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Conocimiento y comunalidad

Bajo el Volcán, año 16, número 23, septiembre 2015-febrero 2016

Jaime Martínez Luna

Fecha de recepción: 23 de septiembre de 2014


Fecha de aceptación: 12 de enero de 2015

Resumen
Nuestra propuesta de Comunalidad, para definir nuestra actitud, nos con-
duce necesariamente a explicar su fortaleza en razón de las fuentes de
su reproducción y exposición. Lo anterior, nos lleva a reflexionar nuestra
vida cotidiana, buscando en ella la forma como vamos adquiriendo e inte-
grando el conocimiento, labor que, aunque parezca aburrida, es recomen-
dable re-andar, para así dar mayor claridad a nuestros conceptos que,
si bien, los extraemos del mismo idioma impuesto, pueden reflejar con
mayor nitidez lo que somos, sentimos y pensamos.
El primero de nuestros apartados, titulado “El conocimiento: vida natural
y vida impuesta”, como un preámbulo breve, intenta ser una descripción
introductoria de cómo vamos percibiendo la vida, construyéndola, inclu-
so del cómo las contradicciones inherentes al modo de vida general van
moldeando nuestros razonamientos, cotidianamente contradictorios, por
las imposiciones que recibimos del exterior y de las fuentes de nuestra
resistencia. La exposición se orienta sobre los pilares o momentos en que
se sustenta la creación comunal de nuestra realización social.
El segundo apartado, bajo el nombre “Comunalizar la vida toda”, tiene
una ubicación histórica concreta. Se ofrece para enunciar comparativa-
mente nuestro modo natural de hacer la vida y los razonamientos nece-
sarios a asumir para enfrentar los avatares de nuestros tiempos actua-
les. Este apartado se expuso como conferencia magistral en la Segunda

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Cumbre Continental de Comunicación Indígena del Abla Yala, realizada


en octubre de 2013 en Santa María Tlahuitoltepec Mixe, Oaxaca.
Palabras clave: Comunalidad, pueblos indígenas, conocimiento, comuni-
cación comunal

El conocimiento: vida natural y vida impuesta.


Notas para una filosofía propia

Comunalidad es un concepto vivencial que permite la comprensión


integral, total, natural y común de hacer la vida; es un razona-
miento lógico natural que se funda en la interdependencia de sus
elementos, temporales y espaciales; es la capacidad de los seres
vivos que lo conforman; es el ejercicio de la vida; es la forma or-
gánica que refleja la diversidad contenida en la naturaleza, en una
interdependencia integral de los elementos que la componen. Por
todo ello, es una conducta fincada en el respeto a la diversidad,
que genera un conocimiento específico, medios de comunicación
necesarios, y hace de su ser un modo de vida fundado en principios
de respeto, reciprocidad y una labor que permite la sobrevivencia
del mundo de forma total, como el de cada una de sus instancias y
elementos, que consigue bienestar y goce.
Emana de su ejercicio una filosofía natural sustentada en cua-
tro momentos indisolublemente unidos e integrados: a) La natura-
leza, geografía, territorio, tierra o suelo que se pisa; b) Sociedad,
comunidad, familia que pisa esa naturaleza, geografía o suelo; c)
Trabajo, labor, actividad que realiza la sociedad, comunidad, fami-
lia que pisa ese suelo; y finalmente d) lo que obtiene o consigue,
goce, bienestar, fiesta, distracción, satisfacción, cansancio con su
trabajo, labor, o actividad esa sociedad, comunidad que pisa ese
suelo, territorio o naturaleza.

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Con todo esto, podemos afirmar que Comunalidad expone cuatro


campos filosóficos, que le elevan a categoría epistémica; a través de
una filosofía geográfica, una filosofía comunal, una filosofía creativa-
productiva y una filosofía del goce. Campos y momentos de un pensa-
miento totalizador, integrador y dialógico. Se basa en la oralidad y la
imagen, como lenguajes directos y en constante movimiento.
En Comunalidad, una sociedad territorializada, comunalmente
organizada, recíprocamente productiva, y colectivamente festiva, di-
seña mecanismos, estrategias, actitudes, proyectos que le determi-
nan la cualidad en sus relaciones con el exterior; asimismo, diseña
principios, normas, instancias que definen y reproducen sus relacio-
nes a su interior. La explicación de su realización se da conforme al
suelo que pisa, a las personas y familias que habitan ese suelo, a la
labor cotidiana que ejecuta el habitante que pisa ese suelo y al goce o
bienestar que consigue, con su labor, la comunidad que pisa ese suelo.
En cada momento, sus manifestaciones estarán en articula-
ción con la sociedad y la naturaleza envolvente. Es esta articula-
ción la que dibujará sus espacios y momentos culturales, definirá
la fortaleza que demuestren sus relaciones internas; asimismo,
revelará las debilidades que reflejan su interacción con el mundo
envolvente. El color, el sabor de su Comunalidad se expresarán
como resultado de la etapa histórica que viva y se interprete.

Momentos a filosofar

La naturaleza, la geografía, el territorio que se habita, genera, en


Comunalidad, interpretaciones materiales e intelectuales, del pa-
pel que asumen las relaciones específicas que se dan con el en-
torno; su percepción se manifiesta a través de la imaginación, sus
resultados y sus saberes conforman la cultura de su habitar coti-
diano. Su integración razonada conforma una filosofía geográfica
que expresa unidad de pensamiento.
La sociedad, la comunidad, integra sus relaciones, que le
explican su ser social, que determina sus instancias de relación,

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colaboración, intercambio, para tomar decisiones del tipo que se


haga necesario. Esto es una filosofía comunitaria que elabora su
razón de ser, integra sus costumbres y define su habitar social,
material e intelectual.
Una sociedad se comprende incorporada a una naturaleza; esto
permite la reproducción de la vida, la gestión del conocimiento ne-
cesario, la creación del medio de comunicación adecuado, con todo
construye una filosofía creativa y productiva, que fortalece las posi-
bilidades de su reproducción. Fundada en ella, diseña la tecnología
apropiada, y busca la que no le ofrece su naturaleza, con el objetivo
de garantizarse la existencia, además de intercambiar sus productos.
El goce es el resultado integral logrado de la labor ejercita-
da por la comunidad en su relación con su naturaleza, éste es la
demostración de la diversidad de posibilidades que ofrece su te-
rritorio, la capacidad intelectual de los habitantes, y el resultado
de la creatividad ejercitada en el día, el mes, el año, el tiempo y el
espacio que le ha tocado vivir. Ello fundamenta una filosofía de la
satisfacción compartida, de todos los elementos partícipes de su
proceso de vida, material e intelectual.

Comunalizar la vida toda

Desde niños nos enseñaron: “no hay mal que dure cien años, ni
persona que los aguante”. Llevamos cargando un mal, más de qui-
nientos años, y seguimos aguantando. ¿Qué es lo que pasa?, ¿es
que no somos personas o es que no padecemos ningún mal?
Hemos sido bautizados en sacramentos que en nada alteran
nuestra manera de hacer y de sentir la vida. Hacemos fiesta, traba-
jamos, bailamos, comemos, disfrutamos de la presencia de todos,
a pesar de que estos eventos sean convocados por un Nombre (un
Santo, un Héroe, etc.) cuya raíz o significado ni siquiera nos inte-
resa escudriñar. Los que nos miran, nos ven extraños, se sienten
extraños, en una fiesta que no tiene un anfitrión, en la cual, el

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centro, todos lo son. Beben de nuestras botellas, incluso se embo-


rrachan y, a pesar de quitarse los lentes, no nos logran entender.
La gran mayoría de los que son, o se sienten entre y como no-
sotros, piensan la vida y la identifican en el idioma español. ¡Claro!
Podemos sentirnos orgullosos, aún son muchos los afortunados
que lo hacen en dos lenguas, la suya y el español.
Pensar la vida en español nos lleva a identificar nuestra exis-
tencia, desde sus conceptos. Nuestros conceptos, lo que de la na-
turaleza percibimos, si hemos perdido nuestra lengua originaria,
no existen, o son encubiertos, ocultados por el español. Nuestras
lenguas originarias dibujan y explican el mundo real que percibi-
mos; la lengua invasora lo niega y expresa sólo lo que sus cons-
tructores entienden de este mundo, a través de sus creencias, sus
intereses, sus valores, etc.
El ejemplo central es la libertad. Pensamos y enarbolamos la
libertad como un principio sagrado, sin detenernos a pensar que
no se puede ser libre en un planeta o un mundo que no es nuestro,
sino más bien, que nosotros pertenecemos o somos parte de él.
Dependemos del planeta, de su oxígeno, de su agua, de sus frutos,
de su humor, de su movimiento, de la existencia de lo demás; sin
ello, nuestra propia existencia no se puede concebir.
Pensar desde la libertad es sentirnos libres de apropiarnos de
un mundo que es todo y de todos. En libertad hacemos la guerra,
ejecutamos las leyes, ponemos en venta hasta el oxígeno, una li-
bertad que ostentamos percibirla como un derecho natural.
Pensamos desde la democracia, que el poder es del pueblo, y
no nos preguntamos de qué pueblo: del que está arriba, del que está
abajo, del que está al lado, del que yace en los cementerios, o del que
está por llegar. Pero hablamos desde el poder del pueblo, y pensamos
que todos somos ese pueblo, sin reparar que a los griegos se les olvi-
dó incluir a los esclavos en el ejercicio de la democracia.
Por fortuna, a otros, a nosotros, la comunidad, fortaleza na-
tural de todos, nos ha permitido aprender y enseñar la vivencia
colectiva en sus tiempos y en sus espacios.

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Otra pesadilla más: el Estado-Nación. Pensar desde los Esta-


dos es creer firmemente que hemos sido todos quienes los hemos
diseñado, integrado, construido, erigido, estructurado, edifica-
do. Afirmamos, convencidos, que su ley es nuestra ley, y que por
eso merece nuestro respeto, nuestro sometimiento a su ejercicio,
nuestra lealtad a sus designios. Por más que se nos informa que
nuestros ancestros, y ahora nosotros, han sido y somos carne de
cañón, portamos el orgullo de ser de una nación como un maqui-
llaje convertido en piel.
El Estado con el mayor número de naciones y habitantes
conscientemente integrados al planeta, Bolivia, aún no sabe cómo
trascender al Estado. No encuentra la salida para liberarse de ese
concepto, en el que todos hemos estado enjaulados, desde la inva-
sión a nuestro continente. En peores circunstancias nos hayamos
los que tenemos la obligación de reconocernos Mexicanos.
Éste es el peor obstáculo para los que estamos convencidos
de ser Abya Yala, un continente sin fronteras.
Lo alcanzaremos, las generaciones futuras lo lograrán.
¿Cómo?, comunicando nuestro pensar natural, como un modelo de
vida respetuoso, de trabajo, de reciprocidad. No de fraternidad, de
solidaridad, de caridad. Así, lo ubicaremos como un futuro posible,
ciertamente. Y lo lograremos si reproducimos y fortalecemos nues-
tros modelos de vida, que son una solución a la omnipresencia del
Estado y la propiedad privada que éste defiende, apropiándose de
un planeta, de una tierra, que es de todos los seres que le habitan.
Un nuevo modelo de pensamiento y su lenguaje, es el reto.
Para ello, ciframos nuestra convicción de encontrar en los medios
de expresión los instrumentos idóneos, que nos liberen de la liber-
tad, que comunalicen nuestro pensar y expresar.
La libertad y la Comunalidad son polos opuestos, habitan en
nuestro ser y pensar, y son necesarios de clarificar. Desde la liber-
tad, somos individuos que trasforman y se transformarán; desde la
Comunalidad, somos seres integrados que encontraremos mayor
integración. Desde la libertad, somos independientes en nuestro

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Conocimiento y comunalidad

pensar; desde la Comunalidad, dependemos del pensamiento cons-


truido entre todos y de los demás.
Desde la libertad, todos podemos tener la ilusión de acceder
al poder; desde la Comunalidad, todos, en tiempos y espacios, a
través del trabajo y la responsabilidad, somos y seguiremos siendo
la autoridad.
Éramos y seguimos siendo comunidad; los invasores nos indi-
vidualizaron y nos pusieron a competir en todo; nos han impuesto
una ficción que es la libertad; y con ello, la prepotencia, la sober-
bia, la competencia, la búsqueda del triunfo, la conquista de la
libertad. No importa quién pierda en esta competencia, desde ese
lenguaje, será el ignorante, el que no sabe, el que necesita educa-
ción, el que necesita ser liberado, el que hay que iluminar lleván-
dole la verdad, el que se someterá a la conquista de su libertad.
Usamos el español, incluso desde sus conceptos denigrantes,
discriminatorios, asumimos la negación de nuestro ser en sus pro-
pios términos, de paso, los convertimos en bandera. Algo de esto
es lo indígena. Al asumir lo indígena, indigenizamos nuestras rela-
ciones, vemos a nuestros hermanos como tales, como indígenas;
es decir, les negamos la existencia, su existencia real. Somos gen-
te natural, existimos, somos una parte del todo. El idioma español
no nos reconoce a los que vivimos en estado de naturaleza. ¿Por
qué?, porque somos naturales, en español no, éste “está sobre” o
encima de “lo natural”.
Al excluirnos reconociéndonos indígenas, es cierto, accede-
mos al poder, pero al juego del poder que ellos ejercen; por eso
hablamos en sus conceptos, hacemos lo que ellos hacen, ¿que no
tenemos derecho? Todavía nos ufanamos, al afirmar la pregunta.
Nos contestan: “¡Claro!, tienes derecho, como indígena, a ser in-
dígena”. Es decir, tenemos derecho a vivir, con ellos, identificados
en la exclusión, en la obscuridad. El lenguaje nos separa: ellos son
ellos, nosotros somos nosotros. Ellos nos nombran indígenas, ex-
cluyéndonos desde su derecho constitucional; y nosotros nos auto
excluimos al aceptarnos indígenas. Diputados indígenas, presi-
dentes indígenas, funcionarios indígenas, intelectuales indígenas,

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artesanos indígenas, comunicadores indígenas, lo cierto es que


existimos en la exclusión, en la etiquetación, en la cosificación. Y,
todavía, nos sentimos orgullosos de serlo.
Debemos tener claro que la gran diferencia que existe entre
ellos y nosotros es una filosofía profunda. La gran diferencia estri-
ba en pensar el mundo desde el individuo y su contraparte, pensar
el mundo desde la comunidad. Es decir, desde el “yo”, dueños del
mundo, o desde el “nosotros”, elementos habitantes de este gran
mundo. Es muy distinto pensar el mundo desde ti que pensarlo
desde el mundo.
Pensar el mundo desde el mundo es el reto central de la ex-
posición comunal. Democratizar la comunicación es diseñarla in-
dividualmente, mientras que comunalizar la comunicación es dise-
ñarla comunalmente, desde la unidad de su diversidad. Pensamos
hablando: la oralidad es nuestra mecánica de intercambio, por eso
la oralidad y la imagen son nuestra exposición total.
Lo comunal es la integración de la diversidad, es la unidad de
la diversidad natural. Es la exposición desde el respeto, no desde
“el respeto al derecho ajeno”, sino desde la obligación tornada en
respeto. Es comunicar desde un trabajo compartido recíprocamen-
te, no entre los individuos y las naciones, sino entre las comunida-
des y las regiones. Es para hacer la comunicación, vista como ar-
monía, buen o bien convivir, no para conseguir la paz que justifica
la guerra permanente, una guerra que en el pasado había sido en-
tre naciones, y hoy es, básicamente, entre intereses económicos:
bolsas de capitales, que han trascendido al individuo y a la patria
para ser precisos, y que han logrado adueñarse de los espacios que
reproducen sus códigos.
Comunicar desde el individuo es justificar a los dueños del
mundo, es justificar la propiedad de los medios, radio, televisión,
telefonía, internet, editorial, todo y por lo mismo: al extractivis-
mo, herramienta y materia prima para el poder absoluto. Energías
sanas, en manos de capitales, significan la reproducción perfecta
de las desigualdades; es planificar la vida mundial al servicio de
capitales, que en sus orígenes fueron individuales.

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Conocimiento y comunalidad

No nos planteamos desaparecer al Estado al descubrirlo como


jaula y, mucho menos, pretendemos hacerlo dentro de sus propios
códigos. Reconocer la filosofía que hemos heredado de nuestros
ancestros es suficiente para el diseño de nuestros mensajes co-
tidianos. Exponer y reproducir los valores que ejercitamos en co-
munidad, nos da la fortaleza necesaria para no desaparecer. Sí,
somos personas, y tampoco hemos construido un mal que haya
que desaparecer. Por el contrario, hemos reproducido un modo de
ver la vida que, según apreciamos, es el único camino que le queda
a la sociedad mundial, sociedad que ha perdido toda integridad
natural en sus modelos de vida. Nosotros representamos socieda-
des pequeñas, pero habitamos los rincones menos imaginados del
planeta, y nuestro pensar no es pequeño, es el que ha demostrado
mayor perennidad a lo largo de una historia planetaria que se pue-
de concebir e interpretar en códigos propios.
Vivimos el infinito, y nuestro modo de razonar ha visto en-
cumbrar y derrumbar distintos modelos de poder, distintos len-
guajes interpretadores de nuestra existencia marginal. Hemos
permanecido porque somos naturaleza, porque somos parte de un
todo indivisible, que responde no a secretos guardados, sino a la
imaginación de quien le toca su tiempo de habitar.
La ciencia, ordenador del pensamiento hegemónico que nos
ha tocado vivir, nos ofrece sus virtudes para que comunalmente le
usemos y le dotamos nuestra espiritualidad para dar respuesta y
satisfacción a nuestras necesidades reales. Mucho de esto nos re-
úne en esta ocasión, en la Segunda Cumbre Continental de Comu-
nicación Indígena del Abla Yala, envueltos de un mundo de sueños
y utopías que nos mantienen la sonrisa a flor de piel.
El ejercicio de nuestras capacidades de resistencia no sólo ha
tenido maestros, sino que tiene en su permanente intercambio: un
alumno-maestro que cotidianamente ha de reproducir nuestras fa-
cultades intelectuales y materiales, no separadas, sino entendidas
en su unidad.
Los maestros, empleados del Estado, están llamados a beber
de la comunidad el contenido de su labor, aunque contradigan lo

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que su patrón espera de ellos. Tendrán que tomar conciencia que


mamaron comunidad y en comunidad tejerán el futuro. La crea-
tividad magisterial es responsabilidad de todos, porque en este
mundo todos somos alumnos y todos somos maestros.
La academia nunca podrá ofrecernos propuestas, ella sólo
nos mira y escribe para lo hegemónico. Serán nuestros tiempos,
nuestros espacios, nuestro trabajo la maquinaria que abrirá los
caminos específicos y necesarios para cada comunidad, para cada
región. Conocimiento no obtenido de una práctica siempre queda-
rá estacionado en la diletancia. Conocimientos emanados de un
claustro nunca dejarán de ser rosarios de cualquier iglesia.
La historia no es lineal y mucho menos ascendente. Si pudiera di-
bujarse, podría ser una espiral en movimiento eterno. La memoria nos
ha mantenido firmes. En ella busquemos los momentos comunales
más brillantes; abrevemos de ella en el peor de nuestros momentos.
No vemos en la naturaleza sus facultades productivas. Vemos
en ella nuestra casa, nuestra propia capacidad de convivencia in-
tegral. En otras palabras, la naturaleza no es materia, mercancía,
cosa; es todo, somos todo. Por eso hemos defendido los territorios
con nuestra propia existencia, porque somos ellos. Es por eso que
la naturaleza no nos pertenece, pero sí nosotros a ella.
La fuente de un pensamiento propio es la naturaleza, sus movi-
mientos marcan nuestros ritmos, sus humores marcan nuestras fes-
tividades, sus calores y sus fríos determinan nuestras necesidades,
nos da la respuesta para la reproducción de nuestra especie. Esto es
el contenido de nuestra cotidiana comunicación. Es compartir la vida
entre todos, no competir para sobresalir y con ello mantener el someti-
miento de unos por otros. Somos naturaleza, por eso cada quien tiene
un papel que desempeñar en esta vida, dentro y respetando sus reglas.
Es esta integridad comunalitaria la que no se logra entender
desde la libertad. Y ha sido la libertad la que ha despedazado la
realidad, la que ha departamentalizado el conocimiento, porque la
libertad sólo entiende y busca lo que a uno le interesa o le llama la
atención, sin tomar en cuenta que cualquier tramo de la realidad
es la evidencia de un todo integrado, de una totalidad.

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Conocimiento y comunalidad

Pensar el todo es urgente, porque el todo es integral y en él


viajamos todos. Comunicar esa integralidad es el reto filosófico de
nuestra labor.
Lograr la comunicación integral que reclama nuestra realidad
no es un asunto de cumbres, ni mucho menos de toma de acuerdos.
Vislumbrar caminos homogéneos obstaculiza la reproducción de
nuestra diversidad natural y específica. Cada comunidad o región
abreva de su realidad los nutrientes de su labor, así como la milpa
no es la misma en todos lados, así la comunicación no será la mis-
ma en todos los espacios. Es el intercambio de experiencias con-
cretas de trabajo, la fuente del enriquecimiento comunicacional de
los procesos locales y regionales.
La puesta en práctica de las libertades de expresión lleva
consigo la formación de líderes de opinión, del formato eficiente
a utilizar, de la información adecuada a exponer, de las temáticas
importantes a difundir, debatir y polemizar, todo ello lo encubre
la práctica de la libertad. Es tiempo de abandonar la imagen del
misionero católico que invadió nuestras percepciones; es tiempo
de abandonar los mensajes necesarios y recomendables, para lo-
grar el destino “justo” para nuestras comunidades. Ha llegado el
tiempo de hacer todo entre todos y dejar la luz del individuo, quien
desde la invasión a nuestro continente, como monoteísmo u homo-
latría, nos ha excluido y tratado sólo como mano de obra esclava.
Las organizaciones de la sociedad civil brillan en la reproduc-
ción de los discursos y procedimientos hegemónicos en todos los
campos de la vida. Son pocas las que han logrado valorar el cono-
cimiento comunitario y dedican sus esfuerzos a extenderlo. En su
mayoría, y en el mejor de los casos, viven de la denuncia, de los pa-
decimientos, a sabiendas que la legalidad son ellos y que no existen
los métodos para detener la arbitrariedades del poder; y si los hay,
no los ubican en el conocimiento, en la educación y en la comunica-
ción, sino que lo encuentran en la confrontación y, de nueva cuenta,
llevándose a nuestros hermanos como carne de cañón.
Un plano cruel que la comunicación enfrenta es el tratamiento
y orientación de nuestros afectos. Nuestros cronistas, trovadores,

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artistas, escritores, formados o no, en los centros coloniales del


conocimiento reproducen en su labor los valores impuestos. Pen-
sar y sentir el Amor, desde el español, es vivir apresado en una
cárcel conceptual, en el que la violencia tiene un discurso suficien-
temente amplio, no así la armonía y el respeto natural.
Pensar la relaciones de hombre y mujer requiere de su propio
lenguaje. Impera el lenguaje de mercado y la percepción patriar-
cal, a sabiendas de que la naturaleza tiene substancia matriarcal.
Resulta urgente una comunicación que dimensione la naturaleza y
la equidad, para detener el impacto degenerativo que globalmente
padecemos, de la noción mercantilizada del afecto.
Ante lo expuesto, sale sobrando referirnos a los partidos po-
líticos, éstos no merecen ni mención. En las condiciones actuales,
es tan evidente su negativa existencia que se pierde tiempo al in-
sistir en ubicarlos.
Lo mismo se merece la noción de “desarrollo”, que no sólo des-
truye nuestra integridad natural, sino que se ha convertido en una
visión enajenante. Todo es desarrollo y sustentabilidad. Esta últi-
ma es una noción que en nuestra forma de vida resulta una obvie-
dad, pero para la mayoría de sociedades se ha vuelto inalcanzable.
Si planteamos la necesidad de un nuevo modelo de pensamien-
to, no queremos decir que eso nuevo está por hacerse. Ha estado
siempre ahí, pero ha sido negado. A cambio, se nos ha impuesto
una visión que nos separa de la posibilidad de concebir nuestra na-
turalidad, de nuestras capacidades integrales de diseñar nuestros
propios caminos, en nuestro propio lenguaje y, si el que tenemos
no identifica lo que vemos y sentimos, debemos crear ese lenguaje
desde su misma raíz. pero sólo para señalar lo nuestro, lo que
verdaderamente percibimos; y esto es simplemente aclarar el pa-
norama conceptual que nos rodea. Que ese nuevo lenguaje sea el
eje de una nueva comunicación que se funde en el trabajo de todos,
del respeto profundo a la diversidad que integramos.
Los naturales hemos existido eternamente, no somos resul-
tado de una época, hemos cambiado según el contexto que nos ha
tocado existir. Los de ahora somos como los de ahora y nada más,

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Conocimiento y comunalidad

somos la manifestación de nuestra circunstancia. Hoy llamamos


Comunalidad a nuestro modo de existencia, mañana quién sabe
cómo habremos de llamar a nuestra conducta.
Nuestro razonamiento no es pre-colonial, ni colonial, ni post-co-
lonial, es el de hoy y se manifiesta como tiene la necesidad de hacerlo.
Recurrir a la autonomía ha sido una estrategia para convivir con el
resto del mundo, para detener sus agresiones, para fortalecer nuestra
unidad concreta. Sin embargo, debemos reconocer que la demandamos
dentro de un lenguaje ajeno. Queremos que se decrete la Autonomía,
sin exigirnos a nosotros mismos concretarla en nuestra vida cotidiana.
Nuestros hermanos zapatistas recorrieron la esperanza cons-
titucional de los acuerdos de San Andrés, después de una década
de movilizaciones, retornaron a sus lugares de origen, a concre-
tar su autonomía. Es por todo esto que el lenguaje gubernamen-
tal, elaborado desde el español, expresa códigos que nada tienen
que ver con las fuentes de nuestro razonamiento. Materialicemos
nuestra comunal-determinación, no la demandemos a las constitu-
ciones gubernamentales.
Concretemos la convivencia dentro de este planeta, pero aparté-
monos de reproducir sus lógicas de pensamiento. Nuestros medios de
comunicación son eso: nuestros. Utilicemos sus bondades para forta-
lecer nuestras capacidades, no para profundizar nuestras debilidades.
Sociedades enteras, principalmente urbanas, movilizan su
energía al amparo de códigos que consideran suyos. El buscar que
se respeten sus derechos nos muestra que se navega en una barca
ficticia, que es un discurso que se elabora para controlar, entrete-
ner, manejar, pero en ningún momento para resolver necesidades.
Nuestro modo de pensar, tiene cerca a la autosuficiencia,
siempre que no se reproduzcan aspiraciones de comodidad banal,
que son motivados por los hambrientos mercados. Fortalecer el
intercambio, que es fruto específico de nuestro modo de vida co-
munal, es un sendero que puede orientar nuestra labor de comu-
nicación cotidiana. Somos conscientes de que producimos lo que
necesitamos, pero los casos excedentarios pueden enriquecerse
mediante relaciones de confianza con consumidores urbanos.

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Bajo el Volcán

Esta economía, la nuestra, ha permitido y fortalecido nuestra re-


sistencia. Esta economía no compite, no negocia, es recíproca, es re-
sultado de relaciones horizontales, de productores comunitarios que
comparten su vida y diseñan su futuro. Una comunal-determinación
programa su producción en relación articulada dentro su naturaleza.
En este proceso, carga implícitamente las prácticas sanitarias y la
atención de los infortunios. Nuestra comunicación cotidiana tiene que
llenar los espacios conquistados para fortalecer esta lógica de vida.
Ha llegado el momento de trascender el antropocentrismo; es
el momento de fortalecer nuestro naturocentrismo. Esto es central
si queremos comunicar y difundir nuestro propio modelo de pensa-
miento, una forma de razonar que siempre ha existido, y la de ahora
nos toca ahora dibujarla en un lenguaje preciso, que haya nacido
con nosotros, o con el que se nos haya impuesto por cualquier vía.
Los medios de comunicación nos acercan a todos, logran el
intercambio a través de sus bondades, como de sus peligros. La
academia nos ubica en el plano mundial, pero no explica nuestra
existencia, y está bien, no es su obligación, porque no la ve. Algu-
nos hablan de una nueva epistemología, si es eso, pues que sea,
si somos sólo un paradigma, pues de acuerdo. No nos interesa
ninguna etiquetación. Lo sabemos, nuestro pensamiento ha per-
manecido infinitamente, porque no nace de la elucubración, nace y
crece a partir de la lógica natural de la vida.
Nuestros medios de comunicación son comunitarios porque sur-
gen de la comunidad, le acompañan, le difunden. Con ellos reproduci-
mos y enriquecemos nuestra cosmovisión, nuestra interpretación na-
tural de la historia. Nuestra sapiencia encuentra en ellos los medios
de intercambio necesarios. No necesitamos medicina gubernamental,
tenemos la propia; no necesitamos de consumir productos ajenos, pro-
ducimos los propios. Los energéticos que necesitamos, los podemos
generar. La educación es el quehacer de todos, todos los días, conoci-
mientos que extraemos y nos aporta la naturaleza que nos comparte y
compartimos. Necesitamos respeto a quienes somos: seres naturales,
que se fundan en ello, en su naturaleza, y que a su manera de vivir y
de pensar, en estos tiempos, le llamamos: Comunalidad.

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