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Gabriel Guerrero
1
Soares Lucas, Anaximandro y la tragedia, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2002.
2
Guerrero Gabriel, Comentarios de Textos, Anaximandro y la tragedia, en Psicoanalítica, Año 6 Número 8,
Buenos Aires, Editorial Centro Psicoanalítico Norte, 2005.Pág. 235-240.
3
. Vernant Jean-Pierre y Vidal-Naquet Pierre, Mito y tragedia en la Grecia antigua, Buenos Aires, Editorial
Paidós, 2002.
del héroe trágico, es decir, el héroe actúa por imposición del designio de los
dioses por un lado y movido por un interés particular por el otro.”
“El héroe encarna al hombre de la Grecia antigua ante la problemática que le
plantea el desarrollo de la ley, que si bien posibilitó un reordenamiento social
más equitativo que aquel establecido en la época del gobierno de los nobles,
planteó además la posibilidad de poder pensar una acción humana no
determinada por el mandato divino en un tiempo donde aún no se contaba con
el concepto de “voluntad”; lo cual determina, para los autores, que a diferencia
de los modernos los antiguos no pudieran implicarse como agentes responsables
de sus acciones y de las consecuencias que de ellas se siguen, en tanto que”
“La voluntad se presenta, en efecto, como ese poder indivisible de decir sí o no
(...) Este poder se manifiesta en particular en el acto de la decisión. Desde el
momento en que un individuo se compromete mediante una elección, desde que
se decide, se constituye a sí mismo – sea cual fuere el plano en el que se sitúa
una resolución – como agente, es decir, como sujeto responsable y autónomo
que se manifiesta en y por actos que le son imputables” (p.46).
“Vernant y vidal-Naquet consideran que la estructura de la tragedia antigua se
soporta en una “lógica ambigua” (p.33): el héroe es “(...) a la vez sujeto agente
y pasivo, culpable e inocente, lúcido y ciego (...) domina toda la naturaleza con
su espíritu industrioso pero es incapaz de gobernarse a sí mismo (...)” (p.26).
“En la escena, los héroes del drama se sirven en sus debates, unos y otros, de
las mismas palabras, pero tales vocablos adoptan en boca de cada uno de ellos
significaciones opuestas (...) Las palabras que se intercambian en el espacio
escénico cumplen menos la función de establecer la comunicación entre los
diversos personajes que la de señalar los bloqueos, las barreras, la
impermeabilidad de los espíritus, la de delimitar los puntos de conflicto para
cada protagonista encerrado en el universo que le es propio (...) en el curso del
drama, el héroe se encuentra << preso por la palabra >>, una palabra que se
vuelve contra él aportándole la amarga experiencia del sentido que se obstina
en no reconocer.” (p.38). Estas ambigüedades tienen una doble función, por un
lado, lo ambiguo al posibilitar diversas interpretaciones sobre un mismo suceso
– propiedad que está inscripta en la definición del término - da cuenta de la
existencia de algo del orden de lo enigmático – muerte, origen, sexualidad, etc.
- que en épocas anteriores a la constitución de la tragedia dieron lugar a la
configuración de los mitos; de donde la obra trágica extrae sus temas a la vez
que actualiza los enigmas (…)”4
4
Guerrero Gabriel, Comentarios de Textos, Mito y tragedia en la Grecia Antigua, en Psicoanalítica, Año 7
Número 9, Buenos Aires, Editorial Centro Psicoanalítico Norte, 2006.Pág. 195-199.
Pero dicha ambigüedad, al mismo tiempo, es la puesta en escena del fenómeno
de conmoción en el que se halla el público ateniense, por efecto del
descentramiento que ocasiona la irrupción de una nueva jurisprudencia, a partir
del establecimiento de un orden social distinto; el propio Sófocles, hombre de
la naciente república, autor trágico, trastoca el antiguo mito de Edipo, en el que
El rey de Tebas, habiendo atravesado sus circunstancias, muere de viejo en su
trono, en una obra donde el héroe, por los mismos sucesos, se arranca los ojos
y muere en el destierro en compañía de su hija Antígona.
Desde esta perspectiva la obra trágica se le presenta al espectador como “philos,
un igual en el esfuerzo de haber padecido (…) adversidades análogas (…)”5
En Historia y Trauma6, Davoine y Gaudilliére, designan con este término la
relación de dos sujetos que atraviesan una situación de catástrofe, tal, como la
guerra, “Entre los que luchan lado a lado, el combate despierta una relación por
cuidar al otro, física y psíquicamente, equivalente a las relaciones familiares
más precoces y más profundas. Patroclo – pero también Sancho Panza en el
registro cómico de otra epopeya – es el amigo, el escudero, sin duda un igual
en los momentos de peligro extremo. Su muerte deja al sobreviviente como una
mitad incurable, hasta tanto el desaparecido no haya recibido una sepultura,
condición necesaria pero no suficiente para la restauración del lazo social.
Nadie tiene idea de la proximidad de estos dos. Cada uno es otro sí mismo. La
palabra griega philia indica también un vínculo incondicional, que se impone a
veces por sobre los vínculos con los suyos.”7
“Esta relación – tan intensa que la palabra philia se vuelve difícil de traducir,
pues es algo más que amistad o amor y además algo distinto – es un sentimiento
elaborado en el campo de lo Real8 al cual es difícil aproximarse en la vida
normal.”9
5
Davoine Francoise y Gaudilliére, Historia y trauma, la locura de la guerra, Argentina, Fondo de Cultura
Económica S.A., 2011, Pág. 262
6
Ibíd. Cita Anterior.
7
Ibíd. Cita 5 pág. 255.
8
En Historia y Trauma, Davoine y Gaudilliere, definen Lo Real en los siguientes términos: “(…) lo Real es lo
imposible”. Irrumpe allí donde ya no funcionan las oposiciones que estructuran nuestra realidad común, el
adentro y el afuera, el antes y el después; allí donde son burladas las garantías que fundan el lazo social.
La irrupción de esta instancia de lo Real torna así imposible, por definición, cualquier alteridad. Ya se trate del
otro, “mi semejante, mi hermano” con el cual nos identificamos y con el cual rivalizamos (…) ya se trate del
Otro invocado para garantizar la alianza, la promesa y la buena Fe (…) – Pág. 61
9
Ibíd. Cita 5 pág. 257
lugar, la necesidad de elaboración de un dispositivo tal, da testimonio de la
percepción de que cualquier transformación en el campo social, más allá de los
los ideales que se propongan alcanzar, del plan trazado por la dirigencia de la
ciudad, conmueve la matriz cultural, la estructura humana, de los sujetos que
componen la comunidad y que dicha conmoción debe ser contemplada y
asistida.
Lo dicho implica, entonces, que desde sus orígenes más remotos en el ritual
religioso, la tragedia antigua toma y trasmite al teatro moderno, la función de
ocupar un lugar en la política, que apunte a dar testimonio de una humanidad
sacudida en lo más recóndito de su ser por las idas y vueltas de la dramática
social.
Desde su función el teatro de El cuerpo habla.