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Ensayistas contemporáneos:
Aproximaciones a una valoración
de la literatura latinoamericana
Ensayistas contemporáneos:
Aproximaciones a una valoración de la literatura latinoamericana
ISBN: 978-958-
Primera edición: 2011
© Autores Varios
Diagramación e impresión:
ARFO Editores e Impresores Ltda.
Cra. 15 No. 54-32
Tel.: 2175794 - 2494753
Bogotá, D. C.
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no eS novedAd SeñAlAr que Lima, a mediados de siglo XX, explota. Luego de presentar
un crecimiento demográico moderado durante 400 años, la población limeña empieza a au-
mentar de forma considerable: de 150 mil habitantes a principios de siglo alcanza los 330 mil
en la década del 30, bordea el medio millón en 1940, y supera el millón en 1955 (Lloyd 33). La
causa principal: los movimientos migratorios que ocurrieron en ese entonces.
Teóricos como Rama, De Certeau y Lefebvre han identiicado en los movimientos migratorios
un enfrentamiento entre la ciudad ideal y la ciudad real, entre la ciudad planeada y la ciudad
migratoria, y entre el espacio abstracto y el espacio diferencial, respectivamente. Más allá de
los términos que describan dicho enfrentamiento, lo relevante es que se trata de una lucha
constante, en donde no hay un vencedor deinitivo: cuando la ciudad real se enfrenta a su
versión soñada y el ocaso del modelo anterior es inminente, un nuevo orden espacial no tarda
en instituirse.
En este escenario, los cuentos del escritor peruano Enrique Congrains Martín (1932-2009)
revelan cómo, luego de la explosión migratoria de mediados de siglo XX, un nuevo orden es-
pacial emerge en Lima con la inalidad de ubicar a los recién llegados en lugares especíicos.
Si bien la obra de Congrains es principalmente reconocida por ser la primera en explorar el
mundo de las barriadas limeñas (Llaque 225), y ofrecer una mirada distinta, no censuradora,
* Diana Vela (Lima, 1980) obtuvo el título de Licenciada en Comunicación de la Universidad de Lima en el
2003. Un año después, ganó una beca para realizar estudios de posgrado en The State University of New York
at Buffalo, Estados Unidos, de donde se graduó como Magíster y Doctora en Literatura Hispanoamericana
en el 2007 y 2009 respectivamente.
Mientras estudiaba en The State University of New York at Buffalo, fue también profesora de dicha institu-
ción –enseñó cursos de lengua española y literatura hispanoamericana en pregrado– y fundó, junto a otros es-
tudiantes latinoamericanos, The Latin American Graduate Student Association –de la cual fue vicepresidenta
hasta el 2009–. En el 2008, obtuvo una beca de investigación de Sigma Delta Pi, The National Collegiate
Hispanic Honor Society, para llevar a cabo su tesis de doctorado.
En la actualidad, es profesora de pregrado y posgrado de la Universidad Tecnológica de Pereira, Colombia,
en la Escuela de Español y Comunicación Audiovisual y en la Facultad de Bellas Artes y Humanidades. Sus
intereses de enseñanza e investigación abarcan la literatura e historia latinoamericana, los vínculos entre la
comunicación y la literatura, así como los temas de inclusión social e imaginarios urbanos.
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de sus pobladores (Aldrich 454), esta no se limita a hurgar en tales espacios, sino que también
se introduce en el hábitat de aquel sector al que supuestamente le va mejor en la ciudad: la cla-
se trabajadora. Así, los cuentos “Lima, hora cero”, “Los Palomino”, “El niño de Junto al Cielo” y
“Cuatro pisos, mil esperanzas” –incluidos en la colección Lima, hora cero1– evidencian cómo el
nuevo orden espacial repliega a las clases baja y trabajadora a lugares en la ciudad que, para
ellos, terminan siendo inmodiicables.
Lefebvre sostiene que la clase en el poder busca mantener su hegemonía no solo a través
de la violencia, sino también por medio de la consolidación de ciertas instituciones y la dise-
minación de ciertas ideas. Estas acciones a su vez implican la producción de un espacio en
especíico, ideado para servir al establecimiento de un sistema (10-11). En este sentido, aun-
que a simple vista parezca una entidad neutral o una existencia dada sin causa aparente, el
espacio ha de ser entendido como una construcción de corte hegemónico, como un producto
social que la clase en el poder ha creado con ciertos propósitos. Lefebvre llama a este tipo de
espacio “espacio abstracto”: el espacio de la burguesía, del capitalismo y del neocapitalismo,
el espacio que busca anular cualquier tipo de resistencia (49, 57). Este es el tipo de espacio
que busca ser instituido cuando las ciudades son coniguradas.
From a less pessimistic standpoint, it can be shown that abstract space harbours speciic
contradictions [...] Thus, despite –or rather because of– its negativity, abstract space ca-
rries within itself the seeds of a new kind of space. I shall call that new space ‘differential
space’, because, inasmuch as abstract space tends towards homogeneity, towards the
elimination of existing differences or peculiarities, a new space cannot be born (produced)
unless it accentuates differences. (52)
1
La primera colección de cuentos Lima, hora cero data de 1954. Sin embargo, en este ensayo examinamos
una edición posterior: aquella publicada por Populibros Peruanos durante los años sesenta. Y aunque esta
edición no presenta fecha exacta de publicación, podemos intuir que apareció a finales de dicha década por lo
siguiente: si consideramos que el cierre de la editorial se produjo por orden de la dictadura de Velasco Alvara-
do (1968-1975) y la complicidad del alcalde Luis Bedoya Reyes (1964-1969) (Grass 71), y que esta edición
de Lima, hora cero menciona el reciente decomiso de sus ejemplares por orden del mencionado alcalde (4),
podemos deducir que apareció entre 1968 y 1969.
116 diAnA velA
El caso de Lima
Sin embargo, existe también una Lima que es ajena a los reiterados proyectos del sueño del
orden. Justamente durante las primeras décadas del siglo XX, la capital comenzó a presentar
cambios que propiciaron la aparición de espacios no planeados. Las clases acomodadas se
mudaban hacia nuevos vecindarios construidos en el sur de la ciudad, mientras sus casonas
del centro eran divididas para albergar, en condiciones deplorables, a familias de escasos
recursos. Por su parte, las barriadas se multiplicaban alrededor de Lima: si bien de 1920 a
1940 solo se contaban 5, en 1955 ya eran 56 –con aproximadamente 120 mil pobladores–, y
en 1961, más de 1 millón –con más de 1 millón y medio de habitantes– (Lloyd 34-38, Matos
Mar, “Nuevo rostro del Perú”, 18-19). Como se observa, pese a que desde inicios del siglo XX,
la ciudad venía dando muestras de una crisis en su coniguración oicial, es recién a mediados
de dicho siglo que tales cambios cobran una magnitud inesperada.
En estas circunstancias, los personajes de “Lima, hora cero”, “El niño de Junto al Cielo”, “Los
Palomino” y “Cuatro pisos, mil esperanzas” son todos migrantes que no pueden modiicar la
ubicación que les ha sido asignada en la ciudad. Y si bien los protagonistas de los dos primeros
cuentos habitan en barriadas, y los de las dos últimas historias residen en sectores modestos,
en ninguno de los casos logran cambiar el hábitat que, en Lima, parece corresponderles de
forma “natural”.
Origen y oicios
El nuevo orden espacial no expresa abiertamente que el origen de ciertos sujetos determina el
lugar que este ha de habitar en la ciudad. Por el contrario, sugiere que es el oicio el aspecto
que condiciona la ubicación de los sujetos en el espacio urbano, puesto que al ijar un salario
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“Lima, hora cero” narra una historia conocida: un provinciano llega a la capital cargado de
ilusiones y, poco después, se enfrenta a una dura realidad que destruye sus sueños. Mateo To-
rres es un joven ancashino2 que luego de no encontrar un trabajo medianamente remunerado,
se instala en una barriada. Esta barriada se llama Esperanza, y pronto va a ser destruida: una
empresa constructora ha decidido urbanizar el terreno en donde se erige. Ante tal decisión,
los pobladores emprenden una marcha de protesta pacíica, sin saber que en aquel momento,
la empresa constructora toma la decisión de enviar camiones caterpillar para echar abajo sus
precarias viviendas. El cuento termina dando a conocer el siguiente hecho: los camiones no
solo arrasan con las chozas sino también con Mateo Torres, quien, al no haber asistido a la
marcha por encontrarse enfermo, muere instantáneamente.
Como se observa, apenas pone un pie en Lima, el protagonista se da cuenta de que encontrar
el empleo que anhela –un trabajo en una oicina– no es tan fácil como creía. A simple vista,
puede parecer lógico que ello le sea difícil, en tanto carece de la documentación necesaria
para laborar en una empresa. No obstante, si se considera la escasa probabilidad de que un
recién llegado cuente con los documentos señalados –sobre todo, con cartas de recomenda-
ción–, puede advertirse que estos requisitos constituyen trabas para la inclusión de los provin-
cianos en ciertas actividades de la vida laboral capitalina. De hecho, el mismo Mateo señala: “A
un provinciano que busca trabajo se le puede decir ‘no’ de muchas y diferentes maneras” (6).
Lo anterior ocurre precisamente porque un provinciano no es bienvenido en la ciudad, a menos
que sea para realizar oicios varios. Como resultado, el protagonista termina de barrendero.
Esta es la única opción que la ciudad parece otorgarle; aquella ciudad que, para mantener
limpias sus calles, solo necesita: “[…] una escoba, un mameluco, y un provinciano” (11).
Este estado de las cosas no es producto de la casualidad. Si los migrantes como Mateo Torres
no pueden conseguir un trabajo que les permita ascender socialmente es porque al nuevo or-
den espacial de mediados de siglo XX le conviene que solo limpien las calles. A todas luces, la
escasa remuneración que reciban como barrenderos hará muy difícil, prácticamente imposible,
que puedan costearse una vivienda distinta a las chozas de una barriada.
Cabe señalar que no es solo el trabajo de barrendero el que garantiza la permanencia de los
migrantes en un lugar subordinado. En “Lima, hora cero” se enumeran los oicios, todos meno-
res, a los que se dedican los demás habitantes de la barriada –jardineros, albañiles, basureros,
choferes, carpinteros, zapateros, mecánicos, pintores, entre otros–, cuyo bajo salario impedirá
que abandonen el lugar que les ha sido asignado en el espacio urbano.
Es precisamente a dos de los oicios mencionados a los que se dedica el protagonista de “Los
Palomino”. Este personaje se llama Andrés Palomino, es chofer de taxi y carpintero. Vive con
su esposa enferma y sus cuatro hijos en una casa alquilada en el barrio de El Rímac. Necesita
dinero con urgencia para cubrir los gastos de operación a su esposa, pero se le presentan
serios problemas para conseguirlo: no logra vender los juguetes de madera que fabrica, no
2
Del departamento de Ancash, situado al norte de Lima.
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consigue ningún préstamo, choca el vehículo con el que trabaja y, para colmo, se lo decomi-
san. De otro lado, el propietario de la vivienda, el señor Barreto, considera que el alquiler que
paga Palomino es muy bajo. Entonces, le hace una oferta: prestarle el dinero que necesita con
tal de que él y su familia abandonen la casa. El inal de la historia muestra a Barreto y a un
pintor en la vivienda ya desocupada. Sin mostrar congoja alguna, Barreto le cuenta al pintor
que nunca supo si llegaron a operar a la esposa del protagonista y que, casualmente, hace
poco se enteró de su fallecimiento.
Pese a que la narración no menciona explícitamente el origen de Palomino, su piel chola y pelo
zambo (36) revelan un ancestro que condiciona su oicio y lugar en Lima: la ciudad no le ofrece
más alternativas que las de taxista y carpintero. Y si bien tales ocupaciones le permiten, por lo
menos, no vivir en una barriada, le es imposible aspirar a un tipo de vivienda que no sea el de
una casa alquilada en un barrio modesto como El Rímac.
Sin embargo, la vivienda no es, al inicio, el problema que aqueja al protagonista: a Palomino lo
apremia la necesidad de conseguir dinero para costear la operación de su esposa. Las cosas
se complican aún más cuando choca, porque si bien no es un choque de gravedad, no choca
con cualquier vehículo sino con un Chrysler. En este episodio, el aspecto racial entra nueva-
mente a tallar. El protagonista deduce el estatus del dueño del Chrysler “por la traza” (30), y no
se equivoca cuando intuye que se trata de un sujeto inluyente. Palomino contrasta su propia
apariencia con los signos de riqueza y poder de este último, y parece darse cuenta de que su
aspecto racial lo coloca en desventaja: “¿Por qué diicultades para [un] hombre pobre y cho-
lo?” […] ¿Era justo que […] abusaran de su piel chola, de su apellido simple y barato, de su
membrete de chofer de taxi? ¿Por qué él había nacido abajo y ellos arriba?” (34, 59). Palomino
parece advertir que se encuentra abajo, precisamente por el color de piel que detenta.
Con base a lo señalado, puede establecerse que en Lima lo migrante y lo pobre van de la
mano, puesto que la condición de migrante incide en el trabajo a obtener, y ese trabajo paga
tan poco que le impide disfrutar de una posición económica favorable. Y si bien el oicio de
Palomino le permitía al menos no vivir en una barriada, lo más probable es que el protagonista
haya terminado en una de ellas. ¿Adónde más podría haber ido tras aceptar la oferta de Ba-
rreto? Viudo, con cuatro hijos y sin trabajo, las alternativas de vivienda de Palomino son redu-
cidas. De esta manera, el relato muestra cómo una familia de ancestro migrante es obligada
a renunciar al lugar medianamente aceptable que al principio ocupaba en la ciudad, cómo su
único destino parece no ser otro que descender en la escala social.
A mediados de siglo XX, ciertas zonas de la capital se ven tan vinculadas a la población migran-
te que su sola mención despierta en el imaginario limeño prejuicios fuertemente arraigados. De
estas zonas, las barriadas limeñas llevan el peor de los estigmas: no solo son deinidas como
territorios caracterizados por el hacinamiento, la promiscuidad y la delincuencia (Bourricaud
117), sino que además son entendidas como evidencia de la degradación urbana originada por
la explosión migratoria, como testimonio de una Lima que se choleó (Nugent 69, 81).
Dos de los cuentos de Congrains se sitúan en estos escenarios: “Lima, hora cero” –que
acabamos de analizar– y “El niño de Junto al Cielo”. Al respecto, se observa que mientras el
primero intenta eliminar los prejuicios asociados a estos territorios –la barriada es descrita
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como una comunidad organizada, habitada por sujetos que deinen reglas claras de con-
vivencia, establecen obligaciones relacionadas al orden y limpieza del entorno, e incluso,
desarrollan actividades recreativas (Abanto Rojas)–, el segundo omite cualquier referencia a
la organización social del lugar, y, más bien, se centra en la historia de un niño recién llegado
a la capital.
El protagonista de “El niño de Junto al Cielo” se llama Esteban y tiene 10 años. Acaba de lle-
gar a Lima proveniente de Tarma3, y se instala junto a su familia en el cerro El Agustino. En el
primer recorrido que lleva a cabo por la ciudad, Esteban encuentra un billete de 10 soles. Poco
después, conoce a un niño de la calle, Pedro, a quien le cuenta sobre su hallazgo. Entonces,
Pedro le hace una propuesta: comprar revistas y periódicos con ese dinero, y luego revender-
los. Se dirigen al centro de la ciudad y llevan a cabo lo acordado. Tal como lo predice Pedro,
obtienen más dinero: 15 soles. En ese momento, Pedro le ordena a Esteban ir a comprar algo
de comer. Cuando Esteban regresa, se da cuenta de que Pedro se ha ido, llevándose consigo
el dinero que ambos habían recaudado.
Dadas las circunstancias, y debido a la ubicación de su choza en las alturas del cerro, Este-
ban decide llamar a su nuevo hábitat “el barrio de Junto al Cielo” (74). La naturaleza idílica
de esta denominación es relevante, puesto que expresa el engaño que fabrica un niño al
descubrir que ha de vivir en una barriada –si el cuento se titulara “El niño de la barriada” o “El
niño del cerro El Agustino”, la frase perdería su sentido romántico–. La realidad es, lamen-
tablemente, otra: el barrio de Junto al Cielo no existe, no es más que un artiicio. El nuevo
orden espacial establece que a él, como recién llegado, no le corresponde vivir en un barrio
sino en un cerro.
No debemos pasar por alto el vínculo establecido. La asociación entre los conceptos de
“cerro” y “migrante” es signiicativa, dado que se maniiesta tanto en la ciudad como fuera
de ella. Efectivamente, a mediados de siglo XX no solo se concibe al migrante como aquel
indígena que proviene de la región andina (Lloyd 20), sino también como aquel indígena
que tras descender de los Andes a la capital, sube a otros cerros en calidad de invasor. No
obstante, este vínculo revela algo más: Lima pudo haberse choleado, pero el nuevo orden
espacial no permitió que los migrantes se incorporaran a la ciudad en condiciones iguali-
tarias. De esta manera, al no darles otra alternativa de vivienda que no sean los cerros, el
3
Departamento de Junín, ubicado en la región andina.
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nuevo orden espacial los replegó al único lugar que habrían de ocupar: fuera del perímetro
tradicional de la ciudad.
Intentos de resistencia
Los cuentos de Congrains muestran la imposición del nuevo orden espacial en Lima después
de la explosión migratoria. No obstante, al interior de las historias se producen también ciertos
movimientos de resistencia. Ello ocurre sobre todo en el primero de los cuentos. A diferencia
de Esteban, quien se ruboriza cuando le preguntan por su origen provinciano (76), o de Andrés
Palomino, quien vive atemorizado de perder el modesto estatus alcanzado, los personajes de
“Lima, hora cero” no se avergüenzan ni de su procedencia ni del lugar en donde viven. De he-
cho, los habitantes de Esperanza se consideran ciudadanos peruanos y sujetos de derechos:
“[…] todos somos iguales, seamos cholos o blancos, vivamos en Miralores o en Esperanza,
seamos profesionales o albañiles” (17).
Más allá del dramatismo presente en este fragmento, la invocación al fundador del Imperio
incaico destaca por otra razón: el desconocimiento del narrador de la brecha existente entre
este monumento y los pobladores de la barriada. Como se aprecia, el narrador asume que
todos los habitantes de Esperanza son de origen indígena, y que por tal razón, descienden de
Manco Cápac. De este modo, la referencia al linaje compartido parece pertinente en la súplica
dirigida al inca.
Sin embargo, tal vínculo es ilusorio. Y no solo por la arbitraria generalización del origen de los
personajes, sino porque la historia del monumento revela que el propósito de dicha ediicación
nunca fue el de relacionarse, ni mucho menos reivindicar, a los grupos indígenas. En realidad,
la estatua a Manco Cápac fue el regalo que hizo la comunidad nipona al gobierno peruano en
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el centenario de la Independencia: los japoneses, como hijos del Sol Naciente, consideraron
adecuado ediicar un monumento al primer inca, también hijo del Sol (Thorndike 40). La de-
sarticulación entre la eigie y los migrantes es así de evidente. Los ruegos a la estatua no son
escuchados, y la resistencia es anulada.
A diferencia de los relatos anteriores, “Cuatro pisos, mil esperanzas” se ubica fuera del ámbito
de las barriadas. El cuento narra la mudanza de un grupo de familias que deja atrás sus casas
de yeso, madera, barro y quincha, para instalarse en la recién inaugurada unidad vecinal Ma-
tute. Una multiplicidad de voces da a conocer el oicio, rutina y preocupaciones de los persona-
jes. Estas voces se muestran ambivalentes: por momentos, parecen satisfechas con el estatus
asignado; por momentos, críticas frente a sus austeras condiciones de vida. Así, aunque a lo
largo del cuento prima una atmósfera de sosiego, hacia el inal del mismo emerge el principal
temor que los aqueja: una niña, que durante todo el relato se preocupa por una anciana que
vive en una choza, pregunta qué pasaría si una noche, la anciana se mete en sus casas, y los
mata a todos.
En comparación con los protagonistas de las historias previamente analizadas, los personajes
de “Cuatro pisos, mil esperanzas” ocupan un lugar relativamente mejor en el espacio urbano.
Si bien se percibe que su origen es también provinciano, se intuye que forman parte de una
segunda generación de migrantes, perteneciente a la llamada clase trabajadora.
A primera vista, el texto muestra un escenario alentador: sugiere que sí es posible que los mi-
grantes asciendan en la escala social limeña. No obstante, dos precisiones deben hacerse al
respecto. En primer lugar, aunque Matute se localice fuera del ámbito de las barriadas, ello no
signiica que se encuentre necesariamente lejos de ellas: la unidad vecinal no deja de limitar
con los cerros San Cristóbal, San Cosme y El Agustino, espacios que sí las albergan (110).
En segundo lugar, la ubicación de los personajes al interior de los linderos de la clase traba-
jadora no se encuentra garantizada. A pesar de que los ediicios de cuatro pisos son capaces
de suscitar mil esperanzas, el riesgo de descender a los sectores más bajos de la sociedad
constituye una amenaza permanente. En efecto, los residentes de Matute pueden tener traba-
jo –la mayoría logra lo que Mateo Torres nunca consiguió: ser oicinista–, pero el fantasma del
desempleo está siempre al acecho: se cuenta que un conocido perdió su puesto a solo tres
años de jubilarse, y que en la compañía donde trabaja uno de los vecinos, despidieron a ocho
empleados el mes pasado (88, 97).
Somos material parachoque. Los parachoques tienen unidades vecinales […] camisa
blanca y aspiraciones grises, corbata de colores e ideales sombríos; nos casamos,
nos acostamos, y después pequeños y complicados parachoquitos. Ellos nos calcan:
colegio, un colegio religioso, como en la mayoría de los casos. Y después, senci-
122 diAnA velA
En este escenario, puede establecerse que el lugar relativamente mejor que ocupa esta se-
gunda generación de migrantes tiene un precio muy alto. Quizás, lo más difícil sea el estado de
permanente zozobra en el que se encuentran. Cabe mencionar que este temor no se reduce
a un probable desempleo, sino a una posible venganza. Como se señaló en líneas anteriores,
una niña se preocupa constantemente por una anciana que vive en una choza ubicada en las
inmediaciones de Matute. Su preocupación es tan insistente que cuando parece que por in
este episodio ha quedado en el olvido, la niña arremete una vez más: “[…] ¿y si la viejita […]
una noche, después de mucho hambre, frío, lluvia, enfermedades, se mete aquí y, despacito,
nos mata a todos?...” (116). El cuento termina así, abruptamente, con una pregunta que per-
turba la supuesta tranquilidad que reina en la clase trabajadora, y releja el miedo instalado en
la mente de esta segunda generación de migrantes; una pregunta que nadie responde, y cuyo
eco retumba más allá de los pormenores de esta misma historia.
Conclusión
Pero los cuentos de Congrains revelan algo más: al mostrar cómo los migrantes son reple-
gados en lugares especíicos, imposibles de modiicar, relejan el trasfondo racista que sigue
caracterizando a la disposición espacial de la ciudad a mediados del siglo XX. En efecto, si
bien Lima no es abiertamente dividida en guetos, el tinte racial que adquieren ciertos sectores
es muy notorio: la sola mención de sus nombres despierta estereotipos raciales tan arraigados
en el imaginario limeño que las fronteras sociales se instauran de forma automática. Por ello,
aunque después de la explosión migratoria los limeños tradicionales no pueden evitar compar-
tir con los migrantes el espacio de la ciudad, el nuevo orden se encarga de poner a cada uno
“en su sitio”, de ubicar a cada uno “en su lugar”.
cAdA uno en Su lugAr: SegregAción urbAnA en lA nArrAtivA cortA de enrique congrAinS mArtín 123
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Índice
Pág.
La aldea encantada
Fernando Cruz Kronly .................................................................................................. 20
La ciudad de los sujetos liminales: Una aproximación a la novela Opio en las nubes
de Rafael Chaparro Madiedo
Albeiro Arias .................................................................................................................. 44
El pensamiento del indio que se educó dentro de las selvas colombianas de Manuel
Quintín Lame. Etnopoética e historia
Betty Osorio ................................................................................................................... 73