del Vedado, 17 de febrero de 2021, Fr. Léster Rafael Zayas Díaz Queridos hermanos y hermanas: Hace unos días atrás, me llegó a través de las redes sociales un artículo de un señor que dice ser periodista, a quien yo no conozco, no porque lo tenga que conocer, sino porque ya uno llega a una edad en la que hace también ascesis de lo que lee y lo que ve, a veces hasta por salud. Y aquel periodista, entre las muchas cosas que decía, supongo fruto de una imaginación calenturienta o tal vez fruto de una imaginación impulsada por mil razones (¿económicas?) necesita ampliar y buscar imágenes y formatos nuevos, aquel periodista decía que unos sacerdotes en Cuba habíamos utilizado el púlpito para decir no sé qué verdades. Hoy al iniciar la Santa Cuaresma parece claro que tanto el profeta Joel como el propio Jesucristo, en el Evangelio, nos están diciendo que el púlpito no puede ser utilizado, sino para decir verdades. Y la verdad tiene una característica, sobre todo en estos tiempos, la verdad es incómoda. La verdad es incómoda para el mentiroso porque le deja al descubierto. La verdad es incómoda para el violento porque le echa en cara su mal obrar. La verdad es incómoda para el egoísta porque le deja al desnudo ante la verdad que proclama la generosidad. La verdad es incómoda para el injusto porque la verdad y la justicia se besan, dice el salmo. La verdad es incómoda para el poderoso porque le dice al poderoso: no hay poder auténtico, sino aquel que está cimentado sobre la bondad y sobre la misericordia de Dios, y eso solo es posible si se está al servicio del prójimo. La verdad es incómoda para el tirano que olvida la expresión más auténtica de lo humano. El púlpito, efectivamente, solo puede ser utilizado para expresar la verdad. No la verdad del que busca la propia recompensa, lo cual sería absurdo. El profeta Joel no buscaba su propia recompensa. El Señor Jesús no buscaba su propia recompensa. La verdad expresada en el púlpito es solo la verdad que Dios pone en nuestros labios para decir mejor y de manera más cabal, la radicalidad del Evangelio. Al iniciar hoy la Santa Cuaresma el profeta Joel nos dice: convoquen el ayuno, invitación a la justicia. Que entre el atrio y el altar, lloren los sacerdotes. Arrepiéntanse de su mala vida y comiencen a obrar bien, es la verdad a la que nos invita la Santa Cuaresma. La Cuaresma nos invita, decíamos al iniciar la Eucaristía, a la conversión. No es cualquier conversión. Es la conversión que brota de dentro y que nos hace descubrir que hemos olvidado lo importante, que hemos prostituido nuestros principios, que hemos pactado a favor de los propios intereses con aquellas cosas que atentan contra el prójimo y contra Dios. Convertirnos es darnos la vuelta, ponernos de nuevo frente a Dios, y en categoría cristiana eso quiere decir una sola cosa: ponte de frente al prójimo, ponte de frente al débil, mira a los ojos del perseguido, mira a los ojos del marginado, mira a los ojos del débil, mira a los ojos de aquel que no cuenta. Esa es la conversión a la que nos invita el profeta Joel. Y es la conversión del corazón a la que se nos invita para que nuestra vida sea auténtica. Y en la misma categoría, en la misma línea, en la misma clave; nos habla Jesús hoy en el Evangelio. Nos dice cuál es el ayuno que Dios quiere. El ayuno que Dios quiere no es un ayuno externo. El ayuno que Dios quiere es aprender a marginar aquellas cosas que nos provocan el olvido de Dios y el olvido del prójimo. Por eso un sacerdote en el púlpito tiene que hacer ayuno; el ayuno de no hablar de sí mismo, de no pactar consigo mismo, de no cuidarse a sí mismo, tiene que ayunar de no protegerse a sí mismo para defender al prójimo. El cristiano auténtico tendrá que ayunar, una y otra vez, de la guarda de la propia vida, para defender la vida del prójimo. El propio Señor, en otro fragmento evangélico nos dirá: el que quiera guardar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí, y perder la vida por Él es perderla por el prójimo, es perderla por la humanidad, ese la va a ganar. Tenemos que dejar de cuidar nuestros propios chiringuitos, nuestros espacios de confort, para dedicarnos a la guarda de la verdad, la verdad del Evangelio, de la justicia y de la dignidad humana. El ayuno que Dios quiere, no es que esté permanentemente con los ojos puestos en mí para mostrar al mundo una vida cristiana bonita, una vida cristiana adornada con elementos exteriores. El ayuno que Dios quiere es que yo ayune de mentir, hoy que la mentira parece estar tan de moda. Que yo ayune de la calumnia, hoy cuando los medios de comunicación social utilizan la calumnia como un medio de autodefensa para defender pseudoverdades. El ayuno que Dios quiere es ayunar de desprestigiar al prójimo para defender pseudoverdades. El ayuno que Dios quiere es que yo no me monte en la comparsa de la injusticia, en la comparsa de la deshumanización, en la comparsa del egoísmo. El ayuno que Dios quiere es que yo jamás pisotee al prójimo. Dios quiere que ayunemos del olvido del prójimo. En donde hay cristianos que no hacen el auténtico ayuno que Dios quiere se desfigura el rostro de Cristo. Donde hay cristianos que ayunan como Dios quiere, y el ayuno que Dios quiere es que no olvidemos al prójimo, entonces en ese lugar donde hay un cristiano así, la injusticia tiembla. El ayuno que Dios quiere es que seamos capaces de dejar un poco a un lado nuestro ego, para abrirnos al don desmesurado del otro, al hermano, y al otro con mayúscula. Por supuesto, la Cuaresma tiene en definitiva esa doble dimensionalidad que tiene la cruz. Hacia arriba, hacia Dios, por supuesto. Pero no hay camino directo hacia arriba, no hay camino auténtico hacia arriba, no hay camino seguro hacia arriba por ese palo vertical de la cruz, sino se pasa primero por ese palo transversal de la cruz que nos hace amar al prójimo, buscar al prójimo. Como dirá un teólogo importante y místico: ¿Por qué tanto rodeo para llegar a Dios? Para llegar a dios tenemos que hacer un rodeo por el prójimo, no hay otra posibilidad. El ayuno al que nos invita la Santa Cuaresma es ese, ayunar de caminos erróneos que nos conducen, no a Dios, sino a los ídolos. Y hacer ese camino auténtico hacia Dios que pasa por el largo rodeo por el prójimo. El ayuno que Dios quiere es que dejemos de mirar para otra parte y aprendamos a mirar hacia lo verdaderamente importante, allí donde se escucha el clamor de Dios. Y el clamor de Dios se escucha allí donde hay un hermano nuestro que pasa hambre, y hay hermanos que pasan hambre. Y el clamor de Dios se escucha allí donde hay un hermano que está solo, y hay hermanos que están solos. Y el clamor de Dios se escucha allí donde hay ancianos abandonados, y hay ancianos abandonados. Y el clamor de Dios se escucha allí donde la justicia no se realiza y hay inmensos terrenos de injusticia a nuestro alrededor. El clamor de Dios se escucha allí donde no alcanza el salario ni la pensión para llegar a fin de mes, y hay un inmenso terreno a nuestro alrededor donde se escucha ese clamor. El clamor de Dios se escucha allí donde no alcanzan los nuevos salarios para poder vivir con dignidad, y hay a nuestro alrededor mucho terreno donde el clamor de Dios se escucha. Y el amor de Dios se escucha allí donde se cuece la vida en el afán diario y que nos invita a participar del afán diario allí donde nos reclama el clamor de Dios. Entonces, solo entonces, como dice el profeta Joel en la primera lectura y como dice el texto evangélico que hemos escuchado nuestro ayuno será sincero, nuestro ayuno será auténtico. Nuestro ayuno será auténtico, cuando efectivamente, ayune en mi vida de todo aquello que denigra al prójimo. Y a veces por defender la dignidad del prójimo, y a veces por respeto al prójimo, y muchas veces por amor al prójimo que es donde Dios habita, tendré que hacer muchas renuncias personales. Tal vez tendré que hacer muchas renuncias, tendré que renuncia a espacios televisivos porque allí se denigra al prójimo. Tal vez tendré que dejar de escuchar algún programa radial, no sé, aquí o allá o donde sea, porque se denigra al prójimo, y ese es al ayuno que Dios quiere. Tal vez tendré que dejar de escuchar las voces del mentiroso por excelencia, del demonio, dice el texto evangélico, o del vecino o del amigo o del pariente porque denigra la verdad del prójimo, y ese es el ayuno que Dios quiere. Y a lo mejor tendré que dejar de ver determinados espacios en Facebook o en Instagram o en Internet porque se denigra al prójimo, y ese es el ayuno que Dios quiere, que ayunemos de aquello que desfigura el rostro de Dios y el rostro de Dios solo se desfigura cuando se desfigura el rostro del prójimo. No hay otro camino hacia la Pascua que no pase por esa doble dimensionalidad de la santa cruz. El camino que nos dice: levanten la vista, miren lo importante, miren a Dios; pero que se hace imposible sin ese largo rodeo hacia la projimidad, por mi responsabilidad con el prójimo. Como diría aquel filósofo judío Emmanuel Levinas: Necesito mirar el rostro del otro para descubrir el rodeo necesario donde su fundamenta una ética auténtica, y una ética cristiana, aunque él era judío. Una ética cristiana auténtica me pide asumir mi responsabilidad con el prójimo. Por supuesto que las prácticas a las que nos invita la Santa Cuaresma son importantes, eso nadie lo niega. Pero serán vacías, sino hago ese otro ayuno más radical, pero que nos da fuerza. Ese al que nos invita la Santa Cuaresma, que es el ayunar de alimentos y abstenerme de carne y de determinados placeres corporales, etc., hacer muchas veces ese ayuno, solo tiene sentido si es para fortalecerme, para darme integridad en este otro ayuno que es más radical, que es ayunar de medios que atentan contra el prójimo. Efectivamente, la Santa Cuaresma nos invita a despojarnos, a despojarnos de qué, a despojarnos del hombre viejo. ¿Y cuál es el hombre viejo? El que piensa en sí mismo. ¿Cuál es el hombre viejo? El que calla con miedo frente a la injusticia. ¿Cuál es el hombre viejo? El que mira a otro parte egoístamente para no perder determinados privilegios. ¿Cuál es el hombre viejo? El que renuncia a su responsabilidad social. ¿Cuál es el hombre viejo? El que dice no pasa nada, no voy a cambiar nada. ¿Cuál es el hombre viejo? Aquel que frente a los que se esfuerzan a su manera, cada cual a su manera, para cambiar algo, entonces les desprestigiamos. Suele suceder cuando alguien nos muestra el valor que no tenemos, que nuestra primera posición sea desprestigiarlo. Cuando alguien nos muestra el valor que no tenemos, nuestra primera reacción suele ser la de sospechar, la de decir: ¡Por algo lo hará! ¡Seguramente le pagan!, como acostumbramos a decir. El hombre viejo es el que renuncia a la verdad y a la justicia. Definitivamente tienen razón algunos periodistas. El pulpito del cristiano, no solo el del sacerdote, el pulpito del cristiano es el de la verdad. El pulpito de todo cristiano es el de la verdad. El pulpito del cristiano es aquel donde se proclama el amor y la misericordia de Dios que no mira nuestro pecado, sino que nos impulsa a la transformación del mundo. El pulpito del cristiano, de todo cristiano, no es otro ni puede ser otro que el de Jesucristo el Señor, el de la cruz. Y sí efectivamente, el pulpito de todo cristiano tiene su paga, sí nos pagan. La paga del auténtico cristiano, la paga del auténtico sacerdote es la vida eterna. Sí nos pagan. Nos paga el pueblo santo de Dios que pide del sacerdote verdad., sí nos pagan. Le paga a un laico, ¿quién le paga a un laico?, le paga el testimonio de una vida digna, le paga el prójimo cuando le ve mostrar la verdad. Sí nos pagan. ¿Quién le paga a la monja comprometida con la justicia? Le paga Dios y le paga el prójimo, así le fuera mal. ¿Quién les paga a las Hijas de la Caridad en la Edad de Oro? Le paga Dios y le paga el prójimo. ¡Claro que le pagan! ¿Quién le paga al misionero laico comprometido con la verdad y contra la mentira? Le paga Dios y le paga el prójimo. ¡Claro que le pagan! ¿Quién le paga, en definitiva, al laico que renunciando a su propia integridad física, renunciando a privilegios, mantiene el testimonio de la verdad evangélica? Le paga Dios y le paga el prójimo. Lo que dice el Señor en el Evangelio: el que lo deja todo recibirá cien veces más, esa es la paga, la que nos invita la Santa Cuaresma. Le pedimos a Dios en esta Eucaristía que nos ayude a combatir bien el combate de la fe, a eso nos invita la Cuaresma. Que nos recuerde hoy, mañana y pasado, durante toda la cuarentena en preparación hacia la Pascua, que nos recuerde sí, que nuestra paga nos la paga al final, con la corona merecida que decía Pablo. Pablo sabía cuál era su paga, por eso una y otra vez dirá: he combatido bien mi combate, he corrido hacia la meta, he mantenido la fe y ahora me aguarda la corona de gloria merecida. Esa es nuestra paga. No hay otra paga a la que aspiremos los hombres y mujeres de fe que a la corona de espinas para poder compartir con aquel que es el Señor y el Maestro, nuestra vida. Que así sea
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