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Para más de 2.000 millones de personas es una cuestión de fe.

Casi la tercera parte


de la humanidad no necesita pruebas de que hace 2.000 años caminó sobre la Tierra
un hombre llamado Yeshua, Jesús en otras lenguas, conocido por sus seguidores
como Cristo, el Mesías. Sin embargo, fuera del coto privado de las creencias, lo que
se extiende es un vasto territorio para la investigación, que sí debe desenterrar
las pruebas históricas y científicas para dar respuesta a una duda razonable:
¿realmente existió Jesús de Nazaret? ¿O es una tradición construida sobre una
leyenda, como las de Robin Hood o el rey Arturo? Las referencias escritas más
antiguas sobre Jesús datan de después de su muerte: aparece por primera vez en las
cartas de San Pablo, redactadas entre 20 y 30 años después de la crucifixión. San
Pablo nunca conoció a Jesús, aunque según cuenta a OpenMind el especialista en
estudios del Nuevo Testamento Simon Gathercole, de la Universidad de Cambridge
(Reino Unido), “conoció a los discípulos de Jesús y también a sus hermanos” (en
referencia sobre todo a Santiago el Justo, cuyo parentesco con Jesús es motivo de
discrepancia entre distintos cultos cristianos). Sin embargo, para el arqueólogo e
historiador de las religiones y del judaísmo Byron McCane, de la Universidad
Atlántica de Florida (EEUU), tanto el bautismo como la crucifixión son historias
que los primeros cristianos difícilmente habrían inventado, ya que ninguna de las
dos “apoyaría sus intereses de ningún modo”, dice a OpenMind. “El bautismo
muestra a Jesús como un discípulo de (y por tanto inferior a) Juan el Bautista, y la
crucifixión era un castigo humillante reservado a los delincuentes”.
EL ANÁLISIS DE LA SÁBANA SANTA

En cuanto a la Sábana Santa de Turín, el sudario del que se decía que envolvió el
cuerpo de Jesús, se reveló como una falsificación medieval. Según McCane, no
corresponde ni a una tela del siglo I —ese tipo de tejido se inventó siglos después—,
ni a un hombre del siglo I —su estatura y fisonomía no concuerdan con la Galilea de
entonces—, ni a un enterramiento del siglo I —los judíos de la época no envolvían a
sus muertos con una sola pieza—. Precisamente la Sábana Santa ha sido también
objeto de examen de una de las últimas técnicas incorporadas a la investigación
histórica de Jesús: el análisis de ADN. En 2015, un estudio descubrió que el lienzo
contiene material genético de múltiples personas de distintos orígenes étnicos,
desde Europa occidental hasta Oriente Próximo, Arabia e India.

Naturalmente, para un análisis de ADN no existen restos óseos que puedan


asignarse directamente a Jesús, lo que sería incompatible con la creencia cristiana
en su resurrección. Según la tradición, la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén
alberga el lugar de enterramiento, descubierto y preservado por el emperador
Constantino en el siglo IV. Aunque es imposible determinar si aquella fue la
verdadera tumba de Jesús, un estudio publicado el pasado junio ha datado la
construcción en el siglo IV, corroborando los datos históricos.

Tal vez este objetivo sea inalcanzable: por el momento, el ADN extraído de los
restos atribuidos a Juan el Bautista correspondía en realidad a una contaminación
moderna. Pero al menos, y según explica Busby a OpenMind, el análisis de ADN
permitiría “comparar poblaciones de la época y después comparar esas poblaciones
(no individuos) con las poblaciones presentes hoy”. Lo cual ayudaría a concretar
orígenes geográficos, aunque quizá no aporte nada para remachar la ya afianzada
historicidad de Jesús; según Meyers, “la vida de Jesús en la antigua Palestina fue
noble y cambió el mundo para bien”. Y eso, añade, es “difícil, si no imposible de
negar”.

¿Puede la física demostrar la existencia


de Dios?
Albert Einstein es considerado el científico más famoso y relevante de todo el siglo
XX. No sólo publicó varios trabajos que sentarían las bases para la física estadística y
la mecánica cuántica y dedujo la ecuación de la física más conocida a nivel popular
Pero, si bien hoy se saben muchos detalles de la vida de Albert Einstein, su posición
ante las religiones y la existencia de Dios sigue siendo hoy materia de controversia
entre sus seguidores. El científico de origen judío nacido en Alemania que declaró una
vez que “Dios no juega a los dados”, para manifestar su oposición ante los postulados
de la física cuántica que afirmaban que en el universo reinaba el caos y la
incertidumbre, para muchos de sus biógrafos era una suerte de agnóstico deísta que
a la vez rechazaba enérgicamente la etiqueta de ateo. En una ocasión, de hecho,
manifestó que “mi religión consiste en una humilde admiración del ilimitado espíritu
superior que se revela en los más pequeños detalles que podemos percibir con
nuestra frágil y débil mente”, aunque especificaría que creía en “un Dios que se revela
en la armonía de todo lo que existe, no en un Dios que se interesa en el destino y las
acciones del hombre». En una entrevista publicada en 1930, Einstein, consultado si
creía en Dios, hizo una ingeniosa analogía literaria, comparando a Dios con una
especie de bibliotecario universal. “La mente humana, no importa cuán altamente
capacitada esté, no puede comprender el universo. Estamos en la posición de un niño
pequeño, entrando en una enorme biblioteca cuyas paredes están cubiertas hasta el
techo de libros en muchos idiomas diferentes. El niño sabe que alguien debió haber
escrito esos libros. No sabe quién ni cómo. No entiende los idiomas en los que están
escritos. El niño observa un plan definido en la organización de los libros, un orden
misterioso que no entiende, pero apenas sospecha sutilmente. Einstein, un sabio que
una vez dijo que “soy judío y estoy orgulloso de pertenecer a la comunidad judía,
aunque no los considero en absoluto los elegidos de Dios”, exhibió en varias
oportunidades su respeto y admiración por los ideales del acervo judeo-cristiano, en
especial, la figura de Jesucristo. En una entrevista publicada en la revista “The
Saturday Evening Post”, Einstein relató que “cuando era niño, recibí instrucción tanto
de la Biblia como del Talmud. Soy un judío, pero estoy fascinado por la figura
luminosa del Nazareno. Leí posteriormente un libro de Emil Ludwig acerca de Jesús,
pero lo consideré poco profundo porque Jesús es demasiado colosal para la pluma de
los que venden palabras, no importa cuan artísticas éstas sean. Ningún hombre
puede mover el cristianismo con una réplica ingeniosa. Algunos ponen en duda que
Jesús haya existido, pero yo la acepto incuestionablemente. Nadie puede leer los
Evangelios sin sentir la verdadera presencia de Jesús. Su personalidad palpita en
cada palabra.

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