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La importancia de reflexionar sobre lo ontológico en el proceso de formación


de terapeutas
Publicado en Revista: Actas Psiquiátricas, Buenos Aires, Junio 2011.
Volumen 57, N° 2

Ana María Zlachevsky


Unas de las actividades que me ha acompañado en mi carrera profesional,
que data ya de casi cuarenta años, es la de facilitar el camino para que un psicólogo
se convierta en terapeuta. A esa acción se le llama supervisión. Si bien la
supervisión, al igual que la psicoterapia no amerita una definición única, es posible
decir que se trata de un proceso en el que un psicoterapeuta, considerado experto,
es solicitado por un terapeuta en formación para recibir ayuda de modo de lograr él
también transformarse en experto. Existe una gran diversidad de corrientes,
enfoques y conceptos teóricos aplicados a la psicoterapia por tanto también a la
supervisión.

Según sostienen Zarbock, y colaboradores la supervisión es una


herramienta utilizada con tres objetivos distintos, uno como constitutivo del
currícum de formación de psicoterapeutas, otra como una forma de lograr la
acreditación para ejercer como terapeutas y así asegurar la calidad de estos y un
tercer objetivo es “hacer frente a problemas que emergen en el tratamiento o en
situaciones de crisis” (p 194) cuando los terapeutas todavía no han obtenido su
completa acreditación. Estos autores sostienen que para obtener información válida
y poder dar cuenta de de cómo se desenvuelven los supervisores, es necesario
realizar investigación empírica que de cuenta del beneficio de los objetivos
planeados en la supervisión. Elaboran un interesante instrumento para ello, el que
indudablemente es de gran utilidad para quienes piensan que el ser de lo humano es
posible de considerar dentro del estatuto de las ciencias naturales.
Considerar al ser humano y al comportamiento humano como fenómeno
natural e incluido en el estatuto científico de las ciencias naturales no es extraño.
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En la psicología del siglo XX esa forma de entender no fue una opción voluntaria,
sino, como sostiene Ortega
La fe en la ciencia no era sólo y primero una opinión individual, sino, al
revés, una opinión colectiva, y cuando algo es opinión colectiva o social es
una realidad independiente de los individuos, que está fuera de estos como
las piedras del paisaje, y con la cual los individuos tienen que contar,
quieran o no (p. 72).
Desde el acercamiento científico y moderno al conocimiento humano,
donde el mundo es un fenómeno a descubrir, el trabajo realizado por Zarbock y
colaboradores, es sin lugar a dudas una buena herramienta a utilizar. No obstante,
hoy existe otra forma de entender lo humano, que se desprende de los modelos que
se insertan en lo que se conoce como Postmodernidad. A ojos de Hoffman (1998)
es aquella postura “según la cual la realidad, en cualquiera de los sentidos
complejos que le dan los seres humanos, nunca se encuentra ahí afuera de un
mundo inmutable, independiente de nuestra forma de conocer” (p. 35), por tanto el
paciente o sistema consultante, el supervisado, no son posibles de objetivar ni es
posible someterlos a cuestionarios generales. Son vistos como únicos e irrepetibles,
contextualizados a situaciones vitales, por tanto nunca pueden ser categorizados.
La propuesta postmoderna se sustenta en distintos autores, entre los que es
posible mencionar a Varela (2000), que sostiene que cada vez que un sujeto
distingue un fenómeno, lo hace estando inserto en un contexto determinado. Afirma
“el mundo ahí afuera y lo que hago para estar en ese mundo son inseparables. El
proceso los vuelve totalmente interdependientes” (p. 242). La mente, entonces,
¿dónde está?, se pregunta Varela y afirma a continuación, está “en ese no-lugar de
la co-determinación entre lo interno y lo externo, luego no podemos decir que está
afuera o adentro” (p. 242). Afirma el biólogo chileno: “´la mente no está en la
cabeza`” (p. 240).
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Por lo planteado anteriormente lo primero que llama la atención cuando los


psicólogos solicitan asesoría1 es que dicen haber leído lo escrito, en este caso, por
mí. No obstante, su interés, es que se les enseñe técnicas terapéuticas con el objeto
de lograr seguridad y certeza en su quehacer. Ello no sólo es contrario a mi forma
de entender la terapia sino además, quienes nos dedicamos a lidiar con los dolores
humanos, por lo general, no sólo no tenemos certeza sino que la mayoría de las
veces enfrentamos más interrogantes que respuestas.
Pareciera que los terapeutas en formación vinieran con el velo adquirido en
las escuelas de psicología. Se olvidan que cuando la persona llega a terapia, tiene
una historia que contar. Una historia que de alguna manera es inventada en tanto el
relato hilado, con sentido, organizado sobre la base de conectores lógicos y de
secuencias temporales, es la forma como tiene el actor principal del relato de
responder a la pregunta ¿qué lo trae por aquí? Nunca es un hecho concreto que le
pasó a alguien. Sostienen Gergen K., y Kaye J. (1996):
Casi siempre es la historia difícil, desconcertante, dolorosa o iracunda de
una vida o de una relación ya arruinadas. Para muchos se trata de una
historia de hechos calamitosos que conspiran contra su sensación de
bienestar, de autosatisfacción, de eficacia. Para otros, la historia suele
aludir a fuerzas invisibles y misteriosas que se introducen en las
organizadas secuencias de la vida para perturbar y destruir. Y para algunos
es como si, en su ilusión de saber cómo es, cómo debería ser el mundo,
hubieran tropezado con dificultades para las --que su relato preferido no los
había preparado (p. 199).
Todas las corrientes terapéuticas en su base conceptual, la que se enseña en
las escuelas de psicología, se sustentan en teorías explícitas. Según Bruner (1998):
“hay dos modalidades de funcionamiento cognitivo, dos modalidades de
pensamiento, y cada una de ellas brinda modos característicos de ordenar la

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Hablo de asesoría en lugar de supervisión ya, desde mi manera de entender, nadie puede super ver lo que otro
ve, sólo puede asesorar y hacer reflexionar sobre aquello que la persona siente que dificulta su manera de ver y
ayudar al otro.
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experiencia, de construir la realidad” (p. 23). A una de las modalidades la llama


paradigmática o lógico-científica, y a la otra, narrativa. Para este autor, ambas
modalidades de pensamiento son complementarias pero irreductibles una a la otra.
Difieren fundamentalmente en sus procesos de verificación y en aquello respecto
de lo cual intentan convencer. Los argumentos, dice, “convencen de su verdad, los
relatos de su semejanza con la vida” (p. 23). La modalidad paradigmática da como
resultado teorías sólidas, pruebas lógicas, argumentaciones firmes y lleva a
descubrimientos empíricos guiados por hipótesis razonadas. Trata de trascender lo
particular, buscando niveles de abstracción cada vez más altos, rechazando todo
aquello en lo que intervengan los sentimientos o las explicaciones particulares.

La modalidad narrativa, por el contrario, se centra en las particularidades.


Produce buenos relatos, se ocupa de las acciones e intenciones humanas y de las
vicisitudes que ocurren en el transcurso de una vida. Sitúa los acontecimientos y las
experiencias en el tiempo y en el espacio. Trata de entender la condición humana
fáctica, el cómo las personas se viven la vida. Los relatos no tienen, como el
pensamiento paradigmático, el requisito de verificabilidad sino de similitud con la
vida (Bruner, 1998). Es esta última la que prima en el proceso terapéutico. Se trata
de una persona que vive en un contexto determinado, en una situación determinada,
en una época determinada.
El proceso terapéutico, así como el de asesoría, se realiza en el interjuego
de la comunicación que por lo general se da a través de las palabras (incluyendo en
esta acepción lo verbal y no verbal) que forman frases. La frase —dice Ortega
(1964a)—, en forma aislada, no se entiende. El vocablo sólo se hace comprensible
en un contexto determinado. Escuchémoslo en sus términos
Las palabras no son palabras sino cuando son dichas por alguien a alguien.
Sólo así, funcionando como concreta acción, como acción viviente de un
ser humano sobre otro ser humano, tienen realidad verbal. Y como los
hombres entre quienes las palabras se cruzan son vidas humanas y toda
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vida se halla en todo instante en una determinada circunstancia o situación,


es evidente que la realidad ‘palabra’ es inseparable de quien la dice, de a
quien va dicha y de la situación en que esto acontece (p. 242).

La forma particular de significar los acontecimientos depende, en gran


medida, del sistema u organización de significados que fue adquiriendo la persona
a lo largo de la vida, en el convivir con otros, en los espacios de encuentros y
desencuentros que tuvo o tiene con otros. Por tanto siempre contemplan personajes
particulares y concretos en situaciones específicas. El objetivo de la terapia es que
los cambios en las significaciones de las frases y palabras que emergen en el
espacio terapéutico se traduzcan luego en acciones que tengan consecuencias en el
paciente y en su entorno social. Sin desconocer que muchas veces tiene
consecuencias en el terapeuta también. Por tanto es con este tipo de reflexión que
llega el asesorado a sesión.
Efran y Libretto (1997) sostienen que:
Si bien la psicología constituyó originariamente un retoño de la filosofía, la
así llamada ‘envidia de la ciencia’ ha incitado a los trabajadores en ese
campo a distanciarse de sus raíces filosóficas y a adoptar en lo posible el
manto de la ciencia (p. 66).
Lo que le ha interesado a la psicología, a mis ojos, ha sido pseudo-resolver
“problemas humanos” con prontitud y ser vista como una disciplina científica.
Muchas veces, sin hacerse cargo de cómo la postura científica entiende lo humano.

La importancia de lo ontológico en la asesoría


Uno de los problemas que, a mi parecer, es fundamental en la acción de
asesoría, es que los terapeutas –incluso aquellos que siguen una misma corriente
teórica–, no logran acuerdo –desde una perspectiva ontológica– sobre cómo
abordar a quienes consultan. Es más, ni siquiera se dan cuenta de esas discrepancias
y sólo las atribuyen a pequeñas diferencias teóricas o, a lo más, epistemológicas.
6

Los sustentos ontológicos no son transparentes y mucho menos explicitados


abiertamente.
Pienso que para ejercer como terapeuta es fundamental tener una postura
clara de cómo cada quien comprende al ser humano y hacerse cargo de esa
comprensión. Esta exigencia es aún mayor para los asesores. Me refiero, sobre
todo, a un comprender propio y no a un repetir e imitar lo que otros han dicho o
hecho. Se requiere comprender seriamente al hombre. La psicología y la
psicoterapia, durante muchas décadas, en un afán pragmático, han hecho oídos
sordos a las preguntas ontológicas que debería ser capaz de responder. Nos hemos
olvidado de la importancia del preguntar y explicitar la propia concepción de cómo
entendemos lo humano. Aun cuando, siguiendo a Heidegger (1997), podemos
decir:
El preguntar ontológico es ciertamente más originario que el preguntar
óntico de las ciencias positivas. Pero él mismo sería ingenuo y opaco si sus
investigaciones del ser del ente dejaran sin examinar el sentido del ser en
general. Y precisamente la tarea ontológica de una genealogía no
deductivamente constructiva de las diferentes maneras posibles de ser,
necesita de un acuerdo previo sobre lo «–que propiamente queremos decir
con esa expresión –‘ser’» (p. 34).
A mis ojos, sin una reflexión ontológica, cualquiera aproximación
epistemológica o teórica del quehacer terapéutico se transforma en una utilización
de técnicas y manuales pragmáticos usados al azar y que, por lo general, provienen
de posturas totalmente disímiles frente a la comprensión de lo humano que el
terapeuta en formación no es capaz de diferenciar. Citando nuevamente a
Heidegger (1997), puedo decir que:
Toda ontología, por rico y sólidamente articulado que sea el sistema de
categorías de que dispone, es en el fondo ciega y contraria a su finalidad
más propia si no ha aclarado primero suficientemente el sentido del ser y
no ha comprendido esta aclaración como su tarea fundamental (P. 34).
7

La psicoterapia es una abstracción y, en lo concreto, existimos terapeutas,


como así también asesores. Cada uno de nosotros con sus propios valores,
creencias, y formas particulares de ver el mundo. Válidas todas. Es desde esa
forma, única y particular de ver el mundo y por ello al otro, desde donde actuamos,
seamos asesores o terapeutas.
En el año 1996 escribí un artículo que llamé Una mirada constructivista en
psicoterapia, donde presenté las ideas que Fernando Coddou expuso en el
Seminario sobre Integraciones en Psicoterapia, organizado por CECIDEP (1992).
Se planteaba entonces que todo enfoque terapéutico, en su operar, involucra
diversos niveles jerárquicos conceptuales, que hasta hace poco yo pensaba eran
suficientes para entender desde dónde pararse a describir lo que un terapeuta hace,
a saber, me refiero a

 Un nivel epistemológico: este nivel tiene que ver con las explicaciones o
ideas del observador acerca de cómo opera o funciona la realidad,
incluyéndose en ella (en la realidad); pretende describir cómo el ser humano
se explica el funcionamiento de los seres humanos, particularmente su
interacción con la realidad, siguiendo el pensamiento de Bateson, se podría
plantear que el nivel epistemológico es el estudio de cómo los seres
humanos conocen, piensan y deciden (Jutoran, S., 1994);

 Un nivel de paradigma: este nivel tiene que ver con los principios o ideas
centrales que configuran las ideas epistemológicas, en torno a un fenómeno
más específico que se desea describir, explicar o entender; en otras
palabras: ¿Cuál es la unidad de análisis con la que vamos a trabajar?

 Un nivel de teoría: este nivel se relaciona con el conjunto de ideas que,


empleando una metodología consensual, permite observaciones que puedan
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establecer regularidades, generar normas, leyes o establecer hipótesis


básicas sobre las unidades de análisis planteadas a nivel paradigmático;

 Un nivel de modelo intermedio: en este nivel se establece o intenta


establecer las conexiones entre los distintos elementos que configuran el
nivel teórico, relacionándolo con su aplicación a la realidad; en otras
palabras, se describe o explica cómo opera en concreto con personas
concretas; y finalmente,

 Un nivel técnico: conformado por las técnicas o métodos específicos que


utiliza el terapeuta en su operar terapéutico” (pp. 106 s.).

No obstante, hoy pienso que es necesario agregar un eslabón más a dicho


esquema. Me refiero al nivel ontológico. Es este nivel el que da cuenta de cómo la
persona entiende el ser de “lo humano”. No quisiera que se me mal entienda, no
digo que tendrán que pensar ontológicamente como lo hago yo, sólo decir que es
necesario hacerse la pregunta y tratar de responderla siendo lo más fiel a su propia
comprensión. Sé que los filósofos darían un grito por atreverme a hablar de lo
ontológico sin remitirme a los primeros pensadores, pero a pesar de ello, creo que sí
tenemos el derecho de hablar de una ontología de lo psíquico, que en palabras de
Heidegger podría tratarse de una ontología regional.
Uno de los problemas para acercarnos a la comprensión ontológica, es
decir, al pensamiento de la relación hombre-ser, ha sido producto de la insuficiente
comprensión de lo metafísico. Ello en gran medida ha estado determinado por la
tradición filosófica que nos ha atrapado en una forma de entender insuficiente. Una
forma que nos remite a la metafísica entendida tradicionalmente, por tanto a la
substancialidad, al pensamiento de la modernidad, de la separación hombre-ser-
mundo. Todo pensamiento que implique la separación del hombre por un lado y el
ser por otro, a mí entender, es un pensamiento corpuscular, incluido en la
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substancialidad de la tradición helénica y de la metafísica tradicional. Carrasco


(1995) al respecto sostiene:
Los filósofos críticos de la modernidad, parecieran estar de acuerdo hoy en
día, en que la piedra de toque de todo verdadero traslado hacia un
pensamiento nuevo, está en la salida del substancialismo y en la duplicidad
ontológica, característica de toda filosofía de la subjetividad” (p. 39).
Se requiere, pues, pensar de otra manera. Considero que para acercarnos a
esta nueva forma de reflexionar nos sirve el pensamiento heideggeriano, en tanto
instaura un modo distinto de entender, alejado de la metafísica substancialista,
entendida según los griegos.
Sostiene Heidegger, no hay nada más allá del ser, y si lo hubiera, no sería
posible pensarlo. No existe alguien, que pudiera estar desde fuera, observándolo.
Hombre y ser son el ser-ahí –“Dasein”– diría Heidegger (1997); se dan juntos.
Cada identidad que está siendo, que se manifiesta, es parte del ser que está
manifestándose. El ser se manifiesta en el ente, pero no es el ente; si bien ente y ser
son distintos, no se dan por separado. Ambos se dan en el devenir. En el devenir,
están pasando los entes y está pasando el ser. Es un proceso en movimiento
constante, es el devenir.
Heidegger en los Seminarios de Zollikon (2001b), retomando la analítica
existencial del Dasein de Ser y Tiempo dice:
El existir humano en su fundamento esencial nunca es sólo un objeto que
esté ahí en algún lugar, ni mucho menos un objeto cerrado en sí… Desde el
punto de vista de la analítica del Dasein las representaciones objetivantes,
comunes hasta hoy día en la psicología y psicopatología, de la psique, del
sujeto, de la persona, del yo, de la conciencia como cápsula, deben ser
abandonadas, a favor de una comprensión completamente diferente. La
constitución fundamental del existir humano que ha ser vista en forma
nueva, debe llamarse… ser-en-el-mundo. En la perspectiva de la analítica
del Dasein, en favor de una comprensión enteramente diferente. La
10

constitución fundamental del existir humano a considerar, el Da-sein o ser-


en-el-mundo2.
3 4
Ser-en-el-mundo involucra mundo , existente que es quien vive en el
mundo en esencial convivencia con los otros y que no puede entenderse aislado de
los demás. El estar en como tal que incluye la disposición afectiva, (temple
anímico), el comprender y el habla o discurso5 (Rede). Se elige esta comprensión
considerando que cuando alguien llega a terapia llega con un estado emocional
particular (temple anímico) asociado a una cierta explicación (comprender) que se
expresa en lenguaje (Rede), con el que trabaja el terapeuta. Es esa comprensión laa
que trae a la asesoría el terapeuta en formación.

Pensar —en su forma eminente—, es pensar el ser


¿Que importancia tiene esta aseveración para alguien que está asesorando
en psicoterapia? Tiene la importancia de obligarse a preguntarle al terapeuta en
formación ¿cómo está entendiendo el ser de aquél que tiene en frente? Quien hace
terapia necesariamente necesita ser capaz de explicitar cuál es su propio
pensamiento respecto a su comprensión ontológica.
Heidegger en el libro ¿Qué significa pensar? (1964), refiriéndose a la
época actual, sostiene que “lo gravísimo de nuestra época grave es que todavía no
pensamos” (p. 12); y continúa diciendo: “ni aún ahora, a pesar de que el estado del
mundo da cada vez más que pensar” (p. 10). Esas frases que en principio pueden
ser mal entendidas ameritan tratar de seguir el camino reflexivo al que nos invita el
pensador de Friburgo, ya que por lo general los psicoterapeutas, nos consideramos
grandes pensadores. El hombre, sostiene, desde “hace siglos, ha obrado de más y
pensado de menos” (Heidegger, 1964, p. 10); pero ¿cómo se puede afirmar que el

2
Heidegger Martin, Zollikoner Seminare , Edición de Medard Boss. Considero la versión norteamericana,
Zollikon Seminars, Northwestern University Press, Evanston, Illinois, 2001. Considero también la brasileña,
Seminários de Zollikon, EDUC, São Paulo, Ediciones Vozes, Petrópolis, RJ, 2001. Traducción libre a partir de
esas versiones.
3
Horizonte de significabilidad
4
Existente que puede ser el uno o el sí mismo
5
Ver Heidegger: Ser y tiempo. Parágrafos 30 al 34
11

hombre hace mucho y piensa poco? Los adelantos de la ciencia que han sido
considerables en el siglo recién pasado muestran otra cosa. ¿Cómo se puede pensar
que lo que pasa hoy en día es que no pensamos y que el estado de no pensar sea una
característica de la época actual?
¿A qué se estará refiriendo Heidegger con el concepto pensar?
Escribe, “al ámbito de lo que se llama pensar arribamos cuando nosotros
mismos pensamos” (Heidegger, 1964, p. 10). Es en el acto del Dasein pensando
cuando se piensa seriamente. Esta actitud del Dasein, dice Heidegger, parece no ser
habitual en tanto, por lo general, se piensa sobre lo que otros piensan o han
pensado, se habla sobre ello, se discuten ideas, pero esa actividad del pensamiento
no garantiza que hayamos sido nosotros quienes hubiésemos pensado sobre lo que
planteamos. El pensar al que estamos habituados es un estar moviéndonos en el
mero imaginar lo que debería o no debería ser esto o aquello; y el modo como
debería ser hecho esto o aquello, repitiendo lo que otros han dicho o escrito,
refutando lo que otros han pensado. Necesitamos pensar en propiedad, pero para
ello necesitamos primero aceptar la idea de que no pensamos y, luego, estar
“dispuestos a aprender a pensar” (p. 9).
Si un terapeuta no se detiene a pensar en cómo él o ella piensa, y si lo que
está aprendiendo tiene que ver con sus propias creencias o no, su quehacer muchas
veces pasa a ser el remedo del hacer que vio haciendo a otro, en este caso a los
viejos asesores, quienes indudablemente tenemos, en algunas cosas, más pericia, en
tanto llevamos más años en el desempeño de nuestra profesión.
La afirmación aprender a pensar puede en primera instancia resultar
extraña al lector, en tanto todos pensamos que sabemos pensar, es más, como el
mismo Heidegger (1964) sostiene, el pensamiento es inherente al ser humano, tanto
así que afirma: hombre “se denomina aquel que es capaz de pensar –y con razón,
porque él es el animal racional–. La razón, la ratio, se despliega en el pensar. En
cuanto animal racional el hombre debería poder pensar siempre que lo desee” (p.
9). Es así, el hombre puede pensar en cuanto lo desee; pero ese pensar orientado
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por el deseo del hombre es un pensar que, en el fondo, no es más que un repetir
mecánico de lo que otros han pensado o dicho. No es un pensar auténtico.
Recuerda lo planteado por Heidegger en Ser y Tiempo (1997), en el
parágrafo sobre la habladuría, donde sostiene:
[…] el hablar ha perdido o no ha alcanzado nunca la primaria relación de
ser con el ente del que se habla, no se comunica en la forma de una
apropiación originaria de este ente sino por la vía de una difusión y
repetición de lo dicho. […] La cosa es así, porque se la dice. La habladuría
se constituye en esa repetición y difusión por cuyo medio la inicial falta de
arraigo se acrecienta hasta una total carencia de fundamento. […] La
habladuría no se limita a la repetición oral, sino que se propaga en forma
escrita como «escribiduría». El hablar repetidor se funda aquí en un oír
decir. Se alimenta también de lo leído a la ligera (p. 191).
Hablamos y leemos sin propiedad, repetimos palabras gastadas y
entendidas superficialmente, lo que muchas veces confunde y permite suponer que
entendemos lo que se está planteando; no obstante, son sólo habladas de oídas, sin
haber sido producto de una meditación personal.
Escribe el pensador de Friburgo: “el hombre puede pensar en tanto tiene la
posibilidad de hacerlo; mas tal posibilidad no es todavía una garantía de que
seremos capaces de realizarla, ya que solamente somos capaces de hacer aquello a
que tendemos” (Heidegger, 1964, p. 9). ¿A qué tendemos? Nuestras reflexiones
tienden a poner de manifiesto aquello que aprendimos sobre los hechos y
acontecimientos, pero que por ser tan automático ni siquiera nos percatamos de que
es así. Para acercarnos a un pensar auténtico, necesitamos aprender haciéndolo,
pensando.
¿Qué es aprender en el contexto en el que estamos entrando? Siguiendo a
Heidegger (1964), podemos decir que el hombre aprende en la medida que “ajusta
su obrar y no-obrar a lo que se le atribuye como esencial en cada caso” (p. 10). El
hombre aprende a pensar de esa manera cuando su hacer y no hacer lo hace
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correspondiendo en cada caso a aquello que, en cada momento presente le interpela


como lo esencial. Heidegger no nos está insinuando que en todo momento
tengamos una actitud de detenernos a reflexionar sobre lo fundamental y lo
accesorio de cada situación a la que nos vemos enfrentados, que paralizaría nuestro
actuar (o poco menos), sino que ese tipo de pensar debería estar presente cuando la
situación a la que nos enfrentemos amerite ser meditada y que no nos escapemos de
meditarla. ¿Existe una situación más seria que la psicoterapia que amerite ser
pensada?
Desde la modernidad o época técnica el ser pasó a ser particularmente mal
entendido o simplemente ausente de nuestras meditaciones y para que podamos
volver a pensar-lo “nos tenemos que liberar de la interpretación técnica del pensar”
(Heidegger, 1964, p. 10) que, a ojos de Heidegger, se remonta a Platón y
Aristóteles.

La ciencia no piensa
Me parece importante tomar en este punto la afirmación que ha sido
bastante polémica del pensamiento heideggeriano: su reflexión sobre el hecho de
que la ciencia no piensa. Como él mismo afirma, la frase la ciencia no piensa, si
no es leída en el contexto en el que se está planteando puede, para muchos, parecer
[…] escandalosa aun cuando agregamos enseguida, como posdata, que la
ciencia, no obstante, tiene que ver constantemente y en su manera especial,
con el pensar. Esta manera, con todo, sólo será auténtica y fecunda en lo
sucesivo, si se ha hecho visible el abismo que media entre el pensar y las
ciencias, y esto en calidad de insalvable. No hay aquí puente alguno, sino
solamente un salto (Heidegger, 1964, p. 13).
La psicoterapia, a mis ojos, es un arte y como todo arte transita por caminos
diferentes a los caminos de la ciencia y la técnica. No hay caminos que permitan
pasar de un saber al otro con un tránsito de pasaje a través de un puente que una
ambos saberes, sino que entre ellas no hay más que un gran salto. Ambos abordajes
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de la realidad son absolutamente discontinuos, orientados a la búsqueda de


“verdades” también distintas. El arte no pretende demostrar al modo de la ciencia
la existencia de nuestra intimidad sino que es una invitación a seguir el sendero de
pensamiento por el que tiene que transitar cada hombre particular, cada terapeuta.
Y lo debe transitar “en solitario”6 ya que sólo él puede alcanzar su pensar auténtico.
El asesor sólo lo puede ayudar haciéndole preguntas, obligándolo a explicitar su
pensamiento.

Al igual que una obra de arte, la psicoterapia está ligada a un tipo de


comprensión más cercano al ámbito de las sensaciones, de la creatividad y de la
espontaneidad. Sostiene Heidegger: “debido a la autosuficiencia de su presencia, la
obra de arte se parece más bien a la cosa generada espontáneamente y no forzada a
nada” (p. 8).
La única forma de entrar al arte es abriéndose a su particularidad y entrando
en ella a través de una metodología de comprensión distinta a la de la lógica
formal; me refiero a la metodología hermenéutica7. Sobre la comprensión
hermenéutica, escribe el pensador de Friburgo:
Pero ¿por medio de qué y a partir de dónde es el artista aquello que es?
Gracias a la obra; en efecto, decir que una obra hace al artista significa que
si el artista destaca como maestro en su arte es únicamente gracias a la
obra. El artista es el origen de la obra de arte. La obra de arte es el origen
del artista. Ninguno puede ser sin el otro. Pero ninguno de los dos soporta
tampoco al otro por separado (Heidegger, 1996, p. 1).
Terapeuta y paciente, al igual que el artista y la obra de arte, son una
unidad, lo que los une es eso que llamamos “la terapia”. Terapeuta y supervisor son
también una unidad y lo que los une es el proceso de asesoría. Este círculo que
leído a la ligera puede parecer una tautología que no lleva a parte alguna, invita a

6
Las comillas se explicarían porque el camino del pensar propio se haría en diálogo con los que ya han
pensado.
7
Si bien Heidegger no dice expresamente que usará el método hermenéutico en la forma como lo presenta, ello
puede ser inferido
15

adentrarse por el camino del propio pensamiento, que “es una señal de fuerza y
permanecer en él es la fiesta del pensar” (Heidegger, 1996, p. 2). ¿Puede haber
terapeuta sin paciente? ¿Puede haber asesor sin alguien que le pide asesoría? Qué
mejor fiesta, pensando en la fiesta del pensar, que la que recibimos al final de una
terapia que sentimos bien hecha, o al final de una sesión de asesoría donde cada
uno se va trayendo consigo nuevos espacios de reflexión, nuevos caminos por
donde transitar y por tanto desconstreñido de la forma como llegó.

En la búsqueda del propio camino


Lo que pretendo aludiendo a Heidegger no es mostrar un caminar fluido y
continuo que permita hablar de la propia ontología en una meridiana claridad, sino
que lo que pretende es llevarnos a que nosotros encontremos las señales de nuestro
propio sendero de pensamiento y lo encontremos con saltos. El salto nos lleva de
golpe donde todo se ve distinto, donde nos vemos sorprendidos, explicitando una
forma de pensar que hasta ese momento estaba oculta. Se trata de un pensar distinto
del pensar lógico–racional; por ello dice Heidegger (2001a) que “los pensadores y
poetas son los guardianes de esa morada” (p. 259).
Aprender no es fácil, pero, aprender a pensar es más difícil aún. ¿Cómo se
hace? Muchas veces quienes hemos sido elegidos para asesorar a otro, debemos
alzar la voz para ser escuchados. Podemos incluso tener que gritar, aún cuando el
grito sea silente. Leamos lo que escribe Heidegger (1964):
[…] donde se trata de hacer aprender un asunto tan silencioso como es el
pensar. Nietzsche, que era uno de los hombres más silenciosos y retraídos,
sabía de esta necesidad. Sufrió el tormento de tener que gritar. En una
década en que la opinión pública no sabía todavía de guerras mundiales, en
que la fe en el «progreso» casi se estaba haciendo la religión de los pueblos
y estados civilizados, Nietzsche lanzó el grito: «El desierto está
creciendo...». Al decir esto preguntaba a sus contemporáneos, y ante todo a
sí mismo: « ¿Será menester previamente deshacerles a golpes los oídos para
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que aprendan a escuchar con los ojos? » […] ¡Pero misterio sobre misterio!
Lo que en su tiempo era un grito: «El desierto está creciendo...» corre
peligro de venir a ser charlatanería. Lo amenazante de tal inversión es parte
de lo que nos da que pensar. Esta amenaza consiste en que tal vez lo que
hoy era lo más pensado, de la noche a la mañana no sea más que un slogan
que se propaga y va rodando en forma de slogan” (p. 50 s).
Esa forma de mostrar el camino, gritando para ser oída, describe lo
indescriptible de llevar a reflexionar sobre la importancia de poner el acento en el
propio pensar. Poner el acento en que no hay que pensar de una manera particular,
sólo explicitar y respetar la propia. El camino no se hace repitiendo las palabras en
tanto representaciones y conceptualizaciones. El camino “se hace al andar”, como
diría Machado, es personal, silencioso y creativo.
Es cierto que Nietzsche debió gritar para ser oído. Heidegger, en su estilo,
también. Ese grito fue el clamor de alguien que quiso ser verdaderamente oído en
su pensamiento y en sus escritos. El verdadero pensador, dice Heidegger (1964),
piensa un solo pensamiento. Sostiene que “este grito escrito de su pensamiento es el
libro que intituló Así habló Zaratustra. [...] Esta obra de Nietzsche piensa el único
pensamiento de este pensador: el pensamiento del eterno retorno de lo Mismo” (p.
51). A diferencia del científico, que necesita siempre nuevos descubrimientos para
no quedar atrás de los adelantos de la ciencia, el terapeuta debe poder contestarse:
¿cómo entiendo lo humano? ¿cómo se me hace patente en esta persona que está
delante de mí lo humano?
La época moderna no ha finalizado aún; aunque como dicen algunos
estemos habitando en la post-modernidad. Por el contrario, me hace sentido lo que
dice el pensador de Friburgo, “está entrando recién en los comienzos de su
consumación que presumiblemente ha de ser de larga duración”. (Heideger, 1964,
p. 55). El pensamiento técnico de la era moderna, como dice Heidegger, “corre de
una suerte a la siguiente, sin detenerse nunca ni pararse a meditar. El pensar
calculador no es un pensar meditativo; no es un pensar que piense en pos del
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sentido” (Heidegger, 1988, p. 18), y la terapia es un quehacer que requiere ser


meditada desde el sentido. Pero para ser meditada desde el sentido, tenemos
primero que saber qué es sentido para cada uno de nosotros.

Palabras finales
Así como el terapeuta no puede ofrecer al sistema consultante “el secreto”
de la felicidad, el asesor no puede ofrecer al aprendiz de terapeuta “la varita mágica
del hacer bien” para que pueda reemplazar sus viejos aprendizajes por otros nuevos
y más actualizados. Desde la perspectiva de cómo entiendo yo la terapia, no hay
significados previos escondidos, estos emergen en la medida en que se narra e
interactúa con otro, emergen como la obra de arte, abren un mundo en la co-
creación.
La coordinación terapéutica, así como la asesoría, implica ir momento a
momento fluyendo en el continuo de nuestra experiencia, explicándonos,
significando los hechos, las y nuestras acciones de acuerdo al fluir emocional en el
que nos encontremos, relatando cómo piensa que ocurrió en el tiempo y cómo hoy
ve que sucedió. El fenómeno sobre el que se va a co-reflexionar surge como fruto
de nuestra actividad, por lo tanto, “está co-emergiendo, co-surgiendo” (p. 241). En
y desde un contexto determinado. En el caso de la asesoría, entre el aprendiz de
terapeuta y su asesor.
Lo que hacemos los viejos asesores cuando decimos que asesoramos a
otro, no es otra cosa que un “reflexionemos juntos sobre lo que dices estar viendo”.
Entre el terapeuta y el asesor se debe establecer una relación de confianza tal que
ambos se sientan cómodos trabajando juntos, que ambos se atrevan a mostrar lo que
ven sin temor a ser juzgados. En lo posible que sientan que comparten una manera
de ver lo psíquico y si no es así, que ambos serán respetado en sus creencias. El
asesor sólo lo pude ayudar a pensar, a reflexionar en su propio sistema de creencia,
en su propia forma de ver el mundo, a permitirle crear su propia obra de arte con la
paleta de pintura que trae al espacio de asesoría. Que esta no es mejor ni peor que
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otra, es la propia. Lo que diferencia al terapeuta del asesor no es otra cosa que los
años de experiencia que puede compartir con quien lo invita a ser asesor.

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