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Amnesia selectiva y abolición de conciencia moral

Por JUAN MANUEL DE PRADA

Unos neurólogos americanos andan experimentando con una droga que


inhibe la secreción de una enzima asociada a la memoria. Su propósito,
según nos revelan, consiste en lograr una suerte de 'amnesia selectiva'
que permita a los consumidores de la droga en cuestión olvidar traumas
del pasado, adicciones vergonzantes y, en general, mejorar la memoria,
despojándola de recuerdos embarazosos o aflictivos, asociados a las
atrocidades o meros deslices cometidos en algún pasaje recóndito de su
biografía.

Aunque la noticia haya trepado a los titulares de los periódicos más


pretendidamente serios del mundo, salta a la vista que esta búsqueda de
'amnesia selectiva' constituye una de esas supercherías científicas con las
que periódicamente nos embaucan; pues, suponiendo que la memoria se
pueda en efecto manipular mediante la inhibición de una enzima, parece
bastante improbable que un producto de laboratorio pueda completar el
escrutinio de nuestros recuerdos y extirpar aquellos que nos resulten
enojosos, como haría el bisturí de un cirujano con las verrugas que afean
nuestro cutis.
Pero que tal superchería haya obtenido la atención mediática nos revela
que responde a un anhelo cierto de los hombres de nuestro tiempo;
anhelo tal vez inconfesable que la coartada científista adecenta o
prestigia.

Tal anhelo no es otro que la abolición de la conciencia moral, aunque se


disfrace de propósitos salutíferos. ¿Y qué es la conciencia moral? Pues
es la capacidad del hombre para razonar sobre la ética, para
discernir lo que es bueno y lo que es malo, lo que es justo e injusto;
y, por extensión, la capacidad para pensar y obrar según tales
patrones de juicio, de tal modo que el hallazgo de verdades morales
objetivamente válidas guíe nuestra conducta, de tal modo que
cuando nos apartamos de tales verdades nuestra naturaleza se
rebele, sintiéndose culpable.

Este “sentimiento de culpa” es lo que permite combatir el mal en sus


fundamentos, independientemente del perjuicio que nos ocasione (a
nosotros mismos o a un tercero), pues califica éticamente nuestra
conducta; cuando ese sentimiento de culpa o conciencia del mal cometido
desaparece -como ocurre en nuestra época-, el mal sólo puede
combatirse en sus consecuencias; esto es, en la medición del perjuicio
que causa a terceros.
Así, por ejemplo, nuestra época no califica moralmente las aberraciones
sexuales, puesto que el pensamiento, al no infligir daño a terceros, no
delinque; y sólo actúa cuando tales aberraciones son ejecutadas a costa
de un tercero.
Pero desde el momento en que la conciencia moral se oscurece,
dimitiendo de calificar tales aberraciones, desaparece el freno que las
atacaba en su fundamento, y las consecuencias. ... de tales aberraciones
no hacen sino crecer, hasta el extremo de que la ley no se basta para
frenarlas.
Y, con el oscurecimiento de la conciencia moral, incluso ese perjuicio
causado a terceros puede tener mayor o menor gravedad, o incluso
carecer de gravedad alguna, dependiendo de nuestros intereses: así, por
ejemplo, una mayoría social puede determinar interesadamente que
enriquecerse sin tasa, aunque sea a costa de expoliar a otros, no debe
combatirse; o también que se aborte a: mansalva; o que la palabra dada
no nos obligue, etcétera.

Ejemplos de este peligroso deslizamiento de la conciencia moral los


tenemos por doquier. Nuestra época pretende que el sentimiento de culpa
asociado a la conciencia del mal cometido no es algo intrínseco. a la
naturaleza humana, a su capacidad para razonar sobre la ética, sino un
instrumento fiscalizador de las religiones que conviene erradicar, para que
el hombre adquiera mayores cúspides de libertad.

Pero libre sólo es quien es capaz de calificar en conciencia su conducta;


la libertad de quien carece de conciencia es: expresión de una esclavitud
o debilidad absoluta, que es la de quien ha renunciado a enjuiciar su
conducta.

Ocurre, sin embargo, que el hombre es racional por naturaleza; y todo


intento de amputar su conciencia moral es como exhortarlo a caminar a
cuatro patas. El hombre animalizado puede llegar, en último extremo, a
caminar a cuatro patas, pero seguirá teniendo nostalgia de aquella edad
dichosa en que lo hacía sobre los pies; y el hombre al que se le ha
invitado a dimitir de su conciencia moral sigue teniendo una memoria
aflictiva de aquellos actos que realizó o pensamientos que concibió
contrariándola.
Y para que esta agresión a su verdadera naturaleza no lo atormente
anhela una droga que anestesie selectivamente su memoria. ¡Pobres
hombres desnaturalizados!
Semanal N º 1124
www.juanmanueldeprada.com

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