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En la psicología del siglo XX esa forma de entender no fue una opción voluntaria,
sino, como sostiene Ortega
La fe en la ciencia no era sólo y primero una opinión individual, sino, al
revés, una opinión colectiva, y cuando algo es opinión colectiva o social es
una realidad independiente de los individuos, que está fuera de estos como
las piedras del paisaje, y con la cual los individuos tienen que contar,
quieran o no (p. 72).
Desde el acercamiento científico y moderno al conocimiento humano,
donde el mundo es un fenómeno a descubrir, el trabajo realizado por Zarbock y
colaboradores, es sin lugar a dudas una buena herramienta a utilizar. No obstante,
hoy existe otra forma de entender lo humano, que se desprende de los modelos que
se insertan en lo que se conoce como Postmodernidad. A ojos de Hoffman (1998)
es aquella postura “según la cual la realidad, en cualquiera de los sentidos
complejos que le dan los seres humanos, nunca se encuentra ahí afuera de un
mundo inmutable, independiente de nuestra forma de conocer” (p. 35), por tanto el
paciente o sistema consultante, el supervisado, no son posibles de objetivar ni es
posible someterlos a cuestionarios generales. Son vistos como únicos e irrepetibles,
contextualizados a situaciones vitales, por tanto nunca pueden ser categorizados.
La propuesta postmoderna se sustenta en distintos autores, entre los que es
posible mencionar a Varela (2000), que sostiene que cada vez que un sujeto
distingue un fenómeno, lo hace estando inserto en un contexto determinado. Afirma
“el mundo ahí afuera y lo que hago para estar en ese mundo son inseparables. El
proceso los vuelve totalmente interdependientes” (p. 242). La mente, entonces,
¿dónde está?, se pregunta Varela y afirma a continuación, está “en ese no-lugar de
la co-determinación entre lo interno y lo externo, luego no podemos decir que está
afuera o adentro” (p. 242). Afirma el biólogo chileno: “´la mente no está en la
cabeza`” (p. 240).
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Hablo de asesoría en lugar de supervisión ya, desde mi manera de entender, nadie puede super ver lo que otro
ve, sólo puede asesorar y hacer reflexionar sobre aquello que la persona siente que dificulta su manera de ver y
ayudar al otro.
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Un nivel epistemológico: este nivel tiene que ver con las explicaciones o
ideas del observador acerca de cómo opera o funciona la realidad,
incluyéndose en ella (en la realidad); pretende describir cómo el ser humano
se explica el funcionamiento de los seres humanos, particularmente su
interacción con la realidad, siguiendo el pensamiento de Bateson, se podría
plantear que el nivel epistemológico es el estudio de cómo los seres
humanos conocen, piensan y deciden (Jutoran, S., 1994);
Un nivel de paradigma: este nivel tiene que ver con los principios o ideas
centrales que configuran las ideas epistemológicas, en torno a un fenómeno
más específico que se desea describir, explicar o entender; en otras
palabras: ¿Cuál es la unidad de análisis con la que vamos a trabajar?
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Heidegger Martin, Zollikoner Seminare , Edición de Medard Boss. Considero la versión norteamericana,
Zollikon Seminars, Northwestern University Press, Evanston, Illinois, 2001. Considero también la brasileña,
Seminários de Zollikon, EDUC, São Paulo, Ediciones Vozes, Petrópolis, RJ, 2001. Traducción libre a partir de
esas versiones.
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Horizonte de significabilidad
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Existente que puede ser el uno o el sí mismo
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Ver Heidegger: Ser y tiempo. Parágrafos 30 al 34
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hombre hace mucho y piensa poco? Los adelantos de la ciencia que han sido
considerables en el siglo recién pasado muestran otra cosa. ¿Cómo se puede pensar
que lo que pasa hoy en día es que no pensamos y que el estado de no pensar sea una
característica de la época actual?
¿A qué se estará refiriendo Heidegger con el concepto pensar?
Escribe, “al ámbito de lo que se llama pensar arribamos cuando nosotros
mismos pensamos” (Heidegger, 1964, p. 10). Es en el acto del Dasein pensando
cuando se piensa seriamente. Esta actitud del Dasein, dice Heidegger, parece no ser
habitual en tanto, por lo general, se piensa sobre lo que otros piensan o han
pensado, se habla sobre ello, se discuten ideas, pero esa actividad del pensamiento
no garantiza que hayamos sido nosotros quienes hubiésemos pensado sobre lo que
planteamos. El pensar al que estamos habituados es un estar moviéndonos en el
mero imaginar lo que debería o no debería ser esto o aquello; y el modo como
debería ser hecho esto o aquello, repitiendo lo que otros han dicho o escrito,
refutando lo que otros han pensado. Necesitamos pensar en propiedad, pero para
ello necesitamos primero aceptar la idea de que no pensamos y, luego, estar
“dispuestos a aprender a pensar” (p. 9).
Si un terapeuta no se detiene a pensar en cómo él o ella piensa, y si lo que
está aprendiendo tiene que ver con sus propias creencias o no, su quehacer muchas
veces pasa a ser el remedo del hacer que vio haciendo a otro, en este caso a los
viejos asesores, quienes indudablemente tenemos, en algunas cosas, más pericia, en
tanto llevamos más años en el desempeño de nuestra profesión.
La afirmación aprender a pensar puede en primera instancia resultar
extraña al lector, en tanto todos pensamos que sabemos pensar, es más, como el
mismo Heidegger (1964) sostiene, el pensamiento es inherente al ser humano, tanto
así que afirma: hombre “se denomina aquel que es capaz de pensar –y con razón,
porque él es el animal racional–. La razón, la ratio, se despliega en el pensar. En
cuanto animal racional el hombre debería poder pensar siempre que lo desee” (p.
9). Es así, el hombre puede pensar en cuanto lo desee; pero ese pensar orientado
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por el deseo del hombre es un pensar que, en el fondo, no es más que un repetir
mecánico de lo que otros han pensado o dicho. No es un pensar auténtico.
Recuerda lo planteado por Heidegger en Ser y Tiempo (1997), en el
parágrafo sobre la habladuría, donde sostiene:
[…] el hablar ha perdido o no ha alcanzado nunca la primaria relación de
ser con el ente del que se habla, no se comunica en la forma de una
apropiación originaria de este ente sino por la vía de una difusión y
repetición de lo dicho. […] La cosa es así, porque se la dice. La habladuría
se constituye en esa repetición y difusión por cuyo medio la inicial falta de
arraigo se acrecienta hasta una total carencia de fundamento. […] La
habladuría no se limita a la repetición oral, sino que se propaga en forma
escrita como «escribiduría». El hablar repetidor se funda aquí en un oír
decir. Se alimenta también de lo leído a la ligera (p. 191).
Hablamos y leemos sin propiedad, repetimos palabras gastadas y
entendidas superficialmente, lo que muchas veces confunde y permite suponer que
entendemos lo que se está planteando; no obstante, son sólo habladas de oídas, sin
haber sido producto de una meditación personal.
Escribe el pensador de Friburgo: “el hombre puede pensar en tanto tiene la
posibilidad de hacerlo; mas tal posibilidad no es todavía una garantía de que
seremos capaces de realizarla, ya que solamente somos capaces de hacer aquello a
que tendemos” (Heidegger, 1964, p. 9). ¿A qué tendemos? Nuestras reflexiones
tienden a poner de manifiesto aquello que aprendimos sobre los hechos y
acontecimientos, pero que por ser tan automático ni siquiera nos percatamos de que
es así. Para acercarnos a un pensar auténtico, necesitamos aprender haciéndolo,
pensando.
¿Qué es aprender en el contexto en el que estamos entrando? Siguiendo a
Heidegger (1964), podemos decir que el hombre aprende en la medida que “ajusta
su obrar y no-obrar a lo que se le atribuye como esencial en cada caso” (p. 10). El
hombre aprende a pensar de esa manera cuando su hacer y no hacer lo hace
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La ciencia no piensa
Me parece importante tomar en este punto la afirmación que ha sido
bastante polémica del pensamiento heideggeriano: su reflexión sobre el hecho de
que la ciencia no piensa. Como él mismo afirma, la frase la ciencia no piensa, si
no es leída en el contexto en el que se está planteando puede, para muchos, parecer
[…] escandalosa aun cuando agregamos enseguida, como posdata, que la
ciencia, no obstante, tiene que ver constantemente y en su manera especial,
con el pensar. Esta manera, con todo, sólo será auténtica y fecunda en lo
sucesivo, si se ha hecho visible el abismo que media entre el pensar y las
ciencias, y esto en calidad de insalvable. No hay aquí puente alguno, sino
solamente un salto (Heidegger, 1964, p. 13).
La psicoterapia, a mis ojos, es un arte y como todo arte transita por caminos
diferentes a los caminos de la ciencia y la técnica. No hay caminos que permitan
pasar de un saber al otro con un tránsito de pasaje a través de un puente que una
ambos saberes, sino que entre ellas no hay más que un gran salto. Ambos abordajes
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Las comillas se explicarían porque el camino del pensar propio se haría en diálogo con los que ya han
pensado.
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Si bien Heidegger no dice expresamente que usará el método hermenéutico en la forma como lo presenta, ello
puede ser inferido
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adentrarse por el camino del propio pensamiento, que “es una señal de fuerza y
permanecer en él es la fiesta del pensar” (Heidegger, 1996, p. 2). ¿Puede haber
terapeuta sin paciente? ¿Puede haber asesor sin alguien que le pide asesoría? Qué
mejor fiesta, pensando en la fiesta del pensar, que la que recibimos al final de una
terapia que sentimos bien hecha, o al final de una sesión de asesoría donde cada
uno se va trayendo consigo nuevos espacios de reflexión, nuevos caminos por
donde transitar y por tanto desconstreñido de la forma como llegó.
que aprendan a escuchar con los ojos? » […] ¡Pero misterio sobre misterio!
Lo que en su tiempo era un grito: «El desierto está creciendo...» corre
peligro de venir a ser charlatanería. Lo amenazante de tal inversión es parte
de lo que nos da que pensar. Esta amenaza consiste en que tal vez lo que
hoy era lo más pensado, de la noche a la mañana no sea más que un slogan
que se propaga y va rodando en forma de slogan” (p. 50 s).
Esa forma de mostrar el camino, gritando para ser oída, describe lo
indescriptible de llevar a reflexionar sobre la importancia de poner el acento en el
propio pensar. Poner el acento en que no hay que pensar de una manera particular,
sólo explicitar y respetar la propia. El camino no se hace repitiendo las palabras en
tanto representaciones y conceptualizaciones. El camino “se hace al andar”, como
diría Machado, es personal, silencioso y creativo.
Es cierto que Nietzsche debió gritar para ser oído. Heidegger, en su estilo,
también. Ese grito fue el clamor de alguien que quiso ser verdaderamente oído en
su pensamiento y en sus escritos. El verdadero pensador, dice Heidegger (1964),
piensa un solo pensamiento. Sostiene que “este grito escrito de su pensamiento es el
libro que intituló Así habló Zaratustra. [...] Esta obra de Nietzsche piensa el único
pensamiento de este pensador: el pensamiento del eterno retorno de lo Mismo” (p.
51). A diferencia del científico, que necesita siempre nuevos descubrimientos para
no quedar atrás de los adelantos de la ciencia, el terapeuta debe poder contestarse:
¿cómo entiendo lo humano? ¿cómo se me hace patente en esta persona que está
delante de mí lo humano?
La época moderna no ha finalizado aún; aunque como dicen algunos
estemos habitando en la post-modernidad. Por el contrario, me hace sentido lo que
dice el pensador de Friburgo, “está entrando recién en los comienzos de su
consumación que presumiblemente ha de ser de larga duración”. (Heideger, 1964,
p. 55). El pensamiento técnico de la era moderna, como dice Heidegger, “corre de
una suerte a la siguiente, sin detenerse nunca ni pararse a meditar. El pensar
calculador no es un pensar meditativo; no es un pensar que piense en pos del
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Palabras finales
Así como el terapeuta no puede ofrecer al sistema consultante “el secreto”
de la felicidad, el asesor no puede ofrecer al aprendiz de terapeuta “la varita mágica
del hacer bien” para que pueda reemplazar sus viejos aprendizajes por otros nuevos
y más actualizados. Desde la perspectiva de cómo entiendo yo la terapia, no hay
significados previos escondidos, estos emergen en la medida en que se narra e
interactúa con otro, emergen como la obra de arte, abren un mundo en la co-
creación.
La coordinación terapéutica, así como la asesoría, implica ir momento a
momento fluyendo en el continuo de nuestra experiencia, explicándonos,
significando los hechos, las y nuestras acciones de acuerdo al fluir emocional en el
que nos encontremos, relatando cómo piensa que ocurrió en el tiempo y cómo hoy
ve que sucedió. El fenómeno sobre el que se va a co-reflexionar surge como fruto
de nuestra actividad, por lo tanto, “está co-emergiendo, co-surgiendo” (p. 241). En
y desde un contexto determinado. En el caso de la asesoría, entre el aprendiz de
terapeuta y su asesor.
Lo que hacemos los viejos asesores cuando decimos que asesoramos a
otro, no es otra cosa que un “reflexionemos juntos sobre lo que dices estar viendo”.
Entre el terapeuta y el asesor se debe establecer una relación de confianza tal que
ambos se sientan cómodos trabajando juntos, que ambos se atrevan a mostrar lo que
ven sin temor a ser juzgados. En lo posible que sientan que comparten una manera
de ver lo psíquico y si no es así, que ambos serán respetado en sus creencias. El
asesor sólo lo pude ayudar a pensar, a reflexionar en su propio sistema de creencia,
en su propia forma de ver el mundo, a permitirle crear su propia obra de arte con la
paleta de pintura que trae al espacio de asesoría. Que esta no es mejor ni peor que
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otra, es la propia. Lo que diferencia al terapeuta del asesor no es otra cosa que los
años de experiencia que puede compartir con quien lo invita a ser asesor.
Referencias bibliográficas