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Las respuestas sensoriales suelen están bien organizadas en las recién nacidas.

Las niñas tienen mayor sensibilidad al sabor, más actividad bucal, y más
implicación de la lengua durante la alimentación, así como mayor sensibilidad táctil
en general (Korner, 1973, 1974). Así, una madre puede encontrarse con que la
excitación óptima para su hija se produce con el manejo más delicado y que la
bebé responde especialmente bien al consuelo oral. Los infantes femeninos a las
12 semanas son más sensibles que los niños a las señales auditivas. Moss (1967)
halló que a las niñas se les habla más que a los niños. Las bebés que fueron
tocadas, con quienes se vocalizó, a quienes se sonrió y con las que se jugó
obtenían una puntuación más alta en el MDT de Bayley, mientras que los niños
con madres que interactuaban muy activamente puntuaban menos.

Las madres tienen una mayor tendencia a mantener la proximidad física con las
niñas de seis meses que con los niños de la misma edad (Goldberg y Lewis,
1969). Al final del primer año, la feminidad está bien establecida en el interjuego
social recíproco entre el infante y la familia (Fast, 1979). Las niñas pasaron más
tiempo en contacto físico real con sus madres en situaciones de free-lay (Messer y
Lewis, 1970). Cuando eran separadas de sus madres mediante una barrera
artificial, en lugar de explorar activamente modos de rodearla o escalarla, las niñas
tienen más tendencia a mostrar angustia y la necesidad de ser rescatadas, por
ejemplo llorando y alzando los brazos en un gesto de llamada (Korner, 1974).

Entre los 18 y los 24 meses, tanto los niños como las niñas experimentan un
incremento en la conciencia y sensación genital y perineal (Roiphe, 1968;
Kleeman, 1975; Ámsterdam y Levitt, 1980; Roiphe y Galenson, 1981). Este
periodo es una época de gran actividad y desafíos evolutivos. El mayor control de
esfínteres y  el aumento de la sensación anal uretral invitan a interacciones y
luchas reguladoras. El niño pequeño tiene cada vez más movilidad y capacidad de
exploración y a menudo atraviesa crisis de apego al alejarse de los cuidadores
(Mahler, Pine y Bergman, 1975). Creemos que la actividad masturbatoria que
desencadena los estados de excitación sexual en el periodo de los 18 a los 24
meses es responsable de consolidar tanto la imagen y la función de los genitales
de ambos sexos en identidad de género y rol de género. La identidad de género
se fija firmemente, probablemente de forma inmutable, por este punto. Las niñas
son niñas, tanto a los ojos de los cuidadores como en conciencia propia. Muchos
aspectos del rol de género ocupan su lugar sólidamente. La feminidad de los
gestos, los movimientos y la conducta interaccional están bien establecidos. Al
comienzo del segundo año, los niños y las niñas mirarán con más detenimiento
fotografías de niños del mismo sexo, y apartarán con más rapidez las de niños de
distinto sexo (Brooks y Lewis, 1974). Durante el tercer año, pueden hallarse
numerosas observaciones relativas al papel de género. Tanto los niños como las
niñas de esta edad reaccionan más consistentemente con angustia ante la
observación de genitales del otro sexo. Parens (1979) halló que a los 3 años de
edad, los niños están generalmente preparados para perseguir a las niñas, que
escapan hacia sus madres, chillando y sonriendo. A esta edad, las niñas, ante la
visión de un bebé, expresarán ooh y ah con placer y manifestarán el deseo de
abrazar, tocar y alimentar al infante, mientras que los niños generalmente
reaccionarán con indiferencia.

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