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EL CONOCIMIENTO
BÍBLICO
UN COMENTARIO EXPOSITIVO
ANTIGUO TESTAMENTO
TOMO 1
GÉNESIS–NÚMEROS
Editores en inglés
John F. Walvoord
Roy B. Zuck
Responsables de la edición en castellano:
Julián Lloret
Jack Matlick
Contenido
Dedicatoria de la edición en castellano
Introducción
Editores, autores y traductores de las ediciones en inglés y castellano
Prefacio
Lista de abreviaturas
Gráfica de transliteraciones hebreas y griegas
Comentario de Génesis
Comentario de Éxodo
Comentario de Levítico
Comentario de Números
Apéndice de mapas, gráficas y tablas
Dedicatoria
El Conocimiento Bíblico, Un Comentario Expositivo se dedica al creciente número de
lectores y estudiosos de la Biblia de habla hispana. Los distintivos de este Comentario son
muchos, pero uno de los más sobresalientes es que comunica en forma concisa y clara el sentido
del texto bíblico. Será muy útil para quienes aman la palabra de Dios, las Sagradas Escrituras,
que nos hacen sabios para conocer “la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”.
Agradecemos por este medio a los numerosos amigos que nos han ayudado a comenzar y
perseverar en la publicación de esta edición en castellano:
• A los traductores, hombres y mujeres bien entrenados en el conocimiento de la Biblia y
capacitados para traducir fielmente el texto del Comentario.
• Al personal de la casa publicadora, Ediciones Las Américas, A.C., Puebla, México.
• A la Junta Directiva y la Administración de CAM Internacional que aprobaron este gran
proyecto con entusiasmo.
• A los fieles amigos de CAM Internacional que ofrendaron para realizar la publicación de los
primeros tomos.
• A los colegas en el ministerio cristiano que nos animaron con sus palabras de estímulo; en
especial a los editores generales de la edición original en inglés.
Julián Lloret
Jack Matlick
Introducción
La publicación de El Conocimiento Bíblico, Un Comentario Expositivo es fruto de un largo e
histórico enlace fraternal entre el personal de varias instituciones: el Seminario Teológico de
Dallas, Tex., cuyo personal docente escribió el comentario original en inglés. Por otro lado, los
editores, traductores y personal técnico de esta publicación en castellano provienen de CAM
Internacional (antes llamada Misión Centroamericana), y de Ediciones Las Américas, A. C.,
Puebla, México. Es motivo de alabanza a Dios el espíritu de cooperación entusiasta entre estas
entidades para publicar esta obra.
Editores generales de la edición en inglés
John F. Walvoord, B.A., M.A., Th. M., Th.D., D.D., Litt.D., Canciller, Ministro Representante
y Profesor Emérito de Teología Sistemática del Seminario Teológico de Dallas.
Roy B. Zuck, B.A., Th.M., Th.D., Profesor titular emérito de Exposición Bíblica, Editor de
Bibliotheca Sacra, Seminario Teológico de Dallas.
1. General
act. activo (a)
a.C. antes de Cristo
a.m. antes meridiano
aprox. aproximadamente
ar. arameo
A.T. Antiguo Testamento
ca. cerca de
cap., (s) capítulo (s)
cf. compare
cm., (s) centímetro (s)
d.C. después de Cristo
ed. edición, editado
eds. editores
e.g. por ejemplo
et al y otros
etc. y otras (cosas)
fem. femenino
gr. griego
hebr. hebreo
íbid en el mismo lugar
i.e. esto es
imper. imperativo
imperf. imperfecto
ing. inglés
kg., (s) kilogramo (s)
km., (s) kilómetro (s)
lit. literalmente
m. murió, muerto
mar. margen, lectura marginal
masc. masculino
ms., mss. manuscrito, manuscritos
mt., (s) metro (s)
n., ns. nota, notas
neut. neutro
n.p. no se sabe quién lo publicó
N.T. Nuevo Testamento
núm., (s) número, números
pág., (s) página, páginas
párr., (s) párrafo, párrafos
part. participio
pas. pasivo
perf. perfecto
pl. plural
p.m. pasado meridiano
pres. presente
pron., (s) pronombre (s)
s. siglo
sem. semítico
s.f. sin fecha
sing. singular
TDNT Theological Dictionary of the New Testament
TM texto masorético
trad. traducción, traductor
V. véase
v., vv. versículo, versículos
vb., (s) verbo, (s)
vol., (s). volumen, volúmenes
vs. versus
3. Versiones de La Biblia
BD Biblia al Día
BC Bover Cantera
BLA Biblia de las Américas
BJ Biblia de Jerusalén
HA Hispanoamericana (N.T.)
LA Latinoamericana
LXX Septuaginta
NC Nácar Colunga
NVI95 Nueva Versión Internacional, 1995
RVA Reina Valera Actualizada
RVR09 Reina-Valera Revisión 1909
RVR60 Reina-Valera Revisión 1960
RVR77 Reina-Valera Revisión 1977
RVR95 Reina-Valera Revisión 1995
TA Torres Amat
Taizé Versión Ecuménica
VM Versión Moderna
VP Versión Popular (Dios Habla Hoy)
Vul. Vulgata Latina
Gráfica de transliteraciones hebreas y griegas
Hebreo
Consonantes
א ʾ
בּ b
ב ḇ
גּ g
ג g̱
דּ d
ד ḏ
ה h
ו w
ז z
ח ḥ
ט ṭ
י y
כּ k
כ ḵ
ל l
מ m
נ n
ס s
ע ʿ
פּ p
פ p̱
צ ṣ
ק q
ר r
שׂ ś
שׁ š
תּ t
ת ṯ
Dagesh forte se representa por la duplicatión de la letra.
Vocalización
בָּ ה bâh
בּו bô
בּוּ bû
בּי bê
בֶּ י bè
בִּ י bî
ָבּ bā
בּ bō
ֻבּ bū
ֵבּ bē
ִבּ bī
ַבּ ba
ָבּ bo
ֻבּ bu
ֶבּ be
ִבּ bi
ֲבּ bă
ֳבּ bŏ
ֱבּ bĕ
ְבּ be
בָּ הּ bāh
בָּ א bāʾ
בֵּ ה bēh
בֶּ ה beh
Griego
α, ᾳ a
β b
γ g
δ d
ε e
ζ z
η, ῃ ē
θ th
ι i
κ k
λ l
μ m
ν n
ξ x
ο o
π p
ρ r
σ, ς s
τ t
υ y
φ f
χ ̱j
ψ ps
ω, ῳ ō
ῥ rh
̔ j
γγ ng
γκ nk
γξ nx
γχ nj̱
αἱ ai
αὐ au
εἰ ei
εὐ eu
ηὐ ēu
οἱ oi
οὐ ou
υἱ jui
GÉNESIS
Allen P. Ross
Traducción: Elizabeth C. de Márquez
INTRODUCCIÓN
sugiere que significa “historia” o “relato” y que se refiere a lo que le precede y no a la narración
que le sigue (Genesis, “Génesis”, pág. xxiv). Sin embargo, Skinner duda que esa palabra pueda
ser usada en relación con lo que le precedió; dice que se usaba como encabezado (Genesis,
“Génesis”, págs. 39–40).
Como se dijo anteriormente, puesto que ṯôleḏôṯ se deriva de yālaḏ (“engendrar, generar”), se
refiere a lo que es “generado”. Entonces, esa palabra-fórmula de Génesis marca un punto de
partida combinado de la narración y la genealogía, para moverse a partir de ese punto (ṯôleḏôṯ)
hasta el final (donde comienza la siguiente ṯôleḏôṯ). Esta es la forma en que Moisés se mueve a
través de las líneas históricas, yendo de un comienzo a un final, incluyendo el producto o
resultado del punto de partida. S.R. Driver explicó que la palabra se refiere a “los detalles de un
hombre y [sus] descendientes” (The Book of Genesis, “El Libro de Génesis”. Londres: Methuen
& Co., 1904, pág. 19).
Algunos no están de acuerdo con el acercamiento tradicional que dice que cada ṯôleḏôṯ es un
encabezado. P.J. Wiseman y R.K. Harrison sugieren que son similares a los colofones que
aparecen en las tablillas de arcilla y que se refieren al material precedente de la narración
(Wiseman, New Discoveries in Babylonia about Genesis, “Nuevos Descubrimientos en
Babilonia acerca de Génesis”. Londres: Marshall, Morgan & Scott, 1937, pág. 8; Harrison,
Introduction to the Old Testament, “Introducción al A.T.” pág. 548). Ellos piensan que las
tradiciones de Génesis se registraron en tablillas de arcilla y que al final se les dio la forma actual
del libro.
Wiseman alega que las ṯôleḏôṯ de Génesis son como los colofones babilonios que contienen
el título, la fecha de escritura, número de serie y una declaración del término de una serie (si es
que se completa una), y el nombre del escriba o propietario (Creation Revealed in Six Days, “La
Creación Revelada en Seis Días”. Londres: Marshall, Morgan & Scott, 1949, pág. 46).
Sin embargo, este punto de vista no es convincente. Los colofones que aparecen en las tablas
no son como las ṯôleḏôṯ de Génesis (V. e.g., Alexander Heidel, The Babylonian Genesis, “El
Génesis Babilónico”. 2a. ed. Chicago: University of Chicago Press, 1963, págs. 25,30; A.L.
Oppenheim, Ancient Mesopotamia, “Antigua Mesopotamia”. Chicago, University of Chicago
Press, 1964, págs. 240–241). En las tablas cuneiformes, cada encabezado es una repetición de la
primera línea de la tabla y no una descripción de su contenido. Asimismo, el nombre del
propietario parece referirse al propietario actual, no al que lo fue originalmente. Es más, el
equivalente acádico de ṯôleḏôṯ no se usa en la fórmula.
Si las ṯôleḏôṯ de Génesis son referencias a lo que precedió inmediatamente a esa frase,
entonces la declaración de Génesis 5:1 debería aparecer antes, en 4:16, al final de la historia de
Adán y no después del material intermedio de 4:17–26. Otro pasaje que sería improbable como
conclusión es 10:1, la ṯôleḏôṯ de los hijos de Noé, ya que es improbable que ponga fin al diluvio
y la maldición, especialmente en vista de 10:32. Además de estos problemas de armonía, está la
dificultad de que la historia de Abraham haya sido preservada por Ismael (la ṯôleḏôṯ de Ismael
sería el colofón final de la historia anterior), lo que haría que Isaac fuera quien guardó los
archivos de Ismael, Esaú los de Jacob, y José los de Jacob.
En ningún lugar del A.T. ṯôleḏôṯ se refiere claramente a lo que le precede; en todos los
lugares puede y a menudo debe, referirse a lo que sigue (e.g., en Rut 4:18 el término ve hacia
adelante, a los descendientes de Fares y en Números 3:1 la ṯôleḏôṯ de Aarón y Moisés no puede
relacionarse con el censo que le antecede en los caps. 1–2). Cuando las ṯôleḏôṯ se toman para
referirse a las siguientes secciones, en Génesis éstas encajan perfectamente.
Asimismo, Génesis 2:4 incluye un encabezado para la sección que sigue. El mismo Wiseman
avala que 2:1–3 forma una conclusión natural para el relato de la creación. Génesis 2:4a entonces
sería el encabezado y 2:4b sería la cláusula dependiente del inicio (muy parecido al comienzo del
poema épico asirio-babilónico Enuma-Elish: “Cuando en lo alto …”). Esta estructura es parecida
a 5:1, como se ve en estos dos vv.:
“Estas son las ṯôleḏôṯ de los cielos y de la tierra cuando fueron creados. Cuando Jehová Dios
hizo la tierra y los cielos …” (2:4, trad. del autor). “Este es el libro de las ṯôleḏôṯ de Adán.
Cuando Dios creó al hombre …” (5:1, trad. del autor).
El hecho de que Jehová Dios se use a través de 2:4–3:24, también nos conduce a relacionar el
contenido de ese pasaje con el título de 2:4. (Sin embargo, sí existen evidencias de
apéndices—expresiones diferentes de las ṯôleḏôṯ que virtualmente son colofones—en Génesis
10:5, 20, 31–32. Asimismo, 25:16 concluye la sección de los vv. 12–16; 36:19 concluye el pasaje
de los vv. 1–19; 36:30b concluye los vv. 20–30; y 36:43 concluye todo el cap. 36.) El
encabezado (ṯôleḏôṯ) aparece para introducir el resultado histórico de un ancestro y podría trad.
libremente como: “esto es lo que resultó de …” o bien, “aquí es desde donde empezó …” (con
referencia al siguiente término) (M.H. Woudstra, The Toledot of the Book of Genesis and Their
Redemptive-Historical Significance, “Las Toledot del Libro de Génesis y su Significado
Redentivo-Histórico”, Calvin Theological Journal 5. 1970: 187). Entonces, en Génesis 2:4, la
ṯôleḏôṯ introduce el resultado histórico del cosmos, y 2:4–4:26 presenta lo que ocurrió con los
cielos y la tierra. Por supuesto, lo que sigue es el relato de la caída, el asesinato de Abel, y el
desarrollo del pecado dentro de la civilización. La historia no presenta otro relato de la creación.
Por el contrario, lleva el registro desde el punto del clímax de la creación (reiterado en el cap. 2)
hasta la corrupción de la creación por el pecado. “Esto es lo que resultó de …”
Cuando se consideran los pasajes cruciales del A.T. de esta manera, esta es la definición más
satisfactoria. El término no puede restringirse para significar sólo una “genealogía”, porque los
contextos con frecuencia son más que eso. La palabra tampoco describe sólo biografías o
historias, porque ciertamente las narraciones no las continúan. Los relatos incluyen lo que
sucedió con “fulano de tal”, mencionando los detalles necesarios para el propósito de Génesis.
La ṯôleḏôṯ de Taré no es acerca de él, sino principalmente lo que le sucedió, i.e., Abraham y sus
parientes. La ṯôleḏôṯ de Isaac tiene como centro a Jacob, con otras partes relacionadas con Esaú.
La de Jacob traza a la familia a partir de él siguiendo a través de la vida de José. El nombre que
sigue a la ṯôleḏôṯ generalmente es el punto de inicio, no necesariamente el personaje central de la
narrativa. Así que en este comentario la frase se trad., “esta es la sucesión de …”
Pueden hacerse dos observaciones adicionales acerca del material que aparece en cada
sección de la sucesión. La primera es que al trazar cada línea también hay un proceso de
estrechamiento. Después del nuevo comienzo con Noé, el escritor proporciona la ṯôleḏôṯ de Sem,
Cam y Jafet. Pero inmediatamente después se elige la ṯôleḏôṯ de Sem. La siguiente es la de Taré,
descendiente de Sem. Ese registro tiene que ver con la vida de Abraham. La línea se estrecha
hasta Isaac, hijo de Abraham, pero aparece primero la ṯôleḏôṯ de Ismael, la línea que no fue
elegida. El mismo desarrollo se repite en la siguiente generación; antes de desarrollar la ṯôleḏôṯ
de Jacob, primero se trata la de Esaú.
Una segunda observación es que el material que hay dentro de cada ṯôleḏôṯ es un
microcosmos del desarrollo del libro de Génesis mismo, donde los patrones repetitivos de la
bendición y maldición juegan un papel predominante. Dentro de cada una de las primeras ṯôleḏôṯ
se encuentra un agravamiento de la maldición hasta 12:1–2, donde el mensaje se mueve hacia la
promesa de bendición. Desde ese punto hacia adelante, hay un esfuerzo constante por encontrar
el lugar de la bendición, pero aun así, con cada narración sucesiva se encuentra más deterioro, ya
que Isaac y Jacob no alcanzaron la medida de Abraham. En consecuencia, al final de Génesis la
familia todavía no había llegado a la tierra de bendición, sino que estaba en Egipto. Kidner se
refirió a esos acontecimientos declarando que “el hombre se había alejado tanto del Edén, que
había muerto, y la familia elegida, en lugar de estar en Canaán, estaba en Egipto” (Genesis, pág.
224).
Desarrollo del mensaje de Génesis. Los encabezados ṯôleḏôṯ son “la trama misma alrededor de
la cual se edifica Génesis” (Woudstra, The Toledot of the Book of Genesis “Las ṯôleḏôṯ del Libro
de Génesis”, págs, 188–189). Cada ṯôleḏôṯ, que explica lo que sucedió con cada línea, muestra un
estrechamiento y un deterioro en el desarrollo de la teología de bendición.
1. La creación. La primera sección (1:1–2:3) no lleva un encabezado ṯôleḏôṯ y es lógico que así
sea. Puesto que es el comienzo, no hay necesidad de indicar lo que sucedió con la creación. En
vez de ello, su propio encabezado, que aparece en 1:1, describe el contenido del capítulo. Lo
importante de ese segmento es que el cumplimiento del plan divino de crearlo todo, recibe la
aprobación y bendición divinas. La vida animal (vv. 22–25), la vida humana (v. 27), y el séptimo
día (2:3), todos fueron bendecidos específicamente. Esta trilogía es importante para el
argumento: el hombre, hecho a la imagen de Dios, es puesto como soberano de las criaturas de la
tierra, y al cumplir con el descanso sabatino de Dios, el hombre tuvo un comienzo bendito.
2. La ṯôleḏôṯ de los cielos y la tierra. En esta sección (2:4–4:26), Génesis relata lo que sucedió
con el cosmos. La sección empieza con una descripción de la creación de Adán y Eva e investiga
el origen de su pecado, la maldición de Dios sobre éste, y el crecimiento del pecado en sus
descendientes. Sin poder tener descanso ya más, la raza humana, viviendo en el mundo, y en su
esfuerzo por sobrevivir y desarrollar la civilización, experimentó huidas y temor. Como si fuera
una respuesta a las bendiciones de la creación, este pasaje incluye la maldición de tres cosas (de
Satanás [3:14], de la tierra por causa del hombre [3:17], y de Caín [4:11]).
Pero aun en esa vida en decadencia, existe una muestra de gracia (4:15) y un rayo de
esperanza (“los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová”).
3. La ṯôleḏôṯ del libro de Adán. En esta genealogía central de la línea de Adán a Noé, se ve la
tendencia descendente del hombre (5:1–6:8). La sección comienza con una reiteración de la
creación y concluye con el intenso desagrado divino por la existencia humana. Génesis 5:1–2
evoca la creación al usar el término bārak (“bendecir”); el v. 29 registra el nacimiento de Noé
como muestra de gracia y alivio a la maldición, que aquí se define con el uso del vocablo ʾārar
(“maldecir”). La bendición que empezó con la creación de la raza humana se vio ensombrecida
por la noticia de la muerte de todos sus descendientes. Una excepción a la maldición de muerte
(Enoc) provee un rayo de esperanza en el sentido de que la maldición no es total.
4. La ṯôleḏôṯ de Noé. Esta sección (6:9–9:29) es de juicio (maldición) y bendición, porque Dios
promete nunca volver a maldecir la tierra de la misma manera (8:21). No obstante, el relato de
Noé empieza cuando él halla gracia y termina con su maldición sobre Canaán.
Pero en esta sección hay un nuevo comienzo a partir de un mundo que pereció por agua, que
en muchas formas es paralelo al cap. 1: se relata la destrucción de un mundo violento que se
encuentra en caos, la provisión misericordiosa de la redención para que el hombre pueda habitar
en el nuevo mundo, la aparición de tierra seca para poder empezar de nuevo, el pacto con Noé, y
la bendición de ese patriarca y sus hijos (paralela a la que se dio a Adán). Aquí la humanidad
tiene un nuevo comienzo, y desde este punto inicial, la característica dominante de la bendición
se hace más prominente en antítesis con la maldición. Sem fue bendecido.
5. La ṯôleḏôṯ de los hijos de Noé. A medida que la población aumentaba, de acuerdo con el
oráculo de alcance mundial dado por Noé, la dirección del libro se vuelve a las naciones. En
forma consistente, el autor desarrolla el mensaje de que por naturaleza, el hombre es propenso a
ir por la senda que conduce a la ruina y el caos. Esta sección empieza con el fructífero
crecimiento de la población con Sem, Cam y Jafet, pero termina con la explicación del origen de
las naciones causada por la dispersión de Babel (10:1–11:9). Es un toque genial incluir hasta el
final esa historia culminante, en especial porque cronológicamente es anterior. Esto deja al lector
esperando la solución para el deterioro continuo del hombre y lo prepara para la bendición
prometida.
6. La ṯôleḏôṯ de Sem. Basada en el panorama mundial de la creciente población de la sección
anterior, esta parte (11:10–26) forma otra transición del libro, estrechando la elección de la línea
de Sem hasta Abram. Esta lista sigue la línea de Noé a Abram junto con las bendiciones de
prosperidad y posteridad (mientras que el cap. 5 siguió la línea de Adán a Noé y el diluvio). Dios
no dejaría sin esperanza al mundo en manos de una población creciente y dividida bajo la
maldición; él elegiría un hombre para construir una nación que traería bendición a la tierra.
Cualquiera que supiera algo de Abraham, inmediatamente entendería la importancia de esta
ṯôleḏôṯ, que abarca las secciones de la dispersión y la bendición prometidas (11:10–26).
7. La ṯôleḏôṯ de Taré. Mientras que los caps. 1–11 generalmente retratan la rebelión del hombre,
los caps. 12–50 detallan la forma en que Dios trae al hombre a un lugar de bendición. Esta
sección (11:27–25:11) relata lo que sucedió con Taré, el último hombre de la lista (11:32). El
relato sigue la vida de su hijo Abraham, la cual se convierte en la clave del libro, así como el
plan de bendición del A.T. Dios prometió a Abraham, que fue el más bendecido de todos los
patriarcas, una nación, una tierra, y un nombre. El relato desarrolla la forma en que crecía la fe
obediente del patriarca.
8. La ṯôleḏôṯ de Ismael. Este pasaje (25:12–18) explica lo que sucedió con Ismael, cuya línea no
fue la escogida por Dios. El escritor se dedica a la línea de Ismael antes de volver a la que sí fue
elegida.
9. La ṯôleḏôṯ de Isaac. Al explicar lo que sucedió con Isaac, el hijo de la promesa, esta sección
registra la historia de Jacob, su hijo, las luchas que hubo dentro de su familia, y la emergencia
del pueblo de Israel (25:19–35:29). Asimismo, empiezan a desarrollarse las promesas de 12:2. La
bendición dada a Abram ahora se transfiere en forma exclusiva a Jacob (cap. 27). A su vez,
Jacob también creció en su fe, pero en el proceso, quedó descoyuntado de la cadera. Él no era un
hombre igual a su abuelo; aun así, Israel “nació”.
10. La ṯôleḏôṯ de Esaú. Una vez más, Génesis continúa el desarrollo a partir de Isaac. Pero antes
de discutir la ṯôleḏôṯ del hijo de la sucesión, esta sección (36:1–8) trata de Esaú, el hijo mayor, de
quien Jacob, el menor, robó la primogenitura y la bendición. Con frecuencia, la nación que
surgió de Jacob se toparía con sus parientes los edomitas, que descendían de Esaú. Esta parte da
cuenta de las tres esposas que tuvo Esaú y de sus cinco hijos.
11. La ṯôleḏôṯ de Esaú, padre de los edomitas. Se incluye otro recuento del desarrollo de Esaú
debido a la gran importancia que tuvieron los jefes tribales de los edomitas, amalecitas y horeos
(36:9–37:1).
12. La ṯôleḏôṯ de Jacob. ¿Qué sucedió con Jacob? Sus hijos se convirtieron en los padres
fundadores de las tribus de Israel (37:2–50:26). Esta narración tiene que ver con la vida de José y
el traslado de la familia de Jacob a Egipto. En esencia, el relato dice por qué el pueblo de Dios
estaba en Egipto y cómo se relacionaba con las bendiciones prometidas. En Canaán, la familia se
había deteriorado al punto de que se estaba mezclando con los cananeos. Para preservar la línea
de bendición, Dios se movió en forma asombrosa a través de la malvada voluntad de los
hermanos de José para hacer que él llegara al poder en Egipto. Cuando la tierra de promisión fue
maldecida con una hambruna, la bendición fue provista a través del poder y sabiduría de José.
Sin embargo, el libro termina anticipando otra visitación divina llena de bendiciones.
Conclusión. Debido a que Génesis es el cimiento del resto del Pentateuco, el libro de Éxodo
regresa a recordar el pacto divino con Abraham: “Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de
su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció” (lit.,
“estaba preocupado por ellos”; Éx. 2:24–25). De hecho, los acontecimientos y palabras finales de
Génesis anticipan el éxodo: “… mas Dios ciertamente os visitará (lit., “os tomará en cuenta”), y
os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob” (Gn. 50:24).
Posteriormente, esta declaración fue repetida por Moisés cuando sacó de Egipto los huesos del
patriarca (Éx. 13:19).
Por lo tanto, Génesis proporcionó a Israel la base teológica e histórica de su existencia como
pueblo escogido de Dios. Israel podía trazar su genealogía hasta el patriarca Abraham, a quien
Dios había elegido de entre las naciones dispersas, y a quien hizo las grandes promesas pactales
de que tendría posteridad y territorio.
Debido a la importancia de la línea de descendientes (la primera bendición prometida), se
dedica mucho espacio a las preocupaciones familiares de los patriarcas, tales como sus esposas,
hijos, herederos, las primogenituras, y sus bendiciones. Después de la última profecía de Jacob
(Gn. 49), el Pentateuco abarca cuatro siglos. Así que Génesis permanece como una declaración
de la primogenitura de las tribus de Israel, aun cuando permanecían esclavizadas en Egipto, de
donde posteriormente fueron llamadas para salir de la opresión.
Sabiendo que sin duda se habían convertido en la gran nación que Dios prometió al bendecir
a Abraham, deben haberse dado cuenta de que no tenían ningún futuro en Egipto, o en Sodoma,
o en Babilonia. Su futuro estaba en Canaán, la tierra que fue prometida por juramento divino.
El contenido de Génesis daba seguridad a los israelitas de que Dios les daría el futuro
prometido, y que él era capaz de cumplir con sus promesas. Una y otra vez, el libro habla de la
forma sobrenatural en que Dios intervino en la vida de los ancestros de Israel para traerles hasta
ese punto. Ciertamente, el Dios que había empezado su buena obra seguramente la terminaría
(Fil. 1:6). Si el pueblo reconocía que debía su existencia a la elección soberana y bendición
divina, podría responder en obediencia. Entonces, Génesis fue un elemento muy adecuado que
contribuyó grandemente a la labor de Moisés de sacar a Israel de Egipto.
Teología de Génesis. El libro se escribió tomando en cuenta las premisas de que Dios existe y
que él se reveló en palabra y obra a los antepasados de Israel. El libro no discute la existencia de
Dios; simplemente afirma que todo existe debido a él.
El tema central de la teología de Génesis ciertamente es la obra divina de establecer a Israel
como el canal para bendecir a las familias de la tierra. Este libro constituye la introducción al
tema principal del Pentateuco: la fundación de la teocracia; i.e., que Dios rige sobre toda la
creación. Asimismo, presenta los comienzos que están en la base de la fundación de la teocracia:
la bendición anunciada de que los descendientes de Abraham vivirían en la tierra prometida.
Éxodo presenta la redención de esos descendientes de la esclavitud y la concertación de un
pacto con ellos. Levítico es el manual de ordenanzas que permitió a Dios hacer santo a su pueblo
para que él, que es un Dios Santo, pudiera morar en medio de ellos. Números registra el arreglo
militar y el censo de las tribus en el desierto, y muestra la forma en que Dios preservó sus
bendiciones prometidas de peligros internos y externos. Deuteronomio presenta la renovación del
pacto.
Al presentar el desarrollo de este grandioso programa divino, Génesis permite al lector
comprender la naturaleza de Dios como Señor soberano sobre todo el universo, el que mueve el
cielo y la tierra para establecer su voluntad. Él desea bendecir a la humanidad, pero no tolera la
desobediencia e incredulidad. A través de esta revelación, el lector aprende que “sin fe es
imposible agradar a Dios” (He. 11:6).
BOSQUEJO
COMENTARIO
Este ciclo de narraciones presenta las luchas que el patriarca Abram tuvo mientras esperaba
que se cumplieran las promesas divinas. A veces tropezaba, pero al fin y al cabo, su fe fue
comprobada.
a. La falta de fe y nacimiento de Ismael (cap. 16)
A medida que se desarrollaba y probaba la fe de Abram, se vio una demora en el
cumplimiento de la promesa de Dios. En momentos de debilidad, siempre existen sugerencias
para realizar planes alternativos—mismos que no se basan en la fe. Los esfuerzos humanos para
ayudar al cumplimiento de las promesas divinas complicaron el asunto. Más tarde, Israel también
aprendería que cuando trataba de hacer las cosas sin Dios, todo se complicaba.
16:1–6. Sarai era estéril, así que para la mente humana, el heredero de la promesa no podría
venir de ella en lo absoluto. Esto puso en movimiento algunas actividades dudosas por parte de
Abram y su esposa Sarai. Sin embargo, Abram aprendió que la promesa de Dios no se iba a
cumplir de esa manera.
Siguiendo la costumbre legal de aquellos días, una mujer estéril podía dar su sierva a su
esposo para que fuera su mujer, y el niño que naciera de esa unión se consideraba como hijo de
la esposa. Si el marido decía al hijo de la esposa-esclava “tú eres mi hijo”, entonces era adoptado
como hijo y heredero. Así que la sugerencia de Sarai fue inobjetable, considerando las
costumbres de esos días. Pero a menudo, Dios repudia las costumbres sociales.
Sin embargo, el plan de Sarai, que se realizó con el consentimiento de Abram, fracasó
después de que Agar, la sierva egipcia … concibió y miraba con desprecio a su señora.
Ambas mujeres deben haberse preguntado qué sucedería con la simiente de Abram. ¿Procedería
de Agar? Debido al conflicto que surgió entre las mujeres, Sarai culpó a Abram por el
desacuerdo, pero él le dijo que hiciera con ella lo que bien le pareciera. Entonces, Sarai la
afligía (ʿānâh; V. el comentario de esta palabra en 15:13), por lo que Agar huyó de su presencia
(16:6).
Al igual que Adán (3:17), Abram siguió el consejo equivocado de su esposa y quedó
atrapado e indefenso en medio de la situación.
16:7–16. La historia tiene tanto un lado oscuro (Sarai afligió a su sierva) como uno brillante
(la halló el ángel de Jehová en el desierto y se comunicó con ella). No hay problema en
descubrir lo que falló en la parte oscura de la historia. Cuando se abandonó el camino de la fe
(que involucra espera paciente) y se tomó el camino de las consideraciones humanas, Abram se
vio inmerso en una cadena de causas y efectos que lo afectarían muchísimo en los años que
estaban por venir. (Ismael se convirtió en el ancestro de los árabes, que todavía siguen siendo
hostiles a los judíos.)
El ángel de Jehová encontró a la sierva junto a una fuente de agua que estaba en el camino
de Shur (cf. 25:18) cuando ella iba de camino a Egipto, su tierra. Esta es la primera referencia
que se hace en el A.T. al “ángel de Jehová”. Este ángel se identifica con Jehová en 16:13 así
como en 22:11–12; 31:11, 13; 48:16; Jueces 6:11, 16, 22; 13:22–23; Zacarías 3:1–2. Y aun así, el
ángel es diferente de Jehová (Gn. 24:7; 2 S. 24:16; Zac. 1:12). Entonces, “el ángel de Jehová”
puede referirse a una teofanía de Cristo preencarnado (cf. Gn. 18:1–2; 19:1; Nm. 22:22; Jue.
2:1–4; 5:23; Zac. 12:8).
Después de hacer dos preguntas a Agar: ¿de dónde vienes tú, y a dónde vas? Dios le dio
dos mensajes, el primero, de exhortación—vuélvete … y ponte sumisa (Gn. 16:9) y el segundo
de promesa—que daría a luz a un hijo (vv. 10–12). Ella llamó a Jehová Dios que ve (v. 13) y
para conmemorar el acontecimiento, nombró al pozo que en ese entonces todavía era
desconocido: Pozo del Viviente-que-me-ve (“Beʾēr laḥaî rōʾî”; cf. 24:62; 25:11).
En Génesis, a menudo las etimologías populares conllevan un mensaje. Son recursos
retóricos que reciben del relato la explicación de los nombres. Este nombre era un recurso
mnemotécnico para recordar los acontecimientos y su significancia. En este pasaje, hay dos
etimologías populares que no sólo forman el clímax de la sección, sino que señalan el propósito
de toda la unidad. Dios mismo llamó Ismael al hijo de la sierva, nombre que enseguida se
explica: porque Jehová ha oído tu aflicción (16:11). Claramente, quería dar un mensaje
primeramente a Agar, pero también iba dirigido a Abram y Sarai.
El otro nombre es la expresión de Agar que se refiere a Dios como el “Dios que ve” por ella,
i.e., que “cuidaba de ella”. Así que en estos dos nombres encontramos todo un mundo de
teología. Dios escucha y también ve. Posteriormente, el pozo se convirtió en un lugar santo,
donde Dios podía ser hallado para escuchar el llanto de su pueblo y suplir sus necesidades.
Los nombres nos dan el mensaje: Dios habló en una revelación directa y Agar respondió por
fe. Dios ve el dolor y la aflicción y él oye. Sarai debería haber sabido esto. Puesto que Dios sabía
que ella era estéril, ella debió haber clamado al Señor. Pero en lugar de eso, tuvo que aprender su
lección de la forma difícil—de la experiencia de una despreciada esposa-sierva que
irónicamente, regresó a su hogar con una experiencia de fe. Seguramente, Abram se sintió
fuertemente reprendido cuando Agar le dijo que Dios le había dicho que llamara a su hijo
Ismael, “Dios oye”.
Cuando nos hallemos pasando por la aflicción (en este caso la esterilidad de Sarai), debemos
acudir al Señor porque él escucha al afligido, ve su necesidad y milagrosamente cumple sus
promesas. Éstas no pueden cumplirse con la intervención humana. Dar hijos a la estéril es obra
divina (Sal. 113:9). Más adelante, Lea también supo que Dios escucha al afligido, y para reflejar
precisamente eso, dio a sus hijos los nombres de Rubén y Simeón (Gn. 29:32–33). A Sarai
todavía le faltaba mucho por progresar en su fe.
Así que Dios proveyó lo necesario a la mujer embarazada que fue lanzada al desierto. El
Señor prometió a Agar que sería una matriarca—porque su hijo sería hombre fiero y padre de
una gran tribu de gente aguerrida y hostil (cf. 25:18) que moraría en el desierto arábigo
(25:12–18). Pero ellos no serían la simiente prometida; sólo complicarían las cosas. El pecado de
Sarai dio origen a los ismaelitas, una siembra que todavía sigue dando frutos amargos.
Posteriormente, José, el bisnieto de Sarai, fue llevado a Egipto por los ismaelitas (37:28).
La lección fue muy clara tanto para Sarai, como para Abram, Agar, el pueblo de Israel y los
cristianos: Los siervos de Dios deben confiar en su palabra y esperar su cumplimiento
aguantando con paciencia hasta el final. En Génesis se va haciendo más y más claro que toda
persona o nación que debe su existencia a la elección divina, debe vivir por fe. Los esfuerzos
humanos no son de ayuda. Las buenas nuevas para el pueblo de Dios es que el Dios vivo ve y
escucha.
b. La promesa de la simiente se confirma por medio de un nombre y una señal (cap. 17)
Este cap. registra (a) la confirmación de las promesas divinas cambiando el nombre de
Abram (vv. 1–8) y de Sarai (vv. 15–18), (b) la institución de la circuncisión como señal del pacto
(vv. 9–14), (c) la palabra segura de Dios respecto al cumplimiento de la promesa a través de Sara
(vv. 19–22) y (d) la obediencia de Abraham (vv. 23–27).
En las primeras tres secciones, Dios es la figura dominante: Prometió a Abram un hijo y lo
llamó Isaac, renombró a Abram y Sarai para que sus nombres reflejaran su promesa y después,
instituyó una señal para el pacto.
17:1–8. Las promesas de Dios a Abram se fueron haciendo más y más maravillosas. Por ser
el Dios Todopoderoso, él es completamente capaz de cumplir sus promesas. (Esta es la primera
vez que aparece en el A.T. el título “Dios Todopoderoso” [ʾēl šadday] que en Génesis se usa
varias veces [17:1; 28:3; 35:11; 43:14; 48:3; cf. 49:25]. Algunos eruditos han sugerido que
šadday se relaciona con la palabra acadia šadû, que significa pecho, o montaña, o ambos.
[Algunas palabras que describen al cuerpo humano también se usaban como descripciones
geográficas; e.g., la “boca” de un río, el “pie” de la montaña.] Así que, cuando se aplica a Dios,
šadday se refiere ya sea a su capacidad de suplir abundantemente [“el que es Abundante”] o a su
fuerza majestuosa [“el Todopoderoso”].) Entonces Dios le dijo: Serás padre de muchedumbre
de gentes (17:4; cf. “nación grande” 12:2), y reyes saldrán de ti (17:6; cf. v. 16). Además, le
dijo que el pacto entrambos sería perpetuo (v. 7). Asimismo, toda la tierra de Canaán que
pertenecería a Abram (15:7) sería heredad perpetua de sus descendientes.
El cambio de nombre del patriarca fue crucial. El nombre Abram (17:5), que significa
“padre excelso” se remontaba hacia atrás, a Taré (11:27) e implica que Abram descendía de un
linaje real. Pero en hebr., el nombre Abraham (ʾaḇrāhâm) suena parecido a padre de
muchedumbre (ʾaḇ hămôn) de gentes (17:4–5). Su nuevo nombre sugiere una mirada hacia
adelante, a su descendencia.
Podemos imaginar con certeza que Abram se sintió herido por las sonrisas reprimidas de sus
hombres cuando les dijo que le llamaran Abraham, con su significado de ser padre de una
multitud, precisamente cuando ya era de edad de noventa y nueve años (vv. 1, 24). Pero aun
así, Abraham sabía que Dios no lo había engañado. Su nuevo nombre y el de su esposa serían
recordatorios perpetuos de la palabra segura de Dios. Cada vez que alguien lo llamara por su
nombre, él recordaría la promesa divina, hasta que llegara el día en que Isaac, el hijo de la
promesa, le llamara “abba” (padre).
17:9–14. La otra señal confirmatoria (v. 2) fue la circuncisión. Ésta debía aplicarse a todos
los varones que compartieran la promesa. Esa operación se practicaba en otros lugares del Medio
Oriente, pero aquí alcanzó un nuevo significado. También recordaría a Abraham y a su
descendencia el pacto perpetuo (v. 13; cf. vv. 7, 19). Por medio de ese símbolo, Dios enseñó la
impureza de la naturaleza humana y la dependencia en Dios para la producción de toda clase de
vida. Ellos reconocerían y recordarían: (a) que la impureza congénita debe hacerse a un lado,
especialmente en el matrimonio, y (b) que la naturaleza humana es incapaz de producir la
simiente prometida. Además, debían permanecer fieles a su familia. Cualquier israelita que se
rehusara a ser circuncidado, sería cortado o separado de su pueblo (v. 14) debido a que había
desobedecido el mandato divino.
En otros lugares, las Escrituras se refieren a la circuncisión como símbolo de separación,
pureza y lealtad al pacto. Moisés dijo que Dios circuncidaría los corazones de su pueblo para que
ellos pudieran consagrarse a él (Dt. 30:6). Y Pablo escribió que la “circuncisión del corazón”
(i.e., ser separado interiormente “por el Espíritu”) es evidencia de la salvación y compañerismo
con Dios (Ro. 2:28–29; cf. Ro. 4:11). Uno debe entregarse a Dios y a sus promesas
confiadamente, haciendo a un lado su fuerza natural. La incredulidad se equipara con un corazón
incircunciso (Jer. 9:26; Ez. 44:7–9).
17:15–18. Dios anunció que Sarai debía ser llamada Sara. Aunque este nuevo nombre
incluye sólo un cambio mínimo y significa “princesa”, fue muy adecuado para una mujer cuya
simiente estaría formada por reyes (v. 16; cf. v. 6). Al escuchar esto, Abraham … se rió porque
le parecía imposible que una mujer estéril, y ya de noventa años, pudiera concebir a un hijo.
Abraham había supuesto que su descendencia vendría de Ismael.
17:19–22. Aun así, Dios le aseguró que Sara le daría a luz un hijo, a quien debía llamar
Isaac, que significa “él ríe” (v. 19). Su nombre sería un recordatorio continuo de que alguien se
había reído de la palabra de Jehová. No obstante, Ismael no quedó en el olvido, porque Dios dijo
que tendría muchos descendientes también. Es más, aquí incluso se predice el número de hijos
que tendría: doce. Sus nombres se registran en 25:13–15.
17:23–27. Una vez que recibió la palabra acerca de Isaac, Abraham de inmediato obedeció
el mandato acerca de la circuncisión, reflejando así su fe en la palabra divina. Abraham fue
circuncidado a la edad de noventa y nueve años … Ismael … de trece años … y todos los
varones de su casa, tanto el siervo nacido en casa como el comprado … por dinero, todos
fueron circuncidados con él.
c. La promesa de la simiente se confirma por medio de una visita (18:1–15)
18:1–8. Estando Abraham en el encinar de Mamre en Hebrón, tres varones lo visitaron (cf.
13:18; 14:13) para confirmar el tiempo en que se cumpliría la promesa. Esos personajes eran el
Señor (18:1, 10, 13; cf. el comentario del “ángel de Jehová”, 16:7) y dos ángeles. Aunque se
justifica que en este pasaje encontremos lecciones acerca de la hospitalidad, los ángeles
ciertamente no visitaron a Abraham con el propósito de enseñarle esto. ¿Por qué se acercó el
ángel de Jehová a Abraham de esa manera? ¿Por qué no utilizó a un oráculo, una visión, o una
voz? Posiblemente quería que fuera un examen tanto para Abraham como para los sodomitas. El
estado moral de Abraham y Sodoma quedó de manifiesto por la forma tan diferente en que
trataron a los extranjeros. La visita pacífica y quieta con Abraham se contrasta grandemente con
la explosión de brutalidad y crueldad de los habitantes de Sodoma (cf. caps. 18–19).
Pero es más probable que los visitantes de Abraham quisieran enseñar la importancia de
mantener un compañerismo íntimo. Comer juntos era importante para lograr ese fin, así como
parte de las ofrendas de paz y al concertar tratados. Cuando el Señor estuvo listo para especificar
el cumplimiento de la promesa pactal, él vino en persona y comió en la tienda de Abraham. Nada
hubiera podido comunicar más significativamente su relación íntima.
Abraham salió corriendo en cuanto los vio (18:2), fue de prisa a la tienda (v. 6), corrió …
a las vacas (v. 7), y el criado … se dio prisa (v. 7). Además, Abraham se postró en tierra ante
ellos (v. 2); hizo que se trajera agua para lavar sus pies (v. 4); les sirvió pan recién horneado (v.
6), carne de becerro tierno y bueno (v. 7), así como mantequilla y leche (v. 8) y él se estuvo
con ellos de pie mientras comieron (v. 8; cf. vv. 1–2). Todo esto sugiere que él sabía quiénes
eran sus visitantes.
18:9–15. Después de la comida, uno de los visitantes angélicos le anunció que según el
tiempo de la vida, Sara tendría un hijo. Este ángel de Jehová claramente era el Señor mismo (cf.
16:7). La idea le pareció ridícula a Sara, por lo que se rió dentro de su corazón. La respuesta del
Señor fue una reprensión para la mujer, pues le dijo: ¿Hay para Dios alguna cosa difícil? (Una
mejor trad. es “maravillosa”.)
Básicamente, el relato es un llamamiento a creer que Dios puede realizar aun lo imposible. Él
confirmó su promesa por medio de una visita personal—y comió con ellos—para anunciarles
que el tiempo se acercaba. Fue la anunciación de un nacimiento humanamente imposible.
Cuando algo tan increíble como esto se declara, la respuesta humana es consistente: como Sara,
la gente es tomada por sorpresa, se ríe y después debido al temor, niega haberse reído (18:15).
Pero Dios conoce el corazón humano y sabe que a menudo, los cristianos se tambalean ante lo
que él dice que puede hacer.
¿Es el nacimiento de un hijo de una matriz muerta demasiado maravilloso para Aquél que
hizo que todas las cosas existan? No es cuestión de risa. Él puede hacerlo. Nada es increíble para
aquellos que se encuentran en un compañerismo pactal con el Señor, porque no hay nada
demasiado difícil para que él lo realice.
d. La intercesión de Abraham por la gente de Sodoma (18:16–33)
El tema predominante de este relato es la justicia. Proviene de los vv. precedentes (vv. 9–15).
Ciertamente Dios es capaz de hacer lo que él elige hacer, ¿pero será justo lo que hace? La
respuesta es obvia, como se muestra por la contestación que dio a las peticiones de Abraham.
18:16–21. Este es un soliloquio del Señor donde expresa su juicio sobre las ciudades de la
llanura, siendo la mayor de ellas Sodoma. Es interesante que Jehová tuviera una doble
motivación para revelar su plan: (1) puesto que a través de Abraham iban a ser benditas …
todas las naciones; Dios le dijo que una ciudad (Sodoma) iba a ser removida antes de que
tuviera la oportunidad de ser bendecida a través de él. (2) Abraham debía enseñar a sus
descendientes justicia y juicio (v. 19), para que pudieran disfrutar de las bendiciones divinas.
Debido a que el clamor de la gente contra Sodoma y Gomorra iba en aumento porque el
pecado de ellos se había agravado en extremo, el Señor descendió para ver si esto era así de
malo. (Por supuesto que debido a su omnisciencia, él conocía los pecados de Sodoma y
Gomorra, pero quería demostrar su justicia para con ellos.) Si el pecado de ellos se había
consumado, serían castigados.
18:22–33. ¿Destruiría Dios también al justo con el impío? Abraham estaba seguro de que
había algunos justos en Sodoma—no estaba orando sólo por Lot—así que intercedió por la
ciudad apelando a la justicia divina.
En esa interecesión se revela el gran carácter que tenía Abraham. Pidió que todos los
habitantes de las ciudades—el justo así como el impío—fueran librados por amor a los justos (v.
23). Con anterioridad, él había rescatado personalmente a esa gente durante una batalla (14:16).
Ahora pidió por ellos con el mismo denuedo, insistencia y generosidad con que había peleado
por ellos. El “regateo” de Abraham con Dios molesta a algunos lectores, pero las oraciones del
patriarca, aunque audaces, se hicieron con auténtica humildad y profunda reverencia. Fue para
que se honrara la justicia que pidió la liberación de Sodoma si se encontraran en ella tan pocos
como cincuenta … cuarenta y cinco … cuarenta … treinta … veinte … o aun si sólo se
hallaren allí diez justos (18:24–32). Él no estaba tratando de convencer a Dios de que hiciera
algo en contra de su voluntad (en contraste, la oración de Lot por Zoar fue muy diferente,
19:18–23).
De esta manera, el tema de la justicia predomina aquí: aquellos que disfrutan de la bendición
de Dios (a) enseñarán justicia y juicio a otros (18:19); (b) pueden intereceder para que se haga un
juicio justo con el fin de preservar a los justos; y (c) sabrán que Dios puede preservar a los
impíos por causa de los justos. Es seguro que Israel aprendió de esto que Dios es un Juez justo,
que la justicia engrandece a la nación (cf. Pr. 14:34) y que los justos ayudan a preservar a la
sociedad (cf. Mt. 5:13). Estas verdades deben haber sido de importancia capital para Israel así
como lo fueron para Abraham, quien las convirtió en motivo de su intercesión compasiva.
e. El juicio de las ciudades de la llanura (cap. 19)
Este cap. registra el castigo de Dios sobre la moralmente corrupta civilización cananea, pero
también contiene una fuerte advertencia contra quienes se hicieran como ellos, porque ya había
sido muy difícil sacar a Lot de Sodoma, y sacar a Sodoma de la familia de Lot.
Lot era un ciudadano ejemplar, hospitalario, generoso (vv. 2–3) y líder de la comunidad. De
hecho, había llegado a ser juez, pues se sentaba “a la puerta” de la ciudad (v. 1; cf. v. 9).
Generalmente, los jueces oficiaban en la puerta de la ciudad, o sea, en los lugares públicos (cf.
Job 29:7, 12–17), donde se realizaban las transacciones legales y comerciales (cf. Gn. 23:18). Al
ejercer su oficio, Lot trataba de eliminar la maldad de sus conciudadanos y aconsejarlos para que
llevaran una vida recta. Él conocía la verdad y la justicia, la rectitud y la maldad. Él era “justo”
(2 P. 2:7–8).
Pero a pesar de que condenaba el estilo de vida de los sodomitas, a Lot le encantaba disfrutar
de la vida en Sodoma. Prefería ganar dinero a costa de sus paisanos que vivir en las colinas (cf.
Gn. 13:10–11), donde no habría una vida corrupta, pero tampoco “una buena vida”.
La hora de la verdad se presentó cuando recibió una visita de lo alto. Lot parecía ser santo y
puro, pero era un hipócrita, ya que sus palabras no eran tomadas en serio (19:14). Al principio,
“este santo” puso sus tiendas cerca de Sodoma, pero posteriormente, Sodoma llegó a controlar su
vida. Él era moral pues se oponía a la sodomía y la homosexualidad y reconocía la maldad
cuando la veía. Pero irónicamente, estuvo dispuesto a sacrificar la virginidad de sus hijas con tal
de mantener a raya a los degenerados sodomitas (v. 8). Escapó de ser castigado por la gracia de
Dios, pero su corazón estaba aferrado a Sodoma. Su esposa estaba demasiado unida a la ciudad
como para obedecer el llamamiento de la gracia, y sus hijas no tuvieron reparo en tener
relaciones sexuales con su padre borracho y desnudo (vv. 30–35).
Mientras Dios dejara a Lot en paz, él seguiría diciendo que tenía fe y al mismo tiempo
seguiría viviendo en Sodoma. Pero al final, no pudo conservar ambas cosas. Sodoma lo hubiera
destruido a él si Dios no hubiera destruido a Sodoma.
19:1–14. Los dos ángeles (cf. 18:2, 22) fueron unos visitantes renuentes. A pesar de la
hospitalidad de Lot, prefirieron quedarse en la calle o plaza. Pero él insistió y entraron y los
recibió en su casa. Estando allí, rodearon la casa los hombres de la ciudad. Su deseo era tener
relaciones sexuales (para que los conozcamos, i.e., sexualmente) con los visitantes de Lot.
Querían tener relaciones homosexuales con aquellos dos que suponían eran hombres. Por ser
ángeles, es obvio que su apariencia era muy atractiva. Asombrosamente, la vileza de los hombres
fue tan grande como la hipocresía de Lot, quien aun ofreció entregar a sus dos hijas vírgenes
(19:8). Proteger a sus huéspedes era parte de la hospitalidad, pero ¡esto fue demasiado lejos! Las
súplicas de Lot de que no se hiciera tal maldad con sus visitantes (v. 7) fueron en vano, y los
sodomitas pudieron ver la otra cara de su juez (v. 9). Hasta les parecía una burla. Entonces, los
ángeles alargaron la mano, y metieron a Lot en casa … y a los hombres que estaban a la
puerta … hirieron con ceguera … y dijeron … a Lot que sacara de la ciudad a su familia
porque iban a destruir la ciudad. Pero cuando Lot dijo esto a sus yernos o sea, los prometidos
de sus hijas, no le creyeron.
19:15–22. Antes del amanecer, los ángeles literalmente tuvieron que arrastrar a Lot fuera de
la ciudad (v. 16). Por supuesto que en la liberación de Lot se mostró la misericordia de Jehová
gracias a la intercesión de Abraham (cf. 18:23; 19:29). Pero aun después de haber sido librado,
Lot extrajo una concesión más de los ángeles. Él quería irse a vivir a una pequeña … ciudad
que después fue conocida como Zoar, que significa “pequeña” (vv. 18–22). (Anteriormente se
conocía como Bela, 14:2.) Ese lugar siempre recordaría al pueblo de Israel la historia de Lot, que
se resistió y demoró su salida de Sodoma, por lo que tuvo que ser arrastrado fuera de ella para
ponerlo a salvo. ¿Por qué será que algunos hijos de Dios se adaptan al mundo corrupto en vez de
escapar voluntariamente de una sociedad destinada a la destrucción?
19:23–29. Entonces Jehová hizo llover … azufre y fuego sobre las malvadas ciudades, y
sobre toda aquella llanura, con lo que fueron totalmente destruidas (vv. 24–25). Algunos
eruditos han sugerido que los depósitos de azufre surgieron de la tierra y explotaron (cf. “pozos
de asfalto”, 14:10) y después llovieron “desde los cielos” inflamados por el fuego (cf. Lc. 17:29).
La mujer de Lot miró atrás deliberadamente y se volvió estatua de sal, formando así un
monumento a la desobediencia. El humo como de un horno (19:28) que Abraham vio al día
siguiente, fue causado por el azufre quemándose (v. 24). Pero cuando destruyó Dios a los
pecadores de las ciudades de la llanura, Dios se acordó de Abraham, i.e., recordó su petición
(18:23–32), y salvó a Lot de en medio de la destrucción y del castigo.
19:30–38. Esta sección final registra el acto que cometieron las dos hijas de Lot en la cueva
de un monte. Lot tuvo miedo de habitar en los montes (v. 19) así que se fue a vivir a Zoar (v.
22). Pero irónicamente, salió de Zoar, y habitó en una cueva (v. 30). ¡Qué gran diferencia había
entre ésta y la “civilización progresista” (Lc. 17:28) de la ciudad de Sodoma que había
abandonado!
Sabiendo que sus expectativas de casarse de nuevo eran muy escasas (Gn. 19:31), las dos
hijas, cuyos prometidos habían muerto en el holocausto de Sodoma, tomaron turnos para
emborrachar a su padre y tener relaciones sexuales con él (vv. 32–35). Este acto incestuoso
demuestra la influencia que Sodoma había ejercido en ellas. Ambas dieron a luz un hijo, la
primera a Moab …, padre de los moabitas y la segunda a Ben-ammi …, padre de los
amonitas (vv. 36–38), que se convirtieron en los enemigos permanentes de Israel. En hebr.,
“Moab” suena como las palabras “hijo de papá”, y “Ben-ammi” significa “hijo de mi pariente”.
Para Israel, esas etimologías perpetuaban el ignominioso comienzo de sus malvados enemigos.
En este cap. encontramos cuatro características dominantes: el castigo repentino de Dios
sobre los malvados cananeos, la cercana relación de Lot con la sociedad impía, la misericordiosa
liberación divina de Lot de la destrucción, y “el renacimiento de Sodoma” en la cueva.
A través de ellas, Israel vería que Dios castiga severamente, y que es justo porque castiga la
gran vileza imperante. Asimismo, aprendería la necedad de imitar y aferrarse a la impiedad de
los cananeos.
Entonces, ¿cómo debían vivir sabiendo la forma en que Dios actuó con los cananeos? La
lección es bastante clara: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo … Porque …
los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida … pasan” (1 Jn. 2:15, 17)
y reciben el castigo de Dios. Es peligroso y necio aferrarse al actual sistema corrupto del mundo,
porque le espera la destrucción repentina y expedita de parte de Dios.
Jesús hizo referencia a Génesis 19:26 para advertir de la destrucción que vendría sobre el
Israel incrédulo diciendo: “Acordaos de la mujer de Lot” (Lc. 17:32). Cuando Cristo regrese, la
gente no debe mirar hacia atrás como hizo ella (Lc. 17:30–31). Si un incrédulo añora tener lo
mejor de este mundo, perderá tanto al mundo (puesto que es pasajero) como la vida eterna en el
mundo venidero (Lc. 17:33–37).
El Señor también dijo que si los milagros que hizo en Capernaum hubieran sido hechos en
Sodoma, los sodomitas se habrían arrepentido (Mt. 11:23). Y añadió: “… os digo que en el día
del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma”, que para las ciudades de
Galilea (Mt. 11:24). Esto quiere decir que Dios juzga conforme al conocimiento, y que a los
pecadores les espera un castigo más riguroso que la destrucción física.
f. El engaño de Abraham ante Abimelec (cap. 20)
Esta historia registra la protección providencial de Dios de su pueblo, pero su énfasis
principal es la pureza, específicamente la preservación de la de Sara. Para que se realizara el
cumplimiento de la promesa, era muy importante el matrimonio, ya que para poder participar de
las bendiciones de las promesas divinas es necesario separarse de la corrupción mundana.
La pecaminosidad y la debilidad en la fe hicieron surgir una amenaza contra la bendición
prometida. Este es un triste comentario acerca de la falta de fe, porque Dios tuvo que librar a los
suyos una y otra vez.
20:1–7. Poco tiempo antes, Dios había librado a Abram de Egipto enviando plagas después
de que mintió al faraón diciendo que Sarai era su hermana (cap. 12). Aquí, de nueva cuenta y
movido por el temor (v. 11), Abraham repitió la misma mentira acerca de Sara (20:2), pero esta
vez a Abimelec, rey de Gerar. Posteriormente, Isaac hizo la misma cosa ¡con otro Abimelec!
(26:1–11) Gerar estaba cerca de la costa, a unos 19 kms. al sur de Gaza y a unos 80 kms. al sur
de Hebrón, en tierra de los filisteos (21:34). Cuando Abimelec tomó a Sara, Dios le habló en
sueños (20:3) y causó esterilidad en su esposa y siervas (vv. 17–18) para advertirle que ella era
casada.
En este pasaje existe un juego de palabras muy adecuado. Abraham había orado para que los
justos no fueran destruidos junto con los impíos (18:23–32). Aquí, las palabras de Abimelec
muestran la misma preocupación: Señor, ¿matarás también al inocente? La reprensión
contenida en esta expresión debe haber sido muy fuerte para Abraham.
Así que cuando Abimelec aseguró a Dios que lo había hecho con sencillez de … corazón y
limpia conciencia, el Señor le dijo que devolviera la mujer a su marido y que hiciera que
Abraham el profeta (nāḇîʾ, la primera vez que aparece esta palabra en el A.T.) o vocero de Dios,
orara por Abimelec. Sólo la oración del patriarca podría salvar la vida del rey.
Dios no reprendió a Abimelec, pero sí le hizo una fortísima advertencia: no debía cometer
adulterio porque era una ofensa capital (20:7). Estas palabras claramente son un antecedente del
mandamiento expresado en el decálogo (Éx. 20:14). Dios unió a Abraham y Sara y los hizo uno
para que pudieran producir la simiente santa. Esto era primordial para el pacto.
Ambas liberaciones del patriarca preservaron la pureza de Sara y quedó intacta la promesa.
Sin embargo, el primer incidente (Gn. 12) ocurrió fuera de la tierra prometida y refleja más
claramente la lucha entre la vida y la muerte que el pueblo tendría en Egipto, y la forma en que
más tarde, Dios los salvaría y libraría. El segundo incidente (cap. 20) fue dentro de la tierra y fue
un acontecimiento en el que Dios protegió el matrimonio del patriarca y con él, a la promesa.
Dios controla el nacimiento; interviene milagrosamente; él es quien abre y cierra la matriz (vv.
17–18). Nadie, por importante que sea, puede controvertir el plan divino.
20:8–18. Aunque Dios no reprendió a Abimelec, Abimelec sí lo hizo con Abraham. El rey
habló del grande pecado que la acción de Abraham había traído sobre él (v. 9). Además,
Abimelec habló a Sara de la enorme ofensa que le había hecho a ella (v. 16). Él sabía que su plan
de hacerla parte de su harén estaba equivocado. Así que para enmendar su error, dio al patriarca
ovejas y vacas (cf. 21:27) y siervos y siervas (20:14) y le permitió que habitara en su tierra (v.
15) y además, entregó ¡mil monedas de plata (v. 16), a Abraham, a quien llamó tu hermano!
El hecho de que Dios evitara la destrucción del matrimonio de Abraham por causa de la
infidelidad, refuerza el mandamiento de que los israelitas no debían destruir sus matrimonios por
causa del adulterio. Aquí también se hace hincapié en la protección divina para impedir que se
efectuaran matrimonios mixtos con los paganos. Además, tomar la mujer de otro hombre es un
asunto de vida o muerte. Y Dios castiga ese pecado.
Así que el mensaje era muy claro: Dios no quería que en el pueblo de Israel hubiera
casamientos con paganos—en especial, cuando involucraban adulterio o divorcio. Pero Israel
rara vez recordó esto (Mal. 2:10–17).
g. Nacimiento de Isaac y expulsión de Ismael (21:1–21)
21:1–7. El Señor dio el hijo de la promesa a Sara y a Abraham … en el tiempo que Dios
les había dicho (cf. 18:10). Ellos respondieron en fe (a) al llamarlo Isaac (21:3), (b) al
circuncidarlo de acuerdo con el pacto (v. 4; cf. 17:9–14, y (c) alabando a Dios por el asombroso
cumplimiento de su promesa (21:6–7).
El nombre de Isaac (“él ríe”) se explica aquí muy sutilmente. Sara dijo: Dios me ha hecho
reír (v. 6) i.e., me ha dado alegría. Su risa de incredulidad (18:12) se convirtió en regocijo a
través del nacimiento de su hijo. Después añadió: cualquiera que lo oyere, se reirá (se
regocijará) conmigo. Pero Ismael convirtió su risa en burla insultante (V. el comentario de 21:9)
de la obra divina.
21:8–13. Dios utilizó el incidente de la burla de Ismael para echarlo del hogar tanto a él
como a su madre (v. 10), ya que constituían una amenaza para la simiente prometida. La palabra
“burla” es meṣaḥēq (“reírse o ridiculizar”) la misma de donde proviene “Isaac” (yiṣḥāq).
Anteriormente, Sara había tratado mal a la sierva (16:6); ahora el hijo de ésta estaba tratando
mal al hijo de Sara. Igualmente, Sara había hecho que Agar, estando embarazada, tuviera que
huir (16:6); ahora hizo que se alejaran ella y su hijo de 16 o 17 años. (Cuando Ismael nació,
Abraham tenía 86 años [16:16] y 100 cuando nació Isaac [21:5]. Probablemente Isaac fue
destetado [v. 8] a los dos o tres años.) La petición de Sara de que echara fuera a Agar y a Ismael
pareció a Abraham … grave, por lo que el patriarca se preocupó grandemente, pero Dios le
aseguró que Ismael tendría un futuro, porque también era su descendiente (vv. 11–13).
Entonces, los dos énfasis (vv. 1–13) son los siguientes: el nacimiento de Isaac (cuyo nombre
conmemoraba el cumplimiento del pacto y cuya circuncisión lo confirmó), y la expulsión de
Ismael para eliminar la amenaza contra el pacto. Una vez que Abraham y Sara recibieron al hijo
de la promesa y se regocijaron por la provisión milagrosa de Dios, tuvieron que impedir
cualquier posible amenaza que hubiera sobre la herencia de Isaac. Debido a que Dios escogió a
uno solo de los hijos, esa elección debía ser protegida. Abraham y Sara tenían que expulsar a
Ismael.
21:14–21. El ángel de Dios se encontró con Agar y su hijo en el desierto (vv. 17–18) como
había hecho antes (16:7) y les proporcionó agua de una fuente (21:19), como había hecho
anteriormente (16:14). Después Dios dijo a Agar, como había dicho a Abraham, que de Ismael
saldría una gran nación (21:18; cf. v. 13). Ismael habitó en el desierto y fue tirador de arco
(v. 20; cf. 16:12). Además, se casó con una egipcia (21:21). El desierto de Parán está en la
porción nordeste de la península de Sinaí.
El comentario que hace el apóstol Pablo acerca de este relato es maravilloso (Gá. 4:21–31. V.
el comentario de ese pasaje). Ismael nació según la carne a través de la esclava (4:29–30). Isaac
nació según la promesa y fue el heredero. El primero representaba la esclavitud de Sinaí, el otro,
la libertad cuando finalmente se cumplió la promesa. Cuando vino Cristo quien fue la simiente,
terminó con todo lo que era viejo. Una vez que llegó el Prometido, los creyentes son coherederos
con esa simiente prometida por medio de la adopción a través de la gracia de Dios. Volver a la
ley equivale a deshacer el cumplimiento de la promesa divina. Los que han sido adoptados por la
simiente, vienen a ser simiente y quedan libres de la esclavitud de la ley (Gá. 5:1). Así como
hubo conflicto entre Ismael e Isaac (Gá. 4:29), asimismo luchan la carne y el Espíritu. La carne
batalla contra el Espíritu, con frecuencia haciendo burla de él (Gá. 5:16–18). Por lo tanto, los
creyentes también deben “echar fuera a la sierva y a su hijo” (Gá. 4:30), i.e., eliminar la amenaza
de la carne para poder “andar en el Espíritu” (Gá. 5:16).
h. El pacto en Beerseba (21:22–34)
La característica más sobresaliente de este pasaje es la explicación que se hace del nombre de
Beerseba, lugar donde moraba Abraham. Ese nombre siempre recordaría el pacto que hizo el
patriarca con los residentes de esa tierra, mismo que le permitió morar en ella en paz y
prosperidad.
21:22–34. La palabra šāḇaʿ (“jurar o tomar juramento”) aparece tres veces en este pasaje (vv.
23–24 [júrame, juraré], 31 [juraron]; asimismo, aparece tres veces el adjetivo numeral šebaʿ
(siete, vv. 28–30); el nombre beʾēr šāḇa (“pozo de los siete” o “pozo del juramento”) también
aparece tres veces (vv. 31–33). Ciertamente, el énfasis está en el significado del juramento (v.
31) entre Abraham y Abimelec, hecho que se conmemoró al dar nombre a Beerseba.
Evidentemente, šāba ‘es la clave del pasaje. Más adelante, Israel aprendería todo acerca de la
solemnidad de hacer juramentos y convenios.
La colocación de esta historia cabe muy bien en el contexto que conduce al sacrificio de
Isaac en el cap. 22. El nacimiento de Isaac fue claramente prometido (18:1–15), y por medio de
la mentira de Abraham (cap. 20), Abimelec comprendió que la mano de Dios estaba sobre el
patriarca (cf. 21:22). Después, nació la simiente prometida y el rival, Ismael, fue expulsado (vv.
1–18). Aquí (vv. 22–34) se hace un convenio que permite a Abraham asentarse en la tierra en
paz y a Abimelec compartir de esa bendición. Todo esto conduce lentamente hacia la prueba del
cap. 22; cada cap. muestra el cumplimiento de distintas fases de la promesa.
La historia de 21:22–34 revela que el patriarca fue bendecido por Dios, y que algunos
paganos reconocieron las bendiciones divinas. Además, vuelve a aparecer la característica
dominante del pozo (cf. 16:14; 21:19). Dios proporcionó agua—símbolo de bendición—tanto del
desierto, como de la tierra estéril y de la roca. Abimelec se dio cuenta de esto, y después de la
controversia en cuanto a que los siervos de Abimelec le habían quitado un pozo (v. 25), ambos
hicieron pacto, de tal modo que el rey pagano pudo compartir la bendición (cf. 12:1–3).
Al hacer el convenio (pacto), Abraham dio a Abimelec tanto ovejas como vacas (21:27; cf.
lo contrario en 20:14), y además siete corderas del rebaño (21:29–30). Esto aseguraba a
Abraham el derecho legal a morar en esa tierra en paz, y legalmente forzaba a Abimelec a
reconocer que el pozo de Beerseba era propiedad de Abraham (vv. 30–31). De esta manera, el
patriarca aseguró por medio de un tratado, el derecho al pozo, i.e., la provisión divina de
bendición.
Es muy significativo el hecho de que Abraham plantó … un árbol y que moró en aquel
lugar por muchos días (vv. 33–34), lo cual indica que tenía fe y gozaba de seguridad. El hecho
de plantar un árbol en Beerseba presupone que habría agua continuamente y muestra su decisión
de quedarse en la región. Dios lo bendeciría con el agua del pozo, y Abraham se asentaría en la
tierra. Morar bajo un árbol propio era señal de paz y seguridad (Zac. 3:10).
Ciertamente, el pasaje prevé la coexistencia pacífica futura de Israel en esa tierra con otras
tribus que responderían al mensaje de paz y a los deseos de compartir la bendición.
No obstante, en esta historia se encuentra una reprensión sutil (cf. la admonición de
Abimelec en Gn. 20:9–10). Abimelec presionó para que se hiciera el convenio con objeto de que
Abraham no actuara falsamente con él (21:23). Todo lo que Abimelec sabía acerca de ese
hombre era (a) que Dios lo bendecía (v. 22) y (b) que era engañoso (v. 23). Esta contradicción
trágica exigía que hubiera un convenio obligatorio para ambas partes.
De la misma manera, Israel debía cumplir sus juramentos y evitar la falsedad. En la
actualidad, los creyentes deben hablar la verdad sin necesidad de usar juramentos (Mt. 5:37; Stg.
5:12). Los tratos veraces y fieles que aseguran las relaciones pacíficas son un adorno a la obra de
Dios.
Los filisteos (Gn. 21:32) se asentaron masivamente en Palestina ca. 1200 a.C. Sin embargo,
algunos marinos mercantes poblaron la costa de Palestina tan temprano como lo hizo Abraham,
que vivió de 2166–1991 a.C. (V. “Cronología de los Patriarcas” en el Apéndice, pág. 317).
i. La fe de Abraham es probada (22:1–19)
22:1–2. La prueba más grande de la vida de Abraham (lo probó Dios) vino después de que
nació la simiente prometida después de una larga espera. La prueba fue muy real: debía regresar
a su hijo Isaac a Dios. Como tal, esta prueba estaba diseñada para probar su fe. Y para que fuera
una prueba verdadera, debía desafiar la lógica; debía consistir de algo que Abraham se resistiría a
hacer.
Dios había ordenado al patriarca que echara fuera a Ismael (21:12–13) y aquí le mandó que
sacrificara a Isaac. Por su propia voluntad, Abraham había enviado a Ismael, pero no querría
matar a Isaac.
Una cosa es decir que confiamos en la palabra de Dios cuando estamos esperando algo; pero
es algo muy diferente confiar y obedecer a su palabra cuando ya lo hemos recibido. Esta fue una
prueba de cuánto obedecería Abraham a la palabra de Dios. ¿Se aferraría al hijo ahora que ya lo
tenía, o a cualquier precio obedecería y lo regresaría al Señor? En otras palabras, ¿qué tan lejos
llegaría Abraham en su obediencia? ¿En verdad creía que Dios todavía cumpliría su palabra y
que levantaría la simiente de la promesa?
En esta situación existen parecidos muy obvios con las anteriores palabras de Dios a
Abraham de que saliera de su tierra y fuera a la tierra que el Señor le mostraría (12:1–3). Pero
con este recordatorio sutil de su llamamiento original, Dios también le recordó su cumplimiento,
lo cual hizo que la prueba fuera tan dura: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac (“risa”), a quien
amas (22:2). La orden de sacrificar a su propio hijo en holocausto, sin duda debe haberle
parecido al patriarca totalmente irrazonable (aun cuando ya se conocían los sacrificios de
infantes en Canaán). ¿Cómo podría Dios entonces cumplir las promesas que le había hecho antes
(12:1–3), eso sin contar con la pérdida emocional que sufriría Abraham por la muerte de su hijo
único, que había nacido tan tarde en su vida?
22:3–8. La respuesta de Abraham es asombrosa—respondió con obediencia inmediata e
irrestricta. Es más, ¡se levantó muy de mañana! para cumplirla. Aun así, el viaje de tres días (v.
4) seguramente fue muy difícil y tal vez lo hizo en silencio. La distancia entre Beerseba y el
monte Moriah era de unos 80 kms. (V. mapa del “Viaje de Abraham e Isaac al Monte Moriah”
en el Apéndice, pág. 313).
Cuando Abraham … vio el lugar de lejos en la región de Moriah (v. 2; que posteriormente
fue el monte del templo; 2 Cr. 3:1), dijo a sus siervos que esperaran allí mientras él llevaba a el
muchacho. Su afirmación iremos hasta allí y adoraremos y volveremos (Gn. 22:5) es
asombrosa. Lo único que el patriarca sabía era (a) que Dios había planeado el futuro contando
con Isaac, y (b) que Dios quería que sacrificara a Isaac. Aunque no podía reconciliar ambos
conceptos, de todos modos obedecería. Eso es fe. En la respuesta que dio a la pregunta de Isaac:
¿dónde está el cordero para el holocausto? de nuevo Abraham reveló su fe. Respondió: Dios
se proveerá de cordero (v. 8; cf. v. 14). En dos ocasiones, Isaac fue sacado de entre los
muertos—la primera cuando nació de la matriz muerta de Sara y la segunda cuando fue librado
de morir en un altar (cf. He. 11:17–19).
22:9–14. La intervención divina—tan dramática e instructiva—muestra que Dios nunca
quiso que Abraham llevara a cabo el sacrificio (éstos no debían practicarse en Israel), sino que
en efecto era una prueba. El ángel de Jehová (V. el comentario de 16:7) detuvo a Abraham justo
cuando el patriarca tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Ahora el Señor sabía que Abraham
no le negaría nada y que en verdad temía a Dios. Temer a Dios significa reverenciarlo como
soberano, confiar en él completamente y obedecerle sin restricciones.
Un verdadero adorador de Dios no le niega nada al Señor, sino que obedientemente le da lo
que le pide, confiando en que él proveerá. La idea central de todo el pasaje se resume en el
nombre que Abraham dio a aquel lugar: Yahweh Yirʾeh, Jehová proveerá (o “verá”; v. 14). La
explicación que se da es: En el monte de Jehová será provisto (o “visto”, yērāʾeh, v. 14; cf. v.
8). Esta es la base de una verdad que a menudo se repite en el A.T. La nación debía adorar al
Señor en su santo monte. “Tres veces en el año se presentará [yērāʾeh, “será visto”] todo varón
[de Israel] delante de Jehová el Señor” para adorarle, trayendo sus ofrendas y sacrificios (Éx.
23:17; cf. Dt. 16:16). El Señor verá (rāʾâh) las necesidades de aquellos que vienen ante él, y las
suplirá. De esta manera, al proveer para ellas, él sería “visto”.
Al dar nombre al lugar, por supuesto que Abraham estaba conmemorando su propia
experiencia sacrificial al Señor. Un animal (un carnero—no una oveja; cf. Gn. 22:8—trabado
en un zarzal por sus cuernos) fue provisto por la gracia de Dios como ofrenda, en sustitución
del muchacho (v. 13). Posteriormente, todo Israel ofrecería holocaustos de animales al Señor. La
adoración incluía la aceptación de la sustitución sacrificial que hizo Dios. Pero por supuesto, en
el N.T. Dios sustituyó a los animales por su propio Hijo y se realizó el sacrificio perfecto. Con
seguridad esto es lo que Juan tenía en mente cuando presentó a Jesús como “el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29).
Y sin embargo, el punto principal de Génesis 22:9–14 no es la doctrina de la expiación. Es
presentar a un siervo obediente que adora a Dios en fe a un costo enorme, y que al final recibe la
provisión divina. Abraham no negó a su hijo. De la misma manera, Pablo escribió que Dios “no
escatimó [efeisato] ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Ro. 8:32). En la
LXX se usa otra forma (efeiso) de la palabra gr. para referirse a Abraham: “por cuanto no me
rehusaste tu hijo, tu único” (Gn. 22:12).
Esto revela la grandeza de la fe de Abraham, ya que estuvo dispuesto a obedecer a Dios al
sacrificar a su hijo. También demuestra la grandeza de la fe de Isaac al someterse
voluntariamente a la decisión paterna. Aunque poseía todo en el mundo por lo cual vivir,
obedeció las palabras de su padre, creyendo que Dios proveería un cordero.
22:15–19. Dios volvió a confirmar su pacto con Abraham (cf. 15:5, 18–21; 17:3–8). Su
descendencia sería tan numerosa como las estrellas del cielo (15:5; 26:4), y como la arena que
está a la orilla del mar (cf. 32:12) y “como el polvo de la tierra” (cf. 13:16; 28:14). A
continuación, Dios añadió otro elemento: su descendencia vencería a todas las ciudades de sus
enemigos cananeos. Esto fue realizado por Josué durante la conquista de la tierra prometida.
Las lecciones acerca de la verdadera adoración no pasan de moda: (1) La fe obedece
completamente a la palabra de Dios. (2) La fe entrega lo mejor a Dios, sin reservarse nada. (3)
La fe espera en el Señor para que provea todo lo necesario. Pero Dios no lo hace sino hasta que
se realiza un sacrificio personal. La adoración verdadera es costosa. Así fue siempre para Israel
cuando presentaba sus sacrificios. Se suponía que sus ofrendas debían darse en fe, para que Dios
pudiera suplir todas las necesidades de cada uno de los adoradores de buena voluntad.
70
71
Fue de esos setenta (incluyendo a los dos hijos de José que nacieron en Egipto, vv. 20, 27; cf.
41:50–52) de quienes vendría la nación de Israel. (En el tiempo de la iglesia primitiva, Esteban
dijo que la familia de Jacob se componía de 75 personas; V. el comentario de Hch. 7:14.)
46:28–34. Finalmente, después de 22 años (V. “Cronología retroactiva de Salomón a José”
en el Apéndice, pág. 316), se reunieron Israel y José. La reacción de ambos fue de gran alegría.
Una vez más, José lloró (cf. 42:24; 43:30; 45:2, 14–15) y con toda razón. La última vez que José
vio a su padre fue cuando tenía diecisiete años (37:2). Jacob estaba feliz de ver a su hijo vivo,
porque era al que había designado para ser su heredero, al que Dios había escogido para gobernar
sobre la familia. Así que esta fue más que una reunión familiar; fue la confirmación de que la
bendición prometida por Dios permanecía intacta.
José instruyó a sus hermanos para que dijeran que eran hombres de ganadería, no pastores
de ovejas, porque para los egipcios esto último era abominación. Como de costumbre, José no
quería ofender las preferencias de los egipcios (cf. 41:14; 43:32). Sin embargo, cinco de los
hermanos no respondieron con la misma diplomacia (47:3).
47:1–12. Faraón dio a la familia de Jacob lo mejor de la tierra (cf. 45:10), i.e., la tierra de
Gosén y aun los puso por mayorales de su ganado (47:6). En los escritos egipcios antiguos, no
se hace referencia a Gosén, pero el nombre que se le dio posteriormente fue la tierra de
Ramesés (v. 11; cf. Éx. 1:11). Esto, aunado al hecho de que era muy fértil y que se encontraba
cerca de la corte de José, sugiere que estaba cerca de la parte oriental del delta del Nilo.
Cuando José … presentó a Jacob delante de Faraón, el patriarca reconoció que su difícil
peregrinación había durado por ciento treinta años. Tanto al principio como cuando salió de
su presencia, Jacob bendijo a Faraón. Es interesante pensar de los israelitas viviendo en tierra
extraña, en una cultura diferente, y aun así, el patriarca pidió la bendición de Dios sobre Faraón.
f. La sabiduría del gobierno de José (47:13–27)
47:13–27. José comprobó que fue un sabio administrador de la tierra de Egipto, de modo
que bajo su gobierno, la gente fue librada de la inanición y Faraón prosperó. En esos tiempos, el
faraón era Sesostris III (1878–1843 a.C.).
Para realizar la venta de los alimentos durante la severa hambruna, José aceptó dinero …
ganados (caballos … ovejas … vacas … y … asnos) en pago de ellos y finalmente, compró
José toda la tierra de Egipto para Faraón, excepto la tierra de los sacerdotes. Una vez que la
tierra era del faraón, José dio instrucciones al pueblo de que sembrara la semilla que le dio. Su
única condición fue que el quinto de toda la producción se entregara a Faraón. En resumen, el
pueblo sobrevivió, pero (excepto los sacerdotes) todos quedaron como siervos de Faraón.
No obstante, en la tierra de Gosén, Israel prosperó y sus descendientes se multiplicaron en
gran manera.
Así que Dios bendijo a su pueblo de acuerdo a las promesas que le hizo a Abraham.
Rápidamente se estaban convirtiendo en una gran nación. Además, Dios bendijo al faraón por
cuanto dio a la simiente de Abraham lo mejor de la tierra de Egipto. Más adelante, en el tiempo
de Moisés, cuando otro faraón oprimió a Israel, Dios tuvo que tratar con dureza a los egipcios.
Comentarios:
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ÉXODO
John D. Hannah
Traducción: Alberto Peláez Irissón
INTRODUCCIÓN
Título. El nombre del segundo libro de la Biblia hebrea es we’ēlleh šemôṯ (“estos son los
nombres”), que es la primera frase que aparece en el libro. Algunas veces se abrevia como šemôṯ
(“nombres”). El título Éxodo (“salida”) es una transliteración del título que aparece en la
Septuaginta, la cual dio nombre a ese libro por su enfoque central, que fue la salida de los
israelitas de Egipto. Sin embargo, el libro cubre mucho más que ese acontecimiento. La salida de
Egipto se describe en 13:17–15:21, pero el libro también explica las circunstancias por las que
pasó la familia de Jacob antes del éxodo, el viaje que hizo de Egipto a Sinaí, así como algunos de
los eventos que le ocurrieron a Israel allí.
Autor. Los académicos están divididos en cuanto a quién es el autor del libro de Éxodo. Por su
parte, los escépticos someten el texto a una investigación detallada y analítica, basados en la
presuposición de que la autoría mosaica es poco probable y que la fecha de escritura de la
narración es bastante tardía.
Los intelectuales liberales toman una de tres posturas en cuanto al libro. Primero, están
aquellos que siguen a Julius Wellhausen. Ellos tratan de aislar los orígenes literarios del libro,
suponiendo que se basó en tres fuentes que se desarrollaron a lo largo de un período prolongado
de tiempo. Esto se conoce comúnmente como el enfoque documentario o teoría JEDP (aunque
no haya ninguna fuente “D” en Éxodo). (Cf. “Autor del libro” en la Introducción de Génesis.)
Segundo, el enfoque de la crítica de las formas intenta descubrir en el texto pequeñas unidades
literarias a través del estudio de la historia que se encuentra detrás de las formas. De esta manera,
esos académicos tratan de determinar la fecha de la escritura original del libro. Tercero, la
escuela crítica tradicional apoya una transmisión oral prolongada de los relatos, a pesar de que es
poco probable obtener la recuperación exacta de los mismos. Estos tres enfoques son similares
en sus premisas básicas: Moisés probablemente no escribió el libro, la naturaleza exacta de los
eventos es difícil de determinar, y la fecha de recopilación es más tardía.
Los evangélicos creen que el libro lo escribió Moisés durante su permanencia cerca del
monte Sinaí o poco tiempo después. La base de este punto de vista, es que la Biblia
explícitamente da testimonio de este hecho.
La Biblia claramente afirma que Moisés tenía la capacidad de emprender una tarea de tal
magnitud (“y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios” Hch. 7:22).
El libro de Éxodo comprueba explícitamente la autoría mosaica. Dios mandó a Moisés que
escribiera los sucesos ocurridos en el encuentro militar de Josué con los amalecitas (“escribe esto
para memoria en un libro”, Éx. 17:14). También Moisés escribió la comunicación que el Señor le
dio en Sinaí (“Moisés escribió todas las palabras de Jehová” 24:4). Este registro se llamó “El
libro del pacto” (24:7). En el monte Sinaí, Dios le dijo a Moisés: “escribe tú estas palabras”
(34:27) y Moisés “escribió en tablas las palabras del pacto” (34:28).
Las declaraciones que se encuentran en otras porciones del Pentateuco también verifican la
autoría mosaica. De acuerdo con Deuteronomio 31:9, “escribió Moisés esta ley, y la dio a los
sacerdotes”. La declaración que se encuentra en Deuteronomio 31:24 es clara: “acabó Moisés de
escribir las palabras en un libro hasta concluirse”.
También otros libros del A.T. dan testimonio de la autoría mosaica de Éxodo. David encargó
a Salomón que obedeciera los preceptos de Jehová, “de la manera que está escrito en la ley de
Moisés” (1 R. 2:3). Esdras leyó “el libro de la ley de Moisés” (Neh. 8:1). Además, el Pentateuco
es llamado “el libro de Moisés” (Neh. 13:1).
Jesús también aceptó la autoría mosaica de Éxodo. Él introdujo una cita de Éxodo 20:12 y
21:17 usando las palabras: “Moisés dijo” (Mr. 7:10) y una cita de Éxodo 3:6 con la oración: “¿no
habéis leído en el libro de Moisés?” (Mr. 12:26).
Fecha. Los académicos bíblicos han sometido a debate tanto la fecha del éxodo, como la de la
llegada de Jacob a Egipto, así como la de la escritura del libro de Éxodo.
1. La fecha del éxodo. Algunos intelectuales fechan ese acontecimiento en el s. XIII a.C. (ca.
1290, en el reinado de Ramesés II) mientras que otros lo fechan en el s. XV a.C. (1446, en el
reinado de Amenhotep II).
La base para la fecha temprana viene tanto del registro bíblico, como de la evidencia
arqueológica. En primer lugar, en 1 Reyes 6:1, el tiempo transcurrido entre el éxodo y el
comienzo de la construcción del templo de Salomón (en el cuarto año de su reinado) fue de 480
años. Ya que el cuarto año del reinado de Salomón fue en 966 a.C., el éxodo ocurrió en 1446.
También se dice que en el tiempo de Jefté (ca. 1100 a.C.), Israel ya había estado en la tierra
durante trescientos años (Jue. 11:26). De aquí que, esos trescientos años, más los cuarenta de
peregrinación en el desierto, y considerando que la conquista de la región de Hesbón les llevó
algún tiempo, hace que el éxodo se feche a mediados del s. XV.
Segundo, la evidencia arqueológica proveniente de Egipto durante ese período, corresponde
bien al relato bíblico del éxodo (vea Merrill F. Unger, Archaeology and the Old Testament, “La
Arqueología y el Antiguo Testamento”. Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1954, págs.
140–145; y Gleason L. Archer, Jr., Reseña Crítica de una Introducción al A. T., Chicago: Moody
Press. 1981, págs. 247–259). Por ejemplo, aunque Tutmosis IV sucedió a su padre Amenhotep II,
Tutmosis no era el hijo mayor. (El Señor le quitó la vida al hijo mayor la noche de la primera
pascua, Éx. 12:29). Amenhotep II (1450–1425 a.C.) reprimió a los insurgentes en la primera
parte de su reino y a los semitas se les forzaba a hacer ladrillos (cf. 5:7–18). Varios faraones de
la décima octava dinastía (ca. 1567–1379 a.C.) estuvieron involucrados en los proyectos de
construcción al norte de Egipto. “Ya que la décima octava dinastía de faraones estuvo muy activa
en las campañas palestinas, parecería razonable pensar que hubieran establecido guarniciones y
ciudades de almacenamiento (cf. 1:11) en algún lugar de las regiones del Delta para facilitar el
movimiento entre los lugares sirio-palestinos y Egipto” (John J. Davis, Moses and the Gods of
Egypt, “Moisés y los dioses de Egipto”, pág. 27).
Tercero, los acontecimientos que ocurrieron en Palestina alrededor de 1400 a.C.
corresponden a la conquista realizada bajo el gobierno de Josué. La evidencia arqueológica
sugiere que Jericó, Hai y Hazor, fueron destruidas alrededor del año 1400. Un académico ha
llegado a la siguiente conclusión: “Toda la evidencia reconocida de los artefactos palestinos
encontrados, apoya el relato literario de que la conquista ocurrió específicamente en el tiempo
fechado por los historiadores bíblicos” (Bruce K. Waltke, Palestinian Artifactual Evidence
Supporting the Early Date of The Exodus, “Evidencia de Artefactos Palestinos que Apoya la
Fecha Temprana del Éxodo”, Bibliotheca Sacra 129. Enero- Marzo, 1972:47).
Se pueden rebatir los argumentos que se aducen para dar una fecha más tardía al éxodo (ca.
1290). En primer lugar, los defensores de la fecha tardía hacen referencia a que los israelitas
esclavos fueron obligados a construir las “ciudades de almacenaje” de Pitón y Ramesés (1:11)
porque argumentan que la evidencia arqueológica sugiere que esas ciudades fueron edificadas
durante el reinado de Ramesés II (ca. 1304–1236 a.C.), quien habría sido el faraón en el tiempo
del éxodo. Sin embargo, esas dos ciudades fueron construidas por lo menos ochenta años antes
del éxodo. (Moisés, quien tenía esos mismos años en el tiempo del éxodo, 7:7, no nació sino
hasta después de los acontecimientos registrados en 1:11.) Esto haría que la construcción de
Pitón y Ramesés quedara antes del reinado de Ramesés II.
Lo anterior significa que la ciudad de Ramesés no recibió su nombre del monarca. Entonces,
¿cómo se explica la referencia a Ramesés? Ramesés pudo haber sido un nombre común en el
tiempo de los reyes hicsos de Egipto (1730–1570 a.C.). Ramesés significa “nacido de Ra [Re]”,
el dios sol de los hicsos. También, el nombre de la ciudad se deletreaba originalmente Ramsés
(Heb. ra ʿamsēs; cf. BLA, VP), mientras que el nombre del faraón se deletreaba Ramesés o
Ramesses (Ra-mes-su).
Segundo, los defensores de la fecha tardía para el éxodo argumentan que las condiciones en
el área de Transjordania no coinciden con una fecha temprana para el éxodo. El arqueólogo
Nelson Glueck no encontró evidencia de asentamientos en Edom, Moab y Amón desde 1900
hasta 1300 a.C. Por tanto, Moisés no pudo haber encontrado una fuerte oposición sino hasta
después (en el s. XIII).
Dos respuestas pueden darse a este argumento. No era necesario que existieran poblaciones
establecidas en ese tiempo; los edomitas, moabitas y amonitas simplemente pudieron haber
tenido control militar de esos territorios a pesar de que eran seminómadas. Al comentar Números
20:14–17, Unger notó que “no hay nada en el pasaje que exija que existiera una vida desarrollada
en Edom o que requiriera la construcción de grandes fortalezas” (Archaeology and the Old
Testament, “Arqueología y el Antiguo Testamento”, pág. 151). Los métodos de Glueck han sido
cuestionados por otros arqueólogos, y los hallazgos más recientes sugieren que sí había algunos
asentamientos humanos en aquella región, particularmente en Tell Deir ‘Alla (H.J. Franken y
W.J.A. Power, Glueck’s Explorations in Eastern Palestine in the Light of Recent Evidence,
“Exploraciones de Glueck en la Palestina Oriental a la Luz de Evidencia Reciente” Vetus
Testamentum 21.1971:119–23).
Tercero, los defensores de la fecha tardía para el éxodo arguyen que la evidencia
arqueológica sugiere que hubo una destrucción generalizada en Palestina en el s. XIII, pero no en
el s. XV. Sin embargo, con la excepción de Jericó, Hai y Hazor, las tácticas militares de Josué no
incluían la destrucción de las ciudades que conquistó (cf. Jos. 11:13). Waltke observa: “otros
eventos históricos podrían explicar estas etapas de destrucción; e.g., las invasiones a Palestina
efectuadas por Merneptah de Egipto alrededor de 1230 a.C., o las invasiones de los pueblos del
mar ca. 1200 a.C., o tal vez de los mismos israelitas en sus luchas continuas contra los cananeos
durante el tiempo de los jueces” (“Evidencia de artefactos palestinos”, págs. 35–36).
2. Fecha de la entrada de Jacob a Egipto. Si la fecha del éxodo es 1446 a.C., entonces ciertas
anotaciones bíblicas ayudan a establecer otras fechas importantes. Ya que la estancia en Egipto
duró “cuatrocientos treinta años”, “en el mismo día” (Éx. 12:40–42) Jacob se mudó a Egipto en
1876. (V. “Cronología de los patriarcas”, en el Apéndice, pág. 317).
3. Fecha de la escritura del libro de Éxodo. El viaje de Egipto al desierto de Sinaí tomó
exactamente tres meses (Éx. 19:1–2). Parecería lógico pensar que Moisés escribió el libro
durante ese tiempo o poco después de acampar en Sinaí (1446 a.C.). Entonces, el libro cubre los
sucesos desde poco antes del nacimiento de Moisés en 1526 (cap. 2), hasta los que acontecieron
alrededor del monte Sinaí (1446).
Propósito y Temas. Los sucesos centrales del libro de Éxodo son la liberación milagrosa de
Israel de la esclavitud egipcia, y el establecimiento de la nación teocrática bajo el liderazgo de
Moisés por medio de una nueva “constitución”, el pacto mosaico (19:3–19). Unger anota: “el
propósito del libro del Éxodo se centra en la gran experiencia de redención y en la constitución
de la posteridad de Jacob como una nación teocrática en Sinaí. Dios, relacionado antes con los
israelitas solamente por medio de su pacto con Abraham, y confirmado posteriormente a Isaac y
a Jacob, ahora atrae al pueblo a sí mismo como nación por medio de la redención. Como nación
escogida a través de la cual vendría el Redentor, Jehová también los puso bajo el pacto mosaico
para morar entre ellos bajo la nube de gloria” (Introductory Guide to the Old Testament, “Guía
Introductoria al A. T.”, Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1951, pág. 196).
Entonces, el libro de Éxodo es un puente que conecta el origen del pueblo que surge en virtud
de la promesa de Dios hecha a Abraham (Gn. 12:2), con el comienzo del reino teocrático bajo
Moisés. El pueblo de la promesa fue redimido milagrosamente de la esclavitud y puesto bajo el
pacto mosaico, para que pudiera llegar a ser “un reino de sacerdotes, y gente santa” (Éx. 19:6), y
un canal de bendición para los gentiles (Gn. 12:3; cf. “luz de las naciones”, Is. 42:6). El libro de
Éxodo enfatiza entonces, tanto la redención como la consagración.
Trasfondo histórico
1. Historia de Egipto antes del éxodo. El antiguo Egipto se extendía a lo largo de alrededor de
880 kms., desde Asuán (la antigua Siena), la primera catarata del Nilo, hacia el norte, hasta el
mar Mediterráneo. Esa zona incluía tanto el estrecho valle del Nilo (desde Asuán hasta Menfis)
como el delta, que es un amplio triángulo que abarcaba desde Menfis hasta el mar. El sur de
Asuán era la antigua tierra de Cus. El nombre “Egipto” proviene del gr. (Aigyptos), y del latín
(Aegyptus), formas del antiguo Ha-ku-ptah, el nombre primitivo de Menfis, la ciudad capital que
estaba al norte de Cairo. Cuando Menfis era la capital, los extranjeros la usaban para referirse a
la nación completa. La población nativa se refería a ella como Ta-meri (“la tierra amada”) o
Kemet (“el país negro”, nombre que se refiere al fértil suelo que se encuentra a lo largo del Nilo).
Los académicos dividen la historia antigua de Egipto en tres períodos: predinástico (ca.
3500–3100 a.C.), protodinástico (ca. 3100–2686 a.C.), y dinástico (2686–332 a.C.). En el
período predinástico, la población agrícola que vivía en las orillas del Nilo gradualmente se fue
haciendo más sedentaria. Las civilizaciones nacientes del Alto Egipto (al sur) y del Bajo Egipto
(al norte) fueron unificadas por Narmer, primer faraón del Alto Egipto, marcando así el
comienzo del período protodinástico. Este período incluye las dos primeras dinastías de Egipto.
El período dinástico de 2686 hasta la conquista de Egipto por Alejandro Magno en 332,
abarcó 29 dinastías. Las dinastías 3–6 (ca. 2686–2181 a.C.) se caracterizaron por un rápido
progreso en la cultura y la tecnología. En aquellos años, llamados período del Reino Antiguo, se
construyeron las grandes pirámides, y los faraones reinaban desde Menfis por medio de un
poderoso gobierno absolutista. El primer período intermedio (dinastía 7–11; 2181–1991) fue un
tiempo de decadencia. Después vino el imperio Medio (dinastía 12; ca. 1991–1786), en el cual la
nación amplió sus fronteras y estableció su capital en Tebas. Además, se restableció el gobierno
centralizado bajo Amenemet I, fundador de la floreciente dinastía 12.
La dinastía 12 fue el siglo de oro en el arte y las artesanías de Egipto, porque en ella se
restauró la gran prosperidad de la nación. En esa época de riqueza fue cuando José emergió
como primer ministro de Egipto, y Jacob y sus hijos se fueron a vivir allí (1876 a.C., Gn. 46:6).
Después vino el segundo período intermedio (ca. 1786–1567), que comprende las dinastías
13–17. Pero durante las dinastías 13 y 14, Egipto declinó. En las dinastías 15 y 16 fue subyugado
y gobernado por los hicsos, pueblo de descendencia mixta semítica y asiática. Debido a su
tecnología militar superior, los hicsos—que usaban carros de hierro y arcos
asiáticos—dominaron la tierra por un siglo y medio, gobernando desde su sede en Avaris, en el
delta del Nilo. Los hicsos fueron desplazados gradualmente alrededor de 1600 a.C., cuando se
rebeló Sequenenre II, príncipe de Tebas. La historia de los descendientes de Jacob durante el
período hicso es oscura (cf. Unger, Arqueología y el A.T., págs. 130–135).
Bajo Ahmosis I de Tebas comenzó el período del nuevo imperio (ca. 1567–1220; dinastías
18–19), resultando en uno de los períodos más brillantes de la historia egipcia. En ese tiempo,
Egipto emergió como una potencia internacional y extendió su influencia hasta más allá del río
Éufrates. Los eventos del libro de Éxodo acontecieron durante la dinastía 18. Este fue un tiempo
en que una nueva era de nacionalismo egipcio sustituyó a la vieja tolerancia de los hicsos hacia
los extranjeros. Los egipcios iniciaron el establecimiento de un imperio como medio de defensa,
empujando sus fronteras hacia Palestina. Aparentemente, los faraones no deseaban erradicar a la
población semítica que ya se había establecido en Egipto; más bien, la usaron como fuerza de
trabajo esclava para construir proyectos de defensa y los palacios reales.
2. Historia de Egipto cerca del tiempo del éxodo. Amenhotep I reinó en el recién centralizado
gobierno, desde 1546 hasta 1526 (gobierno que de hecho fue iniciado por su padre Ahmosis I) y
fue sucedido por Tutmosis I (quien reinó ca. 1526–1512). Moisés nació (ca. 1526) durante su
reinado (o al final del reinado de Amenhotep I). La famosa hija del rey, Hatshepsut, pudo haber
sido la princesa real que descubrió a Moisés en el Nilo. Cuando Tutmosis II (1512–1504) murió,
Tutmosis III era aún muy joven. De manera que su madrastra, Hatshepsut, intentó hacerse
gobernante a partir de 1503. (Tutmosis III se consideró rey de 1504 a 1482 a pesar de que
Hatshepsut “co-gobernó” con él hasta 1482).
Durante el brillante reinado de Hatshepsut, Egipto experimentó gran prosperidad. Moisés
pasó su juventud en la corte real durante ese tiempo. Después de la muerte de Hatshepsut en
1482, Tutmosis III fue rey único hasta 1450. Tutmosis III liquidó a toda la corte real e intentó
borrar el nombre de Hatshepsut de los monumentos que había en el país. En ese tiempo, quizá
Moisés encontró que la corte de Egipto era inhóspita y huyó a Madián. Tutmosis III llegó a ser
un poderoso constructor del reino, extendiendo su dominio hasta abarcar Siria.
Tutmosis III fue sucedido por Amenhotep II (1450–1425), el faraón del éxodo (1446). A
diferencia de su padre guerrero, Amenhotep II aparentemente sufrió reveses militares debido a su
incapacidad de realizar campañas extensas. Probablemente sus esfuerzos en la guerra eran
débiles debido a la pérdida de todos, o la mayor parte de sus carros en las aguas del mar de los
Juncos. La así llamada “estela del sueño” de Tutmosis IV registra que el dios Harem-akht dijo al
joven príncipe en un sueño que algún día él sería rey. Si Tutmosis IV hubiera sido el hijo mayor,
la prueba de su derecho al trono hubiera sido innecesaria. Por tanto, es lógico suponer que era un
hijo menor, no el hijo mayor de Amenhotep II. Esto concuerda con la declaración de Éxodo
12:29 que dice que el hijo mayor del faraón murió en la noche de la primera pascua de Israel.
De manera que Tutmosis III fue el faraón de la opresión y Amenhotep II el del éxodo. La
historia egipcia, después del período del nuevo imperio y hasta el imperio griego, incluye: el
nuevo imperio tardío (dinastía 20, ca. 1200–1085), el tercer período intermedio (1085–663 a.C.;
dinastías 21–25) y el período tardío (663–332 a.C.; dinastías 26–31).
3. La ubicación del éxodo. La ruta que Israel siguió desde su salida de Egipto ha ocasionado
grandes debates. Algo que ha complicado el asunto, ha sido la trad. inexacta del término hebr.
yām sûp̱ como mar Rojo en lugar de mar de los Juncos o de los Carrizos (de papiro). Esa región
se localiza en algún lugar entre el golfo de Suez y el mar Mediterráneo, a lo largo de la línea del
actual canal de Suez, donde hay muchos pantanos y lagos.
Existen dos puntos de vista en cuanto a la posible ubicación del paso del éxodo. El “punto de
vista del norte” lo ubica en una laguna que colinda con el mar Mediterráneo, y el “punto de vista
del sur” (o “central”) ubica el paso al sur de Sucot, cerca del lago Balah o lago Timsah. Dios
condujo a los israelitas fuera de la bien transitada y fortificada ruta comercial que se dirigía hacia
el norte (“el camino de la tierra de los filisteos, que estaba cerca”, 13:17), hacia el desierto, para
evitar el contacto con la milicia egipcia. El punto de vista del norte supone que el monte Sinaí
está en los alrededores de Cades-barnea. Sin embargo, la evidencia favorece la ubicación del
Sinaí en la parte sur de la península del mismo nombre.
Los israelitas partieron de Ramesés y viajaron hacia Sucot, a unos 50 kms. al sureste (Éx.
12:37; Nm. 33:5). Cerca de Sucot, los israelitas fueron librados milagrosamente del ejército de
carros de Amenhotep II. También en apoyo al “punto de vista del sur” está el hecho de que el
desierto de Shur (Éx. 15:22), a donde Israel se dirigió después de cruzar el mar de los Juncos,
está directamente al oriente de Sucot. Otro factor es que los lagos Balah y Timsah pueden ser
afectados por fuertes vientos del este de la manera que se describe en 14:21. (V. “Posible Ruta
del Éxodo”, en el Apéndice, pág. 337).
BOSQUEJO
COMENTARIO
El libro de Éxodo se divide en dos secciones. La primera (caps. 1–18) trata de la aflicción y
liberación de los descendientes de Jacob de las políticas esclavizantes de Tutmosis III y
Amenhotep II; la segunda (caps. 19–40), habla de la adoración de la nación redimida. La primera
describe la poderosa liberación de Dios; la segunda, la preparación del pueblo para adorar en
sumisión reverente.
2. EL DECÁLOGO (20:1–21).
Uno de los grandes acontecimientos de la historia de Israel, y quizá de toda la humanidad, es
el momento en que Dios promulgó su ley. Ésta no fue dada para que los israelitas pudieran llegar
a ser justos si la cumplían (Ro. 3:20a; Gá. 3:11), porque la justificación ante Dios siempre ha
sido a través de la fe (confianza) en el Señor (Gn. 15:6; Ro. 4:3, 22; 5:1; Gá. 2:16; 3:6, 21). Más
bien, la ley serviría para que los israelitas pudieran ver su pecado (Ro. 3:19–20b; 7:7) al
compararlo con los estándares de santidad y justicia divinas, y para condenar a la humanidad. La
ley mosaica que aparece en Éxodo consta de tres partes: el decálogo (Éx. 20:1–21), el libro del
pacto, que incluye las ordenanzas civiles y religiosas (20:22–24:11) y los reglamentos
ceremoniales (24:12–31:18).
a. Introducción al decálogo (20:1–2)
20:1–2. Los diez mandamientos (la frase de 34:28 “diez mandamientos” es lit., “diez
palabras”) son el eje de todas las leyes civiles y religiosas de Israel y consta de dos partes. Los
primeros cuatro mandamientos tratan de la relación de los israelitas con Dios, y los otros seis
tratan de las relaciones sociales que se debían observar dentro de la comunidad del pacto. Antes
de dar esas diez estipulaciones, Dios habló; i.e., hizo un preámbulo en el que trató el asunto de su
relación única con su pueblo (Yo soy Jehová tu Dios, 20:2a) y en ese prólogo histórico resumió
brevemente todo lo que él había hecho por ellos (te saqué de la tierra de Egipto, de casa de
servidumbre, v. 2b; cf. 13:3, 14; Dt. 5:6; 6:12; 7:8; 8:14; 13:5, 10). Siglos antes, Dios había
llamado a Abraham para que dejara su tierra de Ur (Gn. 15:7); y después, sacó de Egipto a los
descendientes de ese patriarca.
Los diez mandamientos son un excelente resumen de las diez reglas divinas que deben regir
la conducta humana. Pueden llamarse reglas acerca de (1) religión, (2) adoración, (3) reverencia,
(4) tiempo, (5) autoridad, (6) vida, (7) pureza, (8) propiedad, (9) lengua y (10) contentamiento.
b. El primer mandamiento (20:3)
20:3. El primero de los diez mandamientos estipuló que Israel debía servir al único Dios
verdadero. Adorar a dioses falsos equivaldría a poner rivales ante el Señor (delante de mí puede
significar “en oposición a mí” o bien, “en mi presencia”) y cuestionar el hecho de que él es el
único Dios (cf. vv. 22–23). Desafortunadamente, Israel a menudo desobedeció ese primer
mandamiento y adoró a los ídolos de otras naciones. Al final, esto fue lo que provocó que los
israelitas fueran exiliados a Asiria y Babilonia.
c. El segundo mandamiento (20:4–6)
20:4–6. La adoración a Dios debía ser espiritual, no material. A Israel se le prohibió adorar
ídolos (v. 3) así como hacer imágenes de Dios. La palabra imagen es pesel, y significa “madera
o piedra labrada”, y viene de pāsal, “labrar”. Posteriormente (34:17), también se prohibieron los
“dioses de fundición” que se hacían con metal derretido. Como Dios es espiritual, ninguna
representación material puede parecerse a él. Asimismo, se les prohibió hacer ídolos en
representación de Dios que se parecieran a cosas que estaban en el cielo (sol, luna, estrellas) o en
la tierra (animales), o en las aguas debajo de la tierra (peces, cocodrilos o algún otro tipo de
vida marítima), porque Dios es un Dios celoso (cf. 34:14; Dt. 5:9; 6:15; 32:16, 21; Jos. 24:19);
i.e., desea que la devoción sea otorgada exclusivamente a él. Su carácter único (Éx. 20:3),
merece devoción única. La ausencia de tal dedicación se llama pecado y tiene repercusiones en
las generaciones futuras. Por tanto, aquellos que le aborrecen serán castigados por él. En
contraste, él siempre es leal (hace misericordia ḥeseḏ, “amor leal”) a aquellos que le aman y
que demuestran ese amor por medio de la obediencia (cf. 1 Jn. 5:3).
d. El tercer mandamiento (20:7)
20:7. El nombre de Jehová debe ser protegido y honrado. Los israelitas no debían utilizar su
nombre con propósitos ociosos, frívolos o falsos (tal como al hacer un juramento sin intención de
cumplirlo, Lv. 19:12). El pueblo no debe utilizar el nombre santo con fines egoístas y malvados
(cf. Sal. 139:20; también V. el comentario de Dt. 5:11), tratando así de usurpar su autoridad.
e. El cuarto mandamiento (20:8–11)
20:8–11. Debía guardarse un día solemne de adoración a Dios cada semana. Guardar el día
de reposo para santificarlo significa que debía separarse el séptimo día de los otros seis y
hacerlo un día especial para Jehová. El pueblo tenía que trabajar seis días y adorar a Dios en el
séptimo. Esto contrastaba con la esclavitud en Egipto, donde se supone que los israelitas no
podían romper la rutina diaria. La base de este mandamiento es que Dios creó el universo en seis
días y descansó en el séptimo día (Gn. 2:2–3; Éx. 16:23). Esto no quiere decir que el séptimo
debe ser un día de ocio o pereza, sino de servicio espiritual en el que se cumplan las ordenanzas
religiosas. En caso de que este mandamiento fuera violado, Dios impuso la pena de muerte (Éx.
31:15; Nm. 15:32–36). En la era actual de la iglesia, el día de adoración ha sido cambiado de
sábado a domingo, ya que la resurrección de Jesús se efectuó en el primer día de la semana (cf.
Hch. 20:7; 1 Co. 16:2).
f. El quinto mandamiento (20:12)
20:12. Los mandamientos del quinto al décimo forman la segunda porción de la ley (vv.
12–17) y tratan de las relaciones personales con los demás. Todos los mandamientos incluyen
una prohibición, con excepción del cuarto (el último del primer grupo), y del quinto (el primero
del segundo grupo). El quinto mandamiento se refiere al respeto (honor) que se debe dar a los
padres e implica la obediencia y sumisión a ellos (cf. Ef. 6:1–2). La promesa de longevidad que
acompaña al mandamiento (para que tus días se alarguen) se refiere a la permanencia de Israel
como nación bajo la relación pactal con Dios (en la tierra que Jehová tu Dios te da), y no a la
longevidad de cada individuo que obedezca. El maldecir a los padres, lo que equivale a rechazar
su autoridad, se consideraba como ofensa capital (Éx. 21:17; Lv. 20:9; Pr. 20:20).
g. El sexto mandamiento (20:13)
20:13. Para preservar a la humanidad y porque toda persona tiene la imagen divina (Gn. 9:6),
Dios dijo a los israelitas: no matarás (rāṣaḥ, “asesinar”) a nadie.
h. El séptimo mandamiento (20:14)
20:14. Este mandamiento fue específicamente estipulado para proteger la santidad del hogar
(He. 13:4; V. el comentario de Gn. 2:24; Mr. 19:1–12), la unidad fundamental donde se edifica la
sociedad. El voto matrimonial es un pacto sagrado que no debe quebrantarse bajo ninguna
circunstancia practicando la infidelidad sexual. El adulterio (nāʾap̱) se refiere a la infidelidad, ya
sea por parte del hombre o de la mujer (Lv. 20:10).
i. El octavo mandamiento (20:15)
20:15. Este estatuto fue dado para promover el respeto por la propiedad de otros. Este
también es un elemento importante para tener una sociedad estable. Y está íntimamente
relacionado con el décimo mandamiento.
j. El noveno mandamiento (20:16)
20:16. Este mandamiento tiene que ver con emitir un falso testimonio contra alguien con
objeto de causarle daño sin justificación. Guardar esta ley ayuda a mantener la estabilidad en la
sociedad y protege la reputación de los individuos.
k. El décimo mandamiento (20:17)
20:17. Este mandato es una medida de seguridad general para evitar muchos otros pecados,
especialmente los mencionados en los mandamientos sexto al noveno. Los israelitas no debían
codiciar, o desear ávidamente, lo que legítimamente pertenecía a otros.
Estos estatutos son las declaraciones fundamentales para establecer una sociedad íntegra,
como la ordenada por el Dios santo y justo. Aunque en la actualidad los creyentes no están bajo
la ley (Ro. 6:15), sí están obligados a someterse a los santos preceptos que se presentan en los
diez mandamientos. Nueve de estas diez reglas se repiten en el N.T. con estipulaciones
adicionales que son aún más exigentes que las de Éxodo 20:3–17. El que no se repite es el que
ordena guardar el sábado; aún así, debe consagrarse el primer día de la semana para adorar a
Dios en memoria de la resurrección del Salvador.
l. La respuesta del pueblo (20:18–21)
20:18–21. El pueblo, al estar frente al monte, respondió con temor y asombro (cf. 19:16).
Reconoció el gran poder y majestad de Dios, y quería escucharlo a través de Moisés—no
directamente, porque serían destruidos. Moisés les aseguró que el propósito de este despliegue
de poder y santidad de Dios era probarlos y ver su reacción. El temor hacia él detendría su
desobediencia. Pero trágicamente, Israel perdió pronto el temor a Dios (Éx. 32)—un tema que se
repite con frecuencia a través de su historia.
3. EL LIBRO DEL PACTO (20:22–24:11).
Dios aplicó y amplió el decálogo exponiendo las implicaciones civiles y religiosas que
tendría para la nación. Esta sección se llama “el libro del pacto”, frase que se encuentra en 24:7.
a. Estatutos acerca de la adoración (20:22–26)
20:22–26. Dios dio a la nación reglamentos acerca de cómo debía adorarle a él, el Dios
verdadero y cómo construir un altar. El Señor había descendido desde el cielo hasta el monte
Sinaí (19:20) para darles los diez mandamientos. Aquí (20:22–23:19) amplía algunos de ellos. El
mandamiento de adorar solamente a Dios, y no a otros dioses (20:23), y la advertencia en cuanto
a que no debían hacer ídolos de piedra, de plata o de oro, enfatiza una vez más el primero y
segundo mandamientos (vv. 3–4).
El pueblo debía ofrecer sobre un altar holocaustos y ofrendas de paz, en memoria de su
nombre y ellos recibirían bendiciones. La referencia a un solo altar indica que Dios quería que la
adoración se centralizara en un sólo sitio. El altar no debía estar adornado por artesanos, sino que
debía ser de tierra (i.e., de piedras naturales; cf. Dt. 27:5–7), y sin gradas, para que los
sacerdotes no mostraran su desnudez. En aquella época, eran muy comunes los altares
ornamentados con complicados labrados, plataformas elevadas y escaleras, donde se adoraba a
las falsas deidades.
b. Estatutos acerca del trato a los esclavos (21:1–11)
21:1–6. El tema de los vv. 1–11 se refiere a los reglamentos que gobiernan los derechos de
los esclavos hebreos, sean varones (vv. 1–6) o mujeres (vv. 7–11). Dentro de la sociedad
israelita, un individuo podía venderse a sí mismo y a su esposa como esclavos en caso de
extrema pobreza o por excesivas deudas (Lv. 25:39; Dt. 15:12; 2 R. 4:1; Neh. 5:5), pero la
esclavitud debía limitarse a seis años (Éx. 21:2). Este era un servicio que se prestaba de común
acuerdo entre el esclavo y su amo. Además, el amo tenía la obligación de proveer para su siervo
cuando quedara en libertad (Dt. 15:13–14). Si un siervo deseaba permanecer al servicio de su
amo, su petición debía ser aprobada por los jueces, en cuyo caso su oreja sería horadada con una
lesna, como símbolo de servicio voluntario (Sal. 40:6). Una sierva podía hacer lo mismo (Dt.
15:17).
21:7–11. Las siervas eran tratadas en forma diferente. Muchas veces, se convertían en
concubinas o esposas secundarias (cf. Gn. 16:3; 22:24; 30:3, 9; 36:12; Jue. 8:31; 9:18). Algunos
padres hebreos pensaban que era más ventajoso que sus hijas se convirtieran en concubinas de
sus vecinos bondadosos y ricos que ser esposas de hombres de su misma clase social. Si una hija
que hubiere sido vendida como sierva, no agradaba a su amo, ella podía ser redimida por un
pariente cercano (cf. Lc. 25:47–54), pero nunca vendida a un pueblo extraño (Éx. 21:8);
también, ella podía redimirse sola. Si se casaba con el hijo de su amo, se le otorgaba el mismo
estatus de la familia (v. 9). Si el amo se casaba con alguien más, era su obligación proveer de tres
cosas a su sierva: alimento … vestido y techo (deber conyugal quizá se refiere a un lugar en
que pudiera vivir y no a privilegios sexuales).
c. Estatutos acerca de la pena capital (21:12–17)
21:12–17. Estos vv. enumeran cuatro crímenes que merecen la pena de muerte: asesinato
premeditado (vv. 12, 14; cf. el sexto mandamiento en 20:13 y Gn. 9:6); violencia física contra los
padres (Éx. 21:15); secuestro (v. 16; cf. Dt. 24:7); y abuso verbal contra los padres (Éx. 21:17;
cf. el quinto mandamiento en 20:12 y Lv. 20:9). Había tolerancia para las muertes accidentales o
sin intención (Éx. 21:13). Una persona “culpable” podía escapar a una de las seis ciudades de
refugio una vez que el pueblo de Israel estuviera establecido en la tierra prometida (Nm.
35:6–34; Dt. 19:1–13; Jos. 20). Ya que el hogar es tan importante, se cuida su santidad, se
protege a los padres y se controla a los hijos; la falta de respeto debía tratarse con la misma
severidad que el asesinato.
d. Estatutos acerca de daños físicos (21:18–27)
En este pasaje se dan algunos reglamentos en relación con ciertas infracciones civiles, que no
son tan severas como para ameritar la pena de muerte.
21:18–19. En una riña, la parte agredida, ya sea que el daño haya sido premeditado o no,
debe recibir compensación por el tiempo que la persona estuvo sin trabajar (mientras
anduviere fuera sobre su báculo), y por los gastos médicos.
21:20–21. Los amos no debían tratar cruelmente a sus siervos, aunque fueran considerados
de su propiedad. Si un amo golpeaba a su siervo … y muriere, el amo debía ser castigado
(pero probablemente no con la muerte). Sin embargo, si el siervo se recuperaba pronto, no sería
castigado (ya que no había intento de homicidio); y la pérdida de días de trabajo del siervo
constituía una pérdida para el amo.
21:22–25. Si una mujer embarazada daba a luz a su hijo prematuramente por causa de un
golpe, pero ni ella ni el hijo sufrían “ningún otro daño” (RVR95), la parte culpable debía pagar la
compensación del daño, siendo éste determinado por el marido y los jueces. Sin embargo, si
hubiere muerte (“si le causan otro daño”, RVR 95) de la madre o del hijo por nacer, entonces el
culpable debía ser penalizado proporcionalmente al daño ocasionado. Generalmente, la muerte
sin premeditación no era castigada con pena capital (cf. vv. 12–13), pero en definitiva, aquí sí.
En este pasaje, un feto es considerado como un ser humano completo al igual que la madre; y el
aborto era considerado un homicidio. El daño físico que se hiciera a alguna persona debía ser
pagado en igual proporción por el agresor (vv. 24–25); esta es la ley del talión (cf. Lv. 24:19–20;
Dt. 19:21). Esa ley estaba diseñada para restringir la aplicación del castigo, de manera que fuera
equitativo.
21:26–27. Sin embargo, la ley de la venganza no se aplicaba a un amo que hiriera a su
siervo. Cualquier daño permanente causado al siervo resultaba en su liberación legal (el amo le
dará libertad).
e. Estatutos acerca de la negligencia (21:28–36)
21:28–36. Aquí se dan mandamientos para casos de agravio por negligencia. Primero, Dios
dio reglas en cuanto a los daños ocasionados por animales (vv. 28–32). Si un buey corneaba a
una persona y ésta moría, el animal debía morir. Pero si el animal tenía la costumbre de atacar
violentamente a la gente, y su dueño no hacía nada para prevenirlo, ambos, el dueño y el buey
debían morir por ocasionar la muerte de alguien. El dueño podía evitar la pena de muerte si
compensaba económicamente lo que determinaran los parientes del difunto. Si un siervo era
muerto por un buey, el dueño del animal tenía que remunerar al amo del siervo con treinta
siclos de plata (cf. Mt. 26:14–15), que aparentemente era el precio de un siervo.
En segundo lugar, en caso de pérdida de un animal por negligencia de alguna persona (e.g.,
no cubrir un pozo—quizá de los usados para almacenar agua de lluvia—para impedir que un
animal cayera dentro), la parte culpable tenía que pagar la compensación completa por la pérdida
del animal (Éx. 21:33–34). Este reglamento era importante porque los animales eran una
posesión vital para los israelitas.
En tercer lugar, si el buey mataba al buey de su prójimo, la pérdida debía compartirse
equitativamente entre los dueños, vendiendo el buey vivo y dividiendo el dinero (v. 35). Pero si
un hombre, sabiendo que su buey era acorneador y negligentemente lo dejaba salir, él debía
pagar buey por buey.
f. Estatutos acerca de los ladrones (22:1–4)
22:1–4. Estos reglamentos tienen que ver con el robo de animales. Estos vv. amplían el
octavo mandamiento (20:15). Si una persona robaba, mataba o vendía una oveja o buey de otra
persona, debía compensar (pagará, šālēm, “pagar una responsabilidad legal”; cf. 2 R. 4:7; Jl.
2:25) por la pérdida del animal devolviendo la misma clase de animal. Aquí de nuevo la
restitución era en especie. Sin embargo, debían pagarse cinco bueyes por la pérdida de uno, y
cuatro ovejas por la pérdida de una. Sin duda, esta compensación tan severa erradicó
eficazmente el robo de animales. Si el animal robado estaba aún vivo, la remuneración era
menor, pero también muy costosa (Éx. 22:4).
Si un ladrón entraba de noche a robar, y el dueño de la casa lo mataba, entonces, el que lo
había herido no sería culpado de asesinato. Pero si lo mataba de día, el dueño de la casa sería
culpado de homicidio. (Aparentemente durante el día, se podía ver al ladrón y pedir ayuda con
facilidad). El código mosaico buscaba proteger la vida humana, aun la de los criminales. El
ladrón tenía que compensar el robo con sus propios bienes materiales, o ser vendido como
esclavo.
g. Estatutos acerca de los daños a la propiedad (22:5–6)
22:5–6. Si el ganado de un hombre pastaba en la propiedad de otro, o si el fuego destruía las
cosechas de alguien, el agresor tenía que restituir completamente al afectado con el producto de
su campo. En ese entonces, los arbustos de espinos se quemaban con facilidad y el fuego se
propagaba con rapidez por los campos vecinos. El código mosaico enfatizaba el derecho a la vida
y a la propiedad.
h. Estatutos acerca de los depósitos de seguridad (22:7–13)
22:7–13. En el antiguo Cercano Oriente no había bancos, así que a veces las personas daban
sus pertenencias a sus vecinos para que las custodiaran. El que recibía las cosas valiosas de otro
(plata o alhajas, vestidos, o animales) era responsable de ellas. Si los bienes se perdían y no se
hallaba al ladrón, el que guardaba las cosas tenía que venir ante los jueces y probar que no las
había robado, o tendría que hacer la restitución y pagar el doble (vv. 7–9). Si se daba un animal
a guardar y éste resultaba dañado o robado, el que lo cuidaba tenía que presentar evidencias de
que no había sido negligente, o tendría que pagar por la pérdida (vv. 10–13).
i. Estatutos acerca de los préstamos (22:14–15)
22:14–15. Cuando alguien tomaba prestado un animal, el que lo pedía era responsable por el
bienestar de él. Si el dueño no estaba presente cuando el animal era dañado o moría, el que lo
pidió tenía que pagar por la pérdida; él era el responsable. Pero si el dueño estaba presente, el
que lo pidió prestado no era culpable. Si un animal era alquilado y algo le sucedía, entonces la
compensación para el dueño era el dinero del alquiler.
j. Estatutos acerca de la seducción sexual (22:16–17)
22:16–17. Estos estatutos amplían el séptimo mandamiento (20:14). Las hijas solteras y sin
compromiso matrimonial de Israel eran consideradas propiedad de su padre; por eso, cuando la
hija perdía su virginidad, su valor disminuía y el padre debía recibir la compensación. Engañar a
una joven que estaba comprometida con otro traía como consecuencia el apedreamiento de
ambos (Dt. 22:23–24). Si alguien engañaba o seducía a una joven virgen no comprometida y ésta
cedía a la tentación, el varón debía dotarla y tomarla por mujer. Normalmente, se pagaba a los
padres de una joven una dote cuando se confirmaba el compromiso (cf. Gn. 34:12; 1 S. 18:25).
Si su padre no quería que su hija se casara, el varón todavía estaba obligado a pagar la dote de
las vírgenes.
k. Estatutos acerca de las costumbres idólatras (22:18–20)
22:18–20. Los tres pecados mencionados en estos vv. merecían la pena capital y son un
anticipo de la lucha que tendría Israel contra la adoración de ídolos. El primero habla de las
hechiceras (que predecían el futuro o controlaban a otros por medio del poder demoniaco; V. el
comentario de Dt. 18:9–12 y en Dn. 2:2); el segundo es el bestialismo (cf. Lv. 20:16; Dt. 27:21)
que comúnmente era practicado por los cananeos en sus ritos de adoración a Baal (cf. Lv.
18:23–24); y el tercero habla acerca de los sacrificios a otros dioses en vez de solamente a
Jehová, el único Dios verdadero (cf. Éx. 20:3–5).
l. Estatutos acerca del cuidado de los necesitados (22:21–27)
22:21–27. Dios cuida de los débiles (soy misericordioso, v. 27). Por tanto, incluyó varias
leyes para proteger a los menos privilegiados. A los extranjeros debía tratárseles con
benevolencia, ya que los mismos israelitas habían sido extranjeros … en la tierra de Egipto (v.
21; cf. 23:9). Tampoco debían aprovecharse de los que no tenían padres, o de las mujeres sin
esposo, porque ya estaban desprotegidos (22:22–24). El maltrato hacia ellos provocaría el furor
de Dios y los culpables perderían la vida.
Durante las cosechas, debía dejarse algo de grano en los campos y en los rincones (Lv.
19:9–10) para las viudas y los huérfanos (Dt. 24:19–21). Los sirvientes debían ser recibidos en
forma especial en los banquetes (Dt. 16:11–14), además, debían recibir un diezmo especial cada
tercer año (Dt. 14:28–29; 16:12–13), y debía permitírseles sembrar en el campo de otros durante
el año sabático (Éx. 23:11–12).
Igualmente, los israelitas con problemas económicos podían obtener préstamos sin usura
(22:25–27; cf. Lv. 25:35–38; Dt. 15:7–11; 23:19–20). Cuando se hacía un préstamo a alguna
persona pobre, alguna pertenencia valiosa de ésta, usualmente su vestido, era entregada como
prenda de que pagaría la deuda. Sin embargo, su vestido debía ser regresado a la puesta del sol
para que pudiera cubrirse en la noche (cf. Dt. 24:10–13; Job 22:6).
m. Estatutos acerca de la reverencia (22:28–31)
22:28–31. En los vv. anteriores (vv. 21–27) se discutieron las necesidades de la gente de
clase social baja. Este pasaje (vv. 28–31) menciona las reglas para aquellos que estaban en una
clase social más alta. No debían maldecirse ni el nombre de Dios, el regidor supremo, ni el de los
líderes humanos. Israel siempre debía recordar que el primogénito de sus hijos y animales le
pertenecían a Dios (cf. 13:2, 12). Los hijos debían ser dedicados al Señor cuando cumplían ocho
días de nacidos, y el dinero de la redención también debía pagarse entonces (13:13). Por otra
parte, el primogénito del buey y de la oveja debían ser sacrificados.
Israel no debía comer animales que hubieren sido destrozados por las fieras carnívoras, ya
que la sangre no había sido drenada y tendrían contacto, aunque indirecto, con el animal impuro
que lo devoró. Se suponía que la santidad interna de Israel debía ir acompañada de la separación
física de cualquier forma de impureza.
n. Estatutos acerca de la justicia (23:1–9)
23:1–9. Estas advertencias, que amplían el noveno mandamiento (20:16), hablan acerca de la
necesidad de actuar con justicia imparcial en las cortes. Los israelitas debían llevar testigos
veraces a los juicios. No debían permitir que la justicia se pervirtiera, ni dejarse influenciar por la
mayoría, ni estar a favor de los pobres injustamente. Las palabras enemigo (23:4) y aquel que te
aborrece (v. 5), probablemente se refieren a un “adversario legal”. Un israelita debía ser amable
aun con los animales de alguien con el que estuviera legalmente en desacuerdo. Estaba prohibido
negar la justicia al mendigo debido a su baja clase social (v. 6; cf. v. 3), o presentar testimonio
de mentira que pudiera ocasionar la muerte al inocente (v. 7), o aceptar presente (pago por
favoritismo en la corte, v. 8; cf. Dt. 16:19—éste era un problema común en el antiguo Cercano
Oriente), ni oprimir al extranjero (cf. Éx. 22:21; tal vez 23:9 se refiere a casos que se llevaban a
la corte).
ñ. Leyes acerca del sábado (23:10–13)
23:10–13. El Señor dio instrucciones a Israel acerca del año sabático (vv. 10–11) y del día
sábado (vv. 12–13), las cuales amplían el cuarto mandamiento (20:8–11). El año sabático era
para recordar a Israel que Dios es dueño de la tierra y que solamente la tenían prestada (Lv.
25:23). También el año sabático era una provisión para que los pobres pudieran recoger los
rebuscos de los campos.
El descanso del séptimo día, permitía a los hombres y los animales tomar refrigerio para
poder trabajar otros seis días. Esta sección (Éx. 23:13) termina con una amonestación general a
obedecer los mandamientos de Dios y una advertencia en contra de reconocer la existencia de
otros dioses, que se manifestaría al mencionar sus nombres.
o. Estatutos acerca de las fiestas anuales (23:14–19)
23:14–19. Aquí, Dios da instrucciones para tres fiestas agrícolas que debían celebrarse
anualmente: (a) La fiesta de los panes sin levadura en el mes de Abib (marzo-abril), cerca del
tiempo de la cosecha de cebada; (b) la fiesta de la siega durante la primavera y al comienzo de
la cosecha de trigo (cf. 34:22) cuando se daban los primeros frutos al Señor, y (c) la fiesta de la
cosecha a principios del otoño (septiembre-octubre; V. “Calendario de Israel”, en el Apéndice,
pág. 321).
La primera de estas grandes fiestas agrícolas era un recordatorio del éxodo apresurado de
Egipto (cf. 12:15–20). La segunda, en la cual se presentaban ante el Señor dos panes hechos de
grano nuevo (Lv. 23:15–21), también era llamada la fiesta de las semanas (Éx. 34:22) porque se
celebraba siete semanas (cincuenta días) después de la fiesta de los panes sin levadura. En el
N.T. (Hch. 2:1; 20:16; 1 Co. 16:8) se le llama el día de Pentecostés. La tercera fiesta era la de la
cosecha—al final del año civil o agrícola—que también se llamó la fiesta de los tabernáculos
(Lv. 23:33–36; Dt. 16:13–15; 31:10).
Estos eran recordatorios constantes de las provisiones de Dios para su pueblo. Así que tres
veces al año (Éx. 23:14, 17; 34:23), todos los varones adultos de Israel debían adorar en el
tabernáculo (después en el templo) trayendo ofrendas de granos y de animales. La ofrenda que se
consumía en el altar, no podía tener levadura. Solamente lo mejor de los primeros frutos debían
presentarse ante Jehová.
La prohibición de cocinar un cabrito en la leche de su madre (23:19; cf. 34:26; Dt. 14:21)
pudo haber sido porque en los ritos religiosos de la fertilidad, los cananeos incluían la
presentación de cabritos cocinados en la leche de su madre. Dios no quería que su pueblo
participara en nada que se relacionara con la adoración idólatra. Otra posibilidad es que Dios
diera esta prohibición por el trato tan salvaje que se le daba a los pequeños animales. En la fiesta
de la cosecha (Éx. 23:16b) los israelitas podrían enfrentarse a la tentación de seguir una práctica
común beduina de cocinar la carne de los cabritos en leche de cabra, en vez de dejarlos con sus
madres. En otras palabras, es posible que la prohibición significaba que los israelitas no deberían
usar aquello que servía para promover la vida (la leche de la cabra) como agente para destruirla.
Esta ley puede ser la base para la costumbre judía actual de no mezclar productos lácteos con
carne.
p. Epílogo: Promesa de conquistar la tierra (23:20–33)
La sección de leyes (que comienza en 20:22) contiene una promesa alentadora en cuanto a la
dirección de Dios para su pueblo al entrar en la tierra prometida, donde se practicarían las leyes
enumeradas anteriormente. Asimismo, tiene promesas de maldición por la desobediencia y
bendición por la obediencia, similares a aquellas que se encuentran en Levítico y Deuteronomio.
23:20–26. En primer lugar, el Señor subrayó la necesidad de ser obedientes. El Ángel (vv.
20, 23) pudo haber sido un ángel de la guarda especial para Israel (tal vez Miguel, Dn. 12:1) o,
más probablemente, el Señor mismo, o Cristo preencarnado (cf. Gn. 24:7 con Gn. 24:27; y V. el
comentario de Gn. 16:9), ya que tenía la capacidad de perdonar. Dios prometió guiar a su pueblo
cada día; y más específicamente, la dirección vendría a través de Moisés y de Aarón. Cuando el
pueblo llegó a Canaán, Dios prometió que destruiría a sus enemigos (para información acerca de
los nombres mencionados en Éx. 23:23, V. el comentario de 3:8). Los israelitas debían destruir
los ídolos y estatuas de los cananeos (cf. 34:13; Dt. 7:5; 12:3). Posiblemente esas estatuas eran
símbolos de la fertilidad masculina. Si ellos adoraban y obedecían a Dios, gozarían de salud,
longevidad y abundancia.
23:27–30. Dios también prometió dar a los israelitas la tierra gradualmente. Sus enemigos,
aterrados por Dios, se confundirían y huirían. Así como se huye del ataque de una avispa, así
escaparían los cananeos; con pánico y temor (cf. 15:15; Nm. 22:3; Jos. 2:9–11, 24; 5:1; 9:24).
Sin embargo, algunos estudiantes de la Biblia toman lit. la referencia de “la avispa”. Otros dicen
que se refiere a la armada egipcia.
La conquista se llevaría a cabo en más de un año; de hecho, la conquista de Josué, en la cual
no exterminó a todos sus enemigos, duró siete años (1406–1399 a.C). Si Dios les hubiera dado
toda la tierra inmediatamente, en lugar de hacerlo poco a poco (cf. Jue. 1), la tierra hubiera
quedado desierta y las fieras del campo la hubieran invadido antes de que Israel pudiera
asentarse en ella y cultivarla.
23:31–33. A continuación, el Señor les delineó las fronteras de la tierra prometida. El Mar
Rojo en este caso, es la parte del mar Rojo que se conoce con el nombre de golfo de Aqaba (que
probablemente formaba la frontera sureste de la nación). El mar de los filisteos sería la frontera
occidental (el mar Mediterráneo), el desierto, la frontera sur, y el río Eufrates sería la frontera
norte (o nordeste). Ese territorio estuvo ocupado durante el tiempo de Salomón (1 R. 4:21),
aunque una buena parte no estaba bajo el dominio de Israel. Grupos de sus enemigos todavía
vivían en la tierra como vasallos de Israel (cf. Dt. 11:24 y V. el comentario de Dt. 1:7). De esa
manera, la presencia de esos enemigos en la tierra representaba una constante amenaza para
Israel, tal como Dios lo había predicho. Josué 9:3–15 registra una violación al mandamiento de
Dios de no hacer alianza o tratado (cf. Éx. 34:12) con ninguno de los pueblos extraños de
Canaán. Si Israel fracasaba en echar de delante de ellos a sus enemigos (23:31), el resultado
sería que se vería tentado a pecar, principalmente por medio de la idolatría. En la historia futura
de Israel, se demostraría que esto era verdad.
q. Confirmación del pacto (24:1–11)
Ya estaban dadas las estipulaciones del pacto—incluyendo el decálogo y las
ordenanzas—con las cuales se regulaba la conducta del pueblo de Israel como pueblo del Dios
verdadero. Ahora, faltaba que el pueblo ratificara el pacto.
24:1–4a. Dios convocó a Moisés y a Aarón, a los dos hijos mayores de Aarón, Nadab y
Abiú, (cf. Lv. 10), y a setenta … ancianos (líderes) de Israel. Todos esos 73 varones, con
excepción de Moisés, debían guardar cierta distancia (cf. Éx. 19:12–13, 24) del Señor en señal
de respeto por su majestad y santidad. Moisés subió a la cima del monte, los otros 73 líderes
estaban en el monte, pero no en la cumbre, y el resto del pueblo estaba abajo, al pie del monte.
Dios estaba listo para confirmar el pacto mosaico con su pueblo. Moisés repasó ante el
pueblo todas las palabras de Jehová, y todas sus leyes (20:22–23:33), llamadas “el libro del
pacto” (24:7). Después de escuchar las leyes, el pueblo conmovido prometió someterse a ellas y
obedecerlas (cf. 19:8) y Moisés escribió todas las palabras de Jehová.
24:4b–8. Enseguida, Moisés preparó al pueblo para ratificar la ley. En primer lugar,
construyó un altar al pie del monte Sinaí y erigió doce columnas que representaban a las doce
tribus. Puesto que el sacerdocio levítico todavía no estaba organizado, algunos jóvenes de los
hijos de Israel (quizá los primogénitos consagrados, 13:1–16), y Moisés, fungieron como
sacerdotes y ofrecieron holocaustos y … sacrificios de paz a Jehová. En la ceremonia de
ratificación, Moisés roció sangre sobre el altar (24:6) y sobre el pueblo (v. 8); i.e., los que
habían escuchado leer el libro del pacto, y que otra vez prometieron obedecerlo (v. 7; cf. v. 3).
Esta es la única vez en el A.T. donde el pueblo fue rociado con sangre. Posiblemente el pueblo
fue rociado en el sentido de que las columnas fueron rociadas y éstas lo representaban (v. 4).
(Acerca de la relación entre la obediencia y el rociamiento de la sangre, V. el comentario de 1 P.
1:2.) Entonces, la sangre rociada, simbolizaba la transacción legal entre Dios (representado por el
altar, Éx. 24:6), y el pueblo (representado por las columnas). Por lo tanto, en esta ceremonia,
Israel fue apartado por medio de sangre (la sangre del pacto) para ser el pueblo del Dios
verdadero. Más adelante, el nuevo pacto, establecido por Jesús, fue ratificado también con
sangre, pero esta vez, su propia sangre (Lc. 22:20; 1 Co. 11:25–26).
24:9–11. Moisés … Aarón, los dos hijos mayores de Aarón y los setenta ancianos …
subieron al monte para confirmar y ratificar el pacto delante de Dios. Ya que nadie puede ver a
Dios y seguir viviendo (V. el comentario de 33:11, 20; Jn. 1:18), probablemente vieron al Dios
de Israel en el sentido de que tuvieron una visión de él, en la que pudieron discernir quién era.
Es evidente que la visión fue tan grandiosa y maravillosa, que sus ojos sólo miraron debajo de
sus pies. El resplandor de Dios se parecía al brillo del zafiro (cf. el trono de zafiro de Ez. 1:26).
A continuación, comieron con él. Era común usar la comida como símbolo de la ratificación de
un pacto (cf. Gn. 26:30; 31:54; Lc. 22:15–20).
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LEVÍTICO
F. Duane Lindsey
Traducción: Bernardino Vázquez
INTRODUCCIÓN
El libro de Levítico era el primero que estudiaba un niño judío. No obstante, con frecuencia
se encuentra entre los últimos libros de la Biblia que estudia el cristiano. Pero un libro que se cita
cerca de cuarenta veces en el N.T. debiera tener gran significancia para todo cristiano. El libro
contiene, aparte del asunto relacionado con la importancia tipológica de los sacrificios levíticos,
una extensa revelación acerca del carácter de Dios—especialmente su santidad, pero también
habla de su amor y su gracia por los cuales elige a los suyos. Además, provee muchas y ricas
lecciones acerca de la vida de santidad que Dios espera de su pueblo. Muchos pasajes del N.T.,
incluyendo algunos conceptos clave del libro de Hebreos, no pueden ser convenientemente
evaluados si no se tiene un claro entendimiento de sus contrapartes que se encuentran en el libro
de Levítico.
Títulos Del Libro. El título “Levítico” proviene del término gr. Leuitikon, adjetivo usado por los
trad. de la LXX como nombre del libro, debido a que éste se relacionaba con las ceremonias e
instituciones sacerdotales. Este puede parecer un título extraño debido a que los levitas sólo se
mencionan una sola vez en todo el libro (25:32). Pero el nombre se justifica en virtud de que los
sacerdotes aarónicos pertenecían a la tribu de Leví y el sistema sacrificial que manejaban es
generalmente denominado como levítico. El título fue vertido como “Levítico” en la Vul., de la
cual se extrajo el nombre en español. En hebr., el libro simplemente se llama wayyiqrāʾ, “y
llamó” (la primera palabra de 1:1).
Paternidad literaria y fecha. Aunque en el texto no se identifica en forma específica quién es el
autor del libro, Moisés debe ser reconocido como tal por tres razones: (1) Debido a que el
contenido del libro fue revelado a Moisés en el monte Sinaí (7:37–38; 26:46; 27:34), o a través
de Moisés en su mayoría (1:1; 4:1; 6:1, 8, 19, 24; 7:22; 8:1; etc.), probablemente él es quien
registró las revelaciones divinas. (2) El libro es una secuela de Éxodo (cf. el comentario de Lv.
1:1) el cual específicamente afirma que su autor fue Moisés (Éx. 17:14; 24:4, 7; 34:27–28: cf. Dt.
31:9, 24). (3) Además, Jesús afirmó su autoría mosaica cuando se refirió a la ley de limpieza de
la lepra (Mt. 8:4; Mr. 1:44; cf. Lv. 14:2–32). Por lo anterior, Levítico fue escrito por Moisés
probablemente poco después de la composición de Éxodo, en la segunda mitad del s. XV a.C.
Los puntos de vista liberales que niegan la paternidad literaria de Moisés y fechan buena
parte del libro, al menos en su forma presente, en el período posexílico (s. IV a.C.) han sido
satisfactoriamente contestados por numerosos eruditos conservadores (e.g. R. K. Harrison,
Leviticus: An Introduction and Commentary, “Levítico: Introducción y Comentario”, págs.
15–26; B. K. Waltke, “Leviticus”, The Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible,
“Levítico”, Enciclopedia Pictórica Zondervan de la Biblia, 3:913–920).
Contexto histórico y teológico. El contexto histórico y teológico del libro de Levítico se obtiene
de los vv. con los que inicia y termina el libro (1:1; 27:34; cf. 7:37–38). Históricamente, es una
secuela de Éxodo, porque el sistema sacrificial levítico fue una revelación divina dada a Israel
por medio de Moisés, como parte de la obligación pactal que el pueblo contrajo con el Señor en
Sinaí. El libro comienza diciendo: “llamó Jehová a Moisés, y habló con él desde el tabernáculo
de reunión” (i.e., el tabernáculo). De esta manera, la legislación contenida en Levítico sigue a la
narrativa histórica acerca de la construcción del tabernáculo (Éx. 25–40) y antecede a la
siguiente narración histórica del recuento de las tribus israelitas para reiniciar el peregrinaje
desde Sinaí (Nm. 1–4). Las narraciones que se interpolan son el relato histórico de la ordenación
de los sacerdotes (Lv. 8–10) y el breve interludio de 24:10–23.
Teológicamente, el sistema sacrificial levítico fue instituido para un pueblo que había sido
redimido de Egipto y que se encontraba en una relación pactal con su Dios. De esta manera, los
sacrificios de Israel no eran esfuerzos humanos para obtener el favor de un Dios hostil, sino una
respuesta al Señor, que primeramente se había dado a Israel para entablar la relación pactal. Aun
así, siempre que el pecado o la impureza, ya fuere ceremonial o ética, rompía ese compañerismo,
el individuo o la nación (cualquiera que fuera el caso) renovaba la comunión del pacto con el
Señor a través de los sacrificios. El sacrificio particular que se requería dependía de la
circunstancia exacta de la ruptura. Este acercamiento a Dios por medio de los sacrificios, podría
ser, por supuesto, puramente de dedicación o comunión si no había ocurrido ninguna ruptura,
pero esto parece haber sido la excepción más bien que la norma (V. el comentario de “El
significado de los sacrificios del A.T.”).
Contenido y género literario. El libro de Levítico trata de la adoración de Israel—sus
sacrificios, sacerdocio, leyes para determinar la impureza de una persona, que la descalificaban
para rendir adoración, así como diversos días especiales y épocas dedicadas al culto. También
contiene muchos reglamentos relativos a la vida cotidiana y la santidad práctica, tanto ética como
ceremonial. El género literario de Levítico es legal, i.e., es literatura que incluye leyes
apodícticas (que determinaban la conducta que requería obediencia incondicional: “No harás …”
e.g. 26:1–2) y en su mayoría, leyes casuísticas (que expresan estipulaciones condicionales: “Si
[tal cosa es hecha] … entonces [sucederá esto] …” e.g., 4:3). A través de esta forma literaria y
dentro del marco histórico del pacto entre el Señor e Israel, a Dios le plugo revelar ciertas
verdades acerca del pecado y sus consecuencias, y acerca de la vida de santidad que se requiere
para estar delante de él.
Tema y estructura. El tema de Levítico es el culto y la conducta que el creyente israelita debía
observar delante del Dios santo. En cuanto a su aplicación, este tema también es significativo
para los cristianos de hoy día (cf. 1 P. 1:15–16). El v. que expresa el tema del libro es 19:2
“Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (cf. 20:26; etc.).
Levítico es el libro de la santidad (qāḏôš, “separación”; cf. 20:26). Aunque se hace mucho
hincapié en la santidad ceremonial, en la que personas, animales u objetos eran apartados de su
uso profano o impureza cúltica para el servicio a Dios, tal santidad es, al fin y al cabo, símbolo y
fundamento de la santidad ética (11:44; 19:2). Dios mismo está separado de todo lo pecaminoso
y profano (es moralmente santo), y trasciende a toda su creación (es majestuosamente santo).
Dios, que estaba presente en medio de su pueblo Israel (26:11–12), demandaba que su gente
fuera santa (20:22–26).
La estructura del libro corresponde bien a su tema. Los caps. 1–16 tratan básicamente del
culto que debía ofrecerse a un Dios santo, mientras que los caps. 17–27 se relacionan
principalmente con el andar cotidiano en santidad ante Dios y los demás (V. el bosquejo y
comentarios al inicio de las diversas secciones del Comentario).
Significado de los sacrificios del A.T. Bajo la ley, el sacrificio fue provisto por Dios a los
israelitas como el único medio suficiente para que mantuvieran una relación armoniosa con él.
Es conveniente destacar que la revelación del sistema sacrificial dado a través de Moisés no
incluye la revelación de que los sacrificios tengan algún significado tipológico. Sin embargo, sí
explica claramente el principio de la expiación de pecados a través de la presentación de un
sacrificio sustitutorio (V. el comentario de 1:4 y 17:11). Otro factor importante es la distinción
que hace entre las dos relaciones que el israelita tenía o podía tener con Dios: (a) la relación
corporativa que tenían con Dios por ser una nación teocrática (cf. Éx. 19–20), y (b) la relación
personal que tenían con Dios basada en la regeneración y justificación del individuo por fe.
Aunque idealmente esas dos relaciones debían haberse dado en forma paralela, parece que a
través de la historia de Israel (excepto quizá inmediatamente después del éxodo) sólo quedaba un
remanente de verdaderos creyentes, y que una gran cantidad de personas (a menudo la gran
mayoría) simplemente seguía las fórmulas de adoración al Señor, pero sin depositar en él una fe
genuina.
El punto de vista tradicional de que los sacrificios únicamente “cubrían” el pecado no hace
justicia al auténtico perdón que Dios concedía (Lv. 4:20, 26, 31, 35; 5:10, 13, 16, 18; 6:7). La
expiación sacrificial que simplemente “cubría” el pecado pero que en cierto sentido no lo
“quitaba”, no encuentra apoyo en la etimología de la palabra hebr. que se trad. “expiación” (V. el
comentario de 1:4). Más bien, la expiación sacrificial incluía la remoción verdadera de la culpa y
del castigo por el(los) pecado(s) particular(es) involucrado(s). El marco más amplio de los
sacrificios del día de expiación (cf. la discusión del cap. 16) amplificaba este principio para
incluir a “todo el pueblo” (v. 33) y “por todas las iniquidades” (v. 22); i.e., “todos los pecados de
Israel” (v. 34). El perdón completo de los pecados de los israelitas por el año transcurrido se
describe más ampliamente en el 16:30 en términos de la limpieza de pecado.
Sin embargo, los sacrificios levíticos (como también los genuinos sacrificios prelevíticos)
tenían diversas limitaciones. Primero, los sacrificios estaban limitados en su eficacia moral.
Debido a que el ritualismo vacío nunca fue una opción aceptable para Dios, un sacrificio
verdaderamente aceptable debía provenir de una fe genuina y de la obediencia moral a la
voluntad revelada de Dios (26:14–45, esp. v. 31; Sal. 40:6–8; 51:16–17; Pr. 21:27; Am. 5:21–24;
He. 10:5–10; 11:4, 6). Los sacrificios que no eran ofrecidos en fe, probablemente eran suficientes
para restaurar la pureza ceremonial y cumplir con los requerimientos civiles (e.g. la restitución
asociada con la ofrenda por la culpa), pero en realidad no agradaban a Dios porque no eran sino
una formalidad vacía. Es de destacarse que el objeto de la fe era Dios mismo, no el significado
tipológico de los sacrificios (V. la siguiente sección de esta Introducción); ni tampoco la
confianza en que aparecería el redentor prometido. Por supuesto, el contenido de la fe crecía en
forma equivalente con la revelación progresiva dada en el A.T. acerca de la venida del Cordero
de Dios, quien sería la perfecta “ofrenda por la culpa” (Is. 53:10).
En segundo lugar, con la posible excepción del ritual del día de expiación, los sacrificios
estaban limitados en su alcance a ciertos tipos de pecados personales. Teológicamente no
hacían expiación por la naturaleza pecaminosa, o por el pecado imputado de Adán ni tampoco
incluían los pecados deliberados que afrentaban a Dios (cf. Nm. 15:30–31 y el comentario de Lv.
4:1–2). Por tanto, los sacrificios levíticos no eran un esquema final y completo por el cual
podían ser quitados todos los pecados. Más bien, los sacrificios atañían a pecados cometidos por
ignorancia, accidente, descuido u omisión, así como los de contaminación ritual y delitos de
menor cuantía que violaban los derechos de propiedad. Los pecados por los que no había
sacrificio particular eran aquellos que se cometían en desafío al Señor y sus mandamientos—i.e.,
violaciones intencionales a los diez mandamientos (excepto transgresiones menores del octavo y
noveno mandamientos), incumplimiento deliberado de las reglas ceremoniales y cualquiera otra
violación a la relación pactada entre Israel y el Señor. Esos pecados podían ser inmediatamente
perdonados sólo con base en la gracia incondicional que se concedía en respuesta a la fe y al
arrepentimiento (cf. Sal. 32; 51). De otra manera, debían esperar a que llegara el ritual del día de
expiación para ser limpiados.
En tercer lugar, en su propósito, los sacrificios estaban limitados a la conservación del pacto
y a la restauración del pueblo redimido. Los sacrificios levíticos eran parte del culto del pueblo
redimido que vivía en una relación pactal con su Dios. Corporativamente, y quizá
individualmente en su mayor parte, la ocasión en que se inmoló al cordero pascual cuya sangre
se aplicó a los dinteles de las puertas de Egipto, fue expresión externa de una fe interna que
marcó el hecho de la regeneración y justificación de los israelitas como individuos. El
subsecuente sistema sacrificial tenía que ver, idealmente, con el culto y renovación del pacto, no
con la salvación inicial. Esto es comparable a la experiencia del creyente de lo que se expresa en
el N T. en 1 Juan 1:9, no con la experiencia del pecador de Juan 3:16. No obstante, es obvio que
cuando cada nueva generación de israelitas llegaba a la edad de ser responsable moralmente,
necesitaba manifestar fe para ser regenerada y justificada antes de que pudiera rendir un culto
aceptable a Dios y que deseara mantenerse en comunión con él. Esto podía ocurrir en muchas
ocasiones, incluyendo la de la conmemoración anual de la pascua con las explicaciones que la
acompañaban. En ciertos casos, pudo haber ocurrido cuando los jóvenes israelitas traían sus
primeras ofrendas por el pecado teniendo un genuino entendimiento de lo que estaban haciendo y
con una fe en su Dios perdonador.
Cuarto, excepto por el ritual del día de expiación, los sacrificios estaban limitados en su
alcance y duración a un pecado por cada sacrificio. El perdón concedido era real aunque
temporal (en el sentido de que cada pecado requería de un sacrificio). Así, mientras que Dios
aceptaba los sacrificios para la remoción de la culpa del pecado que se trataba, esos ceses
temporales de la ira divina no producían limpieza permanente de la conciencia de la persona (He.
10:2).
Quinto, la eficacia de los sacrificios no era algo inherente a los animales sacrificados o a
alguna o todas las partes del ritual de los sacrificios. Dios proveyó la expiación y el perdón con
miras al todo suficiente sacrificio que Cristo ofrecería en la cruz. La muerte del Hijo de Dios fue
un “sacrificio de expiación” por el que Dios pagó totalmente por el perdón que él había ofrecido
antes de la cruz (Ro. 3:25). En otras palabras, los sacrificios levíticos fueron validados en la
mente de Dios con base en la muerte de Cristo, el Cordero de Dios que fue inmolado desde la
fundación del mundo (Ap. 13:8; cf. 1 P. 1:19–20), y que fue el único sacrificio verdaderamente
eficaz que se hizo por todo pecado. Por tanto, la eficacia de los sacrificios era derivada más que
esencial. Es en este sentido que el autor de Hebreos afirma: “porque la sangre de los toros y de
los machos cabríos no puede quitar los pecados” (He. 10:4). Sin embargo, los beneficios que
experimentaban los creyentes del A.T. eran tan reales como lo es una prenda comprada con
tarjeta de crédito, cuyo monto no ha sido pagado.
Para resumir, los sacrificios levíticos eran eficaces tanto para restaurar la relación pactada
como para lograr verdadero perdón por los pecados específicos (cuando se ofrecían en fe), pero
esta eficacia era derivada, y necesitaba ser validada por el único y todo suficiente sacrificio de
Cristo en la cruz.
Aunque los sacrificios estaban limitados en su alcance y propósito, su valor espiritual era
también pedagógico, en virtud de que enseñaba a Israel la manera correcta de acercarse a un
Dios santo: “Primero que nada, había que tratar el problema del pecado, y ofrecerse la ofrenda
respectiva (por el pecado V. 4:1–5:13, o por la culpa V. 5:14–6:7). Esto estaba estrechamente
vinculado con el holocausto que se presentaba inmediatamente después (con su correspondiente
oblación [ofrenda vegetal], como se declara en muchas ocasiones) y de esta manera se
completaba el voto de consagración (2 Cr. 29:31) que calificaba al(los) suplicante(s) para
participar en la última etapa de la liturgia. La etapa más importante era la presentación de un
holocausto [adicional] y una ofrenda de paz. La primera incluía tanto las ofrendas voluntarias de
los individuos como las periódicas que simbolizaban la constante devoción del pueblo como un
todo, [y] la última representaba la experiencia comunitaria en la que el Señor, el sacerdote y el
adorador … tomaban parte” (A.F. Rainey, “Sacrifice”, The Zondervan Pictorial Encyclopedia of
the Bible, “Sacrificio” en “La Enciclopedia Pictórica Zondervan de la Biblia”, 4:203).
Para resumir la teología del procedimiento ritual (V. el comentario en la descripción de las
varias ofrendas en Lv. 1–7), es importante destacar que cuando un adorador israelita ponía su
mano sobre la víctima del sacrificio, se identificaba con el animal como su sustituto. Cuando se
hacía con fe, este acto consumaba la transferencia simbólica de su pecado y la transferencia legal
de su culpa a la víctima. Dios aceptaba el sacrificio animal (esta aceptación se simbolizaba con la
quema de la víctima sobre el altar) como rescate por el pecado particular que lo había ocasionado
(o por los pecados del año transcurrido en el caso de la nación en el día de la expiación),
apartando así la ira divina del pecador e imputándola (finalmente) a Cristo en la cruz, de manera
que Dios concedía un genuino perdón al pecador que presentaba sus sacrificios en fe.
La tipología y el libro de Levítico. La tipología bíblica quizá ha sufrido tanto a manos de sus
amigos como de sus enemigos. La defensa de la hermenéutica de la tipología es algo que va más
allá del alcance de esta Introducción. No obstante, ya que se sugiere una interpretación tipológica
al final de cada uno de los cinco sacrificios levíticos (V. el comentario que sigue a 1:17; 2:16;
3:17; 5:13; 6:7) y después del calendario anual de fiestas (cap. 23), es conveniente hacer algunos
comentarios acerca de la tipología bíblica. Un tipo se define como una realidad excepcional del
A.T. especialmente diseñada por Dios de manera efectiva para prefigurar una verdad redentora
del N.T. Por haber sido instituido por Dios y por su función en el perdón de pecados bajo la
economía mosaica, el sistema sacrificial levítico y el lugar y ocasiones del culto asociados con
él, es terreno especialmente fértil para buscar tipos. Sin embargo, los que pretenden interpretar
los tipos deben recordar siempre: (a) que deben prestar atención adecuada a la realidad histórica,
notando especialmente su significado redentor y simbólico para los creyentes del A.T. y su
subsecuente uso, conmemoración e influencia en las siguientes generaciones de israelitas hasta el
cumplimiento del antitipo; (b) localizar los puntos principales de semejanza entre el tipo y su
antitipo, y no forzar la interpretación más allá de dichos puntos; (c) relacionar el significado del
sentido tipológico con los creyentes del N.T. no con los del A.T.; y (d) interpretar el texto a la
luz de las doctrinas bien establecidas en la Escritura en lugar de intentar edificar una doctrina
sobre el significado de un tipo.
BOSQUEJO
COMENTARIO
Levítico es una expresión literaria del deseo de Dios de que su santidad se reflejara en la vida
de Israel, su pueblo pactado. Esto se ve en las esferas del culto periódico israelita y en su andar
cotidiano. Aunque hay un sustancial traslape entre esas esferas, las dos se reflejan en general en
las divisiones principales del libro: (a) “La manera de acercarse a Dios a través de los sacrificios
(caps. 1–16)” y (b) “Andar en santidad delante de Dios a través de la separación (caps. 17–27)”.
1. INTRODUCCIÓN (16:1–2)
16:1. Este v. coloca la enseñanza acerca del día de expiación en un contexto histórico
específico. Habló Jehová a Moisés (cf. 1:1; 4:1; etc.) después de la muerte de los dos hijos de
Aarón, cuando se acercaron delante de Jehová y murieron. Nadab y Abiú fueron consumidos
por el fuego proveniente de la presencia de Dios debido a que se acercaron a él de una manera
indebida (10:1–2). En contraste, el cap. 16 expone la ocasión adecuada, la manera de prepararse,
y el ritual prescrito por el cual el sumo sacerdote debía acercarse a Dios y no morir.
16:2. Dios no reveló las ordenanzas sacerdotales directamente a Aarón y sus hijos, sino que
más bien habló por medio de Moisés. La restricción de que no en todo tiempo podía entrar en el
santuario es, en el contexto, una indicación de que sólo podía entrar en dicho lugar en esa
ocasión anual. El hecho de entrar detrás del velo expondría al sumo sacerdote a la presencia de
la gloria Shekiná de Dios que estaba en la nube sobre el propiciatorio (cf. Éx. 25:10–22, esp. v.
22; 40:34–38). El propiciatorio obviamente funcionaba como la cubierta del arca, pero el
término hebr. kappōreṯ (relacionado con kipper, “expiar”, V. el comentario de 1:4) sugiere la
connotación de “un lugar de propiciación”, semejante al vocablo gr. jilastērion (que se trad.
“sacrificio de propiciación” en Ro. 3:25, NVI95). (V. “Croquis del tabernáculo” en el Apéndice,
pág. 323.)
2. PREPARACIÓN DEL SUMO SACERDOTE Y LOS ANIMALES PARA LAS CEREMONIAS (16:3–5)
16:3–5. En preparación para el ritual del día de expiación, los animales escogidos debían
traerse al área del santuario. Para el sumo sacerdote y su familia, un becerro para expiación, y
un carnero para holocausto; y para la comunidad israelita, dos machos cabríos para
expiación, y un carnero para holocausto. El sumo sacerdote primero se bañaba con agua.
Luego, para mostrar su posición de siervo del Señor, se vestía de ropa santa de lino—camisa,
calzoncillos … cinto y mitra—prendas aún más sencillas que las de un sacerdote ordinario (cf.
Éx. 39:27–29).
1. INTRODUCCIÓN (17:1–2)
17:1–2. Aquí se señala que comienza una nueva sección del libro con la típica oración
introductoria habló Jehová a Moisés (cf. 1:1; 4:1; 6:1; 7:28; 11:1; 15:1; 16:1–2; 18:1–2;
19:1–2). Los mandatos particulares de parte del Señor (17:2) se introducen con la oración
“cualquier varón de la casa de Israel” (vv. 3, 8, 10, 13) lo que marca una cuádruple división en el
cap.
B. Leyes acerca de la ética pactal y el rechazo de las prácticas paganas (caps. 18–20)
1. LEYES PARA REGULAR LAS RELACIONES SEXUALES (CAP. 18)
El cap. 18 establece el marco para el resto del libro de Levítico. No sólo introduce el
importante tema de la responsabilidad que tenía Israel hacia el Dios santo para seguir siendo su
pueblo santo y, por tanto, diferenciarse de las naciones paganas (cf. la importante afirmación
inicial [vv. 2–5] y la conclusiva [vv. 24–30]), sino que la estructura de este cap. también
reproduce la forma común en que se concertaban los pactos de vasallaje en el antiguo Cercano
Oriente (cf. K.A. Kitchen, The Bible in its World: The Bible and Archaeology Today, “El mundo
de la Biblia: La Biblia y la Arqueología Hoy”. Downers Grove, Ill., InterVarsity Press, 1978,
págs. 81–85): (a) preámbulo—“yo soy Jehová vuestro Dios” (Lv. 18:2), (b) perspectiva
histórica—“la tierra de Egipto, en la cual morasteis” (v. 3), (c) mandato básico—“mis estatutos
guardaréis” (v. 4), (d) promesa de bendición—“vivirá en ellos” (v. 5), (e) mandatos específicos
(vv. 6–23), y (f) maldiciones por la desobediencia (vv. 24–30). (V. también “El pacto mosaico
comparado con los tratados de vasallaje”, en el Apéndice, pág. 322.) Las prohibiciones
específicas de Levítico 18 se basan en los principios de la santidad del matrimonio y la necesidad
de lograr la estabilidad en la vida familiar. A estos principios se oponían tanto el libertinaje
sexual de la cultura pagana como la prostitución de las religiones falsas, especialmente entre los
cananeos.
a. Introducción a la ética basada en el pacto (18:1–5)
18:1–5. La frase Yo soy Jehová vuestro Dios forma un preámbulo dentro del formato de
concertación del pacto del cap. 18. Pero en sus otras cinco menciones del cap. (vv. 4–6, 21, 30)
es más una motivación para que las personas guardaran leyes específicas. Una frase casi idéntica
introduce a los diez mandamientos (Éx. 20:2; Dt. 5:6). De esta manera, la exhortación para evitar
las costumbres de otras naciones (específicamente Egipto y Canaán, Lv. 18:3) nace de la
persona de Dios y de la relación pactal de Israel con él. El sistema integrado de leyes físicas y
espirituales de origen divino para proveer una vida feliz y significativa a Israel, se expresa en
forma condensada como estatutos y ordenanzas. La motivación para observar esos reglamentos
se afirma claramente—los cuales haciendo el hombre, vivirá, i.e., disfrutará la vida por ellos.
La obediencia a las leyes de Dios produce en su pueblo vidas felices y realizadas (cf.
26:3–13; Dt. 28:1–14). Por ejemplo, las restricciones maritales y sexuales de Levítico 18
constituyen una base para la vida familiar estable y feliz. (Sin embargo, una persona no
regenerada o de mentalidad legalista sólo experimenta la maldición de la ley; cf. Gá. 3:10.)
b. Prohibición contra las uniones incestuosas (18:6–18)
18:6–18. El principio general de esta sección se presenta en el v. 6: ningún varón se llegue a
parienta próxima alguna (aparte de su esposa), para descubrir su desnudez (el hebr. usa este
eufemismo para referirse a la relación sexual). La intención primordial de este pasaje es prohibir
los matrimonios ilegítimos, asumiendo que el adulterio estaba prohibido (cf. v. 20; pero
contrástese lo que dice Harrison, Leviticus, “Levítico”, pág. 186). También se da por sentada la
prohibición de casarse con extranjero(a) (que fue prohibido en Dt. 7:3–6; cf. 1 R. 11:1–2). Sin
embargo, si alguien que no fuera israelita (como Rut) se convertía al Señor, le era permitido
casarse con un israelita.
De esta sección pueden extraerse las siguientes leyes. Un hombre no podía casarse con su
madre (Lv. 18:7) o su hermana (o media hermana, que es de primer grado de consanguinidad
según la genética moderna, v. 9). La prohibición de casarse con la hija se daba por sentada y por
ello no se menciona (cf. Gn. 19:30–38). Tampoco era permitido casarse con una nieta (segundo
grado de consanguinidad, Lv. 18:10) o con una tía (hermana del padre o de la madre, vv. 12–14).
También se prohibe la unión con la viuda de un pariente cercano, i.e., la madrastra (v. 8), media
hermana (v. 11), tía por matrimonio (v. 14), nuera (v. 15), cuñada (v. 16), hijastra (v. 17), ni la
hija de ésta (v. 17). La razón evidente que hay detrás de estas prohibiciones de casarse con las
personas con tal parentesco político, era que ellas habían llegado a ser una sola carne (Gn. 2:24)
con el pariente consanguíneo con quien habían estado unidas, y por lo tanto, se les consideraba
como parte de la familia extendida (cf. Wenham, Leviticus, “Levítico”, págs. 254–258, para ver
ejemplos de las relaciones más difíciles de identificar).
c. Prohibición de caer en las perversiones sexuales de los cananeos (18:19–23)
18:19. V. 15:19–24; 20:18; 2 S. 11:4.
18:20. En el A.T., el adulterio se describe como el acto carnal que comete una mujer casada
o desposada, con un hombre distinto de su esposo. Ese pecado no incluía la relación sexual entre
un hombre casado y una mujer soltera, que era considerado un crimen menos grave (Éx.
22:16–17; Dt. 22:28–29).
18:21. Moloc era la deidad nacional de los amonitas (1 R. 11:7; cf. 2 R. 23:10; Jer. 32:35).
Probablemente aquí se refiere al sacrificio de niños que se le rendía, incinerándolos vivos (2 R.
3:27; Dt. 12:31; 18:10; cf. el severo castigo que se prescribió por hacer esto en Lv. 20:2–5),
aunque el contexto admite la interpretación de Snaith que dice que se refiere a la dedicación de
niños para que practicaran la prostitución sagrada (Leviticus and Numbers, “Levítico y
Números”, pág. 125).
18:22–23. También se prohibe la homosexualidad (cf. Gn. 19; Lv. 20:13; Jue. 19:22; Ro.
1:26–27; 1 Co. 6:9) y el bestialismo (cf. Éx. 22:19; Lv. 20:15–16; Dt. 27:21).
d. Advertencia final contra la desobediencia de las leyes pactales (18:24–30)
18:24–30. Esta sección equivale a la sección de maldiciones de la concertación de un pacto.
Por causa de las cosas que se acababan de explicar (esp. vv. 19–23), Dios había planeado el
exterminio de los cananeos. Los israelitas desobedientes sufrirían el mismo castigo que sus
antecesores. La vívida imagen expresada con las palabras y la tierra vomitó a sus moradores
(vv. 25, 28) muestra cuán abominables (vv. 26, 29–30) eran esas prácticas a los ojos de Dios. El
cap. concluye como empezó: Yo Jehová vuestro Dios.
4. CONCLUSIÓN (27:34)
27:34. Como es típico de varias secciones de este libro, este cap. termina con una referencia
al autor divino, al mediador del pacto, el lugar (se implica que fue durante el tiempo que se
instaló el campamento en el monte Sinaí) y los destinatarios de estos mandamientos.
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
COMENTARIO
El orden de la lista no tiene mayor relevancia, excepto porque es evidente que las tribus se
acomodaron de la misma forma en el campamento que rodeaba al tabernáculo (2:2–31). Al
comparar esta lista con los hijos de Jacob de Génesis 29–30, se observa que Rubén y Simeón,
las primeras dos tribus de la lista de Números, son los dos hijos mayores que Jacob tuvo con Lea
(Gn. 29:31–33). Sin embargo, Gad fue el primer hijo de Jacob con Zilpa, sierva de Lea (Gn.
30:9–11). Judá fue el cuarto hijo de Lea (Gn. 29:35); Isacar fue el quinto (Gn. 30:17–18) y
Zabulón el sexto (Gn. 30:19–20). Efraín y Manasés eran, por supuesto, los hijos de José, el
primer hijo de Jacob con Raquel (Gn. 30:22–24). Benjamín fue el segundo hijo de Raquel (Gn.
35:16–18). Dan fue el hijo mayor de Jacob con Bilha, sierva de Raquel (Gn. 30:4–6); Aser fue el
segundo hijo de Zilpa, sierva de Lea (Gn. 30:12–13) y Neftalí el segundo hijo de Bilha (Gn.
30:7–8). Leví, el tercer hijo de Lea, no se encuentra en el censo de Números porque los levitas
estaban exentos del servicio militar.
La lista que encontramos en Números varía en cierto modo con el orden tradicional (e.g.,
como en Gn. 46:8–25, aunque Gn. 49:3–27 es diferente) especialmente en la colocación de Gad.
El orden de los nombres de Números 26:5–50 es idéntico al del cap. 1, excepto que en aquél se
coloca a Manasés antes que Efraín.
Una mayor dificultad se encuentra en lo exagerado de los números. El total de 603,550
concuerda con el dado en Éxodo 38:26 y se aproxima a la cantidad de hombres que participaron
en el éxodo (Éx. 12:37 calcula 600,000). Pero incluyendo mujeres y niños, el total debe haber
llegado a varios millones, ya que los que se consideran en el censo de Números solamente son
los varones de veinte años para arriba y que eran aptos para el servicio militar. Desde el punto
de vista humano, el problema es obvio: ¿Cómo pudieron organizarse tantos miles de personas,
mantener la unidad y viajar a través de desiertos, caminos angostos y terrenos difíciles? La
respuesta no estriba en la posibilidad de que el texto esté corrompido, ya que las mismas cifras
prevalecen a través de los registros.
Una sugerencia es que ʾelep̱, que se trad. como “miles”, debe entenderse como una unidad
social, equivalente a una casa o familia (cf. Jue. 6:15; 1 S. 10:19; Mi. 5:2; etc.). Entonces, éste
podría ser un término técnico que sugiere un número mucho menor. En tal caso, el total de
Rubén, por ejemplo (Nm. 1:20–21), sería de 46 familias más 500 individuos en lugar de 46,500.
Si cada familia de Rubén estuviera formada por 100 hombres, su total sería de 4,600 más 500
individuos o 5,100 en total. La mayor objeción a este punto de vista es que el gran total de las
tribus es de 603,550 lo cual, según ese sistema, significaría que en realidad eran 603 familias
más 550 individuos. Sin embargo, cuando todas las casas de las tribus se suman, llegan a un total
de 598 más 5,550 individuos; eso no concuerda con las cifras bíblicas.
Una segunda sugerencia es que ʾelep̱ en el texto hebr. sin vocales podría leerse ʾallûp̱, “jefe”
o “comandante”. Así que en el caso de Rubén, el número podría ser de 46 ʾallûp̱, más 500
hombres. El gran total sería de 598 ʾallûp̱ más 5,550 hombres. Pero una vez más, eso no
cuadraría con el total bíblico de 603 más 550. Por lo tanto, parece mejor interpretar lit. los
acontecimientos y las cifras y considerar el viaje y el abastecimiento para esa gran multitud
como parte de la provisión milagrosa del Señor.
3. LAS FRANJAS DE LOS VESTIDOS COMO AYUDA MNEMÓNICA PARA RECORDAR LA LEY (15:37–41)
15:37–41. Para recordar los mandamientos de Jehová, los israelitas debían usar franjas en
los bordes de sus vestidos y poner en cada franja de los bordes un cordón de azul pegado a
cada una de ellas. Esas franjas (cf. Dt. 22:12) servirían como ayudas visuales para recordar que
debían obedecer todos los mandamientos de Jehová. La palabra en hebr. que se trad. “franja”
es ṣîṣiṯ, la cual posiblemente proviene de la misma raíz que significa “brote”. Es probable que
esa franja tuviera la forma de una flor o pétalo que por razones desconocidas hasta hoy,
simbolizaban los vínculos del pacto que unían al Señor con su pueblo.
5. LA DERROTA DE OG (21:33–22:1)
21:33–22:1. El territorio ubicado al norte del río Jaboc estaba bajo el control de Og, otro de
los reyes amorreos. Esa zona también era conocida como Galaad y Basán, de sur a norte,
respectivamente. Cuando Og escuchó que Israel marchaba hacia el norte, salió a su encuentro en
Edrei (o Der‘a), que era una ciudad importante situada a 64 kms. al sureste del mar de Cineret.
Jehová intervino una vez más a favor de su pueblo por lo que vencieron y aniquilaron a Og y sus
tropas (cf. Dt. 3:1–11). Así que Israel tomó el control y ocupó toda la parte de Transjordania
comprendida entre el monte Hermón (Dt. 3:8) y el río Arnón hasta la tierra de los amonitas por el
oriente. Después de eso avanzaron sin impedimento alguno a los campos de Moab en
preparación para la conquista de Canaán (Nm. 22:1).
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Wenham, Gordon I. Numbers: An Introduction and Commentary, “Números: Una
introducción y comentario”. Downers Grove, Ill: InterVarsity Press, 1981.
Apéndice
Vista panorámica del Antiguo Testamento
Tabla de pesas y medidas en la Biblia
Tentaciones de Eva y Jesús
Concepto artístico del Arca de Noé
Cronología del diluvio
El mundo de Jeremías y Ezequiel
Familia de Noé
Familia de Taré
Viajes de Abraham
Canaán en tiempos de los patriarcas
Viaje de Abraham e Isaac al monte Moriah
Viaje de Jacob a Harán
Familia de Jacob
Cronología retroactiva de Salomón hasta José
Cronología de los patriarcas
Ancestros de Moisés desde Abraham
Advertencias, usos de la vara, y reacciones de Faraón a las plagas
Las plagas y las deidades de Egipto
Calendario de Israel
El pacto mosaico comparado con los acuerdos de vasallaje
Croquis del tabernáculo
Rituales de las ofrendas levíticas
Otros elementos de las ofrendas levíticas
Sacrificios rituales especiales
Los castigos del pacto
Arreglo de los campamentos tribales
Orden de marcha de las tribus israelitas
Extensión de los viajes de los espías en Canaán
Ofrendas suplementarias de granos y bebidas
Los reyes de los reinos asirios medio y nuevo
Relación de Moisés con Leví
Calendario de ofrendas
Repartición del botín entre los israelitas de los animales de los madianitas
Posible ruta del éxodo
Dimensiones de las ciudades asignadas a los levitas
Las seis ciudades de refugio
TABLA DE PESAS Y MEDIDAS EN LA BIBLIA
UNIDAD BÍBLICA EQUIVALENTE EN EL SISTEMA
MÉTRICO
PESOS
LONGITUD
codo 45 cms.
palmo 23 cms.
Aunque la información de esta tabla no es matemáticamente exacta, nos proporciona las cantidades y
distancias aproximadas. Las cifras se han calculado con base en que el siclo pesa 11.5 gramos, el codo
mide aproximadamente 45 centímetros y un efa equivale a 22 litros.
TENTACIONES DE EVA Y JESÚS
Tentación Génesis 3 Mateo 4
Poder y gloria “Seréis como Dios” (3:5) “Tendrás todos los reinos del
mundo” (4:8–9)
CRONOLOGÍA DEL DILUVIO
EVENTO FECHA REFERENCIA
La tierra se seca en 70 10. Noé avista tierra Primer mes, día 1* 8:13
días seca
Primer ciclo
Segundo ciclo
Tercer ciclo
mayo-junio Tercer mes: Siván Los primeros higos se 4. Siván 6: (50 días
maduran después de los
Se preparan los primeros frutos):
viñedos Pentecostés (Lv.
23:15–22)
PREPARACIÓN DE LA Desollado, El
OFRENDA particionad adorador
o y lavado normalm
(cf. 1:6, 12, ente lo
16–17) preparab
a de
anteman
o. El
sacerdote
separaba
una parte
para
memoria
l para ser
quemada
en el
altar
OFRENDA
VOTIVA:
por la
bendición o
liberación
concedidas
en
respuesta a
la oración
que
acompañab
a a un voto
OFRENDA
VOLUNT
ARIA:
para
expresar
una
agradecida
devoción
sin que
refiriera
una
bendición
específica
Derrota militar 4:10 26:17, 25, 33, 36–39 28:25–26, 49–52 8:33
1. Judá
2. Isacar
3. Zabulón
4. Rubén
5. Simeón
6. Gad
Tienda de reunión
y levitas
7. Efraín
8. Manasés
9. Benjamín
10. Dan
11. Aser
12. Neftalí
OFRENDAS SUPLEMENTARIAS DE GRANOS Y BEBIDAS
Enlil-nirari 1329–1320
Arik-den-ili 1319–1308
Adad-nirari I 1307–1275
Salmanasar I 1274–1245
Tukulti-Ninurta I 1244–1208
Asur-nadin-apli 1207–1204
Enlil-kudurri-usur 1197–1193
Ninurta-apil-Ekur 1192–1180
Asur-dan I 1179–1134
Asur-resha-ishi 1133–1116
Tiglat-pileser I 1115–1077
Ashared-apil-Ekur 1076–1075
Asur-bel-kala 1074–1057
Eriba-Adad II 1056–1055
Shamsi-adad IV 1054–1051
Asurnasirpal I 1050–1032
Salmanasar II 1031–1020
Asur-nirari IV 1019–1014
Asur-rabi II 1013–973
Asur-resha-ishi II 972–968
Tiglat-pileser II 967–935
Asur-dan II 935–912
Adad-Nirari II 912–889
Tukulti-Ninurta II 889–884
Asurnasirpal II 883–859
Samsi-Adad V 824–811
Salmanasar IV 783–772
Asur-nirari V 754–746
Senaquerib 705–681
Esarhadón 681–669
Asur-etil-ilani 626–623
Sin-Har-ishkun 623–612
Asur-uballit II 612–609
CALENDARIO DE OFRENDAS
HOLOCAU OBLACIÓ LIBACIÓN DE PAZ PECADO
STO N
En el
segundo día
después de
la Pascua
Ritual de Ritual de
expiación: expiación:
Nota: Ninguna ofrenda por la culpa se incluye en esta lista de ofrendas calendarizadas
regularmente. Para estudiar las ofrendas por la culpa, V. Lv. 5:14–6:7.
REPARTICIÓN DEL BOTÍN ENTRE LOS ISRAELITAS DE
LOS ANIMALES DE LOS MADIANITAS
(Nm. 31:25–47)