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El matrimonio más tóxico de Georgetown |

Gente | EL PAÍS
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David Alandete
Washington - 18 ago 2012 - 02:35 CEST
Albrecht Muth está pendiente de juicio por el asesinato de su mujer, la dama de alta
sociedad de Washington Viola Drath. SANDY SCHAEFFER-HOPKINS (CORDON PRESS)

Era imposible perdérselo, excéntrico caballero con aires de


melancólico hidalgo, vestido de militar, paseando por Georgetown
(Washington DC) cada mañana, puro en boca y fusta en mano. Hacía
sus paradas habituales, en Café Milano o Martin’s Tavern. Saludaba
a vecinos. Rememoraba sus años en Irak. Y regresaba a su casa, de
apariencia modesta, pero que escondía un comedor concurrido por
todo tipo de patricios de la nueva Roma imperial norteamericana,
que pasaban a verle a él y a su esposa, Viola Drath, 44 años mayor.

A las cenas de la extraña pareja acudieron embajadores de Barack


Obama, jueces del Tribunal Supremo e incluso el anterior
vicepresidente, Dick Cheney. Hubiera sido la historia de un
matrimonio de conveniencia cualquiera, en una ciudad obsesionada
por las influencias y el poder, si no fuera porque acabó en homicidio
y ese circunspecto militar, Albrecht Muth, de 48 años, se descubriera
como una versión de opereta del Gran Gatsby, con sospechas ahora
de que sus manos están manchadas de sangre.

Se conocieron en 1982, cuando él no había cumplido los 20 y ella


superaba los 60. Drath era una periodista que colaboraba con
publicaciones alemanas. Muth, becario en la oficina de un senador.
Fascinado por la distinción de la escritora, la invitó a cenar.

Tomaron vino, charlaron sobre política, prometieron verse.


Entonces aún vivía el primer marido de Viola, Francis, al que todo el
mundo llamaba coronel.

En 2002, tras darle otra paliza, él se enamoró de un hombre. La


vida abiertamente gay le duró poco y pronto regresó a Viola y
la espiral de abusos

El coronel era, de hecho, un veterano de la II Guerra Mundial, y de la


ardua batalla de las Ardenas. En la Alemania derrumbada en la
posguerra se quedó prendado de la joven Viola, rubia y radiante,
dramaturga aficionada al arte. Él necesitaba traductores, y Viola
poseía un inglés sin mácula. Se la llevó a Nebraska, donde se hallaba
su hogar. Ella, siempre inquieta, comenzó a escribir para revistas
alemanas. Languideciendo en las Grandes Llanuras, Viola soñaba
con viajar al Este, para cubrir eventos de moda y actualidad en
Nueva York. Finalmente, en 1968, el coronel aceptó un alto puesto en
una agencia del Gobierno.

En Washington, a Viola se le abrieron las puertas para escribir en


revistas y diarios. Acudía a ruedas de prensa, cócteles e
inauguraciones. Le apasionaban el arte y la política. Como era casi
obligatorio en una dama de su condición, su marido acabó
instalándola en Georgetown, en una coqueta casa de color amarillo.
En aquel hogar, dirían sus hijos, pasó Viola los mejores momentos de
su vida, y aquella casa sería la cárcel y el cadalso en el que, según los
fiscales, la asesinaría su segundo marido.
Para cuando Viola Drath (aquí, en una imagen de archivo) supo de la
homosexualidad de su marido ya era adicta a sus delirios. La policía la
encontró asfixiada y golpeada hasta la muerte en su casa de Georgetown el 12 de
agosto de 2011. JAMES R. BRANTLEY (AP)

El coronel falleció en 1986. Viola quedó a su suerte, habiendo


aprendido a hacer muy pocas cosas aparte de escribir. Sola y

desorientada, vio como una salvación la reaparición del joven Muth


en su vida. Este volvió a llamarla meses después de la muerte del
coronel. Se veían a diario. Tomaban té. Discutían de política. Un día,
después de tres años de cortejo, Muth apareció tocado con un
esmoquin y con una botella de Moët & Chandon en la mano. Se
arrodilló y le pidió que se casara con él.

Desde entonces, Muth, nacido en Alemania, se empeñó, muy a fondo,


en frecuentar las élites sociales y políticas de Washington. Su esposa
le ayudó en ello. Los contactos que ella había adquirido a través de
su difunto marido serían ahora suyos. Muth se pasó dos décadas
paseando ideas, que eran más delirios de grandeza que proyectos
realistas, por despachos de todo Washington. La única que cogió algo
de fuelle fue el llamado Grupo de Personas Eminentes, que fundó en
1999 y cuya pretenciosa labor era asesorar al secretario general de
las Naciones Unidas.

La primera paliza de la que se tiene constancia es la de 1992.


Entonces Muth fue condenado por abusos a su mujer. Sería solo el
primero de muchos altercados. Viola siempre volvía a sus brazos, o
al menos a vivir con él, y a discutir de política hasta altas horas, cada
uno en una de las camas separadas de su casa de Georgetown.

En algunas ocasiones, la verdad, difícil de encontrar en esta historia


rimbombante, salía a relucir en su esplendor. En 2002, después de
otra paliza, el marido conoció a un hombre, se enamoró de él y se
fue. Aceptó un trabajo en el hotel Embassy Suites de Georgetown, un
escaparate de turistas europeos. Le duró poco la vida de feliz
hombre abiertamente gay. Pronto regresó a Viola, para volver a caer
en la espiral maldita de recepciones y abusos.

En 2006, después de una de las agresiones más graves, en la que


llegó a golpearle repetidamente la cabeza contra el suelo, Muth
abandonó de nuevo a Viola, parecía que definitivamente, y

desapareció del mapa. Reapareció por correo electrónico, enviando


sesudos informes con una vistosa data en cada una de sus misivas:
“Villa Zarathustra, Sadr City, Irak”. Sostenía Muth que había sido
contratado como asesor del líder chiita Muqtada al Sadr, y que tenía
en su agenda poner punto y final a la guerra de Irak.

Se hallaba en realidad en Miami, donde trabajó como empleado de


un hotel. Su mujer parecía saberlo, como sabía de su
homosexualidad, pero era ya adicta a sus delirios. Finalmente, le
permitió que regresara a casa en 2008, para iniciar un nuevo ciclo de
mentiras y abusos. Muth se volvió aún más excéntrico. Fue entonces
cuando se enfundó en el uniforme militar y se hizo pasar por alto
oficial del Ejército iraquí.

Muth se volvió cada vez más excéntrico, hasta enfundarse el


uniforme de alto oficial del Ejército iraquí, con el que se
paseaba por Georgetown

Según la policía, el 11 de agosto de 2011, Muth tuvo una cita con un


hombre paquistaní al que conoció en Internet. Quedaron a tomar
algo y pasaron por casa de unos amigos. Muth acabó completamente
ebrio, tan incapacitado que le tuvieron que dejar a la puerta de su
domicilio. A la mañana siguiente fue a dar su rutinario paseo,
disfrazado de general iraquí. Al volver, llamó a la policía y notificó
que su mujer, de 91 años, se hallaba inconsciente en el baño.

Pronto los forenses determinaron que la muerte no fue natural. El


cartílago en el cuello del cadáver estaba fracturado. Tenía una uña
rota y heridas en la cabeza Viola había sido asfixiada y golpeada
rota y heridas en la cabeza. Viola había sido asfixiada y golpeada
hasta la muerte. Muth tenía arañazos en la cabeza. La casa se
declaró escenario de un crimen. La policía la clausuró. Y Muth
durmió unos días en un parque cercano. Hasta entonces había
subsistido con una asignación mensual de 1.800 dólares que le había
concedido su mujer. Ahora no tenía nada. Se presentaron cargos. Se

le ingresó en un hospital psiquiátrico, en el que los médicos le


declararon, dado su historial, incapacitado mentalmente para ser
juzgado. Y allí se halla ahora, lejos de sus paseos y de sus
concurridas cenas, a la espera de un juicio que comenzará entre
diciembre y marzo.

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