pérdida ocurrida antes de
empezar a correr el término de los cuatro años y, por tanto, antes de que
fuera siquiera posible la confirmación (al menos en algunos casos, como
los de error y dolo, en que aquel término comenzaba desde que se tuvo
conocimiento del uno y del otro).
En el índice que acompaña a una de las ediciones oficiales del Código
civil, la voz "confirmación" no remite al artículo 1.314 (lo hace sólo a los
artículos 1.310, 1.311, 1.312 y 1.313). Vid. LÓPEZ LÓPEZ, J. y MELÓN
INFANTE, C.1967. Se trata del índice que acompañó a una de las
versiones oficiales del Ministerio de Justicia de la edición reformada. Aun
con sus defectos, no deja de tener interés para la interpretación de las
normas: vid. págs. XXVII y 560 de la citada obra. Al artículo 1.314 se
hace referencia, en el citado índice, al menos en dos lugares. En la voz
"nulidad" ("Extinción de la acción de nulidad, 1309 y 1314") y en la
compleja voz "Acciones.- Nacidas de las obligaciones" ("De nulidad de los
contratos: su plazo: cuándo empieza a correr, 1301.- Quiénes pueden
ejercitarla: limitaciones, 1.302.- Su extinción, 1.309.- Su extinción por la
pérdida de la cosa: cuándo prevalece, 1314"). Parece claro que, para el
autor del índice, el artículo 1.314 no forma parte de la regulación de la
confirmación.
[Doctrina]
Argumento que, expuesto por DELGADO, J., 1981, en comentario al art.
1314, desarrolla LÓPEZ BELTRÁN DE HEREDIA, C. 1995, 138-139, para
concluir que "no estamos ante un caso de confirmación o, al menos, no
estamos necesariamente ante un caso de confirmación", en lo que
coincide con lo aquí expuesto, aunque luego discrepe en algún punto,
señaladamente al entender el art. 1.314 como verdadera convalidación
del contrato anulable.
Por otra parte, resulta muy forzado valorar la negligencia como una
declaración de voluntad (tácita) de querer confirmar, con la dificultad
adicional de que el carácter fortuito de la pérdida parece que habrá de
probarlo quien la alega, lo que, en la interpretación que se critica,
supondría una presunción de confirmación ciertamente anómala.
Por último, la opinión que ve en el art. 1314 un caso de confirmación
parece suponer que, si no fuera por ésta, podría pedirse restitución de lo
dado aun no pudiendo entregar lo recibido, olvidando la regla del art.
1308 (para la explicación del art. 1314 vid. 3.4.6, “Negación de la
repetición a quien perdió culpablemente lo recibido a cambio”). Cuestión
distinta es la de que si la pérdida de la cosa es debida a una actuación de
quien la recibió, tal conducta pueda configurar una confirmación tácita del
contrato anulable en las condiciones en que ésta se produce, es decir,
habiendo ya cesado la causa de nulidad y siendo conocida por el sujeto al
causar la pérdida de la cosa. Este efecto (confirmación) se produce por
obra de los arts. 1309-1313, sin que para nada afecte a ello el art. 1314.
4.1.5. Sujetos
4.1.5.1. Legitimación.
4.1.5.2. Capacidad
[Doctrina]
En los casos en que lo que ocurre es que todavía no ha cesado la causa
de anulabilidad del contrato de cuya confirmación se trata, falta un
requisito para la confirmación (art. 1.311), por lo que esta podemos
considerarla inexistente o irrelevante. En los supuestos en que el vicio del
acto de confirmación sea distinto del que afecta al acto confirmado,
Clavería ha defendido la nulidad absoluta, de manera que el sujeto podría
-sin necesidad de impugnarla- hacer valer directamente la anulabilidad
del contrato ineficazmente confirmado (CLAVERÍA GOSÁLBEZ, L. H. 1977,
154 ss. y 275 ss.). Según este autor, "una pretendida confirmación
anulable, si deseamos ser coherentes con la naturaleza jurídica propia de
cada una de las figuras que en este momento manejamos, conferiría
precariamente carácter definitivo a la eficacia de una contrato anulable,
lo cual es una contradictio in terminis".
Esta opinión no nos parece segura, y acaso dependa demasiado de la
postura adoptada respecto de la naturaleza jurídica de la anulabilidad
como acto válido y de la confirmación. Más bien parece que el vicio de la
confirmación sólo podrá hacerlo valer el legitimado para confirmar (e
impugnar), no la otra parte contratante ni los terceros; y que habrá de
alegar y probar por separado el vicio de la confirmación y el del contrato
anulable (esto último aparece más claro en un caso como el de la S. 10
abril 1976, en que el marido alegaba que su confirmación tácita de la
partición de la herencia realizada por su mujer sin su licencia estaba
viciada por error (creyó equivocadamente que era justa). En cualquier
caso, no parece posible impugnar la confirmación sin impugnar asimismo
el contrato confirmado (es decir, no cabe dejar viva todavía la acción
contra el primitivo contrato).
4.1.6. Efectos
[Doctrina]
Con dicción más precisa –señalan LÓPEZ LÓPEZ, J. y MELÓN INFANTE, C.
1967, en su edición crítica del Código civil-, el art. 1326 del proyecto de
Código de 1882-1888 separaba con una coma las palabras adoleciera y
desde. El citado art. 1326 del Proyecto de 1882-1888 aparece sin
indicación de procedencia. No hay antecedente en el proyecto de 1851,
en el que a la confirmación (ratificación) no se atribuye efecto retroactivo.
[Doctrina]
Quienes piensan que el contrato anulable es inicialmente válido y que
sólo el ejercicio de un poder de impugnación lo invalida
(retroactivamente), explican que la confirmación consolida su validez
presente, o lo dota de validez definitiva ya no sujeta a la eventualidad de
su anulación, por lo que -dicen- puede considerarse una forma de
convalidación en sentido amplio (Cfr. ALBALADEJO, M. 1991, 480 y 1995
a, 16, con diferente explicación; CLAVERÍA GOSÁLBEZ, L. H. 1977, 62 y
ss.).
Cabe objetar a esta tesis que, si se afirma que el contrato anulable era
válido y eficaz (aun con el añadido de claudicante o de forma provisional)
para nada haría falta el efecto retroactivo. Ciertamente, no para "borrar
su impugnabilidad en el pasado", pues el mero paso del tiempo cancela
ineludiblemente la posibilidad de impugnar (o de hacer cualquier otra
cosa) en el pasado. Pero precisamente la configuración legal de la
confirmación y su efecto retroactivo es un fuerte argumento para
considerar inválido ab initio al contrato anulable, al que la confirmación,
en efecto, convalida, considerándose en adelante como si en su formación
no hubiera mediado ninguna irregularidad. Así lo entiende BELLO
JANEIRO, D. (1993, 137), quien matiza por ello el sentido de la
retroactividad, pues no admite que el contrato anulable sea inválido.
[Doctrina]
Aunque otro es el planteamiento en Códigos extranjeros y en el Proyecto
de 1851, al menos en la opinión de GARCÍA GOYENA, que explicaba (al
artículo 1.187) como "la ratificación, o ratihabición en el lenguaje
forense, equivale a contraer de nuevo la obligación anterior, y debe ésta
ser considerada como si hasta entonces no se hubiera contraido"; vid.
también en su comentario al artículo 1.219.
[Jurisprudencia]
Una sentencia desafortunada (S. 1 diciembre 1971) pretende lo contrario, forzando
la sintaxis para referir en el art. 1313 “su celebración” a la confirmación, negando,
por tanto, retroactividad a ésta (en realidad, en el caso era evidente que no se
trataba de confirmación, pues el contrato ya había sido anulado por sentencia
firme: en un segundo contrato, ya declarado nulo mediante sentencia el primitivo,
se hace referencia a éste en el encabezamiento y al fijar la renta que ha de
satisfacerse que será "la que figure en el contrato de arrendamiento"; es decir, se
regulan algunos extremos mediante remisión al contrato nulo; evidentemente, este
segundo contrato -que no constituía en modo alguno una (imposible) confirmación
del anterior- no produce efecto sino desde su celebración (lo que en el caso era
decisivo para el cálculo de la duración del arrendamiento). El resultado es
correcto, pero la argumentación está plagada de errores (vid. CLAVERÍA
GOSÁLBEZ, L. H. 1977, 77). En sentido distinto, siguiendo la tesis correcta, se
pronuncia el resto de la jurisprudencia (Ss. 7 mayo 1897, 3 julio 1923, 29 enero
1945, 15 marzo 1945, 25 junio 1946) y los autores.
[Doctrina]
Esta solución -sin perjuicio de reconocer el carácter más bien académico
del supuesto- debería ser evidente para quienes mantienen que el
contrato anulable es válido y eficaz mientras no se impugna, pues nada
habría de afectar a esta validez y eficacia iniciales el hecho de que más
tarde el mismo sujeto realizara un contrato incompatible con el anulable.
Sin embargo, es la solución contraria la que propone Díez-Picazo: "En
estos contratos, parece que el segundo contrato es plenamente válido y
eficaz, por lo que una posterior confirmación del primero, contradictoria
con el hecho de haber celebrado el segundo contrato, no puede afectar a
los derechos adquiridos por el tercero, sin perjuicio, como es lógico, de la
responsabilidad por daños y perjuicios en que el confirmante incidirá por
el eventual incumplimiento de sus obligaciones respecto del contrato
confirmado" (DÍEZ-PICAZO, L. 1996 I, 505).
Esta es también, aproximadamente, la solución de la doctrina francesa,
pero con base en un precepto que al determinar los efectos de la
confirmación deja a salvo los derechos de los terceros (art. 1.338-2 Code
civil francés): LARROUMET, Ch. 1990, 536-537; GHESTIN, J. 1988, 972-
973.
Partiendo de la invalidez inicial del contrato anulable -como es nuestra
opinión- el resultado defendido tiene como fundamento el efecto
retroactivo que el legislador atribuye a la confirmación. Desde el punto de
vista de la política legislativa, puede explicarse que mediante la
anulabilidad se pretende proteger a determinados sujetos, a los cuales se
permite decidir sobre la validez o invalidez del contrato, pero sin que los
terceros puedan hacer declarar tal invalidez, o beneficiarse de ella salvo
que el legitimado la haga valer. En nuestro caso, el segundo adquirente
no está más protegido o a cubierto de las consecuencias de la primera
venta que si ésta hubiera sido válida, pues para él es inatacable en todo
momento.
[Jurisprudencia]
La S. 7 julio 1978, tras señalar que los negocios viciados radicalmente no son
susceptibles de confirmación ni de ratificación, explica que "no siendo sanable la
nulidad radical, sólo cabe que una vez desaparecida la causa determinante de la
misma procedan los sujetos intervinientes a la renovación del negocio, a fin de
establecer ex novo la reglamentación de intereses trazada en el anterior viciado de
nulidad".
[Doctrina]
Sobre la idea de "convalidación excepcional" del testamento nulo, con
diversos planteamientos, CAPILLA RONCERO, F. 1987, 63 ss.; CLAVERÍA
GOSÁLBEZ, L. H. 1977, 45 ss.; DÍEZ SOTO, C. M. 1994, 149-150;
GULLÓN, 1960, 1197 ss..; SERRANO ALONSO, E. 1976, 84 ss. y 88 ss.
(este autor es el que más acerca la "sanatoria excepcional" al ámbito de
la confirmación).
4.2.3. Ratificación
Ss. 14 diciembre 1940 -ponente Castán Tobeñas- (vid. BONET RAMÓN, F. 1942,
654, en comentario a la S. 3 marzo 1942), y 25 enero 1945 (HERNANDEZ GIL, A.
1946, 613 y ss.) y, dejando otras muchas, 7 julio 1978 y 17 junio 1991.
[Doctrina]
Pero incluso en los Ordenamientos en los que existe un remedio general
sobre la conversión la figura ha sido sometida a revisión crítica. De estos
planteamientos se ha hecho eco el Proyecto de Código Europeo de
contratos de 2000 elaborado por la Academia de Pavía, cuyo art. 145 se
ocupa de la conversión del contrato nulo tratando de distinguir este
remedio de la interpretación conservativa y de la reproducción del
negocio (“el contrato nulo produce los efectos de un contrato distinto y
válido cuando existan los elementos de fondo y de forma del mismo que
permitan alcanzar de forma razonable el propósito perseguido por las
partes”) –GANDOLFI, G. 2001, 549-. En el proyecto de Pavía la
conversión sólo tiene lugar si del contrato o de las circunstancias no
resulta ser otra la voluntad de las partes (art. 145.3); es aplicable
también a una sola cláusula del contrato (art. 145.2), así como también
al contrato anulado (art. 145.5); la conversión se produce
automáticamente “por el mero hecho de que concurran sus
presupuestos”, pero la parte que quiera hacerla valer debe dirigir a la
otra parte, antes de que transcurra el plazo de prescripción de tres años
a contar desde la celebración del contrato, “una declaración que contenga
las indicaciones necesarias en este sentido, y a la que son aplicables las
disposiciones contenidas en los artículos 21 y 36 apartado 2. También
puede, dentro del mismo plazo de prescripción, solicitar una constatación
judicial de la conversión. Sin embargo, con el fin de que las partes
puedan alcanzar un acuerdo extrajudicial, no se admitirá ninguna
demanda hasta que no transcurran seis (o tres) meses desde la recepción
de la citada declaración. Para los casos urgentes, queda a salvo la
facultad de solicitar del Juez la adopción de las medidas previstas en el
artículo 172” (art. 145.4) -un comentario en DE LOS MOZOS, J. L. 2001,
545 a 553-.
[Doctrina]
Mientras en la teorización del negocio jurídico (en la pandectística) se
entendió que la "voluntad negocial" está dirigida al resultado jurídico y no
al objetivo económico-social propuesto por las partes, resultaba imposible
fundar la conversión propiamente dicha (que supone una voluntad
negocial que naufraga mientras el objetivo económico-social sobrevive).
Las primeras explicaciones no lograban sobrepasar el ámbito de la
interpretación, apelando a una voluntad presunta (RÖMER), o implícita
(WINCHEID), o al juego de la falsa demonstratio sobre el nomen del
negocio (DERNBURG). Pero, como explica, WIEAKER –respecto del $ 140
del B. G. B., paradigmático para los derechos europeos continentales-, es
presupuesto primario de la conversión precisamente que el negocio-base
no pueda ser mantenido en vida mediante la interpretación como negocio
querido en vía principal (no en vía eventual); y sólo si éste, como tal, ha
naufragado, puede entrar en acción la conversión. La “voluntad
sustitutiva” en que se apoyará el negocio sustitutivo no será, por tanto,
una voluntad real, psicológica (verosímil, presunta, eventual...), sino una
voluntad hipotética, construida “conforme a la razón”, condicionada por
criterios de valoración (la confianza de la otra parte en un
comportamiento negocial razonable, la buena fe, los usos del tráfico).
Pero esta voluntad hipotética no es tampoco pretexto para la introducción
en el contrato de valoraciones ajenas a la autonomía negocial, a la
consecución de sus intereses por los sujetos particulares; en concreto, al
propósito práctico perseguido por las partes; pues la conversión viene en
ayuda precisamente de la autonomía privada. Otra cosa es que el
legislador, o el Juez, utilicen la conversión –entonces con significado
sustancialmente distinto- como instrumento de política legislativa, para
configurar el contrato con un contenido preceptivo predeterminado, en
aras de intereses –entendidos como superiores- extraños a los
particulares de los contratantes. Este tipo de conversión se acerca –por su
función- a la nulidad parcial con sustitución de las cláusulas nulas por las
legales imperativas; del mismo modo que la conversión en apoyo del
propósito negocial de las partes tiene similar función a la de la nulidad
parcial con fundamento en la voluntad hipotética de las partes.
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