Está en la página 1de 6

DEPENDENCIA Y RUPTURA DE LA 

RELACIÓN SOCIEDAD-MEDIO AMBIENTE

Iba llegando el final de los 


conquistadores para dar paso 
al momento de los funcionarios. 
La conquista debía ser administrada.
Magali Sarfatti.

El medio ambiente natural desempeña un papel fundamental en la localización


y distribución de población en el mundo y en la forma como esa población se
organiza. En tal sentido, los factores clima, fertilidad de los suelos,
temperatura, precipitaciones, etc., actúan como principios ecológicos que
determinan la distribución de las especies vegetales y animales en la
superficie de la tierra. En la medida en que diferentes pueblos pueden
adaptarse o vivir en medios naturales con características comunes, pueden
adoptar actitudes socioculturales o patrones de vida muy similares.

Así, por ejemplo, el Sahel es caliente y seco, con muy escasas precipitaciones
anuales, lo que confiere a la agricultura un carácter claramente marginal, y --
aunque ese clima permite la manutención de rebaños de diferentes especies--
la escasez de las lluvias y la sequedad obliga a los pueblos de la región a una
trashumancia permanente, situación más acentuada en el Sahara. Por lo tanto,
los diferentes pueblos del área han tenido que adaptarse a condiciones
ambientales muy específicas, con el resultado de que sus sistemas
socioculturales tienen aparentemente gran similitud.

Siempre que un sistema entra en contacto con otro sufre un impacto. En la


medida en que un sistema social ve afectado su funcionamiento debido a esta
acción externa, altera su relación con su medio ambiente natural. Se rompe así
una armonía que tradicional e históricamente cada pueblo había buscado con
su entorno.

El imperio romano imponía sobre la tierras dominadas un patrón de desarrollo


que definía la relación grupo-medio ambiente, no en función de la armonía
entre el grupo que habitaba un determinado sistema natural y este último, sino
en función de la posibilidad de beneficiar al sistema social dominante con la
producción del sistema social dominado.

A través de la historia, el proceso de influencia mutua ha ido en aumento,


hasta configurar un sistema mundial caracterizado por un centro dominante y
un subsistema periférico dependiente, siendo el primero de ellos el que
impone sus patrones sobre el segundo. Los últimos, en parte forzados y en
parte conscientemente, buscan la adaptación de un sistema económico y la
utilización de su medio ambiente natural a las exigencias del centro
dominante.

En el caso de los países en desarrollo el primer impacto se presenta bajo la


forma de dominio colonial, que alteraría violentamente la relación hombre-
medio ambiente, en la búsqueda de la satisfacción de las demandas del centro.

El dominio colonial impuso estructuras comerciales, políticas e


institucionales, en función de los intereses de la metrópoli y no de las
colonias. Skurnik1 se refiere a la creación de la Federación Africana del Oeste
en los siguientes términos: «was created to serve French interest and only
indirectly those of separed colonies». En general, podemos afirmar que el
sistema colonial organiza la sociedad local para producir en las mejores
condiciones posibles, desde el punto de vista de la metrópoli, los bienes de
exportación, sobre la base de una explotación intensiva del medio ambiente
natural y una baja remuneración del trabajo. Así, lo que interesaba al dominio
francés en África occidental era producir granos para la metrópoli, y ello
suponía una reestructuración institucional y cultural, ya que el trigo no
formaba parte del ciclo agrícola tradicional.

El neocolonialismo y la dominación se manifiestan en el siglo XX en forma


diferente, pero con efectos similares, llavando a extremos el proceso de
homogeneización de cultivos que se insinuaba ya en el periodo colonial: los
subsistemas dependientes producen para el centro y no para ellos. El centro
exige granos y, si ellos cultivaban mijo, tratarán de adaptar su economía a una
explotación intensiva que permita satisfacer el mercado mundial,
prescindiendo, por un lado, de los efectos sobre la estructura del suministro
interno de alimentos y alterando eventualmente los patrones de consumo
interno, incluso la dieta alimentaria, e ignorando, por otro lado, el impacto que
esta nueva alternativa tecnológica, proveniente del exterior, tenga sobre el
medio ambiente natural.

Un ejemplo interesante es el desarrollo de la producción y exportación de piña


enlatada y casabé (tapioca o yuca) desde paíese en vías de desarrollo hacia
países desarrollados. Para ilustrarlo se puede tomar el caso de Tailandia. La
dieta tradicional teilandesa está constituida por arroz, verduras, pequeñas
cantidades de carne y pescado. El arroz contribuye con dos tercios del total de
calorías de la alimentación tailandesa y es además la principal fuente de
proteína. Ahora bien, el área cultivada con arroz muestra una disminución
relativa entre los años 1965 y 1978; en 1965-1966 representaba 70% del área
total cultivada en el país; en 1977-1978 dicho porcentaje se había reducido a
60.5%, y esto a pesar de la apertura de nuevas tierras a la producción agrícola,
en otras palabras, el cultivo de otros productos destinados principalmente a la
exportación había absorbido el aumento de hectáreas de tierra cultivada y
estos productos han sido principalmente casabé y piña. El área cultivada con
yuca aumentó de 64 000 en 1959-1960 a 1 042 000 hectáreas en 1979-1980, y
figuraba en segundo lugar --después del arroz-- en términos de hectáreas
cultivadas.

De la producción de yuca, 90% se exportaba a Europa en forma de pellets


para alimentación de ganado. Tailandia es el quinto productor mundial de
yuca y el mayor exportador del mundo. Desde el punto de vista ambiental, se
pueden comentar los siguientes aspectos: el cultivo de yuca tiende a agotar los
suelos y ello se ha traducido en un incremento en la utilización de
fertilizantes, con las consiguientes alzas de costos y la caída de la
productividad en la mayoría de las áreas. La consecuencia inmediata ha sido
la habilitación de nuevas tierras mediante la deforestación del bosque tropical
tailandés. En 1964 el área forestal representaba 53% del país. En 1979 dicho
porcentaje se había reducido a 38%. Aproximadamente 500 000 hectáreas de
bosque se quemaban en Tailandia para habilitar tierras destinadas al cultivo de
yuca.2 Lo anterior, a su vez, ha traído como consecuencia cambios en el clima:
los periodos de sequía se han alargado junto con problemas de erosión de
suelos en la mayoría de las áreas cultivadas con yuca.

En el caso de la piña las estadísticas indican que en 1967 la producción


tailandesa alcanzaba apenas unas mil toneladas, destinadas al mercado
interno. En 1977 había aumentado a 88 000 toneladas, de las cuales 95%
estaban destinadas a la exportación. Esta producción ocupaba un área
aproximada de 80 000 hectáreas en 1979, contra 27 400 hectáreas en 1970. 3

La piña es una planta que tiende a agotar los suelos y requiere cantidades
apreciables de fertilizantes y pesticidas. La expansión del área cultivada ha
sido principalmente a expensas del bosque tropical. El uso intensivo de
fertilizantes y pesticidas se ha traducido en un acentuado proceso de
contaminación química. Por ejemplo, se ha constatado en algunas áreas 14
kilogramos de residuos químicos por 0.22 hectáreas en varias áreas cultivadas
con piña. Al mismo tiempo, se ha comprobado la contaminación del agua de
riego por los pesticidas y fertilizantes utilizados en los cultivos de piña. Esta
contaminación se acentúa por el elevado porcentaje de desechos de la piña no
utilizados (cáscara, jugos, etc.) que se descargan en los ríos y otros cuerpos de
agua, y que finalmente afectan cultivos como arroz, plátano y caña de azúcar,
así como a la población piscícola de esos ríos.

Las condiciones antes favorables de los mercados internacionales de ambos


productos se han visto seriamente deterioradas. Por un lado, el mercado de la
piña enlatada sigue estancado y, en el caso tailandés, incluso se ha reducido
por la política de diversificación de algunos países, fundamentalmente Estados
Unidos. Por otro lado, los países de la Comunidad Europea no sólo presentan
una situación de estancamiento, sino que además imponen elevadas tarifas
aduaneras: de 15 a 22% y restricciones de cuotas en favor de los productores
signatarios de la convención de Lomé.

Las exportaciones de yuca, a su vez, se vieron afectadas por las medidas


proteccionistas de la Comunidad Europea, que era el principal mercado de
este producto. El pellet de yuca competía tan favorablemente con los cereales
para la alimentación de ganado que los productores cerealeros de la
Comunidad pidieron medidas proteccionistas que se concretaron, en
noviembre de 1980, cuando ésta y el gobierno tailandés llegaron a un acuerdo
«voluntario» de limitación de exportación por un periodo de seis años.
Tailandia se comprometió a limitar su exportación a los países de la CEE a
sólo cinco millones de toneladas de pellets de yuca para los años 1981 y 1982
y reducir este volumen a 4.5 millones para los años 1983 y 1984, con
reducciones adicionales en los años siguientes. 4

Es evidente que la producción de ciertos cultivos como, por ejemplo, el mijo


responde a ciertas características propias del sistema natural a que se ha
adaptado la dieta alimenticia del grupo local. La producción de trigo significa,
entonces, alterar el funcionamiento tanto del sistema natural como del sistema
social. Las posibilidades de sobrevivir al impacto dependerán de la resiliencia
interna y de la capacidad de adaptación de ambos sistemas.

La homogeneización de los cultivos afectará tarde o temprano el ciclo natural


del ecosistema, cuyas modificaciones y eventual colapso tendrán efectos
importantes sobre el sistema social local. Uno de los casos más dramáticos
son quizá el cacahuate y, en general, los cultivos para producir aceites
vegetales, con alta demanda en los mercados internacionales. Aquellos países
que aparentemente tenían condiciones favorables de producción los
incorporaron y fueron especializándose cada vez más en su producción, con la
esperanza de que esta especialización en un producto exigido por el mercado
produciría los tan ansiados ingresos de divisas para financiar el proceso de
desarrollo. Una visión economicista a corto plazo, basada en situaciones
coyunturales de mercado, orientó decisiones de política económica con
profunda incidencia en el medio ambiente natural, cuyos efectos no fueron
tomados en cuenta. Un caso similar es el de la palmera de aceite. El resultado
ha sido el progresivo empobrecimiento de los terrenos agrícolas, al igual que
en los casos de la yuca y la piña.

Por un lado, la concentración de cultivos ha deteriorado el medio ambiente


natural, disminuyendo la potencialidad del ecosistema para mantener la
población, y, por otro, ha hecho al sistema socioeconómico más dependiente
política, económica y socialmente. Una vez pasado el auge en los mercados
mundiales, los beneficios económicos se mostraron insuficientes, y sobre todo
efímeros, para enfrentar los requerimientos del desarrollo.
Los efectos sobre el ecosistema son más graves que los asociados a la simple
disminución de fertilidad, ya que el proceso de homogeneización redunda
también en una progresiva disminución de la diversidad del sistema natural,
con lo cual su capacidad de adaptación se va reduciendo, y el ecosistema se
hace más frágil, inestable y, sobre todo, vulnerable a los imprevistos.

Los efectos negativos se deben muchas veces a que los sistemas dominantes
imponen su racionalidad. Desarrollada ésta en función de las relaciones
existentes entre hombre y medio ambiente en condiciones específicas, no
necesariamente es válida en otros contextos sociales y/o naturales. Así, por
ejemplo para el agricultor europeo o norteamericano, la mecanización es un
método racional y tiende a aplicarla sin considerar las características de los
diferentes ecosistemas. Las consecuencias son desastrosas en algunos casos.
Ejemplo de ello son algunos países de la región sudano-saheliana, de tipo
árido. La mecanización y la utilización del arado mecánico han destruido en el
curso de pocos años la muy delgada capa fértil de sus suelos, dando lugar a un
proceso progresivo de erosión y desertificación que se traduce en la pérdida --
a veces irreversible-- de esas tierras para la producción de alimentos. Es así
como criterios racionales de eficiencia y productividad, basados en
experiencias de otros lugares y en función de objetivos de corto plazo, pueden
traducirse en la práctica en una acción irracional, predatoria del medio
ambiente y negativa desde el punto de vista del desarrollo del sistema social
en el largo plazo, al ser transferidos indiscriminadamente a otros ambientes
sociales y naturales.

La expansión del capitalismo europeo, que llevó a la colonización de las


regiones de ultramar, situó al hombre europeo en tierras nuevas, ricas y
fértiles, extensas y despobladas, así como en otras pobladas por antiguas
culturas, fruto de un largo proceso histórico, que asimismo ofrecían un
enorme campo de explotación abierto a todo tipo de oportunidades.

El proceso de colonización obedeció a un mismo objetivo: la explotación de la


colonia en beneficio de la metrópoli, la cual implicó la ruptura de una
tendencia a la armonización entre sistema natural y sistema social y la
alteración de la relación hombre-naturaleza.

Es un hecho incuestionable que la expansión comercial que acompaña al


capitalismo europeo propugna por doquier una nueva forma de relación del
hombre con su medio. Los desequilibrios resultantes en el sistema periférico
son consecuencia de la actitud etnocentrista y de dominación del medio
orientada a la explotación y a la acumulación en el corto plazo, sin
consideración alguna con la dinámica del sistema natural ni de sus
características estructurales. Ese sistema natural era justamente el que --en una
u otra forma, y a veces quizá intuitivamente-- había orientado la acción y
organización de las comunidades autóctonas. éstas eran demasiado débiles y
sucumbieron a la mayor fuerza del sistema social externo con el que entraron
en contacto y por el que pasaron a ser dominadas.

También podría gustarte