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A partir del siglo VIII, el lento pero continuo crecimiento económico y la expansión
territorial de los reinos y condados cristianos del norte de Al-Andalus conllevó la
incorporación de la Península Ibérica a la dinámica general de las sociedades feudales
europeas y dibujó el mapa político de la Península con el que se iniciaría la época
moderna.
La capital del reino astur se encontraba en Cangas de Onís, pero pronto fue trasladada a
Oviedo y, poco después, en 910, el rey García I la llevó hasta León. Así se constituyó el
reino de León. Para entonces el reino astur-leonés ya había alcanzado una extensión
considerable.
En la parte más oriental del reino, llamada Castilla desde el siglo IX, se construyó un
condado, cuyo primer conde fue Roderico de Álava.
En todas partes el rey lo era por la gracia de Dios y su proclamación tenía lugar en una
ceremonia religiosa, durante la cual era ungido y dotado con los símbolos de su
autoridad: la corona, la espada, el cetro, el manto púrpura y el trono. La ostentación de la
corona iba asociada a un conjunto de derechos exclusivos que los distinguían del resto
de los miembros de la nobleza.
La creación de la cancillería favoreció la asunción por parte de los juristas reales de los
principios del derecho romano y la confesión de un corpus jurídico que reforzó la
autoridad de la Corona.
La Corona de Aragón era una institución política y territorial formada por Aragón,
Cataluña y, desde 1245, Valencia. Los tres territorios tenían el mismo rey, pero cada uno
mantuvo sus leyes y sus propias Cortes.
LA CREACIÓN DE LA MESTA
Para conseguir pastizales, en verano los pastores debían mover los rebaños desde las
tierras bajas hasta los pastos de altura del Sistema Central y el norte de la Meseta.