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Viernes, 24 Noviembre 2017 11:32

La necesidad de divulgar
Lluís Montoliu

Lluís Montoliu en una reciente charla de divulgación científica en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, dentro de las
actividades de la semana de la ciencia en Madrid-2017.
Alejandra Galindo (SEBBM)

Una frase por todos conocida y que ha hecho fortuna, porque es esencialmente cierta, es la de “Sin
ciencia no hay futuro” (creada por el periodista y divulgador científico Antonio Martínez Ron). A mí me
gusta añadir, tras dicha frase, que “… y sin divulgación la sociedad no se entera de lo que hacemos
los investigadores”. En efecto, soy de los convencidos de que la divulgación científica es casi tan
importante como nuestro trabajo como investigadores, creando, desarrollando y completando
proyectos científicos. Esto es especialmente relevante para todos aquellos que realizamos nuestra
labor investigadora desde centros públicos de investigación, como el Centro Nacional de
Biotecnología, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. La divulgación debería estar entre
nuestras obligaciones para con la sociedad, que es quien paga nuestros sueldos, que derivan del
tesoro público. Deberíamos ser capaces de poder contar, de saber explicar lo que hacemos, en
palabras llanas, simplificando y obviando los detalles más técnicos, pero sin perder un ápice de rigor.
Yo suelo decir en mis charlas que si alguien no es capaz de explicar a una persona cualquiera de la
calle lo que hace y por qué lo hace probablemente debería preguntarse si debería estar haciéndolo.

La sociedad repetidamente sitúa a los científicos en los primeros puestos de la lista de profesiones
con más crédito o prestigio. Este hecho es un privilegio que deberíamos tener siempre muy presente,
para agradecer y retornar a la sociedad la confianza que depositan en nosotros en forma de
actividades divulgadoras. Por ejemplo, frecuentemente los colectivos científicos manifestamos, de
forma directa o indirecta, nuestro desacuerdo, hartazgo o fastidio con determinadas normativas que
nos imponen desde la administración, o con los repetidos recortes y falta de fondos destinados a la
investigación para abordar proyectos o para contratar a personas que quieran y puedan dedicarse a
vivir dignamente de esta profesión. Y, a veces, en estas ocasiones, cuando somos nosotros los que
pedimos a la sociedad que nos entienda, que nos apoye y se solidarice con nuestras reivindicaciones,
nos sorprendemos cuando quizás no encontramos la comprensión esperada o no logramos transmitir
la importancia de por qué nosotros (y no otros colectivos de la sociedad, también con problemáticas
similares) deberíamos recibir una atención especial por parte del Gobierno. De nuevo es aquí donde
la divulgación vuelve a ser una actividad necesaria. Antes de pedir debemos dar. Debemos aportar a
la sociedad nuestra capacidad para entender la naturaleza, nuestros conocimientos sobre la salud y
enfermedad, nuestra comprensión del entorno, del universo, y humildemente compartir lo que ya
sabemos, y lo que todavía ignoramos, con la sociedad. /
Siempre es importante colocar cualquier avance o descubrimiento en su sitio adecuado. Ayudar a la
sociedad a entender, con nuestra divulgación, qué es importante y qué no lo es. Sin nuestra ayuda
corremos el riesgo de que determinados hallazgos, realmente relevantes, no sean adecuadamente
percibidos por la sociedad (por ejemplo, la revolución biológica actual tras las nuevas herramientas
CRISPR de edición genética). O, por el contrario, sin nuestra intervención podemos implícitamente
conceder un crédito que no merecen algunas propuestas pretendidamente terapéuticas (por ejemplo,
la homeopatía).

Un científico nace y se hace. Yo creo que es necesaria una vocación, que muchos compartimos, para
dedicarse a esta maravillosa profesión, repleta de años de problemas, dificultades y decepciones,
pero ilustrada con segundos de gozo y satisfacción cuando uno tiene el placer de disfrutar un
momento ¡eureka!.

Un divulgador se hace. Nadie nace sabiendo contar historias. Como en muchos otros aspectos de la
vida, hay que aprender a divulgar. Evidentemente hay gente con talento innato, que divulgan por
doquier, y otros que lo compensan con trabajo y tesón. No es evidente ni sencillo. Hay que reflexionar
sobre ello y pensar qué vamos a transmitir y cómo lo vamos a transmitir, teniendo siempre presente la
audiencia a quien nos dirigimos. Es esencial conocer a quien vamos a hablar, qué tipo de personas
son los destinatarios de nuestra divulgación, y saber adaptar los contenidos. No es lo mismo hablar a
una audiencia mixta de gente de la calle que a un grupo de pacientes de una determinada
enfermedad, o a un grupo de menores escolares.

A la hora de divulgar, hay un elemento creo que es siempre muy importante. Cuanto más uno sabe de
un tema más es capaz de divulgar y de adaptar los conocimientos sobre ese tema a cada tipo de
audiencia. El ejercicio de simplificación, de buscar metáforas adecuadas que ayuden a entender los
conceptos complejos, requiere una abstracción, solo posible desde el conocimiento franco y profundo
de un tema. Lo cual conlleva una recomendación implícita importante, a mi entender. No es posible
divulgar de cualquier tema. Hay que aprender a decir que no, a rechazar propuestas de divulgación
sobre temas distantes de la investigación que uno desarrolla, en los que la falta de un conocimiento
básico sobre el mismo nos pueda llevar a simplificar en exceso y trasladar a la sociedad conceptos
erróneos.

/
Lluís Montoliu con una niña con albinismo oculocutáneo. Fotografía de Ana Yturralde.

Yo llevo divulgando ciencia prácticamente desde que regresé a España, tras mis años en Alemania
como investigador postdoctoral. En los más de 20 años que llevo trabajando en el CNB han sido
múltiples las ocasiones que he tenido de divulgar sobre los temas que nos interesan en el laboratorio
o sobre temas relativamente cercanos. Pero si tengo que buscar en mi memoria un momento especial
en mi carrera divulgadora lo tengo claro. Fue hace 12 años. En enero de 2005 un padre de familia de
Alicante me envió un mensaje electrónico pidiéndome ayuda e información sobre la condición
genética de su hijo, una persona con albinismo. Esta es una condición poco frecuente en la población
que llevo investigando desde antes de incorporarme a este centro. Tengo la suerte de poseer
conocimientos informáticos que me permiten trasladar fácilmente, y actualizar regularmente, páginas
web en las que compartimos todo lo que hacemos en el laboratorio. Estas mismas páginas suponen
nuestra ventana al mundo real, a la que acuden personas interesadas en conocer más detalles de
nuestra investigación. A través de nuestras páginas sobre albinismo, una condición genética que
cursa con una discapacidad visual severa, más allá de las obvias alteraciones pigmentarias, es como
llegó este padre a nosotros. Y solicitó algo sencillo, pero que sin embargo les había sido negado
hasta entonces, que alguien le explicara qué le pasaba a su hijo, y qué podía hacerse para mejorar,
aliviar o curar esta condición genética rara.

Por supuesto acepté el reto, y me fui encantado para Alicante con mi presentación habitual sobre
albinismo, sobre la que ya pensaba obviar detalles técnicos para aligerarla. Pero mi bautizo de fuego,
mi sorpresa mayúscula fue descubrir que no solamente estaba hablando a ese padre, sino a muchas
otras familias con hijos e hijas con albinismo, igualmente interesadas, y también a muchas personas
con albinismo, jóvenes y adultas, que se habían acercado también a escuchar mi charla. Allí mismo,
sobre la marcha, tuve que cambiar mentalmente mi charla, tratando de encontrar la manera de hablar
sobre una condición genética no a la Sociedad en general, como ya había hecho anteriormente, sino
directamente a los pacientes de la misma, a las personas afectadas. Algo que nunca antes había
tenido ocasión de hacer, y toda una responsabilidad. Claro, cómo le vas a contar a una persona con
albinismo lo deficitario de su visión cuando ella es la primera en constatar esta discapacidad visual.
Tuve que buscar y encontrar las palabras adecuadas y adaptar mi charla, que ya tenía simplificada, a
una realidad, a una audiencia de personas con albinismo. Ahora puedo confesar, desde la distancia,
que lo pasé mal, aunque intenté disimularlo, y creo (por los comentarios de aquellos padres y madres,
de aquellas personas con albinismo, ahora muchos de ellos amigos y compañeros de la asociación
ALBA de ayuda a personas con albinismo, que fundaríamos un año más tarde) que mínimamente lo
conseguí. Tras ese primer seminario inesperado vinieron muchos otros y, con el tiempo, con la
experiencia de ir aprendiendo a adaptar los resultados de nuestra investigación a contenidos de fácil
comprensión, me enganché de forma ya irreversible al carro de la divulgación. Nuestra labor principal
es investigar. Pero, a continuación, nuestra siguiente tarea, igualmente importante, es la de divulgar
sobre lo que investigamos.

Hay muchas formas de divulgación. Divulgar es impartir charlas con contenidos asequibles a la
comprensión por parte de miembros de nuestra sociedad no necesariamente versados en los temas
científicos. Divulgar también es escribir textos, artículos, entradas en blogs, libros sobre los temas en
los cuales consideramos que podemos contribuir a ayudar a comprender esos temas. Y, finalmente,
divulgar también es atender a los medios de comunicación (prensa, radio, televisión, podcasts,…)
cuando acuden a nosotros solicitando nuestra ayuda para explicar, para contextualizar la relevancia
de algún descubrimiento científico, ya sea realizado por nuestro laboratorio o por otros, dentro o cerca
de nuestro tema de trabajo. Y ahí es importante respetar también la labor del periodista. De la misma
manera que el periodista confía en nosotros cuando emitimos una opinión sobre un tema del que nos
consideramos expertos y no cuestiona lo que decimos, debemos también aprender a respetar, a
aceptar y confiar en él/ella cuando resume y simplifica lo que le contamos, y lo adapta de nuevo a su
audiencia, a sus lectores, oyentes o televidentes. No debemos exigir revisar a priori cómo el periodista
va a presentar nuestras opiniones, dentro del artículo, cuña o pieza que haya preparado. Aunque sí /
debemos estar atentos a cómo se publica o aparece la noticia o el comentario, para solicitar las
correcciones o precisiones oportunas que creamos sean necesarias. Y, si no quedamos satisfechos,
siempre tenemos la posibilidad de negarnos a comentar cualquier otra noticia con ese periodista o
ese medio que creemos no ha trasladado adecuadamente lo que le contábamos y se ha negado a
corregirlo. De la misma manera que el periodista tiene la posibilidad de no volver a llamarnos si no
queda convencido del grado de conocimiento sobre el tema que nosotros creíamos tener. Es una
relación de respeto mutuo.

Termino el artículo invitando a todos mis colegas a divulgar, siempre que tengamos ocasión y de la
mejor de las maneras que sepamos. A los que ya lo hacen, muchas gracias, felicidades y
enhorabuena. Este es el camino que tenemos que seguir. A los que todavía no lo hacen, pero les
gustaría hacerlo, y creen no ser capaces de hacerlo bien, tranquilizarles y animarles a empezar. Todo
se aprende, también a divulgar. En mi opinión no hay nada más emocionante y gratificante en nuestra
profesión que compartir el conocimiento y percibir como otras personas entienden mejor el mundo
que les rodea gracias a nuestras explicaciones. Y, finalmente, a los que no divulgan ni tienen previsto
hacerlo, y además consideran que es una pérdida de tiempo, decirles que creo que, en mi humilde
opinión, están equivocados. Que no se sorprendan si en algún momento la sociedad nos da la
espalda y no simpatiza con nuestras demandas, sin antes haber sido capaces de trasladarle la
relevancia de nuestros experimentos. Recordad: debemos dar antes que pedir.

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