Cuando te despidas no olvides dejarme un beso en la frente, que tengo miedo de
que, en estos tiempos en que la muerte tiene nombre y número, te alcance la fría mano del mensajero de un sueño eterno y te lleve con él a donde el olor a tinto y perfume en la madrugada, queden sentenciados a disolverse entre el olvido. Ya sé que nunca pronuncio tu nombre acompañado de una palabra que exprese algún sentimiento cautivo, no es porque no quiera o pueda, es solo que tus fuertes manos moldearon una pequeña versión de ti, una imagen de ti. Es por eso que ahora que te veo con los parpados caídos y las manos temblorosas solo atino a tocar tus cabellos y decirte que todo estará bien, que siempre hiciste lo correcto. Quisiera de verdad encontrar una llave que encaje en el candado de esta celda que no me deja gritar libre, sentir libre, llorar libre. La gracia se confunde entre la desdicha y tu benevolente mirada me exhorta a no sentir culpa por cualquier injuria, cualquier agravio, cualquier defecto. Yo me elevo entre cometas del pasado, cometas de agosto, viajes de noviembre, velas, canciones de Leo dan y Leonardo Favio; y llego al momento justo donde te creí mi Virgilio, mi Sócrates, mi Cronos, mi todo. Que profeta tan errado fuiste, que ni tan siquiera acertaste en decirme que los días duelen y que el opio borra las cicatrices que te deja la vida. Sin embargo, aquí en este cuarto con paredes sin color, está un altar con tu nombre, con tu aroma, con tu carácter. Recuerdo que tus palabras se extendían por inviernos y fines de semana, palabras transformadas en heridas, laceraciones provocadas por un actor en un acto circense, labor que nadie te enseñó a hacer, con un libreto que nadie se percató en leer. Pudiese corregir yo hoy esas líneas pero ambos estamos cansados, ya la tregua la hicimos cuando me convertí en hombre y tú en sensato. A qué aludir ahora sino es a las tardes de bicicleta, los ríos de octubre y las cenas con un poquito de coñac. Qué otra cosa tiene sentido, si las huellas de un niño triste se borraron en la arena y dieron paso firme al orgulloso hombre que llamas hijo. Alguna vez leí la nota de otro como tú, que perdió en la guerra, en la más horrible, creo, con todo y eso de que todas son diferentes y la misma, algo más que las ganas de vivir, “la gente suele hacer lo correcto, cuando lo correcto es lo más fácil de hacer”, dijo. Pues bien, lo más difícil será que le pida a alguien, si es que de verdad existe algún arquitecto, que si te despides con un beso en la frente, como los que me dejabas junto a monedas de cobre para el desayuno, sea pronto, antes de que yo me vaya; porque sé que sospechas que la noche larga está encima y no quiero que tu postergada vida te obsequie otro desconsuelo. La hora en que te vayas, será el día en que abrace de nuevo tu cuerpo y te dedique un susurro que llegue hasta donde te haya llevado el más incomprensible de los misterios. Te diré que si madre es dios en los labios de un niño, tú para mí fuiste mucho más que eso.