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¿Es Internet una revolución tan importante como lo fueron la radio en los años veinte y la televisión
en los años sesenta? Cabe dudarlo. Para pensar los nuevos medios hay que hacer a un lado el discurso
dominante, que les es hipócritamente favorable, y reubicarlos en una teoría general de la
comunicación. Es urgente abrir el debate, sobre todo en lo que respecta a ciertas contradicciones
relacionadas con la «revolución de la comunicación».
Con Internet, volvemos al tema de la «aldea global» . Después de dominar las distancias y de
conquistar la naturaleza y la materia, los hombres recuperan un deseo de infinito cuya más perfecta
ilustración sería la proliferación de palabras, imágenes y datos. Pero si una información recorre el
mundo en un segundo, la realidad cambia en menos de cien kilómetros y, así, los individuos ya no
pueden comprenderse. El rendimiento técnico no siempre está al servicio de los hombres, en especial
porque acentúa la fragilidad de los sistemas sociales. Las crisis bursátiles, financieras y políticas que
estallan en un extremo del planeta desestabilizan las economías de los antípodas, poniendo en jaque
las solidaridades y debilitando las instituciones internacionales. La comunicación triunfante es capaz
de reducir el mundo a una pequeña aldea, pero no lo hace más tranquilizador. Si los jefes de Estado
no dejan de desplazarse es porque el encuentro personal sigue siendo el único medio de controlar un
poco la inestabilidad de la historia, que la red hace más visible.
La multiconexión constituye sin dudas un progreso, pero cabe preguntarse para qué. Navegar en la
red no constituye una prueba de inteligencia; apenas un progreso técnico respecto de leer un libro,
discutir, escuchar la radio o mirar televisión. Lo peor sería considerar a la Sociedad Internet como un
progreso en sí misma. La «sociedad del espectáculo» ya ha recibido suficientes críticas debido a sus
ilusiones. ¿La reemplazará en el futuro la «sociedad Internet»?
¿Hará falta un Titanic de la «cibercultura» para que los Estados tomen conciencia de los riesgos para
las libertades fundamentales de tales sistemas de información? Internet se presenta como un espacio
de comunicación cuando, en la mayor parte de los casos, no es más que un espacio de expresión -lo
que no es exactamente lo mismo- y, sobre todo, un mercado de información. Algún día habrá que
optar entre una inmensa red comercial -a escala del comercio electrónico mundial- o uno de los
elementos de un sistema de comunicación política y expresión individual para la comunidad
internacional. Ambas perspectivas se contradicen y la afirmación de que Internet puede contribuir a
las dos sin ningún conflicto es, por lo menos, dudosa.
El hombre occidental tardó siglos en «liberarse» de toda tutela: religiosa, política, social, militar. Hoy,
libre ya de pensar, circular y expresarse, decide encerrarse en los múltiples hilos de la comunicación
técnica. Vive pegado a ella, está accesible a través de computadora portátil, fax, teléfono, correo
electrónico… Después de habernos «emaileado» en nombre de la libertad y el progreso, ¿no será
necesario que aprendamos a «desenmailearnos» en nombre de esos mismos valores, incluso de la
modernidad?
El tiempo lineal de los sistemas de información no es el tiempo humano y social. Los sistemas de
información funcionan las veinticuatro horas del día de un extremo a otro del planeta y prefiguran
una «sociedad continua» . ¿Y del otro lado, qué? Ni los individuos ni las sociedades viven en un
tiempo homogéneo. La percepción de ese tiempo, por ejemplo, cambia radicalmente de la juventud a
la madurez: ya no interesan las mismas cosas; los intereses y los sentimientos adquieren otras
proporciones.
Este contraste entre filosofías del tiempo se acentúa todavía más en los países del sur, para los cuales
se trata de resistir la manera en que Occidente afianza la influencia de su modelo de racionalidad en
detrimento de otras culturas y otros sistemas de valores. ¿Acaso es posible separar la globalización
económica de la aplanadora occidental y de la unidimensionalización del tiempo y los valores? ¿Y
qué decir de esa impostura intelectual que asegura que las nuevas técnicas de comunicación
constituyen en sí mismas un atajo hacia el desarrollo?
Debemos pensar en esto: es más fácil dotar a las escuelas de computadoras y conectarlas a la red que
pensar una filosofía global de la educación… Así está ocurriendo, en una fuga hacia adelante que
recuerda la que tuvo lugar hace cuarenta años, cuando en las empresas se introdujo una pronunciada
automatización del trabajo industrial y de servicios. Por más que permita administrar la información
o la comunicación, la técnica no puede sustituir a un proyecto.
El soporte no es la virtud
La comunicación, que durante mucho tiempo fue un factor de apertura y acercamiento entre las ideas
y los pueblos, puede actualmente dar lugar a antagonismos, incluso odios, ya que pone en evidencia
las diferencias. Tolerar a los demás se hace mucho más difícil cuando están cerca y a la vista. Para
preservar la comunicación como valor emancipador es necesario, por lo tanto, reflexionar sobre las
distancias que conviene guardar. Esto obligará a Occidente a respetar más otras identidades y
jerarquías de valores, ya que corre el riesgo de ser rechazado junto con sus sistemas de información,
identificados como imperialismo cultural.
Lo que está en juego no es tanto la libertad individual, que por cierto es siempre frágil, como la
preservación de las condiciones que hacen a la identidad colectiva, una de las principales funciones
del Estado-nación. Se celebra la «apertura» sin considerar el desmoronamiento de los lazos sociales
que provoca. La globalización alienta la fragmentación de las comunidades, de las referencias
culturales de identidad y de los mercados potenciales. El principal problema del futuro no será ya la
expresión, sino la capacidad de salir de la comunicación mediatizada para ensayar una comunicación
directa, humana, social.