Está en la página 1de 37

Elfriede Jelinek

NO IMPORTA
UNA PEQUEÑA TRILOGÍA DE LA
MUERTE
MACHT NICHTS

Spanisch von Carmen Gómez Garcia,


Madrid 2003

Alle Rechte vorbehalten, insbesondere das der Aufführung durch Berufs- und Laienbühnen,
des öffentlichen Vortrags, der Verfilmung und Übertragung durch Rundfunk und Fernsehen.
Das Recht der Aufführung ist rechtmäßig zu erwerben vom:
All rights whatsoever in this play are strictly reserved. No performance may be given unless
a licence has been obtained. Application for performance etc., must be made before
rehearsals begin, to:

Rowohlt Theater Verlag, Kirchenallee 19, 20099 HamburgTel: 040-7272270, Fax:


040-7272276, E-mail: theater@rowohlt.de

Die Rechte an der Übersetzung liegen bei:


Carmen Gómez Garcia, c/Escalinata, 19, 6° D-E 28013 Madrid, E-mail:
mcgomez@cesfelipesegundo.com

Förderung der Übersetzung durch: / This Translation was sponsored by:


ELFRIEDE JELINEK: NO IMPORTA. UNA PEQUEÑA TRILOGÍA DE LA
MUERTE

LA REINA DE LOS ALISOS

A una actriz famosa, ya muerta, la llevan a dar tres vueltas alrededor del Burgtheater.
Está sentada en el ataúd. Los huesos asoman por todas partes. De cuando en cuando
se corta un trozo de carne y se lo arroja al público. Detrás de ella, sobre la fachada
del Burgtheater, cubierto con un lienzo enorme, se proyectan, también enormes,
películas amateur de vacaciones rodadas en el campo, con gente de buen humor en
traje regional o de baño.

Sí, me he puesto cómoda. ¡Por favor, no balanceen tanto mi casa! Voy a dar lo último
solo hoy, solo esta única vez, con motivo de esta representación que han intercalado,
en la que me empujan por todas partes. Pueden aceptarlo con toda tranquilidad, más no
les voy a dar. Aunque lo haya estado ahorrando todo durante décadas anteriores.
Pronto habrá vuelto a acabar. La muerte suele ser el acontecimiento más importante,
todo es pequeño en comparación con ella, dice el escritor con palabras que me aportan
mucho pero que no me dicen nada. Bah, yo ya he pasado por cosas más importantes.
Mis estrenos en presencia de los más altos cargos uniformados, anteriores inquilinos
de la eternidad. Gente con brazaletes, organizadores que tenían la llave de acceso a esa
eternidad y que hacían señas a millones de personas para que entraran. Tiene que
haber orden. Hoy la muerte lleva un trozo de tela alrededor del brazo. Por mí como si
lleva un abrigo blanco o un traje de campesina. Yo, por mi parte, por lo menos he
dejado atrás el hospital. Ya nada se mueve. ¡De mí tienen algo que va a quedarles a
ustedes para siempre! Así que la muerte no tiene por qué ser tan grave. Porque la vida
le sirve de modelo. Ojalá se hubiera gastado un poco más de dinero y se hubiera
cogido uno mejor, por ejemplo el arte, el arte eterno, ¡es probable que me hubiera
dejado convencer para morir! La mía, mi vida, se ha escapado porque permanece.
Otras no se escapan. En definitiva, ambas, yo y mi realidad, la actuación, no podemos
escapar. Nos ha pillado por sorpresa. Pero nuestras mejores piezas se quedan durante
un tiempo, las tienen a su disposición incluso después del programa de la tele, hasta
las ocho estamos siempre al teléfono. Hasta entonces esperemos que hayan encontrado
dueño para todos nuestros animales de hoy que viven en el interior de seres humanos,
para que puedan pedir perdón a otras personas.

Queridos espectadores. Espero que tengan vídeo. A mí ya no me sirve de nada.


Siempre fui muy resistente y además lo parecía. Qué poder tuve en vida sobre sus
sentimientos, todavía yo misma me asombro. Lo molesto de todo eso era: este poder
nunca se ha resignado a que fuera su dueña. Siempre tuvo otro dueño que era más
poderoso. Pero luego, por suerte, me ha dado su poder. Yo tenía el poder del
representante de un poder que prefería quedar en el anonimato, aunque había inscrito
su nombre por todas partes, hasta con mi mano: ¡Nosotros! ¡Como todos los demás!
¡Todos iguales y supuestamente distintos! Tal vez ese fuera mi secreto. Yo misma
parecía como recién llevada a la mesa de sus casas, aún humeante por el esfuerzo, un
día tras otro. ¡El esfuerzo de un ama de casa tenía que notarse en mis mejillas
encendidas! Todos los días, y sin embargo: algo especial. Sí, yo me sostenía
firmemente con los pies en el escenario. Allí yo era la anfitriona a quien la sociedad
había confiado importantes cometidos. Mientras, la gente ya solo es simpática en la
televisión, como bien saben mis hijas desde hace tiempo. El poder que tuve sobre
ustedes solo lo he tomado prestado, en tanto que mis hijas lo despilfarran a manos
llenas. Aunque no les pertenece. Prestado. ¡Y de ustedes! ¿Qué? ¿Que no lo sabían?
¡No me digan que con el poder no podían haber hecho algo mejor que dárselo
precisamente a mis hijas en forma de estas hechas y maltrechas copias de series
familiares! Ahora tienen que comulgar con injusticias, la una sí puede, la otra no.
Entre nosotros. ¡Para eso se podían haber quedado conmigo! Es más agradable
observar cómo alguien grita, llora y muere que a una mujer que no puede cambiar y
que ha de echar mano de su vestimenta para ser alguien distinto cuando camina sobre
una escalinata que tampoco conduce a la libertad. La que una vez fue señora del
castillo lo será para siempre. Incluso siendo portera. Eso se pega. Eso se queda. ¡Es
una suerte que de todo esto ustedes no se hayan dado cuenta ni ahora ni nunca! Por
ejemplo, el lobo, que estaba justo al lado de la plaza, con las fauces muy abiertas,
rozando en el hombro y escupiendo a cualquiera de ustedes que hubiese por allí, y
luego le despojaron de su grosería, también muy exagerada, con toda tranquilidad
podía convertirse en un animal y enseñar sus dientes de leche atados con un hilo hasta
que por fin todo volvía a la normalidad y tronaba una oleada de aplausos, salpicándolo
todo más y más de babas y de espuma. Hasta que todos ustedes se levantaban
horrorizados de sus asientos. Demasiado tarde.

Ustedes ya estaban llenos. Nosotros ya nos habíamos ido. ¿Quién tenía que volver a
extinguir esta conflagración de líquidos si ni siquiera quería obedecer al agua? Por mí
el aplauso puede durar eternamente. Sé a qué cosas tengo que prestar atención para
conseguir la atención de la gente, para que solo me vean a mí caminando sobre leña
ardiendo a la que yo misma he prendido en llamas. Siempre, en todos y cada uno de
los papeles, debo lucir el mismo aspecto que tendría si el suelo ardiera bajo mis pies
de tanto como me esfuerzo. Las tablas significan el mundo, pero por suerte no lo son.
En cambio yo tengo una base más sólida. El escenario es el lugar donde entregamos el
alma y donde a cambio nos dan un pequeño sello. Para que sepamos adónde enviar lo
que llevamos más adentro. Tengo tarjetas de autógrafos franqueadas, todavía me
quedan unas cuantas. Los escritores de ahora nunca podrán rellenar los espacios del
texto que han dejado tras de sí nuestras fotos amarillentas. ¡Sin nuestro fuego no
pueden hacer nada! No se las ha consagrado con suficiente carbón y ni siquiera pueden
prender. Son como momias que sin ser necesario se han quedado dormidas. Por eso
nos quemamos los dedos tocándonos a nosotros mismos, porque ustedes no tienen
fuego para nosotros. Nos han aclamado. Aplauden. ¡Aún siguen aplaudiendo!

A veces, entre tanto muerto, me pregunto: ¿quién sigue vivo? ¿Cómo es que aún sigue
viviendo tanta gente? ¿Por qué yo no? ¿No lo he dicho ya? No importa. Tengo
paciencia. Algún día también las tumbas despacharán a sus muertos, pero no les
pagarán los cobros pendientes. En seguida me voy al sindicato de los muertos, porque
la muerte no tiene por qué seguir siendo una desgracia. Debería ser tan amable como
para dejarnos el recuerdo de la vida. Quiero volver a vivirlo todo una y otra vez. Érase
una vez en la que yo sentía el poder hasta en lo más hondo de mis entrañas, siempre,
cada vez que aparecía en el escenario. Precisamente porque el poder no era mío lo he
sentido más delicioso aún. Sí, ¡tenía planes míos y para mí! Era algo cálido en lo que
refugiarse y sentirse bien. ¡De pura lana! ¡De puro deseo! Sí, tiene que desearse con
todas las fuerzas, ¡entonces funciona! Las apariencias son lo más importante. Y el
Führer nos regala incluso una ciudad especialmente hermosa solo para nosotros si
parecemos de los suyos, riendo, multiplicando nuestros kilos, que también debemos
entregar a su cuidado. ¿Quién nos ha robado los beneficios? Porque es una pena que el
poder no tenga nombre, igual que unos pocos, que quieren ser anónimos de forma
voluntaria, así que, ¿adónde tenemos que escribirle? La mayor parte de ellos ya son de
vivos como si ni siquiera fueran. Por otro lado, el poder no necesita de nombres,
aunque en ocasiones reciba algunos. Solo aparece con ellos, pero habita en otro lugar.
También tiene derecho a descansar. ¡Nosotros somos sus nombres artísticos!

¿Adónde me tengo que dirigir? No he aspirado a desempeñar el cargo de servicio de


cocina en el escenario durante años. Prefería hacer las veces de madre. La sirvienta
como señora. El papel de sirvienta se hubiera hecho, como cualquier otro, solo que
mejor. Porque ese papel me va mejor. Hay tantos que conmigo se sienten como niños.
Levantan los ojos para mirarme. ¡Por favor, hubiera podido hacer cualquier otra cosa y
de cualquier otra! Allá donde fuera tenía la fama de ser una persona modesta. A veces
me ha precedido esta fama y la de menosactuar. ¡Una cabeza junto a la parrilla de
salida! Ambas famas, que me llevan a rastras delante del telón, se han peleado a
menudo jugueteando, como animales. A continuación han comido juntas
pacíficamente, de la misma escudilla. Así es como me he hecho grande y fuerte,
empequeñeciéndome y anteponiendo siempre a todos los demás. Así nunca me
convertí en menos.

Miren, allí, marido y cuñado: los dos son como perros salvajes que están en el jardín
de nuestra villa. Niñas pequeñas junto a la valla, con dedos de caramelo. ¡Todo es tan
dulce como teníamos por costumbre y deseo! ¡Un pastel de chocolate puede salvar
vidas! ¡Mi querido marido! ¡Y que él pudiera probarlo! Ya de enfermo, postrado en
cama y en medio de todos los muertos, se atiborró de un pastel enorme. Estaba
tumbado, completamente horizontal. Ya no podía rozarle el manto hinchado de la
muerte que había levantado la tormenta del clamor popular. No hizo falta. ¡Haced lo
que queráis, pero sin mí! Qué suerte, porque de este pedazo perdido de manto no ha
quedado más que un haz de ramas secas. ¡Hala, ahora llego y traigo un nuevo viento
fresco! Incluso aunque a veces mi carácter sea un poco amargo, en este amargo, último
final, soy dulce. En el más extremo de los casos soy de una delicada amargura. El lado
chocolateado de la vida se ha acabado ya porque la mía se ha acabado. Les invito:
¿cuántas partes me componen? Yo no me descompongo, yo no me rindo. ¡No a
ustedes! Tartas furiosas aguardan sobre las mesas, bolas de crema por encima, la cruz
de clara batida que remata el pastel se mece en la tormenta. ¡Pero aquí son los
humanos los que dan el pistoletazo de salida! Estos pasteles no están en venta. Los
poetas llenan los vacíos de la vida. Vale, le doy un pedazo de mí como si fuera un
pedazo de mí. ¡Al fin y al cabo lo he hecho yo! ¡Que aproveche! Bueno, mejor me
espero un poco más. A mi propio hogar de mujercitas, a llegar por fin a casa para que
le pueda arrancar las ventanas. Y aún querían gustarme solo a mí, a mamá, las tres.
Pero mis ojos prefieren caminar por terrenos baldíos.

La gente tiene que poder ver todo de los que son como nosotros para que se nos
parezcan. ¡Sí, incluso tendría que ser una obligación! Cuando apartan la mirada,
porque les hemos cegado, volvemos a poner firmes, con decisión, las gordas
pantorrillas que, gracias a nosotros, les han dado a sus cabezas. A la fuerza si es
necesario. Hoy en día ya no quedan estrellas. Pese a todo, mis chicas ya son tan
desdeñosas como yo lo fui, parecen saludar, sonreír, y sin embargo no son más que
jugosos pedazos de carne, almacenados durante demasiado tiempo, sobre los que -con
demasiada frecuencia, para mi gusto- revolotean las cámaras como si fueran moscas.
Carne rancia, a la espera de cometidos, y sin embargo indolente. Aun así, menos en la
selva ya casi se las conoce por todas partes. Prefieren ser un jardín cuidado, con
pavimento decapitado y árboles amputados. Tres generaciones mías: mi tatarabuela,
mi abuela, yo, y esto sigue, señores míos. Las próximas ya han llegado subidas por lo
menos en un Mercedes, con compañeros que explotan sus posibilidades como si
fueran motores de repuesto. Unas veces se montan aquí, otras allá. Siempre con el
mismo resultado. Sí, lo que hacemos es que una se saca a la otra de sí misma, y luego
la gente las consume jugando y tirando de ellas hasta que las deja tiradas. Balones, eso
es lo que son, y ellas también deberían jugar. En todo caso, cuando de forma sensata
una se mantiene abierta a la televisión, se hace grande y fuerte con el tiempo, eso sí,
tiempo sí es necesario. No debería volver a hacerse demasiado tarde. Primero una tiene
que hacerse grande, luego las demás lo son automáticamente. Y después se hacen
viejas sin haber envejecido.

¡La verdad es que las chicas tendrían que ser más humildes! Tendrían que ser como
yo. En una película, que es igual que cualquier otra, no se diferencia en nada, ya se han
vuelto más humildes. Solo que no lo nota nadie. En esta película hacen de que el amor
es lo más hermoso del mundo. ¿Acaso hay alguien que tenga una única identidad a no
ser que ame? Mis hijas son tres. Todas las personas deberían existir en una de ellas,
eso le gusta al público. Así lo tiene todo sistemáticamente doblado, recogido y
guardado en el armario. Y todo recién lavado. Impoluto. Puede que esta única
identidad, independientemente de lo que esté representando, sea una mujer robusta,
una campesina. Miren si no su cara llena de una gran boca, qué consciente de su
forma; cuando le fue repartida suplicó por lo menos dos veces a mi fuero interno ser
como yo. Bueno, ya tiene su forma, como había deseado. Ahora no necesita más que
un par de pellizcos en los sitios adecuados, después se asienta y por supuesto que
luego es demasiado vaga como para levantarse. Así se dan el gusto, las tres, de que se
piense en ellas. Todo aquel que no haya visto ninguna cara se preguntará de forma
instintiva si ahí no había una. De ellas, debidamente calentadas, se obtiene un frasco
bien repleto de mermelada de tres frutas. Es muy productivo, ¿no? ¿Qué? ¿Qué tal las
he hecho?

Yo he preferido hacerme a mí misma y después me he entregado completamente al


cine y después me he rendido completamente al teatro. No, al revés. El primero, el
teatro, fue más bien solícito, siempre ha tenido cuidado con el cine. He enseñado mi
cara a la luz, tal vez demasiadas veces, y ni siquiera a mis hijas les he podido evitar
después este mismo rostro. Por otro lado era práctico, puesto que la gente ya lo
conocía. ¿Para qué volver a adiestrar al público? El público solo quiere lo que ya
conoce. No podía hacer cada vez de mí una nueva persona para que hubiera un nuevo
descubrimiento. Eso hubiera sido demasiado pedir. Mejor es que ustedes se
acostumbren pronto a mí y después a tres otras como yo. Por supuesto yo soy el plato
fuerte. Yo soy una en tres personas, como Dios. Y hay tres descendientes mías que
llevan mi cara allá por donde vayan, tanto si quieren como si no. Campanitas de san
Juan. Se ve la cara felizmente desenfundada antes de advertir cómo sus ropas, siempre
hinchadas con distinción, se sobresaltan bajo la violencia de una cámara. Ahora ya sí
que no se pueden confundir estas ropas, las caras, como mucho, con la mía propia, por
suerte con ninguna otra. Se airean públicamente casi todos los días, las chicas, pero de
ellas no cae sino mi polvo de muerta. Solo hay vacío a su alrededor. Siempre han
estado como yo estoy a partir de ahora: provistas de un nombre. ¡Y eso no ha sido un
imprevisto!

Todos llevamos la fecha de salida, porque la vida es una carrera hacia abajo. Siempre
hacia abajo. Solo unos pocos pueden ir hacia arriba. Nadie se queda con su forma. Me
refiero a su figura. Por suerte yo nunca tuve ninguna. Sí, todo lo que quería no era más
que ese nombre, y ya lo tenía. Ahora mis hijas también tienen uno, aunque no solo
para ellas. Mi principio es: ¡alegrías en lugar de disgustos! De modo que mi nombre
me lo llevo conmigo, algo así como provisiones de viaje, a las chicas aún les queda
bastante. También para su padre fui la primera en hacer algo más que convertirle en
padre. Le he dado forma. Y a su hermano le admití inmediatamente en la misma clase,
aunque era más mayor. Los dos tenían grandes debilidades. A menudo me decían:
¡Qué barbaridad! ¡Esta mujer sabe hacerlo todo! Al herrero le di personalmente el
hierro. Los muchachos querían que con él les hicieran hojas de roble y espadas, muy a
la moda, pero nada de eso, primero mandé que les hicieran una voz de oro, cuchillo y
tenedor, todo en uno, en un estilo discretamente clásico, elegante, tenía que bastar.
Sigue siendo moderno. ¡Eterno! Sí, di hierro por oro. Nos la podemos meter por donde
nos quepa, la voz. Ahora los tres estamos muertos.

El poder siempre se autoriza a sí mismo, pero a mí me han autorizado ustedes, señoras


y señores. ¡Qué estupidez por su parte! Ahora ustedes están ahí y todavía quieren
absorberme la última gota, mientras violines carroñeros giran sobre sus cabezas y las
canciones populares se empiezan a inquietar para poder tropezarse por fin con ustedes.
En la tienda de la Radiotelevisión Austriaca pueden comprar como siempre una cinta
de reposiciones de todos nosotros, las estrellas populares. Siempre lo mismo. Pueden
escoger y cogen siempre lo mismo, solo ustedes tienen la opción de elegir entre cinco
cintas idénticas, en las que cambiamos nuestra identidad como cambiamos de ropa
interior. Así de fácil. Pero parece difícil. Para muchos actores es al revés. Siempre
hemos sido nosotros cuando se nos ha alabado. Nosotros no somos a quienes se critica.
Sí, son canciones humanas, ¡y ustedes pueden comprarlas! Algo así ya no queda. Están
como para devorarlas de lo tiernas que son, las canciones, igual que nosotros.
Paciencia. Todavía suelo ir a pasear tranquilamente por la televisión, con mi robusta
figura. Sigo conservando todo lo de antes. Mucho salvado, mucho grano en su forma
original de espigas y de tierra. Ojalá que mi entierro honorífico se termine pronto para
que por fin pueda volver debajo de mí.

¡Qué multitud son todos ustedes! Así satisfago sus almas, que antaño, como perros
mastines, jadeaban en mi búsqueda y devoraban todo de mí. Aún lo consigo.
¡Siempre! Sus almas son como un balneario, constantemente quieren recuperarse
dentro de sí mismos. Qué es lo que me ha cogido usted, déjeme ver, no es más que un
trozo de carne, solo que no lo ha reconocido porque aparece en forma de cojín de
terciopelo. Por decirlo de alguna manera, la carne se ha materializado. Este también es
el motivo por el que es tan difícil de quitar de enmedio y necesita años para
corromperse. No lo habría pensado, ¿eh? ¿O es que lo quería precisamente así? Bueno,
ahora corre prisa que mi carne resucite en televisión, antes no había tomado cuerpo de
verdad. Que ustedes no noten mi opulencia cuando dan un mordisco... ¡Que no se les
caigan los empastes solo porque soy muy pegajosa! Ustedes se volvían cada vez un
poco más tontos por el puro idealismo que dedicaban a lo tierno de la poesía, pero al
final siempre acababa siendo yo la que recibía todo. Todo lo que se les había achacado
a los poetas. ¡Yo podía haber conseguido algo más profundo, mejor! Se me sigue
cayendo la grasa de la barbilla. Y por sus palabras siempre me han tenido a mí como
premio. ¡Ese fue su error, no el mío! Yo había pensado en un uso mejor para mis
ideales, cuando ese hombre maravilloso, de ojos azules y manos de una belleza
reconocida, estaba aquí, tan tranquilo, iluminando la masa, como luz que no proviene
de foco. A quién le asombra que yo, dotada de poder sobre los seres humanos que ni
siquiera son dueños de sí mismos, haya buscado un poder más fuerte, porque el mío se
había edificado sobre hombrecillos de arena, como ustedes.

Por eso siempre he menosactuado tanto. Me tuvieron que levantar un momento para
ver lo que había detrás, así de natural he actuado siempre. No encontraron nada, de
modo que ellos mismos me levantaron. Tanto tiempo hace desde que ustedes
empezaron a hacerlo. He actuado como si no me pudiese ocultar en ninguna parte, y
sin embargo era tan ancha, que en caso de necesidad me habría podido ocultar detrás
de mí misma. No hay dos personas iguales. Yo tampoco lo soy. ¡Ustedes, por ejemplo,
me son del todo indiferentes! ¡Fantástico! Así que voy a interpretar el tercer personaje,
que por fin es muy distinto. Lo bien aprendido nunca se olvida. Actúo como si fuera
todos y ninguno. Detrás de mí el pueblo. Lo necesito para los aplausos. Los jóvenes ya
no me conocen. Solo los mayores, que alguna vez han visto algo grande, vuelven a
consumirme con el embutido de su pan cuando me siguen el rastro en el periódico o en
la pantalla. Hoy ya no hay nada grande excepto el esquiador que se abalanza hacia la
meta, o el automovilista, a quien se le abalanzan otras cosas a su encuentro. Pero solo
yo me convertí en algo grande, ellos nunca. Confían en que quien quiera pueda salir
airoso de la tempestad.

Hoy en día los actores pertenecen a lo que se ha denominado secundario. ¡Qué pena de
tiempo! ¡Qué vergüenza de tiempo cuando no es el nuestro! Por suerte se convertirá en
pasado, y después seguro que ya no será nuestro. En cualquier caso, no todos tienen
pasado. En aquel tiempo me gustaba hacer papeles de mujeres del pueblo, para que
fuera creíble que también yo tenía que tragar mucho. ¡La verdad es que todo era
increíblemente interesante! Y aún tendría tanto que darnos. ¡Lo que se ha perdido
conmigo! ¡Qué pena por mí! Lo que viene de mí viene de otros muchos que han
utilizado mi puerta de entrada y nunca más han vuelto a salir excepto en mi propia
forma, que es como cualquier otra. También yo soy el pueblo. Solo yo soy el pueblo.
Solo yo soy un pueblo entero porque tengo muchas caras. Y yo sabía lo que quería ser:
popular, ¡pero no para todos! Popular para unos, para otros: singular. Antes tenían
escalofríos ante la grandeza, que siempre estaba justo detrás de mí y a cada momento
la tenía al alcance de la mano. Por eso mi recurso de la masa humana como tal. Una
persona sola no puede apoyar a otra, llegado el caso. ¡De ahí que haya buscado
siempre la grandeza y que me haya puesto justo delante! Como una mayorista de
género. Todo lo que tenía que dar, rebajado de precio. Pero solo cuando no me
quedaba más remedio. Todo era espléndido, grande, prominente, incluso cuando lo
había hecho pequeño. Lo había hecho pequeño a propósito, para que a ustedes les
pareciera grande. Para que ustedes se vieran grandes a sí mismos.

¡Mis queridos vieneses! ¡Soy una de ustedes! Que nadie se atreva a ponerse delante de
mí. De lo contrario caería en la cuenta de que ha desaparecido. A un solo individuo no
le permiten saber contar hasta tres, mejor que no cuente nada. Bueno, ahí las tenemos
de nuevo, las canciones populares, en aquella época sonaban mucho mejor que ahora.
Campana sobre campana. ¡Todavía se podía hablar de un pueblo! Como yo. ¡Una
canción! Ya no puedo dejar mi consideración para con el pueblo, pero por favor, en
alguna parte tiene que haber un camino para que pueda volver a abandonarlo y me
pueda ir a casa. Uno se vuelve más popular cuando no se deja ver. Ya lo sé, suena
raro. Pero entonces la gente cree que tiene el mismo aspecto que ellos, aunque haga
mucho tiempo que ya no sepan cómo es. Voluntad para ello no me falta. Una mujer
del pueblo. Como ellos. Ahora es cuando al individuo de la masa se le despoja de sus
ropajes. También debe entregar su carne en el ropero. ¿Qué es lo que lleva debajo este
año? Fíjense: ¡a mí! ¡Me levanto en la tormenta que estalla debajo de las faldas! Soy
más como todos que todos. Así que me voy a mostrar. Qué pena que este sea
definitivamente mi último camino. Oigo un timbre: ha llegado el turno de que dé algo.
Es decir, de repente estoy en medio de ustedes.

Me hubiera gustado ponerme a salvo de su ansia de mí, mayores y mayoristas. Soy


una Gretel hinchada, pero ustedes nunca se dieron cuenta, estaban demasiado
ocupados en hincharse a sí mismos para tener también aspecto de algo. Es triste, pero
la forma no se ve hasta que no se ha metido aire dentro, y el aire solo puede producirse
por medio de la respiración. Cuanta menos gente respire, más aspavientos tienen que
hacer los demás. A nuestros pies, a los pies de las horribles Gretchen, se tambalea el
suelo. Se ha despejado el suelo para que nosotros, los personajes, podamos aparecer
siempre en nuestro propio personaje luminoso. ¡La energía que nos cuesta! Ustedes,
mis queridos espectadores, tienen que poner buena cara a mi pérfida actuación. ¡Este
error se lo van a llevar consigo a la tumba! Yo puedo hacer lo que quiera. Nadie sabe
lo que quiero, pero todos lo quieren también. El público. No mantiene ninguna
distancia conmigo y al mismo tiempo mantiene una enorme, nunca rompe las cuerdas
con las que le aprisiono. Y está aprisionado para que no se me eche encima.

Reflejaba el comportamiento de la gente en mis gestos, y estos gestos volvían a


reconocerlos en mí como suyos propios. Para eso solo hubiera bastado un espejo. Ser
sencilla. Ser como todos. Ese es el secreto de mi resonancia. ¿Acaso cree que habría
podido tener tal hermoso éxito si no hubiera sido sencillamente como ustedes, quiero
decir, si no hubiera sido sencilla como ustedes? ¿Pero muchos, todos ustedes de una
vez? ¿En un montón? Ya vuelve a haber otro de ustedes en un balcón, incluso le han
embetunado las botas con fuerza. Consigue que todos y cada uno de los que le
vociferan desde abajo reconozca todo lo que dice y hace como su propia voluntad,
como la voluntad del espectador. Eso es precisamente lo que siempre ha querido el
espectador, que reconozcan que quiere que lo guíen. Solo que no ha sabido que lo
quería. Pero yo le he ayudado a que lo sepa. También menosactuar debe hacerse con
ímpetu, como todo lo demás.

¡En seguida estallo y les menosactúo a cada uno de ustedes! Y arriba embadurno un
poco el barniz. Ahora el poder se va a la granja para ver qué aspecto tiene en el campo,
con toda su benevolencia. Gente sonriendo en tumbonas. Junto a ellos los colegas más
dóciles, los perros pastores, mujeres con sus vestidos tradicionales, en tecnicolor. Igual
de fácil es aparecer ante ustedes con un hatillo de vestidos y dejarse sacar el azote de
debajo de la falda. Al lobo le gusta apaciguarse con nuestro juego, como recompensa
que todo el mundo lleva dentro de sí. Nuestro juego es su gratitud. Así todos pueden
convertirse en un lobo y volver a reponer fuerzas después en un tanque cisterna.

La masa nos arrastra. Siempre quiere saber cómo somos cuando no actuamos. Hay
quienes hace ya tiempo actuaron tan bien que la gente reconoció demasiado tarde que
no estaban actuando. ¿O quizá se sentían aliviados de que por una vez alguien no
actuara con ellos? ¿Que iba en serio cuando estaba actuando? Así que les depojaron
inmediatamente de su carácter de masa y se les convirtió en un partido, es decir, en el
fondo se les convirtió de nuevo en uno solo. No es importante hasta el momento en el
que se tiene que morir. Esa era la finalidad. Murieron solos, pero como masa.

¿Cómo van a acercarse las masas a su líder, si antes no pueden desgarrarle para llegar
a todos los buenos alimentos que les había prometido? El barquero da la vida por ellos
y la recupera en forma de paga por cruzar el río. Y luego a cambio se lleva sus vidas.
También les da un paquete de comida. En el momento de la comida venía mi aparición
en el escenario, sí, justo en ese momento. Mi papel: yo les tranquilizaba no para que
no destrozaran al guía de la manada, sino para que se dejaran destrozar por él. ¿Pan
para todos? Eso no puede ser. ¿Actuaciones para mí? Eso sí.

Así es como el pueblo se hace con el poder, pero como no debe conocerse el poder no
se conoce a sí mismo. Hay actores conscientes y otros que no saben lo que hacen. Más
tarde afirmarán haber estado inconscientes cuando lo hacían. Yo le enseño al pueblo
cómo es una mujer del pueblo. Cómo una mujer del pueblo hace de mujer del pueblo
para que el mismo pueblo se ponga siempre al servicio de sí mismo. Al fin y al cabo,
para eso es para lo que se la suele necesitar. ¡Como yo tendrían que ser todas las
mujeres! Y cuando me poseían en el teatro, en la pantalla, creían que por fin se
poseían a sí mismos. ¡He aquí el gran error! Bueno, el carretero lo enmendó durante
bastante tiempo. Los recogió a todos cuando estaban posados en sus pobres ramitas,
dentro de su estación de servicio de automóviles y piando para llamar la atención. Y
los atendió, no se puede negar. ¡Por allí pasaron los pesados flancos de los bueyes! Yo,
Justi, la criada, con la fusta justo al lado para ir con alguien al encuentro de la muerte y
buscar un vestido de corte tradicional para la ocasión. Quedó muy vistoso, no podían
quejarse.

No se olvidaron de nadie. Tiraban de las ropas y del coche de ver y oír del que abría
los surcos, para que por lo menos él mismo se arrojara por la puerta y se dirigiera a
ellos dando grandes zancadas. Para dejarse ver en medio de la naturaleza, su verdadero
elemento, porque su dominio parecía natural. Luego entró a formar parte del pueblo.
Quizá no hubiera debido hacerlo. Debió seguir siendo naturaleza, entonces se habrían
acurrucado en él para siempre. Las puertas de cada pueblo, por principio, siempre
están abiertas de par en par. ¡Ustedes podrían perderse algo! ¡Podrían perderse su
propia muerte! ¡Adentro con las novedades para el pueblo! ¡Pronto, hola, adelante!

Ahora que el espectador ha madurado y que por duocentésimaseptuagesimaseptima


vez ha aprendido de la historia, por fin se le puede beber con placer, con un gusto
agradable al paladar. Se le pisoteó mucho cuando aún estaba en la uva, en proceso de
maduración. De una vez por todas sabe lo que tiene que decir cuando nos ve. El
espectador. Habla en lenguas, ebrio de sí mismo. El pueblo como su propio actor.
¡Cada uno su propio protagonista! Ya no me necesita. El espectador creyó una vez
poder llegar a ser poderoso, pero lo teníamos en nuestras manos, bien sujeto. Entre
tanto el pueblo ha vuelto a ser dueño de sí mismo y sabe qué es lo adecuado a cada
circunstancia. ¡Uno para él solo y solo para sí mismo! No sé si me gusta. Antes era
más bonito.

Acaban de quitar un obstáculo del camino y han puesto uno más alto, porque el poder
necesita distancias, no controles, de modo que al saltarlo pueda verse su pérfido
género. No, en la naturaleza del poder no está el que aumente, es solo que todos se
incorporan a él porque todos quieren lo mismo. ¿Cuántos de ustedes hay que no lo
quieran? ¡Por favor, que levanten la mano! Ya veo, todavía nos quedan bastantes
disponibles, pero no por mucho tiempo. ¡Sería lamentable que mi querido público
fuera a menos precisamente cuando me admira cada vez más! Está bien que hoy me
retire de los escenarios. Necesito que todos se distancien de mí. Pero que sigan
creyendo que soy una de ellos. ¡Podemos hacer uso de la violencia! Gracias a Dios.
También eso se puede aprender de los actores.

Siempre he actuado con contención para parecer más humana que un ser humano, pero
eso no ha llegado a influir sobre mi comportamiento. Siempre parecía alejada. Mis
colegas agitan las manos enloquecidos, da igual de qué manera, y la gente se cree que
lo hacen por ellos. Precisamente por ellos. ¡Como si no tuviéramos nada mejor que
hacer! Bueno, ahora díganme, ¿por qué los poderosos, tan seguros de sus medios,
como los buenos actores, tienen siempre tanto miedo? Yo no tengo miedo a perder su
veneración. Como pueden ver, me atrevo a venir aquí. No tengo ningún tipo de
inhibición. ¡Aquí estuvo mi dueño y señor! Que había llevado su liderazgo con una
camaradería absoluta, dijo a dos camaradas vestidos con el traje tradicional delante de
unos bastidores que representaban una montaña, que no estaban mal, aunque yo los he
visto mejores, sobre todo más caros. ¡Todo el monte Watzmann de cartón! ¡Con lo que
cuesta! El auténtico era gratis. Yo basé mi liderazgo en una tierna feminidad que se
ofrecía a cada paso, que se desprendía a cada movimiento de muñeca. Así es como una
dama guía a su cicerone por la ciudad. Yo lo conseguí, otro, que también lo intentó,
no.

Solo pensando no se consigue nada. Solo se puede ser presumido gracias a una
completa falta de ingenio, esa es la magia de lo uniforme. El público tiene que
reconocer a un actor de inmediato, en cualquier parte. Desde entonces la muerte nunca
a vuelto a asustarme. Desde que pude adoptar algo de ese poder que vagabundea sin
dueño. Sí, el poder sobre ustedes era mi perro pastor dorado. Siempre lo tuve conmigo.
¡Ven aquí! ¡A mis pies! ¿Acaso creen ustedes que este poder se ha creado y que se me
puede arrebatar solo porque ahora estoy un poco muerta? No, ¡no pueden ser tan
tontos! Algo como yo siempre ha podido quedarse tanto aquí, en Viena, en la Baja
Austria, y en el este, en el Burgenland, como en toda Alemania, y siempre se quedará
aquí. Con mi buen comportamiento fui capaz de domesticarme.

Bueno, ya pueden liberar a su animal, les aseguro que no le haré nada. Con los
animales soy muy cariñosa. Aunque con quien mejor me he comportado ha sido
conmigo misma. No fue necesario que una autoridad, cuyo nombre no se atrevían a
susurrar siquiera, me interrogara durante mucho tiempo para que volviera a saber
cómo me tenía que comportar. Ahí residía mi arte, en esa completa complicidad
conmigo misma. En eso ninguna ha podido igualarme. Me pongo un traje regional y
estoy de acuerdo conmigo. Me pongo un sombrero con plumas de cisne y estoy de
acuerdo conmigo. Me meto en mis zapatos y estoy plenamente de acuerdo conmigo
misma. Actúo en una película pero no estoy de acuerdo conmigo y mantengo una
lucha terrible contra mí sobre si he actuado con corrección en todo momento. Sin
embargo sé que también esta vez puedo ponerme yo misma de acuerdo. No necesito
desprenderme de mí porque estoy plenamente conforme con la convivencia conmigo.
Esto es lo que hace que un actor sea de primera fila, pero también de la última, claro
que a él no se le cree. Pero el camino hacia allá... ¡Qué sufrimiento más terrible!
¡Lucha por la expresión! Lo terrible es la ausencia de expresión. ¡Por todas partes
testigos míos sollozando! ¿Tienen alguna idea de lo complicado que tiene que ser
convertirse en cómplice del pueblo? ¿Para volver a ser muy sencilla?

Ser adorada no es divertido, pueden creerme. No necesito más adoración, que me


ahogo. ¡Para eso tengo mis propios salva-slips-de ataúd! De todas formas, muchas
gracias. Entre ustedes y yo no cabe siquiera una arandela de papel en la que pudiera
poner algo. Solo un par de palabras. ¡Eso no es nada! Esta arandela es demasiado
delgada. El metal se frota indefenso con la carne. Pero no importa, el metal pega mejor
con la carne que con el papel. Papel: su sitio está alrededor de la carne. La gente es mi
papel de envolver regalos. Pero envolver es lo que siempre hago yo con ellos.
Prefieren prestar atención a mi cara, a mis ropas y a mi actuación que a sí mismos. Por
eso no he podido dejar de actuar hasta hoy. ¡Ni siquiera bajo tierra! Ahí yacen todavía
muchos más de los que aquí arriba se postraron ante mí.

Esta deportista se ha untado los ojos de glicerina con las yemas de los dedos para
llorar durante el himno como es debido. Eso lo podría hacer yo incluso hoy mismo
hasta con los ojos cerrados, sin colorantes ni conservantes. Todo lo mío, incluso lo que
no va dedicado a ustedes, puede transportarles de inmediato al paraíso. Lo consiguen
los ragos desfigurados de mi cara que ustedes siempre han mimado con sus aplausos.
Ustedes lo ven todo en mi cara, que tiene un doble fondo. Me superé a mí misma, pero
solo me cambiaron a una clase superior que era exactamente la misma que de la que
había partido. Siempre fresca. ¡Oiga, camarero! ¡Oiga, mozo! ¡Oiga, señora Poldi!

¡Ya estoy aquí! Me subo a mi cara, siempre recién limpia, para subir a su encuentro.
¡El gentío que hay en el campo de recreo del poder cobra impulso gracias a mí! Se ha
de erradicar la validez del individuo desde ya mismo, por supuesto. Para que por lo
menos la estrella valga algo. Algo como yo ya no queda. Ahora me voy a descansar.
Siempre he descansado en mí misma reflexionando incansablemente: ¿cómo doy
forma a esto o a aquello? ¿Cómo lo hago? ¿Cómo lo represento? ¿Qué tipo de
personajes podría representar? ¿Estos o aquellos? ¿Qué tipo de personajes son esos
que vienen a buscarme? Da igual. Así y todo no van a salir a mi encuentro. Los
conozco, son personajes literarios y bastante lentos. Se han sobrevivido. Yo prefiero
ser todos ustedes, pero en una sola persona. ¿Para qué queremos literatura? No es
mucho más que unos pañales de papel con una base de plástico que no traspasa. Y
queremos formar parte de ella a toda costa. Da igual dónde. Da igual de qué.

Los escritores tienen que observar primero cómo se comporta la gente. Solo después
podrán escribir sobre ella. ¡Para eso me escribo yo a mí misma! Siempre nos hemos
adelantado a la gente con nuestra maravillosa actuación contenida. ¡Somos la masa!
¡Somos una gran masa de ustedes! ¡Ya no podemos seguir conteniendo la marea de
gente! ¡No podemos seguir reteniendo la mierda de la gente! ¡Representamos antes de
saber qué es lo que tenemos que representar! Sí, la poesía. A veces es práctica. Pero
me posibilita decirme que no he sido verdadera. ¡Siempre otra persona totalmente
distinta! De la figura a la configuración. ¿O al revés? Y al mismo tiempo siempre he
seguido quedando yo, aunque nunca lo haya sido. ¡Gracias, poeta! Durante noventa
años me ha facilitado una estancia en mi propia brigada de trabajo en la que he tenido
que esforzarme terriblemente. ¡Ahora no puede echarse atrás!

Cuánto he trabajado, ¡pero el resultado ha merecido la pena! No me hubiera costado


reunir otra vez a tanta gente. ¡Eso es disciplina! Después de tanto trabajarme sé en
seguida, por supuesto, cómo se hace todo lo que veo. Porque siempre he podido hacer
todo por mí misma. Además, ya me he ido. No tengan miedo, claro que voy a estar
siempre ahí. Con ustedes. En mi hermoso traje y en mi querida tumba, ahí me quiero
quedar. ¡Llévenme de una vez por todas! ¡Para eso no tienen que estar matándome
siempre! Les aseguro que tres o cuatro veces ya bastan. En esta casa ya no se puede
hacer más. Gracias.
LA MUERTE Y LA DONCELLA

Dos figuras enormes, a modo de espantajos, todas ellas de punto de lana y rellenas, la
una como Blancanieves y otra como el Cazador, con escopeta y sombrero, charlan
tranquilamente; las voces llegan del off ligeramente desfiguradas.

Blancanieves: Ya llevo eternidades caminando por los recodos y curvas del bosque, y
¿qué es lo que no encuentro? ¡Enanitos! Se dice que se nos parecen en afabilidad, pero
no en la forma. En cambio usted, querido señor, parece alguien semejante a mí en la
forma, pero poco afable. Tal vez por la responsabilidad que tiene. Seguro que da
mucho trabajo ralear lo existente y juzgar lo que es justo. Lo mío es más bien lo ligero.
Durante mucho tiempo he tenido éxito por mi aspecto, después, henchida de afán en la
búsqueda de un éxito todavía mayor, caí en el agujero de mi madrastra, quien, desde el
lado que no esperaba, me hizo presa y poco después me envenenó con fruta. Había
cavado un foso para otra y ella misma no se cayó dentro. Desde entonces soy
buscadora de la Verdad, también en cuestiones lingüísticas. Todo eso parece ser de un
interés poco común para la mayoría, porque mi historia ya existe desde hace cientos de
años, no tengo ni idea de qué es lo que puede resultar tan divertido o tan emocionante.
Es como si tuviera que estar levantándome y cayéndome constantemente de la mano
de una mujer. Es una simpática excepción, cosa que no es la muerte. La muerte
siempre llega, la mayoría de las veces bajo la apariencia de un hombre, y luego resulta
que no lo es. Nos acecha, se presenta de forma no deseada, y justo en el momento en
que tenemos éxito, como en mi caso, no nos permite disfrutarlo, y sin consolarnos nos
elimina del campo de juego.

El cazador: ¿No será la locura en la que usted se está perdiendo? Si me permite un


consejo, le recomiendo que no se considere su propio refugio. Y se lo recomiendo para
que no pierda a la Verdad, que a su vez la lleva buscando todo el tiempo y a la que ya
me he encontrado muchas veces en este bosque en forma de persona desamparada o de
sepulcros ocultos de personas y animales. Las tumbas de animales no las he hecho yo,
porque yo siempre me llevo mis presas conmigo. Sería una lástima dejarlas para la
tierra. Ya que usted no le está echando de comer a la Verdad nada que haya
encontrado y tampoco tiene experiencia en lo de hacer presa porque usted misma lo es,
la Verdad, como es natural, se le escapa a la primera ocasión huyendo a toda prisa.
Sencillamente, no me creo su versión de la historia, señorita. No hay ninguna carretera
de circunvalación por la que la pobre Verdad pudiera esquivarla. Póngase en su lugar:
cuando de pronto está delante de una mujer como usted, que encima lleva -a mi
entender- una ropa absolutamente inapropiada para el bosque, tiene que parecerle
como si le cegaran los faros de un autobús. Pues bien, esta mujer ahora va
preguntando por una o varias personas que llevan sombreros que otros, en mi opinión,
nunca se pondrían. ¡Qué aspecto tiene algo así! Mejor tome mi sombrero como
ejemplo, uno así es el que deberían llevar usted y aquellos a los que busca. ¿Y la
preciosa pluma de trilla? Estupenda, ¿no? ¡No se ponga nunca gorras picudas, por
favor! ¡Y encima es bajita, y con todo eso querrá parecer un poco más alta! ¡Tacones
altos, plataformas, peinados postizos de hormigón! No me extraña que la Verdad no
quiera identificarse con un ser así. ¿Por qué tendría que aparecer la Verdad en forma
de siete personas cuando ni siquiera se la quiere dejar pasar al lado como una sola?
Aunque ya por fin se habría acabado todo y se podría volver a contar cuentos. Se ha
vuelto tan tímida justo porque todos quieren toquetearla.

Y ahora usted se interpone en su camino. Le diré algo: en nuestros círculos, en los


círculos que trazamos por el bosque, su belleza no cuenta demasiado. Una vez a la
semana, en el lago helado, hay entrenamiento de patinaje por parejas. También
participan la Belleza y la Verdad y así se conocen mejor. ¿No quiere participar,
señorita? A lo mejor encuentra incluso más placer en la Verdad que en la Belleza.
¡Sería todo un cambio para usted! La Belleza se puede tomar a intensos sorbos, como
una experiencia, pero después se las tiene detrás, a ella y a la Verdad, agarradas la una
a la otra para no caerse al hielo. Por otro lado, si lo pienso bien, no estaría nada mal
que para la Verdad hubiera siete personas; como es tan pequeña, quizá debiera
multiplicarse, así al menos una vez podría ser percibida como realidad. Ya solo con el
gorro llamaría la atención. ¡Oh, sí!: la Verdad en forma de perchero repleto de gorras.
Y la Belleza, a la que no le gusta ponerse ninguno de estos sombreros para no parecer
ridícula y así enemiga de sí misma. La Verdad como la locura del ser. Por cierto, usted
se confunde, señorita, si cree que me puede ver. Soy invisible. Y si fuera visible no
existiría, así que tampoco podría verme. Por lo tanto da igual si me reconoce o no.
¡Probablemente se haya confundido cuando me tuvo por una de sus verdades solo
porque no me había visto antes! Bueno, en cualquier caso, no soy ninguna de sus
verdades. ¡Tenga usted la amabilidad de mirar mi sombrero con algo más de atención
antes de que no pueda verme y siga diciendo tonterías! Soy la muerte y punto. La
muerte como verdad definitiva. ¡Visto de esta forma haría usted bien en buscarme a
mí! Me gusta: la muerte como verdad última, que por eso no quiere saber nada de sí
misma. Pero no es cierto. La muerte como la desnudez del animal ciego, en cuya
apatía el ser humano se deja arrastrar para al final no saber nada más de sí mismo. A
pesar de todo tiene que morir, incluso cuando ya se haya debilitado hasta la
impotencia. Muerte como ceguera ante su propia desnudez, señorita. ¡Pero cuidado!
No todo lo que usted no ve es la muerte, como ya le he explicado. En lo que a mí
respecta, nunca va a poder estar segura. Lo cierto es que el de cazador no es un disfraz
especialmente inusitado. Me estremezco cuando veo su fe carente de mirada y además
ciega. Usted no debería obligarme a aceptar ninguno de sus secretos, pero ya sé que no
puedo retenerla. ¿Cree que si una persona cualquiera pudiera ver la muerte tendría
trato con ella, digamos por el tiempo que dura una cena de animales insepultos que
hubiera tenido que aportar esa misma persona? ¿Lo ve? Aunque no se puede afirmar
que por eso yo quiero tener algún tipo de relación con la Verdad. No, de veras que no.
A la Verdad le da todo igual excepto ella misma. Y sin embargo por ahora no tiene
mejor intérprete que yo. Si tengo que seguir haciendo de ella, no sé si voy a actuar
más. Hace mucho tiempo que ya no quiero, pero tengo que hacerlo. A una, la última
de todas, la he tenido como ejemplo, todas las otras verdades de antes no se me han
escapado ni a mí ni a mi arma. Ahí sí que he sido concienzudo. La última es bastante
pequeña. Aun así, siempre la miro para saber quién soy. Más o menos tan pequeña
como deben de ser sus enanitos. Pero con energía y empeño he salido adelante,
trabajando de forma autodidacta, y ahora me marcho hacia la vida, deslizándome,
consciente de mí mismo, como sobre un lago helado.

Blancanieves: ¡Ah!, la vida quiere ser admirada y contemplada desde muchos


ángulos, ¿no cree usted? A decir verdad es muy hermosa. Tampoco las cosas de menor
importancia nos deberían parecer demasiado pequeñas. Si no encuentro lo pequeño
que ando buscando, podría dedicarme también a las cosas grandes que usted afirma
representar. ¿Qué hay más grande que la muerte, que no nos aporta ningún beneficio
esencial pero sí grandes perjuicios? Aun cuando tenga buen sabor, como una manzana
granny smith. Sin embargo, por dentro tiene un gusano que hace su jugada de salida, la
custodia de la muerte en la caja fuerte, en la que puede comer con toda tranquilidad, y
con ello la esencia queda abierta y cerrada al mismo tiempo: ¡el ser en persona!, ¡hola!
Bueno, ¡no es lo que se pueda decir un negocio! La fruta enmohecida ha desafinado la
cuerda de mi intestino. Como la tónica de mi ser. Está bastante tensa, es el tono el que
nunca concuerda. Un destino lamentable, un ligero estreñimiento. Luego: el
montañismo como la gran tarea de la sociedad, aunque la mayoría de las veces no haya
montañas. Estas montañas, en el mejor de los casos, no pasan de ser montañas de
mediana altura, un umbral de montañas de media altura que se podría traspasar sin
sufrir ningún daño. Me voy a hacer una notificación de daños y perjuicios al seguro
del ser y luego voy a dar una orden de búsqueda por haber estado tanto tiempo
inconsciente, lo que mi madrastra quiso interpretar como muerte e impotencia. Ahí se
ha equivocado. Además: justo el impotente no echaría nada en falta con más
intensidad que el poder. Tal vez por eso ha querido matarme, porque tenía que contar
con ello: yo me levanto y en seguida soy el ser más ávido de poder, es decir, le disputo
el poder que a ella tanto le gusta acumular en torno a sí. ¡Baratijas! Pero llega una tía,
ni de cerca tan guapa como yo, algo más mayor, lo que seguro le ha corroído hasta los
sueños, ¡y me quiere arrebatar lo más serio de todo mi ser! Cree que la belleza se irá
con ella porque en una muerta la belleza se aburre. Y es que la belleza siempre se
quiere quedar en el mundo, a ser posible en las hojas de las revistas, que por hojearlas
continuamemente se caen aún más rápido que el follaje común. Mamá no puede
avenirse al incidente de mi belleza frente a los impotentes e intenta quitarme de un
golpe los resortes de mi poder con nada menos que con una manzana. ¡Una manzana
contra mejillas como manzanas! Imagínese. Naturaleza contra naturaleza. Una lucha
de titanes. Y eso que sería mucho más fácil. Alguien se pone delante de mí y ya se me
ha ido todo el poder, ¡porque ya no se me puede ver! Solo un enano podría pasarlo por
alto porque es más pequeño que yo, así que desde este incidente no busco más que
enanos, y eso no es ninguna menudencia, se lo digo yo. Y en honor a los enanos no me
importa acostarme, para que también ellos puedan tener experiencia de su ego.
Aunque nada más sea para hacer rabiar a mi madrastra, que ya con sus preguntas por
lo desconocido establece una jerarquía de quién debe existir y quién no. Ella sí. Yo no.
Por demasiada belleza y su envidia competitiva. Los enanos solo pueden existir
porque ella todavía no los ha visto. ¡Y a mí me advierte en su contra!

El cazador: Conmigo no va a encontrar a sus enanitos. Yo soy oficial de lo abierto, no


de los enredos que pudieran surgir dentro. Por supuesto que me doy cuenta de si hay
algo en lo abierto, una esquina, una sucesión del ser en forma de animal -puedo
asegurarle que desde hace mucho tiempo no soy tan ávido con la segunda sucesión
como mi escopeta, que sigue resollando, goteando y jadeando-. No, al contario, en
realidad preferiría poner a salvo lo abierto en mi interior y guardarlo como una vajilla
de tupperware. Por eso me hice cazador. Por eso no estoy interesado en el Enano de la
Verdad que usted anda buscando justo aquí, en el bosque. Yo soy el Gigante de la No-
Verdad. Borro todo lo que hay con mi programa que todo lo borra. Pero concluí mi
época de aprendiz en la escuela de la Verdad, y por eso, si es necesario, puedo
representarla, de forma que usted e incluso yo mismo creamos que yo soy la Verdad,
la última que se puede conseguir en el mercado. Llevo mucho tiempo afirmándome
con esta afirmación. Las circunstancias de mi vida: ocultarse al acecho, simularse
delante de los animales como una parte más de los bastidores, disparar a un par de
gigantes tan grandes como lo pueda ser yo. El ser está preparado. Y he aquí un plato
preparado, y no habrá que temer a un juez. El único que no tiene por qué temer al juez
es la muerte. Yo siempre estoy de camino, por todas partes, y siempre legal, incluso
cuando supero la velocidad como el caudal de la muerte, dando un único paso con mis
piernas cubiertas con calcetines.

Blancanieves: ¡Entonces dígame! ¿Por qué sigo siendo y por qué no soy nada, tal y
como en un principio era la intención de mi madrastra, por ejemplo, bombardeándome
de vuelta a mis orígenes con ayuda de una manzana? Creo que es porque no tenía más
posibilidad que existir sola, por mí misma. Mi madrastra siempre quiso ser para los
demás mediante su belleza, que constantemente reflejaba en un espejo como si fuera
por lo menos dos personas. Que yo existiera era una espina que tenía clavada. El
espejo no era el porqué. Era el qué. Era el ¿qué más desea, alteza? Como yo también
me reflejaba, yo también estaba allí, y encima antes que ella. La jerarquía de la belleza
era: Blancanieves, primera, madrastra, eterna segunda. El espejo se abría como un
armario, abría de par en par sus puertas de doble hoja y causaba admiración por todo
lo que se metía dentro. ¡Siempre era yo la primera! Tan radiante, que no se podían ver
los periódicos viejos que había en el fondo. En ellos, desteñidos por el tiempo
transcurrido, otras como yo. No se puede estar y no estar al mismo tiempo. Bueno,
usted a lo mejor sí, pero yo no. Eso suponía para el espejo y para la memastra una
colección entera de preguntas, un catálogo de preguntas recién abierto con
ilustraciones a color, todas mías, ¡y cómo se puso!, ¡figúrese! Un catálogo que
contenía su respuesta y el precio que hay que pagar por ella. Y las preguntas irrumpían
todas con un bramido estrepitoso, abandonaban sus estrechas cadenas y se
dispersaban. Sí. Las preguntas de esa mujer a la que nunca pude llamar mamá
preguntaban, sin tenerme en cuenta, pasando por encima de mi existencia, arrogantes,
hacia el vacío. Y eso que hubiera podido extender mi existencia por lo menos como
una alfombra y hacer buen uso de ella. Sepa usted que en palacio se tiene frío en los
pies. Pero ni rastro. ¡Solo tenía que desaparecer! ¡Mi rastro tenía que desaparecer!
Ahora el pensamiento hubiera debido entonar su débil vocecilla. También es un
hermoso hobby que solo requiere un poco de asombro. Pero, ¿qué mujer vanidosa,
hasta tal punto convencida de sí misma que, aunque pregunte a su espejo una y otra
vez, no le hace falta porque se sabe la más hermosa, siente la necesidad de internarse
en lo oculto? Pues eso. Pregunta a su espejo lo impreguntable y utiliza lo inagotable
como relleno de la respuesta de la que siempre había estado segura, sin haber
reflexionado. Este pastel no puede salir bien, se lo habría podido decir al instante.
¡Qué cosas se le ocurren! Envenenarme con una manzana. Le podría decir formas más
agradables de morir, pero apenas más originales. La forma de mi muerte no fue tal.
¿Acaso es esa una manera de matar a alguien? Pero bueno, como usted mismo puede
ver, no estoy perfectamente muerta. Qué le voy a contar a usted, ¡usted es todo un
experto! Así que volvamos al punto de partida. Principio. ¡Váyase! ¡Que vengan los
enanos!

El Cazador (la apunta): ¿Y un señor enano puede lo que yo no puedo? ¿Sea lo que
sea? El bosque tiene sitio para todos, pero tal y como se previó en un principio solo es
para mí y para mis presas. Si tuviera algo más de tiempo, me gustaría conocer esas
dependencias tan pequeñas. Pero no lo tengo, así que me llevo el tiempo previsto para
otros seres. Yo digo cuándo el tiempo ha llegado a su fin y me apropio del resto que
les habría quedado. Siempre se consume rápido. ¿Sabe usted?, la muerte se alimenta
del tiempo ajeno y por eso siempre tiene hambre. Al fin y al cabo el propio tiempo
nunca es suficiente. La excursión con el tiempo de los demás tampoco dura mucho.
Los seres humanos finalizan en la humanización completa. Con ello me refiero
exactamente a lo que usted afirma de su madrastra. Tengo la impresión de que lo que a
usted más le molesta de esta mujer, que ha intentado entrometerse de mala manera en
mi artesanía, es que parezca creer en la previa propiedad íntegra de todas las
respuestas y en la posibilidad de convertirse en dueña de esta razón con ayuda de la
razón. A mí también, de tenerlos, me atacaría los nervios, porque esto es tan absurdo
como un centro comercial que cierra al final de la tarde pero que por la noche se sigue
llamando centro comercial.

Blancanieves (se cubre los ojos con las manos): ¡Por favor! ¡Se lo ruego! ¿Qué es eso
que sostiene delante de mí todo el tiempo? ¿Una linterna? Tenga en cuenta que mis
ojos aún están débiles porque he visto la muerte en ese modelo de fabricación especial
que usted seguramente conoce como un túnel de claridad radiante. Todavía estoy
cegada. ¿No ve usted cómo tengo que guiñar los ojos? ¡Por favor, échese un poco a un
lado! Quizá lleve horas tapando a uno o más seres de pequeña altura con los que me he
citado. ¿O es que debería darme la dirección exacta y está demorando el momento de
nuestra despedida a propósito? ¿Le ha destinado mi destino? Lo único que me han
dicho: más allá de las siete colinas. La gente es tan negligente cuando dicta algo por
teléfono. Nunca esperan a comprobar si se ha cogido bien o no. Además, preferiría
tumbarme a estar sentada. El veneno me ha cansado mucho. Mi malicia tiene que
dormitar. El pueblo tiene que moderar sus actos y alcanzar sus metas. Por lo menos
que no se intranquilice cuando tiene preguntas profundas. Lo inexplicable ha de
descansar en el fondo de la explicación hasta que el avance de las flores, desde abajo,
le dé una patada en el culo. Y luego que lo inexplicable se levante y nos abra los ojos
para que por fin podamos imaginarnos lo que existe. Bueno, este sería el último de mis
deseos. Cuando una es hermosa puede revestirse de humildad. Cuando se tiene campo
libre, inmediatamente se tiene una idea de las cosas. Aunque no se tenga ni idea de su
tamaño. Los enanos son más bien pequeños. Sin embargo miran mi humildad con
desprecio. He oído que lo único que quieren es la mujer más hermosa del mundo para
obtener más confort y prodigar un comportamiento desenvuelto, a petición suya
también fuera de la casa, en la alfombra del prado, donde con el miembro en libertad
pueden correr hacia mí y saltar encima, todos a la vez. ¡Si usted supiera cuántas veces
lo he oído ya! Esto es lo que mi madrastra tenía pensado para mí, ¡con eso es con lo
que ha intentado infundirme miedo durante años! Aseguraba que en cuanto los enanos
tuviesen lo que querían serían desagradecidos, como el resto de los seres. ¿Qué es ese
brillo tan desconocido que sigue sosteniendo delante de mi cara? ¿Esa cosa larga y
delgada? Y ¿cómo se vuelve a apagar?

El cazador: Yo no lo llamaría linterna. Más bien sirve para soplar la luz hasta que se
apague. Entonces, de la oscuridad del bosque emergen seres que creen producir una
espiritualidad viva, ¡pero eso no es para mí! ¡No hay obstáculos! En la pista de un
scalextric, la Razón le echa una carrera a Fe, el perro, que siempre tiene salida libre,
aullidos, estruendos, gargarismos, estertores, gruñidos, qué pena que no se lo pueda
enseñar, pero no llevo ningún perro de caza conmigo, no necesito algo así. Así que los
dos se están dando de golpes, el negocio de la vida espiritual está abierto, allí podrá
encontrar correas para los zapatos y jirones de oración, así como un trozo de trasfondo
del tamaño de 50 x 50 centímetros, es el fondo de la no fundamentación de la realidad,
ahora le pertenece a usted, incluso aunque quiera fundar de nuevo su verdad y no
quiera tener la mía, aunque, como ya hemos dicho, sea el último ejemplar disponible.
Bueno, y, ¿quién es el vencedor en la lucha mercancía contra fondo, Fe contra Razón?
EL ANIMAL. Que ha conseguido la confirmación más alta de su supuesto rango hasta
que llegue uno más fuerte. El pequeño fuego del ser aún sigue ardiendo,
incandescente, en la oscuridad del domingo por la noche, y como un descalabro
semanal del domingo por la noche aparece una mujer en una especie de camisón,
perdone que no pueda describir mejor lo que usted lleva puesto, pero da igual, la noche
todo lo penetra, y yo ahora mismo se la traigo. (Mata a Blancanieves de un disparo. Al
cadáver:) ¿Era usted una de esas mujeres que solo traen al mundo figuras de cine
porque quieren parecer una de ellas? ¿Que se acobardan ante la vida? Acobardarse
ante la muerte no le ha servido de nada, va detrás de usted empuñando mi garantía.
Usted no fue más que una muchacha que dejó ver su pie desnudo en una hierba
demasiado fría. No se debe pasear por el bosque en traje de ataúd. Aunque en su caso
ha sido práctico, así se puede quedar con la ropa puesta. A mí me da igual, como ya le
he dicho no entiendo nada de señoras ni de los caprichos de sus modas. No es más que
una presa que dejo en el suelo. Solo me he llevado su tiempo, esto tendría que bastar,
era lo más peligroso que tenía. Cinco minutos más y quizá me hubiera dejado
convencer para ser más pequeño de lo que soy. Ahora por supuesto está
completamente desamparada, porque no hay nada a lo que la belleza tema más que al
tiempo. Que no pongan tierra encima. Sería demasiado ligera.

Se echa la escopeta al hombro y se va.


Detrás de él aparecen los siete enanitos y rodean a Blancanieves.

Los siete enanitos: Qué propio de ella. Allá va, con lo buena que era. Y eso que nos
habría podido encontrar a tiempo si no hubiera llevado todo el tiempo el mapa de
excursionista al revés. Lo que la Belleza tenía por valles en realidad eran montañas.
Solo la Bondad puede mover montañas, a veces también la Fe, pero no la Belleza.
Puede alejarse millas enteras de las montañas aunque no haya más que siete. Las
montañas estaban donde siempre habían estado, solo que, lamentablemente, la Belleza
estaba en el sitio equivocado. Da igual. A nosotros nos queda todo el trabajo. Siempre
somos nosotros los que tenemos que adoptar una postura enérgica y deshacernos de la
suciedad de otros. A veces pensamos que alguna vez nos gustaría estar muertos para
que los otros vieran alguna vez, a partir de figuras divertidas, como nosotros, que la
muerte no es tan divertida como parece que se han imaginado. (Colocan a
Blancanieves en el ataúd de cristal y se lo llevan).
EL CAMINANTE

¿Que qué es lo que dicen? Nada de importancia. Pero la gente sana que tiene agallas
consigue traspasar el umbral de mi cabeza una y otra vez con sus zapatos rechinantes,
helados, y cuando, ya esperando el golpe, me pongo a cubierto, logran volver a
encontrarme en medio de todo el vacío y a cogerme de la mano con decisión. Hasta
que ya no me pueda mover. Por eso me gritan en tono de mando. ¡Pero si ya hace
mucho que soy manso! También hoy vuelven a guiarme un hombre y una mujer que
nunca han sido vencidos y que sienten el hambre siempre insaciable de una vivienda
unifamiliar entera que todavía quieren terminar. A pesar de todos sus esfuerzos solo
han llegado a la mitad. La otra mitad se la tenemos que llevar nosotros, los perdedores,
cada uno coge un par de ladrillos y una taza con argamasa y paga en caja.
Autoservicio.

Ese es su desayuno. Así que, por favor, suban a mi pequeña, media habitación, donde,
en la parada, está esperando el recuerdo de mi trabajo anterior con el que conseguí
abrir nuevos caminos. Pero sin caminos no hay paradas. Por favor, ¿dónde empieza el
camino? El camino no tiene por qué partirse, pero sí tendría que ir por algún sitio. No
hay ninguna vida que se pierda en línea recta. Sin nosotros, los que existimos, no se
concede ningún valor a que pase por aquí la línea trece, ágil pero irregular, no como el
reloj. Entre tanto, ha modificado definitivamente su bajada en dibujos como meandros
a la Alserstraße. Hace mucho tiempo que soy impotente, no quiero nada, no quiero ni
siquiera la nada, porque ya me la habrían regalado años atrás si la hubiera querido
tener en serio. Enseñarme la nada fue su negocio, también sano. Entonces, ¿qué?
¿Usted la quiere ahora o no? Autoservicio. El año que viene no volvemos a preguntar,
tendrá que quedarse con lo que nos quede.

Ni ahora ni nunca he pedido algo para mí, por eso hoy me regalan cosas, más vale
tarde que nunca. Aunque no, en realidad no: ¡Que Loneli siga pagando caro por ello!
Le resulta la mar de difícil. Tanto dinero solo por mi carne, que no es que se conserve
mucho tiempo ni se compadezca mucho de ella. Por favor. Entiendo que a mí, como
extranjero que soy, no se me pueda permitir comportarme de vez en cuando en público
sin ningún tipo de pudor, como no se me permite abrirme y cerrarme la bragueta de los
pantalones haciendo ruido. Desde entonces me he quedado desesperanzado y olvidado.
Al fin y al cabo no soy un turista, soy un excursionista profesional. Con frecuencia y
con gusto, ciclista. Pero ni siquiera Loneli, mi mujer, me permite que me aparte de
ella. En fin, yo me he apartado de mí mismo. Ahora hace demasiado tiempo que no he
vuelto a encontrarme. ¿Cómo es que otros muchos siempre me encuentran? Aunque
seguro que nunca más en casa, en la no inconsciencia que en ella domina.

También el timbre está en tratamiento médico. Hasta que vuelva a funcionar y pueda
apretarlo con fuerza. Los coches también pueden hacer ruido. Otros, por lo menos,
parecen querer confiar en mí, como aquel matrimonio un poco entrado en años, en
cuyo buen tratamiento nos encontramos los locos. Hacer una casa es muy duro, pero
un hijo ya lo está esperando. Tiene que estar construida para cuando el hijo viva y los
padres estén muertos. Mire con calma este cuadro patológico y dígame qué es lo que le
pasa al hombre, pregunta el médico. ¿Se refiere a la corbata? Gracias, no puedo
seguirle, me dijo el médico enseñándome un fotorradiograma con mi sentencia. ¿Qué
le pasa a esta casa? La otra mitad, quiero decir. Gracias, no puedo seguirle, eso no lo
dice nadie. Yo ahora mismo me voy directamente a la Dementissima, para que por lo
menos la montaña se acabe, quiero decir, para que yo acabe con la montaña. Mis
dedos ya se agarran con firmeza, los pies siguen resbalando. Hubiera podido
encontrarme a mí mismo la última vez tal vez por última vez en mi parada, el único
sitio donde se detienen los autobuses cuando necesito que me lleven. Si yo antes
hubiera intuido cómo es eso de perderse, hubiera preferido no conocerme o tirarme a
la basura de inmediato. Y nunca me hubiera buscado y nunca me hubiera intuido. Por
ejemplo, en medio de una marea humana inabarcable, delante de unos grandes
almacenes, junto al pretil del puente sobre un arroyo. Los envoltorios de los caramelos
hubieran podido crujir bajo mis pies. Pero demasiado tarde, he llegado tarde a mí
mismo. Desde entonces paseo hasta caer desplomado, hasta que no puedo más, ¿de
qué me sirve el abismo si al final llego a introducirme en él? Él nunca me devuelve
nada. Loni, ¿dónde estás?, ¿dónde te has metido? Te echo de menos, pero espera a que
esté arreglado el timbre, lo voy a estar tocando todo el tiempo. Porque por este camino
me quiero llevar a ti, aunque no sea calle ni cartero.

Qué pena. Todavía no dejan entrar. Y eso que la sala del cine ya está a oscuras. La
pregunta de dónde están nuestros asientos sobra, mi querido país, Loneli, como estás
aquí, también aquí tienen que estar los asientos. ¿O no he llegado a tiempo? ¿Por qué
si no iba a estar tan oscuro? A ti también te llamo país porque me abarcas por entero.
¿Tenemos que encontrarnos de un modo cada vez más y más terrible? ¿Cómo puedo
alejar de mí el hambre de espíritu? Para eso tengo una voluntad férrea, aguardando
como un perro delante de la cabina telefónica en la que ha visto por última vez a su
dueño. Hace mucho que ya no sabe a qué dueño está esperando. Lo existente quiere
ser, lo que no quiere es que le dejemos estar. ¿Podría traérmelo alguna vez aunque no
sea más que para mirarlo? Creo que está allí, al otro lado, con pantalones de
montañero y arqueándose como en una tormenta sin que haya tormenta. Lo necesito
aquí, donde estoy y en donde tengo que hacer mis necesidades. Seguro que detrás de
todo esto vuelve a haber una voluntad fuerte. ¿A quién se la tengo que devolver?

Lo que veo es que hay que terminar esta casa. Una casa propia es lo que tiene que
tener ese posadero enredado en materiales de construcción. Por eso vivimos ahora en
su casa, vidas, cuya luz tremola con suavidad, que perciben el oxígeno necesario de la
corriente que circula por debajo y por encima de puertas y ventanas que no encajan
bien, lo cual no es culpa suya. Ahora la voluntad tiene que someterse a un examen,
porque es tan fuerte que podría levantar incluso varias veces su peso, pero dónde está
su camino. Podría levantar vigas de hormigón, pero no sabría dónde volver a ponerlas
o hacia dónde llevarlas. Así que la voluntad se ha vuelto muy tímida y,
silenciosamente, coloca aparte los portadores armados con sus pesadas armaduras que
les sobresalen por todas partes como si fueran costillas. Demasiado poco para comer,
una casa pobre y una pobre caja de ahorro-vivienda.

Es una pena que la casa siga siendo un terreno en obras que alguien ha perdido. Parece
haber huido en desbandada según el aspecto que tiene todo esto. Para nosotros no hay
desvío que valga. De lo contrario, a través de un agujero asegurado con deficiencias,
que ni siquiera recuerdan los más mayores de nosotros, aunque ya llevan aquí unos
cuantos años, caemos directamente al sótano que está justo a tres metros de
profundidad. Nosotros, hoplitas de vía estrecha, después del paseo matutino en el que
no podíamos hablar los unos con los otros, volvemos a meter nuestra pequeña legión a
rastras. Nuestros allegados tendrán que pagar el edificio, parecido a un templo, con su
elegante peinado de pináculos encima, y a nosotros, en cambio, nos han quitado las
armas. Se ruega depositen escudos, lanzas, gorras y zapatillas de andar por casa junto
al pie de la escalera. ¡No utilicen la escalera! ¡Por ahora solo la hay en un modelo
especial de escalera de gallinero! Los animales son los únicos que saben hacer muchas
cosas, como por ejemplo poner un pie delante del otro hasta estar bien encuadrados en
el programa de televisión de "el universo", y devorarnos a los más débiles tal y como
han aprendido en la serie. Este camino del pensamiento no funciona con nosotros, los
imbéciles, hay que sujetarse también con las manos si se quiere subir por la escalera.

De la misma forma que el día no se escapa de la puesta de sol, todos los días me
extingo como una llama que se han olvidado de alimentar. Ya lleva media hora
rugiendo de hambre; luego, serena, se va adonde quiere. Por cierto, que la voluntad es
la única cosa que desea explícitamente ser sometida para someter cada vez con más
fuerza. El vencedor se lo lleva todo, no recibe nada. A la voluntad le hubiera gustado
ser por lo menos igual entre iguales, el pretendiente más libre de entre los
pretendientes, ah, Loneli, ¿estás haciendo trabajos manuales? Y si tú, directora del
destino, giras la rueca hilando enredos y mentiras, es para volver a deshacerlo por la
noche. ¿Has acabado por comprarte una manta ya hecha con miles y miles de plumas
de indio, último emblema de tu poder, porque estaba a buen precio? ¿Qué haces?
¿Dónde estás?

La especie de vencedor a la que pertenezco ya hubiera recorrido su camino, creo,


moviendo los dedos en el mapa, por encima de los océanos, ese es mi hobby favorito.
Ningún dios de los mares me lleva lejos, ninguna limosna que hubiera recibido por
cantar me da para el premio de consolación, Anita de Tharau, mi canción favorita, para
poder atarla a mi mástil quebrado y oírla una y otra vez.

Esta casa está de todo menos reluciente de limpia. Es como una cara nueva de la que,
con esmero, se ha alejado todo rastro de pensamiento con la espontex, incluso falta
toda una mitad del rostro. Ninguna revista la reproduciría jamás, y, murmurando, brota
a borbotones, incansable, el arroyo de imágenes que fluye sobre los corazones de
piedra que solo encuentra hermosa a la gente joven. El tiempo de adentrame en un
camino del pensamiento lo tendría ahora, solo que, ¿a qué puerta llegaría después de
esta peregrinación a cuatro patas para no ir volando hacia ti, Loneli? Y, para mi buena
suerte, a tu lado hay un portero afirmando que he dado una patada a la puerta para
entrar.

Todavía más igual, pero entre otras distintas está conmigo, como ya he dicho, mi
voluntad, cantora de la noche; al amanecer ya no se atreve a cantar y se queda en la
cama. Sí, a veces funciona y a veces no. ¿Tal vez le iría mejor a otra persona, sería
más precisa? ¿Liberad a Willy? Aun así rebota en el propietario de la vivienda
unifamiliar. A él los muertos le parecen todos iguales, por él pueden ser como quieran
porque no le proporcionan nada de dinero. Nosotros, los muertos vivientes, no le
damos lo que se dice poco por medio de nuestros allegados. Así que no podemos morir
nunca. ¿Ve usted? Así se alcanza la inmortalidad, ¿hubiera caído alguna vez en eso?
Los unos, convertidos en polvo para siempre insepulto; los otros, en sus parcélulas,
cuidadosamente exhumadas y de nuevo tapadas con tierra, en ocasiones soldados a los
padres y a los hermanos, incluso a tíos y tías, y de forma superflua cubiertos de flores,
para que no se quiera mirar con demasiada atención cómo les han vestido después de
muertos, con camisas abiertas por detrás y las suaves alas de la locura revoloteando de
allí directamente a la eternidad. Por lo que parece, ¿esta casita va a ser mi tumba?

Pero bueno, por lo menos cuando se sale y se va a los prados se sigue estando bajo
observación, lo cual se corresponde exactamente con la visión horizontal del plano de
obras y la visión hipermétrope del propietario; es una forma intermedia entre levantar
paredes y derribarlas. También nosotros somos los vencidos con quienes no se tiene
compasión. Por eso, mi querido país -dónde estarás también tú- siempre me ha tratado
tan bien. Parece haber intuido en qué casilla me meterían: porque desde siempre pensé
en adquirir una medida terráquea en condiciones para la que adoptaría la figura
venidera. Para poder pagar ya en vida mi tumba, donde los gusanos hacen orden en el
departamento de refrigerados y nos revuelven como es debido, a nosotros, los paquetes
de comida, tal y como se lo hemos enseñado en los arcones de metros de largo del
supermercado; parece que ahora mismo solo sigo vivo para eso. Mi tumba tiene
ventanas, pero todavía no están pintadas. No importa, ya llegará. Mi tumba tiene una
escalera en cuya barandilla me apoyo, pero mejor hubiera sido prescindir de ella,
porque no estaba en su sitio cuando la necesité.

Mi caída del cielo no tiene por qué suponer tu vergüenza, querido país, sino más bien
la mía. Sería horrible si pudiera verse a los muertos, para ellos yo no sería lo que se
llama decoración. Oh, país, dónde estarás. Por eso quería quedarme a toda costa dentro
de ti, como un niño que no quiere nacer para que su cuna no se exponga a este frío. El
médico me ha regalado un juicio benévolo. ¿Dónde están las figuras que una vez
quisieron llevarme consigo a las montañas? Me refiero a figuras fanfarronas pero
amables, que, en caso de necesidad, incluso irían algo más despacio, incluso
mantendrían mi paso si este se quisiera escapar corriendo. Por lo menos eso es lo que
hubiera podido esperar de mi país, que pudiera quedarme, eso es lo mínimo. Todas
esas figuras ligeras, que con el peso de su historia a hombros han mentido ligeramente
(¡aunque ellas mismas eran el peso!) para que no les cargaran todavía más peso
después de que la historia hubiese finalizado por fin; nacidos, a los que antaño
teníamos tanto cariño y que sin embargo podían hacernos mucho daño. Ahora ni a ti y
ni a mí nos van a hacer más daño, país. No tengas miedo, volverás a ser fuerte, país,
mi alma, que ha empalidecido para siempre, no te lo impedirá. ¿Quién escribe en ella?
¿Loni, insensible y atrayente?

Ahí está ya el señor Presidente, y también está el señor Canciller. No pueden


garantizar nada. Siempre eran los otros los que se volvían más fuertes, hasta que una
vez fui yo el otro. Tomé a los nativos por funcionarios, yo mismo fui mucho tiempo
uno de ellos, tanto como me lo permitieron los comandantes y sus carros de mineros.
Después me alejaron a pasos pequeños, muy respetables, de la misma manera en la
que ahora yo me he alejado, incluso de mí mismo. Desde entonces voy caminando sin
rumbo y pregunto a mis suspiros qué es lo que tengo que decir. Suspira, dicen. Pero,
¿dónde estará la llave hacia mí? Da igual, voy caminando en silencio, sin que nadie me
oiga, eso es a lo que estoy acostumbrado. A mi alrededor brama el valle, todo él forma
mi pequeño cerebro, donde, mientras, ha oscurecido bastante. También sé sin ver:
paisaje nevado, la cercanía del sol, tormenta y cielo. Y todo lo que hay más allá de este
muro, que guarda dentro la desgracia ocasionada por hábiles compañeros. Solo les
queda por hacer la segunda parte, ese será su examen de maestría. El ser humano es en
el fondo mi guardián, no la casa. El señor es mi abrigo.

Eso no, quiero decir, señor es, pero lo del abrigo no es cierto, tiene que ser un
chubasquero, por favor, negro si es posible. El chubasquero solo le ha abrigado a él, al
señor, hay gente más desgraciada que él. Quitarse los zapatos ya no va tan rápido
como antes. Su extensión, que corresponde a la extensión de mi conciencia, tampoco
alcanza mucho ya. Conciencia solo tengo por horas, la asistencia, de forma
ininterrumpida, y las horas no se dejan entrelazar, cada una de ellas se vuelve más
corta por separado. Las lagunas se entreabren en donde antes solo había miembros
dorados que se abrazaban. Se han soltado. La dulce violencia de los caminos me atrae
de tal modo que no puedo dormir más.

Ya solo sé una cosa, me gusta pasear, aunque el camino parezca ser duro de oído para
con el rumor de mis pisadas. Cada vez es más extraño que el camino me encuentre,
incluso si llamara al coro de ángeles y tocara a su puerta hasta que la corriente
eléctrica se me echara al cuello de pura alegría porque nadie ha podido tenerle jamás
tanto cariño. Los ángeles tendrían que traerme el camino cuando tengan tiempo. Yo
me quedo junto a mis zapatos. No sé dónde viviré cuando regrese a casa, porque
probablemente mi piso se haya ido por sí solo. Mi piso se ha buscado para mí una casa
que todavía no está terminada. Si hubiera sido para él, se habría buscado una más
bonita, estoy seguro.

Qué extraño. ¿Y de eso es de lo que me tengo que fiar? No tengo ni idea de adónde he
ido a parar. Al fin y al cabo no me puedo atar, ¡pero sí marcharme! Me han indicado el
camino hasta aquí, me han traído en el vehículo de un comerciante, un pequeño
tendero. Así que uno llega de su camino completamente agotado y de inmediato tiene
que guardarse de un agente de policía que pregunta dónde tiene pensado guardarse en
caso de cansancio. No respondo. No estoy muy contento, de todas formas soy un
forastero. Mis sentidos se muestran muy suspicaces en relación con los méritos que he
hecho por el camino. No he salido hasta hace poco. Me subo a la balanza, lo que es
todo un atrevimiento, porque apenas acabo de ponerme cómodo siempre hay algo que
se levanta un poco de golpe, se queda suspendido en el aire, dispuesto a repartir
mundo, a echarlo por encima de mí, como si fuera confeti, a los que están muy
contentos, ¡como si alguna vez se tuviera bastante de él! El mundo será mi especia
particular, aunque también se me puede comer sin ella. Esquivo hábilmente al policía.
Corre detrás de mí. Sigo corriendo, no sé hacia adónde, pero no importa. Después de
todo el camino es de todos.

El mundo no es una posesión que haya adquirido, no lo quiero ni regalado. Pero lo que
sí que podré es ir por este camino. Siento el mundo y no siento nada, cuando el
mundo, como hecho de papel ligero, se me echa encima. Lo que me interesa mucho
más es llegar hoy con mucha luz a la cumbre del Kolbeter, porque ahora, a las diez de
la mañana, todavía no sé dónde se ha puesto hoy la tonta de la colina. Ya me
preocuparé de cómo volver cuando llegue el momento. Otras montañas no dan tanta
guerra y se quedan donde están. Desde ésta ventana está aquí, desde la otra está al otro
lado. Como si la montaña pudiese caminar, como si fuera tan indulgente de querer
ahorrárselo a uno. Además, quiero que hoy el sol me vea moreno. Hala, ¿todavía tengo
las zapatillas puestas? Hay algo mojado que baja por la pernera de mi pantalón y que
quiere escurrirse a toda prisa. Paso por encima del charco. Alguien que quería que la
montaña por fin se quedara quieta frente a nuestros deseos le ha quitado a la montaña
la posibilidad de ser experta en recorrer caminos. La montaña no es una conveniencia,
es una necesidad. Que nadie me suba esta montaña a la que ni siquiera yo, el experto
montañero, siempre metido en alguna excursión, comprendo del todo. Me la he traído
aquí, a la habitación, para estudiarla. Ayer yo todavía estaba allí, mucho más lejos, en
aquella montaña que también quería estar fuera por una vez; una de mi manada
también estaba al aire libre, con todo el frío que hacía, o era otra, o acaso ninguna.
Seguro que hizo mal tiempo. El sol, frío. La flor, marchita. La vida, vieja. Al tiempo
no le quedó más remedio, por la noche siempre está atrasado, así como la muerte
siempre deja atrás cada morir.

Mis neumáticos también parecen haberse quedado atrás, los han renovado, y mi mujer
ahora me quiere encerrar para poder espiarme con toda calma y no tener que volver a
verme excepto durante las horas de visita, en las que también la mitad de nuestra casa
está a su disposición. Por eso Loni ha escogido esta casa de la que solo hay una mitad,
de la otra puedo salir siempre que quiera. Ojalá. En cambio, mi media naranja puede
salir a visitarme a las afueras de la ciudad, donde el terreno urbanizable es barato. En
la ciudad ni siquiera habría una de las dos mitades de esta casa. Todo es más difícil de
lo que había pensado. Quizá mi esposa tenga previsto regalarme la otra parte de la casa
porque allí no puedo estar, pues no existe todavía. La parte que quiere comprar, ¿será
esta vez una de las que haya a su lado? Lo desearía mucho. Ella paga lo suficiente.
Muchas gracias. Porque, ¿de qué me sirve a mí o de qué le sirve a ella si ni siquiera
vuelvo a encontrar mi cárcel? Lo único que siempre encuentro es el espacio intermedio
entre los barrotes, y en su contra no tendría nada. Lo que tendría sería una medida para
mi corazón, que antes solía sentarse a mi lado para entretenerme con sus latidos. Ja, ja.

Me siento delante de mí y me limpio los zapatos. Aquí el aire es tan escaso que ni
siquiera hablar cabría en él. ¡Vaya estupidez, otra vez estoy encerrado! No golpees,
por favor, le digo al escalón de piedra que hay delante del muro de Loneli, mi mujer.
Astutamente, por si acaso, con el destornillador que he escondido debajo de la camisa,
aflojo un poco las cerraduras, las soldaduras de sus axilas se levantan en silencio, al
momento siguiente pierdo la calma y combato furioso contra las cerraduras para que
por fin me dejen en libertad. ¿Cómo quito la cerradura de la puerta? La voy a llenar de
arañazos y Loni se va a enfadar conmigo. Así es como va a terminar, en una casa
diferente a aquella de la que nos mudamos. Es algo muy habitual en nosotros, los
humanos, que no hemos gustado y después de un período de prueba nos devuelven.
¡No importa! No todo lo que existe permanece. No todo lo que cae le cae bien a uno
porque necesita algo. Ahora tengo que darme prisa.

A mis espaldas, las labores de investigación de mis colegas caminantes están


socavando el paisaje y desaparece, aunque parecía consistente y al mismo tiempo apto
para el deporte y para el transporte, como una transparencia que deja ver todo pero que
no devuelve nada ante mi mirada llena de interés. Desde este punto de vista mi regreso
es un regalo que le hago a la montaña. La desconcierto. ¿Qué significa aquí punto más
elevado? Tengo que prestar atención para evitar que, como antes, cuando todavía
estaba más descansado, vuelva a caer en la trampa de los terribles colegas montañeros,
que se han puesto en marcha muy temprano para ser los primeros de verdad. Lo hacen
con violencia, eso no vale. Alemanes en el Piz Palü, en el Monte Cervino, en el Eiger
Nordwand. ¡Bravo, bravo! La opinión pública los aclama cuando han llegado hasta la
cima e incluso consiguen llegar hasta abajo del todo. Sí, hasta pueden ser la opinión
pública para ver cómo es eso de adorar a otros. Ser como todos y sin embargo saber
hacer algo. ¡Como todos y sin embargo reconocidos!

Todos juntos saben hacer, en total, muy pocas cosas, si se piensa en todos los que son.
Ya vuelvo a oír sus hachas y sus perros y cómo sus abrigos de piel intentan morderse
unos a otros. No tengo ni idea de por qué quieren volver a asentarse en esta roca, al
parecer es porque han estado antes que ningún otro y en un estado de verdadera
vigilia, pues en la montaña se suele ir pronto a la cama y levantarse con las
comadrejas. Cuando estos hombres prominentes se sentaban, ya se habían
desenmascarado, y es que de entre ellos, cuando nos encontrábamos en el puente, al
lado del riachuelo, volvía a salir aquel Willi, al que ya conocemos. Saludaba con toda
educación. Era evidente que los sanos le habían llevado consigo como una especie de
cojín para poder transformarlo después con toda tranquilidad en una especie de
almohada para los desconocidos o para la rodilla, para cuando se adoran a sí mismos
en lugar de a Dios, aunque eso solo vale para los desconocidos que no son
montañeros. Para los montañeros sólo vale el plan B de la creación: Dios se encuentra
ahí arriba, en la cumbre, y ya está. A la voluntad la consideran como un amigo que
adula servilmente, adiestrado para quererles y quererse a sí mismo. La voluntad y el
primero que llega a la cumbre son la misma cosa.

Bueno. Entonces apareció él, Willie, hizo una broma sobre el presidente de los Estados
Unidos, sacó su cabeza mojada y picuda con el pelo ceñido en derredor, y lo primero
que vio fue unos calzoncillos de lana debajo de toda la ropa de piel crujiente. Dijo que
de una vez por todas había que volver a subir la cortina de la voluntad para que no
pudiera encubrir más intenciones. ¡Y usted me quiere enseñar otro sitio tranquilo y
pequeño! ¡Qué bien le hubiera venido! Pero esta vez no lo acepto. En su lugar me
quedo con una casita ruidosa pero incompleta, con ladrillos dispersos por todas partes.
Y pese a todo no estoy tan perdido como lo estuve entonces, cuando en mi piso, en
aquel piso tan bonito, era uno de los perdedores.

Cuando todavía podía caminar, andaba balanceando mis pensamientos suave y


alegremente, como los brazos. Hoy ya no puede ser. A la misma altura que yo solo hay
durmientes y muertos, rígidos como un pan de jengibre. Yo también me voy a dormir
pronto, más tiempo del que había previsto. Limpiar las ventanas, eso sí es necesario.
¡Si por lo menos tuvieran marcos adecuados! Ya va siendo hora de que por fin se las
vea, las ventanas, digo. Siempre pretenden simular algo. Cuando más felices están es
cuando uno se cree que no existen porque están muy limpias. Limpiar algo tanto
tiempo como sea necesario para que parezca invisible. ¡Eso ya se le ocurrió a mi
espíritu hace mucho tiempo!

¡No se esfuerce, quienquiera que sea usted al que no se puede combatir, solo sobornar!
Durante décadas se da lustre al espíritu solo para que al final no se vuelva a notar.
Aunque a través de él se tendría que poder ver con especial claridad, ¿no? Aquí
duerme, en el fondo más profundo; ¿no es encantador, mi pequeño espíritu de sótano?
¡Ay, si aún fuera mío! ¿Al encuentro de quién habrá ido? Imagínese, alguien se pone
delante de la ventana que sin embargo no ha visto, y quiere querer algo que no sabe
qué es. Con eso se extingue, porque quien solo tenga que presentarse o ponerse delante
de una ventana ajena, como impronta oscura de una forma aparentemente inacabada,
no es de los nuestros. Conocemos a todos los nuestros. Solo que a quien ya conocemos
y aquel que se sepa a sí mismo, de forma que no se lo tengamos que decir, cumple con
todos los requisitos fundamentales para poder adquirir aquí terreno. El suelo se
azadona expresamente para él, para que pueda tumbarse. En cambio a los nuestros solo
se les puede enterrar.

Este suelo ya está bien preparado. Está en su punto. Así lo han pedido. Por supuesto
que cada petición vale para varias generaciones, a nadie le gustaría empezar una y otra
vez desde el principio. Prefieren construir encima. Ahora subo la Almstraße y abro un
buen surco hasta la Puerta de Hierro. Con ella se cerró hace tiempo la esencia de los
que son de aquí, hoy vuelve a estar abierta para todos. En aquel tiempo, cuando se
construyó esta puerta, también había movimiento en mi esencia. Y cuando la cascada
aún caía en gruesos pliegues, para que detrás de ella no trasluciera ninguna figura que
no estuviera allí. Ahora la naturaleza ha dado vacaciones de empresa. Por aquel tiempo
casi me hubieran tenido que cerrar a mí también, porque ni siquiera el Estado hubiera
podido hacer ningún alarde de mí ni hacerse conmigo. Así que el Estado ha tenido que
hacerse y hacer alarde de otros, al fin y al cabo tenía que estar listo en algún momento,
eso lo entiendo ahora desde la perspectiva de aquella casa inacabada de figuras
humanas de cartón en la que ahora me encuentro.

Más tarde, este Estado fue más laborioso de lo que yo he sido nunca; no me extraña
que no quisieran dejarme participar en sus planes de gobierno. A mí me habían
encargado que me hiciera y que me quedara en criado, como si estuviera muerto. Esto
indica poca perspicacia, porque los muertos no se mueven, solo se ensucian más los
dedos de tierra. Pero alguien tiene que hacer el trabajo mientras el Estado persigue sus
liquidaciones infinitas: dinero por botín, y quién tiene que morir y quién no. Y de
quién podría quedar algo y quién se dispersa, la pena es que después de esto no viene
nada mejor. Si vieran qué bonita es la dispersión querrían hacerlo todos exactamente
igual. No querrían permanecer unidos. Eso es lo que ahora me dice mi experiencia.

Si un Estado quiere estar vivo, tiene que tener tantos muertos en su escudilla como
necesite para hacerse grande y fuerte. Si no, no tiene nada más que comer excepto los
estados vecinos, y estos quizá no lo permitan. No me extraña que robe a sus
ciudadanos, incluso cuando tal vez los eche en falta en el momento de máxima
claridad, al mediodía, cuando por fin se les podría ver a todos juntos. Nosotros no
tenemos nada de sitio. Tienen que imaginárselo como una cuna en la que duerme el
niño, no, quería decir una báscula sobre la que el niño berrea porque no ha engordado.
Si los vivos van al bollo, los muertos, por supuesto, van al hoyo.

Está todo sucio de los envoltorios que, para que les hicieran algún bien, han abierto
creyendo que esta vez estaría dentro la voluntad de poder, su primer premio después
de mil años de juego haciendo cola en el estanco para comprar la última papeleta. Si
hubieran podido comprar este premio, todos habrían tenido que querer el deseo del
otro, imagínese, ¡habrían tomado por asalto todos los medios de transporte disponibles
como si fueran ciudades enteras! Las cumbres se habrían partido bajo la astucia de
toda la gente que se hubiera sentido autorizada, ¿para qué? Hoy les basta con estar
arriba. Entonces no les bastó. Ninguno hubiera debido estar abajo. ¡El que se quede
atrás será castigado! A mí con eso me basta por hoy, pero, ¿qué camino de subida
cojo?

Tengo la elección de mirar hacia un vasto campo visual y observar todos los rostros
llenos de esperanza que también querrían estar arriba. Quieren que les indiquen el
camino que tienen que coger para subir. Pero siempre conduzco yo, delante, detrás del
volante que yo mismo tengo que girar, aunque cueste mucho. ¡Esos monstruos! Con su
obra, que cada vez necesitaba de más seres humanos para construir la fatigosa subida,
han desmentido lo que crearon por medio del secuestro. Los derrochaban por el
camino. Yo he preferido ofrecerme inmediatamente como regalo, aunque no tuve otra
opción, porque por aquel entonces el país que habla mi lengua me robó, así de simple,
dónde estás. ¿Qué hago yo ahora conmigo si ya no me pertenezco? No querían
comprar, lo único que quedaba era: regalar. Hacia lo vacío y lo indeterminado, pero yo
estaba determinado para su obra. De un modo muy extraño, limitándome mis
posibilidades. Plástico, goma o eso que no se puede hacer de buenos modales: eso que
también tienen que hacer los animales, es decir, lo que se puede hacer con ellos, no
quiero ser más claro.

Un animal atado de una pata, eso era yo. La mayor parte del tiempo tenía que llevar y
hacer algo al mismo tiempo. El resto de mi tiempo tenía que servir de cebo, ni idea de
para quién, aunque por lo menos podía descansar mientras tanto. Querían apresar algo
detrás de mí, pero detrás de mí nunca hubo nadie. ¡Ser trabajador o no ser! Ser de la
raza o ser regalado o no ser en absoluto. Ser feo tampoco es bueno. Quién puede tomar
nota de todo eso cuando no se puede cambiar. Además, ya tenía suficiente con
llevarme a mí mismo. Ahora voy lleno de alegría de vivir. ¿Dónde están mis calcetines
para por lo menos poder conservar mis pies? Mi querida mujer me ha donado estos
zapatos, lo triste es que se ha olvidado de apuntar mi meta con mi bolígrafo favorito de
escribir, el que suelo chupar con cariño en cualquier ocasión. Es lo más resistente de
todo cuanto poseo para que no me quiten de un plumazo la propiedad de la vida.
Desde que la conozco, siempre ha hecho visible esta meta con rasgos pequeños y
nerviosos, pero como yo llevaba los zapatos en los pies, la meta no pudo ir conmigo, y
por eso era absolutamente inalcanzable. Tenía que andar y andar. Claro que lo notó y
me rechazó, con razón, me tenía que buscar otras metas, luego, por supuesto, podría
seguir caminando. Eso es lo que quieres, ¿no? No me refiero sencillamente a otras
metas, sino a metas que estuvieran más lejos. Pero ya habrían rayado casi la
insolencia.

Contradecir a estos hombres era como comer cerezas picadas. Los huesos se le tiraban
a uno desde atrás, a la apertura del cuello, después de haberlos escupido. Convertirse
en humanidad buena, útil, cuyo colorido quedara bien con el país, eternamente
marrón-barro y seco, retornando como igual, porfavorporfavor, sin reservas, como
igual, pero lo que no quiero es tener que llevar encima una cara extraña, ¡la mochila ya
es lo suficientemente pesada! Cuando el país escupe, uno se lo tiene que volver a
comer una y otra vez, hasta que se lo quede. De mal humor se sienta delante de su
cuenco, una canasta para la pelota de la sociedad que cuando esté vacía se le pondrá en
la cabeza. Entonces la mierda le correrá por encima de las orejas. Yo no me he
atrevido a entrar en ningún sitio, eso no, que me cuesta la propina que otra vez no he
vuelto a recibir.

¿Cómo es que me tengo que marchar? Usted, médico, ¡tendría que darse la vuelta
hacia mí, y en lugar de eso se da la vuelta con mis radiografías! Y eso que en ellas
habría que ver cuáles de los fiordos de mi cerebro son navegables. ¿Y que Dios
también está muerto? ¿Cómo lo ha hecho, señor doctor? Yo mismo me he quedado
asombrado, aunque yo nunca he dicho algo así, yo, personalmente, no habría llegado
tan lejos. Siempre fui el que limpiaba el horizonte con una esponja, no, era aquel que
inventó un nuevo material para la esponja, para que fuera especialmente absorbente y
consistente. Después de la época heroica, él también lo necesitó, de lo contrario
habríamos tenido que terminar vaciando el mar a sorbos. Con mi nueva esponja, que
después da para el coche, el felpudo y el aparador de la cocina, hemos arreglado todo,
con absoluta comodidad, en un par de pasadas. La pena es que queda una pequeña
película en la que no se ve nada, solo estrías de grasa.

A nosotros, los pacientes de esta casa, nos han iluminado demasiado poco, esa es una
buena excusa. Antes de limpiar, mis suspiros han preguntado expresamente dónde,
pero no ha respondido nadie del servicio, del que Loni lleva las riendas con una mano
tan firme como cuando ase el hilo de mi destino. ¿Por qué tengo que empezar yo a
hacer la limpieza? ¿Dónde hay que limpiar y qué es lo que hay que sacar fuera? Un
país, donde lo pretencioso adquiere el color de la suciedad para inspirar confianza
desde un primer momento. Ahora reconozco el país perfectamente, aunque apenas
conozco algo ya, gracias por haberlo coloreado de una forma tan peculiar, porque todo
tiene el mismo aspecto, el suelo de la cocina y la tierra, la montaña y la mesa de
resopal.

¿Qué? Quieren un cerrojo de precaución, pero lo hay en este tamaño especial en el que
se ha encogido el país, imposible de conseguir en el mercado, por favor, ¿dirijan sus
solicitudes directamente al fabricante? Tengo que pensar. No sé. ¡Avíseme cuando un
pensamiento se detenga en mí! Diga cuánto necesita, porque en eso se basa mi
invento. Dónde, qué y cuánto. Un momento, voy a desencadenar rápidamente la tierra
del sol, luego caminar va a ser más cómodo, y uno no se adentra en el sol por
equivocación y se quema las suelas de los zapatos.

Yo he creado todo esto, e incluso después, a veces, conseguí que la creación estuviera
bastante bien. Pero entonces: la puerta. ¿Quién ha cerrado mi puerta, que tengo que
volver a sacar el destornillador? ¿Dónde lo habré puesto? Abrir esta puerta me parece
casi tan difícil como beberse todo el agua del mar. En la pantalla parece tan fácil, pero
en la realidad es difícil, solo es posible con un truco o con el ordenador. Yo le digo por
qué, ¿a quién se lo iba a decir si no y por qué lleva hoy una bata blanca? ¿Para
diferenciarse de los mapas turísticos del destino de su entorno y quedarse tumbado allí
arriba? Es difícil, porque todos nosotros nos hemos quedado en la tierra, y si liberamos
a la tierra del sol, primero se borraría la luz, después el campo visual, y ya no habría
nadie que quisiera caminar, no sabría hacia adónde. Esto provocará un levantamiento,
y ¿a quién le gusta levantarse, lo cual sin embargo es ineludible para caminar?

La realidad era un camino que debía recorrer quisiera o no, un camino en un único
sentido que ya venía dado. Imagínese, se beben la humanidad hasta que no queda ni
gota en vez de dejarle que se emborrache a gusto. Con nuestro tacto hubo que
preguntar si podíamos seguir en el tren, si teníamos conexión, o si ya habíamos
llegado a la última parada. O si no nos habían retirado la autorización para viajar. Lo
que no era una cuestión de tacto sino de organización, ¿adónde quiere ir, colega
caminante? ¿Sol, horizonte o mar o a un cierto pequeño lugar cuyo nombre ya no
podemos volver a decir porque se le ha mencionado demasiadas veces? Tiene que
decírmelo si tengo que comprarle la postal de la que apartará la vista cientos de veces.
Escriba un libro, ¡ya verá como no sabe sobre qué! Incluso la lista de la compra ya le
crea problemas.
¿Así que el ser humano es su criterio? Hay muchos. Cuando se está caminando, no se
puede evitar a la gente, tampoco se la puede arrollar. Y todos quieren seguir adelante.
Como mucho se da vueltas a su alrededor cuando se dejan sus cansancios en casa, pero
allí están otra vez, y ya no parecen cansados, parecen haber ido detrás de alguien, estos
humanos. Siento no conocer sus nombres, quizá ya no sean humanos. Menean el rabo
con lentitud, arañan el felpudo con los pies, están ilusionados como el pensamiento,
que busca su destino, y en su lugar recibe la confirmación de que queda un pequeño
cupo de entradas para Holiday on Ice o para los Cosacos del Don o para ese grupo de
baile irlandés que es tan bueno. Ahora hay que decidirse. Un arte tan hermoso, ya no
se necesita escribir más, siempre estuvo ahí, creo.

O se le quita a una persona su camino y luego se observa cómo vaga de un lugar a


otro. Con matar quiero decir que los seres humanos aniquilan el mundo y no al revés.
Es decir, no es la gente la que se aniquila, deben seguir aniquilando mala hierba para
poder seguir creciendo. A los queridos muertos, a ellos no les importa, porque a ellos
no se les ha aniquilado, solo de alguna forma, cómo lo diría yo: de otra forma. No
pueden consumar su camino porque los pies ya no les funcionan y ya no hay mundo al
que puedan ir. Por lo demás no les falta nada. Muy buenas, usted, el señor de los
pantalones térmicos, y usted, el de la mochila, el casco de desprendimiento de piedras
y el bastón de aludes con el batímetro que pita, me alegro mucho de verles. Es tan raro
encontrar aquí a gente, ¿no quieren charlar un poquito? ¿Qué dice usted? Pero, ¿qué
dice?, tío, ¿me pareces una mierda? ¿Eso lo dice para sí o me lo está diciendo a mí?
Que usted por algo así no se levante, no se defienda, qué cosas, mire, ahora su cara
rueda hacia mí brillante, como una bola, por haber dicho eso. Se le ha arrancado. Hay
que cuidarse la cara antes de que se rompa contra todos los bolos sueltos que se
tambalean por todas partes de un estampido, qué, así por lo menos caerían más
fácilmente, ¿no cree usted? ¿Qué ha encontrado? ¿Algo que no le pertenece? ¿Mi
vida? Eso es lo que ha encontrado, y si me quedara todavía una chispa de
entendimiento, ¿quizá yo también podría beneficiarme de ello antes de que se haya
ido? ¿Qué dice? ¿Tío, que me pareces una mierda? Así que este es el objeto de su
discurso de hoy, y ¿de verdad piensa que hoy soy su persona de contacto? ¿Y me ha
estado buscando para decírmelo?

Me imagino que antes habría podido detenerle solo con mi pensamiento, pero hoy a mi
pensamiento le apetece estar sentado porque le duelen los pies. Querido señor, usted es
un baño en medio de la multitud porque está por todas partes, como el agua, ¿no puedo
mojar un poco mis pies en usted? ¿Usted cree que mejor no porque está demasiado
caliente, demasiado vivo, porque es demasiado bonito para mis pies de caminante?
¿Piensa usted que me tengo que marchar para que se le pueda ver mejor a usted y a su
nueva chaqueta de forro polar? ¿Tengo que ir donde no estoy? ¿Allí sería más feliz?
¿Lo sería porque usted estaría en otro sitio? Pues gracias. Me quiere quitar de en
medio para poder asegurarse usted su permanencia y yo su asistencia, pero, ¿eso solo
es posible si desaparezco? ¿Cómo quiere quitarme de en medio si ya me he marchado?
¿Cómo quiere subsistir si yo no insisto en nada?

A uno que no sabe adónde ir y que ya no sabe dónde está no se le puede incorporar a
sus reservas ¿porque siempre huiría corriendo? Entonces, ¿para qué me necesita?
¿Piensa que soy una mierda? Usted, por su propia seguridad, quiere el dominio de
pequeñas casas al sol de invierno que constantemente comen su dog chow y que por
eso tienen los carrillos muy inflados, y yo ahora también tengo que ir allí, para que
usted tenga todo bajo control, así como su cuerpo controla los pantalones sin fondo, ¿a
los que en este gran momento tiene que conferir la forma definitiva? ¿Puedo ayudarle
con mi opinión? Tendría que darse algo de prisa, porque ahora ni siquiera se ve el
comienzo de la forma. ¿Cómo? ¿Que por fin tengo que entrar en esta casita tan bonita
que sus padres construyeron en este dulce paisaje de mayo y ahora tienen que terminar
de pagarla aunque no esté más que medio terminada y apenas sea habitable? ¿Es
verdad que usted ya ha metido dentro a treintaisiete personas que solo pueden raspar y
comer lo que gotea de la boca de su madre los domingos? ¿Y por eso a los seres
humanos, pacientes, locos, hermano crápula, a los que vamos y venimos, nos tiene que
convertir antes en personajes de su granja de juguete sin animales, sin tierra, sin fondo,
porque, al parecer, usted solo puede existir manteniendo el poder sobre media casa,
medio jardín, media escalera y media mesa, incluso cuando ya hubiéramos caído hace
mucho tiempo? Preguntas apiladas sobre preguntas. Respuestas alisadas junto a
respuestas.

De alguna forma me parece obvio que es práctico anudar lo existente en un hatillo y,


aún caliente, aunque no por mucho tiempo, como una tortilla, se puede pedir que lo
envuelvan en su bocadillo, como si no existiera lo existente en sí que castigará a los
unos o a los otros: yo soy el señor, tu Dios. Pero entonces planteo: querer todavía no
significa tener. La casa se derrite, sin embargo, las deudas crecen largas como
eternidades, tan suaves como chalecos de lana, pasan de largo como nubes pintadas.
Esta casa resplandecerá algún día como bajo su techo resplandecen todos los carrillos
que se hinchan al merendar inflados con harina de almidón. Y si mi tía tuviera ruedas
sería un ómnibus. ¡Pero antes me tiene que coger! ¡Usted, señor revisor de seguridad!
¿Qué es lo que dice? ¿Que el resto de las tazas sucias ya las tiene en el armario; que
otro tiene que lavarlas? ¿Yo soy el único que le queda por coger? En el momento en el
que por fin me tenga, ¿quiere teñirme de rojo los dientes en los lugares más ásperos
para que sepa dónde tengo que limpiarme? ¿O ya ha vuelto a decir: tío, me pareces una
mierda? Así que este es el último desprendimiento de rocas que recibo, preste atención
adónde va a pisar, ahí están todas dispersas, todas esas piedras. Y en general. Cuando
se camina no se debería andar porque si no uno se tropieza, y no se debería hablar,
porque si no a uno le falta el aire cuando lo necesite para un cigarrillo.

Gracias, estoy bien. Reír no es algo habitual en mí. Empecé cuando esperaba tan
contento a que llegara la hora del desayuno, pero ese tampoco debería ser hoy mi
camino. Así que cojo otro. Este camino, creo, fue creado expresamente para mí, sin
que me hubieran dicho los motivos. ¿Cómo es que hoy está en un sitio distinto a ayer?
Antes sabía cómo ayudarme, así que entre otras cosas he inventado algo para que
también vayan bien las correas de transmisión, ese era mi pasatiempo: caminar y no
sentirme estorbado por nada. ¡Me matarían si estas correas de transmisión no
funcionaran sin manos o por lo menos no pudieran sostenerse! Sostenerse no estaría
tan bien. Que puedan matarme es para mí un estímulo, seguro. La verdad llega o
sucede, pero, ¿quién le quita la corteza (para que los otros, así, sin cáscara, no la
puedan reconocer y se compren en seguida una nueva) y me la guarda en mi caja del
pan? ¿Quién me guarda este arte mío sin caja, quiero decir, sin pan? Da igual. Era una
orden. Así que ¡sigan andando!

Ir a Semperit, una empresa que existirá siempre, pero en Traiskirchen, ya lo dice el


nombre. En Traiskirchen todo marcha por sí solo para que desde allí uno se pueda
volver a marchar. Y los neumáticos cantan siempre, váyase, váyase cuando pueda,
también ellos. Allí la goma anda con la cabeza gacha en lugar de cubrir una cabeza
fuerte e inteligente. Hombre solitario, donde tus rosas florecen y tus amigos pasean
hasta que todos ellos hayan desaparecido. Donde tu imagen se destierra incluso de las
postales, oh, país, dónde estás. Cuando él ordena, la voluntad, serena y libre, como es
ella, quizá también: liberada, selecciona una meta de la caja de construcción, donde
muchos tienen que permanecer sentados.

Bueno, y ahora el pequeño cuadro está listo, pero el bueno de Willi va a notar que solo
se quiere a sí mismo y lo va a hacer trizas. Él no está de acuerdo con la tranquilidad
que reinaría después porque todos se dominarían a sí mismos, y a Willi no le quedaría
nada que dominar. En el país solo quedan ellos y crecen, ya casi son adultos. De una
patada, Willi, el gigante ferviente y caliente, destroza el cuadro y da una nueva orden,
otra vez muy contradictoria.

¿Qué quiere decir tío, eres una mierda, dónde está la orden, qué se supone que tengo
que hacer ahora? ¿Grabarlo en las cortezas de todos los árboles? ¿Grabar esta grave
experiencia? ¿Labrarlo en una roca? ¿Inspirárselo a la brisa de la mañana por última
vez? ¿Escribirlo en todos los papeles blancos, tuyo es mi corazón? Loneli. Todos.
Cuidado. Qué bien. Pues ya voy. Mis pies ya se estremecen antes de que haya
empezado, están contentos de ir a caminar, yo también, no, me analizo y veo: a mí
mismo no me quiero. Estimado señor Willi: no tenía razón en mi caso, cuando usted
quería que cayera. Quizá sea mejor que uno mismo no quiera convertirse en un Willi.
O no se debería querer ser menos que una repetición de sí mismo, y en la medida de lo
posible comérsela primero, quizá después ya no se tenga más hambre de una verdadera
marea humana, aromática, en la que a uno, dentro de ella, solo le fatiguen los parientes
añorados durante mucho tiempo y le torturen las personas queridas que han fallecido
con sus dedos de caramelo. Porque siempre, en el último momento, cuando ya se está
a punto de tocarlos, vuelven a echarse atrás. Una vez que se ha estado tan cerca de
ellos, ¿cómo es que no pegan mejor después de todos los dulces que han comido? No
quieren decir cómo es allí abajo, aunque dentro de poco cada uno lo podrá comprobar
por sí mismo.

Allí abajo quizá haya un pájaro que espera ser amaestrado. ¿A quién no le gusta criar
un estornino joven? ¿Hasta que pronunciara las palabras puras y claras, hasta que las
pronunciara con el sonido de mi boca? ¿Qué? No estaría mal, ¿no? Yo creo que un
pájaro no es de allí, tiene que estar arriba, en el aire, sobre el río, a paso ligero. Todos
menos yo tienen quizá ese algo, más tampoco cabe en esta casa, así que sigamos
confiando en que se termine pronto. Los costes necesarios me los descuentan de mi
vida y los cargan a mi muerte. Para todos la vida es un viaje, para mí, por supuesto, es
la última parada. La mitad de una persona en la mitad de una casa, que desde un
comienzo solo había sido concebida para una familia y no para esta luminosa
muchedumbre, que se tensa delante del quitanieves estirando las piernas como los
principiantes cuando se tiran por una pendiente. ¿Quién lo sigue haciendo, lo de estirar
las piernas cuando viene una pendiente? Los que hacen snowboard no, solo tienen una
tabla a la que están clavados.

En vez de eso yo clavo los ojos en el suelo, tal vez encuentre algo que me pueda
mantener cubierto. Loni, guaréceme. Ella no nota nada de todo este angustioso trajín.
Tuyo es mi corazón. ¿Qué dice la conciencia? ¿En qué piensa este ser, por ejemplo?
¿En la propiedad que se ha ahorrado? Yo no quiero otra cosa más que a Loneli, mi
mujer, y eso va a ser así para siempre. Seguro que es una buena persona, y quiere todo
de sí misma, y se exige todo para poder apuntalar su poder por toda la casa. No hay
nadie que pueda quitar de en medio esta ambición. Está por encima de los muebles,
como el polvo en el que le escribo. Nada de grabar en la corteza de los árboles, no es
necesario.

Ella niega que ha perseguido este poder, pero todos los días sigue construyendo con
sus ásperas órdenes. Ella es dueña y señora de mis posibilidades. Pero apenas las tuvo
todas bien juntas y se hubo pensado qué es lo que se podría comprar con ellas,
vinieron otras y dispusieron de mí. Han derrocado a mi mujer porque solo pensaba a
partir de valores materiales. Ahora puede comprarse con este o aquel dinero uno de los
perros de porcelana que vio en la tienda, y mañana un candelabro de bronce del
tamaño de un águila. Eso no puede ser, no conduce a nada. Pero cuando me arrebaten
de sus manos, nunca conseguiré recuperar la vivacidad de mi alegre ser.

Una vez casi estuve a punto. Tuvo que notarse en el ardor en mis mejillas, tuvo que
leerse en mi boca callada, cada aspiración le anunciaría en voz alta que no habría
ninguno más, porque no se iba a escuchar a nadie. Millones como yo ya fueron
declarados enormes pecadores y castigados por ello. ¿Por qué no yo también? ¡Que en
mí no se fijaron de tantos como eran! Tal vez yo me habría dado cuenta, tío y tía,
sobrina y sobrantes, pero eso hubiera sido todo. ¡Habrían podido conseguir mucho más
que mucho! El sujeto se convierte en conciencia de sí mismo, lo han demostrado para
siempre. Muy bien. Pero no cualquier sujeto.

En el hálito de los fantasmas retumba el sonido de todos los que no me llevaron


consigo al tren o a la obra: allí estamos, donde tú no estás, si no tampoco sería yo. Con
suerte. Por suerte, hacia donde todo apremia. Así que nada mejor que lejos de ellos,
cojo el que visto desde la montaña es el tren local, por abajo salen mis pantalones de
cuero, mi miembro, curioso, hace los ejercicios que se han mudado en carne de su
carne. Cuando exhalo, lo hago solo en las manos huecas que me caliento en mí mismo,
aquí no hay nadie más.

Ordenar es más difícil que obedecer, eso es lo que uno se dice sin pensar cuando pasa
este tren largo y pesado, impulsado solo por una exhalación de agua que brota por
arriba, hacia algún lugar tendrá que ir la respiración, aunque sea la última. Así se va
para allá. A la respiración se le ha ordenado desaparecer cuanto antes. Ay, qué pena, se
queda un momento en el aire frío de invierno para que por lo menos se pueda ver algo
de su rastro, pero allí no hay nada, no hay nadie, ¡se tiene que ir, como yo! Pues
bueno. El mandado obedece. Puede disponer de sí mismo, aunque menos que el que
manda. El tren sigue y sigue, yo camino. Adónde.

Andando uno no puede llegar a ser más grande de lo que es, mi Loni no lo soportaría.
Venga, pasito a pasito, poco contento, pero bueno. La voluntad se supera a sí misma
como supera el paso de un reyezuelo por el prado. Animales tristes acuden en masa, ya
saben que no se les va a echar nada de comer, el que camina solo puede arrojarse a sí
mismo ante sí. Es una presa demasiado poco apetecible como para seguirse. La
voluntad quiere tener su voluntad de señor comandante, que tiene su orden y por
supuesto no la quiere prestar, quizá nunca le vuelvan a dar una así. Ahí está esta pared
de armario decorada con fotos de vacaciones de otras personas. Gente en uniforme.
Chicas en traje de baño. Poca indulgencia se puede esperar de este señor de gestos
imperiosos, prefiero irme para no cometer ninguna tontería. Para que no me mire.

Así que me voy a la fábrica de goma, donde apoyo mi cabeza cansada en la mano.
Pero no hay que preocuparse, señor comandante: todo lo que he caminado, todas mis
aspiraciones, todavía no son deseo, ni siquiera deseo. ¡No tiene por qué preocuparse!
Lo que significa la voluntad lo puede experimentar en cualquier momento por usted
mismo. Por mí, su más fiel servidor, no, esta vez no, porque no habré estado en casa
para seguir vuestra rápida vivacidad, es que me gusta caminar. Me llamo caminero,
como un pájaro que se acaba de extinguir, y exactamente igual me dejaría relevar por
alguien que lo pudiera hacer exactamente igual de bien que yo. No me gusta nada,
pero, para querer algo, tendría que rebasar un nivel, este paso, qué tontería, ahora ni
siquiera sé dónde está mi casa, y si no encuentro la casa, tampoco encontraré la
escalera. Pero siempre encuentro una huella. Tío, eres una mierda, qué significa eso.
¿Qué significa ese anorak de nailon, ligero como una pluma, qué significan esas botas
de escalar con esas suelas especiales tan ágiles, qué significa esa mochila con
veinticinco compartimentos a los lados? No significan nada. El tren se va. Las
imágenes por fin están quietas. Y, sobre todo, todavía con la voluntad del sirviente,
con esta calma, encuentro la voluntad de ser señor. Eso no se puede cortar de raíz. Y
todavía con la voluntad de la víctima encuentro la voluntad de no ser víctima. También
lo veo en mí. Lo único que no encuentro es mi piso. Sinceramente, ahora lo encuentro
demasiado estúpido. No puedo hacer la vista gorda ante mi ceguera. He salido al aire
libre, pero, ¿adónde voy ahora?

Todo el aire se ha evadido, y eso que lo he buscado durante mucho tiempo. Allí, donde
no estoy, no puedo volver aunque lo conozca. Tengo que haber estado allí alguna vez.
No sé dónde está donde no estoy. Si ahora estuviera allí, me acordaría de inmediato.
No me puedo acordar. De modo que mi meta se ha mudado a un paradero
desconocido. ¡Loneli, ayúdame! Ya he registrado mi poca e inmerecida vida mil veces
y todo en vano. Caminando soy un pionero que abre nuevos caminos, constantemente
encuentro nuevas rutas, pero este camino no lo puedo abrir ni siquiera yo. Así que me
pongo solo en camino, Loni. No solo querer ordenar siempre, mejor disiparse sin
llamar la atención, para no estar cuando venga la orden. Es mucho mejor, te lo he
estado explicando todo el tiempo, Loni, mira, siéntate por una vez en paz en tu mandar
constante junto a la persona que tú desees, haced un plan, un esbozo, un plano de ruta,
¡piénsalo! Verás cómo una vez que ambas cosas, mandar y lo deseado, se hayan
puesto a cubierto, ya hará mucho tiempo que me haya marchado a un sitio muy
diferente. Te habrás librado de mí. Quiero decir, tendría que notarse en tus ojos que
eso es lo que quieres.

Mira, otro ejemplo: un alcalde que un par de pueblos más allá inaugura una carretera
nueva y después se marcha con la cinta cortada. Anda y anda, pero la cinta no es larga.
Ya algunos suspiros entremezclados empiezan a preguntarse, ¿dónde se acaba y sobre
todo cuándo para que nos podamos ir a casa? ¿Al final lo que quería era la cinta y no
toda la hermosa carretera? Está bien así, no se preocupe, puede dejar la carretera en el
pueblo. Si nos ponemos así, tampoco le pertenece la cinta, pero, por favor, que se la
lleve. Los sirvientes también quieren tener a alguien que les sirva, pero el que se va no
tiene a nadie que vaya en su lugar, lo que más desea es dejar todo atrás pero sin
avanzar, subsistir. El señor siempre tiene su subsistencia resuelta, el sirviente tiene que
esforzarse hasta que su alma se despoje de su insípido uniforme de Niño Jesús, haya
apagado las luces y, suspendido en el aire, se balancee hacia la belleza. Los señores
alemanes, ¿deberían abandonar ahora su presunción o no? Entonces, ¿cómo? Si la
abandonan pueden acompañarme un pequeño trecho, con mucho gusto, quieres salir
conmigo, me encantaría, el país en el que se hinchan las rosas. Una gran injusticia que
se comete con sus cabezas.
sobre

"NO IMPORTA"

una pequeña trilogía de la muerte

Estos textos están concebidos para el teatro, pero no para una representación teatral.
Los personajes ya se representan suficientemente a sí mismos. Los títulos de las tres
partes: La reina de los alisos, la muerte y la doncella y el caminante, han salido de
canciones de Schubert; el rey de los alisos, de Goethe, ha cambiado de género. En la
primera parte es una actriz famosa, por supuesto muerta, a quien, siguiendo una
antigua tradición, se la da tres vueltas alrededor del Burgtheater. Por así decirlo, recita
el epílogo de mi obra teatral "Burgtheater", de la que es su protagonista precisamente
porque no se puede acabar con ella, y por eso sigue hablando sin parar. Mientras esta
mujer habla, lo extraño se convierte cada vez más en lo no-extraño, lo cotidiano, todo
vuelve a ser concreto. La guerra supuso el final de lo inesperado en tanto que concedía
e incluso exigía una coactuación (por parte de los soldados, simpatizantes, industria
propagandística, cuya representante fue la vieja actriz). El terror es el final concreto de
lo extraño, de lo irresoluto. Si esta segunda Guerra Mundial fue tachada de "extraña",
como Heidegger hace constar con ahínco en referencia a sus coetáneos, se ha de añadir
que ya esta cotidianidad, que todo lo redujo a polvo, desdibujó en algo habitual, para
muchos, lo que se ha denominado extraño. Esta actriz ha experimentado el poder, en el
sentido real de la palabra pudo seguir actuando con y para el público, y en su público
pudo seguir ejerciendo este poder más y más, sin resultados y sin consecuencias,
incluso cuando ya se hubo acabado la guerra. E incluso una guerra nueva (¿quizá
empezó ya hace tiempo? Sí, veo que ya ha comenzado.) entendida como un suceso
igual de irreal (pues apenas hay alguien que hasta ahora haya sido depurado y
castigado por la responsabilidad de la guerra) y no extraño volvería a ser lo normal
para muchos, más aún, la calificarían de "moderna" y sería aprobada exactamente de la
misma forma; en el fondo es lo mismo. Los pensamientos pierden el conocimiento.
Puesto que nadie pregunta por ello, lo extraño se convierte en modernidad. ¡Todos
siempre adelante! Las figuras de este texto están seguras de sí mismas. Incluso la
víctima, el caminante, todavía lo está porque mucho tiempo atrás se perdió a sí mismo.
Pero eso ya lo sabe. Como en un acto de burla, en diferentes partes del texto aparecen
títulos de canciones de Schubert, del compositor que, a excepción del Schumann
tardío, menos conciencia tenía de sí mismo, y quien, dijera lo que dijese, nunca hacía
referencias a su persona, si bien posteriormente se le ha injuriado porque sólo se
intenta comprender sus sentimientos y no sus pensamientos, pensarle y no sentirle.

La parte central, la muerte y la doncella, es una especie de entreacto, el diálogo de un


cazador con Blancanieves. Trata de la verdad, la bondad y la belleza, de las cosas que
muchos se complacen en invocar en materia de arte, para en seguida interponer una
apelación en el caso de que alguien quiera demostrar algo distinto. Las operaciones
militaries se detienen, la paz se desarrolla como un plan de operaciones que
Blancanieves lleva pre-escrito en la cara con líneas negras, como una operación
cosmético-cósmica a modo de lifting que vaya a eliminar todas las arrugas. Solo que
tiene el plan del revés, y como lo lleva escrito en la cara, ella misma nunca podrá verlo
de otra forma. Además, tampoco se ve quién es en realidad esta muchacha, y el
cazador la mata de un disparo antes de que haya podido encontrar a sus queridos
enanos, a quienes desea conocer ardientemente porque, según cuentan, también ellos
deben de tener grandes deseos de ella.

El caminante es el monólogo final, como en "Sportstück" ("Pieza de deporte"), un


texto que pronuncia mi padre. En la primera parte habla la autora de un crimen del que
nunca quiso ser su autora (¡pero a la que luego le gusta mucho haber participado en
él!); en la última, una víctima que tampoco quiso serlo nunca. El tiempo en el que
todos quieran ser víctimas está aún por llegar. Este tiempo redimirá aquel otro tiempo,
cuando a nadie le gustaba ser víctima. Sea como fuere, se trata de poner sus cosas a
buen recaudo. También yo saqueo mi inventario familiar y no me regalo nada. ¡Qué
orgullosa estoy de los sacrificios de los demás! No debería estarlo, pero echaría en
falta el dolor por su existencia. Hay tantas y tantas víctimas y yo tengo una solo para
mí, han desaparecido o andan dispersas por el mundo, ejercitando el ocultamiento para
que no se las encuentre ni se les quite lo que les queda, sus nombres y sus números
(¡podrían variar!) ¿Y los que antaño fueron ayudantes de los ayudantes? Se acercan
impacientes al día en el que ellos, junto con su forma de pensar, sean por fin "lo más
amenazado", lo que va a "extinguirse en primer lugar", como Heidegger, esta vez con
respecto a sí y a los soviéticos, escribió a Hannah Arendt en una carta de 1950. Se
pueden registrar la mayoría de los nombres y de los números, muchos ya de forma
retroactiva, pero al menos es algo. También hay monumentos, y en ellos perviven las
inscripciones, nos hemos puesto de acuerdo para que no solo la historia determine
quién está a un lado y quién a otro. Solo hay que pasar página y ¡ya ha dado un giro la
historia! Antiguos verdugos son ahora víctimas ¡y al revés! Un instante determina más
que años de persecución. Lo moral ni siquiera es una añadidura. Es inevitable que,
cuando hablo de las víctimas, entrevere lo que ha sido con aquello que es. Yo - otro
(Imre Kertész). Uno se separa de sí mismo, tuvo que separarse de lo que más había
cogido cariño, por lo que qué ha ocurrido y a quién pueden ser cosas muy distintas.
Después, cuando de nuevo pueden actuar en libertad, se aclara lentamente la
ocultación de las víctimas; sin embargo siguen sin haber recobrado los estribos, en la
mayoría de los casos tienen que irse a vivir a otro lugar, por lo que durante mucho
tiempo se les menciona en los libros y en los periódicos como preparados químicos
fijados en su papel de víctima, papel siempre listo para llevar, por favor, ¡sírvase
también destinos! Así, constantemente muestran sus caras a los observadores (la
ocultación entre tanto ha desaparecido, o ¿podría decirse que ni siquiera eso se les
permite?), caras que, en la obra de Beckett, sacan de un cubo de basura adonde las
habían echado como si fueran ceniza, o de la cumbre de monumentos admonitorios,
los cuales han sido objeto de múltiples controversias pese a que nunca se hayan
llegado a construir, o de museos, en donde también de forma repentina se les ha
concedido mucha importancia; o en mi caso, por ejemplo: a la luz, desde una casita
medio acabada, me doy importancia a mí misma y a mi padre, y solo les enseño esta
única cara que apenas ya conozco porque la he conocido de casualidad. Un hombre
viejo, demente, que no sabe hacer más que caminar y caminar (como la paloma
mensajera, ¡también de Schubert!) hasta caerse rendido, acciona de camino los
mecanismos de la barrera del tiempo para poder seguir adelante, habla, pero la
mayoría de las cosas que dice son incomprensibles si no se conocen mis obsesiones
privadas y la historia de mi padre. ¿Quién querría conocerlas? Yo hablo y hablo. Para
él ya no hay vuelta a casa posible, lo que yo haga da igual. Miren, creo que
precisamente en esta ausencia de interpretación, en esta incomprensibilidad, en este
estrecho límite entre la guerra y la paz universal desaparece la diferencia entre
culpables y víctimas, en cualquier caso desaparecida ya hace tiempo. ¡Ya lo sabíamos!
Y también desaparece en la persona de aquellos que han escrito papeles de víctima
adaptándolos a su propia vida, quienes, hasta ahora no especialmente populares, han
experimentado, aunque a posteriori, una clara subida al alza (hace no mucho
"Binjamin Wilkomirski", entre otros), por lo que ahora ya no queda ningún sitio hacia
el que hubiera algo que salvar. O quizá sea al revés: el mundo siempre viene a toda
prisa, como una única ambulancia proporcionada por todos los numerosos esforzados
que después no saben conducir. Porque hace tiempo que todos están implicados en
esta guerra, dirigida por un poder sin límite, cuya meta es la autorización de sí mismo
y que quiere que ser llevado a efecto. Nada más. Así que quien quiera salvar algo y ese
algo fuera, pongo por caso, una moral, solo se defiende a sí mismo. A este caminante
que no quiere salvar nada más, ni siquiera a sí mismo porque sabe que no puede, se le
construyó media casa unifamiliar, cuyos propietarios pretenden hacer su agosto con él
y con el resto de locos internos en ella. El camino del caminante permanece invisible,
en el suelo, la razón la perdió hace mucho tiempo, toda resistencia es inútil. La
impertinencia de la modernidad correspondiente, que ha puesto todo a un mismo nivel,
transforma en totalidad todo estado, también con posterioridad a lo sucedido: dentro
de la totalidad, ha pasado a ser algo asimismo carente de importancia el hecho de si
este caminante, un perseguido por cuestiones raciales, tuvo que trabajar para sus
perseguidores de científico con buna y otros materiales, o si ya estaba muerto en esta
época, que es lo que en realidad se había previsto para él. Todo es uno. No importa. La
autora se ha marchado, se ha puesto en camino, aunque ella no lo sea.

Traducción: Carmen Gómez García

También podría gustarte