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resión en la profesión veterinaria: trastorno mental y

abandono

Las malas condiciones laborales y la presión a la que se enfrentan los veterinarios


diariamente provoca que muchos abandonen la profesión y desarrollen trastornos mentales
como ansiedad o depresión

Recientes estudios han puesto de manifiesto que la tasa de suicidio entre los veterinarios es
mayor que la de la población general —más de tres veces, según la Asociación Americana
de Medicina Veterinaria—. Las razones son varias, desde el síndrome del profesional
quemado o ‘burnout’ provocado por la presión laboral, pasando por la fatiga por
compasión que genera el hecho de que los veterinarios tengan que recurrir en algunas
ocasiones a la eutanasia.

La psicóloga sanitaria Pilar Guijarro que ha realizado recientemente una encuesta


encargada por la Unión Sindical Veterinaria de Madrid para conocer la salud psicológica de
los veterinarios, ha explicado en declaraciones a Animal’s Health que España no es una
excepción.

La principal razón esgrimida por la psicóloga de que los veterinarios españoles sufran
trastornos psicológicos como ansiedad, estrés o depresión es la falta de regulación en el
sector de las clínicas. “No hay regulación, no tienen convenio”, apunta Pilar, que añade que
debido a esto se incumplen los contratos.

En la misma línea, apunta, que debido al exceso de egresados, la oferta es grande y “si te
vas de un trabajo al dueño de la clínica no le importa, porque sabe que va a tener esperando
a diez”, lo que incrementa la inseguridad laboral y la presión.

Y es que la psicóloga lamenta, en resumidas cuentas, que debido a la falta de legislación el


empresario puede “hacer lo que le da la gana con ellos”, ya que no existe normativa básica
como salario mínimo ni tablas salariales.
“Algo tiene que cambiar. A mi consulta vienen muy mal: con síntomas graves de ansiedad,
como insomnio, taquicardias o falta de apetito”, relata Pilar, que enumera entre las causas
la elevada carga de trabajo, y la falta de apoyo y coordinación con los superiores.

En este punto la psicóloga explica que en el ámbito de las profesiones sanitarias —y la


veterinaria no es una excepción— se toman continuamente decisiones complicadas, y los
profesionales, en muchas ocasiones, no pueden consensuarlas con los dueños de las clínica,
ya sea por ausencia o por otros motivos.

Debido a esto, existe “un temor” a las consecuencias que pudieran tener estas decisiones
“importantísimas” que tienen que tomar, como, por ejemplo, la eutanasia. Decisiones que Pilar
considera que “no deberían tomarse en solitario, ni debería recaer la responsabilidad
solamente en una persona”. “Ocurre en ocasiones que el jefe llega y dice: ‘¿cómo se te ha
ocurrido hacer esto?’”, explica, y añade que “el estrés es precisamente eso: variables que no
puedes controlar”.

Todo esto lleva al síndrome del trabajador quemado o ‘burnout’. “Están muy quemados, y
muchos dejan la profesión”, asegura la psicóloga, que afirma haber tratado a veterinarios que
se niegan incluso a hablar de su propia profesión.

“Abandonan porque sienten una indefensión, y no es porque los veterinarios sean más
débiles, sino por las condiciones laborales”, explica Pilar, que señala que sus pacientes no
suelen contar con historial previo de patologías mentales.

De hecho, afirma que lo que termina desembocando en este abandono es el tener que
enfrentarse todos los días a “un estado de inseguridad a todos los niveles”. “Es normal que el
cuerpo y el cerebro respondan: es una defensa frente a lo que les está pasando”, incide.

EUTANASIA Y SUICIDIO

Aunque la principal razón esgrimida por la psicóloga es la presión laboral, también existe una
presión social, común a todas las profesiones sanitarias, y a esto no ayuda que la profesión
veterinaria esté cada vez menos reconocida. “Antes el veterinario del pueblo era una
eminencia, junto con el médico y el profesor, y ahora, en las ciudades, ya no”, apunta Pilar,
que señala que en los núcleos urbanos existen expectativas demasiado altas de cómo debería
comportarse un veterinario.

Además, sumado a esta presión social común a las profesiones sanitarias, los veterinarios
deben de sobrellevar una carga adicional, gestionar el sacrificio de animales con
enfermedades terminales.

“Se tienen que enfrentar a valores sociales que deberían de ir entrando en desuso: esa idea
de salvar la vida por encima de todo incluso aunque signifique generar sufrimiento”, apunta la
psicóloga, que explica que, aunque la decisión siempre corresponde al propietario, en muchas
ocasiones solo proponer la eutanasia es “como cometer un crimen”.
Además, existe también justo el caso contrario, que los dueños soliciten el sacrificio de un
animal que todavía tendría oportunidades de recuperarse. “Al final tienen una relación con la
muerte, y ejercen en una línea muy fina, y eso pasa factura”, incide.

De hecho, la psicóloga señala que ha conocido casos en veterinarios que llevan mucho tiempo
ejerciendo que empiezan a “desenfocar” su concepción de la muerte debido a la adaptación
emocional que han tenido que desarrollar durante años como mecanismo de supervivencia.
“Terminan viendo la muerte como algo normal, y eso tampoco es una idea correcta”, añade.

Este tipo de presiones, en los casos más extremos, terminan desembocando en el suicidio.
En este punto, Pilar apunta que, aunque en España no hay datos de suicidio por profesiones,
ya que es un tema que “está vetado" a todos los niveles, existen datos de otros países en
los que sí se habla abiertamente de tasas de suicidio, y en los que el índice en la profesión
veterinaria tiende a ser muy alto.

Una de las razones es que estos profesionales tienen fácil acceso a medicamentos para
“provocar y provocarse la muerte”. Es por esto por lo que Pilar aboga por la existencia de un
protocolo para estos medicamentos similar al que existe en los hospitales, donde los
eutanásicos están bajo llave y pasan por un control exhaustivo.

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