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La importancia de llamarse consejo.

La creación de órganos administrativos durante el valimiento del conde-duque de


Olivares y la relevancia de sus nominaciones

Imanol Merino Malillos


Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

I. La dinámica de creación de órganos durante el valimiento del conde-duque de


Olivares

Los años de gobierno del conde-duque de Olivares (1621-1643) constituyeron


un periodo de gran trascendencia para la Monarquía Hispánica. En el ámbito
administrativo, el creciente número de tareas que debieron ser acometidas, cuya causa
principal fue la guerra, llevó al recurso de mecanismos y jurisdicciones extraordinarias.
En el caso de las misiones que debían acometerse lejos de la corte, la mayoría de ellas
fueron realizadas mediante comisarios enviados para su gestión y ejecución1. En la
corte, por el contrario, se recurrió a la formación de órganos de gestión paralelos a los
tradicionales consejos reales, recibiendo en la práctica totalidad el nombre de juntas2.

La política de la constitución de estos órganos no la inició el conde-duque, pero


sí llevó el recurso “a cotas insospechadas”3; fenómeno que ha tenido una doble lectura4.
Por un lado, la formación de órganos paralelos a los tradicionales consejos reales
permitía al valido hacer “suya” la administración, en tanto que eran formadas con sus
criaturas, careciendo así de oposición firme.
Pero, en una segunda lectura, también hemos de comprenderlo como una medida
que buscaba una mayor eficiencia administrativa. Ante un creciente número de tareas
urgentes a abordar, los consejos no mostraban el dinamismo suficiente para acometer
las cuestiones con la premura que éstas demandaban. Por ello fueron constituidas un
gran número de juntas, en especial en lo referente a las materias que mayor atención
requerían en un contexto bélico: la Hacienda Real y la propia guerra.

1
Especialmente para lo referido a la fiscalidad: Cárceles de Gea, Beatriz: “Del juez de comisión al
comisario real. El fraude fiscal como agente del <<gobierno económico>>”, en Studia Historica. Historia
Moderna, nº 13, 1995, pp. 155-175.
2
Baltar Rodríguez, Juan Francisco: Las Juntas de Gobierno de la Monarquía Hispánica (siglos XVI-
XVII), CEPC, Madrid, 1998; Sánchez González, Dolores del Mar: El deber de consejo en el Estado
Moderno. Las Juntas “ad hoc” en España (1471-1665), Polifemo, Madrid, 1993 y Sánchez González,
Dolores del Mar: Las juntas ordinarias, tribunales permanentes en la corte de los Austrias, UNED,
Madrid, 1995.
3
Elliott, John Huxtable: El conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia, Crítica,
Barcelona, 1990, p. 301.
4
González Alonso, Benjamín: “El conde duque de Olivares y la administración de su tiempo”, en Elliott,
John Huxtable y García Sanz, Ángel (eds.): La España del Conde Duque de Olivares, Universidad de
Valladolid, Valladolid, 1990, en especial pp. 289-302.
II. La cuestión nominal en la época del conde-duque de Olivares

Visto pues que la creación de órganos colegiados para la gestión de


determinados asuntos durante el valimiento de Olivares no era una novedad, pasamos a
reflexionar sobre las distintas denominaciones que recibieron, deteniéndonos en la parte
del nombre que los establecía como órgano administrativo.
Dentro del amplio número de órganos colegiados constituidos durante el
gobierno del conde-duque, podemos establecer una doble clasificación, en base a la
ubicación de su sede. Por un lado tenemos aquellos órganos residentes en la corte,
próximos al monarca. En dicha casuística la mayor parte de órganos fueron constituidos
como juntas, y por ende así bautizados. El valido, consciente seguramente de la
importancia nominal y de la animadversión que ciertos consejos reales le desarrollaron,
prefirió mantener la fórmula y nombres tradicionales de los órganos paralelos.
Únicamente encontraremos un caso en el cual se constituyó un consejo: el de la Sal.
Éste fue creado para la gestión de un impuesto nuevo sobre la sal que la Corona trató de
establecer a comienzos de 16315. Dada la importancia y carácter novedoso del
cometido, fue equiparado tanto orgánica y funcional como nominalmente a los
principales órganos de gobierno de la Monarquía.
En el seno de la corte, durante el periodo del valimiento del conde-duque de
Olivares se produjo también una medida en sentido contrario de gran significación, es
decir, la supresión de un consejo. Tal fue el caso Consejo de Portugal, “memoria del
reino donde quiera que estuviera el monarca”6, que fue reemplazado en 1639 –el año
previo al inicio de la rebelión portuguesa- por sendas juntas en Madrid y Lisboa que
vinieron a reforzar la posición de un clan, el Vasconceslos-Soares, adeptos al valido7.
El segundo de los grupos, al que prestaremos mayor atención, es el de los
órganos establecidos lejos de las salas de alcázar madrileño para la gestión de diferentes
aspectos in situ. Dicho procedimiento lo hemos hallado para la administración de
guerra, con los casos de los Consejos de Badajoz, Ayamonte y Cantabria8.
No deja de ser significativo que Olivares, un –considerado- detractor de
determinados consejos reales, acudiera precisamente a dicho término para bautizarlos.
Dicho concepto tenía un hondo calado en el periodo, pues hacía referencia a los
tribunales y ayuntamientos <<de los Iuezes Supremos, Consejeros de los Reyes y

5
Schaub, Jean-Frédéric: “L’État quotidien entre arbitrisme et révolte, la gabelle au temps du comte-duc
d’Olivares”, en Schaub, Jean-Frédéric (dir.): Recherche sur l’histoire de l’État dans le monde ibérique
(15e-20e siècle), Press de l’École Normale Superieure, Paris, 1993, en especial, pp. 28 y ss.
6
Bouza Álvarez, Fernando Jesús: Portugal en la Monarquía Hispánica (1580-1640). Felipe II, las Cortes
de Tomar y la génesis el Portugal Católico, t. II, UCM, Madrid, 1987, p. 785.
7
Schaub, Jean-Frédéric: Le Portugal au temps du comte-duc d’Olivares (1621-1640), Casa de Velázquez,
Madrid, 2001, pp. 230-235. El Consejo fue restablecido años después, cuando la guerra de Portugal pasó
a ser un frente preferencial del rey Católico. Luxán Meléndez, Santiago de: “La pervivencia del Consejo
de Portugal durante la Restauración: 1640-1668”, en Norba, nº 8, 1988, pp. 61-86.
8
Sobre este último vid. Merino Malillos, Imanol: “El Consejo de Cantabria. Negociación con los
territorios y administración de los aspectos bélicos en la frontera pirenaica occidental (1638-1643).
Primeros apuntes”, en Jiménez Estrella, Antonio y Lozano Navarro, Julián J. (eds.): Actas de la XI
Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna, comunicaciones, vol. I, Universidad
de Granada, Granada, 2010, pp. 805-816.
Principes>>9, quienes formaban un órgano colegiado –concilium- para asesorar y
aconsejar –consilium- al monarca10.
La utilización de un concepto tan eminente por parte del valido podemos
interpretarla en base a una doble lectura. Por un lado, la creación de órganos
homónimos a los supremos tribunales podía significar una cierta degradación del
nombre. Y no sólo en el ámbito competencial –pues en muchos casos estos órganos
venían a ejercer funciones que podían asumir los tradicionales consejos-, sino también
una cierta banalización mediante su uso prolífico. Comentado [b1]: Puedo citar: fue su pe sa ie to (el de
Olivares) no quitar de echo los consejos, porque sería de escándalo a
la república, sino privarlo de la autoridad, porque así sería provechos
Pero primordialmente el bautizo de los nuevos órganos como consejos tenía a sus fi es . De Dios: Fue tes Co sejo de Castilla, p. LI
como objetivo su elevación mediante la equiparación a los supremos órganos, cuyos
espacios además vendrían a ocupar. La denominación de junta se consideraba inferior a
la de consejo, en tanto que éstos estaban dotados de una mayor autoridad, en especial en
el plano teórico. Ello era de vital importancia para aquellos órganos que iban a
constituirse lejos de la corte, en los territorios de la Corona, dado que las instituciones y
vecinos de los lugares sobre los que deberían operar sus miembros se mostrarían más
dispuestos a obedecer a un homólogo de los principales tribunales de la corte.

III. La importancia de llamarse consejo (con especial atención al caso del Consejo
de Cantabria)

En 1635 los reinos ibéricos vieron cómo la declaración de guerra por parte del
rey francés desplazaba la contienda, hasta entonces focalizada en otros territorios del
monarca Católico, a la península Ibérica. Ello exigió un mayor esfuerzo bélico a la
Corona, y la búsqueda de una explotación extensiva e intensiva de los recursos
disponibles.
Para llevar a cabo dicho cometido, la Corona solía comisionar letrados que, de
forma individual, acudieron a los territorios para obtener recursos militares11. Pero el
ataque francés contra territorio peninsular propició que la Corona resolviese desplazar,
en forma de órganos colegiados, parte de la administración a las proximidades de los
frentes, para que se pudiera gestionar con mayor presteza y conocimiento del terreno las
distintas materias.
Tras el socorro de Fuenterrabía en septiembre de 1638, la Corona decidió
constituir un órgano que recibiría el nombre de consejo. El “apellido”, el término que
establecía su ámbito de actuación sí que mutó con el paso del tiempo, del original “de
Guipúzcoa” al posterior “de Cantabria”12. Pero su “nombre”, la sección que lo
establecía como órgano de gobierno, no se vio alterada mientras estuvo vigente.

9
Covarrubias, Sebastián de: Tesoro de la lengua castellana o española, Luis Sánchez, Madrid, 1611, fol.
233.
10
Dios, Salustiano de: El Consejo Real de Castilla (1385-1521), CEC, Madrid, 1982, p. 219.
11
Mackay, Ruth: Los límites de la autoridad real. Resistencia y obediencia en la Castilla del sigo XVII,
Junta de Castilla y León, Valladolid, 2007, pp. 43-53.
12
Ha de tenerse en cuenta que en el siglo XVII el término Cantabria distaba de tener el significado que en
la actualidad refleja, puesto que las fronteras del mismo no se circunscribían a la Comunidad Autónoma
de Cantabria. Al contrario, durante los siglos XVI y XVII tuvo plena vigencia en la Monarquía Hispánica
En el caso del Consejo de Cantabria, así como el de los otros órganos
administrativos de la Monarquía, consideramos que para la comprensión de las
implicaciones nominales hemos de atender a las distintas proyecciones que iba a tener el
órgano: con quiénes tenía que parlamentar y con quiénes debía comunicarse y proceder
e interactuar. Sólo así podremos percibir la relevancia que tenía su denominación.
En primer lugar se hallaba la interacción con los otros órganos de gobierno, en
especial los centrales. La voluntad de la Corona mediante la constitución de estos
nuevos órganos era crear unos capaces de gestionar plenamente, aunque en el caso de
los ubicados lejos de la corte su labor fuera supervisada posteriormente por otros
órganos y el propio monarca. De ahí su nominación de consejos, pues debían estar
dotados de una autoridad que inhibiese a los otros órganos de gobierno y justicia
centrales. Así quedará reflejado en un decreto real que informará de que los consejeros
desplazados a Cantabria llevaban
jurisdicción y facultad con inhibición de los consejos, audiencias,
chancillerias y demas tribunales a quien pueda competer, y desde luego
sean inhibidos.13

En este punto será el matritense Consejo de la Sal el que explicite de forma más
nítida la importancia que tenía la denominación de consejo, frente al de junta, un
tribunal considerado inferior. La queja venía provocada por la equívoca manera de
referirse a él que utilizaba la Junta de Competencias, pues recurría al término junta, no
al de consejo. Ello propició las quejas del Consejo de la Sal, pues significaba rebajar la
autoridad con la que había sido dotado como órgano independiente de los otros consejos
reales. Por ello insistía en la necesidad de que se le conservara el nombre –y con ello su
autoridad- no ya sólo con respecto a los órganos homólogos, sino también de cara al
resto de personas del Reino14.
La preocupación del Consejo de la Sal no era baladí, puesto que si su
denominación era importante para establecerlo como órgano no supeditado a otros
consejos, no lo era menos a la hora de querer aplicar y actuar sobre determinados
individuos y lugares. Esta sería la segunda proyección, la que lo ponía en relación con
aquéllos vasallos que debían obedecer sus órdenes. Y es que no resultaba lo mismo para
vasallos del rey tener que someterse a los mandatos de un consejo, ni tampoco suponía
las mismas posibilidades de negociación y parlamento, como reflejarán las autoridades
alavesas15.
En tercer lugar, nos hallaríamos con los ministros que debían interactuar con el
consejo y, en múltiples casos, someterse y colaborar con éstos en la consecución de sus

el mito del vasco-cantabrismo, que consideraba que los actuales territorios de la Comunidad Autónoma
del País Vasco y otros limítrofes habían formado parte de la legendaria Cantabria, cuyos habitantes
habían resistido heroicamente el ataque de los romanos. Obviamente dicha interpretación, lejos de ser
aséptica, tenían hondas implicaciones políticas, siendo uno de los pilares discursivos fundamentales del
engarce de los territorios vascos, en especial los costeros, en el complejo imperial. Vid en este sentido
Monreal Zia, G.: “Anotaciones sobre el pensamiento político tradicional vasco en el siglo XVI”, AHDE, t.
L, 1980, pp. 971-1004.
13
Real Decreto, San Lorenzo del Escorial, 14.X.1638, en Archivo Histórico Nacional (AHN), Consejos
Suprimidos (CCSS), leg. 13198.
14
Consulta del Consejo de Sal, referida por Schaub, J.-F.: “L’État …”, op. cit., p. 28.
15
VV.AA.: Actas de las Juntas Generales de Álava, t. XVII, Juntas Generales de Álava, Vitoria, 1994, p.
42.
cometidos, siendo para ellos más factible hacer cumplir las órdenes expedidas por un
consejo.
En último lugar, cobra especial significación la proyección interna, es decir, la
que percibían los integrantes del órgano, pues no era lo mismo serlo de una junta que de
un consejo. En el caso del de Cantabria como en el de los otros órganos constituidos
lejos de la corte, el desplazamiento del integrante implicaba alejarse de los principales
centros de administración y, sobre todo, del núcleo de medra. El destino pues debía
ofrecer un atractivo para aquellos cortesanos que iban a desplazarse hasta Vitoria para
desempeñar sus labores.
Un caso concreto permite ilustrar la importancia que en este punto tenía la
denominación de consejo. En 1641 se descubrió la conjura urdida por sendos nobles
andaluces: el marqués de Ayamonte y el duque de Medina Sidonia. Ambos,
aprovechando las rebeliones el año anterior del Principado de Cataluña y Reino de
Portugal, habrían pretendido sublevar Andalucía contra el Rey Católico. La trama fue
descubierta a tiempo por la Corona y desbaratada16. La afrenta no podía quedar impune,
mas, como no había trascendido, el castigo debía ser velado, en especial el del duque.
Por ello se le debía buscar una salida decorosa y acorde con su posición. Y más
produciéndose por parte del duque un acto de desobediencia que ratificó a la Corona en
la necesidad de alejarlo de sus posesiones andaluzas.
La corte encontraría la respuesta en Vitoria, en el Consejo de Cantabria. La
membresía de un órgano así llamado podía ser una salida honrosa para uno de los
principales aristócratas del Reino. Las funciones militares del Consejo parecían además
ocultar cualquier atisbo de castigo. Pero, ante las reticencias del duque, un ministro
regio no dejó de señalarle el “onrrado color” que suponía “presidir en vn consexo de vn
arçobispo y consejeros grandes”17.

IV. Un apunte final: la difuminación del consejo

Hemos tratado de exponer sucintamente la importancia que adquirió la


nominación de determinados órganos creados durante el valimiento de Olivares. Lejos
de ser un elemento irrelevante, la forma en la que se referían a estos órganos adquiría
una gran trascendencia, puesto que reflejaban y portaban en buena medida unas
facultades diferentes, dada la importancia que el término consejo tenía en el periodo.
Proyectaban una autoridad distinta sobre aquél con el que interactuaban, tanto con los
otros órganos de gobierno y los ministros, como con los vecinos e instituciones de los
territorios donde debía actuar, así como de cara a los propios integrantes del órgano. De
ahí que éstos defendiesen su precisa denominación, aunque no siempre lo consiguieran.
La mayoría de los órganos apuntados, sin embargo, tuvieron una vigencia
efímera. El Consejo de la Sal pudo alcanzar aproximadamente los doce años de

16
Domínguez Ortiz, Antonio: “La conspiración del duque de Medina Sidonia y el marqués de
Ayamonte”, en Domínguez Ortiz, Antonio: Crisis y decadencia de la España de los Austrias, Ariel,
Barcelona, 1973, pp. 113-153 y Salas Almela, Luis: Medina Sidonia. El poder de la aristocracia. 1580-
1670, Marcial Pons, Madrid, 2008, pp. 348-408.
17
Carta de Juan de Santelices al duque de Medina Sidonia, s. l., s. f., en AHN, CCSS, leg. 7261.
existencia. Lejos aún de otros casos como el del Consejo de Cantabria, vigente apenas
cuatro años y medio. Pero en ningún caso sobrevivieron a la contrarreforma
administrativa que se produjo poco después de la caída de su impulsor y valedor: el
conde-duque de Olivares, en enero de 1643.
Su desaparición trajo a estos órganos una doble postergación. Por un lado, dada
su ligazón al valido, padecieron durante un largo periodo la damnatio memoriae a la que
fue sometida el ministro y su ministerio18. A raíz de su desaparición, y a lo largo de los
siglos, muy pocos volvieron sobre ellos, hasta que a finales del siglo XX diferentes
obras, interesadas en el análisis político-institucional de la Monarquía Hispánica, han
permitido que salieran del sueño de los justos en que estaban inmersos19.
Pero junto con el olvido, los órganos también padecieron una segunda
postergación: la nominal. Mientras estuvieron vigentes pocos utilizaron otro término
que no fuera el oficial otorgado por la Corona, y cuando sucedió y tuvieron
conocimiento, sus integrantes procedieron a denunciar y solicitar la subsanación del
error. Pero tras su supresión, la nitidez con la que se habían referido los coetáneos se fue
difuminando paulatinamente. Su autoridad ya no era relevante, pues ya no tenía
implicación práctica alguna. Además, dado que se enmarcaban en un periodo que, en lo
administrativo, había estado caracterizado por la creación de juntas, parecían semejarse
a éstas. Más aún, las hondas implicaciones que tenía el término consejo parecían no
casar con la eventualidad y limitado marco de actuación de los órganos así constituidos
en la época. Por eso parecían poder ser referidos indistintamente como juntas o –en los
menos casos- consejos20. Una vez estos consejos habían desaparecido, su denominación
parecía haber perdido su importancia.

18
Elliott, John Huxtable: “El Conde-Duque de Olivares: un hombre de Estado”, en García Sanz, Ángel y
Elliott, John Huxtable (coords.): Op. cit., pp. 17-30.
19
Vid obras referidas en la cita 2.
20
Con especial atención al Consejo de la Sal: Sánchez González, Dolores del Mar: Las juntas …, op. cit,
pp. 81-82 y Baltar Rodríguez, Juan Francisco: Op. cit., pp. 322-327.

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