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ANNO LXVII. FASC. 133 IAN. - IUN.

1998

ARCHIVUM HISTORICUM
SOCIETATIS IESU

PERIODICUM SEMESTRE

ROMAE
VIA DEI PENITENZIERI, 20
COMMENTARII HISTORICI

LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES


DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY EN RELACIÓN
CON EL DERECHO INDIANO Y EL INSTITUTO
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS.
EVOLUCIÓN Y CONFLICTOS.

MARTÍN MA MORALES, S.J. – Roma.

INTRODUCCIÓN

Respecto al tema de las Reducciones pueden hacerse dos consideraciones


previas. Una de tipo bibliográfico, la otra atañe directamente al contenido. Debe
superarse un prejuicio: pensar que los espacios para nuevas publicaciones sean
inexistentes o estrechos. El prejuicio pareciera tener su fundamento en la abun-
dancia de la bibliografía sobre este argumento. La sorpresa crece cuando una mi-
rada, algo más atenta, se fija sobre la calidad de estos trabajos. En este sentido el
panorama no es tan halagüeño. Un gran número de estas obras, que se supone
deberían poner en contacto al lector con la complejidad de las Reducciones, re-
piten lugares comunes y se citan entre ellas, sin establecer un progreso significa-
tivo en el conocimiento de esta experiencia. Tanto es así que hojeando algunos
de estos libros se tiene la impresión que el tema de las Reducciones es casi una
excusa para ejercitar el estilo de la diatriba o de la apología según que la posi-
ción del autor sea cercana a los jesuitas o no. En parte, estas deficiencias se de-
ben a una causa fundamental: el escaso uso de fuentes documentales. La mayo-
ría de estos libros citan fuentes de segunda mano.
Son pocas las obras de conjunto que se presentan con un carácter científico.
Entre ellas cabe citar los capítulos que dedicó ANTONIO ASTRAIN1 en su Histo-
ria de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España (1916), o los dos volú-
menes de PABLO HERNÁNDEZ2, Organización social de las doctrinas guaraníes
(1913). Obras de principio de este siglo, de evidente corte apologético pero que
presentan una gran cantidad de fuentes documentales hasta el momento inéditas.

N.B. - Para las siglas usadas en este artículo cf. p. 127.


1
Astrain, Antonio * 17.11.1857, Undiano; SJ 27.7.1891, Prov. Castellana; † 1.1.1928, Lo-
yola. Catalogus Prov. Castellanae 1929 (Oniae, 1928) 80.
2
Hernández, Pablo * 9.10.1852, Rubielos de la Cérida; SJ 4.2.1872, Prov. Aragoniae; †
16.2.1921, Roma. Catalogus Prov. Aragoniae 1922 (Barcinone, 1921) 86.
4 MARTÍN MA MORALES, S.J.

En esta línea se destacan los copiosos trabajos del jesuita argentino Guillermo
Furlong3. Si bien en los tres autores las lagunas metodológicas son notables y la
posición apologética de no poco estorbo a la debida serenidad para realizar la in-
vestigación histórica, sus obras son un punto de referencia inexcusable.
Con la seriedad de estos trabajos habría que seguir investigando entre la
enorme masa documental existente en los archivos americanos y europeos para
dar luz a temas hasta ahora apenas enunciados tales como, la constitución del
ejército guaranítico, sus aspectos técnicos, las consecuencias culturales y demo-
gráficas. Con la ayuda del Derecho, de la Historia de las Instituciones y el análi-
sis económico afrontar el tema de la negociación o de la práctica del contra-
bando o del comercio de esclavos. Aún hay espacio para estudiar el orden in-
terno de los pueblos, el sistema penal que se aplicaba a los indios, las relaciones
de hecho entre jesuitas e indios, la actitud de estos últimos respecto de la organi-
zación que se les imponía, o acerca de las disposiciones a que estaban sujetos los
jesuitas que se residían en las Reducciones.
Junto con esta dificultad de carácter bibliográfico debe agregarse otra con-
sideración acerca de las fuentes documentales del tema. Los documentos res-
pecto de la historia de las Reducciones y de las actividades de los jesuitas en la
Provincia del Paraguay son numerosísimos. Pero junto con esta cantidad de tes-
timonios, existen vacíos significativos. Uno de éstos se encuentra en el Archivo
Romano de la Compañía de Jesús. Los registros de Cartas de Padres Generales
presentan importantes interrupciones. Las vicisitudes del Archivo como conse-
cuencia de la supresión y del período napoleónico son más o menos conocidas.
Pero lo que quizás no sea tan sabido es que algunos de estos huecos son frutos de
purgas hechas por los mismos jesuitas. Terminado el generalato de Aquaviva se
destruyó la correspondencia entre las provincias con Roma, tratando de eliminar
así huellas de tensión y crisis de ese gobierno testimoniadas en centenares de
cartas4. En el caso concreto de la Provincia del Paraguay faltan los registros de
las Cartas de los Padres Generales correspondientes al período 1639-1767, esto
es, faltan 128 años de correspondencia. Algunas razones podrían hacer pensar,
también en este caso, en una destrucción premeditada efectuada por elementos
internos a la Orden. Dada la particular estructura de la Compañía de Jesús puede
imaginarse la importancia de esta ausencia. No sólo se desconocen las instruc-
ciones de los Padres Generales a los superiores de la Provincia del Paraguay res-
pecto de una gran variedad de aspectos, sino que faltando éstas, se ignora una se-
rie de situaciones concretas. La mayoría de las instrucciones fueron motivadas
por cartas de los jesuitas del Paraguay que, preocupados por problemas específi-
cos, informaban a Roma y pedían soluciones. Sorprende que no se haya tenido
en consideración este vacío.

3
Furlong, Guillermo * 21.6.1889, Arroyo Seco; SJ 16.4.1903, Prov. Argentinensis; †
20.5.1974, Buenos Aires. AHSI 43 (1974) 485-486.
4
A este respecto véase E. LAMALLE, L’Archivio d’un grande Ordine religioso. L’Archivio
Generale della Compagnia di Gesù. Archiva Ecclesiae 24-5 (1981-2) 89-120 y F. de BORJA ME-
DINA, La Compañía de Jesús y la Evangelización de América y Filipinas en los Archivos de la
Orden. Memoria Ecclesiae 5 (1994) 31-61.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 5

Más allá de estas consideraciones bibliográficas y de método, el tema de las


Reducciones debe ser puesto en un contexto histórico preciso. La obra de las re-
ducciones no comienza con los jesuitas del Paraguay, aunque si bien en esa re-
gión tuvo caraterísticas singulares. La Corona se preocupó, desde los inicios de
su presencia en América, por la constitución de los pueblos de indios. A través
del análisis de una serie de textos significativos, como pueden ser las Instruccio-
nes a Ovando (1501), las Leyes de Burgos (1512) y las Leyes Nuevas (1542), se
demuestra el interés de organizar el espacio americano a sus pobladores, a la vez
que el deseo de asegurar la evangelización. Algunas figuras fueron determinan-
tes en este proceso. El pensamiento de Fray Bartolomé de Las Casas sobre la
manera de constituir los pueblos de indios y la experiencia pobladora de la Vera
Paz, fue un hito clave en la historia de las reducciones. Junto con el pensamiento
lascasiano y sus realizaciones, merecen especial atención algunos escritos del oi-
dor Don Vasco de Quiroga, obispo de Michoacán, fundador de los pueblos-hos-
pitales. Debe destacarse también la figura del Virrey del Perú, Don Francisco de
Toledo, no sólo por haber sido el gran organizador del Perú y propulsor de las
reducciones en el Virreinato, sino porque de él dependió, en gran manera, la
aceptación de las «doctrinas»5 por parte de los jesuitas.
Del análisis de algunos textos y de las experiencias concretas se desprende
una concepción del indio como capaz de establecer la llamada «conversaçión
contynua» (Leyes de Burgos) con el español o, al decir de Bartolomé de Las Ca-
sas, de ser compañero. Esta visión implicó una valoración positiva no sólo del
indio sino también del español como capaz de dar buen ejemplo. Esta convic-
ción no se impuso ni en el derecho, ni en la práctica sucesiva. Se impuso en cam-
bio la concepción del español como agente del mal ejemplo. A partir de ella el
derecho sancionó la separación entre la «república de los indios» y la «república
de los españoles». Las reducciones del Paraguay, pero no solamente ellas, fue-
ron la realización de este modelo.
Además de estos antecedentes la situación que vivieron los jesuitas de la
Provincia del Perú se convirtió en punto de referencia obligado sin el cual no
puede entenderse el momento fundacional de las Reducciones del Paraguay. La
aceptación de las «doctrinas» por parte de la Compañía de Jesús en la Provincia
jesuítica del Perú no fue ni obvia ni inmediata. La voluntad del Virrey Toledo
fue factor determinante para que los jesuitas aceptaran hacerse cargo de las
«doctrinas». Esta se presentó como «conditio sine qua non» para aceptar la per-

5
«Doctrinae vero in Indiis appellantur Indorum parochiae, in quibus unus, duo, vel plures re-
sident sacerdotes saeculares vel regulares cum animarum cura. Doctrinae, inquam, appellantur
post decem a reductione annos quae prius missiones vel reductiones vocabantur. Vulgare tamen
est alicubi parochias hasce doctrinas, missiones, reductiones indiscriminatim appellare. C. MO-
RELLI, D. [MURIEL], Fasti Novi Orbis et Ordinationum Apostolicarum ad Indias pertinentium
Breviarium cum adnotationibus (Venetiis 1756) 541. Otra definición en unas Instrucciones del vi-
sitador P. Andrés de Rada: «Por doctrinas entendemos (siguiendo el estilo del Real Consejo) las
aprovadas y dotadas por el Real Patronazgo. Por reducciones las recien fundadas en expecial de
indios recien convertidos que aun no estan aprovadas para la limosna de su Magestad que se
llama sinodo». Usos y costumbres comunes a todas las doctrinas por el Visitador Andres de Rada
(1664). ARSI Paraq. 12 174v.
6 MARTÍN MA MORALES, S.J.

manencia de los jesuitas en el Perú. Esta coyuntura significó para los jesuitas un
doble problema de conciencia: por una parte, era la forma que se les exigía para
cumplir como leales súbditos con el descargo de la conciencia real. Por otra
parte, la propuesta era contra lo establecido por las Constituciones de la Compa-
ñía de Jesús en las que se prohibía a sus miembros ejercer el oficio de pá-
rroco.
A esta contradicción, que puso en juego la integridad del Instituto de la
Compañía y por ende del espíritu que lo anima, se sumó el contexto socio polí-
tico que presentaba el Paraguay a fines del siglo XVI y comienzos del XVII donde
nacieron y se desarollaron las reducciones guaraníticas.

I. LA ACEPTACIÓN DE LAS «DOCTRINAS» POR PARTE DE LOS JESUITAS


EN LA PROVINCIA DEL PERÚ DESDE SU FUNDACIÓN
HASTA LA IA CONGREGACIÓN PROVINCIAL

En la Junta Magna6 se planteó la necesidad de enviar religiosos de la Com-


pañía de Jesús para trabajar en el Perú7. Por este motivo, Felipe II y el mismo
Virrey Toledo8 pidieron a Francisco de Borja9, General de la Orden, una expe-
dición de veinte sujetos para unirse a las exiguas fuerzas encabezadas por Jeró-
nimo Ruiz de Portillo y sus compañeros10. Según las Instrucciones dadas a To-
ledo, los religiosos podían hacerse cargo de los curatos, en modo supletorio,
dada la falta de sacerdotes seculares con la respectiva cura de almas. Esto impli-
caba estar sujetos a la autoridad, nombramiento, aprobación y visita de los obis-

6
Sobre las consecuencias misionales de la Junta Magna puede verse P. DE LETURIA, Relacio-
nes entre la Santa Sede y Hispanoamérica (1493-1835) (Roma 1959) I 62-82 208-231 (= Ana-
lecta Gregoriana 101-3).
7
En MHSI Mon. Per. I 231-2 243-4, se editan algunas de las Instrucciones a Toledo a este re-
specto. En ellas se dispone que la Compañía de Jesús, junto con las demás religiones, «con
acuerdo y licencia del diocesano» se dediquen a la doctrina de los indios «en las provincias y par-
tes y lugares donde vieres que hay más falta de doctrina». Instrucción al Virrey Francisco de To-
ledo. Madrid 19 diciembre 1578. L. HANKE (Ed), Los Virreyes Españoles en América durante el
Gobierno de la Casa de Austria: Perú (Madrid 1978) I 80 § 4 (= BAE 280-2). En las Instruccio-
nes al Virrey Francisco de Toledo sobre doctrina y gobierno eclesiástico, Madrid 28 diciembre
1578, se dio «licencia a algunos de la Compañía de Jesús, que pasen allá [...] Y esto ha sido sobre
fundamentos que conforme a la profesión e institución de esta orden y al modo de proceder suyo,
que principalmente consiste en la predicación, doctrina e institución cristiana y en ayudar y coo-
perar a los prelados y otros ministros eclesiásticos».
8
Don Francisco de Toledo fue virrey del Perú desde 1568 a 1580. Sobre su participación en
las reuniones de la Junta véase R. VARGAS UGARTE, Historia de la Compañía de Jesús en el Perú
(Burgos 1963-5) I 196.
9
Francisco de Borja conocía muy bien a Francisco de Toledo y tenía de él una buena opinión:
«Hermano del conde de Oropesa, es comendador de la Orden de Alcántara, y es hombre de mu-
cha cristiandad y prudencia y tiene mucho talento». Francisco de Borja a Felipe II, 5 mayo 1559.
MHSI Borgia III 475-83. Se carteó varias veces con Toledo con motivo de la fundación del Cole-
gio de Oropesa, Idem IV 631-3 641-3. Sobre las relaciones entre Francisco de Borja y Francisco
de Toledo puede verse L. LOPETEGUI, El Padre José de Acosta y las Misiones (Madrid 1942)
104-5.
10
Francisco de Toledo a Francisco de Borja. Madrid, 8 de octubre de 1568. Mon. Per. I 218-
221. Felipe II a Francisco de Borja. Madrid, 11 de octubre de 1568. Ibidem 222-3.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 7

pos11. En el texto de las Instruciones no se mencionaba, sin embargo, de forma


explícita que los jesuitas debieran hacerse cargo de las doctrinas.
Un año antes de la llegada de esta expedición, el P. Ruiz de Portillo12 comu-
nicó al Padre General13, su perplejidad ante la posibilidad que los jesuitas se hi-
ciesen cargo de algunas doctrinas, según la experiencia que se estaba realizando
en el Japón. Francisco de Borja fue terminante en su respuesta14. Las doctrinas
podrían aceptarse sólo bajo cuatro condiciones: que los sujetos a ellas destinados
fueran «probatae virtutis», «que vayan lo más cerca de la residencia principal»,
para poder realizar la visita canónica y los cambios que se creyeran prudentes.
En tercer lugar «que no se pongan por obligación de tiempo», dejando así libre
al superior para disponer de sus súbditos. La cuarta condición: «que no se tome
ningún estipendio» sino sólo aquello que se considerase necesario para la subsis-
tencia. Con estas prevenciones Ruiz de Portillo aceptó el encargo de las doctri-
nas de Huarochirí15, cerca de Lima, pero incomunicadas por la falta de caminos
y situadas en región montañosa, a unos 3.000 metros de altura. A dichas doctri-
nas se destinaron cinco jesuitas: Diego Bracamonte16, como superior, entonces
rector del Colegio de Lima, Alonso Barzana17, Hernán Sánchez18, Sebastián
Amador19 y Cristóbal Sánchez20, más dos estudiantes y dos hermanos coadjuto-
res. Por las duras condiciones de vida, el grupo misionero perdió dos hombres:
Sebastián Amador, de treinta años, y Hernán Sánchez. La permanencia de los je-
suitas en las ocho doctrinas no duró más de dos años, tiempo necesario para le-
vantar la polémica. Algunos jesuitas denunciaron el «peligro» que representaban
las doctrinas. El P. Luis López escribió21 a Francisco de Borja acerca de los posi-

11
Instrucción al Virrey Francisco de Toledo sobre doctrina y gobierno eclesiástico. Madrid 28
diciembre 1568. HANKE, Los Virreyes I 102-3.
12
Ruiz de Portillo, Jerónimo * 1532 o 1533, Lucrone; SJ 1554, Prov. Castellana; † 1589,
Lima. Mon. Per. I 78; IV 558.
13
Ruiz de Portillo a Francisco de Borja. Cartagena, 2 de enero de 1568. Mon. Per. I 176.
14
Mon. Per. I 214-5. En sus Instrucciones a los primeros misioneros de Nueva España había
establecido que: «No tome assumpto de repartimientos que llaman de la doctrina cristiana, ny
tome sobre la Compañía cura alguna de almas, sino antes ayude con missiones, según la forma de
nuestro ynstituto, sin tomar por ello stipendio alguno, aunque sea lícito tomar para su sustentación
la limosna necessaria». Instrucción para los primeros Misioneros de Nueva España. Roma, 20 oc-
tubre 1571. MHSI Mon. Mex. I 27.
15
El pueblo de Huarochirí se encuentra situado en lat.12.09’’ S, long. 76.14’’ O. En estas doc-
trinas habían trabajado con anterioridad los PP. Dominicos los cuales, pasado un tiempo las aban-
donaron «por hacérseles tierra estéril». Francisco de Toledo al Rey. Mon. Per. I 375-7. Sobre la
actividad de los jesuitas en estas doctrinas véase también la carta de Juan Gómez a Francisco de
Borja. Lima, 1571. Ibidem I 410-431.
16
Bracamonte, Diego * 1533, Granada; SJ 8.1556, Prov. Baetica; † 1583, Potosí; Mon. Per. I
112.
17
Barzana, Alonso nota 154. * 1530, Belinchón (?) (Cuenca); SJ 28.8.1565, Prov. Baetica; †
31.12.1597, Cuzco. STORNI 33.
18
Sánchez, Hernán * SJ Prov. Baetica; † 1570, Huarochiri. Mon. Per. I 28611 298.
19
Amador, Sebastián * 1538, Baeza; SJ 1564, Prov. Castellana; † 1575, Lima. Mon. Per. I 286
700.
20
Sánchez, Cristóbal * 1533, Sahagún; SJ 1569, Prov. Castellana. Mon. Per. I 279.
21
López, Luis * 1535, Villa de Estepa; SJ 1565, Prov. Baetica; † 1599, Sevilla; FEJÉR, Defun-
cti primi saeculi Societatis Iesu 1/2 (Roma 1982) 127; Mon. Per. I 139 279. Luis López a Fran-
8 MARTÍN MA MORALES, S.J.

bles inconvenientes de asumir doctrinas, recomendándole que «por ninguna vía


conviene admitir estas dotrinas, si no es adonde haya colegio entero» para subsa-
nar de esta manera los inconvenientes que acarrearía una tal dispersión.
El confesor del Virrey, el jesuita Bartolomé Hernández22, expuso al Presi-
dente del Consejo de Indias, Juan de Ovando, su parecer sobre este tema. Según
Hernández la experiencia de Huarochorí era negativa; parecía excesivo el tra-
bajo, por el cual había muerto el Padre Fernando Sánchez y los frutos eran esca-
sos. Además, los indios no daban lo necesario para que los padres se sustentasen
sino obligados por castigos, por ellos los jesuitas aparecían a sus ojos más intere-
sados en el diezmo que en el servicio de Dios. Hernández, a la afirmación de que
los jesuitas no serían útiles, ni descargarían la real conciencia, si no se hacían
cargo de las doctrinas, respondió decidido: «seremos más útiles estando libres».
Como «coadjutores» de los curas podrían ir de una doctrina a otra según la ma-
yor necesidad. Además los indios verían que los jesuitas no pretendían nada por
su trabajo y que se mantenían ajenos al sistema de castigos, todo lo cual ayudaría
al ministerio de las confesiones23. La «utilidad» estaba en estrecha relación con
la observancia estricta de las normas del Instituto al respecto, ya que el aceptar
doctrinas «no era conforme a nuestras Institutiones»24.
Francisco de Borja despachó, el 14 de noviembre de 1570, tres cartas que
tocaron el problema de las doctrinas. Dos de ellas dirigidas a Ruiz de Portillo y
una al Virrey Toledo25. El General de la Compañía había aceptado como un
hecho consumado el que se hubiese puesto al frente de la doctrina del Cercado y
de Huarochorí algunos jesuitas. Prohibió se tomaran más doctrinas y de ninguna
manera debía aceptarse la cura de ánimas: «porque esto repugnaría a nuestro In-
stituto», ésta debería estar a cargo «del reverendísimo Arzobispo»26. La defensa
de las Constituciones, respecto a la prohibición de asumir cura de almas, garanti-
zaba la necesaria libertad de movimiento para los jesuitas y dejaba salda la auto-
ridad episcopal no admitiendo religiosos en situación de párrocos lo cual, a pesar
de lo determinado por el Concilio de Trento, fue motivo de constantes conflic-

cisco de Borja. Lima, 29 de diciembre de 1569. Mon. Per. I 324-336. Luis López a Francisco de
Borja. Lima 21 de enero de 1570. Ibidem 361-371.
22
Hernández, Bartolomé * 1525, Toledo; SJ 1553, Prov. Castellana; † 1579, Lima. Mon. Per. I
2013; FEJÉR, Defuncti primi saeculi Societatis Jesu I/2 (Roma 1982). Sobre las resistencias de
Hernández para aceptar el cargo de confesor, interesantes para conocer cierta mentalidad respecto
el trabajo misional, puede verse su carta dirigida al P. General. Bartolomé Hernández a Francisco
de Borja. Madrid, 28 de Noviembre de 1568. Mon. Per. I 227-231.
23
Bartolomé Hernández a Juan de Ovando. Lima 19 de abril de 1572. Ibidem I 471.
24
Así reza el texto de las Constituciones VI, cap. 3 § 5 [167]: «Assímesmo porque las perso-
nas desta Compañía deven estar cada hora preparadas para discurrir por unas partes y otras del
mundo adonde fuerem embiados por el sumo pontífice o sus superiores; no deuen tomar cura de
ánimas». Constitutiones II 549. Y en IV cap.2 § 4 [104]: «En los collegios de la Compañía no
deuen admittirse cura de ánimas, ni obligaciones de missas ni otras semejantes». Ibidem, 395. Se
ha citado el texto D del año 1594 ya que en lo substancial no existen variantes con el texto A
(1550) ni con el texto B (1556).
25
Francisco de Borja a Ruiz de Portillo. Roma 14 de noviembre de 1570. Mon. Per. I 396.
26
Don Fray Jerónimo de Loaysa, dominico, obispo de Lima el 25 de julio 1543, arzobispo de
la misma sede del 9 septiembre de 1548 al 26 octubre 1575; hermano de D. García de Loaysa que
fuera confesor de Carlos I, arzobispo de Sevilla y Presidente del Consejo de Indias.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 9

tos. Al no ser curas se evitaría, además, el mezclarse en acciones punitivas con-


tra los indios prohibidas por el Derecho Indiano y por disposición del II0 Conci-
lio Limense (1567-68) en su constitución 116a, castigos en los cuales los jesuitas
se vieron implicados27. Para Francisco de Borja que, según el texto citado, en la
eventualidad que un jesuita fuese nombrado doctrinero, tendría que someterse a
la visita del obispo según lo prescrito por el Concilio de Trento. En la segunda
carta autógrafa dirigida al Virrey, le rogaba «muestre su buen ánimo para con los
nuestros en ayudarlos y favorecerlos para la observancia de su Instituto y Con-
stituciones y modo de proceder conforme a ellas». Según Francisco de Borja la
Compañía dará sus frutos «si cumplidamente observaremos nuestro dicho Insti-
tuto». Por otra parte, la distancia y la extensión de las regiones americanas no
podía ser óbice para alterar la «uniformidad y disciplina religiosa» de la Compa-
ñía28. La tercera carta fue escrita por mano del P. Polanco, secretario de Fran-
cisco de Borja, al P. Diego de Bracamonte, rector del Colegio de Lima. Allí le
recordaba que el único modo de aceptar las doctrinas era administrando los sa-
cramentos «ex instituto nostro» sin tomar parte alguna en la cura de almas29.
Sin duda Polanco tenía aún presentes las explanaciones del Instituto, res-
pecto a la prohibición de asumir cura de ánimas, hechas por el mismo Ignacio de
Loyola. En una de ellas el fundador de la Orden, escribió al P. Galvanelli30, a
quien se le había ofrecido una parroquia en Morbegno (Valtellina), región con
una densa presencia protestante:

Si quiere vuestra reverencia ser miembro de esta Compañía, es necesario que se


duela del daño de todo el cuerpo de ella. Daño grande es ir contra el Instituto. La caridad
ordenada de ayudar a las almas es sumamente loable; pero el afecto poco ordenado,
aún bajo la especie de bien es reprensible. Y si quereis conocer en un religioso, cuál

27
R. VARGAS UGARTE, Concilios Limenses (1551-1772) (Lima 1951) I 218. La prohibición
encuentra su fundamento, según el texto de la constitución, en la confianza que es más fácil con-
ducir a la fe guiados por el amor que por el temor, porque sería desvirtuar el mismo Evangelio que
es ley de amor, y porque es algo ajeno en la experiencia de los primeros apóstoles los cuales de-
ben ser modelos para la acción del misionero. La prohibición era total, prescindiendo de los moti-
vos que haya para castigar, el sacerdote que violase el precepto era pasible de una pena pecuniaria
de treinta pesos de oro o más según la gravedad del castigo que hubiera infligido. En la Constitu-
ción 117 se reserva al obispo la facultad y el modo de imponer castigos a los indios. El P. Juan de
Atienza, provincial del Perú, prohibió a los jesuitas castigar personalmente a los indios. Véase
Memorial de Juan de Atienza al Superior de Juli. Juli, 25 de mayo de 1586. Mon. Per. IV 55. Re-
copilación de leyes de los Reynos de las Indias (1680) 4 vol. (Madrid 1973) Lib. I, Tít. XIII, Ley
6 sancionó: «que no se permitan, no consientan a los Curas y Doctrineros, clerigos, ni religiosos,
que tengan carceles, prisiones, grillos y cepos para prender, ni detener a los indios, ni les quiten el
cabello, ni açoten, ni impongan condenaciones, si no fuere en aquellos casos que tuvieren comi-
sión de los Obispos, y en que conforme a derecho y leyes de esta Recopilación la pudieran dar».
Dicha ley recoge las RCs de 4 septiembre 1560, 11 junio 1594, 6 mayo 1614, 10 agosto
1624.
28
Francisco de Borja a Francisco de Toledo. Roma, 14 de noviembre de 1570. Mon. Per. I
408.
29
Ibidem I 406.
30
Galvanelli, Andrea * 1510, Codignola; SJ 17.8.1549; † 6.3.1558, Perugia. M. SCADUTO, Ca-
talogo dei Gesuiti d’Italia 1540-1565 (Roma 1968) 62.
10 MARTÍN MA MORALES, S.J.

sea el afecto ordenado y cuál no, mirad si se conforma o no con la regla de la obediencia
y de su Instituto31.

La voluntad del Virrey Toledo con respecto a lo que él consideraba la acti-


vidad esencial de los jesuitas fue puesta de manifiesto, una vez más, encargando
a la Compañía la reducción del Cercado de Lima. La reducción de Santiago del
Cercado, a un cuarto de legua de Lima, estaba constituida por mitayos forasteros
que cumplían su servicio en la Ciudad de Los Reyes. El Virrey solicitó para la
parroquia de Santiago dos padres de la Compañía y un hermano lego32. Toledo
comunicó33 al P. Provincial su desacuerdo acerca de la actitud de la Compañía,
la cual se mostraba distinta a las demás órdenes religiosas respecto al tema de las
doctrinas. Con este modo de proceder no se cumplía el mandato real ni la inten-
ción del Monarca que reputaba a la Compañía como la «más propia para las doc-
trinas y conversión de estos naturales que a otra ninguna».
De la aceptación de las doctrinas hizo depender el Virrey la permanencia de
los jesuitas en el Virreinato: «declaren y resuelvan este punto, pues dél pende el
estar y arraigarse acá la Compañía o no»34. Días más tarde, Toledo reiteró a Fe-
lipe II esta voluntad. Las demás actividades que pudieran realizar los jesuitas
eran «accesorias»35. En 1574 el Virrey comunicó al Monarca la resistencia de la
Compañía para asumir las doctrinas36. Aunque reconocía que «hazen provecho
en las ciudades, en ellas es tanta la dotrina, que sobra, y la multiplicidad de mo-
nasterios, y entre los indios tanto lo que desto falta y ha faltado». Sin embargo,
hasta que el número de sacerdotes seculares no fuera suficiente para hacerse
cargo de las doctrinas, los religiosos tendrán que asumirlas.
En el ínterin que se reuniese la IIIa Congregación General (1573) el P. Po-
lanco, entonces Vicario General, ordenó al provincial del Perú que pusiese reme-
dio a la situación creada con la doctrina de Santiago del Cercado y con las de
Huarochorí. Tenía que solucionarse el conflicto que derivaba del tener cura de
almas en el Cercado y en Huarochorí. Además en esta última, según Polanco, se
recibían por estipendio unos mil pesos, por tanto, aunque no llevasen el nombre
de curas, de hecho lo eran37. Polanco insistió en la fidelidad a las Constituciones;
su observancia es el mejor servicio que los jesuitas pueden hacer al Rey y a la

31
Ignacio de Loyola a Andrés Galvanello. MHSI Epp. Ign. VI 63.
32
Para la actividad de los Jesuitas en el Cercado véase VARGAS UGARTE, Historia I 65-8.
33
«Y en este negocio se ofrecían dos cosas; la una no milita en las otras Ordenes, pues todas
acuden al servicio de Dios y descargo del Rey en la conversion y dotrina de estos naturales, al de-
sengañar a Su Magestad de que la Compañía no sale ya a hazer esto; ni les paresce lo deven ni
pueden hazer conforme a sus estatutos, y el inconveniente que causaría aver diferencias de pare-
ceres entre Vuestras Reverencias en este punto, siendo el principal efeto a que yo sé que Su Ma-
gestad embió acá la Compañía; y por cuya nos encarga y manda que se haga lo que con las otras
Religiones, teniéndola por más propia para las dotrinas y conversión de estos naturales que a otra
ninguna». Francisco de Toledo al P. Jerónimo Ruiz de Portillo. Cuzco 12 febrero 1572. Mon. Per.
I 449-453.
34
Ibidem.
35
Francisco de Toledo a Felipe II. Cuzco, 1 de marzo de 1572. Ibidem I 453-454.
36
Francisco de Toledo al Rey. La Plata, 20 de marzo de 1574. Ibidem
37
Juan de Polanco a Ruiz de Portillo. Roma, 12 de diciembre de 1572. Ibidem I 499-502.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 11

Iglesia y la mayor garantía para obtener los frutos apostólicos. El jesuita debe es-
tar dispuesto a «ir en misiones», sin «ningún género de estipendio ni obligación
a lugar», eventualmente ayudando a los curas en su trabajo. En una nueva a carta
del 22 de enero de 1573 al P. Ruiz de Portillo, Polanco se congratuló con él por-
que se habían dejado las doctrinas de Huarochorí y admitió que se mantuviese
momentáneamente el Cercado hasta que la cuestión se resolviese definitiva-
mente.
El nuevo General de la Compañía, Everardo Mercuriano38, recordó al visi-
tador Juan de la Plaza39 que los jesuitas no debían mezclarse en cosas de go-
bierno, ni en acompañar en visita a los gobernadores o virreyes, como por otra
parte había sucedido. Y sin hacer especial referencia a las doctrinas, agregó:
«contentándose de exercitar los ministerios propios de nuestro Instituto»40. En
las instrucciones secretas dadas al Visitador indicó el modo concreto de proce-
der en el asunto de las doctrinas. Si alguna autoridad instara a que la Compañía
las tomase: daría largas al asunto: «responda que allá va a ver las cosas y dispo-
sición, y que veremos lo que se podrá hazer». Si el Virrey insistiera habría que
recordarle las «dificultades y peligros» que hay en ello41. La intención del Gene-
ral quedaba clara, más allá de las respuestas de ocasión. No convenía que la
Compañía se encargara de repartimientos o doctrinas de indios, como lo habían
hecho otros religiosos, residiendo entre ellos con oficios de curas o vicarios. Se
podrán hacer misiones con la venia de los Ordinarios, de los encomenderos o de
los curas, si los hubiese42.
Por su parte Juan de la Plaza recogió el disgusto y la perplejidad del Presi-
dente del Consejo de Indias, Juan de Ovando, ante la negativa de aceptar las doc-
trinas. Para Juan de Ovando «parecía contradictión» decir que la Compañía que-
ría ayudar a los indios, cuando rechazaba el ser curas de ellos43. Es de notar que
los argumentos que usó Plaza, en esta ocasión para explicar el modo de proceder
de la Compañía, no encontraron sus fundamentos sólo en la Parte IVa de las Con-
stituciones44. A las dificultades inherentes al Instituto agregó el «mucho peligro»

38
Everardo Mercuriano nació en Marcour en 1514. Fue nombrado General de la Orden en
1573 y lo fue hasta su muerte el 1 agosto 1580.
39
Plaza, Juan de la * 1527, Medinaceli; SJ 1553, Prov. Castellana; † 21.12.1602, México.
Mon. Per. I 531. Juan de la Plaza fue nombrado por Mercuriano Visitador de las Provincias de las
Indias Occidentales (Perú y Méjico), la visita canónica duró de 1575 a 1579. En una carta del P.
General al Arzobispo de Granada, en la que explica el motivo del traslado del P. Plaza, entonces
rector del Colegio de Granada, confía en que la misión del Visitador sirva «para que conforme a
nuestro Instituto se introdugesse en aquellas partes la pura observación de nuestras Constitucio-
nes y se ayudassen en aquellas partes más eficazmente y sólidamente aquellas almas [...]» Eve-
rardo Mercuriano a Pedro Guerrero. Roma, 18 de septiembre de 1573. Mon. Per. I 553.
40
Everardo Mercuriano a Juan de la Plaza. Roma, junio de 1573. Ibidem I 537.
41
Everardo Mercuriano a Juan de la Plaza. Roma, junio de 1573. Ibidem I 541-542.
42
Ibidem I 543 § 9.
43
Plaza a Mercuriano. Madrid, 23 de septiembre 1573. Ibidem I 555-8. La carta se refiere a la
reunión con Juan de Ovando, el P. Bracamonte y el mismo Plaza. Del disgusto del Presidente del
Consejo también refiere Diego de Bracamonte al General. Diego de Bracamonte a Mercuriano.
Madrid, 16 de octubre de 1573. Ibidem I 559-563.
44
Véase nota 24.
12 MARTÍN MA MORALES, S.J.

por las «ocasiones» a que podían ser expuestos los misioneros jesuitas en una tal
situación. Los motivos de Plaza para no hacerse cargo de doctrinas fueron de
oportunidad y prudencia: lo oneroso que puede resultar a los indios tener que
mantener a sus curas so pena que el Evangelio no entre con la suavidad necesa-
ria y la posibilidad de relajación que puede sequirse del vivir solos y dispersos45.
Todo lo cual hizo suponer a Juan de Ovando, y luego al mismo Virrey, que con
las debidas garantías podría quedar abierta la puerta a la aceptación ya que no se
trataba de una cuestión de derecho.
Ovando propuso la fundación de un colegio entre indios para solucionar el
problema de la dispersión y de la soledad. Plaza respondió que esto era imposi-
ble porque el tal Colegio no se podría mantener sino gravando a los indios con
más trabajo. Poco se concluyó en esta entrevista. Pero al fin Ovando «se
amansó» y dijo a Plaza «con buena gracia»: «Vayan en ora buena, y con curas o
sin cura hagan lo que pudieren»46. Habrá que esperar hasta la Congregación Pro-
vincial para encontrar nuevamente la disquisición teórica y jurídica sobre el
tema de las doctrinas. La presencia de los jesuitas en la doctrina del Cercado se
impuso por la fuerza de los hechos. Ruiz de Portillo escribió47 al P. General que
la doctrina de Santiago del Cercado daba «más fruto del que se pensava» con
mutua satisfacción de padres e indios, de tal manera que, a su juicio, sería «pe-
noso dexar aquel oficio». Una vez más la respuesta del P. General intentó preser-
var la integridad del Instituto y, a pesar del éxito aparente de la empresa, espe-
raba que el asunto se arreglase «sin detrimento del Instituto de la Compa-
ñía»48.

II. JESUITAS COMO PÁRROCOS DE INDIOS: DESDE LA IA CONGREGACIÓN


PROVINCIAL (1576) HASTA EL III CONCILIO LIMENSE (1582)

El tema de las parroquias de indios fue tratado por la Congregación Provin-


cial49 convocada el 16 de enero de 1576 en el Colegio de San Pablo de Lima por
el provincial José de Acosta50. Su pensamiento fue de notable peso en la evolu-

45
Juan de la Plaza a Mercuriano. Madrid, 23 de septiembre de 1573. Ibidem I 556-557.
46
Por parte de Juan de Ovando existía un gran aprecio a la Compañía de Jesús, de esto el mi-
smo Plaza da testimonio en carta de 16 octubre 1573 a Mercuriano en la que le comunica la posi-
bilidad de fundar Colegio en La Paz: «porque entendía [Juan de Ovando] que donde quiera que la
Compañía hiziese asiento, haría mucho fruto, así en españoles como en indios, y que lo que él me
había dicho antes [sobre las doctrinas] no era sino porque deseaba que los religiosos se inclinasen
más a ayudar a los indios, como a gente más necesitada, que a los españoles». Juan de la Plaza a
Mercuriano. Madrid, 16 de octubre de 1573. Ibidem I 564.
47
Carta de Anua de Ruiz de Portillo. Lima, 9 de febrero de 1575. Ibidem I 705.
48
Mercuriano a Ruiz de Portillo. Roma, 15 de diciembre de 1575. Ibidem I 743.
49
Las sesiones de esta Congregación se tuvieron en Lima del 16 de enero al 27 de enero de
1576, porque en ella no se eligió Procurador hubo que convocar nueva Congregación la cual se
reunió en Cuzco y sesionó del 8 al 16 de octubre de 1576. Para no hablar de la Ia o de la IIa Con-
gregación se las identificará como sesiones de Lima y de Cuzco respectivamente.
50
Acosta, José * 9.10.1540, Medina del Campo; SJ 10.9.1552, Prov. Castellana; † 15.2.1600,
Salamanca. L. LOPETEGUI, El Padre José de Acosta y las Misiones (Madrid 1942); Q. ALDEA VA-
QUERO, T. MARIN MARTÍNEZ, J. VIVES GATELL, Diccionario de Historia Eclesiástica de España
I 6-7. El P. José de Acosta fue provincial de 1576 a 1581.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 13

ción posterior de la Provincia en lo que respecta al apostolado indígena y a la se-


lección de los medios más aptos para realizarlo. Las actas de la Congregación51
comienzan con una afirmación fundamental: el fin principal, el «potissimus fi-
nis», por el cual se hallan los jesuitas en las Indias Occidentales es para procurar
la salvación de los indios52. Para entender hasta qué punto la exclusividad de
este fin pudo llegar a presentarse como absoluto en la mente de algunos jesuitas,
puede recogerse una frase del P. Rufo53: «Los españoles son pocos, y, como los
llama el padre Joseph Acosta son las hezes por la mayor parte de España»54. La
Congregación propuso cuatro medios posibles para la evangelización de los in-
dios: las doctrinas, esto es, parroquias de indios, las misiones, contactos periódi-
cos con los indios, las residencias establecidas en reducciones y el colegio para
los hijos de caciques.
Con respecto a la aceptación de doctrinas se advirtieron cuatro dificultades.
En primer lugar eran ocasión para el relajamiento de la disciplina religiosa. Ade-
más, despertaban la ambición por el estipendio, lo cual era un grave escándalo
para los indios. En tercer lugar el sistema de doctrinas, al estar sujeto al régimen
de Patronato55, impedía el gobierno autónomo del superior religioso y por último

51
Acta in Congregatione Provinciali Peru. Limae 1576. Mon. Per. II 57-102.
52
El pensamiento de Acosta sobre la prioridad del apostolado indígena en J. DE ACOSTA, De
Procuranda Indorum Salute (Madrid 1984) Lib. V c. 17 (= CHDP 22-24); José de Acosta a Aqua-
viva. Lima 12 de abril de 1584. Mon. Per. III 400.
53
Rufo, Giovanni Battista * 1555, Fermo; SJ 1573, Prov. Romana. Mon. Per. II 462.
54
Rufo a Aquaviva. Arequipa 1 de febrero de 1585. Ibidem III 545. No todos los jesuitas acep-
taron pacíficamente esta tesis. Durante el provincialato del P. Piñas (1581-85), comenzando por el
mismo provincial, diversos jesuitas mostraron ciertas resistencias a que la Provincia se centrase
en torno del apostolado indígena, entre ellos los mismos algunos jesuitas criollos, Ibidem III 723.
El General Aquaviva insistió sobre este fin principal, Aquaviva al Provincial del Perú. Roma, 8 de
abril de 1584. Ibidem III 383; especialmente en su carta (14 junio 1584) sobre el apostolado indí-
gena Ibidem III, 436-52. Con ocasión de lo determinado en la Va Congregación Provincial (Ibi-
dem V 603-4), corroborada luego por el General (Ibidem VI 191 207), acerca de la obligatoriedad
común del aprendizaje de las lenguas indígenas deja entrever que la polémica acerca del aposto-
lado seguía abierta; véase en este sentido la extensa carta del P. Alvarez de Paz, quien sin discutir
la importancia del apostolado con los indios afirma: «advierto que esta Provincia no es de solo in-
dios, o neophitos, como el Japón o China, sino de indios y españoles. Los españoles están en sus
ciudades populosas y de mucha gente granada y principal y bien necessitada de ayuda, en las qua-
les ciudades tenemos los collegios». Álvarez de Paz a Aquaviva. Cuzco, 12 de diciembre de 1601.
Ibidem VII 602-622.
55
Egaña este respecto advierte, en Ibidem II 60, nota 14, que a los jesuitas por RC de 24 marzo
1572 (Ibidem I 455) se les había concedido libertad de movimiento para lo que ordenaran los su-
periores y que por lo tanto estaban exentos del inconveniente que proponía Acosta a la Congrega-
ción Provincial. A decir verdad el texto de la RC no dice nada acerca de una posible facultad de
los superiores para cambiar sin más al doctrinero, determina específicamente la libertad de movi-
miento si «quisieren pasar de un colegio y cassa para otra, o de una provincia para otra». Recuér-
dese que la cédula magna sobre Patronato de 1 junio de 1574 había determinado: «Queremos y
mandamos [...] que no se pueda proveer ni instituir arzobispado, obispado, dignidad, canonjía, ra-
ción, media ración, beneficio curado ni simple, ni otro cualquier beneficio o oficio eclesiástico o
religioso sin con sentimiento o presentación nuestra o de quien tuviere nuestras veces». D. DE EN-
CINAS, Cedulario Indiano. Recopilado por Diego de Encinas, Oficial Mayor de la Escribanía de
Cámara del Consejo Supremo y Real de Indias. (Madrid 1945-6) I 83-86. Esta cédula inauguraría,
dando la máxima interpretación al Patronato, la época del Vicariato en la historia del regio Patro-
nato Indiano. A este respecto puede verse A. DE LA HERA, Iglesia y Corona en la América Espa-
14 MARTÍN MA MORALES, S.J.

implicaba un continuo conflicto con los obispos que pretendían visitar al doctri-
nero regular «de moribus et vita» y examinarlos. El primer obstáculo podría sal-
varse enviando a las doctrinas hombres suficientemente probados y que los su-
periores ejercieran sobre ellos el control necesario. Respecto a la relación con las
autoridades eclesiásticas y civiles, debía confiarse en la capacidad para ponerse
de acuerdo con ellas y en lo que determinara, en un futuro, el Virrey sobre las re-
laciones entre el obispo y los religiosos. Por último, el problema de la enorme
dispersión de los indios quedaría resuelto con el programa poblador que el Vi-
rrey había comenzado. Evitados estos inconvenientes, la prohibición de las Con-
stituciones de aceptar cura de almas, podría dispensarlo el General según los an-
tecedentes del Japón y de la India Oriental. Respecto a la recepción del estipen-
dio, esto es, de aceptar la doctrina en cuanto beneficio curado, se resolvió con-
sultar al General. En el ínterin la Congregación decidió, con acuerdo del Visita-
dor, que no había detrimento de la pobreza, ya que lo que se recibía bastaba sólo
para los alimentos.
Acosta juzgó que estas doctrinas, la Compañía no las recibía «in titulum»,
porque sus titulares eran los encomenderos. Estos, en virtud del cuasicontrato
encomendero, eran los responsables de dar a los indios la necesaria formación
religiosa, asegurarles la administración de los sacramentos y proveer de lo ne-
cesario al doctrinero. Además, continuaba Acosta, Francisco de Borja en una
carta suya había declarado la licitud del salario, advirtiendo, sin embargo, que
lo que sobrepasara los gastos de alimentación del doctrinero, se vertiera para
las necesidades de los indios. Luego de haber analizado los inconvenientes ju-
rídicos y las posibles soluciones que presentaba el sistema de las doctrinas,
el Provincial consideró los aspectos de oportunidad y conveniencia del mismo.
Acosta distinguió entre tres tipos de doctrinas. Los dos primeros son dos tipos
extremos. El primero son las doctrinas en las que habitan dos o tres religiosos
y se hallan muy lejos de los centros urbanos. Este modo no es conveniente
para la Compañía «propter grave dissolutionis libertatisque periculum». En el
otro extremo están las doctrinas que se encuentran en las ciudades, las cuales
podrían mantenerse fácilmente por el personal de los colegios. Esta forma, sin
embargo, no se conformaba con la voluntad del rey de que la Compañía se
ocupase «in puro indorum ministerio». El tercer modo y el mejor, eran las
doctrinas que se hallaban en un territorio o en una provincia en la cual los
religiosos podrían sustentarse, adoctrinar a los indios sin graves inconvenientes
y ser visitados por sus Superiores. Junto con estas consideraciones no se des-
cartaba el ministerio de las misiones. Por el contrario, su fruto podría ser abun-
dante y de gran ayuda para los párrocos. Pero este fruto ni era suficiente, ni
tampoco era el que se esperaba de la Compañía; además era un fruto no duradero
a causa de la naturaleza inestable de los indios que necesitaban de una presencia
constante del misionero y de una formación prolongada. Por esto, concluye

ñola (Madrid 1992) 190 y C. BRUNO, El Derecho Público de la Iglesia en Indias (Salamanca
1967) 132-154.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 15

Acosta, las doctrinas se presentaban como el medio más eficaz para la salvación
de los indios.
El análisis jurídico de Acosta debe ser comprendido en el marco de la evo-
lución del concepto de doctrina y en la relación de ésta con la Encomienda56. Si-
guiendo los textos jurídicos no siempre es fácil distinguir entre los conceptos de
parroquia y doctrina. Pasará bastante tiempo hasta llegar a una definición aca-
bada57. Durante el período antillano, desde el descubrimiento hasta el inicio de la
conquista de Méjico (1520), el encomendero estaba obligado, por sí o por inter-
pósita persona, a dar la debida instrucción religiosa a sus encomendados58. En la
medida en que a la encomienda se le asignaron límites más precisos se comenzó
a dar también confines más rigurosos a las doctrinas. En las Ordenanzas del
Buen Gobierno (20 marzo 1524) de Hernán Cortés59 se impuso a los encomen-
deros, poseedores de más de mil indios, la obligación de pagar a un sacerdote
para que les diera la necesaria instrucción religiosa. La carga religiosa, presente
desde el comienzo en la institución de la encomienda, se presentó, como un ele-
mento constitutivo de la misma60. Numerosas reales cédulas incorporaron esta
disposición de Cortés. En esta etapa, las doctrinas se concedían no «en modo y
título de beneficio perpetuo y colativo, sino sólo en servicio totalmente amovi-
ble, a voluntad sola y absoluta del concedente»61. El salario era estipulado libre-
mente por las partes. Por lo tanto no se las podía considerar como un beneficio,
faltándoles además la necesaria vinculación jurídica entre la autoridad eclesiás-
tica concedente y el titular del oficio. A estos nombramientos se los conoció con
el nombre de «encomiendas», distintos de la institución civil homónima, asimi-
lables a las figuras que conoció el Derecho Canónico en el caso del depositario o
del administrador, los cuales no poseían título alguno pero podían gozar de los
frutos. No se podría afirmar, como lo hizo Acosta, que el poseedor del «titulus»
de la doctrina fuera el encomendero, ya que éste no poseía ningún título. Era el
Rey el único que ejercía la titularidad permanente, con dominio directo, del se-

56
Para seguir el desarrollo del concepto de doctrina y su relación con la encomienda véase J.
de SOLÓRZANO Y PEREYRA, Política Indiana (Madrid 1972) Lib. IV c. 25 y en especial los cc. 26
y 27 (= BAE 252-6) dedicados a los religiosos a cargo de doctrinas (Don Juan de Solórzano y Pe-
reira fue oidor en la Audiencia de Lima del 25 septiembre 1609 al 1625(?), luego Fiscal y Conse-
jero de Indias). Además F. DE ARMAS MEDINA, Evolución histórica de las doctrinas de indios
AEA 9 (1952) 101-129.
57
Véase nota 5.
58
Instrucción a Diego Colón (1509). R. KONETZKE, Coleción de documentos para la historia
de la promoción social de Hispanoamérica (Madrid 1953) I 18-20.
59
CODOIN XXVI 135 ss.
60
La carga religiosa que implicaba la encomienda era la principal y la que justificaba la insti-
tución por ello su descuido penado con el destierro, con la restitución de los frutos que hubiera
producido y con la pérdida de la encomienda, Rc de 9 mayo 1551 en ENCINAS II 247-248, Rc de
10 mayo 1554, Ibidem, II 245-246; Rc de 25 mayo 1596 en Recopilación (1680), Lib. VI Tít. VIII
Ley 24; Rc de 30 marzo 1532, Rc de 10 marzo 1554, y en especial la Rc de 7 junio 1555 en SO-
LÓRZANO Lib. III c.26 § 2. Recopilación (1680), Lib. VI Tít. IX Ley 1a. Véase además lo que dice
SOLÓRZANO, citando a Acosta, que la seguridad moral para percibir el tributo reside en el cumpli-
miento de las obligaciones a las que se sometió el encomendero, entre las que destaca la obliga-
ción de darles la debida formación religiosa. Política Indiana Lib. III c. 26 § 9.
61
Ibidem Lib. IV c. 25 n. 5.
16 MARTÍN MA MORALES, S.J.

ñorío sobre el indio y por lo tanto para ejercer el disfrute, o sea el dominio útil,
de la fuerza de trabajo indígena. Lo que la Corona traspasaba al encomendero,
con una donación modal, era el dominio útil no la titularidad62. Solórzano, años
después, calificó de «doctrina sin fundamento» el considerar al encomendero pa-
trono y por tanto con la capacidad de nominar doctrineros63.
Por una real cédula de 3 de noviembre de 1567, sobrecartada en otra de 11
de septiembre de 156964, se prohibió expresamente a encomenderos, oficiales
reales y prelados de nominar curas de españoles o de indios sin la debida presen-
tación real. Con la Declaratoria del Patronato Real (1574)65 se determinó que,
previa oposición y examen, los prelados propusieran uno o dos candidatos para
el beneficio al Virrey o al Gobernador para que éstos, a su vez, presentaran al
obispo al que juzgaran más apto para que le diera la institución canónica. Esta
institución era hecha «por vía de encomienda», esto es, amovible «ad nutum»,
salvo en los casos en que el candidato fuera presentado por el rey, quien podía
manifestar su deseo que la colación y canónica institución fueran hechas en tí-
tulo perpetuo. Estos términos fueron reiterados en una Real cédula de 28 de
agosto de 159166. Con respecto al tiempo de provisión del oficio, la experiencia
mostró los inconvenientes que se seguían de la movilidad de los doctrineros. Fue
por eso que la teoría jurídica, la normativa y la práctica pastoral tendieron a una
estabilización del cargo de doctrinero67. Gradualmente la personalidad jurídica
de la doctrina quedó asimilada a la de un normal beneficio curado, menor, ilimi-
tado en el tiempo y, según el modo de la concesión, de patronato68. A partir de
un real cédula de 4 de abril de 1609, las doctrinas fueron consideradas no sólo de
hecho sino también «ex iure» auténticos beneficios ya que desde entonces fue-

62
J. PÉREZ PRENDES, La Monarquía Indiana y el Estado de Derecho (Valencia 1989) 117 y
ss.
63
SOLÓRZANO Lib. IV c. 25 n. 12.
64
ENCINAS I 91-92: Rc de 23 septiembre 1552, Rc de 21 febrero 1563, todas recogidas en Re-
copilación (1680), Lib. I Tít. VI Ley 26.
65
ENCINAS I 83-86.
66
Ibidem I 101a.
67
SOLÓRZANO Lib. IV c. 25 n. 16: «Lo segundo deduzco o infiero de lo referido, que con razón
se mandaron cesar y quitar por los Reyes nuestros señores las formas de Encomienda en que se
solían dar estos beneficios. Porque regularmente cada iglesia debe tener prelado y cura propio, y
no en encomienda, y esto lo ha deseado y procurado siempre el derecho, y los que lo comentan,
mostrando que estos beneficios requieren perpetuidad, y los graves daños e inconvenientes que la
experiencia ha mostrado de lo contrario».
68
Ya se había establecido por RC de 26 mayo 1573 a la Audiencia de Guatemala que: «visto
lo que dezis, de los pleitos y duda que ha avido, en lo que toca a las presentaciones que avemos
hecho de algunos beneficios de pueblos de indios de esta tierra se han de ser simples o curazgos,
estareys advertido que todos son curazgos y la presentacion de las doctrinas y beneficios se hara
por la forma que esta ordenado: la qual vos mandamos de embiar para que la guardeys». ENCINAS
I 97b. Por Real cédula de 4 de abril de 1609, recogida en Recopilación(1680), Lib. I Tít. VI Ley
24 y 25, se determinará que la provisión de las doctrinas sea equivalente a las demás provisiones
de los beneficios curados. Sobre la clasificación de los beneficios véase M. GÓMEZ ZAMORA, Re-
gio Patronato Español e Indiano (Madrid 1897) 678-683.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 17

ron concedidas a perpetuidad69. Si bien hasta ese momento la perpetuidad obje-


tiva del beneficio estaba asegurada, no propiamente por una dote «ex bonis de
iure ad Ecclesiam pertinentibus», sino por el estipendio deducido del tributo de-
positado en las arcas reales, faltaba la perpetuidad subjetiva. La excepción sobre
la concesión a perpetuidad de las doctrinas que estipuló la real cédula de 1591 se
estableció como procedimiento habitual en la de 160970 bastando para ello, la
presentación del virrey o del gobernador. La situación del doctrinero religioso
fue aceptada por vía excepcional y en virtud del principio de subsidariedad.
Teniendo en cuenta el período delimitado por la Omnimoda de Adriano IV
(1522)71 y la Principis Apostolorum Sede de Pío IV (1565)72 puede considerarse
la siguiente relación entre clero regular y doctrinas. Todos los religiosos doctri-
neros cuyas doctrinas estaban distantes a dos dietas73 de las sedes episcopales
podían ejercer sea la jurisdicción parroquial como la omnímoda autoridad en
ambos fueros, sin necesidad de la anuencia de los obispos74. Los residentes den-
tro de las dos dietas para el ejercicio de la omnímoda autoridad, necesitaban del
consentimiento del obispo. Esta restricción fue eliminada en 1577 por una bula
de Paulo IV75. En virtud de la comunicación de privilegios76 todas las órdenes
participaron de estas mercedes. Los citados textos entraron en contradicción con
algunas disposiciones del Concilio de Trento. En la Sesión 25a, de Regularibus,
en el capítulo 110, se estableció que ningún religioso ejerciera el oficio parro-
quial sin la debida licencia y examen del obispo diocesano, quedando, por tanto,
los doctrineros religiosos sometidos a los obispos en este aspecto. En la Sesión
23a, de Reformatione, capítulo 150, se dispuso que para la administración de los
sacramentos a personas seculares era necesario tener o un beneficio parroquial o
la aprobación del obispo. En virtud de lo declarado en la Sesión 5a, de Peccato
Originali, capítulo 20, los religiosos no podrían predicar en las iglesias, a no ser
en las propias, sin licencia del obispo. Esta disposición alcanzaba tanto al doctri-
nero religioso como a sus cooperadores.

69
«Beneficium ecclesiasticum est ius perpetuum percipiendi fructus ex bonis ecclesiasticis ra-
tione spiritualis officii personae ecclesiasticae auctoritate Ecclesiae constitutum»; L. FERRARIS,
Bibliotheca Canonica (Venetiis 1782) I 410.
70
Incorporada en Recopilación (1680), Lib. I Tít. VI Ley 24. «Lo cual – afirma SOLÓRZANO –
fue corriendo de esta manera [la concesión en encomienda] hasta el año 1609, quando por estar ya
mas aumentado y ordenado el estado Eclesiástico de las Indias, y el número de sus ministros, eri-
gidas muchas iglesias catedrales y parroquiales para españoles, y dispuestos y edificados los pue-
blos u reducciones de los indios en los sitios y lugares que parecieron más convenientes»; Lib. IV
c. 15.
71
F. HERNAEZ, Colección de Bulas, breves y otros documentos relativos a la iglesia de Amé-
rica y Filipinas (Bruselas 1879) I 382-384.
72
Ibidem 473-474.
73
«se entiende por dieta el camino de un día. Y es de dos maneras vulgar y legal. La legal con-
tiene mil pasos o veinte millas, que hacen casi siete leguas de a tres millas cada una [...] La vulgar
se llama el camino, que se hace en un día, según el vulgo, y se computa con variedad; unos la
computan en 10, otros en 12 leguas. Ibidem 386.
74
Alias felicis recordationis de Paulo III de 15 de febrero 1535; HERNAEZ I 390-391.
75
Ibidem I 395-396.
76
Véase la Communicatio Gratiarum en Institutum Societatis Iesu (Florentiae 1892) I 541-
542.
18 MARTÍN MA MORALES, S.J.

A instancias de los religiosos, Felipe II obtuvo el breve Exponi nobis de Pío


V (1567)77. Por el cual se restituyó a los regulares mendicantes el privilegio de
ejercer el oficio de párrocos como lo habían hecho antes del Concilio de Trento.
Se fundamentó la concesión de estos privilegios «propter presbyterorum defec-
tum». El 1 de marzo de 1573 la bula In tanta rerum de Gregorio XIII78 suprimió
todos los privilegios que fueran contrarios a las disposiciones del concilio tri-
dentino sin nombrar de modo explícito a la Exponi nobis, por lo cual los religio-
sos continuaron a pretender los privilegios allí concedidos. La cuestión quedó
abierta a pesar de la Inscrutabili Dei Providentia de Gregorio XV de 5 de fe-
brero de 1622 que reafirmaba las citadas disposiciones de Trento. Recién en
1751 con la Cum Nuper de Benedicto XIV se concluyó la polémica: las parro-
quias debían estar a cargo del clero secular, en la eventualidad que los seculares
no fueren bastantes podía recurrirse a los religiosos los cuales deberían estar su-
jetos a los obispos «en las cosas que se refieren al ejercicio de la cura de almas, a
la vida y costumbres». Esta legislación de privilegio, que permitía a los religio-
sos ser párrocos, a la vez que los asimilaba a los seculares, los ponía, pleno iure,
bajo las disposiciones patronales que regulaban el ejercicio parroquial, excep-
tuados algunos puntos en virtud de su carácter de religiosos79. Quedaría en ellos
limitada la posesión, siendo conferido el título con la debida amovilidad ad nu-
tum. Esta condición de amovilidad no afectó la calidad de beneficiados y que
pudieran recibir un título, ya que los beneficios de los regulares «habent presum-
ptionem manualitatis». Ni el título del beneficio ni la institución canónica, requi-
sitos necesarios para poseer un beneficio, excluían la condición de amovilidad
inherente al estado religioso80.
El pensamiento de Acosta, respecto a la tenencia de doctrinas por parte de
religiosos, fue similar al del Arzobispo Loaysa. Loaysa había manifestado su de-

77
HERNAEZ I 397-398. El Breve fue promulgado por real cédula de 15 enero 1568; ENCINAS I
153a; incorporada en Recopilación (1680), Lib. I Tít. XIV Ley 47.
78
Ibidem 477.
79
Véase a este respecto SOLÓRZANO Lib. IV c. 26. Los religiosos de San Francisco, Santo Do-
mingo y San Agustín por RC 30 marzo 1557 dirigida a la Audiencia de Nueva España quedan
constituidos como curas de indios e españoles. La RC apelada y llevada en contradictorio juicio
fue ejecutoriada por RC de 9 agosto 1561, ENCINAS I 153-157. Véase también RC de 1575 diri-
gida a la Audiencia de Guatemala: «He visto lo que advertis de los pleytos y duda que ha avido,
en lo que toca a las presentaciones que hemos hecho de algunos beneficios de pueblos de indios
de esa tierra, si han de ser simples o curatos. Estareis advertidos, que todos son curatos y la pre-
sentación de las doctrinas y beneficios se hará por la forma que está ordenada, la qual vos manda-
mos enviar para que la guardéis». citada en SOLÓRZANO Lib. IV c. 26 n. 19. Estas disposiciones
fueron recogidas en Recopilación (1680), Lib. I Tít. XV Ley 30: «Que los religiosos sirvan las
doctrinas como hasta ahora [...] Y por lo mucho que importa que la doctrina, administracion y en-
señanza de los Indios, tan nuevos en la fe, no quede a voluntad de los religiosos, todos los que sir-
vieren las doctrinas, curatos y beneficios, han de entender en el ministerio y oficio de Curas, non
ex voto charitatis, como dizen, sino de justicia y obligación, administrando los sacramentos a
españoles e indios», incorporando las RCs de 15 marzo 1586, 16 diciembre 1587, 20 abril 1602, 1
octubre 1632.
80
Sobre esta cuestión puede verse P. J. DE PARRAS, Gobierno de los regulares de la América,
ajustado religiosamente a la voluntad del rey (Madrid 1783) II 320 y ss; GÓMEZ ZAMORA 526 y
ss.; P. CAÑETE, Syntagma de las resoluciones políticas cotidianas del Derecho de Real Patro-
nazgo de las Indias. (Buenos Aires 1973) 190 y ss.; SOLÓRZANO Lib. IV c. 25 nn. 16-30.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 19

sacuerdo81 acerca de la identificación que realizaba la Declaratoria de Patro-


nato Real entre doctrina y beneficio, la cual limitaba la intervención del obispo a
la colación canónica y a informar sobre la calidad de los candidatos. En la opi-
nión de Loaysa, el Rey podía presentar a los beneficios, pero no a las doctrinas
que no reunían la condición de tales. Las doctrinas eran para él simples curatos
sin beneficio anejo. Su pensamiento quedó expresado en el II0 Concilio Limense
(1567-8)82 que ordenó, en la Constitución 5a, de acuerdo con los decretos de
Trento, que fuesen los obispos quienes designasen a los doctrineros so pena de
excomunión latae sententiae para el encomendero que tentase la designación e,
igual pena más suspensión de oficio por un año, para el respectivo sacerdote que
aceptara la nómina. Por la Constitución 6a del II0 Concilio Provincial, se deter-
minó que el estipendio fuera deducido del tributo que debía percibir el encomen-
dero, el cual debía ser entregado por los oficiales reales al doctrinero.
Con respecto a lo que había afirmado Acosta en las sesiones de la primera
Congregación Provincial celebrada en Lima: «P. noster Franciscus scripsit doc-
trinarum salarium posse recipi»83, la Congregación reunida en el Cuzco (1576)
aclaró:
In superiore Congregatione, cum ageretur de victu necessario iis qui parochiis indo-
rum praesunt, dictum est, iuxta quasdam litteras beatae memoriae P. Francisci, stipen-
dium illud a Nostris accipi posse. Nunc vero, ipsis litteris denuo inspectis, emendandum
visum est verbum illud stipendii aut salarii. Quoniam re vera nihil tale habent litterae P.
nostri Francisci, sed hoc solum quod fuerit necessarium nostrorum alimento accipi
posse84.
De hecho así lo había determinado Francisco de Borja a Ruiz de Portillo85.
Acerca de la dispensa del General, prevista por Acosta, de la aceptación de las
doctrinas, basándose en el antecedente de ciertas experiencias hechas en Oriente,
cabe recordar la carta que, seis años antes Polanco había dirigido al anterior pro-
vincial86. Las doctrinas en Oriente, afirmaba el Secretario, han sido simplemente
«toleradas» por la extrema necesidad de esas regiones donde no había ni obispos
ni clero suficiente. No fue éste el caso del Perú, donde se contaba con una jerar-
quía y con clero secular suficiente87. Cuando el mismo Ruiz de Portillo había

81
Véase la documentación que se presenta en F. DE ARMAS MEDINA, Cristianización del Perú
(Sevilla 1953) 131; ID., Evolución 126-129.
82
R. VARGAS UGARTE, Concilios Limenses (1551-1772) (Lima 1951) I 162-163.
83
Acta in Congregatione Provinciali Peru. Limae 1576. Mon. Per. II 63.
84
Acta in Congregatione Provinciali Cuzquensi. Ibidem 99.
85
Teniendo presente esta carta no se entiende la nota de Egaña en Mon. Per. II 99 nota 57,
quien afirma: «En la correspondencia que se conserva del Borja no encontramos este punto explí-
citamente preceptuado».
86
Juan de Polanco a Ruiz de Portillo. Roma, 12 de diciembre de 1572. Mon. Per. I 501 carta
de 12 diciembre 1572.
87
La diócesis de Lima había sido erigida el 14 mayo de 1541, sufragánea de Sevilla. En 1546
se la elevó a Metropolitana dándole por sufragáneas las diócesis de Cuzco, Quito, Castilla del
Oro, León de Nicaragua y Popayán. La diócesis de Cuzco fue fundada el 8 enero 1537, Arequipa
y Trujillo el 15 abril 1577, Huamanga el 6 julio de 1609. R. VARGA UGARTE, Episcopologio de
las diócesis del antiguo Virreinato del Perú en BIIH 24 (1939-40) 1-3119 y ss.
20 MARTÍN MA MORALES, S.J.

puesto el problema a Francisco de Borja, de la aceptación de las doctrinas, lo ha-


bía hecho mencionando la experiencia en Japón: «parece es el mesmo [el modo
de las doctrinas] que los Nuestros tienen en Japón, donde no hay otros curas»88;
por lo tanto en la situación del Perú la dispensa no cabría. La segunda Congrega-
ción Provincial (1576) resolvió adoptar el sistema de las doctrinas, según el
modo de Acosta. Para quedar a salvo de las posibles contradicciones con la je-
rarquía eclesiástica se pensó en pedir un privilegio papal89. El procurador ele-
gido por la Congregación, Baltasar Piñas90, debería tratar con el P. General la
concesión de las debidas facultades, para que quedara en el arbitrio del provin-
cial aceptar las doctrinas que fueran más idóneas91.
Se recibieron ad experimentum las doctrinas de Juli, pueblo ubicado en el
centro de la Provincia de Chucuito, a orillas del lago Titicaca, a 60 leguas de la
ciudad del Cuzco y 25 de la Paz, en la que habitaban más de 15.000 indios, in-
corporados a la Real Corona, que con anterioridad habían sido evangelizados
por los padres dominicos. Se asumieron las parroquias de Juli, a pesar de los
riesgos enunciados para la vida religiosa y de los impedimentos del propio Insti-
tuto, en vistas de los frutos que se podrían obtener del trabajo con los indios92. Al
mismo tiempo debía quedar claro que la Compañía asumía las doctrinas en un
modo condicional y temporal. Condicional, porque el encargo podría cesar, no
por una simple veleidad de los superiores, sino en el caso en que hubiese incon-
venientes insuperables. Además, siempre que el P. Generales tuviera de acuerdo,
no convenía aceptar doctrinas en perpetuidad, «non oportet perpetuas susci-
pere», sino por el tiempo que se juzgara conveniente para evangelizar a los in-
dios, para poder luego pasara otros puestos. Terminadas las sesiones de la Con-
gregación reunida en el Cuzco, 16 de octubre, los jesuitas entraron en Juli el 4 de
noviembre de 1576. El arzobispado de Lima se encontraba en sede vacante
desde el 26 octubre de 1575 y lo estaría hasta mediados de 1581. Esta situación
evitó, por el momento, cualquier tipo de inconveniente jurisdiccional con el
obispo. El Virrey señaló tres doctrineros para Juli con un sínodo global de 2.400
escudos, más la acostumbrada limosna de vino, cera y aceite93. La aceptación y
la experiencia de Juli fue determinante en el proceso de constitución de las Re-

88
Ruiz de Portillo a Francisco de Borja. Cartagena, 2 de enero de 1568. Mon. Per. I 177.
89
Actas de la Segunda Congregación. Cuzco, 11 de diciembre de 1576. Ibidem II 100.
90
Piñas, Baltasar de * 1528; SJ 1551, Valencia; † 29.7.1611, Lima. Mon. Per. I 5344; FEJÉR I/2
181.
91
Mon. Per. I 107 § 14.
92
Ibidem II 93.
93
F. MATEOS, (ed) Historia general de la Compañía de Jesús en la Provincia del Perú. (Ma-
drid 1944) II 403. La crónica es del 1600. El sínodo para entonces había sido fijado en «seis mill
pesos corrientes de a ocho reales el peso» y aclara: «del dicho sínodo toma la Compañía lo que es
precisamente necesario para el sustento común mui moderado de los suios ad victum et vestitum,
sin aprobecharse de un real para otra cosa, neque intus neque foris, y todo lo demás lo consume y
lo gasta en limosnas con los indios pobres del dicho pueblo, y en ornato para el culto divino de las
dichas iglesias». Ibidem 404. En carta de enero de 1578 Plaza informa a Mercuriano: «Tienen sa-
lario para sustentarse dos mill y quatrocientos escudos de oro, porque para tres sacerdotes que
tiene ordenado el Virrey que estén allí, se da a cada uno ochocientos escudos; estos escudos lla-
man aquí pesos de plata ensayada, que valen a treze reales cada peso». Mon. Per. II 335.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 21

ducciones del Paraguay. En 1576 el P. General Everardo Mercuriano94 había


manifestado al Virrey Toledo sus esperanzas de cumplir con los trabajos apostó-
licos con los indios «sin que se falte a lo que la disciplina religiosa pide y sin
meter a peligro de los inconveniente que la experiencia ha mostrado», según los
«avisos» que le habían dado los Padres Acosta y Plaza. Mercuriano escribió al
visitador Plaza que se procediera en el asunto de las doctrinas según lo había
manifestado Acosta en las sesiones de Lima95.
En el memorial que el Visitador escribió al P. General, el 12 de diciembre
de 157696, acerca de su visita comenzada en 1568, propuso dejar la parroquia del
Cercado, contra lo que había pedido el cuarto postulado de la Congregación97. El
fruto que allí se obtenía podría conseguirse a través de misiones volantes. Como
se demostraba con la experiencia del Colegio del Cuzco, era posible trabajar y
colaborar en parroquias sin hacerse cargo de ellas98. El memorial ofrece la opor-
tunidad para seguir con detalle el proceso mantenido con el Virrey, el cual se
concluyó con la entrada de los jesuitas en las doctrinas de Juli. Todo había co-
menzado, narra Plaza, con la «mucha insistencia» del Virrey para que la Compa-
ñía se hiciese cargo de doctrinas, recordando «que la substancia dellas es tomar
officio y cargo de curas en pueblos de indios». Según Plaza, el argumento del
Virrey había sido que todas las religiones habían aceptado este sistema y que los
clérigos escaseaban.
La primera respuesta que dio el Visitador fue que la Compañía «usa de or-
dinario andar en missiones» y que los indios podrían ser bien atendidos sin nece-
sidad de tomar oficio de curas. Volvió a insistir el Virrey, no mostrándose dis-
puesto a que la Compañía sentara un precedente excepcional con respecto a las
demás órdenes religiosas. El P. Plaza respondió con la experiencia que los jesui-
tas habían tenido en Huarochirí en la que habían muerto los PP. Amador y Sán-
chez99. El Virrey, por su parte, estimaba que esas condiciones extremas habían
desaparecido con la tarea pobladora desarollada durante su visita. Según Plaza la
Compañía no podría ocuparse de doctrina alguna por no tener licencia del P. Ge-
neral para ello, pero a título de prueba y para comprobar que las dificultades de
Huarochirí habían sido superadas, se tomarían algunas hasta que el P. General

94
Everardo Mercuriano a Francisco de Toledo. Roma 19 de noviembre de 1576. Ibidem II
28-30.
95
Everardo Mercuriano a Plaza. Roma, 28 de noviembre de 1576. Ibidem II 43.
96
Memorial de la Visita del P. Plaza. Cuzco, 12 de diciembre de 1576. Ibidem II 114-185.
97
Postulados de la 1a y 2a Congregación del Perú. Ibidem II 202.
98
Memorial de la Visita del P. Plaza. Cuzco, 12 de diciembre de 1576. Ibidem II 136-137.
99
MATEOS, Historia General I 219-225. Nótese la ambigüedad de esta motivación. La razón
por la cual los jesuitas dejan Huarochirí, según la carta de Plaza y por lo que se insinúa en la ci-
tada crónica, es por la dureza de las condiciones de vida, que por otra parte había sido el motivo
inicial por el cual la Compañía había aceptado, ya que luego que los dominicos la habían abando-
nado no se encontraban clérigos dispuestos a ocuparse. Cuando las condiciones mejoraron por la
reducción general de indios a pueblos ejecutada por el Virrey Toledo los jesuitas, siguiendo al au-
tor de la crónica, «viendo [...] que avian cesado las causas de tomar ellos aquellas doctrinas apete-
çidas de clérigos por estar quitadas las dificultades y ser ya negoçio de comodidad para ellos, de-
jaron la doctrina, en la qual entraron clérigos» Ibidem 225.
22 MARTÍN MA MORALES, S.J.

resolviese en manera definitiva100. Plaza pasó luego revista a los inconvenientes


por los cuales no era oportuna la admisión de parroquias de indios de forma esta-
ble. En primer lugar, dada la mala opinión que se tiene de los doctrineros, por te-
ner fama de codiciosos y de deshonestos. La Compañía es capaz de dar buenos
ejemplos de vida y «deshazer esta mala opinión» en cambio en lo que toca a la
codicia podría ser más difícil, ya que en pocas partes de Europa la Compañía
está libre de esta sospecha».
El segundo inconveniente es «el escrúpulo que los Nuestros tendrán de
verse cargados con la obligación de cura de ánimas». En este punto Plaza no re-
cordó el impedimento explícito de las Constituciones, sino el común temor de
muchos sacerdotes seculares que huían de esta obligación tan grave y por este
motivo entraban en religión. El tercer inconveniente «es el escrúpulo de tomar
estipendio», el cual era contrario al voto de pobreza y a las Constituciones. A
este inconveniente podría ser matizado dado que el sínodo se lo recibía en cali-
dad de limosna para el sustento. Otro obstáculo eran la relaciones con la Jerar-
quía. Normalmente los obispos no estaban de acuerdo con que los religiosos
«entren en doctrinas en su obispado». A este respecto existía el antecedente del
obispo del Cuzco, el Doctor Sebastián Lartaun101 quien, ante la insistencia del Vi-
rrey para que admitiera jesuitas como párrocos de indios en la provincia de An-
dahuaylas, había opuesto gran resistencia y había avisado al visitador Plaza que
si los jesuitas se hacían cargo de las parroquias los habría de visitar de vita et
moribus, según lo dispuesto por el Concilio de Trento, Ses. XXV De regularibus
c. 11. El Visitador temía que la actitud Lartaun no fuese un caso aislado sino que
se podría repetir. A pesar de que el poder jurisdiccional de visita y corrección del
obispo sobre los religiosos párrocos se limitaba al ejercicio del oficio, podían
surgir «desabrimientos y desgustos». En los lugares donde a la Compañía se le
ha pedido hacerse cargo de doctrinas, continuaba Plaza, había clérigos que po-
dían hacerse cargo de ellas, por tanto, aceptarlas es malquistárselos. Esto había
sucedido en Juli de donde los seculares «salieron por mandarselo su Vicario con
mucho enojo y murmuraciones contra la Compañía». Era voz y deseo que corría

100
Memorial de la Visita del P. Plaza. Cuzco, 12 de diciembre de 1576. Mon. Per. II 149-
150.
101
Fue elegido obispo del Cuzco el 8 julio 1570, se hizo cargo de la sede el 28 junio 1573, par-
ticipó al Tercer Concilio Limense. Murió en Lima el 9 octubre 1583. En Mon. Per. I 382-383 se
conserva una carta suya dirigida a Francisco de Borja en la que le pide interceda ante la Santa
Sede para obtener la confirmación de su presentación, las bulas correspondientes y para que se le
conceda a las provincias del Perú un jubileo general. En Ibidem, 385-386 la respuesta del General
congratulándose por su nombramiento y prometiéndole su intercesión ante Pío V. Sobre los plei-
tos del Doctor Lartaun con la Compañía puede verse Ibidem II 383-385 518-519 581 595 605 719
793-794 795. En carta conjunta con el obispo del Tucumán y La Plata, informa al Rey el 19
marzo 1583: «los teatinos crecen en cobdicia de manera que si no ay medio presto sera todo lo
bueno de las yndias suyo». E. LISSON CHAVEZ, La Iglesia de España en el Perú. Colección de do-
cumentos para la historia de la Iglesia de España en el Perú que se encuentran en varios archi-
vos, III 34-36. Acerca de los conflictos con Toribio de Mogrovejo y el trasfondo de los mismos y
de su participación al Tercer Concilio Limense, F. LISI, El tercer Concilio Limense y la acultura-
ción de los indígenas sudamericanos. Estudio crítico con edición, traducción y comentario de las
actas del concilio provincial celebrado en Lima entre 1582 y 1583 (Salamanca 1990) 49-53.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 23

entre los clérigos que los jesuitas fueran a trabajar con los indios que no tuvieran
sacerdotes en vez de ocuparse de doctrinas ya proveídas102.
El sexto inconveniente que notaba Plaza era la imagen que tenían los indios
de la figura del párroco. Apreciaban más fácilmente a los sacerdotes que llega-
ban a sus pueblos «por vía de missiones» pero estimaban poco a sus propios pá-
rrocos. Este obstáculo se hacía aún más patente en el ejercicio del sacramento de
la confesión, ya que los indios normalmente temían a sus curas y no abrían sus
conciencias con ellos como lo podían hacer con un misionero103. Para ocuparse
de la doctrina hacían falta varios jesuitas que podrían, en cambio, ser empleados
en misión en dos o tres pueblos. Las funciones del oficio parroquial exigían
atención y tiempo, estos oficios podían ser realizadas por los clérigos, quedando
libres los de la Compañía para encargarse de las confesiones y de la catequesis.
En el octavo inconveniente Plaza presenta los impedimentos que surgían tanto
del derecho propio de la Compañía, como de su espiritualidad y modo de proce-
der. La aceptación de las parroquias de indios va contra la disponibilidad del je-
suita. Para Plaza, así como para Bartolomé Hernández y Polanco, es por la fide-
lidad a este modo de proceder «que Dios concurrirá más con los de la Compa-
ñía» y se recogerán más frutos apostólicos104.
Plaza, a pesar de estos inconvenientes reconoce que el fruto apostólico que
podría seguirse con las doctrinas podría ser mayor del que se obtiene normal-
mente con el trabajo en las misiones, ya que siendo éste un trabajo de paso dura-
ría poco. Además, era difícil sustentar un número grande misioneros conociendo
lo limitado de las limosnas de los indios. Esta razón fue una de las que tuvo más
fuerza en la Congregación Provincial de Lima para aceptar las doctrinas. A pesar
de ello, siguió arguyendo el Visitador, la experiencia de este medio año ha de-
mostrado que las misiones que se han hecho, en algunos lugares del Cuzco, han
dado su fruto; y para asegurar este trabajo en el tiempo no bastaba sino repetir la
misión por uno o dos años. Plaza estaba convencido de tres cosas. La primera,
que la Compañía podría dar buenos frutos encargándose de las doctrinas, bien
que este sea «un modo extraño y contrario a su Instituto» y sería mejor que no se
tomase. La segunda, que el fruto que se podría recabar en misiones no sería me-
nor. Estas misiones podrían hacerse por largo tiempo. Por último, mientras go-

102
Memorial de la Visita del P. Plaza. Cuzco, 12 de diciembre de 1576. Mon. Per. II 154.
103
Sobre este punto pueden verse otras informaciones convergentes: Diego Martínez a Juan de
la Plaza. Juli, 1 de agosto de 1578. Ibidem I 364. En especial José de Acosta a Mercuriano. Lima
15 de febrero de 1577, en la que informa de las actividades misioneras del P. Diego de Ortún que
había colaborado por dos semanas en la parroquia de Carabayllo: «entre otros acudió [a confe-
sarse] un pobre indio enfermo, que avía siete años que por miedo de los curas tenía encubierto un
peccado; y hera que, rogándole otro indio hechizero que le enterrase vivo por miedo que tuvo del
Padre [párroco], que otros lo avían acusado, lo hizo assí, y assí quiso más el otro desventurado ser
enterrado vivo, que no castigado por el cura; quedó estotro después de la confissión muy conso-
lado». Mon. Per. II 246. Un religioso, de los que tenían sus doctrinas en las proximidades de Pa-
sto, dijo al P. Pablo de Arriaga que se partía para una misión: «Escusado es el trabajo que podían
tomar, Padres, en predicarles que se confiesen agora, yo en la quaresma, que es la obligación, no
les puedo haçer confesar sino con amenaças y con açotes y agora se havian de confesar, eso es pe-
dir milagros». Pablo de Arriaga a Aquaviva. Lima, 29 de abril de 1599. Ibidem VI 680.
104
Memorial de la Visita Ibidem II 155.
24 MARTÍN MA MORALES, S.J.

bernase el Virrey Toledo sería prácticamente imposible que la Compañía pu-


diera excusarse de tener doctrinas. Ha sido ésta la causa por la cual se han acep-
tado las doctrinas de Juli; de todas maneras, no podrán estar en posesión de la
Compañía por más de tres años. Más adelante convendría aceptar las doctrinas
de la provincia de Andahuaylas, pero en ningún caso tomarlas a perpetuidad. A
pesar de la información positiva, que dió el provincial José de Acosta al General
el 15 de febrero de 1577, acerca de los progresos que se habían tenido en las
doctrinas del Cercado y en las de Juli105, Plaza, por el contrario, confirmó a Mer-
curiano su opinión negativa sobre las parroquias de Juli luego de haberlas visi-
tado personalmente106.
Una dificultad se añadía a los inconvenientes enumerados: la administra-
ción del sacramento de la confesión. De tres mil personas que se confesaron en
el año, solamente mil lo hicieron por propia voluntad, el resto lo hizo por fuerza
o bajo la presión de distintas circunstancias. Algunos de ellos porque los manda-
ban casarse o dejar la mujer con la que vivían y ellos por no dejarla se confesa-
ban y se casaban, una vez casados no volvían más al sacramento. Otras veces los
Padres confesaban indios enfermos, siguiendo la indicación de los fiscales in-
dios sin estar preparados ni dispuestos a recibir el sacramento. Otros simple-
mente lo hacían «porque los mandan venir por barrios a confesar [...] y destos
unos se confiesan porque les dexen ir a sus casas, otros se confiesan de buena
voluntad». La asistencia al catecismo tampoco era espontánea, debía hacerse uso
de alguaciles para compeler a los indios, lo mismo para lograr la participación a
las misas de los Domingos y días de fiesta. La carta de Plaza termina renovando
su parecer contrario sobre tomar más doctrinas y con algunas recomendaciones
en el caso que no se pudiese evitar el tenerlas. Una de ellas fue aplicada, años
más tarde, en la Provincia del Paraguay: que los pueblos a los cuales pertenece la
doctrina no sean de encomenderos sino puestos en cabeza al Rey para evitar así
conflictos entre el encomendero y el cura.
Entre los puntos de la carta del P. Plaza uno merece especial atención por-
que era esencial para que se cumpliese el principio de subsidariedad que justifi-
caba, desde el punto del Derecho Indiano, la tenencia de doctrinas por parte de
clérigos regulares: la falta de clérigos seculares. La situación que describe el P.
Plaza de la diócesis de Lima, coincide con los informes que presentó su obispo
Toribio de Mogrovejo107. El tenía fuera de su control y disciplina más del 55% de
las parroquias de indios, limitando su visita a puros aspectos formales. Una real
cédula de 1583, que había pretendido normalizar la situación y adecuarla a la
normativa del Concilio de Trento, por presión de los religiosos, había sido revo-

105
José de Acosta a Mercuriano. Lima, 15 de febrero de 1577. Ibidem II 227.
106
Juan de la Plaza a Mercuriano. Enero de 1578. Ibidem II 335.
107
Toribio Alfonso de Mogrovejo (1538-1606) era un simple tonsurado cuando Felipe II lo
nombró para sede limeña. Estuvo al frente del arzobispado de Lima durante veinticuatro años. El
20 de mayo de 1581 hizo su ingreso en la ciudad de Los Reyes. Presidió tres concilios, celebró
diez sínodos diocesanos y cuatro veces visitó la vasta diócesis. En 1631 comenzó el proceso sobre
su vida y virtudes. En 1679 fue declarado beato y su canonización se celebró el 10 de diciembre
de 1726.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 25

cada para el Perú en 1588. De 219 doctrinas de indios 121 estaban en manos de
religiosos. En diez años, de 1583 a 1593, el crecimiento del clero en la arquidió-
cesis fue abrumador108 y según los informes de su arzobispo, además de su canti-
dad, era un clero de calidad, fruto de una severa selección y de la mano rigurosa
de su pastor. Así lo testimonian las relaciones sobre su clero hechas por Mogro-
vejo en los años 1584, 1599, 1602 y 1604109. En un memorial de 1592 al Consejo
de Indias el obispo presentó la situación de la diócesis:
que tiene treynta collegiales en el collegio seminario que ha fundado escogidos en
mas de ciento y veinte estudiantes de aquella Universidad y naturales de aquella Diocesis
y que ay otros muchos clerigos ordenados en aquel reyno y que an ido deste Letrados y
virtuosos y que la yntencion del Patronazgo real es de preferir a los clerigos naturales es-
pecial aviendo cesado la causa por donde los religiosos tienen curatos y doctrinas. Ante lo
qual suplica a V.A. se sirva de mandar que los dichos collegiales y clerigos sean presenta-
dos en los curatos de Santiago del Cercado y provincia de Jauja, Guamucho, Guailas, Ca-
jamarca, Chiclayo que son las mejores del Arzobispado y estan en poder de religiosos
para que con esto se animen los dichos colegiales y clerigos a seguir las letras y virtud
que con ello recivira merced110.

Tal era la situación que los sacerdotes más jóvenes encontraban cerrado el
futuro de su apostolado y abundaban los clérigos pobres y desocupados111. En
1593 en la ciudad de Lima había más de 500 religiosos, más de cien seculares y
trescientos clérigos de órdenes menores. Según lo declaró Mogrovejo, habían
clérigos que pasaban hambre y otros que se encontraban «alojados en meso-
nes»112. Una carta del obispo quiteño Luis López de Solís deja ver que las dificul-

108
A este respecto véase V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo organizador y
apóstol de Sur-América (Madrid 1957) II 102-111.
109
LISSON III 306-308; IV 265-274 436-447 505-513.
110
La resolución fue la siguiente: «Dese cedula para que el Virrey y prelado tengan en cuenta
con que las doctrinas que vacaren nombre destos mereciendolo». LISSON IV 17. En ENCINAS I
100 al margen de la citada suspensiva de 1587 se lee. «Por otra provision que se despacho a pedi-
mento del Arzobispo de los Reyes en quinze de Nobiembre de neventa y dos se puso por cortapisa
lo siguiente: Vereys la dicha cedula suso incorporada y cumplireysla como en ella se contiene,
con que ora visitando por vuestra persona o por vuestros visitadores».
111
LISSON IV 18-24.
112
«Por otra tengo escrito el mucho numero de clerigos que ay en esta ciudad sacerdotes que a
lo que entiendo pasaran de ciento fuera de mas de trescientos que abra de menores ordenes y que
mueren de hambre y andan buscando misas que decir para poderse sustentar y estan alojados en
mesones por no tener doctrinas que les dar en razon de tener las mas y mejores del Arzobispado
ocupadas los frailes, que son [...] ciento y veinte y una y de clerigos noventa y ocho y convendria
atendiendo a lo susodicho que los frailes dejasen las doctrinas y se diesen a los clerigos pues pa-
rece aversele dado a los frailes las doctrinas por la penuria que avia de clerigos y aver cesado ya
esta necesidad [...] se haran mejor las visitas a las dichas doctrinas teniendolas clerigos en lo de
moribus et vita y administracion de los santos sacramentos y tomandoles cuenta muy en particular
de todo [...] lo qual todo sera muy dificultoso ponerse en execucion con los religiosos armandose
luego con sus jueces conservadores quando les pareciere saliendo con sus intento y con lo que
quisieren [...] En esta ciudad debe aver quinientos religiosos y las necesidades que padecen no de-
ben ser pocas por aver tanto numero en cada convento y en las que deben poner al pueblo con sus
demandas asi para los religiosos que asisten en esta ciudad como para los que se despachan a
otras partes fuera della pidiendo limosna para aviarse y para decir misas y para sustentar a algu-
nos novicios». LISSON IV 39-40. La situación no mejoró más tarde. A finales del siglo XVIII sobre
26 MARTÍN MA MORALES, S.J.

tades no eran exclusivas de Mogrovejo113. En 1604 el contraste entre religiosos y


seculares se hizo aún más fuerte. Más que nunca se impuso la necesidad de vol-
ver a la normalidad y substituir a los religiosos por clérigos:
En especial teniendo [los religiosos] tanta cantidad de hacienda en tierras, casas y
ganados [...] y cada dia van teniendo muchas mas [...] y si la cedula real de V.M. que es-
taba concedida se obiera puesto en execucion como me dicen se ha hecho en Nueva Es-
paña no ovieran venido al estado de miseria en que agora estan y de andar algunos de
ellos mendigando con gran indecencia del estado sacerdotal, que se pueden tener algunos
tristes sucesos buscando la comida por medios ilicitos hurtando y haciendose factores,
mayordomos y criados de legos114.
No todos los religiosos se abroquelaron en sus privilegios. Los franciscanos
encabezados por su Comisario General en el Perú, Fray Antonio de Ortiz115, se
dispusieron a allanar el camino al obispo y desembarazarse lo antes posible de
las doctrinas para vivir de manera más eficaz su consagración.
digo pues a mi juicio el tener nuestros frailes las doctrinas ni conviene a la concien-
cia de vuestra Magestad ni a la de los Obispos ni al bien de los yndios ni a la profesion de
los frailes. A V.M. porque nuestros frailes no pueden obligarse a este ministerio de justi-
cia, porque el estipendio no lo pueden recibir de justicia sino de limosna por razon de su
profesion. A los yndios por que les es muy necesario que los curas que tuvieren para que
los conozcan (como dice Christo) no se los muden frequentemente. Y yo no tengo otra
medicina mas a mano ni mas eficaz para curar al religioso quando esta necesitado que
mudalle y quitalle de las ocasiones las quales en las doctrinas son tantas y tan contrarias a
nuestro estado que yo no podre sosegar mi conciencia hasta ver los frailes fuera de ellas o
a mi fuera de este oficio.116
En 1600 los frailes de la Provincia de los Doce Apóstoles reunidos en Capí-
tulo Provincial renovaron su pedido al rey, «con mas ahinco». Los motivos que
los impulsaron a dejar las doctrinas fue ver «la gran abundancia de clerigos po-
bres y por otra parte doctos asi en letras como en lengua de los naturales» que no
tienen beneficio alguno. Dejando las parroquias se evitarían, además, los recelos
que surgían entre seculares y regulares por la posesión de las doctrinas y cesaría
la impresión que dan los religiosos de no querer otra cosa sino sustentarse del es-
tipendio que reciben. Aliviados de este peso los franciscanos quedarían más li-
bres para enviar predicadores y confesores «para que doctrinen los indios a las
partes por donde ser lexos [...] hiciere falta doctrina y ministros» y vivir su con-
sagración religiosa en un modo más coherente con su Instituto y espiritualidad117.

660 seculares sólo 161 estarán al frente de parroquias. P. BORGES, (Dir), Historia de la Iglesia en
Hispanoamérica y Filipinas (Madrid 1992) II 501.
113
Luis López de Solís a Felipe II. Quito, 20 de marzo de 1598. L. PEREÑA (Dir), Carta Magna
de los Indios. Fuentes Constitucionales (1534-1609) (Madrid 1988) 325-340 (= CHDP 27).
114
LISSON IV 518.
115
Fray Antonio Ortiz pertenecía al grupo de austeros reformadores de El Abrojo de Vallado-
lid; RODRÍGUEZ VALENCIA II 199-204. Para su vida y actividad puede consultarse L. ARROYO,
Comisarios Generales del Perú (Madrid 1950) 89-94.
116
LISSON III 542.
117
Ibidem IV 346-347.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 27

Al contrario, los jesuitas se vieron implicados en un largo pleito, lleno de defec-


tos de forma y fondo, con el obispo Mogrovejo respecto a la tenencia de la doc-
trina de San Lázaro, a orillas del río Rímac. Este contencioso se constituyó en
una especie de paradigma de la delicada situación que se creó cada vez que los
jesuitas se vieron al fruente de parroquias. El pensamiento del P. Juan de la Plaza
respecto a la tenencia de doctrinas se vio confirmado en la carta que le escribió
el mismo Rector de Juli P. Diego Martínez118. Para Martínez era claro que la acti-
vidad principal de los jesuitas en el Perú era el trabajo con los indios. El mismo
fue un apóstol incansable y sus deseos de trabajar con «infieles puros» se vieron
realizados cuando fue destinado a Santa Cruz de la Sierra entre gorgotoquis y
chaneses.
En el capítulo «Las dificultades e inconvenientes de la doctrina de Juli, y
remedio dellas», Diego Martínez ratificó que «lo más del pueblo» no se confe-
saba en libertad sino es con la violencia «de hilacatas y fiscales». Denunció aún
abusos mayores respecto al uso de la cárcel. El catecismo a veces se lo impartía
con cierta violencia, de este modo «viene no pegársele nada al coraçón». El re-
sultado de estos métodos era que las tres cuartas partes del pueblo, o más, no sa-
bían las oraciones ni el catecismo. El régimen de castigos y la imposición de la
disciplina, hacía que el indio viese con resquemor a los jesuitas. El temor que
sentía el indio ante el cura era un impedimento para no abrir su conciencia, a
esto se sumaba que al superior se lo presentaba «como verdugo» de los caciques
y principales. Este temor reverencial hacia el cura era difícil de subsanar, sólo
«en missiones [...] no se serrarían». En la opinión de Martínez no bastaban si-
quiera tres sínodos para mantener a todos los jesuitas residentes en Juli. Como el
mismo Plaza lo había notado, la doctrina era un «seminario de tentaciones y
amarguras de coraçón» ya que el excesivo trabajo impedía la oración diaria, eran
frecuentes las ocasiones para «perder la pureza de alma y cuerpo» y no faltaban
las «ocasiones de impaciencia y de poner las manos en los indios». Según el P.
Martínez era menester, si se perseveraba con la doctrina de Juli, «ocho sacerdo-
tes santos y letrados» capaces de soportar trabajos y tentaciones. De manera que
cada sacerdote tuviese a su cargo unos 400 indios, como por otra parte lo manda-
ban las leyes de Indias. Era indispensable que los jesuitas destinados a la doc-
trina lo estén por un tiempo y que las doctrinas se tomasen por no más de cuatro
o cinco años «que sean como missiones largas».
Finalizando su gobierno en Juli, en 1581, el P. Martínez volvió sobre el
tema de las parroquias. El mayor servicio de Dios radicaba en tomar estas doctri-
nas, como las de Juli, por algunos años para luego pasar a otro pueblo. Esto es lo
que pretende el Instituto de la Compañía: que el jesuita no esté atado a un lugar.
Además de esta manera el fruto sería más universal, como las mismas Constitu-

118
Martínez, Diego * 1542 Rivera; SJ 1566 Prov. Castellana; † 2.4.1626, San Pablo. E. TORRES
SALDAMANDO, Los antiguos jesuitas del Peru (Lima 1882) 49-53. Véase F. MATEOS, El venera-
ble Padre Diego Martínez en Juli. Missionalia Hispanica 14 (1957) 79-104. Diego Martínez a
Juan de la Plaza. Juli 1 de agosto de 1578. Mon. Per. II 356-372; MATEOS, F. (ed), Historia gene-
ral de la Compañía de Jesús en la Provincia del Perú (Madrid 1944).
28 MARTÍN MA MORALES, S.J.

ciones lo disponían, ya que podría instruirse una mayor cantidad de indios. Los
mismos obispos comprenderían que los jesuitas no buscaban comodidad ni be-
neficios. Este era el sentir no sólo de Martínez sino de todos los padres que ha-
bían pasado hasta entonces por Juli119. Otro de los jesuitas presentes en Juli, el P.
Andrés López, informó a Mercuriano sobre la marcha de la experiencia120. Ló-
pez, por su parte, coincidiendo con los inconvenientes derivados del hacerse
cargo de las doctrinas, fue terminante en cuanto al primer remedio para evitarlos.
Se debía cortar por lo sano: no había que aceptarlas. Propuso, además, la rota-
ción de los jesuitas que trabajaban en doctrinas con los que estaban en residen-
cias, que el Provincial las visitase a menudo, que no se castigase sin participar
antes al corregidor de indios y nunca por mano del propio jesuita, que los de la
Compañía no se metiesen a «governar los que goviernan» y evitasen los conflic-
tos, que los superiores tuviesen las manos libres para cambiar a los sujetos desti-
nados a las parroquias de indios.
Junto con todo este material, que fue llevado a Roma por el Procurador Pi-
ñas, se encontraba el libro de José de Acosta De Procuranda Indorum Salute121
que tuvo un influjo decisivo en la aceptación de las doctrinas122. El De Procu-
randa dedica, en el libro V, dos reflexiones de particular interés para conocer el
pensamiento de Acosta. El autor se pregunta si «conviene encomendar a religio-
sos regulares las parroquias de los indios» y pone en guardia al lector ya que re-
conoce que la cuestión se encuentra llena de insidias y complicaciones. En su in-
terpretación de la historia de la presencia de los religiosos en América, José de
Acosta está convencido de la superioridad de los religiosos respecto de los cléri-
gos. «Los religiosos instruyen a los indios con mayor sentido religioso y más
certeramente y [...] les ayudan con mejor ejemplo de vida que los secula-
res»123.
De todas maneras esta afirmación implica dos inconvenientes. El primero
estriba de las relaciones conflictivas entre obispos y religiosos en el oficio de cu-

119
Diego Martínez a González Dávila. Juli, 24 de diciembre de 1581. Mon. Per. II 98-99.
120
Andrés López a Juan de la Plaza. Juli, 6 de agosto de 1578. Ibidem II 372-383.
121
Sobre el tratado de Acosta LOPETEGUI, El P. José de Acosta 207-377.
122
Escribió por entonces Mercuriano a Acosta: «[...] Algunos destos Padres han comenzado a
ver el libro de V.R., y yo también, y a lo que hasta aora se ha podido juzgar, nos ha dado mucha
satisfacción, y que será útil para los nuestros, mas yo pienso velle de espacio y después se avisará
a V.R. de lo que acá pareciere». Carta de 25 septiembre 1578, Mon. Per. II 399. La aprobación del
libro no fue fácil. Mercuriano no llegó a dar el permiso para su publicación. Luego de la censura
de Benito Perera, profesor de teología en el Colegio Romano, el General Aquaviva ordenó que el
libro se imprimiera (1583) previa nueva censura real, a pesar de que el libro lo había «contentado
mucho», para que «se quite lo que en el capítulo se dize de la crueldad y por el modo que tuvieron
los conquistadores». Mon. Per. III 195. De libro I desaparecieron tres capítulos, del libro II cua-
tro, del libro III cinco capítulos fueron fundamentalmente modificados. En 1585 Aquaviva vuelve
a escribir al Provincial de Toledo para vea si puede vencer las resistencias que tiene el Consejo
Real para la publicación del libro. Una RC de 22 junio 1586 autorizó su impresión la cual se de-
moró aún por dos años.
123
ACOSTA, De Procuranda Lib. V, c. 16, 2. Esta opinión de Acosta no coincide con el motivo
por el cual la Corona y la Iglesia concedieron determinados privilegios a los religiosos para ha-
cerse cargo de las doctrinas ni, en el caso concreto del Perú, con otros testimonios sobre el estado
y condición del clero secular en aquellas provincias.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 29

ras, el segundo, las posibles quiebras de la disciplina religiosa derivantes de la


administración parroquial. Estos dos obstáculos eran de tal gravedad que no
pudo dejar de reconocer a los sacerdotes seculares, siendo «suficientes en nú-
mero y virtud», el cargo de las doctrinas124. La segunda reflexión de Acosta es
acerca del «Por qué piensan muchos que la Compañía de Jesús debe encargarse
de las parroquias de indios»125. No sería un buen ejemplo que los jesuitas, por te-
mores y riesgos, no aceptasen las doctrinas, pudiéndoselos acusar de «remisos y
amigos de la comodidad». No fueron enviados los jesuitas al Perú para trabajar
en la conversión de españoles sino en la de los indios y para lograr ésta era nece-
sario realizar un trabajo apostólico de manera «duradera y constante». De todas
maneras aceptar las doctrinas tiene dos impedimentos graves. El primero, casi
inevitable, «continentiae difficile» a causa de la gran soledad de los párrocos y
de las numerosas ocasiones que se les ofrece, que no bastara la fortaleza de un
San Jerónimo para vencerlas. El segundo problema es la codicia y pleitos a raíz
del estipendio que debe dar el encomendero y respecto de la comida que propor-
cionan los indios al doctrinero. El primer inconveniente podía subsanarse, según
Acosta, si se tomasen parroquias situadas en ciudades de españoles o no lejos de
ellas, como era el caso de Santiago del Cercado. De manera que los curas están
sometidos al rector del colegio. El segundo inconveniente se evitaría con la
nueva ley que ordena que el sínodo del párroco se deduzca del pago del tributo.
Las argumentaciones de José de Acosta se impusieron en Roma.
La posición del General de la Compañía, Everardo Mercuriano, quedó resu-
mida en una carta al P. Bartolomé Hernández126. Después de haber visto las actas
de las sesiones de la Congregación Provincial, los informes de Plaza y de otros
jesuitas, el General cree que se «deva hazer la prueva» por un cierto tiempo. En
las respuestas a los postulados de la Congregación Provincial pueden seguirse
las motivaciones de esta decisión de Mercuriano127. La salvación de los indios se
estableció como el fin principal, «vel solus», por el cual se hallaba la Compañía
en las Indias Occidentales. A pesar de que el Instituto excluía la posibilidad de
asumir tales parroquias, por algunas especiales razones, se aceptaba la doctrina
de Juli, más otras dos a criterio del Provincial. La aceptación no se realizaba en
modo absoluto y definitivo, sino en forma circunstancial, limitada y provisoria128.
Las razones que enumera la respuesta al postulado son cuatro. La primera, por la
«inopia sacerdotum et indigenarum necessitas pene extrema». La segunda, por-
que era menos dificultoso aceptar doctrinas que realizar largas misiones, además
eran las parroquias las únicas capaces de garantizar un fruto duradero. En tercer
lugar las doctrinas eran una oportunidad para que los jesuitas aprendiesen la len-
gua de los indios. Por último, aceptando las parroquias de indios se satisfacía la
voluntad de la Corona y del mismo Virrey. A este respecto cabe recordar que las

124
Ibidem Lib. V, c. 16 § 6.
125
Ibidem Lib. V, c. 18.
126
Mercuriano a Bartolomé Hernández. Roma 25 de septiembre de 1578. Mon. Per. II 407.
127
Mercuriano a la Provincia del Perú. Octubre de 1578. Ibidem II 420-448.
128
Ibidem 424.
30 MARTÍN MA MORALES, S.J.

relaciones entre el Virrey Toledo y los jesuitas habían pasado por momentos
muy difíciles. A principios de octubre 1578 se había desatado un conflicto entre
Toledo y el Colegio de los jesuitas el cual, a juicio del Virrey, entraba en coli-
sión con los intereses de la Universidad e implicó que por tres años los jesuitas
no pudiesen recibir en sus aulas alumnos externos129. El 10 de agosto del mismo
año Francisco de Toledo había mandado cesasen las obras de construcción de la
casa de la Compañía en la ciudad de Potosí que no contaban con la debida licen-
cia virreinal, se incautasen sus bienes y los jesuitas abandonasen la villa. En la
misma fecha nombró un jesuita más como doctrinero en Juli130. Catorce días más
tarde se fulminaron dos autos, uno del juez eclesiástico y otro del corregidor y
justicia mayor de la ciudad de Arequipa, contra la construcción de la iglesia de la
Compañía en la dicha ciudad, por haberla comenzado «paliadamente». Este tipo
de residencias entre españoles, en la visión de Toledo, no ayudaban a cumplir el
fin principal de los religiosos: evangelizar a los indios. A estos autos siguió otro
del mismo Virrey que mandaba además el embargo de todos los bienes de la co-
munidad y la expulsión de los jesuitas, ya que habían incurrido en desacato de
las órdenes reales131. Otro acotecimiento significativo entre las relaciones del Vi-
rrey Toledo y la Compañía fue el proceso inquisitorial a los PP. Luis López y
Fuentes132, en el que quedó también implicado el primer provincial del Perú Jeró-
nimo Ruiz de Portillo. Los cargos de López iban desde el haber mantenido oscu-
ras relaciones con una penitente hasta la acusación de haber puesto en discusión
los títulos que justificaban la tenencia de América por parte de la Corona de Es-
paña133. En este contexto, la negación de la Compañía en el asunto de las doctri-
nas hubiera implicado un ulterior agravamiento de las relaciones con Toledo.
El 15 de agosto de 1582 fue inaugurado el Tercer Concilio Limense, parti-
ciparon en él Baltasar Piñas, provincial, Juan de Atienza134, rector de Lima y José

129
El problema quedó en parte zanjado con la RC de 22 febrero 1580 «por la qual se manda
consentir a los religiosos de la Compañía de Jesús de la ciudad de Los Reyes leer libremente a to-
das horas gramática, retórica, griego, la lengua de los indios y las demás lenguas que quisieren,
pero en cuanto ello no perjudique al funcionamiento de la Universidad últimamente instalada». R.
LEVILLIER (ed), Organización de la Iglesia y Ordenes Religiosas en el Virreinato del Perú en el
siglo XVI (Madrid 1919) I 132.
130
Mon. Per. II 369-372.
131
Autos. Secuestro de la Casa de Arequipa. Ibidem II 383-385 385-387.
132
Fuentes, Pedro Miguel de * 1536, Valencia; SJ 1558. Mon. Per. I 108 34.
133
Cabe recordar que López hizo sus estudios en la Universidad de Salamanca. Para los proce-
sos de la Inquisición abiertos para López y los demás jesuitas véase T. MEDINA, Historia del Tri-
bunal de la Inquisición de Lima 1569-1820 (Santiago de Chile 1956) I 99 y ss. En 27 noviembre
1579 Toledo escribió dos cartas a Felipe II. En una dice sobre López que ha «entendido tocar a
VM y el derecho de gobierno en estos reynos», en otra afirma que «A los religiosos de la Compa-
ñía se a dado en esta tierra aún más libertad de la que VM por sus instrucciones me manda [...] An
excedido en querer poblar y asentar sin licencia [...] Irse a siempre favoreciendo lo bueno que tie-
nen que no es poco en verdad [...] enfrenando lo demás en quanto podemos y devemos». Mon.
Per. II 753-756 760-761.
134
Atienza, Juan de * 1544, Valladolid; SJ 1.5.1564, Prov. Castellana; † 1.11.1592, Lima. Mon.
Per. V 726.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 31

de Acosta entre los teólogos consultores135. Entre la sesión primera y segunda (15
de agosto de 1583) tuvo lugar la Congregación Provincial que fue convocada
para el 3 de diciembre de 1582136. A pesar de lo dispuesto por Mercuriano, que se
dejase cuanto antes y sin dar escándalo la doctrina del pueblo de Santiago, la
Congregación advirtió que hasta ese momento no había sido posible hacerlo y se
temía más bien la desedificación que de ésto podía seguirse por tener, la Compa-
ñía, en todo el Reino sólo las doctrinas de Juli. El nuevo P. General Aquaviva re-
solvió mantener la doctrina de Santiago del Cercado «donec aliud statuatur».
Baltasar Piñas, por su parte, se mostró reacio a continuar con las parroquias de
Juli. Su pensamiento quedó testimoniado en una carta del P. Diego de Torres137 al
P. General138. El rector del Colegio de La Paz también alzó su queja contra Juli.
En carta al P. Aquaviva, el P. Cavello139 recuerda que uno de los vínculos de la
fundación era organizar misiones desde el colegio, lo cual será muy difícil ha-
cerlo mientras se mantuviese Juli que ocupaba nueve o diez sacerdotes140. Si es-
tos jesuitas estuvieran en el colegio podrían dar mucho fruto. Por otra parte, en el
colegio podían aprender las lenguas con más comodidad y con la ventaja que se
impartirían, además, lecciones de quechua a diferencia de Juli donde sólo se da-
ban lecciones de aymara. La opinión de Aquaviva se mantuvo a lo largo de su
generalato respecto a las doctrinas en manos de jesuitas: «es más conveniente
evitarlas, porque son carga y no muy lijera»141.
No sólo el proceso de aceptación de las parroquias de indios en el Perú
fue complicado, mas se abrieron dolorosos conflictos con los obispos. Uno de
ellos fue el pleito con Toribio de Mogrovejo acerca de la reducción de San
Lázaro. Sin duda que el contencioso de los jesuitas contra este gran pastor estaba

135
Sobre la participación de Acosta al Sínodo véase F. LISI, El tercer Concilio Limense y la
aculturación de los indígenas sudamericanos. Estudio crítico con edición, traducción y comenta-
rio de las actas del concilio provincial celebrado en Lima entre 1582 y 1583 (Salamanca 1990)
57-83.
136
Las actas en Mon. Per. III 197-216.
137
Torres Bollo, Diego de * 1551, Villalpando; SJ 16.12.1571, Prov. Castellana; † 8.8.1638,
Sucre. STORNI 286.
138
Ibidem 358-367.
139
Cavello, Esteban * 1531, Chinchón; SJ 1579, Prov. Castellana; † .12.1595, Siena. Mon. Per.
III 225.
140
Esteban Cavello a Aquaviva. La Paz, 15 de febrero de 1584. Ibidem III 368-372. En esta
carta el P. Cavello propone la opinión contraria hasta ahora sostenida, al menos por algunos, que
era más proficuo el trabajo continuado que se realizaba con las doctrinas: «inconvenientes se
experimentan cada día más en las doctrinas, ansí de parte de los mismos indios, que es gente con
la qual para hazerse fructo se ha de tratar ad tempus y dexarla también ad tempus, como V.P. abrá
entendido del Padre Andrés López».
141
Así decía el General: «Y por dezir la verdad harto más dificultad tenía la cura y estipendio
que se aceptó del lugarejo de indios que está junto a nuestra heredad de Lima, que aunque por el
bien tan universal de la multitud de naturales desos Reinos aya dispensado la Compañía en acep-
tar tres doctrinas, el fin no es para encargarse de ser curas en donde el fructo es quasi ninguno sino
donde, como es en Juli, sea tan grande que con él se recompense bien tan extraordinaria dispensa-
ción; y dando quenta desto por el modo que mejor a V.R. le pareciere al señor Arçobispo, dexará
luego el curato de aquella alquería y juntamente el estipendio». Aquaviva a Baltasar Piñas. Roma,
2 de abril de 1584. Ibidem III 376.
32 MARTÍN MA MORALES, S.J.

aún presente en Aquaviva cuando recomendó al Provincial del Perú, Rodrigo


Cabredo:

Yo desseo que la Compañía se encargue de muy pocas doctrinas [...] porque no estoy
bien en que los Nuestros sean curas; pero siendo forçoso en las que ya están aceptadas,
bastará que el provincial se entienda con el Obispo en cuya diócesis estuviere la doctrina
sin otra comunicación de privilegios con los Padres dominicos [...]142.

En la misma fecha, 9 de febrero de 1604, en la que el General de la Orden


escribía esta recomendación, dispuso la fundación de una nueva provincia que
luego llevaría el nombre de «Paraguay» y elegía como provincial al P. Diego de
Torres Bollo. Seis años más tarde comenzaron las primeras reducciones de la
Compañía de Jesús en la Gobernación del Río de la Plata, asumiendo los jesuitas
las respectivas doctrinas.

III. LA ADMISIÓN DE PARROQUIAS EN LA PROVINCIA DEL PARAGUAY

A pesar de la experiencia peruana, la Compañía de Jesús en la Provincia


del Paraguay pronto se vió implicada en la gestión de algunas parroquias de
indios; diversas causas pudieron colaborar en su establecimiento. Entre ellas
la experiencia de Diego de Torres quien estaba convencido de la oportunidad
de los jesuitas como párrocos; él mismo había sido rector de Juli. Por otra parte,
la situación de la diócesis favoreció, de alguna manera, que los jesuitas se hi-
cieran cargo de algunas doctrinas. La diócesis del Río de la Plata estuvo en
situación de sede vacante prácticamente desde la muerte de Fray Martín Ignacio
de Loyola (1606) hasta el nombramiento de Fray Tomás de Torres (1621) como
obispo de la Asunción143. Fray Reginaldo de Lizárraga nombrado obispo en
1608, tomó recién posesión de su sede en junio de 1609 para morir en noviembre
del mismo año. Por su parte Lorenzo Pérez de Grado, nombrado en 1615, tomó
posesión sólo en 1618 y fue luego trasladado al obispado de Cuzco. El clero
secular, en parte por la situación del gobierno de la diócesis, era escaso y mal
organizado. En 1610 el clero paraguayo estaba formado por 11 sacerdotes se-
culares, 13 jesuitas, 4 franciscanos y 2 mercedarios. La distribución de las es-
casas fuerzas de los clérigos seculares era la siguiente: 5 seculares en la ciudad
de la Asunción, 1 en Villa Rica, 5 que trabajaban con los indios reducidos del
distrito de Asunción y 1 que acompañaba a los indios a Mbaracayú en los

142
Aquaviva a Rodrigo Cabredo. Roma, 9 de febrero de 1604. Ibidem VIII 564-565.
143
El obispado del Río de la Plata tenía su sede en Asunción y fue creado a petición de Carlos I
obteníendose su erección canónica en el Consistorio del 1 de julio de 1547, por el Papa Paulo III
como sufragáneo del arzobispado de Lima. En 1609 se erigió Charcas como diócesis metropoli-
tana, desmembrándose de Lima y a ella pasó la diócesis del Río de la Plata. Por Consistorio de 30
de marzo de 1620 se creó el obispado de Buenos Aires con sede en la ciudad de la Santísima Tri-
nidad. Las dos diócesis Asunción y Buenos Aires fueron puestas como sufragáneas del arzobi-
spado de Charcas.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 33

tiempos de la recolección de la yerba144. Esta fue la constatación de la realidad


del clero por parte del oidor Alfaro en visita en aquellas Provincias:
en aquella tierra casi no ay clerigos por la falta de estudios que siempre a avido y asi
no ay hijos de la tierra que sean y aun quando yo estuve en ella que avia estudio de gra-
matica en la asumpcion solo siete estudiantes avia tanta es la floxedad de aquella tierra
pues clerigos de fuera casi no entran por la pobreça que alli ay145.
A pesar de esta pobreza, en la intención de los Gobernadores y del Rey, la
cesión de parroquias de indios a religiosos, de acuerdo a lo estipulado además
por la legislación vigente, debía ser hecha por un determinado lapso de tiempo.
Son numerosos los testimonios de las autoridades en este sentido. El gobernador
Hernandarias, que favoreció ampliamente la implantación de la Compañía de Je-
sús en el Paraguay, en repetidas oportunidades recordó la precariedad de la con-
cesión de estos beneficios a los religiosos y junto con ésto la necesidad de for-
mar «clérigos naturales» que se hiciesen cargo de las parroquias146. Hernandarias,
siguiendo lo dispuesto por una real cédula fechada en Valladolid el 3 de mayo de
1604, la cual le ordenaba de informarse de la conveniencia y posibilidad de la
creación de un colegio para la formación de clero nativo, pensó en los jesuitas
para dicha obra147. El proyecto de un colegio en Asunción, en el que se tuviesen
todos los cursos necesarios para la formación eclesiástica no cuajó. El motivo
fue la escasez de medios. El obispo Lizárraga había propuesto al rey en 1609 la
fundación de un colegio que podría tener las veces de seminario. El dinero que
disponía el obispo para esta fundación eran 150 pesos148. Sólo en la ciudad de
Córdoba la Compañía podrá establecer cursos de filosofía y teología y dar los
necesarios grados académicos. A pesar de que el Gobernador estaba convencido
de los méritos de la Compañía de Jesús y de haberla visto trabajar más de seis
años en las reducciones, insistió nuevamente al rey sobre la importancia de tener
clérigos naturales para ellas. Según él, el envío de religiosos no podrían suplir ja-
más las necesidades que se presentaban. Por esta razón propuso al monarca:
aunque como tengo dicho los françiscos y los de la Compañia haçen y ha hecho
mucho fructo en ellas y por lo que podria escusarse tambien esta costa [el envío de misio-
neros] es por aver muchos hijos desta provinçia que son mas a proposito por ser lenguas y

144
Las cifras en J. MORA MERIDA, Historia social del Paraguay 1600-1650 (Sevilla 1973) 272
y ss.
145
Francisco de Alfaro a S.M. 15 de febrero de 1613. AGI Charcas 19 R. 3 N. 50.
146
Hernandarias a Felipe III. Buenos Aires, 8 de mayo de 1608 RBNI/1 (1937) 581.
147
Real Cédula dada en Valladolid a 3 de mayo de 1604. ARAH 9-9-4/1753. Años más tarde
Felipe III volvió a insitir esta vez con el gobernador del Río de la Plata Diego de Góngora: «En
quanto a lo que diçe en razon de las dotrinas es muy vien que se provean con clerigos naturales
benemeritos pues siendolo es raçon que sean preferidos. Mayor modo como naturales es çierto
que sabran la lengua cientificamente como conviene para administrar los sacramentos y repren-
dan los vicios y encaminar a la virtud a los yndios. Ya asi me avisareis de la copia que ay de cleri-
gos naturales para que savida no se embien ningunos religiosos a aquesas partes porque los que se
embian asido y es solo con fundamento de que suplan la falta». Real Cédula al Gobernador del
Rio de la Plata respondiendo sobre algunas cosas que su antecesor escrivio. 10 de Agosto de
1618. AGI Buenos Aires 2 L. 5.
148
Lizárraga al Rey. Buenos Aires, 1609. AGI Charcas 138.
34 MARTÍN MA MORALES, S.J.

los que no se ocupan en este ministerio es por no haver obispo que los obligue y si le hu-
viese ay muchos que pretenden ordenarse con que es visto la poca falta que hara no venir
religiosos»149.
Por su parte, los Padres Generales siguieron siendo refractarios a la admi-
sión de parroquias. Fueron numerosos los avisos a Diego de Torres, de parte de
Aquaviva, para frenar el «zelo y fervor» del provincial, muchas veces con esca-
sos resultados. Así se le avisaba a Torres:
Asimismo se encarga a V.R. que en aceptar puestos y doctrinas vaya con mucho
tiento atendiendo a no abarazar mas de lo que se puede y teniendo ojo en primer lugar al
bien general de los nuestros y haciendose de esto mucho caudal no dexandose llebar del
zelo y fervor sino reglando todo con la prudencia conveniente y ajustando las cosas al
propio modo de nuestro Instituto del qual quanto mas observantes fueren, tanto sera me-
jor el fruto y provecho que haran en las almas [...]150.
La 1a Congregación Provincial, celebrada en Santiago de Chile en 1608,
consulto al General si la provincia podía hacerse cargo de parroquias de indios151.
La respuesta fue rotunda: «nullomodo visum est expedire ut nostri tamquam pa-
rochi animarum curam suscipiant satis erit si iuxta instituti nostri rationem eos in
spiritualibus iuverint»152. Junto con esta respuesta, que afrontaba la cuestión teó-
rica de la aceptación de las doctrinas y la resolvía de cuajo, Aquaviva dió al pro-
curador de la Provincia, Juan Romero153, un memorial acerca del modo posible
para que los jesuitas pudieran estar presentes en las doctrinas, teniendo en cuenta
lo excepcional de la situación154. El contendio del memorial era de igual tenor del
que había sido enviado a la Provincia de Filipinas en 1604 y al Nuevo Reino en
1608155.
La instrucción156, dirigida a Gonzalo de Lyra, Viceprovincial de Nueva Gra-
nada, fue una respuesta a las dificultades que algunas provincias habían levan-

149
Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 8 de julio de 1617. RBN I/2 (1937) 52.
150
Aquaviva a Diego de Torres. Roma, 4 de marzo de 1608. Paraq. 1 2v.
151
Las actas en ARSI Congr. 55 161r. Las respuestas del General en Congr. 53 138r-139v.
152
Lozano comentando la 1a Congregación, dice que Aquaviva respondió: «en quanto a ser sus
parrocos, no le parecia conveniente dispensar por aora a los Nuestros, contentandose con ceñir su
zelo a ayudarles en los ministerios espirituales, segun el modo ordinario de nuestro Instituto». P.
LOZANO, Historia de la Compañia de Jesus de la Provincia del Paraguay (Madrid 1755) I 774 y
ss.
153
Romero, Juan * 1560, Marchena; SJ 13.5.1584, Prov. Baetica; † 31.3.1630, Santiago de
Chile. STORNI 249. Fue superior de la misión en Tucumán, antes de constituirse la Provincia del
Paraguay, de 1593 a 1607. Además tuvo el cargo de primer procurador de la nueva provincia
(1610) y primer provincial de la Provincia de Chile (1626-1628).
154
Asi se lo avisó el General a Torres: «y a tomar tambien algunas doctrinas nos remitimos al
memorial que desto lleva el P.e Juan Romero encargando a VR lo que otras vezes que se vaia con
mucho tiento mientras el Sr. no nos da mas sujetos de quien poder ayudarse». Aquaviva a Torres.
Roma 24 de septiembre de 1609. Paraq 1 14r.
155
De esto se da noticia en Ibidem 11r.: «Los despachos que se dieron al P. Juan Romero Proc.
de Tucuman a 2 de mayo de 1609: [...] 30 Una instruction de como se an de aver los nuestros en
tomar y seguir doctrinas de yndios que es la misma que se embio a la provincia de Filipinas por
abril de 1604 y al Nuevo Reino por junio de 1608».
156
Instruccion de como se han de haber los nuestros en tomar y regir doctrinas de indios.
Roma, 10 de junio de 1608. ARSI Novi Regni et Quit. 1-2 6r-6v. Fue publicado en su totalidad por
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 35

tado por haberse enfrentado con el problema de la admisión de parroquias de in-


dios. Se recordaba, en primer lugar, que el Instituto no permitía encargarse de
doctrinas perpetuas, pero sí podían hacerse residencias en pueblos de indios y
desde ellas organizar el trabajo apostólico. Una vez que la misión hubiese to-
mado cuerpo se debía dejar la doctrina, en manos del Ordinario, para que conti-
nuase con el trabajo comenzado. Además de estas características generales la
Instrucción disponía algunos detalles prácticos. Los jesuitas que trabajarían en
estas doctrinas tenían que ser al menos dos y estar de acuerdo con el obispo
acerca del modo de proceder en la evangelización; todo esto para garantizar una
sucesión sin rupturas en la línea de acción apostólica emprendida. Debía procu-
rarse, además, que hubiese un maestro de escuela para enseñar a los hijos de los
indios más capaces a leer, escribir, cantar y tocar distintos instrumentos. El pro-
vincial debería señalar dos cabeceras para que los doctrineros se juntasen una
vez al año para hacer los Ejercicios Espirituales y la renovación de votos157. Este
carácter provisorio, con el cual podía ser admitida la presencia de los jesuitas en
doctrinas, fue reiterado a lo largo de la correspondencia de los Padres Generales
a los provinciales del Paraguay. Así se lo recordó en 1617 el General Vitelleschi
al Provincial Pedro de Oñate158:

Mientras la Compañia atendiere a doctrinar las reductiones del Parana y Huayra, pa-
rece negocio forçoso que los nuestros acudan a los yndios como lo hizieran sus propios
parrocos, o curas, si los tuvieran, y por no averlos pide la caridad que essas almas no que-
den desamparadas de quien les conserva en la fe, conocimiento y servicio del que las re-
dimio. Pero esto se entienda que ha deser con gusto del sr. obispo y con ojo a salirse los
nuestros desse cuidado quando pareciere expediente, o huviera quien le tome y les acuda
con satisfacion159.

La indicación implícita del General, en ésta y otras disposiciones, pretendía


crear las condiciones pertinentes para cambiar la situación de necesidad que ha-
bía llevado a la Compañía a asumir las doctrinas. No sólo no cambió la situa-
ción, sino que el número de parroquias a cargo de la Compañía fue en aumento.
Vitelleschi volvió a insistir con el provincial Oñate para que la Compañía se exi-
miera de esta carga y, donde fuere posible, se pusiera en manos de los seculares

A. ASTRAIN, Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España (Madrid 1902-25) IV


595-596. La instrucción sobre administración de doctrinas mandada el año de 1604 a Filipinas en
ARSI Philipp. 1 14v.
157
Lo mismo fue dispuesto para la provincia del Paraguay: «El ejercicio de las missiones es
muy propio de la Compañia y aunque ay en essas partes grande necessidad deste ministerio para
ayuda de los yndios es bien atender que los missioneros se recojan a tiempos a algun puesto de la
Provincia donde bivan con la debida observancia y se reparen las fuerças espirituales y coporales
para bolver otra vez a salir con nuevo fervor y brio. No se cargue mas de lo que buenamente se
pudiere ni se vayan multiplicando puestos de asiento sin avisar primero aca y tener respuesta pues
esto es propio del General segun las Constituciones». Aquaviva a Pedro de Oñate. Roma, 24 de
septiembre de 1609. ARSI Paraq. 1 39r.
158
Oñate, Pedro de * 7.1.1576, Valladolid; SJ 12.3.1586, Prov. Castellana; † 31.12.1646, Lima.
STORNI 205.
159
Vitelleschi a Pedro de Oñate. Roma, 30 de junio de 1617. Paraq. 1 62v.
36 MARTÍN MA MORALES, S.J.

que eran quienes debían ocuparse de las parroquias160. La ausencia de sacerdotes


seculares se debió, además de la natural escasez, a la falta de incentivo que te-
nían los candidatos viendo que la mayoría de las parroquias estaban en manos de
los religiosos. La tenencia de parroquias por parte de la Compañía despertó en
Paraguay conflictos de inusitada violencia, generados por problemas de jurisdic-
ción con los obispos, por las pretensiones de éstos de visitar a los párrocos jesui-
tas de «vita et moribus», por la cuestión de los diezmos y por el control de las
nóminas. Pero además de los conflictos externos que pudieron surgir por esta si-
tuación, preocupó a muchos la quiebra del orden interno y los riesgos a los que
quedaban expuestos los jesuitas párrocos.
Uno de los primeros testimonios que demuestra estas perplejidades es un
memorial de la Congregación Provincial del Perú de 1616. En él se daba aviso
del daño causado por la excesiva libertad de los obreros de indios y la poca de-
pendencia de éstos a los superiores161. Así lo demostraba la experiencia con los
que pasaban muchos años en las parroquias de Juli: «porque como son ay curas
y goviernan, casan, entierran, confiesan y visitan, gastan algunas cosas para sus
iglesias, castigan y hazen otras mil cosas que se sufren cuando van a los Cole-
gios». Quien había gozado de esa «libertad de curas» y se veía destinado nueva-
mente a una residencia o a un colegio, los conflictos estaban asegurados. La so-
lución propuesta por el citado memorial era radical: «Añado que todas las reli-
giones conoscen y dizen que toda su perdicion viene de las doctrinas y los mas
cuerdos dellas desean dexarlas».
A mitad del siglo XVII, pasados casi cincuenta años de trabajo en la parro-
quias de indios, estos problemas siguieron vivos. El General Carafa, viendo los
inconvenientes que surgían de la larga permanencia de los jesuitas en doctrinas,
propuso en 1648 al Provincial Juan Bautista Ferrufino162 que las reducciones se
reunieran en grupos de dos o tres y sus respectivos curas viviesen en pequeñas
comunidades, cada una de ellas con un superior y fueran desde allí a cumplir con
sus obligaciones apostólicas163. El P. General Nickel volvió a insistir sobre este
punto164. En el siglo XVIII el problema no resuelto de la admisión de las parro-
quias como obra de la Compañía de Jesús, continuó a hacerse presente. Así fue
como en 1719 se repitieron de alguna manera las quejas del citado memorial pe-
ruano de 1616. El P. General Tamburini hizo partícipe al provincial Juan Bau-

160
He aquí la carta del P. Vitelleschi: «Lo de ser curas los nuestros entre indios, deve se enten-
der donde no ay donde no ay otros ministros que les acudan, y en aviendolos eximanse de seme-
jante cuidado, ayudando a los curas externos como la Compañia suele en todas partes no por obli-
gacion, sino ex charitate y assi deseo y encargo mucho a VR que en esto de encargarse los nros de
semejante oficio vaya con mucho tiento». Vitelleschi a Pedro de Oñate. Roma, 20 de abril de
1620. Ibidem 81v.
161
Congr. 55 128r-136v.
162
Ferrufino, Juan Bautista * 28.3.1581, Milán; SJ 30.3.1599, Prov. Mediolanensis; †
4.10.1655, Buenos Aires. STORNI 101.
163
Vicente Carafa a Juan Bautista Ferrufino. Roma, 30 de noviembre de 1648. APA Cartas de
PP. Generales.
164
Nickel al Provincial. Roma, 24 de enero de 1655. Ibidem.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 37

tista de Zea165 de una serie de observaciones acerca de la falta de obediencia que


notaba en algunos sujetos. Una de las causas era atribuída a la larga permanencia
en las reducciones la cual hacía que: «algunos misioneros preciandose de suma-
mente practicos y que como tales se les debe dar entera fe sin resistir a sus dicta-
men es que tal vez no pasan de tema impertinente. V.R vea si conviene mudar al-
gunos y llevarlos a los collegios, donde acaso seran mas utiles con sus talen-
tos»166.
Por último, el General Francisco Retz (1734) dispuso que los curas no dura-
sen en sus cargos más de tres años para evitar los inconvenientes que implicaba
la larga permanencia en las parroquias167. Entre las consecuencias más graves del
perpetuarse en las doctrinas figuraron los excesivos castigos que, según denun-
cias enviadas al General, propinaron algunos misioneros a sus indios168.

IV. LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN EL PARAGUAY


4.1 La coyuntura social
Los jesuitas llegaron a la Gobernación del Río de la Plata y Paraguay169 en
un determinado momento social, fruto de una peculiar evolución de las relacio-

165
Zea, Juan Bautista de * 18.3.1654, Guaza de Campos; SJ 26.7.1671, Prov. Castellana; †
4.6.1719, Córdoba (Arg.). STORNI 314.
166
Tamburini a Juan Bautista de Zea. Roma, 16 de diciembre de 1719. APA Cartas de PP.
Generales.
167
Así se expresaba P. General Francisco Retz: «Varias vezes se ha juzgado conveniente en
essa provincia no duren por mucho tiempo o muchos años los curas en las missiones, sino que,
passado algun tiempo, se sacassen de ellas para los colegios. Los motivos que se han propuesto,
han sido tan efficaces, [...] passandose los 16 y mas años sin saber la execucion de lo que aca se
ordena o sea porque los provinciales no leen los despachos embiados a sus antecesores o porque
les falta valor para poner en execucion lo que se manda, facilitando su omision (por no darle otro
nombre) lo tarde que esta se sabe en Roma y lo mas tarde que puede remediarse. [...] Estos y otros
muchos motivos junto a las instancias que de nuevo se me hazen, me obligan a la siguiente provi-
dencia, que V.R. pondra en execucion inmediatamente. Ordeno, pues que ningun missionero
nuestro este de hoi en adelante por mas tiempo que el de cinco años en algun pueblo o reduccion,
aunque lo haga bien y con la satisfaccion que se debe, sino que passsados los cinco años sea re-
movido y señalado a algun colegio si lo juzgare assi conveniente el provincial, señalado a otro
pueblo de la misma o de otra mission y en que en quando mas havra de estar otros cinco años».
Francisco Retz a Jaime de Aguilar. Roma, 10 de abril de 1734. Ibidem.
168
Así escribió el P. General Tamburini al Provincial del Paraguay Roccafiorita: «Los excessos
que se me refieren del sumo rigor, con que tratan a los indios, dicen que nacen, como de principal
raiz de que los curas se perpetuan en las doctrinas y hechos siempre a mandar despoticamente,
tratan a los pobres indios de palabra y de obra, peor que si fueran sus esclavos. Baste por prueba
lo que me trae el P. Visitador, de un misionero, que castigo con tanta crueldad a un indio y con
modo tan extraordinario, que no pudo ser mas: solo porque se havia huido de su pueblo, lo hizo
rapar la cabeza hasta las cejas, y atado a un palo lo tuvo al sol desnudo, untado con miel, para que
las avispas, moscas y tabanos lo atormentassen y esto despues de haver precedido los azotes» Mi-
guel Angel Tamburini a Luis Roccafiorita. Roma, 1 de mayo de 1716. Ibidem.
169
El Río de la Plata fue, en un primer momento, un distrito adjudicado por la Corona en ade-
lantazgo a partir de 1534. El régimen de adelantazgo concluyó con las designaciones de goberna-
dores realizadas en forma estable a partir de 1593. Por Real Cédula de 16 diciembre 1617 la pro-
vincia del Río de la Plata fue dividida en Gobernación del Río de la Plata y en Gobernación del
38 MARTÍN MA MORALES, S.J.

nes entre españoles y población indígena, que habían madurado a través de casi
un siglo. A partir de los primeros momentos del contacto poblador, se estableció,
entre españoles y algunos grupos de aborígenes, una alianza étnica que consti-
tuyó una experiencia peculiar. Captar las características de estas relaciones es
condición necesaria para entender, sobre todo, los primeros años de la experien-
cia jesuítica en el Paraguay. Para explicar esta fusión étnica pueden evocarse di-
versas causas. Los guaranís170 vieron en los españoles la posibilidad de establecer
una alianza para luchar contra sus enemigos tradicionales guaycurús y agaces.
Además, la amistad con los españoles podía asegurarles el derecho exclusivo de
la ribera oriental del río Paraguay y ventajas para su economía esencialmente
agrícola, obteniendo para el laboreo instrumentos con los cuales intensificar su
eficacia171. El aliado español pudo ser la ocasión para reivindicar la formación de
grandes «teko’a», o agrupaciones aldeanas, en rivalidad con grupos más conser-
vadores que pretendían mantener su estructura, o contra la «teyy», comunidad
más reducida, que basaba en el concepto de linaje su constitución y funciona-
miento172. Por su parte el español necesitó de la alianza para obtener brazos para
las sementeras y para la lucha contra los naturales adversos. Desde ese momento
el guaraní salió a luchar junto con el español contra enemigos comunes y a
acompañarlo en sus numerosas expediciones173.

Paraguay o Guayrá y Gobernación de Buenos Aires. La disposición acoje los pedidos de división
de la provincia que se efectuaron desde 1545 y que Hernandarias reiteró en 1607 para hacer más
efectiva la presencia española, ante la amenaza portuguesa, enclavada en el Guayrá con las pobla-
ciones de Villa Rica, Jerez y Ciudad Real. En 1615 con el Gobernador Don Manuel de Frías se
planteó nuevamente la cuestión, recordándose la enorme extensión de la provincia que superaba
las 500 leguas. Los límites son aproximadamente los mismos que hoy separan el Paraguay de la
Argentina. El límite occidental del Paraguay quedó constituído por la Cordillera de los Chirigua-
nes, el límite norte, hasta los términos de Santa Cruz por los 190, el oriente guayreño no puede
precisarse. BALLESTEROS Y BERETTA A. (Dir), Historia de América y de los Pueblos Americanos
(Buenos Aires 1942) VIII 573-577.
170
De ahora en adelante el término «guaraní» es empleado no en su sentido etnográfico sino en
el sentido que tuvo a partir del siglo XVI y que englobaba indiscriminadamente distintos grupos
guaraní-parlantes con ciertas semejanzas culturales y establecidos en un determinado habitat. So-
bre distintos aspectos de estos pueblos puede consultarse las obras de B. SUSNIK, Apuntes de et-
nografía paraguaya. (Asunción 1961); Dispersión Tupí-Guaraní prehistórica (Asunción 1975);
El indio colonial del Paraguay (Asunción 1966); Etnografía Paraguaya (Asunción 1978); Los
aborígenes del Paraguay (Asunción 1983); METRAUX A., La Civilisation matérielle des tribus
Tupi-Guarani (Paris 1928).
171
El H. António Rodrigues de la Compañía de Jesús, refleja en carta a la Comunidad del Cole-
gio de Coimbra algunos aspectos de esta alianza étnica, como testigo que fue de la fundación del
fuerte de Nuestra Señora Santa María de la Asunción (1537) «un hombre que llevávamos, que sa-
bía la lengua, empezó a decir a aquellos gentiles (que como nos vieron eran tantos sobre nos que
cubrían la tierra), que nosotros éramos hijos de Dios y que les traíamos nuestras cosas, cuñas, cu-
chillos y anzuelos, y con esto holgaron y nos dejaron en paz hacer una fortaleza». António Rodri-
gues a los Padres y Hermanos de Coimbra. San Vicente, 31 mayo 1553. MHSI Mon. Bras. I
474.
172
SUSNIK, Apuntes, 41.
173
Así por ejemplo puede verse en la relación de Don Domingo Martínez de Irala, entonces Te-
niente de Gobernador de la Provincia del Río de la Plata, en el momento de despoblar Buenos Ai-
res para establecerse en Asunción: «vamos al presente cuatrocientos hombres de paz como vasal-
los de sm. Los indios guranis si quier carios que biben treinta leguas alrededor de aquel puerto [...]
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 39

De estas guerras, españoles y guaranís, obtuvieron, junto con otras ventajas


la posibilidad de hacer esclavos entre los pueblos vencidos174. Entre los Tupís la
práctica de esclavizar estaba muy difundida y encontró decididos aliados en los
portugueses de San Pablo y de San Vicente. Con motivo de las informaciones
solicitadas por la Emperatriz (1530), acerca de los indios llevados a España, se
tuvieron las primeras noticias de este tráfico de los portugueses en el puerto de
San Vicente. El misionero jesuita Alonso de Barzana175 testimonió esta costum-
bre:

La nación que en las fronteras del Piru llaman Chiriguanas, y aquí llamamos guara-
níes, los quales como los españoles, también tiene brío de conquistar las otras naciones, a
las quales todas llaman esclavos, y cuando los rinden se sirven de ellos como tales [...] An
consumido muchas naciones por las continuas guerras que les hacen176.

Lo mismo afirmaba, sobre los guaranís pertenecientes al distrito de la


Asunción, el informe del «jesuita anónimo»:

Es esta gente valerosa en la guerra y donde quiera que estan tienen sujetas las nacio-
nes circunvecinas, son altivos y soberbios y a todas las naciones llaman esclavos sino es
al español, pero no le quieren llamar señor sino cuñado o sobrino porque dicen que solo
dios es su señor, porque como he dicho el ayudar al español y admitirle en su tierra fue
por via de cuñasdazgo y parentesco177.

siempre que se quiere hazer alguna guerra van en nuestra compañía mil indios en sus canoas y si
por tierra los queremos llevar llevamos los mas que queremos con la ayuda de Dios y con el servi-
cio de estos indios hemos destruido muchas generaciones de otros indios que no han sido amigos
especialmente los agaces [...]» Relación de Don Domingo Martinez de Irala en el momento de de-
spoblar Buenos Aires (1541). AGI Justicia 1131. Unos 4.500 indios amigos participaron en una
expedición capitaneada por Alvar Nuñez (1542) contra los Guaycurús; 3.000 indios acompañaron
al capitán Nuflo de Chaves (1546); S. ZAVALA, Orígenes de la Colonización en el Río de la Plata
(Méjico 1977) 47 58. En 1603 Hernandarias organizó una expedición en
vistas a la consolidación política del Chaco constituída por cinco soldados españoles y cuatro-
cientos indios; BALLESTEROS, Historia de América VIII 550.
174
Fray Bartolomé de las Casas denunció en 1543 más de 3.000 indios presentes en Sevilla y
unos 10.000 en los reinos de Castilla. CASAS, Tratado de Indias 56 130-1. La legislación respecto
a la esclavitud de los indios no fue ni constante ni unívoca, a pesar de las Leyes Nuevas (1542) y
de la Rc de Valladolid de 25 septiembre de 1543, al menos hasta las primeras décadas del XVII
cuando la idea se hace cada vez más inadmisible y por lo tanto la lesgislación más decidida. A
este titubeo de la legislación se sumó el aislamiento propio del Río de la Plata, las Leyes Nuevas
no llegaron ha conocerse sino hasta 1558. Al respecto puede consultarse ZAVALA, Orígenes 66 y
ss.
175
Junto con el P. Francisco de Angulo fue uno de los primeros jesuitas que misionaron en la
Gobernación del Tucumán (1585). G. FURLONG, Misiones y sus pueblos de guaraníes (Posadas
1978) 29.
176
Alonso de Barzana a Juan de Sebastián. Asunción, 8 de septiembre de 1594. Mon. Per. V
587. Puede verse además G. FURLONG, Alonso Barzana y su carta a Juan Sebastián (1594) (Bue-
nos Aires 1968).
177
MCDA I 163-167. El editor presenta el documento sin autor. C. BRUNO, Historia de la Igle-
sia en Argentina (Buenos Aires 1966) I 187, cita parcialmente el documento en cuestión dando
otra fecha, 6 enero 1621, y lo atribuye al P. Marciel de Lorenzana de la Compañía de Jesús; señala
además otra edición del informe en REABA 6 (1906) 46.
40 MARTÍN MA MORALES, S.J.

En algo más se equipararon y necesitaron españoles y guaranís: en su ca-


mino de búsqueda de tierras fabulosas y paraísos terrestres178. Los guaranís bus-
caban un paraíso, la «yvy marane’y», la «tierra sin mal»179, como refugio para so-
portar el inminente fin del mundo. No se trataba sólo de un lugar místico sino fí-
sico, que los impulsaba a desplazarse, guiados por sus chamanes, a través de la
selva, afrontando con la fuerza mágica de danzas y cantos el camino hacia el pa-
raíso en cuanto realidad geográfica. Los españoles, por su parte, fueron pródigos
en perseguir el sueño de la Tierra de los Césares180 que era a la vez la posibilidad
real de un camino hacia Potosí y el espejismo de riquezas sin cuento. Entre los
primeros pobladores del Río de la Plata el mito embarcó en empresas fabulosas
al capitán Juan de Ayolas, a Juan de Salazar y a Domingo Martínez de Irala. La
alianza hispano-guaraní se selló con la entrega de mujeres, gesto normal en cul-
tura aborígen dada la tradicional poligamia181. Su cesión era un modo de signifi-
car la hospitalidad y de integrar a los recién llegados con lazos de estrecho pa-
rentesco. La mujer era además una fuerza útil en el trabajo agrícola182 y para el

178
Es de notar cómo algunas crónicas españolas del siglo XVI y XVII dejan entrever una fantasía
que acomuna al europeo y al indígena y abrevia sensiblemente aparentes diferencias entre ellos. A
este respecto puede consultarse E. DE GANDÍA, Historia crítica de los mitos de la Conquista Ame-
ricana (Buenos Aires-Alcalá 1929). En el caso del espacio y tiempo del que se ocupa este estudio
puede verse el libro de A. RUIZ DE MONTOYA, A. Conquista espiritual hecha por los religiosos
[...] (Rosario 1989) y otros relatos presentes en las Cartas Anuas, sobre todo las de los primeros
años, C. LEONHARDT, (ed.) Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucumán, de la
Compañía de Jesús en Documentos para la Historia Argentina vols. XIX-XX (Buenos Aires
1927). Como ejemplo de esta actitud puede citarse tres historiadores jesuitas N. TECHO [Nicolás
Du Toit], Historia de la Provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús (Asunción 1897) 88-
89, P. LOZANO, Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán (Buenos Aires
1874) 276-277; P. CHARLEVOIX, Histoire du Paraguay (Paris 1756) I 143, quienes hablan, sin po-
ner en discusión, de un monstruo sagrado de siete metros de largo, con un cabeza grande cuanto la
de un buey, que se alimentaba de carne humana, que los españoles, que fueron en la expedición de
Alvar Nuñez (1543) al Puerto de los Reyes, habían visto en las cercanías de un templo.
179
METRAUX, 15 y ss. La expresión es usada por A. RUIZ DE MONTOYA, Tesoro de la lengua
guarani compuesto por el Padre Antonio Ruiz de la Compañia de Jesus. (Madrid 1639) 209,
dando como significado «suelo intacto, que no ha sido edificado». Para el concepto de tierra sin
mal puede verse también el trabajo de H. CLASTRES, La tierra sin mal. El profetismo tupí-guaraní
(Buenos Aires 1989).
180
La leyenda de los Césares tuvo su orígen en la expedición de Francisco César, perteneciente
a la armada del Piloto Mayor Sebastián Caboto, quien a fines de 1528 remotó el Río de la Plata en
busca de piedras preciosas y minerales. Según Caboto la expedición, que duró sólo dos meses, ha-
bría llegado hasta los confines del Perú y Francisco César se habría entrevistado con el Inca. De
este viaje surgen las noticias de tierras cargadas de oro y plata que, a pesar del fracaso rotundo de
la misión, encontraron tierra fértil en España y en América.
181
Sobre la poligamia guaraní puede verse el artículo de B. MELIÁ, El «modo de ser» guaraní
en la primera documentación jesuítica (1594-1639) en AHSI 50 (1981) 212-233.
182
Así los testimonió Irala: «los quales [indios] sirven a los cristianos asi con sus personas
como con sus mujeres en todas las cosas del servicio necesarias y an dado para el servicio de los
cristianos setecientas mujeres para que les sirvan en sus casas y en las rozas, por el trabajo de los
cuales y porque Dios ha sido servido de ello principalmente se tiene tanta abundancia de manteni-
mientos que no solo hay para la gente que alli reside mas para mas de otros tres mil hombres en-
cima». Relacion de Don Domingo Martinez de Irala en el momento de despoblar Buenos Aires
(1541). AGI Justicia 1131. En otro tono escribió el factor Pedro de Orantes al Rey (5 marzo
1545) describiendo la situación con un dejo de ironía: «una manera de mantenernos tenemos en
esta tierra y esta si Dios y VM no la pueden escusar la qual es para hazer sementeras tenemos en
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 41

transporte de la carga de guerreros y caminantes183. El español se convirtió así en


tovayá (cuñado) del guaraní, como lo describía el informe del «jesuita anónimo»
al Rey (1620). La fundación de la ciudad de la Asunción se hizo «por vía de cu-
ñadazgo»184. La estructura suscinta del relato no presenta toda la complejidad de
la relación hispano-guaraní pero deja entrever la originalidad de ese pacto.
Los españoles, de alguna manera, entendieron que pasar adelante, esto es, ir
en busca de metales hacia el oeste era un sueño difícil de realizar por dos moti-
vos: ya otros españoles habían llegado a la Sierra de la Plata y atravesar el De-
sierto Verde, la selva chaqueña, era una empresa casi imposible. Estos motivos,
junto con la buena disposición de los guaranís, colaboraron a que el español se
afincara en la tierra, concluyéndose la etapa exploradora y la búsqueda de meta-
les con la gobernación de Irala (1544-1548), aunque a comienzos del siglo XVII
se repitieron algunas aventuras en busca de la ciudad errante de los Césares185. La
fuerza del mito, que fue motor de tantas expediciones y motivo para adentrarse
en la tierra y conocerla, puede ser índice de la desilusión que provocó no encon-
trar metales en las entrañas de aquella provincia a pesar de los nombres que os-
tentaba: Argentina, Río de la Plata186. A medida que la fiebre de los metales pre-
ciosos iba pasando se presentó la realidad del trabajo en los campos, el dominio
del ganado cimarrón, la explotación de cueros y sebo, el cultivo del algodón, del
tabaco y de la yerba mate la cual, con el paso del tiempo, se convirtió en el oro
verde. Todo lo cual implicó echar raíces en la tierra dilatada, fundando ciudades,

nuestras casas muchas yndias y algunas muy parientas y bivimos tan castamente que dios lo re-
medie». R. LEVILLIER, Correspondencia de los Oficiales Reales de Hacienda del Río de la Plata
con Reyes de España (1540-1596) (Madrid 1915) 81.
183
A. NUÑEZ, Comentarios 196.
184
«La fundación de esta ciudad [Asunción] fue más por vía de cuñadazgo, que de conquista
porque navegando los españoles por el Río Paraguay arriba, que es muy caudaloso, los indios que
estaban poblados en este puesto les preguntaron quiénes eran, de donde venían, a dónde iban y
qué buscaban: dijéronselo: respondieron los indios que no pasasen adelante porque les parecía
buena gente, y así les darían sus hijas y serían parientes. Pareció bien este recaudo a los españoles,
quedáronse aquí, recibieron las hijas de los indios y cada español tenía buena cantidad de hijos
mestizos, que pudieron con poca ayuda de gente de fuera poblar todas las ciudades que agora tie-
nen y también las de la gobernación del Río de la Plata [...] llamáronse luego los indios y españo-
les de cuñados, y como cada español tenía muchas mancebas, toda la parentela acudía a servir a
su cuñado honrándose con el nuevo pariente». MCDA I 163-167.
185
Véase por ejemplo la expedición organizada por el gobernador Hernandarias de Savedra en
1604; R. MOLINA, Hernandarias, el hijo de la tierra (Buenos Aires 1948) 147 y ss. Cartas y Me-
moriales de Hernandarias en RevBibNac 1 (1937) 77-78. El primer provincial de la Provincia del
Paraguay, el P. Diego de Torres, aún en el 1609 da noticias de esta ciudad de los Césares: «Ay no-
ticia que aqui cerca [Buenos Aires] estan los Sesares unos españoles que alli llegaron con yntento
de descubrir la tierra y se quedaron alli». Carta Anua de la Provincia del Paraguay (17 mayo
1609) ARSI Paraq 8.
186
El nombre de «Río de la Plata» fue conocido primeramente como «Río de Solís» según el
nombre del Piloto Mayor Juan Díaz de Solís que lo recorrió por vez primera en 1516. El primer
mapa fechado en el que aparece la denominación «Río de la Plata» es de 1526, aunque el uso es
del nombre es anterior. El nombre del río dió nombre a la tierra: «Argentina» ya usado a partir de
mediados del siglo XVI. El nombre «Argentina» fue consagrado por el poema épico homónimo de
Martín Barco de Centenera, perteneciente a la expedición del Adelantado Juan Ortiz de Zárate
(1575) y luego arcediano de la Iglesia del Paraguay. V. SIERRA, Historia de la Argentina (Buenos
Aires 1967) I 194.
42 MARTÍN MA MORALES, S.J.

debiéndose procurar una notable fuerza de trabajo, establecer, por lo tanto, rela-
ciones duraderas con los naturales de por sí dispersos y seminómadas. En defini-
tiva, otro estilo de vida del que pudo resultar de la explotación minera, según el
modelo mejicano o peruano, el cual ofrecía una ganancia más inmediata y apro-
vechaba una fuerza de trabajo ya estructurada, sedentaria. Modelo este que lle-
vaba, no tanto a instalarse en el territorio, como a un incensante peregrinar en
búsqueda de nuevos yacimientos o volver a la Península cargado de metales o de
frustraciones.
El aprovechamiento de la mano de obra no siempre contó con la disponibi-
lidad de los indios, sobre todo cuando se pretendió establecer un trabajo agrícola
sistemático con los ritmos y modos de producción conocidos por los españoles.
Por parte española se dieron no pocos abusos, sobre todo en la explotación de la
fuerza de trabajo femenina. La mujer guaraní que, en un primer momento, fue
símbolo del pacto hispano-indígena y por lo tanto, donación voluntaria, con el
pasar de los años fue objeto de rancheadas, de ventas y rescates. El español ade-
más de ocupar las indias en trabajos a su beneficio, ocupó sus vientres debili-
tando notablemente el crecimiento demográfico de los indígenas187. La alianza
originaria fue adquiriendo cada vez más las características de un «yanaconato
por sangre» al haberse cambiado el sueño de los metales por el trabajo intensivo
en los maizales188. Los guaranís se sintieron traicionados por sus «cuñados» que
habían comenzado a abandonar las expediciones exploradoras y por tanto la bús-
queda de tierras mejores. Vieron alejarse, también, la posibilidad de aumentar la
propia hegemonía entre los pueblos vecinos.
El «no pasar adelante» cambió los términos de la alianza guerrera y pere-
grina en relaciones de trabajo cuando no de explotación; los españoles se presen-
taron entonces, a los ojos guaranís, como «karaí»189. La sublevación de más de
8.000 indios, con ocasión del Jueves Santo de 1539, fue signo claro que la

187
En estos términos presentó su informe al Rey el Factor Pedro Dorantes: «Una manera de
mantenernos en esta tierra, la cual me parece muy perjudicial a nuestras conciencias y aun a la po-
blacion de la tierra [...] tenemos en nuestras casas muchas indias, y algunas muy parientas [...] y
por tenerlas nosotros los indios dejan de multiplicar [...] y lo peor es se venden entre nosotros
como si fuesen esclavas». Carta del Factor Pedro de Dorantes al Rey. Asunción, 5 marzo 1545. R.
LEVILLIER, Correspondencia de los Oficiales de Hacienda I 80. El mismo Dorantes en otro in-
forme reiteró sus denuncias: «La costumbre vieja que tenemos en servirnos de los indios por tener
a sus hijas y parientas, que, dejando aparte las fuerzas que a los dichos indios se les ha hecho to-
mandoles sus mujeres, hijas y parientas, así por algunos cristianos como por otros indios para dar
a los cristianos, para por esa vía tener el dicho servicio [...] es en muy gran perjuicio al bien de
esta tierra, porque por tener los cristianos gran número de indias como tenemos, a los indios les
faltan y dejan de multiplicar, y la tierra se pierde como sé por experiencia que solía estar muy po-
blada y ahora está por muchas partes despoblada». Carta del Factor Pedro Dorantes al Rey. Asun-
ción, 28 septiembre 1526. Ibidem I 208.
188
La transformación de la alianza puede verse en SUSNIK, El indio colonial I 10 y ss.
189
El término en guaraní significa «señor», «dueño», «amo». Téngase en cuenta, además, el
matiz de que de él da RUIZ DE MONTOYA en Tesoro 90 de «astuto» y «mañoso». Sobre la historia
y uso del vocablo véase B. MELIÀ, El guaraní conquistado y reducido (Asunción 1986) 25-29.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 43

alianza entre unos y otros no fue inmediata a la llegada de los españoles190. Para-
dojalmente fue una india la que dió aviso al capitán Juan Salazar de Espinosa
quien logró desbaratar la ofensiva. Una vez más el informe del «jesuita anó-
nimo» nos presenta algunos datos acerca de este cambio de actitud y sus conse-
cuencias:

como estaban en el paraiso de Mahoma se governaban a su modo, y assi su gobierno


mas era dispotico y tiranico que politico y cristiano [...] Empero despues viendo los indios
que los españoles no los trataban como cuñados y parientes sino como a criados se co-
menzaron a retirar y no querer servir al español. El español quiço obligarle: tomaron las
armas los unos y los otros y de aqui se fue encendiendo la guerra la qual ha perseverado
casi hasta agora191.

Los sueños de la Sierra del Plata y del Dorado no pudieron ocultar una rea-
lidad cruda que a menudo aparece en relatos e informes: el grito del hambre192.
Es frecuente encontrar en los informes de las autoridades al rey los lamentos por
la «pobreza de la tierra». Es posible que en algunas ocasiones éstos fueran exa-
gerados, para obtener diversos beneficios; pero no fue menos cierto que el signo
de la pobreza acompañó estas gobernaciones y en un modo especial a la del Pa-
raguay, debido a las condiciones de su desarrollo agrícola y por la situación que
le cupo dentro del enclave geopolítico. A pesar de que el pacto inicial, en distin-
tos momentos se convirtió en explotación, el nivel de vida en las dos goberna-
ciones, Paraguay y Buenos Aires, fue más que austero. Para darse una idea de
esta pobreza, basta recorrer la lista de «servicios» que presenta el gobernador
Irala a Carlos I para poder seguir gozando de unos indios de servicio a pesar de
su voluntad de hacerse clérigo: hizo con sus manos anzuelos y aparejos, peines,
cuchillos de rescate, fuelles, tijeras y agujas para hacer alpargatas y vestidos, un
husillo y una rueda para moler la caña de azúcar «a la manera como se muele en
Motril» y tantas otras cosas de utilidad193.
La ausencia de moneda metálica fue un dato elocuente de esta situación. No
había oro ni plata ni otras cosas en la tierra para poder contratar en manera de
moneda. Fue así que el Gobernador Irala (1541) estableció las distintas equiva-
lencias con la moneda de la tierra: un anzuelo de malla un maravedí, un anzuelo

190
Juan Salazar de Espinosa fue el fundador de la casa-fuerte de Nuestra Señora de la Asunción
el 15 de Agosto de 1537. La sublevación es presentada en la historia (1673) de Techo, 78-79. Se-
gún Techo es a partir de la sublevación que la alianza se hace «oficial»: «Esto hizo que reconoci-
dos los indios, faltándoles mujeres a los europeos, les dieran en adelante sus hijas y hermanas en
matrimonio». Idem. La noticia la trae también CHARLEVOIX I 79, especificando algo más las mo-
tivaciones de la rebelión.
191
MCDA I 163-167.
192
La expresión es de Grousac citada en ZAVALA, Orígenes 13. La antropofagia practicada por
los españoles sitiados en la primera Buenos Aires fue índice de la situación extrema que se vivió
en la etapa fundacional.
193
Carta de Domingo Martinez de Irala al Emperador Don Carlos, Asunción 2 Julio de 1556.
Cartas de Indias (Madrid 1974) 622-628 (= BAE 265) en ella confiesa Irala que tuvo que apren-
der todas estas artes prácticas: «siendo un pobre estudiante que no sabia de ofiçio ninguna cosa
alguna».
44 MARTÍN MA MORALES, S.J.

de rescate cinco maravedíes, un escoplo dieciseis, un cuchillo veinticinco194. Para


el Teniente de Gobernador Don Francés de Beaumonte y Navarra (1599) la falta
de moneda corriente de plata era la causa y orígen de que en la gobernación hu-
biera gente ociosa, que querían vivir como los indios y en desorden, no pudiendo
pagar ni jornales ni salarios «como en todas las demás provincias del mundo
donde viven con razón y policía»195. Por el contrario, para Juan Romero, uno de
los primeros misioneros jesuitas en el Paraguay (1606), la falta de plata en esta
tierra era su mayor riqueza: «no ay alla plata y es lo mejor que tiene»196. A la au-
sencia de riquezas mineras debe sumarse, como causa del estancamiento econó-
mico de la zona, la dificultad de exportar los productos agropecuarios al hallarse
Asunción fuera de la ruta principal de América del Sur que unía Lima y Buenos
Aires. La falta de una salida atlántica obligó al Paraguay a supeditar sus destinos
económicos a Buenos Aires.
Por otra parte, la competencia con Tucumán, que contó con el apoyo de
los intereses portugueses, ayudó a debilitar aún más la economía paraguaya
que encontró algun alivio en el proteccionismo oficial, pero que no la rescató
de un nivel de autosubsistencia y de una situación de aislamiento197. En Buenos
Aires el panorama ecónomico y social no era mejor. A la llegada de la ex-
pedición del obispo Vázquez de Liaño y del nuevo gobernador Don Diego
Rodríguez de Valdés y de la Vanda (enero 1599) la situación era de miseria
según las informaciones levantadas por sus vecinos y autoridades. Se necesi-
taban medios para la defensa: pólvora, mecha, plomo, hierro, remedios y he-
rramientas. No había vino tan siquiera para decir misa: «padesemos de mucha
necesidad de muchas cosas necesarias para pasar la vida humana en esta dicha

194
Llamábase «moneda de la tierra» a una moneda-mercancía que consistía en una serie de pro-
ductos que eran tasados en moneda de Castilla. SIERRA I 509. Los Reyes Católicos, por pragmá-
tica de Medina del Campo a 13 de junio de 1497, se creó en Castilla el excelente de la granada o
ducado, que fue un duplicado del ducado veneciano. El excelente equivaldría a 375 maravedís, a
11 reales y un maravedí o 375 maravedíes de vellón. En 1537 Carlos I ordenó la acuñación de
escudos de 22 quilates de ley, con una equivalencia de 350 maravedís, en 1548 se incrementó la
circulación del vellón y en 1552 se redujo el contenido de plata en el mismo, por la afluencia de la
plata americana, compensando con cobre la reducción. Una pragmática de 23 de noviembre de
1609 elevó la equivalencia del escudo a 440 maravedís, en 1642 pasó a 550 maravedís. La Casa
de Moneda de México no lanzó oro amonedado hasta 1675. En Perú existía el oro ensayado de tri-
buto con una equivalencia de 425 maravedís. En 1565 Felipe II dispuso la creación de la Casa de
Moneda de Lima, para acuñar moneda de plata con el mismo valor que la de Castilla. Por orde-
nanza del 7 noviembre de 1544, dada por el Gobernador Irala, se establecieron los siguientes pre-
cios: 8 huevos, 1 cuchillo; 3 libras de pescado de espinel, 1 cuchillo; 2 libras de pescado de red, 1
cuchillo; 2 gallinas caseras, 3 cuchillos. Esta situación, variando las equivalencias, se mantuvo
durante todo el siglo XVII. E. CARDOZO, Las primeras monedas del Paraguay en Actas del II
Congreso Internacional de História de América (Buenos Aires 1938) 490-501. R. DE LAFUENTE
MACHAIN, El gobernador Domingo Martínez de Irala (Buenos Aires 1939) 415-416. E. HAMIL-
TON, American Treasure and the price Revolution in Spain (New York 1975) 60 y ss.
195
ZAVALA, Orígenes 478.
196
Carta del P. Juan Romero al P. Provincial del Perú, 7 mayo de 1606. ARSI FG 1486/3/
1.
197
A este respecto puede consultarse MORA MÉRIDA cap. IV.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 45

ciudad [...] lo otro lienso y paño para que podamos vestirnos y no andemos
desnudos198.
Desde el punto de vista social, pueden subrayarse las siguientes caracterís-
ticas. Los hijos nacidos en este mundo mestizo, fueron llamados mancebos de la
tierra. Algunos informes de la época los describen: «muy curiosos en las armas,
grandes arcabuzeros y diestros a pie y a caballo [...], para el trabajo y amigos de
la guerra»199, «muy hábiles y de gran ingenio»200; bien que de «muy poco rres-
pecto a las justiçias [...] y a sus padres y maiores»201. Su número creció vertigino-
samente. En 1542 había en la Asunción 3.000 niños mestizos que vivián en 260
teyupá o comunidades mixtas202; en 1575 los mestizos se contaban en 10.000 y
280 los vecinos203.
Estos «mancebos de la tierra» fueron fundadores de pueblos; por esto, se
les concedió un status que los equiparaba en todo a los españoles, sin referencia
alguna a la legitimidad de su origen. Esta igualdad provenía de lo estipulado por
las Ordenanzas para nuevos poblamientos de Felipe II (1573) en las cuales se
estableció que todo fundador, asentado en América, podía ser considerado, él y

198
Información levantada por un vecino de Buenos Ayres entre los habitantes, para exponer el
estado de miseria de la Ciudad al Rey. Buenos Ayres, Mayo 1599. R. LEVILLIER, Correspondencia
de la Ciudad de Buenos Aires con los Reyes de España (Madrid 1915) I 436. Otros informes de
este tenor pueden verse en Ibidem I, 5-37, 43-68, 271-272. En la información producida por el
procurador de la Ciudad Juan de Díaz de Ojeda ante el gobernador Hernandarias se detalla el
estado de miseria de la ciudad, se solicita la introducción de 300 negros al año, el envío de 200
hombres casados para la defensa, que se manden las necesarias piezas de artillería y que se pueda
comprar en la costa del Brasil vino, azúcar y cera. En la información se presentan como testigos,
entre otros, Fray Baltasar Navarro comisario y visitador general de la Orden de San Francisco
para la Gobernación del Río de la Plata, Fray Francisco de la Cruz custodio de la Gobernación del
Paraguay, Fray Juan de Escobar, franciscano, Comisario de la Santa Cruzada, Fray Agustín de
Moya guardián del convento franciscano de la ciuad de Buenos Aires, Fray Bernaldino de la Raga
y Fray Francisco Rivero de la Orden de los Predicadores, vicario provincial, y Padre Martín Jua-
rez de Toledo cura y vicario de la ciudad. Ibidem I 167-270.
199
Carta del Tesorero de las Provincias del Río de la Plata Don Hernando de Montalvo al Rey.
La Asumpción 15 noviembre de 1579. LEVILLIER, Correspondencia de los Oficiales 317.
200
Mon. Bras. I 474.
201
LEVILLIER, Correspondencia de los Oficiales 317.
202
SUSNIK, Los aborígenes II 53.
203
T. CAÑEDO-ARGUELLES FABREGA, El hispano-guaraní. Asimilación y rechazo como facto-
res determinantes de una mentalidad en América encuentro y asimilación (Granada 1989) 88. La
Carta Anua de 1609 de Diego de Torres da las siguientes cantidades de vecinos: para la Ciudad de
Concepción del Bermejo 70, Corrientes 60, Asunción 200, Villa Rica 100, Espíritu Santo 60, Je-
rez 60, Buenos Aires 60. Anuas I, 1 y ss. Otras proyecciones demográficas pueden consultarse en
MORA MÉRIDA 47 y ss. Juan Ramírez de Velazco, gobernador del Río de la Plata, afirmaba en sus
Ordenanzas (1597) que en la ciudad de Asunción había 2.000 mujeres y «tan solamente doscien-
tos onbres». J. GARCÍA SANTILLÁN, Legislación sobre indios del Río de la Plata en el siglo XVI
(Madrid 1928) 371. El número creciente de mestizos puede verse en otras ciudades iberoamerica-
nas de ese momento: «Respondieron los Padres que no parece conveniente que la Compañía
funde colegio en Potosí, por no estar firmes las cosas de aquel asiento, y aver temor que no durará
mucho tiempo, y porque allí no hay muchachos españoles a quien se pueda leer sino solos mesti-
zos». Juan de la Plaza a Everardo Mercuriano. Lima, 5 abril 1579. Mon. Per. II 650. Estos con-
ceptos pueden encontrarse también en una carta de Fray J. de Zúñiga al Rey: «si no, díganlo las
escuelas de Quito, a donde hay más de tres mil muchachos los dos mil son mestizos [...] Pero ¿qué
quiere V.M. que enseñen mestizos de que la tierra está llena?». Fray J. de Zúñiga al Rey. Quito.
CODOIN 1a XXVI 87-121.
46 MARTÍN MA MORALES, S.J.

sus descendientes: «hijosdalgo y personas nobles de linage de solar conocido»204.


«Mancebos» fundaron la ciudad de Ontiveros en 1554, Ciudad Real en 1557,
Santa Cruz de la Sierra en 1561, Villa Rica en 1560. Con Juan de Garay un
grupo de mestizos fundó la ciudad de Santa Fe en 1573. Alrededor de unos 4000
indios acompañaron a los mancebos de la tierra que partieron de la Asunción
para sus empresas pobladoras. Según el testimonio (1605) de los oficales reales
Eyzaguirre y Olaberriaga las fundaciones de las ciudades fue hecha «[...] con la
gente que Dios nuestro Señor a servido de multiplicar en esta cibdad, porque
aunque an avido españoles de estas poblaciones el número principal y mayor an
sido nuestros hijos nacidos en la tierra»205. Este dato fue recogido en el ya citado
informe del «jesuita anónimo»: «y cada español tenía buena cantidad de hijos
mestizos, que pudieron con poca ayuda de gente de fuera poblar todas las ciuda-
des que agora tienen y también las de la gobernación del Río de la Plata»206. Esta
experiencia de fundaciones, hechas mayoritariamente por mestizos, fue única en
Iberoamérica. En ambiente eclesiástico fueron comunes las críticas a lo que fue
visto sólo como el fruto de un difuso amancebamiento. Algunos clérigos y reli-
giosos levantaron su voz movidos por criterios de moralidad que normalmente
les impidió valorar los aspectos positivos del mestizaje207. Es verdad que el in-
forme del «jesuita anónimo» afirmaba que los orígenes de la ciudad de la Asun-
ción pasaron por la «vía del cuñadazgo». Pero valoraciones de tipo moral, pre-
conceptos culturales y quizás una experiencia peruana de las relaciones entre es-
pañol e indio, fueron óbice para él, y para muchos de sus compañeros, para de-
ducir todos los corolarios del difundido mestizaje, para corroborar sus virtudes,
para corregir los defectos y abusos que pudiera dar ocasión con remedios efica-
ces y adecuados. La situación que se creó fue llamada por el presbítero Fran-
cisco González Paniagua el Paraíso de Mahoma:

es el otro caso muy en favor de Mahoma y su alcorán y aún me parece que usan
más libertades que él pues el otro no se extiende más de a siete mujeres y acá tienen
algunos más de setenta digo a Vra S.a Ilma. que pasa ansí que el cristiano que está
contento con cuatro indias es porque no puede tener ocho y el que con ocho porque
no puede haber diez y seis [...] sino es alguno muy pobre no hay quien baje de cinco
y de seis [...] los hermanos que tienen las indias de cualquier cristiano no los llama
tal cristiano hermanos de mis criadas o mozas sino hermano de mis mujeres y mis

204
Así el texto correspondiente de las Ordenanzas: «a ellos y a sus descendientes legitimos,
para que en el pueblo que poblaren, y en otras qualesquier parte de las Indias sean hijosdalgo y
personas nobles de linage de solar conocido y por tales sean avidos y tenidos y gozen de todas las
honras y preeminencias y puedan hazer todas las cosas que todos los hombres hijosdalgos y ca-
valleros de los Reynos de Castilla segun fueros, leyes y costumbres de España pueden y deven
gozar». ENCINAS IV 241.
205
Probanzas de Bernardo de Espínola (1605) en Colección de Copias del Archivo General de
Indias (Biblioteca Nacional de Buenos Aires).
206
MCDA I 163-167.
207
Sobre la actitud de los clérigos informantes puede verse E. SERVICE, Spanish-Guarani rela-
tions in early colonial Paraguay (Michigan 1954) 34.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 47

cuñados y suegros y suegras con tanta desvergüenza como si en muy legítimo matrimonio
fuesen ayuntados a las hijas de los tales indias e indias que así de suegros intitulan»208.
Otro de los críticos más acérrimos de estas uniones y de los abusos a los
cuales se prestaban fue el clérigo Martín González209 residente en la Asunción.
No fue fácil captar la peculiaridad de la situación que se había generado en el
Paraguay, por la originalidad de la misma, por las distancias, por los informes
interesados, por la mentalidad de las autoridades que sobre todo, dirigiéndose al
monarca, se presentaban dentro de un cierto tipo de cánones. Sin duda alguna
que los numerosos informes del Virrey Toledo sobre la situación del Paraguay
«tierra desbaratada y mal asentada, gobernación monstruosa»210, manifiestan una
mentalidad que muy probablemente compartieron los misioneros jesuitas que
del Perú fueron al Paraguay. Para la mayoría de los jesuitas que descendieron del
Perú hacia el Paraguay a fines del siglo XVI y comienzos del XVII el panorama
étnico y cultural se presentaba claro, casi esquemático: el tejido social estaba
compuesto por realidades distintas: un mundo representado por los españoles y
otro el de los indios. No todos fueron capaces de advertir, como lo hizo Acosta,
que «la muchedumbre de los indios y españoles forman una sola e idéntica co-
munidad política [«eademque respublica»] y no dos distintas entidades entre
sí»211. Era la realidad mestiza que estaba constituyendo la América. La acción de
los jesuitas, el «potissimus finis» por el cual la Compañía de Jesús se hallaba en
el Perú, era procurar la salvación de los indios, según lo declarado por la primera
Congregación Provincial (1576), en la que el pensamiento de Acosta tuvo una
influencia determinante. Finalidad que fue ampliamente confirmada por el Ge-
neral Acquaviva con su carta sobre el apostolado indígena (1584)212. Detrás de
esta declaración se encuentran rastros de una formación teológica que había sido
encarnada por la segunda generación de profesores de Salamanca, especialmente
por Fray Domingo de Soto, donde se habían formado algunos de los misioneros
que luego marcharon para el Perú. Se creó en torno al español que había deci-
dido pasar a América, llamado «perulero» o «indiano», una desconfianza radi-
cal. Como se ha visto, según el P. Rufo, para José de Acosta la mayor parte de
los españoles, que habian ido a probar fortuna en América, eran la hez de Es-
paña. Por esta especie de presunción de deshonestidad, el español en Indias ten-
drá que probar su honradez. De esta presunción no estaban exentos ni siquiera

208
Francisco González Paniagua al Cardenal Juan Tavera. Asunción, 13 abril 1546. AGI Justi-
cia 1131. La expresión aparece también en el citado informe del «jesuita anónimo»: «e como
estaban en el paraiso de Mahoma se governaban a su modo». MCDA I 163 y ss.
209
J. DE MATIENZO, Gobierno del Perú (1567). Édition et étude préliminaire par G. Lohmann
Villena (Paris 1967) 292, da noticia de las crueldades que hacían los españoles con las indias de
servicio: «De éstas y de otras muchas crueldades y vicios diabólicos se hizo una comedia y se re-
presentó en la ciudad de la Asunción que compuso un Martín González, clérigo, en que les repre-
sentó las maldades que hacían, por muy buen estilo, y algunos de ellos lo quisieron matar».
210
R. LEVILLIER (ed), Gobernantes del Perú. Cartas y Papeles. Siglo XVI (Madrid 1924) VI 17
22-31.
211
ACOSTA, De Procuranda Lib. III c. 18. De la misma opinión SOLÓRZANO, Política Indiana
L II c. 6 § 1.
212
Aquaviva a Baltasar Piñas. Roma, 15 de junio de 1584. Mon. Per. III 436-452.
48 MARTÍN MA MORALES, S.J.

los eclesiásticos213. Se llegó a afirmar que, a excepción de la Compañía de Jesús,


el resto, seglares y eclesiásticos, estában movidos sólo por la «cobdicia», descui-
dando el único fin de la presencia española en América: el anuncio del Evange-
lio a los indios214. Algunos años más tarde (1603) Diego de Torres, repitió los
mismos conceptos al entonces Presidente del Consejo de Indias Don Pedro Fer-
nández de Castro215.
El mestizo, según algunos, recibía lo peor del español y del indio. Del pri-
mero, heredaba su picardía, la codicia, los malos ejemplos; mientras del segundo
la inconstancia, la haraganería, el vicio de la borrachera. A esta visión esquemá-
tica y radical se sumó la corriente aislacionista, la cual rechazaba toda posible
integración entre los aborígenes y los españoles216. Por las deformaciones y abu-
sos, a los cuales estuvo sujeta la institución de la Encomienda, en el derecho y en

213
En este sentido puede verse la dura acusación del P. Provincial Ruiz del Portillo en carta a
Francisco de Borja: «Una cosa me mueve a desear venga mucha [gente] que es de estar edificada
esta nueva Iglesia con tanto mal exemplo; que aunque no sea sino por que entiendan las nuevas
plantas qué pura es la Iglesia, y su doctrina y exemplo, y cómo no es avarienta ni dishonesta, ni
amiga de disensiones; porque acá no se trata ni piensa que ay confesar ni hazer ministerio spiri-
tual, sino a poder de pesos de plata; y póneles pasmo ver que la Compañía haga libremente, y glo-
rifican a Dios. La deshonestidad de los eclesiásticos y religiosos es tan común al tratar della, que
quasi no la tienen por mala, en usarse tanto tomando a los pobres indios sus mugeres y hijas los
que los avían de doctrinar. Pues disensiones entre Obispos y governadores, religiosos y Obispos y
eclesiásticos, es scisma que espanta; y la pobre Iglesia nueva, qué ha de hazer». Ruiz de Portillo a
Francisco de Borja. Cartagena, 2 de enero de 1568. Ibidem I 173-178. Diego de Torres Bollo
creyó que era más oportuno que para curas de indios fuesen los nacidos o criados en América
«que por lo menos hazen ventaja en saber la lengua y costumbres de los Indios y no tener codicia
de venir a España». Diego de Torres Bollo a Don Pedro Fernandez Castro Presidente del Consejo
de Indias (1603). Ibidem VIII 465 § 8.
214
De esta manera escribió el P. Hernández: «Y con ser esto ansí, son muy pocos los que atien-
den a esto, digo los que se encargan desto de veras; porque aunque ay muchos así de los ecle-
siásticos como de los seglares que están encargados dello, unos para el govierno temporal y otros
para lo de las almas y para darles doctrina, Vuestra Señoría entienda que de los más, o todos, po-
demos dezir que: Omnes querunt quae sunt et non quae Jesu Christi. Los seglares todos tienen
atención a ser ricos y allegar muchos millares de pesos o muchas barras o heredades o minas y to-
dos procuran de servirse o ayudarse de los pobres indios para este efecto; y plugiese a Dios que
parase la cobdicia en los seglares o que, ya que los eclesiástios la tuviesen, fuese mezclada con
zelo de querer convertir a estos pobres indios y con zelo de querer buscar medios para convertiros
y darles a entender el engaño en que están y el camino de la verdad; pero creo que son muy pocos
los que buscan esto, porque vemos y sabemos de los más que omnes avaricia studet, como dice el
Propheta». Bartolomé Hernández a Don Juan de Ovando. Lima, 19 de abril de 1572. Ibidem I
461-475.
215
«La infinita misericordia y clemencia de Dios nuestro Señor nos obliga a entender y tener
por certíssimo que el fin principal que su providencia y sabiduría tuvo en el descubrimiento de las
Indias fue la salvación de los Indios [...] se pone tan poco remedio como en la christiandad de los
ya convertidos, y menos que en todo en su conservación [...] teniendo en el govierno y provisio-
nes por fin principal el oro, plata y tesoros». Diego de Torres Bollo a Don Pedro Fernández de
Castro (1603). Ibidem VIII 460 § 2-3.
216
El Virrey Toledo tendió con su política de reducciones a evitar el «mal ejemplo» de los
españoles, del cual estaba convencido; refieriéndose a las gobernaciones monstruosas de Para-
guay, Tucumán y Santa Cruz de la Sierra afirma: «quanto a lo de Dios los pobladores de cristia-
nos se han ydo ha hazer barvaros y los naturales no vieron ni oyeron doctrina del evangelio sino
experimentaron y esperimentan la tirania y el mal exemplo de los que se la venian a dar». Carta de
D. Francisco de Toledo a S.M. sobre distintas materias de gobierno. Los Reyes, 23 Marzo 1577.
LEVILLIER, Gobernantes del Perú VI 5-21.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 49

la práctica, creció la distinción entre reducción y sistema encomendero a la vez


que se desarrolló la «doctrina del mal ejemplo». Numerosos informes de media-
dos del siglo XVI, entre los que cabe destacar la Información en Derecho, de Don
Vasco de Quiroga, denunciaron como algo nocivo para el indio el contacto con
el español. Esta separación fue formulada en el concepto de las dos repúblicas:
la República de Indios y la República de Españoles. A partir de entonces la re-
ducción fue el lugar donde se realizó esta separación, a pesar de que la realidad
americana estaba siguiendo otros caminos de fusión y mestizaje. Las leyes de se-
paración residencial, generadas en gran parte a partir de la experiencia y presen-
cia de los religiosos en los pueblos de indios fueron recogidas, en el Libro VI0,
Título III0 de la Recopilación de 1680. Bartolomé de las Casas quien no ignoró
las maldades de algunos españoles, que destruían las Indias convertiéndola en
una república cavadora, nunca perdió de vista la esperanza y la posibilidad de la
convivencia entre españoles e indios, como compañeros217. Las reducciones fue-
ron la alternativa a esta esperanza.
4.2 La Coyuntura Geopolítica: el proyecto de Hernandarias de Saavedra
El comienzo del siglo XVII coincidió con el desarrollo de una nueva con-
ciencia territorial en la Gobernación del Río de la Plata encarnada en Hernando
Arias de Saavedra, quien por casi veinte años gobernó sus destinos. El influjo
político de Hernandarias218 se extendió desde 1592 a 1621. Si bien no siempre en
una acción de gobierno continua, su persona fue polo alrededor del cual y por el
cual se movió la vida eclesial y civil. Como muchos hombres de su época fue
arrastrado por la fuerza del mito de los Césares. La fuerza del mito, una vez más,
se mostró como motor necesario para internarse en el territorio y consolidar su
dominio219. Participó en el 1578 con el gobernador Gonzalo de Abreu, en la expe-
dición de los Césares, en la región del Tucumán, bajó con Garay arreando ga-

217
Sobre los proyectos lascasianos de poblamiento puede consultarse M. GIMÉNEZ FERNÁN-
DEZ, Bartolomé de Las Casas (Sevilla 1960) I 597 y ss.
218
Sobre su figura puede consultarse la obra de MOLINA, Hernandarias. Nació en la Asunción
en 1560. Hijo del capitán Martín Suárez de Toledo y de doña María de Sanabria, que en su primer
matrimonio con el capitán Hernando de Trejo y Sanabria tuvo dos hijos: Hernando de Trejo y Sa-
nabria, luego obispo del Tucumán, y María de Trejo y Sanabria. Murió el 11 de octubre de 1628.
Hernandarias tuvo siete hermanos, entre ellos Francisca de Saavedra que casó con el general
Francisco González de Santa Cruz, hermano de Roque González de Santa Cruz jesuita mártir en
el Caaró.
219
Diego de Torres, primer provincial de la Provincia del Paraguay, en una carta de 1609 da de-
talladas noticias de los habitantes de esta tierra fabulosa: «Ay noticia que aqui cerca [Buenos Ai-
res] estan los Sesares, unos españoles que alli llegaron con yntencion de descubrir la tierra y se
quedaron alli, son muchos, no tienen noticia de la fe, de sus passados, son muy altos y balientes,
mas blancos que los indios del Paraguay, andan desnudos el ymbierno, por ser riguroso, traen sus
mantas de pellejos de nutrias desde el cuello hasta lo pies y quando trauajan por estar mas expedi-
tos se la quitan hombres y mugeres. Traen sarcillos por galanteria y horandanse el labio ynferior y
las narizes y de alli cuelgan un pedazo de oro o marfil, traen el cauello como los demas indios ha-
sta los hombros, andan siempre bagando por el campo y casando muchos generos de animales que
tienen en abundancia de que se sustentan, duermen en el suelo para el ymbierno tienen algunas
chosas donde recogerse y esta tan reciuido entre ellos la embriaguez que la tienen por honrra».
LEONHARDT XIX 18.
50 MARTÍN MA MORALES, S.J.

nado para la fundación de Buenos Aires. Intervino en la fundaciones de Salta en


1582, en la de Concepción del Bermejo en 1586 y en la de Corrientes en 1588.
En 1604 capitaneó una nueva jornada hacia la Ciudad de los Césares, esta vez
hacia la Patagonia. La expedición recorrió la distancia que separa la ciudad de
Santa Fe hasta el Río Negro. Se pusieron en marcha ciento treinta soldados, sete-
cientos indios, seiscientos vacunos y otros tantos caballos, setenta carretas con
sus bueyes. La expedición hacia el sur duró un año y dos meses habiendo reco-
rrido más de quinientas leguas en condiciones de extrema dificultad. El fracaso
de la misión fue rotundo pero no fue menos rotunda su importancia. Desde en-
tonces Hernandarias no soñó más con la Ciudad Errante sino con planes pobla-
dores para asegurar y defender el territorio. Se presentaba por entonces como ne-
cesidad imperiosa erradicar la presencia portuguesa del Río de la Plata y frenar
su avance hacia el Paraguay. Por Real Cédula, dada en Ventosilla en 17 de octu-
bre de 1602220, se ordenó la expulsión de los portugueses.
Dos años más tarde de la jornada de los Césares, en 1607, planificó Hernan-
darias una jornada hacia las provincias del Mbiazá y San Francisco para detener
el avance portugués. La expedición partió de Santa Fe con 70 soldados. El Go-
bernador quedó convencido de la necesidad de poblar el vasto territorio que se
extendía desde el río Uruguay hasta la ciudad de Santa Catalina en la costa atlán-
tica y hacer de la futura Montevideo la cabeza de la fundación. El proyecto fun-
dacional fue presentado al Rey en carta de 12 de mayo de 1609221. La población
de esta provincia junto con la que él mismo había descubierto años antes, lla-
mada de Manso, hoy Chaco, haría posible «traer de la villa ymperial de Potosi la
plata de Vuestra Magestad y particulares a embarcarse al puerto de Santa Cata-
lina en que se ahorraran grandes riesgos y gastos [...]»222. El proyecto, lamenta-
blemente, no tuvo ningún eco positivo en el Consejo de Indias. La reducción fue
para la Corona el medio para dar estabilidad al dominio territorial, el espacio
donde organizar la evangelización, administrar la mano de obra y velar por la
justicia:

En este tiempo se continuo el Real serviçio de Vuestra Magestad en aquella çiudad


en haçer que en conformidad de las dichas ordenanças se reduxesen los naturales sa-
candolos para el efecto de los montes y otras partes donde estauan, algunos por huir
de la servidumbre, otros por vexaçiones que an reçeuido de los capitanes passados, en

220
Recopilación (1680), Ley 9 Tít. 27 Lib. IX.
221
RBN I/3 (1937) 586-592.
222
Continuaba así el cálculo de Hernandarias: «porque los primeros pueblos de españoles del
piru que son tarija y tomina y otros de la frontera que confinan con la dicha provinçia, la qual lla-
man de chiriguanas no puede haver quando mucho hasta la çiudad de la asumpçion y çiudad de la
concepcion de este gobierno y hasta la dicha ciudad de bera de las corrientes más de cien leguas, y
quando vengan a haçer algunas mas vendra a ser desde potosi al puerto de santa catalina doçientas
y treynta leguas de caminos menos transitados que los que agora se caminan con la plata y la na-
vegaçion del dicho puerto de santa catalina a essos reynos sin comparacion mucho mas breve y
mejor y mas segura de tormentas y que en el puerto de santa catalina estaran gran suma de naos de
alto bordo con grandissimo abrigo y seguridad». Idem. Los mismos conceptos habían sido expre-
sados en carta anterior al Rey de 5 de mayo de 1607; RBN I/1 (1937) 151.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 51

lo qual se pusso tanto calor y cuidado que el dia de oy estan muchos reduçidos y puestos
en doctrina en mas cantidad que an estado jamas223.

Hernandarias encontró en el obispo Martín Ignacio de Loyola, cuarto


obispo del Río de la Plata, franciscano descalzo y sobrino nieto del fundador de
la Compañía de Jesús224, un compañero ideal para sus fatigas:
nos partiremos el Reverendísimo y yo con el divino favor a visitar toda la provincia
que, a causa del poco tiempo que han durado en ella los obispos gobernadores, se ha dado
tan poco acierto en las cosas de importancia, que hay notable necesidad de reformacion,
ansi en lo eclesiastico como en lo secular, y principalmente en la reduccion de los natura-
les para que puedan ser doctrinados y ynstruidos en puliçia que es lo principal que vuestra
alteza nos encarga y lo que mas importa para el descargo de la Real conziencia de su ma-
gestad y de vuestra alteza225.

Las Ordenanzas de 1603 fueron una consecuencia directa del primer Sí-
nodo convocado por Fray Martín Ignacio de Loyola. El establecimiento de las
reducciones fue materia sinodal y se elevó el correspondiente pedido al Go-
bernador para que las pusiera por obra226. Hernandarias en sus Ordenanzas, dio
a los vecinos encomenderos seis meses de plazo, luego de la promulgación,
para comenzar el establecimiento de la reducción so pena de la pérdida de la
encomienda227. Rindió, además, cuenta al Rey acerca de lo «ordenado y mandado
por sus Reales cédulas» en orden a la fundación de reducciones.

223
Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 5 de abril de 1604. RBN I/1 (1937) 81. En otra carta al
Rey del 25 de mayo de 1616 da cuenta de su labor respecto la fundación de reducciones: «el año
pasado di quenta a Vuestra Magestad del estado en que halle estas provinçias y el que les co-
mençe a dar asi en la Reduçion conservaçion y buen gobierno de los naturales [...] y me parti para
las ciudades de arriba visitando de camino las nuevas reduçiones que e hecho de los dichos natu-
rales los quales a mi voz y por mi horden estavan en los parajes y puestos que les tenia señalado
para su asiento». Ibidem I/4 792-795.
224
Acerca de su vida y del Sínodo que convocó puede consultarse I. OMAECHEVARRÍA, Siluetas
misioneras. Fray Martín Ignacio de Loyola en MH 8 (1951) 37-64; F. MATEOS, El primer conci-
lio del Río de la Plata en Asunción en MH 26 (1969) 257-359; Los Loyola en América RF 154
(1956) 164-176; D. RIPODAS ARDANAZ, El Sínodo del Paraguay y Río de la Plata I. Su valora-
ción a la luz del Sínodo de Tucumán I en III Congreso del Instituto Internacional de Historia del
Derecho Indiano (Madrid 1973) 231-268; BRUNO, Historia II 27-43.
225
Hernandarias al Consejo de Indias. Buenos Aires, 12 de febrero de 1603. RBN I/1 (1937)
77.
226
Así se lee en las actas del Sínodo: «Porque hay muchos indios cristianos en estas provinçias
que no pueden ser enseñados, unos por estar en partes muy incómodas y peligrosas para poder ser
visitados de los curas, otros por estar muy repartidos y divididos en diversos lugares por sus enco-
menderos, porque con esto pretenden sus particulares intereses: Pedimos y suplicamos al muy Ilu-
stre Gobernador los mandase reducir a partes cómodas para ser doctrinados, pues el bien espiri-
tual ha de ser preferido a todo interese terreno; el cual dijo mandaría hacer la dicha reducción con
breuedad y cuidado, de suerte que los indios pudieran ser vistos y doctrinados por los curas». MA-
TEOS, El primer concilio 100 y ss.
227
Reza así el texto de las Ordenanzas: «Ordeno y mando que en toda esta gobernación y en
cada una de sus ciudades se hagan reducciones de los indios naturales en las partes y lugares más
cómodos [...] Lo tengo mandado de manera que tengan tierras aguadas, montes y lo demás nece-
sario para su buena conservación y así lo cumplan todos los encomenderos y cada uno de ellos
dentro de seis meses que les doy y asigno por último perentorio término so pena de perdimiento
de su feudo el cual desde luego doy por vaco para ponerlo en cabeza de su Magestad para que de
52 MARTÍN MA MORALES, S.J.

Para darse una idea de la tarea de Hernandarias en este sentido basta reco-
rrer un informe al Rey del 1616228 en el que presenta la fundación de reducciones.
El Gobernador fundó a 15 leguas de la Asunción la reducción de Nuestra Señora
de la Estrella. Allí el guardián de San Francisco puso «un religioso de mucha
aprobación» y se destinó un vecino de la Asunción «con bueyes y lo neçesario
para endustriarlos en lalabrança y fabrica para hazer yglesia». Diez leguas más
adelante fue hasta la reducción de Santiago donde con algunos vecinos «desta
çiudad y un religioso del mismo orden [San Francisco] bueyes y peltrechos para
labrança y fabrica de yglesia». Como en la reducción anterior, la tan temida
institución del poblero no fue eliminada por el gobernador, quien conocía muy
bien las acusaciones que sobre ellos recaían, sino que puso toda su preocupación
para poner vecinos dignos de tal cargo: «habiendo dexado [...] un español vir-
tuoso y aproposito [...]». Se trataba de reemplazar aquellos administradores que
el Sínodo de 1603 había llamado «demonios», por hombres de bien que velaran
por los indios229, como se proveía en las leyes y en otras muchas reales órdenes.
Treinta leguas de la Asunción, en la jurisdicción de Santa Fe, visitó Hernanda-
rias el «puesto» de San Bartolomé donde mandó poner un franciscano para los
doscientos indios allí reunidos. Luego fue a San Miguel: «donde dexe un reli-
gioso de [...] sant françisco y les señale sitio de tierras para pueblos y estançias
[...] con cuarenta yuntas de bueyes y fabrica neçesaria». Después de un breve
descanso en la ciudad de Santa Fe partió para San Lorenzo donde había un «cle-
rigo saçerdote [...] y hize en ella lo que en las demas». La visita continuó por
«las ciudades de arriba», donde gracias a la fama de «sus cariçias y buena aco-
gida» se fueron juntando nuevos pueblos. Señaló sitios para reducciones en las
inmediaciones de la ciudad de Vera de las Siete Corrientes, despachando luego
un teniente a la Ciudad de Concepción para reducir los indios de aquel dis-
trito.
En el camino de regreso hacia la Asunción volvió a las reducciones aleda-
ñas. Visitó a los guaycurús acompañado por el «rector de la Compañia y seis sol-
dados» y allí hizo bautizar a los hijos de los caciques. A seis leguas de la Asun-
ción visitó un pueblo de quinientos indios a cargo de los franciscanos, unas le-
guas mas adelante otro pueblo con otros tantos indios a cargo de un clérigo,
quinze leguas más a otra reducción que había fundado fray Luis Bolaños por su
orden. Decía el Gobernador: «de aqui fui a otra que asi mismo fundo padre fray
Luis Bolaños [...] por mi horden». Por el número de las campanas que regaló

ese modo sepan como han de acudir a lo que se les manda y son obligados en la ley de buenos en-
comenderos y feudatarios». GARCÍA SANTILLÁN, Legislación 376-388.
228
Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 25 de mayo de 1616. RBN I/4 (1937) 792-795; II/1
(1937) 7-13.
229
«Muchos pobleros hay que pudiendo hacer gran servicio a Dios [...] haciendo entre los in-
dios oficio de ángeles, por el contrario, viven como si fuesen demonios [...] a los cuales fuera me-
jor que les echaran en el profundo del mar con una piedra de atahona al cuello, que escandalizar a
uno de los pequeñuelos recién convertidos». MATEOS, El primer Concilio 100. Véase además L.
NECKER, Indios guaranies y chamanes franciscanos. Las primeras reducciones del Paraguay
(1580-1800), 92.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 53

Hernandarias, a su costa, puede deducirse que eran cuarenta las reducciones con
sacerdote, habiendo provisto además todas ellas con «ymagenes las quales die-
ron los vezinos desta çiudad». Fundó dos iglesias en la ciudad de la Asunción:
San Sebastián y San Roque, junto con otras dos ermitas, también a su costa, en la
ciudad de Santa Fe y en Corrientes. Como se deduce de la citada carta, fueron
los franciscanos los responsables de las primeras fundaciones. La provincia del
Nombre de Jesús230, fundada en 1538 por Fray Bernardo de Armenta, llegado con
las naos de Alonso Cabrera a Santa Catalina, tuvo su sede luego en Paraguay con
ocasión del viaje de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca hacia Asunción realizado en
1542. En este período fundacional, cabe destacar los nombres de fray Luis Bola-
ños231 y Alonso de San Buenaventura232 junto con los criollos fray Juan de San
Bernardo y fray Gabriel de la Anunciación.
Alrededor de 1580 se fundó la primera reducción en Los Altos, a unos 40
kilómetros de la Asunción233. «Visto que estavan ya con policia y bien impuestos
se fueron a los pueblos que estaban sobre el rio Jejuy»234. En 1582 se realizó la
entrada hacia el norte de Asunción, hacia unas sesenta leguas de esta ciudad235.
Los padres franciscanos «fueron sin escolta ni compañia de españoles y se me-
tieron entre los yndios de aquel distrito»236. Allí Fray Luis Bolaños fundó San
José de Caazapá y San Francisco de Yutí (1610). Se fundaron al menos seis Re-
ducciones en las llamadas «provincias de arriba»237. La incursión de los francis-
canos no fue fácil, no encontraron indios de paz sino indios alterados y revela-

230
Sobre los franciscanos en el Paraguay puede consultarse la obra de M. DURÁN ESTRAGO,
Presencia Franciscana en el Paraguay (1538-1824) (Asunción 1987).
231
Fray Luis Bolaños nació en Marchena en 1549 o 1550. Dice de él su primer biógrafo, Diego
de Córdova y Salinas: «era hijo de la santa Provincia de Andalucía, tomó el hábito en el religiosí-
simo convento de Santa Eulalia de Marchena, patria de dicho padre, que, entre los de la Recolec-
ción, es el de más autoridad». R. MOLINA, La obra franciscana en el Paraguay y Río de la Plata
en MH 11 (1954) 329-400 339. El incansable misionero murió el 11 de octubre de 1629, la fama
de su santidad se extendió rápidamente. Puede consultarse I. CALZADA MACHO, Paí Tucú. Bio-
grafía de Fray Luis Bolaños (Asunción 1975).
232
Entró en el convento franciscano de Nuestra Señora de Loreto en la Provincia de Andalucía.
De él atestiguó el jesuita Juan Romero: «Estando yo en tierra de la Asumpción que es la metrópoli
del Paraguay con otros de mi orden en misión, me decían los indios: aquí nos enseñaba el padre
fray Alonso, aquí sobre esta peña se ponía a orar; porque tenían y tienen tanta estima de su santi-
dad los indios que notaban todo cuanto hacía como acciones de santo». R. ORO, Fray Luis Bola-
ños. Apóstol del Paraguay y Río de la Plata (Córdoba 1934) 143.
233
«Los dichos padres debolvieron a esta ciudad a proseguir con la obra que habian dexado de
buena doctrina y visto que los españoles se iban acercando a los yndios a hazer estancias y que
ellos estaban divididos por parcialidades para acudir a las necesidades que se ofrecian hicieron de
un partido de ellos una reducion en la parte que oy en dia esta en el pueblo que llaman de los altos
donde juntaron trescientos o quatroscientos yndios con mucho trabajo». La citación pertenece a
una información jurídica producida por fray Juan de Ampuero prior y procurador General de la
Provincia de Nuestra Señora de la Asunción dirigida al rey en 1618. La información fue editada
por A. MILLE, Crónica de la orden franciscana en la Conquista del Perú, Paraguay y del Tucu-
mán y su convento del antiguo Buenos Aires (Buenos Aires 1961) 400.
234
Ibidem 400.
235
MOLINA, Hernandarias 255.
236
MILLE 405.
237
NECKER 73.
54 MARTÍN MA MORALES, S.J.

dos238. Entre el 1580 y 1599 fundaron las reducciones de Pitum, San Francisco de
Atirá, San Pedro de Ypané, Tobatí, Pericó y Guarambaré. En estas misiones fue
de capital importancia la presencia de los «hijos de la tierra» fray Gabriel de la
Anunciación239 y de fray Juan de San Bernardo240, luego asesinado por los indios.
La penetración entre los guaranís del Caraibá, hacia el sudeste de Asunción, im-
plicó la pacificación de temibles guerreros241. Por su parte, la fundación de Itá
permitió a los misioneros impulsarse más al este: «luego hicieron otra reducción
como legua mas adelante que llaman el pueblo y reducion de Yaguaron donde
juntaron otros quinientos yndios que desde entonces hasta oy estan en mucha
policia y dotrina»242; allí se reunió una población equivalente a la de Itá: unos
quinientos indios. Estas reducciones surgieron entre los años 1585 y 1587.
La obra franciscana se extendió también hacia el este de Asunción: «visto
que los españoles no abian podido pacificar los yndios de la provincia y distrito
del Parana que abra mas de treynta o quarenta años que estan revelados fue a la
dicha provincia [fray Luis Bolaños] a predicar a los dichos yndios solo y sin
compañia ni escolta de españoles»243. Las fundaciones en la provincia del Paraná
de San José de Caazapá y de Yutí, como lo hicieron también las fundaciones del
norte, facilitaron la posterior entrada de los jesuitas. Así lo testimoniaron los je-
suitas que misionaban en el Paraná. De fray Luis Bolaños y de su actividad en
aquella provincia dejaron este testimonio: «gran lengua, gran siervo de Dios y
amigo nuestro y asi se ha gozado notablemente de la entrada de los nuestros en
esa provincia»244. Las reducciones franciscanas fueron pobres en medios y en nú-
mero de hombres. La Información de 1610 producida por Fray Francisco de la
Cruz, custodio de Nuestra Señora de la Asunción deja ver los trabajos de los
frailes y cuál era el estado de su convento en la ciudad de Buenos Aires:

Viviendo tan pobremente y sin ynteres humano ni respecto del que en este convento
de buenos ayres no tienen celdas en que vivir una buena parte dellos y aun con gran
riesgo de caerseles las paredes en la cabeza, por ser de tierra y tapia antigua, vieja y cu-

238
Idem.
239
Así contaba de sí mismo: «Mis padres, según la estimación mundana, fueron nobles y bien
nacidos; mi padre se llamaba Alonso Riquelme de Guzmán, natural y vecino de Jerez de la Fron-
tera, fue uno de los conquistadores principales y primeros de ella, en la cual siempre sirvió a V.
Majestad [...] gobernando en Vuestro Real nombre en algunas ciudades y Provincias». ORO 66.
Fray Gabriel nació en el Guairá en 1569. Tomó el hábito franciscano de manos de Fray Buena-
ventura en 1585. Con su ayuda Bolaños tradujo al guaraní el Catecismo Limense. Participó con
Hernandarias en la expedición hacia los Césares en 1604. DURÁN ESTRAGO 233.
240
Oriundo del Guairá (1569?), entró en la Orden Seráfica en 1585. A los 25 años encontró la
muerte por mano de un grupo de indios, fue ahorcado en las inmediaciones de Caazapá.
241
«Como fueron los dichos Padres Fray Alonso y Fray Luis a predicar y doctrinar los yndios
que estan sobre el rio que dizen de Jejui y los demas de Guaramabare y Pitu... como es publico y
notorio que abra ocho o nuebe años poco mas o menos que el dicho fray Luis visto que los espa-
ñoles no habian podido pacificar los yndios de la provincia y distrito del parana que habra mas de
treynta o quarenta años que estavan revelados fue de la dicha provincia a los dichos indios solo y
sin compañia ni escolta de españoles». MILLE 409.
242
Ibidem 407.
243
Ibidem 409.
244
LEONHARDT XIX 44.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 55

bierta de paja yendo y viniendo al choro espuestos de continuo a las llubias [...] estan los
frayles a hazer tejas con sus mismas manos padeciendo en ello por falta de ayuda y difi-
cultad de la leña [...] por no poder alcanzar limosnas con que hacerlo de los pueblos
quanto mas de los yndios a quien siempre dan de la pobreza que tienen como a hijos y lo
que peores haviendose ya caydo una vez la yglesia deste convento y estando oy en peligro
de caerse el resto245.
Siete años más tarde, en 1618, Fray Bartolomé de la Magdalena, Procura-
dor General y custodio de la orden de San Francisco en las provincias del Río de
la Plata y Tucumán, presentó el estado de las Reducciones: «tiene la dicha pro-
vincia quinze doctrinas tres en la gobernacion de Tucuman y doze en esta del
Paraguay y Rio de la plata de las quales ay una o dos que tienen mas de mil yn-
dios y cinco mil almas [...] las quales doctrinas han administrado y servido como
curas, y actualmente sirven sin estipendio ni salario alguno»246. Por su parte Her-
nandarias, en 1608, informó en estos términos de los trabajos de los frailes:
de muy gran fruto an sido y son los padres desta orden en estas provinçias [...] an
sustentado la predicacion del sançto evangelio doctrina y conversion de los naturales todo
con singular exemplo de obras y palabras y no con menor trabajo ansi en esto como en el
reduzirlos, en que actualmente estan ocupados algunos el dia de oy, acariçiandolos para
que se quieten y recivan agua de Bautismo247.
Ese mismo año Felipe III elogió la labor de Bolaños y exhortó a su gober-
nador que continuara a «fauoreçer estas reduçiones que se hizieren mediante la
predicaçion del evangelio»248. El alto concepto de Hernandarias, respecto de los

245
MILLE 364.
246
Ibidem 379. En el interrogatorio de la Información presentada por el visitador Fray Juan de
Darieta en 1619 el testigo Don Francés de Beaumont y Navarra, ex gobernador del Río de la
Plata, respondió a la segunda pregunta acerca de la pobreza de los naturales y de sus doctrinas:
«que sabe que los dichos naturales son tan pobres que no pueden sustentar a los dichos religiosos
ni para si mismos no se acomodan a trabajar [...] en tanto grado que le dixo a este testigo uno de
los dichos religiosos llamado Fray Antonio que para sustentarse avia menester sembrar por sus
manos un poco de mayz y mostro a este testigo los callos de las manos hechos en el trabajo que
ponia para la dicha sementera». Ibidem 454. En la región del Plata los franciscanos estuvieron
presentes en las reducciones de San José de Areco, Santiago del Baradero y San Juan Bautista. En
el distrito de Santa Fe: San Lorenzo de los Mocoretaes, San Miguel de los Calchines y San Barto-
lomé de los Chanaes. En Concepción del Bermejo: Guacará, Matará, Ohoma y Juyjuyva. En Cor-
rientes: San Francisco y Nuestra Señora de la Limpia Concepción de Itatí fundadas por Hernanda-
rias y Santa Lucía de Astor. A orillas del Uruguay: Santo Domingo, San Francisco de Olivares,
San Juan de Céspedes, estos y otros pueblos fueron fundados por el sevillano fray Juan de Ver-
gara a comienzos del siglo XVII. BRUNO, Historia II 189-206.
247
Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 2 de junio de 1608. RBN I/2 (1937) 390. En otra del
mismo año agrega: «An echo y edificado çinco conbentos en otras tantas ciudades de las de esta
gouernacion [...] años a esta parte con ynmensa pobreza y trauajos y a costa de algunas limosnas
que por gastarlas en esto lo an padezido en el trato de sus personas y vestir y aunque yo les e ayu-
dado lo que e podido no a sido posible dejar de alcançarles tan gran parte de trauajo porque como
los edifiçios son de paxa y tan façil la madera cada dos años es menester las hazer de nuevo por-
que las aguas son gran causa de su ruina como se vio dos dias a en el conuento de esta ciudad que
se venia al suelo la yglesia y fue neçessario ynteruenir yo personalmente a ponerle algunos deuen-
sivos [sic]». Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 5 de junio de 1608. Ibidem 390.
248
La Real Cédula de Lerma a 5 de Julio de 1608 citada en Hernandarias al Rey. Buenos Aires,
8 de mayo de 1609. RBNI/3 (1937) 585.
56 MARTÍN MA MORALES, S.J.

frailes de San Francisco, puede verse en una carta al Rey (1616) en la que pidió
nuevos refuerzos franciscanos. Para el Gobernador a excepción de los francisca-
nos los demás religiosos «solo siruen a hacer gastos a la real haçienda [...] sin
acudir a la conversión de los naturales saluo algunos de la Compañia que estan
en algunas doctrinas»249. Los frailes de San Francisco actuaron como correspon-
día al espíritu de la Orden: en suma pobreza. Lo cual coincidió y se reforzó con
la idea que el guaraní tenía de quien estaba a cargo de una comunidad. La cari-
dad franciscana fue considerada virtud política entre los guaraníes y consolidó el
amor de los indios por ellos250. Para Hernandarias la consolidación y dominio de
la provincia del Guairá fue un punto clave en su obra de gobierno. Por su lejanía
de la Asunción, sus habitantes tendían naturalmente a relacionarse con el Brasil
y obtener así algún desahogo para su pobreza. Esto fue factible, además, porque
a partir de 1581 las Cortes portuguesas de Tomar reconocieron a Felipe II como
rey de Portugal. Aunque con reparos Hernandarias pensó (1604) que dicha re-
gión podría recibir del Brasil alguna ayuda y que llegaran desde allí misioneros
de la Compañía de Jesús para realizar su evangelización:
tuve carta de los dichos soldados y relaçion de su viaje y de como se podria tratar
aquella provincia del Guaira con el Brasil, pero considerando que los portugueses es
gente prohiuida no consentire se ande aquel camino hasta ver lo que Vuestra Magestad es
servido se haga no embargante que los del Guaira lo desean mucho, porque como estan
tan a trasmano de este puerto y ellos tienen tan gran pobreza no alcançan con que vestirse
y apenas se halla un saçerdote que quiera estar entre ellos [...] quando Vuestra Magestad
se siruiese permitillo podrian tener remedio del Brasil donde entrarian algunos padres de
la Compañia que demas del servicio que harian a Dios Nuestro Señor en esto se le po-
drian haçer mucho grande en doctrinar grande suma de yndios que tiene aquella provin-
çia251.

249
Hernandarias al Rey. Buenos Aires 28 de julio de 1616. RBN II (1938) 46. Molina editó en
La obra franciscana, 486 una certificación del 1618 elevada por Hernandarias al Rey entre otras
cosas afirma: «certifico a los señores que la presente vieren, cómo de cuarenta años a esta parte he
conocido en ellas los religiosos de la Orden del Seráfico Padre San Francisco, ocupados en predi-
car, enseñar y doctrinar los indios naturales de las dichas provincias, así en las partes pacíficas
como en las no asentadas, expuestos siempre a todo riesgo y trabajo por el pro y utilidad de las al-
mas de los dichos naturales, acudiendo de día y de noche por caminos de agua y de tierra, con rie-
sgo de los dichos religiosos, por no faltar a la obligación de su oficio [...] imitando con ejemplo de
sus vidas lo que en sus sermones les enseñaban [...] y los han reducido, juntado y
puesto en poliçia cristiana, y con esto grande amor y caridad, sin interés ni respecto humano [...]
sin llevar estipendio, por la administración de las doctrinas, cuidando con todas veras de dar a los
dichos naturales las medicinas necesarias al alma y cuerpo, de donde ha nacido en ellos un verda-
derísimo amor y afición, tanto que siempre piden y pretenden que los dichos padres les doctrinen
y no otros».
250
«El papel del jefe es ser generoso y dar todo lo que se le pide; en ciertas tribus indígenas, se
puede siempre reconocer al jefe por el hecho de que él es el que posee menos que los otros y lleva
los adornos más miserables. El resto se fue en regalos». F. HUXLEY, Aimables Sauvages en P.
CLASTRES, Echange et pouvoir: philosophie de la chefferie indienne. L’Homme 2 (1962) 51-
65.
251
Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 5 de abril de 1604. RBN I/1 (1937) 84-85. Este proyecto
es nuevamente propuesto al Rey tres años más tarde: «Con esto y con que vuestra magestad diese
liçençia que se contratasen con el brasil se ayudara aquella prouinçia de Guayra de algunos portu-
gueses para poder correr la tierra allanar los yndios e yrlos reduçiendo como antes de aora lo an
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 57

Desde los tiempos del P. Nóbrega252 (1552) los jesuitas del Brasil habían
querido extender su acción hacia el Paraguay253. Las primeras intenciones de Nó-
brega, de abrir un camino de Santa Catalina al Paraguay, fueron frustradas por la
voluntad contraria del entonces gobernador del Brasil Don Tomé de Sousa, que
deseaba salvaguardar Santa Catalina de la presencia castellana, esto es, en tierras
que aún se consideraban en litigio con la corona portuguesa. Al frenar la acción
de Nóbrega y sus compañeros, el gobernador pretendió evitar la despoblación de
la Capitanía de San Vicente y de la misma Santa Catalina, sobre todo en ese mo-
mento en el que se había difundido una noticia sobre la presencia de plata y oro
en la zona. A pesar de las primeras negativas, Nóbrega no desistió en sus inten-
tos. En 1555 escribió de sus planes a Ignacio de Loyola presentándole el Para-
guay como tierra de misión más apta respecto a la capitanía de San Vicente254.
Por ser el Paraguay «tierras del Emperador» se hacía necesaria que la eventual
fundación de una casa fuera «favorescida [...] y que tenga calor por vía de Sevi-
lla del Consejo de las Indias». La comunicación entre el Brasil y Paraguay, di-
recta y natural, no llegó nunca a realizarse a causa de las condiciones políticas.
En un primer momento Ignacio de Loyola no encontró dificultad ante el plan de
Nóbrega255. Pero años más tarde (1561), muerto el fundador, el nuevo General de
la Orden dio precisas instrucciones para que los jesuitas del Brasil no fuesen al
Paraguay sin un permiso expreso de las autoridades portuguesas256. Con motivo
del reconocimiento de Felipe II, por parte de Portugal, se abrió la posibilidad de

offreçido yra en mucho aumento. Para lo que toca a darles doctrina me pareçe seria de grande ym-
portancia mandase Vuestra Magestad que del Brasil entrasen por san pablo siquiera seis padres de
la compañia de Jhesus que harian gran fruto como lo hizieron dos que mucho tiempo a estuuieron
en aquella provinçia que trauajauan con cuydado y de muy exemplo». Hernandarias al Rey. Bue-
nos Aires, 5 de mayo de 1607. Ibidem 154.
252
Nobrega, Manuel de * 18.10.1517, Portugal; SJ 21.11.1544, Prov. Lusitaniae; † 18.10.1570,
Rio de Janeiro. S. LEITE, Historia da Companhia de Jesus no Brasil (Rio de Janeiro 1949) IX
3.
253
Sobre este tema puede verse S. LEITE, História a Companhia de Jesus no Brasil I (Lisboa-
Rio de Janeiro 1938) 333-358; Jesuitas do Brasil na fundação da missão do Paraguay (11 de
Agosto de 1588) en AHSI 6 (1937) 1-24.
254
Manuel da Nóbrega a Ignacio de Loyola. San Vicente, 25 marzo de 1555. Mon. Bras. II
168-172.
255
«De las Indias de Brasil tenemos nuevas cómo han començado a comunicarse los nuestros,
que estan en la capitanía de San Vicente, co[n] una ciudad de castellanos que se llama Paragay, en
el Río de la Plata, y estará 150 leguas lexos de la residencia de los nuestros. Está una población
que nos scrive Nóbrega, Provincial nuestro del Brasil, que tiene señoreados al deredor de 100 le-
guas los Indios, y desa parte ay en ellos más dispositión para venir al baptismo. Hazen del Paragai
gran instantia al dicho P.e Nóbrega en San Vicente, para que los hiziese christianos [...] El P.e Nó-
brega estava determinado de yr el mesmo al Paragai, y podrá ser que accepte ay un collegio o casa
para poder della ynbiar por todos los contornos gente que predique y baptize y ayude aquella gen-
tilidad a salvarse [...] Si se toma allí asiento, será menester que los Nuestros sean ayudados del fa-
vor de Su Majestad, pero desto se dará aviso a su tiempo». Ignacio de Loyola a Pedro de Ribada-
neira. Roma, 3 de Marzo de 1556. Ibidem II 264-265.
256
«A 30 de julio de 61 scrive el mesmo diversas razones pro y contra sobre la yda de algunos
de los nuestros al Paragay: y lo que a nuestro Padre parece es que aviendo de ir se vaya con licen-
cia de su Alteza en Portugal o allá en el Brasil de quien govierna y tiene para ello auctoridad; y sin
la tal licentia de Portugal o de allá no vayan». Juan de Polanco a Gonçalo Vaz de Melo. Trento, 25
de marzo de 1563. Ibidem III 544.
58 MARTÍN MA MORALES, S.J.

organizar desde territorio brasileño algunas misiones «ad tempus»257. En este


sentido, Aquaviva aprobó un postulado de la Congregación Provincial de Bahía
de 1583 por el que se admitía que desde el Brasil, «per modum missionis», se
enviaran misioneros al Paraguay. Por aquellos años el obispo del Tucumán, Fr.
Francisco de Vitoria258, pidió jesuitas para su diócesis elevando una solicitud al
provincial del Perú como al del Brasil. El pedido para los jesuitas del Brasil fue
recibido por el P. Cristóbal de Gouveia259, entonces visitador de la provincia, el
cual dispuso la misión que llegó al puerto de Buenos Aires a fines de enero de
1587, trayendo jesuitas de diversas naciones: el napolitano Leonardo Arminio260,
como superior, los portugueses Manuel de Ortega261 y Esteban de Grãa262, el cata-
lán Juan Saloni263 y el irlandés Tomás Fields264. Por su parte, provenientes del
Perú, hacía un año que ya estaban trabajando en la diócesis del Tucumán los pa-
dres Francisco de Angulo265, Alonso Barzana266, Juan Gutiérrez267 y el Hermano
Juan de Villegas268 que habían fijado residencia en Santiago del Estero269.

257
«E o Provincial, sem ordem de Nosse Padre Geral, não entre nem permitta entrarem pera
aver de passar ao Paragay, ou a qualquer outra parte que não seja senhorio de Portugal, nem ainda
pola mesma terra, se for per la a fazer residencia perpetua; ainda que si, ad tempus, quando jul-
gasse com seus consultores que assi convinha». Memorial de la visita de Ignacio de Azevedo.
Bahia, julio 1568. Ibidem IV 488.
258
Fue el primer obispo del Tucumán. Ingresó en la orden dominicana en el Perú en 1560. El
18 de noviembre de 1578 fue consagrado obispo para la sede tucumana. EGAÑA 111; ASTRAIN IV
605; LOZANO, Historia de la Compañía I 21 33-40.
259
Gouveia, Cristóvão de * 8.1.1542, Porto; SJ 10.1.1556, Prov. Lusitaniae; † 13.2.1622, S.
Roque (Lisboa). LEITE VIII 279.
260
Arminio, Leonardo * 1545, Nápoles; SJ 1567, Prov. Neapolitana; † 24.7.1605, Pernambuco.
LEITE VIII 65. Mon. Per. IV 172-173.
261
Ortega, Manuel * 1560 Lamego; SJ 8.9.1580, Prov. Brasiliensis; † 21.10.1622, Sucre. H.
STORNI 208. Llegó al Brasil en 1580. En 1599 fue acusado por un vecino de Villa Rica de haber
violado el sigilo sacramental, llevado a Lima estuvo preso en las cárceles de la Inquisición por
cinco meses, confinado luego al Colegio de San Pablo. Su acusador se retractó antes de morir.
262
Grãa, Esteban da * 1545, Ceuta; 5.6.1569, Prov. Brasiliensis; † 22.2.1614, Bahía. STORNI
127.
263
Saloni, Juan * 1540, Granadella; SJ 17.2.1571, Prov. Aragoniae; † 16.4.1599, Asunción.
STORNI 258. «En aquella Provincia [Paraguay] vivió doce años y los más de ellos fue Superior de
los que andaban en aquella misión, aunque cinco enteros se quedó solo en la ciudad, porque sus
compañeros se empleassen en las missiones, y con todo esto llenaba todos los oficios de un cole-
gio». LOZANO, Historia de la Compañía I 401.
264
Fields, Tomás * 1549, Limerick; SJ 6.10.1574, Prov. Romana; † 15.4.1625, Asunción.
STORNI 101. En 1577 partió de Lisboa rumbo al Brasil donde misionó en la capitanía de San Vi-
cente. G. FURLONG, Tomás Fields y su «Carta al Prepósito General» (Buenos Aires 1971).
265
Angulo, Francisco de * 1538, Lucena; SJ 1581, Prov. Baetica; † 1611, Sucre. STORNI 15.
266
«Fue de los primeros que binieron al Pirú [...] y el primero que comensó a predicar a los in-
dios en su lengua, para lo qual le dio Nro. Señor mucho caudal, porque en el Pirú predicó muchos
años en la lengua quichua y aymara, y supo la puquina que es mui dificultosa; en Tucumán apren-
dió la lengua Cacca de Santiago y del Valle Calchaquí que haze mucha diferensia, la toconote, la
lule, la sanauirona, y al cabo de su bejés aprendió la lengua guaraní». MATEOS, Historia general
II 398. Otras noticias sobre su vida y obra en FURLONG, Alonso Barzana.
267
Gutiérrez, Juan * 1554, Cádiz; SJ 1580, Prov. Castellana; † 1594, Cartagena (Colombia),
STORNI 134.
268
Villegas, Juan de * 26.12.1564, Ronda; SJ 1582, Prov. Peruana; † 1601, La Paz. STORNI
307.
269
MATEOS, Historia General II 433-437.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 59

En abril de 1587 se reunieron, en la ciudad de Córdoba, los jesuitas que ha-


bían llegado desde el Perú y los procedentes del Brasil, para determinar una ac-
ción común. El relato de este encuentro, en la Historia de Lozano270, deja entre-
ver la tensión que se había creado entre los dos grupos:
a la primera conferencia los dos Padres Arminio, Superior de los que venian del Bra-
sil, y Estevan de Gram, preciados de Portugueses, el uno por genio, y el otro por natura-
leza, significaron el desagrado, que les causaba aver sido llamados à recoger una Mies, en
que yà avian metido la hoz los Padres Castellanos, y resolvieron dar parte à su Provincial,
para que dispusiesse de su personas, quedando en el interin sujetos al que allí era Supe-
rior, como fieles Hijos de la Compañia y como disponian nuestras Reglas271.
Por su parte Aquaviva, en carta de 24 de febrero de 1586 al provincial del
Perú, Juan de Atienza, había ya dispuesto las cosas de manera que al Paraguay se
enviasen los padres llegados al Tucumán y que los del Brasil volviesen a su pro-
vincia272. Los PP. Arminio y Grãa volvieron al Brasil y el P. Angulo, superior de
la misión en el Tucumán, determinó que los PP. Fields, Ortega y Saloni, conoce-
dores de la lengua guaraní, dirigieran sus esfuerzos apostólicos hacia el Para-
guay. En Agosto de 1587 se encontraban los tres misioneros en la ciudad de la
Asunción. Según los PP. Rodrigo de Cabredo y Marciel de Lorenzana, el visita-
dor Esteban de Páez273 tuvo intenciones de abandonar la misión del Paraguay,
muy probablemente para que se ocuparan de ella los padres del Brasil274. En 1600

270
Lozano, Pedro * 16.6.1697, Madrid; SJ 7.12.1711, Prov. Paraquariae; † 8.2.1752, Hu-
mahuaca. STORNI 167.
271
LOZANO, Historia de la Compañía I 27.
272
«La missión de Tucumán se hazía por los Padres de Portugal que están en el Brasil; pero yo
les aviso que se descarguen della por ser mas conveniente que la hagan los de esa Provincia [...]
Con ésta se le embía información de los quatro, dos Padres y dos Hermanos, que el Visitador del
Brasil embió en misión a la provincia del Tucumán, por la grande instancia que el Obispo della le
hiço, con gasto y navío propio que el embió. Los quatro mientràs allí estuvieren, estarán a cargo
de V.R. y del Superior que pusiere en aquella misión, la qual toca a esa Provincia y no a la del
Brasil; y si los que allí fueron del Brasil tienen orden de volverse, lo hagan; y si no, estén allí
hasta que la tengan». Aquaviva a Atienza, 24 de febrero de 1586. Mon. Per. IV 151-152 161.
273
Páez, Esteban de * 1549; Prov. Castellana; † 5.11.1617, Lima. TORRES SALDAMANDO
160-164.
274
Rodrigo de Cabredo a Claudio Aquaviva. Juli, 10 de marzo de 1602. Mon. Per. VI 786. Te-
niendo presente esta carta no puede sostenerse la opinión de ASTRAIN: «Apunta algún autor que el
P. Páez deseaba a todo trance levantar la casa de la Asunción y entregar el Paraguay a la Provincia
del Brasil. No tenemos certeza de esta noticia». Historia IV 625. A este respecto véase LOZANO,
Historia de la Compañía I 438: «retirándose los Nuestros poco a poco al Tucumán, para que allí
entrasen Misioneros de la Provincia del Brasil, que como peritos en el mismo idioma de los natu-
rales, y más cercanos, podrian mas fácilmente atender a la conversion de aquella Gentilidad, y a la
doctrina de los Españoles». Sobre la visita de Páez puede verse también MATEOS, Historia I 456-
459. Marciel de Lorenzana a Aquaviva. Córdoba, 27 de marzo de 1604. Paraq. 11 9r-10r: «[9r] El
año pasado escrivi a V.P. dando quenta de la salida de el Paraguay de nuestra Compañia porque a
los Pes Visitador y Provincial les parecio que la provincia del Piru no podia sustentar aquella mi-
sion. Tuve orden de sus reverencias para que en ninguna manera diese a entender a la ciudad que
no saliamos para no volver, y que con affecto saliesemos ronpiendo toda dificultad que a esta obe-
diencia se pusiese. Lo uno y lo otro cumplimos con toda puntualidad aunque tuvimos notable resi-
stencia y contradiccion de todo genero de gente porque el amor que nos tenian, y el grande de-
samparo en que ellos decian que quedava aquella provincia con la ausencia de la Compañia les
hacia hacer diligencias ynopinadas para impedir nuestra salida».
60 MARTÍN MA MORALES, S.J.

Páez, acompañado por Diego de Torres, se reunió en la ciudad de Salta275 con los
PP. Juan Romero, superior, Francisco de Angulo, Juan de Viana276, Gaspar de
Monroy277 y Juan de Arcos278. Por motivos de enfermedad y de distancia no llega-
ron Pedro de Añasco279, Hernando de Monroy280 y Juan Dario281. Ortega viajó de la
Asunción a Córdoba, habiendo tenido noticia que hasta allí llegaría el Visitador,
la espera fue vana. Desde Salta Páez volvió a Lima, Diego de Torres había sido
nombrado, por la sexta Congregación Provincial, procurador en Roma. Páez por
su parte, decidió continuar su visita a Quito y Panamá282. El P. Fields propuso a
Aquaviva se enviasen jesuitas del Brasil para trabajar en el Paraguay. Estos mi-
sioneros se verían ayudados por el conocimiento que ya tenían de la lengua, por
estar más cerca que los del Perú y porque «tiene la gente de esta tierra buena opi-
nión de valerosos trabajadores de nuestros padres del Brasil». Por otra parte,
descartaba Fields la posibilidad de dividir en dos el territorio dando una parte al
Perú y otra al Brasil, «sino que el Brasil o el Perú tenga todo esta provincia y la
provea de obreros».

A V.P. como único remedio acudimos y suplicamos, por las llagas de Cristo, que
ponga orden en esta provincia, que no hay remedio del Perú, y no hay otro sino es del
Brasil, que es su propio [...] Y asi, Padre Nuestro, con palabras nos consuelan y nos ayu-
dan nuestros padres del Perú, ni hay otra esperanza hasta que V.P. entregue a los nuestros
padres del Brasil, que son propios obreros de ella, por estar cerquita a esta tierra. 15 días
de camino de Buenos Aires está el Brasil283.

Para Rodrigo de Cabredo y Páez una de las causas de la situación crítica de


la provincia del Perú por aquellos años, con el subsiguiente aumento del número
de expulsados284, era «la distancia de los puestos» la cual llevaba a vivir con ex-
cesiva libertad y sin que pudieran los superiores visitar adecuadamente a sus
súbditos. Por esto se resolvió, como afirma Lozano, «que por quatro meses del
año, en dos veces distintas, se recogiesen a una de las cinco casas que teniamos,

275
Sobre la fecha de esta visita véase ASTRAIN IV 622.
276
Viana, Juan de * 18.2.1565, Viana; SJ 14.4.1584, Prov. Castellana; † 28.2.1683, Córdoba
(Arg.). STORNI 303.
277
Monroy, Gaspar de * 1562, Valladolid; SJ 21.3.1584, Prov. Castellana; † 1631, Santiago de
Chile. STORNI 189.
278
Arcos, Juan de * 1571, Gibraltar; SJ 1.7.1591, Prov. Baetica; † 26.10.1655, Cartagena (Co-
lombia). STORNI 20.
279
Añasco, Pedro de * 1550 Chachapoyas; SJ 23.3.1572, Prov. Peruana; † 12.4.1605, Córdoba
(Arg.). STORNI 16.
280
Monroy, Fernando de * 24.3.1562, Lucillos; SJ 11.10.1581, Prov. Castellana; † 29.9.1626,
Lima. STORNI 189.
281
Dario, Juan * 1.12.1562, Altavilla Silentina; SJ 4.10.1587, Prov. Romana; † 8.6.1633, San-
tiago del Estero. STORNI 76.
282
Mon. Per. VII 223.
283
FURLONG, Tomás Fields 71.
284
«Mucho es de reparar en la mucha gente que cada año se despide de la Compañía; el Padre
Joán de Atienza despidió cinco o seis Padres y estudiantes teólogos, y el Padre visitador seis o
siete sin otros Hermanos». Gregorio de Cisneros a Claudio Aquaviva. Cuzco, 18 de marzo de
1601. Mon. Per. VII 290. Noticias sobre los despedidos en este período pueden encontrarse en
Ibidem VII 149 171-172.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 61

para reparar las fuerzas, no menos del espíritu que del cuerpo»285. El 29 de sep-
tiembre de 1604, siguiendo las indicaciones de Fields y del mismo Páez, el vice-
provincial del Brasil, Ignacio Tolosa286, escribió a Aquaviva pidiendo incorpo-
rase el Paraguay a la provincia del Brasil287, visto que el provincial del Perú había
manifestado sus dificultades para hacerse cargo de la misión. Con la misma
fecha escribieron los misioneros Pedro de Añasco y Juan Romero al General de
la Compañía para que de ninguna manera se abandonase el Paraguay. Según Ro-
mero sería una gran pérdida dejar la misión comenzada. «Grande mies pierde
nra. Compañia (como ya tengo escrito a V.P.) y muy dispuesta para que cojamos
muy copioso feudo con nros. ministerios, saliendo del Paraguay, y la mas nece-
sitada que entiendo ay en todas las Indias. Es grandisimo el amor y la estima que
tienen de nosotros, y tambien el sentimiento de que los ayamos dejado»288. Se
murmuraba, anota Romero entre sus razones, que los jesuitas «salimos de aque-
lla tierra por ser pobre, y que bien descubrimos lo que nos mueve para las entra-
das y misiones que hazemos»289. La sexta Congregación Provincial (1600) se
planteó la posibilidad de desmembrar la Provincia del Perú dado su crecimiento
y extensión290. La misión de Tucumán quedaría en la jurisdicción peruana mien-
tras que el Paraguay pasaría a los jesuitas del Brasil. Se determinó, además, fun-

285
LOZANO, Historia de la Compañía I 442.
286
Tolosa, Ignacio * 1533, Medinaceli; SJ 25.3.1560, Prov. Lusitaniae; † 22.9.1611, Bahía. S.
LEITE, História da Companhia de Jesus no Brasil (Rio de Janeiro 1949) IX 162-163.
287
«Los Padres que residen en Córdova y en Tucumán me escriven que tienen alargada la resi-
dencia que tenian en el Paraguay en la ciudad de la Assumpcion y los de aquella ciudad y los Pa-
dres tambien piden con mucha instancia que les den de esta provincia remedio. Quedose en la As-
sumpcion el Padre Thomas Fildi solo, por estar enfermo, y escrive sobre esto con grande lastima.
Bien veo que de esta provincia se puede dar mejor remedio aquellas almas que del Peru; porque
de alla es mucha la distancia y estan faltos degente. De aca por mar vase a Buenos Aires, que es la
primera ciudad del Paraguay, en 20 dias y van cada anno dos o tres navios e vienen de alla porque
del Brasil se proveian los moradores de aquellas partes. Por caridad trate V.R. con nuestro Padre
General si sera bueno que de aca se les de algun remedio si quiera por modum missionis. Bien me
acuerdo que al principio asi lo ordeno nuestro Padre, que el Paraguai fuese subieto al Brasil por la
comodidad que dixe ay, mas despues esfriose esto por los Padres del Peru tomarlo a su cargo y
agora claramente dize el Provincial del Peru que no puede proveer y por esso largo la residencia».
Ignacio Tolosa a Aquaviva. ARSI Bras. 8 102.
288
Juan Romero a Claudio Aquaviva. Tucumán, 26 de marzo de 1604. ARSI Paraq. 11 6r.
289
Idem. Los mismos conceptos se repiten en la citada carta de Lorenzana: «[...] Yo e estado en
la provincia del Paraguay nueve años y digo con toda verdad que es una mision illustrissima para
la Compañia porque asi los españoles como los indios la aman tiernamente, y junto con esto tie-
nen casi extrema necesidad de doctrina y con nuestra salida sea [9v] exasperado mucho toda
aquella tierra, y el amor que nos tenian vuelven en odio contra nosotros diciendo agravios que lo
hacemos porque son pobres, que si ellos tuvieran plata que no solo lo que teniamos conservara-
mos sino que fundaramos mas casas, porque si es verdad lo que nosotros predicamos que vusca-
mos almas y almas desamparadas pues tenemos alli tanta abundancia a donde a deseo podemos
trabajar mayormente teniendo todos tanta estima de la Compañia, y dandonos los corazones con
tanto amor; que no es verdad pues experimentan ello lo contrario [...] Tambien en esta provincia
del Tucuman nos miran como a hombres que estamos de paso, y van resfriando la debocion que
nos tenian porque dizen que el Rio de la Plata dejamos por pobre y mañana los dejaremos a el-
los». Idem.
290
Cabe recordar que la jurisdicción de la Provincia del Perú se extendía desde Panamá a la ac-
tual Argentina, excluidos los territorios de la Corona portuguesa.
62 MARTÍN MA MORALES, S.J.

dar una provincia en el Nuevo Reino291. En un primer momento Aquaviva deci-


dió fundar la Viceprovincia del Nuevo Reino (1603), a la cual se uniría el cole-
gio de Quito. Como viceprovincial de ella nombró al P. Diego de Torres, o en su
defecto al P. Gonzalo de Lira292, dejando la elección final a criterio del provincial
del Perú, Rodrigo de Cabredo. Con la misma fecha se determinó fundar la Pro-
vincia de la Sierra (Alto Perú), en la cual se incluirían las misiones que se habían
organizado en el Tucumán. Esta idea no se llevó a cabo293.
Los informes y cartas recibidos desde Tucumán y Paraguay llevaron al Ge-
neral Aquaviva a modificar su decisión primera. Así escribió en 1604 a Diego de
Torres:«no pude dejar de enternecerme, viendo por una parte un gran número de
almas que han recebido el sancto baptismo y por otra tan grande falta de minis-
tros del evangelio que las instruyan y conserven en el conocimiento y temor
sancto de Dios»294. Diego de Torres295 fue nombrado provincial de la nueva fun-
dación y se hizo cargo de su gobierno a comienzos de 1608. En una carta de Juan
Romero (1607), se da noticia del abandono definitivo del proyecto de que la pro-
vincia del Brasil se ocupase del Paraguay.
Supuesto que ya sabemos que no vienen padres de Brasil porque propuso el Pe asis-
tente de Portugal a nro Pe y nro Padre suspendio el orden que avia dado, que tampoco con-
viene que se les de a los Padres de Brasil la parte del Paraguai que es provincia del Guaira
y la Villa porque no quiere el rey Nro Sr que se comunique el Brasil por tierra con estas
provincias y es levantar pelotero tratar desto296.
Hernandarias por su parte comunicó al Rey su deseo de que los jesuitas
continuasen y reforzasen el trabajo emprendido en Asunción y en el Guairá:
solia auer en ella [Asunción] y en Guaira cuatro o çinco padres que eran de mucha
utilidad y buen exemplo, an los ydo llamando sus mayores y solo a quedado uno [Fields],
hazen gran falta, y si Vuestra magestad mandase viniessen algunos a esta provinçia tengo
por cierto que serian de mucho efecto por lo que en ella an hecho en servicio de dios
nuestro señor297.
El Gobernador deseaba no sólo jesuitas para trabajar entre indios sino para
fundar residencias en las ciudades de Santa Fe, Corrientes y Asunción298. Por real

291
Mon. Per. VII 190 195 321 488. VARGAS UGARTE, Historia I 254-257.
292
Lira, Gonzalo de * 1566, Oropesa; SJ 23.4.1583, Prov. Castellana; † 23.5.1628, Chuquisaca.
SOMMERVOGEL IV 1862.
293
Claudio Aquaviva a Rodrigo de Cabredo. Roma, 28 de Julio de 1603. Mon. Per. VIII
384-387.
294
Claudio Aquaviva a Diego de Torres. Roma, 9 de febrero de 1604. Mon. Per. VIII 548-
549.
295
Estudió artes en el colegio de Avila y hizo su teología en Salamanca donde fue alumno de
Suárez y de Bartolomé Pérez y de Francisco de Atienza para la teología moral. Llegó al Perú en
1581. En 1582 fue nombrado superior de la residencia de Juli. Fue rector de Quito (1592-3) y Po-
tosí (1593-9). Fue el primer provincial de la Provincia del Nuevo Reino (1604-5) y luego de la del
Paraguay (1607-15), su nombramiento en la carta de Aquaviva a Diego de Torres. Roma, 9 de fe-
brero de 1604. Mon. Per. VIII 549-550; E. TORRES SALDAMANDO, Los antiguos jesuitas del Peru
(Lima 1882) 111-119.
296
Juan Romero a Esteban Paéz. 7 de mayo de 1606. ARSI FG 1486/3 1.
297
Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 5 de abril de 1604. RBN I/1 (1937) 96.
298
Hernandarias al Rey. Buenos Aires 4 de mayo de 1607. Ibidem 139.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 63

cédula dada en Ventosilla a 24 de octubre de 1605, se dispuso enviar a la provin-


cia del Guayrá «dos religiosos exemplares para que administrasen los sacramen-
tos [...] aunque sea dandoles algun estipendio moderado [...]»299. Felipe III or-
denó, en 1607, en virtud de los dispuesto por las Ordenanzas de los Nuevos Des-
cubrimientos y Poblaciones (1573), que los indios deberían ser puestos en pue-
blos «por solo la predicación del santo evangelio». En virtud de esta predicación
pacífica quedarían exceptuados de la encomienda y del pago del tributo por diez
años. El gobernador, por su parte, debía ofrecer la debida asistencia a los religio-
sos que se ocuparan en esta evangelización pacífica300. La voluntad real fue con-
firmada por real cédula, dada en Lerma a 5 de julio de 1608: «cuando uviera
fuerzas bastantes para conquistar los dichos yndios no se ha de hazer sino con
sola doctrina predicación del Evangelio». Se dispuso además que, de los cin-
quenta religiosos que partían para el Perú con el Padre Alonso Mejía, seis fueran
dedicados al Guairá301. Al año siguiente Hernadarias acusó recibo de la orden
real y escribió al rey confirmando su obediencia en este punto:

assi mismo me manda vuestra magestad y aduierte que quando en las provincias del
guayra hubiera fuerças bastantes para conquistar los yndios no sea de hazer sino con la
sola doctrina y predicaçion del evangelio y que por ningun caso me valga para reduzir los
demas medios. Estare auertido dello y lo guardare y are guardar y cumplir como vuestra
magestad lo manda302.

Diego de Torres, de acuerdo con el nuevo obispo de la Asunción Fray Regi-


naldo de Lizárraga303, ofreció misioneros para esta evangelización. Un jesuita
anónimo, años más tarde (1653), reconstruyó en un memorial, el dialogo mante-
nido, entre gobernador, obispo y provincial:

Hernando Arias de Saavedra [...] recurrio al Sr. Obispo D. Fray Reginaldo pidiole
clerigos, ofreció darlos con mucha dificultad y con condición que les diesen sustento y
escolta de soldados españoles para su guarda. Respondio el Governador que el avio y sus-
tento no abia dificultad pero que darles escolta era lo mismo que darle a los Paranas mas
justificada la aversion que tenian con el Español, pues era cierto que los soldados les
abian de tocar en sus bienes [...] cerrose el Obispo en no darlos sin escolta y el P. provin-
cial Diego de Torres, que fundo esta provincia, estaba presente se ofrecio a darlos sin esse
seguro304.

Hernandarias dispuso, por lo tanto, que dos religiosos jesuitas fueran «al
paraje y rio que llaman de la Tibaxiua que es el mas poblado de naturales de

299
AGI Buenos Aires 2 L. 5 19-20.
300
La RC en ARAH 9-9-4/1753.
301
La Rc en AGI Buenos Aires 2 L. 5 28-29. LEONHARDT XIX 50.
302
Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 8 de mayo de 1609. RBN I/3 (1937) 581.
303
Nació en Medellín en 1545. Entró en la orden de Santo Domingo en 1560. Fue maestro de
novicios y prior de los conventos de Potosí y Lima. Fue el primer provincial dominicano en el
Reino de Chile. Autor de la Breve descripción (= BAE 15). BRUNO, Historia, II 60 y ss.
304
Protesta anonima de un padre de la Compañía a una autoridad anonima contra la acusa-
cion de infidelidad al Rey (10-05-1653) MCDA II 113-119.
64 MARTÍN MA MORALES, S.J.

aquella prouinçia [Guairá]»305. Fueron estos los PP. José Cataldini306 y Simón
Mascetta307. La aceptación de esta predicación pacífica por parte de Diego de To-
rres no excluyó, sin embargo, que a estos dos misioneros Hernandarias asignara
una escolta de soldados españoles dispuestos a defenderlos308. La compañía de
esta escolta, de puro carácter defensivo, no implicó renunciar a los términos y
privilegios de la predicación pacífica, esto es, la exclusión por diez años de cual-
quier tipo de servicio y encomienda como del pago del tributo. Otros dos misio-
neros fueron enviados «a la naçion que llaman de guaycurus que es la mas veli-
cosa». El mismo Hernandarias preparó el camino para llegar a los guaycurús, a
pesar de haber sufrido en carne propia su fiereza. En 1592 los guaycurús habían
planeado una gran incursión contra la ciudad de la Asunción, los responsables
fueron apresados y luego ahorcados. Como represalia en una de sus correrías los
guaycurús raptaron a una hermana de Hernandarias y a dos de sus sobrinas. Es-
tas últimas fueron liberadas, la hermana del gobernador fue asesinada309.

y para que esto se pusiese en efeto llame, acariçie y rregale todos los mas que pude
auer destos yndios y embie con ellos a su tierra al arçediano D. Pedro Manrique para ver
como lo hacian con el y hauiendo buelto como boluio con testimonio de la buena bolun-
tad de aquellos yndios di horden fuesen a hazer la reduçion y doctrina dellos otros dos pa-
dres de la dicha conpañia con que ademas del serviçio de Dios y de la Vuestra Magestad
que dello resultara se asegurara mas la paz desta naçion que es souerbia310.

Diego de Torres destinó para esta misión a Vicente Griffi311 y Roque Gon-
zález de Santa Cruz312. El efecto de estos contactos fue la buena disposición del
cacique Martín Guaycurú quien, con un grupo de indios fue hasta la Asunción
para entrevistarse con Diego de Torres313. Cabe recordar que los jesuitas en la

305
Idem.
306
Cataldini, José * 1571, Fabriano; SJ 1.3.1602, Prov. Romana; † 10.6.1653, San Ignacio
(Arg.). Fue Superior de Guaraníes de 1644 a 1646. STORNI 61.
307
Mascetta, Simón * 1577, Castilenti; SJ 1.2.1606, Prov. Neapolitana; † 10.10.1658, San Igna-
cio (Arg.) STORNI 178. Con veinte meses de Companía se embarcó en Lisboa en 1607 rumbo al
Río de la Plata. ARSI Paraq. 4/1 2r.
308
«llevuando el rresguardo de españoles que fuese neçessario que estan pocos por estar de paz
mucha parte de estos naturales» Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 3 de mayo de 1610. RBN I/4
(1937) 755.
309
MOLINA, Hernandarias 109.
310
Hernandarias al Rey. Asuncion 3 de mayo de 1610. RBN I/4 (1937) 755-756.
311
Griffi, Vicente * 1575, Benevento; SJ 23.11.1599, Prov. Neapolitana. STORNI 128. En 1621
pasó a la Orden Franciscana. En LOZANO, Historia de la Compañía I 708 se lee: «El Padre Vi-
cente Grifi professo de quatro votos [...] no reprimiendo los impetus de la ira mal domada, no lle-
vaba en paciencia la paternal correccion de los Superiores, y porque no se le permitio volverse a
Europa, pidio passarse a la religion Seraphica, donde sin embargo siempre mantuvo afecto à la
Compañia».
312
González de Santa Cruz, Roque * 1576, Asunción; SJ 9.5.1609, Prov. Paraquariae; †
15.11.1628, Caaró (Brasil). STORNI 126. Para su vida y obras puede consultarse J. BLANCO,
Historia documentada de la vida y gloriosa muerte de los Padres Roque González de Santa Cruz,
Alonso Rodríguez y Juan del Castillo de la Compañía de Jesús. Mártires del Caaró e Yjuhí (Bue-
nos Aires 1929).
313
«se ban domesticando notablemente [los guaycurús] con grande admiracion de los españo-
les, y mayor la tubieron viendo venir al cacique principal hasta la orilla de la otra p.e del rio con
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 65

Provincia del Paraguay en ciertas ocasiones no excluyeron la guerra contra el in-


dio. Este fue el caso con respecto de los guaycurús. El P. Diego Gonzalez Hol-
guín314, Marciel de Lorenzana315 y Francisco de San Martín316 a instancias de la re-
quisitoria del Procurador de la ciudad de la Asunción, Capitán Francisco de
Aquino y con el acuerdo del cabildo eclesiástico y demás religiones, dieron su
parecer favorable para que a los guaycurús, que asolaban Asunción, se les hi-
ciera guerra a «sangre y fuego» y poder esclavizar a las cautivas y a sus hijos
como aliciente para que los vecinos se animasen para tal empresa317. El parecer
fue dado contra lo estipulado por las Ordenanzas del Visitador D. Francisco de
Alfaro318 y ante la perplejidad del entonces gobernador del Paraguay D. Diego
Marín Negrón319. Al año siguiente (1614) en las Ordenaciones Generales para la

muchos indios para lleuarme a su tierra y que los dos señalassemos el sitio para el pueblo y igle-
sia» Diego de Torres. Carta Anua de 1610. LEONHARDT XIX 48-49.
314
González Holguín, Diego * 1553, Cáceres; SJ 22.2.1571, Prov. Castellana; † 1617, Men-
doza. STORNI 122. Fue nombrado comisario en Paraguay del Tribunal de la Inquisición de Lima;
sobre su actuación véase LOZANO, Historia de la Compañía II 600 y ss.
315
Lorenzana, Marciel de * 1565, León; SJ 18.10.1583, Prov. Castellana; † 21.2.1693, Loreto
(Arg.) STORNI 166. Fue uno de los fundadores junto con Francisco de San Martín de la primitiva
reducción de San Ignacio Guazú en Itaguy, próxima a la reducción franciscana de Itatí.
316
San Martín, Francisco de * 1581 Novés; SJ 1599, Prov. Castellana. STORNI 261. En 1616
pasó al clero secular.
317
Respuesta y parecer de los P.P. de la Compañia de Jesus. Marciel de Lorenzana, Diego Gon-
zalez Holguin y Francisco de San Martin, sobre que se haga guerra a Guaycurus y Payaguas.
Asunción, 23 de febrero de 1613. AGI, Charcas 112.: «estando V.s en su cavildo y yo presente
vino a el P. Diego Gonçales de la Compañia de Jesus y comisario del Sto. Oficio con un compa-
ñero de la dicha sagrada religion el qual dixo y propuso a V.s. estas o semejantes razones que su
paternidad movido del zelo que tiene del bien de esta republica y de su conservacion y augmento
y devajo de secreto y con gran recato declaro en este cavildo el notorio y gran peligro en que en-
tendia y tenia por muy çierto esta ciudad por razon que los yndios guaycurus y payaguas sus alia-
dos andan en grandes asechanzas y prevenciones de guerra devajo de la paz fingida que muestran
tener con esta ciudad [...] Las quales razones dixo su Paternidad con gran exageracion y encareci-
miento diciendo que encargava sobre el caso la conciencia a V.s y V.s replico diciendo que en el
recato y bela de esta ciudad se va haziendo y hara todo lo posible pero por mas que se hiziese no
podria aver paz verdadera, ni quietud por ser los dichos yndios tan atraydorados y cautelosos y
vedalles la entrada en la ciudad seria romper con ellos de hecho y hazelles guerra, para conseguir
la paz no se puede por lo mucho que se prohive por las dichas ordenanzas, y asi mesmo V.s trato
con su Paternidad que en caso que se les pudiere hazer la dicha guerra avia de ser de proposito y
con grande aparato [...] V.S. represento al dicho padre la pobreza grande de la tierra y que era ne-
cesario fuerza de municiones las quales no hay, aunque gente cavallos y armas defensivas no fal-
tarian y asi mesmo se le trato e dixo que la soldadesca y gente que podria yr a esta guerra, por ser
tan pobre no se animarian a ir a ella, sino saben que an de tener algun aprovechamiento y por otra
parte se le dixo que aviendo forzosamente de venir en rompimiento en la dicha guerra con los di-
chos yndios seria ynhumanidad grande avellos de matar con todas sus familias y que si se diese
traça como se pudieren tomar vivos las mugeres e hijos y traellos a esta ciudad repartiendolos a
los tales soldados, para que se sirviesen dellos, ellos se arian christianos, andando el tiempo y se
acrecentarian los vasallos de su magestad y los dichos pobres soldados se animarian para esta
guerra».
318
«por cuanto S.M. tiene prohibido hacer indios esclavos, declaro lo mesmo». Un traslado de
estas ordenanzas en AGI Charcas 112.
319
«Los Padres de la Compañia despues que han visto los daños que los indios rebeldes han co-
metido y cuan adelante pasaran si se le dejasen sin castigo, me escriben y persuaden ser cosa lícita
hacerles guerra a fuego y sangre cautivandolos y dandolos por esclavos en propiedad [...] no me
puedo persuadir sea cosa conveniente hacerles guerra, como me persuado ser necesario y forzoso
66 MARTÍN MA MORALES, S.J.

Provincia del Paraguay Diego de Torres prohibió «que se den pareceres contra
los Indios; y asi en materia de malocas, guerras o imposiciones y cargas»320. Es
probable que este parecer haya determinado la real cédula, dada en Madrid a 16
de abril de 1618, que autorizó a los gobernadores del Río de la Plata y Guayrá «a
entrar en los pueblos de guaycurús y payaguas en seguimiento de los que ocasio-
naren daños, a matarlos, o aprehenderlos y servirse de ellos»321. Un parecer con-
trario al de los jesuitas fue el de Don Diego de Góngora322, gobernador del Río de
la Plata. Acusando recibo de la cédula informó al Rey que la actual persecución
de los guaycurús no era sino el fruto de una cadena de venganzas entre españoles
e indios la cual debía cortarse «dandoles doctrina con suavidad y buenos me-
dios»323. Dado el carácter nómada de este pueblo324, la dificultad de su lengua, su
espíritu guerrero, la misión hubo de abandonarse definitivamente en 1626325.
La tercera reducción que Hernandarias dispuso encargar a los jesuitas fue
en la provincia del Paraná «sircunvezina de la que tiene hecha el padre fray Luis

castigarlos con rigor para atajar sus atrevimientos». Diego Marín Negrón al Rey. Asunción, 31 de
mayo de 1613. AGI Charcas 112.
320
ARSI Congr. 55 167-168. A pesar de ello, otros pareceres de jesuitas en favor de la guerra
ofensiva a los guaycurus pueden encontrarse en AGI Charcas 283: Informe que dio el P. Tomas
Dombidas de la Compañia de Jesus sobre la posibilidad de hacer guerra ofensiva. 8 de octubre de
1679; AGI Charcas 283: Carta relacion del P. Diego de Altamirano escrita por el orden del Con-
sejo en Junta de 25 de septiembre de 1687 tocante a lo que informo el Gob. del Paraguay D Fran-
cisco Monforte en cartas de 20 de abril 19 y 29 de Julio de 1686. 5 de febrero de 1688.
321
AGI Buenos Aires 2 L. 5 65-66. Esta cédula quedó aislada respecto de lo que fue la doctrina
jurídica sobre la esclavitud de los indios según la Recopilación (1680), Ley 1a Tít. II Lib. VI: «Es
nuestra voluntad, y mandamos, que ningun Adelantado, Governador, Capitan, Alcaide, ni otra
persona, de qualquier estado, dignidad, oficio, o calidad que sea, en tiempo, y ocasion de paz, o
guerra, aunque justa, y mandada hazer por Nos, o por quien nuestro poder huviereo, sea ossado de
cautivar indios naturales de nuestras Indias [...] ni tenerlos por esclavos [...] excepto en los casos y
naciones que por las leyes de este titulo estuviere permitido y dispuesto, por quanto todas las li-
cencias, y declaraciones hasta oy hechas, que en estas leyes no estuvieren recopiladas, y las que se
dieren, e hizieren, no siendo dadas, y hechas por Nos con expressa mencion de esta ley, las revo-
camos y suspendemos en lo que toca a cautivar y hazer esclavos los Indios en guerra, aunque sea
justa, y hayan dado y den causa a ella». Recopilando R.cs. de Granada a 9 de noviembre de 1526,
de Madrid a 2 de Agosto de 1530, de Medinaceli a 11 de enero de 1532, de Madrid a 5 de noviem-
bre de 1540, de Valladolid a 11 de Mayo de 1542, de Castellón de Ampurias a 24 de octubre de
1548. Las excepciones fueron para los indios caribes, para los indios chilenos y para los de Min-
danao. Recopilación (1680), Leyes 12 13 14 y 16 Tít. II Lib. VI.
322
Fue el primer gobernador del Río de la Plata una vez dividida la provincia homónima con la
del Guayrá. Fue designado por R.C. de 16 de diciembre de 1617, asumió el cargo el 17 de no-
viembre de 1618. Murió el 21 de mayo de 1623. E. MAEDER, Nómina de Gobernantes civiles y
eclesiásticos de la Argentina durante la época española (1500-1810) (Resistencia s.f.) 49.
323
Diego de Góngora al Rey. Buenos Aires, 2 de marzo de 1620. AGI Charcas 28.
324
«viven en tierras de grandes pantanos de invierno y tan faltos de agua en verano, que no pue-
den los españoles seguirlos, y si alguna vez lo hacen con ventaja jamas huyen dos juntos y asi no
les pueden dar alcance. Esta nacion assi tan barbara tienen algunas cosas que hacen ventaja a otras
muchas, como es viuir en castidad rigurossisima hasta que tienen, veinte y cinco o treinta años y
hasta esa edad no se casan, ni tampoco beuen vino. Acabada la guerra tratan con gran amor a los
captiuos, y si son mujeres, ni llegan a ellas, ni se casan con ellas, hasta que saben la lengua y ellas
gustan de casarse. Tienen entre si extraordinaria union y obediencia a los caciques». Diego de
Torres. Carta Anua de 1610. LEONHARDT XIX 48.
325
La misión fue abandonada por primera vez a los dos años de ser comenzada. Roque Gonzá-
lez fue destinado al Paraná. En 1613 se reanudó con los esfuerzos de Pedro Romero y Antonio
Moranta, sobrino de Jerónimo Nadal. FURLONG, Misiones 109-110.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 67

Bolaños»326. También en esta oportunidad el Gobernador supo granjearse la be-


nevolencia de algunos caciques "hauiendolos hablado y rregalado todo lo posi-
ble»327. A esta misión fueron enviados Marciel de Lorenzana y Francisco de San
Martín. Fueron ayudados, además, por el sacerdote secular Hernando de la
Cueva328 «clerigo devoto de la Compañia, cura de un pueblo circunvezino»,
quien llevó «algunos caciques parientes de otros paranaes»329 y logró establecer
la paz entre distintos grupos lo cual facilitó la entrada y acogida de los jesuitas.
Teniendo presente las reales cédulas dadas por Felipe III acerca del estableci-
miento de las reducciones en el Guairá, la correspondencia de Hernandarias con
éste y con Diego de Torres330 queda patente la iniciativa de la Corona y de su mi-
nistro en la realización de estas fundaciones. Obligaciones éstas inherentes al
Regio Patronato331. No cabe duda que tal iniciativa contó con la voluntad favora-
ble de Diego de Torres, él mismo reconció este origen e impulso en el momento
de pedir la debida limosna y estipendio332. El 2 de abril de 1610 se celebró una
junta333 en la ciudad de Buenos Aires presente el Gobernador Diego Marín Ne-
grón, los Oficiales de la Real Hacienda y Diego de Torres. El gobernador pro-
puso que cada misionero jesuita recibiera de las cajas reales un estipendio de
seiscientos pesos ensayados334, el «sinodo mas tenue que se daba entonces a cada
cura de indios en el Perú». Cabe recordar que los jesuitas de Juli percibían por
cada beneficio ochocientos pesos ensayados335.

326
Hernandarias al Rey. Buenos Ayres, 3 de mayo de 1610. RBN I/4 (1937) 756.
327
Idem.
328
«El licenciado Hernando de la Cueva lo ha hecho muy bien, y con mucha edificacion: fue su
venida importantisima, porque todos los yndios tienen mucha noticia de supersona y tambien de
su padre que fue el primero que los empadrono y asi lo repiten estos indios muchas veces. V.R. se
lo agradezca mucho por amor de Dios, y de alguna cosa buena de devocion o se la embie de Bue-
nos ayres irse ha mañana o essotro dia a su curato: Dios vaya con el y se lo pague que mucho le
devemos y le tendremos alli para esclavo de nras. necessidades porque estoy muy cierto acudira a
todo con mucho amor». Marciel de Lorenzana a Diego de Torres. 14 de octubre de 1610. ARAH
9-9-2/1666. LEONHARDT XIX 46-47.
329
Diego de Torres. Carta Anua de 1610. Ibidem 44.
330
Véase la Real Cédula dada en Valladolid a 3 de mayo de 1604. ARAH 9-9-4/1753.
331
GÓMEZ ZAMORA 303.
332
El mismo Diego de Torres en su Carta Anua de 1610 manifestó esta iniciativa: «y por la
grande instancia que me hicieron [obispo y gobernador] y la buena disposicion que en los indios
se veia, imbie seis p.es [...] a tres misiones de prou.as de infieles y de guerra». LEONHARDT XIX
43.
333
La noticia de esta junta en LOZANO, Historia de la Compañía I 306-307.
334
El peso ensayado correspondía a 450 maravedís.
335
LOZANO, Historia de la Compañia II 197. Según lo declarado por el cura Nicolás de Santa
María, de la provincia de Chicuito, los curas en ese distrito percibían hasta 800 pesos ensayados.
Los jesuitas recibían por los cuatro beneficios de Juli 3.200 pesos ensayados. «De los sinodos de
estos veinte y çinco sacerdotes por ser muy ecçesibos se pueden rebaxar a treçientos pesos dexan-
doles a quinientos pesos ensayados a cada uno con los quales y con las obençiones que tienen que
son de muy gran consideracion les vendra a quedar de rrenta a cada uno mas de dos mil ducados
bastantisima y aun superflua sustentación para un sacerdote aun que esta rebaxa no se debria ha-
zer con los Padres de la compañia por convertir como convierten todo su sinodo y obençiones en
bien pro y utilidad de los naturales tomando parassi tan solamente lo necessario para su sustento
dando lo demas a yndios pobres y engrandeçiendo sus iglesias». Nicolás de Santa Maria al Rey.
La Plata 12 de febrero de 1610. GANDÍA, Francisco de Alfaro 415.
68 MARTÍN MA MORALES, S.J.

replico el Padre Provincial, que no era necessaria tanta cantidad, para sustentar à los
que se professaban pobres Religiosos, y no buscaban ganancia temporal en la conversion
de los Infieles, sino que bastaria se señalasse la mitad de esse sinodo para cada dos misio-
neros jesuitas [...] Edificaronse aquellos Reales Ministros de este desinteres336.
A raíz de estas conversaciones los Oficiales de la Real Hacienda de Buenos
Aires acordaron conceder a los jesuitas «los dichos ornamentos y campanas por
una vez»337, equivalentes a mil pesos y mil cuatrocientos pesos de a ocho reales
para el sustento anual de cada reducción338. Diego de Torres solicitó al Rey que la
decisión de los oficiales reales fuera confirmada por una real cédula general para
las tres gobernaciones. Uno de los argumentos que Torres esgrimió para favore-
cer la obra de las reducciones, además del descargo de la real conciencia, fue la
ganancia que la Corona podía obtener del ingreso de los tributos de «tantos vasa-
llos»339. Por Real Cédula dada en Madrid a 20 de noviembre de 1611, dirigida a
los dichos Oficiales, fue aprobado el estipendio concedido, o sea unos cuatro-
cientos y setenta pesos de a ocho reales para cada reducción340. A pesar de diver-
sas solicitudes que hicieron los jesuitas para aumentar el estipendio, el mismo
quedó fijado en unos cuatrocientos setenta pesos corrientes341. Finalmente, el
mapa de la expansión misionera jesuítica quedó constituido hacia el este, entre
los 25 y 30 grados de latitud, con las fundaciones en el Tape, a partir de 1620, y
hacia el norte de Asunción, entre los 20 y 25 grados de latitud, con las reduccio-
nes que se establecieron en el Itatín (1630).
4.3 La Coyuntura Etica y Jurídica: los Jesuitas y la Encomienda
El tema de la encomienda paraguaya y su evolución revistió un particular
interés en el establecimiento y el desarrollo de las actividades de los jesuitas. La

336
Idem.
337
Esta limosna había sido ya concedida con anterioridad a franciscanos y dominicos. Rcs. de
28 de julio de 1607 para los de Santo Domingo y de 5 de julio de 1608 para los de San Francisco,
los cuales sin embargo no recibían ningún estipendio. Cfr Copias de Cédulas de S.M. escritas al
Obispo, Gobernador y Oficiales Reales del Río de la Plata. AGI, Charcas 146.
338
Copia de un capitulo de Carta de los Oficiales del Rio de la Plata. Buenos Aires 15 de mayo
de 1610. Ibidem.
339
Copia de un capitulo de Carta que el Pe Do de Torres escrivio a S.M. a 30 de Abril de 1610.
Ibidem.
340
Ibidem 147. Fue editada por LOZANO, Historia de la Compañía I 307-308. El real corre-
spondía a 34 maravedís; el estipendio asignado fue de unos 127.840mr o sea unos 300 pesos
ensayados.
341
Así lo testimonia una certificación dada por el Contador real Juan de Chavarría de 20 de
agosto de 1655 en la cual se dice que por las 15 misiones de los jesuitas en la Provincia del Para-
guay se han dedicado, en 1652, 6.999 pesos y 3 tomines de a ocho, a razón de 476 pesos y 5 tomi-
nes para cada reducción. AGI Charcas 113. El mismo LOZANO, Historia de la Compañía II 308,
afirma: «Esta generosa liberalidad han continuado gloriosamente, hasta el tiempo presente [1750]
[...] Y despues que, como era razon, empezaron a tributar los dichos indios, asignaron los mismos
tributos para alimentos de los Misioneros, con tal desinterés, que nuestro Rey, y Señor Felipe
Quinto (que dios guarde) mandó, que en su Real nombre se les certificasse a los indios, reducidos
por la Compañia en estas Provincias, que nunca vendria, en que se les gravasse en otra cosa, que
en lo que fuesse necessario para sustentar los Ministros, que los conservassen el la Fé recibida, y
les diesse el pasto espiritual de la Doctrina y Sacramentos, como consta de su Real Cedula de 12
de Noviembre de 1716, que corre impressa».
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 69

Compañía de Jesús se vio implicada, a partir de los primeros momentos de la


fundación de la Provincia del Paraguay, en la institución de la encomienda con
las características propias que presentaba en aquella región. En gran medida las
posturas de algunos jesuitas a este respecto y el modo con el que fueron reivindi-
cadas condicionaron, en particular, su labor en las Reducciones y en general las
demás actividades de la Provincia. La esencia del Derecho Indiano fue su ser ca-
suista342. La vastedad y diversidad del territorio americano implicaron para el
mundo normativo un permanente esfuerzo para distinguir circunstancias y situa-
ciones. Esta adaptabilidad y diversificación no fue originada sólo por la expe-
riencia americana, se encontraba ya presente en los cuerpos forales peninsulares.
Esta particular concepción consideró cada situación en un contexto dado. Al de-
cir del jurista Bernardo de Vargas Machuca: «mal se gobernará Sevilla con las
ordenanzas de Madrid, ni Burgos con las de Bilbao [...] así el príncipe debe go-
bernar sus reinos diferenciando las ordenanzas reales, acomodando sus causas y
calidades»343 Este ideal jurídico encontró en América más de una razón para que-
dar en pie344. La realidad americana impactó, con sus novedades y diferencias el
«mundo» conocido. Por otra parte, esas diversidades culturales se presentaron en
una extensión territorial imposible de unificar y centralizar.
Las circunstancias eran el eje de la reflexión jurídica. Como afirmaba Fran-
cisco Bermúdez de Pedraza: «todo el Derecho consiste en el hecho»345. De tal
forma no podía concebirse ningún divorcio entre hecho y derecho, sino que los
dos elementos se necesitaban mutuamente. El hecho mismo estaba cargado de
juridicidad, por lo tanto era la realidad, en su complejidad, la que debía perma-
nentemente alimentar la reflexión jurídica y la consiguiente elaboración norma-
tiva. Esta concepción cuajó algunas fórmulas que se hicieron clásicas. Entre
ellas, las que exhortaban a dedicar una atención especial a los tiempos, lugares y
personas346. De esta atención dependía el trabajo coherente del legislador y la

342
Acerca de las características del Derecho Indiano y su evolución puede verse el estudio de
V. TAU ANZOATEGUI, Casuismo y Sistema. Indagación histórica sobre el espíritu del Derecho In-
diano (Buenos Aires 1992).
343
B. DE VARGAS MACHUCA, Milicia y descripción de las Indias (1599) (Madrid 1892) VIII
34-35 (= Colección de los libros raros o curiosos que tratan de América VIII-IX).
344
Aún a fines del siglo XVIII el presbítero P. J. de PARRAS, decía: «quien sepa la asombrosa
extensión de aquel Estado [América], y los diversos intereses públicos de cada Gobierno y Pro-
vincia
respectivamente, conocerá, que es materia imposible la de arreglar unas providencias generales,
que en algunos puntos sirvan de norma y regla para reunir en un mismo centro los varios y diver-
sos intereses de las Provincias, pueblos y particulares. Es imposible que una misma ley pueda
comprehender a todos sin distincion de circunstancias, ni tiempos, así como no es adaptable a
toda especie de gentes, y en todos temperamentos un mismo vestido». PARRAS, P.J. DE Gobierno
de los Regulares de la América, ajustado religiosamente a la voluntad del rey (Madrid 1783) II
302-303.
345
F. BERMUDEZ DE PEDRAZA, Arte legal para estudiar la Jurisprudencia (Salamanca 1612)
134-135.
346
«En fin nunca en ordenes semejantes, por apretados que sean, dexan de ofrecerse epiqueyas,
que templan su rigor con la equidad, y piedad que resultan de las circunstancias, y consideracio-
nes referidas, y de otras tales [...] que aunque el derecho sea fixo y estable, la equidad, que es hija
de la razon natural, le templa, modera, y altera á las veces, segun lo piden los casos, que se suelen
70 MARTÍN MA MORALES, S.J.

aplicación recta de la justicia. Según Acosta, en América, donde «omnia nova»,


se necessitaba una gran sabiduría para el gobierno y la administración de justi-
cia347. Esta adaptación de la norma a la realidad fue conocida también con el
nombre de «disimulación»348: «No lo querer apurar todo, ni llevarlo por el sumo
rigor del derecho»349. Debía aplicarse la necesaria epiqueya en los casos que así
la requerían. Eran las circunstancias las que generaban la necesaria piedad y
equidad que moderaban y templaban el rigor de la ley. En esta concepción la ex-
periencia o, según el decir de la época, el conocimiento de la tierra, fue funda-
mental para acertar en la legislación y en el gobierno. Las cosas de la tierra de-
bían de entenderse «muy de raíz», como aconsejaba el Virrey Enríquez a su su-
cesor, el Conde de Coruña, en el virreinato de Nueva España350. Este conoci-
miento era también garantía para poder informar verídicamente al Rey y sus
consejeros quienes debían determinar lo que fuera menester.
El concepto de sistema jurídico, que se consolidó a fines del siglo XVIII,
siendo el código el emblema y fruto, se hizo presente ya en los siglos XVI y XVII

ofrecer, que por el tiempo, lugar, personas, y otros varios accidentes pide se ajuste, y acomode a
las ocasiones». SOLÓRZANO, Politica Indiana III VIII 37. Otros usos de la misma fórmula en:
Idem I, V 8; III, VI 67; III, V XII 11; V, XVI 3-6; V, XVI 14. En este sentido puede entenderse
también la idea del derecho como cera: «es necesario que la ley se encorve y acomode, tal vez al
rigor, y tal vez a la misericordia y por esto el Derecho Positivo se llama Derecho de cera, porque
siendo la circunstancia digna de piedad, el Juez modifique y ablande su sentencia mas de lo que la
ley manda: y por el contrario, si la malicia de la culpa lo merece, la endurezca con más estrecha y
rigurosa justicia de lo que la ley positiva dispone». J. CASTILLO DE BOBADILLA, Política de seño-
res y corregidores de vasallos en tiempos de paz y de guerra (Madrid 1775) IV 1-3. En el Proe-
mio de las Constituciones de la Compañía de Jesús, al no [136] aparece esta atención a las cir-
cunstancias como el principio fundamental para la elaboración de las reglas: «son necesarias al-
gunas otras ordenanzas que se puedan acomodar a los tiempos, lugares y personas». Esta expre-
sión, u otras similares, aparecen repetidas veces en el texto de las Constituciones: nn [343] [508]
[581] [747] [395] [458] [462] [671] [64] [71] [136] [211] [238] [449] etc.
347
«Todo es nuevo. No hay costumbres asentadas. Las leyes y el derecho, excepto el natural, no
son firmes casi en absoluto. Las tradiciones y ejemplos de los tiempos pasados o no existen o más
bien son detestables. Cada día sobrevienen casos inopinados. Las alteraciones y las mudanzas son
repentinas y peligrosas. Los fueros municipales o son desconocidos o no están suficientemente
consolidados para resolver los pleitos. Las leyes españolas y el derecho romano son opuestos en
gran parte al usos recibidos de tiempo inmemorial por los bárbaros. El estado mismo de la repú-
blica es tan movible y vario, y tan heterogéneo en sí mismo, que lo que ayer era tenido por muy
recto y provechoso, hoy, cambiada la situación, resulta lo más inicuo y pernicioso». ACOSTA, De
Procuranda Lib. III c. 4 § 4.
348
Discurriendo sobre las personas a las que se les pueden dar encomienda Solórzano afirma:
«Pero en tales materias y en Provincias tan remotas y donde tan fácilmente se truecan las cosas,
muchas disposiciones y disimulaciones pide la ocurrencia y congruencia de los negocios y la dife-
rencia de los tiempos, y las personas, y la prudencia consiste en la connivencia, que es, no lo que-
rer apurar todo, ni llevarlo por el sumo rigor del derecho, haciéndonos desentendidos de sus pun-
tos, y tolerando semejantes transgresiones algunas veces». Política Indiana III, VI 67 68-69. So-
bre la teoría civil de la disimulación véase también R. ALTAMIRA y CREVEA, Diccionario caste-
llano de palabras jurídicas y técnicas tomadas de la legislación indiana (México D.F. 1951)
114-115.
349
Idem.
350
«las cosas de la tierra son muy diferentes a las de España y no menos la gente de ella». Lo
mejor es: «oírlos a todos y creer a pocos y caminar despacio en los negocios que será hasta haber-
los entendido y conocido a la gente». Advertimientos de Martín Enríquez al Conde de Coruña, su
sucesor. Lima 25 de octubre de 1580. L. HANKE (Ed), Los Virreyes Españoles en América du-
rante el Gobierno de la Casa de Austria: Perú (Madrid 1978) I 212-213 (= BAE 280-282).
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 71

en las denuncias de la confusión provocada por las tantas leyes, en la unificación


como ideal, en la necesidad de establecer el arte y regla, en definitiva en el deseo
de elaborar un método351. Un rasgo característico de este pasaje de una concep-
ción a otra fue el «asimilismo»352. Esta tendencia trataba de eliminar la peculiari-
dad, la novedad, la circunstancia, aplicando normas o criterios ya establecidos
para ciertos casos a situaciones nuevas y distintas. En numerosas ocasiones los
matices originales del mundo socioeconómico de la Gobernación del Río de la
Plata fueron leídos bajo la lente asimilista. Un ejemplo de la mentalidad se re-
flejó en el modo con el cual el factor del Río de la Plata Don Pedro Dorantes353
(1551) criticó la situación social configurada en el Paraguay y en los remedios
que propuso a Domingo de Irala para alcanzar algunas mejoras. El factor pidió a
Irala que encomendara a los indios y de esta manera quitar «la costumbre que los
indios tienen de vender sus mujeres y hijas y parientas, que es total destrucción
de la tierra y la que los cristianos tenemos en se las comprar354». En definitiva,
concluía Dorantes, hacer «como [...] en todas las demás Indias»355. Dorantes an-
tes de llegar al Río de la Plata había ocupado cargos administrativos y notariales
en Nueva España de 1529 a 1536, viendo ahora la realidad paraguaya proyec-
taba los remedios que había visto en tierras mejicanas. De todas maneras, se vio
obligado a reconocer que el sistema implantado en tierras paraguayas era «nece-
sario para nos mantener hasta que la tierra se encomiende»356.
Irala respondió (1553) al factor haciendole notar que si el repartimiento no
se había hecho se debía a dos motivos. En primer lugar, por haberse dedicado a
«descubrir y conquistar tierras» de las que hay noticias de oro y «grandes pobla-
ciones de gente». Además: «la tierra [es] miserable y de muy poca y derramada
población y gente sin señor y principal a quien obedezcan, ni tener que dar de
rescates ni tributos a los conquistadores sino solamente el servicio de sus perso-
nas»357. Para Irala la costumbre había sentado, de hecho, esta especial relación
entre españoles e indios en virtud de la cual los unos y los otros están «adebda-
dos» con los conquistadores y pobladores. En definitiva, la atención a los luga-
res, a los tiempos y a las personas, las condiciones de la tierra paraguaya tan dis-
tintas de la realidad mejicana, presentaban a la encomienda como un sistema
viable en Méjico, mientras que en la Gobernación del Río de la Plata, juzgó
Irala, su realización, en ese momento, sería algo «escandaloso». El Gobernador

351
Acerca de esta evolución véase TAU ANZOATEGUI cap. 3. Sobre el influjo del pensamiento
cartesiano en la idea de sistema véase Idem, 195 y TOMÁS Y VALIENTE en M. ARTOLA (Dir), En-
ciclopedia de Historia de España (Madrid 1988) III 371-373.
352
La expresión es usada por ZAVALA, Orígenes 145 y 180.
353
Acerca de Pedro Dorantes puede consultarse la obra de LAFUENTE MACHAIN, Los con-
quistadores 191-193. El factor era un oficial de la Real Hacienda que en Indias tenía la obligación
de salvaguardar los intereses económicos de la Corona en las empresas de descubrimiento y po-
blación. TOMÁS Y VALIENTE en ARTOLA, Enciclopedia V 505.
354
Requerimiento de Pedro Dorantes al Gobernador Irala. Asunción, 12 de octubre 1553. GAR-
CÍA SANTILLÁN 403-409.
355
Idem.
356
Idem.
357
Ibidem 405.
72 MARTÍN MA MORALES, S.J.

no rechazó de plano las ideas de Dorantes. Dispuso que, conformes «a la dispo-


sición y calidad de la tierra», los oficiales reales «se junten de nuevo a mirar y
acordar y platicarlo que en este caso mejor se pueda y deva hazer»358.
No obstante el «asimilismo» de Dorantes o el realismo de Irala, la enco-
mienda fue el instrumento para terminar con la venta de mujeres, asegurar la
permanencia y estabilidad de los habitantes sobre el territorio, consolidar y desa-
rrollar la evangelización, evitar el servicio indiscriminado de los indios y ampa-
rarlos en un orden jurídico determinado. La peculiaridad de la encomienda para-
guaya se puso de manifiesto en las Ordenanzas de Irala de 1556359 que pretendie-
ron dar un orden a la institución en el ámbito de la Gobernación del Río de la
Plata. La encomienda americana en general, y la paraguaya en particular, se dis-
tinguieron en diversos aspectos de la behetría peninsular360. En la behetría de la
Alta Edad Media, en modo especial en tierras de Castilla, el pequeño propietario
podía elegir el señor al cual encomendarse, aunque luego esta facultad de elec-
ción fue mermada. En tierras americanas fue común la necesidad radicar a la po-
blación indígena en un territorio para organizar la evangelización y repartir la
mano de obra. Por eso las Ordenanzas de Irala establecieron que los indios no se
mudaran de sus pueblos ni pasasen a otros repartimientos361 «porque si otra cosa
se permitiesse mas seria confusion y veetria que encomienda de yndios». El mo-
vimiento natural de los guaraníes en busca de tierras siempre más aptas, símbolo
y realidad de su búsqueda de la tierra-sin-mal, que bien coincidió con los prime-
ros objetivos de los españoles, se vio coartado por el sedentarismo que implicó
la institución de la encomienda y por el establecimiento de las reducciones. Los
naturales reaccionaron contra estos sistemas que tendían a fijarlos en el territo-
rio.
Las Ordenanzas de Irala fueron concebidas en virtud de «la experiencia de
las cosas pasadas y calidad de la tierra. Los indios no podrían contratar ni nego-
ciar sino a través de la persona a quien están encomendados, ni tampoco podrían
ceder ni dar en contrato a sus mujeres. Se moderaron los trabajos. No podrían ser
obligados a trabajar en rozas o en casas que el encomendero hubiera previsto
para la venta. El encomendero podría servirse de los indios en turnos que no su-
perasen la cuarta parte de los indios encomendados. Los servicios domésticos
deberían ser concordados con los indios principales. Se dispuso la visita de los

358
Ibidem 406.
359
Ha sido consultado el ejemplar de la BNM Ms 20115. Para un análisis de estas disposiciones
véase ZAVALA, Orígenes 170-175; T. CAÑEDO-ARGÜELLES, La Provincia de Corrientes en los si-
glos XVI y XVII (Madrid 1988) 99 y ss.
360
La palabra behetría proviene de benefactoría y luego benfetría. Sobre los orígenes medieva-
les de la encomienda y sus características puede consultarse L. GARCÍA DE VALDEAVELLANO,
Historia de España. De los orígenes a la baja Edad Media (Madrid 1973) I 69-72 475-476. Ade-
más véase Behetría en ARTOLA V.
361
El repartimiento fue un sistema de poblamiento ya usado por la España medieval en zonas
levantinas y andaluzas. Normalmente se entiende repartimiento en encomienda y por esto fre-
cuentemente se los usa como sinónimos. Antonio León Pinelo usa repartir para nombrar la pri-
mera distribución de los indios entre el rey y los conquistadores. Mientras que encomendar sería
dar la sucesión del repartimiento a quien se declare heredero del mismo. Ibidem 1048.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 73

encomenderos a sus pueblos. El encomendero que se dirigía a su repartimiento


podía ser mantenido por los indios de otras encomiendas que encontrara a su
paso por dos o tres días, todo lo que pasase de este límite debía ser pagado. Los
indios debían, además, socorrer al encomendero en viaje con vituallas e indios
cargadores que lo acompañasen hasta su destino. La Ordenanzas pretendieron, al
establecer la encomienda, reglamentar el trabajo de los indios en orden a evitar
abusos y extirpar el uso de tomar mujeres en modo indiscriminado para distintos
servicios, pero sin dejar de tener en cuenta las condiciones reales de las relacio-
nes entre españoles e indios y las estructuras económicas de la zona. El servicio
del indio quedó limitado a una persona sola y concreta, circunscribiendo, por
tanto, los riesgos de una explotación anónima e ilimitada. Dada la pobreza de la
tierra y visto que los indios carecían de metálico, de ganado, o de cosas de pro-
vecho que pudieran dar en pago del debido tributo, podían ofrecer en cambio
«los miserables frutos de la tierra y el servicio de sus personas». A pesar del ser-
vicio por turnos con el que se pretendía adecuar «a la orden que se tiene en el
Perú y Nueva España» las diferencias con las encomiendas de la cuenca andina
y pacífica fueron notables.
A mediados del siglo XVI se comenzaron a suprimir las encomiendas de
servicio personal362 y se había establecido el pago del tributo en frutos de la tierra
o en dinero. En cierto modo en la encomienda paraguaya mita y encomienda se
confundieron. En la mita peruana y en el cuatequil mexicano el indio recibía su
jornal y por lo tanto se distinguía entre las prestaciones inherentes a la enco-
mienda y los turnos de la mita. En la encomienda paraguaya la prestación perso-
nal equivalió a la carga propia de la encomienda. Por su parte el encomendero
quedó obligado a amparar y favorecer a sus encomendados y debió cuidar de
que los trabajos fuesen moderados e intruírlos en la fe. Por este motivo el enco-
mendero debía tener en su casa dos o tres niños de diez a doce años a los cuales
les debía enseñar la doctrina cristiana «y el buen orden de vivir». Una vez cum-
plidos los trece años deberían volver con los suyos a quienes trasmitirían lo
aprendido. Anualmente los visitadores nombrados por el gobernador recorrerían
la tierra para hacer las debidas informaciones de agravios en los casos que se hu-
biera dado alguna injusticia. A pesar del estilo de estas Ordenanzas la línea jurí-
dica subsiguiente por parte de la Corona y de las autoridades locales fue tratar de
asimilar las encomiendas del Plata al modo de las otras regiones americanas363.

362
Véase entre otras la Real Cedula de Valladolid a 22 febrero 1549. CODOIN 18, 505-
509.
363
Los efectos de este asimilismo en la legislación respecto a las encomiendas en la Goberna-
ción del Río de la Plata pueden verse en la concesión de un repartimiento al Adelantado Ortiz de
Zárate, Real Cédula a Don Juan Ortiz de Zarate: Madrid 11 enero 1570: «es nuestra voluntad que
hagais segun y de la forma e manera y por el tiempo y con las condiciones declaradas en el dicho
capitulo y como se hazen a las demas personas que tienen yndios Encomendados en las provin-
cias del piru y en las demas partes de las dichas nuestras yndias». GARCÍA SANTILLÁN 333.
74 MARTÍN MA MORALES, S.J.

En las Ordenanzas del Gobernador Ramírez de Velasco (1597)364, el modelo pe-


ruano dejó sentir su influencia aún cuando el servicio personal siguió formando
parte de la encomienda, con normas que lo contenían y regulaban. Estas Orde-
nanzas recuerdan el principio fundamental que debía regular las relaciones entre
el encomendero y el indio:
y por quanto generalmente todos los bezinos encomenderos destas prouincias tienen
de costumbre decir que los indios de su encomiendas son suyos sin atener atencion a que
todos los naturales de las indias son en propiedad de la Real Corona y que el decir pala-
bras tan sonantes cabsa mucho desacato ordeno y mando que de aqui adelante ninguno
diga a los dichos indios mis indios sino los indios de mi encomienda pues les consta por
las Cedulas que se les da dellos ser la propiedad de la Real Corona y tan solamente tener
los indios suso dichos en encomienda y lo guarden y cumplan so pena de quatro pesos por
cada bez que semejante palabra dijeren365.
Respecto de la relación entre el encomendero y los indios, visto que «en
esta gobernación no ay horden ni tasa en el trabajo de los indios», el servicio de-
bía quedar reducido a cuatro días por semana de manera que el encomendado
pudiera dedicarse al trabajo de sus chacras. Los servicios de mita quedaron regu-
lados en modo que los que vivían a más de veinte leguas sirviesen por turnos
cada dos meses, si la distancia era de cuarenta leguas debían concurrir cada cua-
tro y si mayor aún cada seis. Los turnos estaban constituidos por la cuarta parte
de los indios de la encomienda. Sólo los varones entre los quince y cincuenta
años podían ser obligados al trabajo. En tiempo de la cosecha del maíz podían
hacerse turnos que no superasen la mitad de la encomienda. Quedaron eximidos
de los servicios los caciques, con sus mujeres e hijos. El sustento de los indios
durante el tiempo de los servicios corría por cuenta del encomendero, el cual
además debía preocuparse por el sustento de los huérfanos y viudas de su enco-
mienda. Ningún vecino podía azotar o poner en grillos al indio sino que tenía
que ser llevado delante de la justicia para substanciar la debida causa, so pena de
perder la encomienda. Se prohibió también cargar a los indios «pues en esta go-
bernación hay tantos caballos y tan baratos y carretas en abundancia».
Dada la ausencia de metálico y por las particulares relaciones establecidas
entre españoles, el servicio personal siguió confundido con el modo de tributar.
La paga que debía dar el encomendero a los indios por ciertos servicios extraor-
dinarios, o por llevar carga en ciertas situaciones excepcionales o por servicios
que debían ser prestados en otra gobernación, debía ser hecha «en cosas que les
aproveche como ser cuñas para labranza de sus grangerías o ropa para vestir [...]
o pellejos». Numerosos capítulos dedicaron su atención a la evangelización y a
la puesta en policia de los naturales. Deberían establecerse pueblos de indios en
lugares aptos, con su iglesia, administración de sacramentos y regular catecismo.
El Justicia Mayor debía dar licencia para que el indio pudiese tratar con los mer-

364
Su texto en GARCÍA SANTILLÁN 356-375. Comentarios sobre ellas en ZAVALA, Orígenes
202-216; E. DE GANDÍA, Francisco de Alfaro y la condición social de los indios en el Río de la
Plata, Paraguay, Tucumán y Perú, siglos XVI-XVII (Buenos Aires 1939) 76-90.
365
Ibidem 371.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 75

caderes que pasaran por el pueblo, para evitar que se hicieran trueques injustos.
Así sucedía con las plumas de los martinetes, muy codiciadas por los españoles
y de trabajosa caza, que venían canjeadas por «cascabeles, chaquiras y otras co-
sas de poco valor». Debía visitar, además, el pueblo cada cuatro meses y contro-
lar que los compromisos de la encomienda se realizaran según derecho y justi-
cia. La muerte del gobernador Ramírez de Velasco (1597) impidió la completa
puesta en vigor de estas Ordenanzas.
La labor legislativa que no pudo ser actuada entonces fue consolidada y
ejecutada por Hernadarias en su calidad de gobernador propietario del Río de la
Plata durante el período de gobierno 1602-1609366. Su obra había comenzado con
las Ordenanzas del 12 de diciembre de 1598367. Es significativo que el Goberna-
dor criollo, en su proemio, demuestre simpatía hacia las ordenanzas de Irala, ex-
cusando su incumplimiento por el hecho de no haber recibido confirmación re-
gia, a la vez que muestra cierta desconfianza respecto de aquellos que han gober-
nado después de él y las han derogado «por imponerles leyes nuevas» a la tierra.
Estas «novedades», según él, repercutieron negativamente en las relaciones en-
tre españoles e indios. Es muy probable que Hernandarias, en cuanto hijo de la
tierra, haya percibido el peligro de asimilar la situación paraguaya a otras reali-
dades imponiendo reglas que nacían para no ser cumplidas368. Algunas de estas
perplejidades se presentarán, por parte del gobernador criollo, ante las Ordenan-
zas del oidor Alfaro.
Se ordenó que cada pueblo de indios tuviera una iglesia fundada y soste-
nida por los titulares de la encomienda y se señalasen tierras aptas para el labo-
reo. El encomendero que no cumpliera con esta cláusula quedaba suspendido del
usufructo de la encomienda por dos años y debía pagar cincuenta pesos aplica-
bles a la iglesia del pueblo de sus encomendados. El titular de la encomienda, en
ausencia de sacerdote, quedaba obligado a impartir la necesaria instrucción reli-
giosa a sus encomendados, preferentemente a los hijos de los caciques; debía
cuidar de la vida sacramental de los mismos. En cada pueblo se pondría un sa-
cristán y un fiscal indios, los cuales quedaban dispensados del tributo y del ser-
vicio personal durante el ejercicio de sus oficios. Acerca de los matrimonios en-

366
Cuéntase un primer gobierno de Hernandarias elegido por el Cabildo de Asunción, en virtud
de la Real Cédula de 1537, el 13 de julio de 1592 como Teniente General de la Gobernación. En
1594 pasó el mando al Teniente General Don Bartolomé de Sandoval y Ocampo nombrado por el
Adelantado Hernando de Zárate. Luego de la muerte de Juan Ramírez de Velazco (1597) se hizo
cargo del gobierno en calidad de Teniente General y nuevamente elegido por el Cabildo el 4 de
enero de 1598. Nombramiento corroborado por el virrey el 16 de diciembre de 1597, ejerció el
mando hasta la llegada de Don Diego Rodríguez de Valdez y la Banda (5 enero de 1599). MO-
LINA, Hernandarias 100-102; MAEDER, Nómina 46-47.
367
Puede verse el comentario que de estas Ordenanzas hace GANDÍA, Alfaro 99-100 y ZAVALA,
Orígenes 220-231.
368
El conocimiento de la tierra fue uno de los valores más destacados que los contemporáneos
veían en la persona del Hernandarias: «De la provincia del Paraguay escriben muy contentos de la
acertada elección que se hizo de la persona de Hernandarias de Saavedra para aquel gobierno...
tiénese por cierto que acertará aquel caballero por ser muy práctico en la tierra, y amado y bien re-
cibido en ella». ANB Audiencia de Charcas. Cartas y relaciones, 2. Citado en BRUNO, Historia
37.
76 MARTÍN MA MORALES, S.J.

tre indios se determinó que la india siguiera al varón en la encomienda. Los hijos
que surgieran de la unión quedarían aplicados a la encomienda del padre. La
viuda sin hijos debía volver a la encomienda de origen, en el caso que tuviera
hijos pequeños podía elegir entre volver a su encomienda de origen o residir en
la que perteneció al marido. Todo esfuerzo por condicionar la libertad de matri-
monio era multado con cincuenta pesos. El gobernador debía otorgar la debida
licencia para la mudanza de un pueblo a otro o para sacar indios de la goberna-
ción. En el caso que un encomendero tuviese que cambiar domicilio debía contar
con la voluntad de los indios para mudarse con ellos. Se prohibieron las contra-
taciones entre encomenderos e indios sin permiso del gobernador. Asimismo
quedó fuera de la ley la explotación yerbatera, por el excesivo trabajo que impli-
caba para los indios y por considerarla malsana. Por último se reiteraron las obli-
gaciones generales del encomendero respecto del indio. Pero más importantes y
decisivas que estas Ordenanzas, por el contexto en el que se realizaron y por su
contenido, fueron las Ordenanzas para el buen gobierno del Río de la Plata del
29 de noviembre de 1603369.
Las Ordenanzas de Hernandarias constituyen un ejemplo claro de cuánto
sea difícil, si no impertinente para la época, separar disposiciones para el buen
gobierno, obra civilizadora, promoción humana y evangelización.
viendo la neçesidad que tenian los naturales del sustento espiritual y de otras cossas
para su buena conservaçion el Reverendisimo de este Obispado çelebro sinodo, y con el y
con las ordenanças que yo hize que yran con esta (sirviendose Su Magestad de mandarlas
confirmar) en lo de adelante se descargara Vuestra Real conçiencia y ellos viuiran con
mas quietud y descanso370.
Se conservó el servicio mitario dentro de la encomienda. «Puesto esta en
razon que los que sirven sin sueldo y salario cierto y determinado como lo son
los indios naturales de estas probincias sean alimentados de todo lo necesario
para el sustento de la vida umana». Con respecto al régimen de trabajo se dis-
puso que los indios menores de quince años y mayores de sesenta quedaran ex-
ceptuados del cualquier tipo de prestación. El motivo de esta disposición fue fa-
cilitar la catequesis y «para que se vayan disponiendo para entrar en la policía,
trato y comunicación que se pretende». En los turnos de trabajo no se podía sa-
car más de la tercera parte de la población laboral del respectivo pueblo, depen-
diendo, el tiempo del servicio de la distancia que había del pueblo al lugar de la
cosecha. Un mes para doce leguas, dos meses si había que recorrer hasta treinta,
tres meses si la distancia era mayor de treinta leguas. Se prohibió el servicio de

369
El texto de las Ordenanzas en GANDÍA ALFARO 346-363. Acerca de su contenido BRUNO,
Historia II 35-39; ZAVALA, Orígenes 236-248.
370
Hernandarias de Saavedra al Rey. Buenos Ayres, 5 abril 1604. RBN I/1 (1937) 82. En 1607
estas Ordenanzas aún no habían sido confirmadas. Así lo testimonia una carta de Hernandarias
del 18 de Junio de 1607 al Rey: «enbie a Vuestra Magestad traslado autorizado para que siendo
Vuestra Magestad servido de mandarlas ver se sirviese tanbien de confirmarlas añadiendo o qui-
tando lo que paresciese convenir y por no auer tenido en esto corresponsion sospecho se perdie-
ron es de grande ynconveniente no estar confirmadas por lo qual torno a embiar con esta otro tra-
slado». Ibidem 168.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 77

las mujeres. Para ayudar a fijar la población en el territorio se dispuso la crea-


ción de un registro de los indios que se mudaban quedando obligado el encome-
dendero a devolverlos a su pueblo de origen. Como en las ordenanzas de Ramí-
rez de Velasco, fue castigada severamente cualquier tipo de ingerencia por parte
del encomendero en el matrimonio de los indios. La ley debía ir acompañada de
ejecutores capaces y honestos: «[...] por que de poca importancia seria hacer le-
yes y estados en las prouincias sino vbiese quien las executase». Dos visitadores
saldrían cada dos años a recorrer el territorio para velar por el buen cumpli-
miento de estas leyes.
Ante el incumplimiento de las normas precedentes y en general del con-
junto de obligaciones que regían las relaciones entre españoles e indios, los tex-
tos de las ordenanzas presentadas no desisten en su intención de suprimir situa-
ciones de injusticia o de asegurar la debida «policía». Probablemente este es uno
de los rasgos de la evolución hacia la concepción del derecho como sistema371.
En dicha evolución la ley fue vista como una fuerza capaz de transformar la rea-
lidad social. Las ordenanzas de Irala, las de Ramírez de Velasco, las de Hernan-
darias y luego las de Francisco de Alfaro demuestran una confianza en la capaci-
dad jurídica de la Corona ante la complejidad de las situaciones. En estos textos
legislativos subyace, además, la confianza en la mano del Legislador, el cual,
ayudado de sus ministros y de los órganos de justicia locales, podría establecer
el orden, salvaguardar derechos y garantizar el ejercicio de la administración or-
dinaria sin necesidad de recurrir a vías de excepción. Esta confianza encontraba
también un punto de apoyo en la idea que las relaciones hispano-indígenas, en
particular, en las que se establecieron dentro del sistema de encomienda, según
los textos legislativos, no estaban viciadas a tal punto de plantear conflictos in-
superables, no quedando otra alternativa que el rechazo total al sistema enco-
mendero. Las ordenanzas pretendieron reformar el sistema desde dentro, mejo-
rar condiciones, asegurar derechos y libertades, buscaron perfeccionar la convi-
vencia. Otro rasgo común de este tipo de legislación, representado por los orde-
nanzas citadas, fue su interés por el conocimiento de la tierra, por las circunstan-
cias, por captar una realidad compleja y en permanente evolución. Opuestas a la
visión utópica, que proclamaba la solución mejor, éstas ordenanzas pretendieron
legislar lo posible. Una vez más el conocimiento y la experiencia de la tierra fue-
ron la condición sine qua non para acertar en la legislación y en el gobierno. Se-
gún Hernandarias una causa del estancamiento en el Río de la Plata «es el no
hauer habido quien, aya informado a vuestra magestad como era razon porque
los que alla informan son chapetones y visoños, que no han penetrado las calida-
des y çircunstancias de estas provinçias»372.
A los jesuitas que llegaron al Paraguay no sólo los precedió este esfuerzo
legislativo, sino que alrededor del tema de la encomienda, de la mita y del servi-

371
TAU ANZOATEGUI, Casuismo 385-386.
372
Hernandarias de Saavedra al Rey. Santa Fe, 30 enero 1600. RBN I/1 (1937) 71.
78 MARTÍN MA MORALES, S.J.

cio personal tributario373 abundaban una serie de pareceres374 que habían ido con-
formando la conciencia ética. Esta conciencia estuvo presente en el momento de
juzgar la nueva realidad del Paraguay. A partir del gobierno del virrey Toledo se
habían aumentado las tasaciones de los indios sujetos a encomienda tratando de
eliminar, así, el servicio personal como forma de tributo, según lo habían dis-
puesto diversas cédulas. Pero la reacción de los encomenderos peruanos hizo
que esta supresión se retardase y moderase375. Por otra parte, la tasación que era
la alternativa para erradicar el servicio personal de la encomienda, no fue un sis-
tema fácil de implementar ya que podría generar nuevas injusticias. A partir del
virreinato de Toledo para la mayoría de los encomendados el metálico consti-
tuyó el componente mayoritario del tributo, lo cual obligó al indio a entrar en el
mercado a menudo en condiciones de desventaja. Mientras que por vía de hecho
y de derecho en el Río de la Plata, dada la situación económica y social imperan-
tes, se seguía aceptando y regulando el servicio personal como parte integrante
de la encomienda, el 24 de noviembre de 1601 fue promulgada, en Valladolid,
una real cédula que eliminaba dicho servicio. La nueva cédula, dirigida al Virrey
del Perú Luis de Velasco376, manifestaba la voluntad del monarca respecto al ser-
vicio personal como tributo para el encomendero: «ordeno y mando que de aqui
en adelante no aya ni se consientan en esas prouincias ni en ninguna parte dellas
los servicios personales que se reparten por via de tributos a los yndios de las en-
comiendas y que los juezes o personas que hizieren las tasas de los tributos no
los tasen por ninguna caso en serbicio personal»377.

373
La evolución jurídica del servicio personal puede consultarse en S. ZAVALA, El servicio per-
sonal de los indios en el Perú (México 1978); véase también SCHÄFER, El Consejo II 309-332.
Legislación y opiniones en SOLÓRZANO, Política Indiana II 2o 141-146; un panorama de la doc-
trina de este jurista en ZAVALA, El Servicio Personal II 121-131.
374
Por pareceres se entiende un determinado tipo de memorial, solicitado normalmente por la
autoridad a expertos en diversas materias, destinados a iluminar la actividad legislativa o de go-
bierno. Algunos de ellos, dados por los jesuitas del Perú, fueron recogidos en Pareceres jurídicos
en asuntos de Indias (Lima 1951). Un parecer de Diego de Torres sobre la Real Cédula de 1601
sobre el servicio personal en Memorial del D. de Torres Bollo al Presidente de Indias. Valladolid
(?), 1603. Mon. Per. VIII 458-482. Véase también K. FOX, Pedro Muñiz, Dean of Lima and the
Indian Labor Question en HISAMREV 42 (1962) 63-88.
375
Una edición de la cédula puede encontrarse en F.J. DE AYALA (ed), Servidumbres persona-
les de Indios (Sevilla 1946) XXXI-LII; LEVILLIER, Gobernantes del Perú XIV 302-322. El servi-
cio personal había sido ya eliminado de las encomiendas por diversas cédulas, entre ellas por una
de Felipe II en Valladolid a 22 de febrero de 1549, CODOIN 1a 18 505-509. Numerosas cédulas a
este respecto citadas en SOLÓRZANO, Política Indiana Lib. II c.2o, 142-145. Sobre las reacciones
ante esta legislación puede verse J. DE PUENTE BRUNKE, La Encomienda y encomenderos en el
Perú. Estudio social y político de una institución colonial (Sevilla 1992) 181-183. Véase además
la legislación recogida en Recopilación (1680), Lib. VI Tít. XII Ley 47; Lib. VI Tít. 7; Lib. VI Tít.
XVI Ley 12; Lib. XII Tít. VI Leyes 1 2 3 4 5 6 y 47.
376
Luis de Velasco, Marqués de Salinas, fue virrey del Perú del 24 de agosto de 1596 hasta el
28 de noviembre de 1604, fecha en que fue designado virrey de Nueva España. MAEDER, Nómina
23. Sobre su actuación puede verse HANKE, Los Virreyes: Perú I 9-11.
377
Para el análisis del texto de la Rc se tiene presente la edición hecha por KONETZKE II/1 71-
85. Puede consultarse otra edición en LEVILLIER, Gobernantes del Perú XIV 302-322.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 79

Las repetidas denuncias del Virrey habían encontrado eco en la sensibilidad


casi escrupulosa de Felipe III378. En las Instrucciones a Don Luis de Velasco
(1595) Felipe II ya había ordenado eliminar los servicios personales, «con tanto
tiento que no causase desasosiego a la tierra», en el momento de adjudicar los
nuevos repartimientos379. Se proveyó también que los indios se ofrecieran en al-
quiler para los trabajos del campo y la ciudad, debiéndoseles pagar el debido jor-
nal380. Por su parte, Velasco, había confiado al Monarca su deseo de poner «a
cada indio un ángel de la guarda para su defensa». El Virrey tenía en mente el ré-
gimen de trabajo de los indios de Nueva España, donde había ejercido el virrei-
nato, los cuales recibían un mejor tratamiento, estaban mejor pagados y no reco-
rrían distancias tan largas para efectuar sus servicios381. La realidad minera hizo
aún más dramático el trabajo de los indios, baste recordar las penurias de Guan-
cavelica382. Don Luis de Velasco se dio cuenta de la paradoja que implicó impo-
ner el trabajo obligatorio a los indios, súbditos libres de su Majestad. Por otra
parte existía una real orden que mandaba repartir indios para el laboreo de las
minas de Potosí y para realizar otros trabajos que se creyeran de utilidad pública.
El mismo año (1598) Velasco manifestó su opinión al Rey respecto la obligato-
riedad del trabajo, sea que ésta fuese debida al servicio personal en orden a pagar
el tributo encomendero o bien para cumplir con el servicio mitario. El trabajo
obligatorio en el contexto minero «repugnaba», según el Virrey, al buen trata-
miento. Estas fueron sus palabras:

378
Así describe Schäfer a Felipe III: «Hombre sometido y medroso, cuyos intereses personales
eran completamente ajenos a la vida política y dirigidos casi únicamente a cultivar una religiosi-
dad rigurosa, además de un carácter débil y de inteligencia mediocre [...]» SCHÄFER, El Consejo
175. A pesar de estas características del monarca no pueden dejarse de lado distintas reformas en
orden a paliar la crisis institucional del momento, nueva organización del Consejo de Indias, la
creación de la Junta de Guerra de Indias, creación de Juntas, etc. ARTOLA IV 293-294. Para una
semblanza de Felipe III puede consultarse R. MENÉNDEZ PIDAL, Historia de España (Madrid
1935) XXIV 78-81.
379
«Asimismo he ordenado a los virreyes pasados en sus intrucciones y por cédulas aparte que
no permitiesen servicios personales de indios, encargándoles que los fuesen quitando con tanto
tiento que no causase desasosiego en la tierra. Y aunque tengo entendido que han ido proveyendo
en esto lo que se ha podido y que así está mucho remediado, estaréis advertido que de aquí ade-
lante que en los repartimientos que vacaren y hubiéreis de proveer, quitéis dichos servicios perso-
nales poniendo cláusula expresa para que los encomenderos no les pidan ni se les den». Instruc-
ción al virrey Luis de Velasco que pasa al Perú. San Lorenzo, 22 de julio de 1595. ENCINAS I
307-325.
380
Ibidem 27.
381
Don Luis de Velasco a Felipe II. Lima, 10 de abril de 1597. LEVILLIER, Gobernantes del
Perú XIV 37-38.
382
De la explotación del azogue, necesario para la extracción de la plata, se seguían muchas en-
fermedades y muertes. Así lo testimonió el virrey al Rey: «referi las enfermedades y muertes que
los yndios que se reparten para este beneficio padecen sin poderlas evitar suplico a Vuestra Mage-
stad se sirua de mandarlas tornar a ver para que junto lo que en ella dice con lo que aqui dire se
entienda la obligacion y necesidad que corre de mirar en ello con mucha atencion y es así que de
estos metales de açogue quando se cauan en las en las minas sale un poluillo que se les entra a los
indios por la respiracion y asienta en el pecho de tan mala qualidad que les causa una tose seca y
calenturienta y al cavo la muerte sin reparo porque los medicos lo tienen por mal incurable» D.
Luis de Velasco a S.M. Callao, 5 de mayo de 1600. LEVILLIER, Gobernantes del Perú XIV
267-268.
80 MARTÍN MA MORALES, S.J.

En otras cosas he escrito a Vuestra Magestad quanto repugna al buen tratamiento de


los yndios el servicio personal a que generalmente todos acuden en el Reino [...] Y es
cosa de lastima lo que pasa cuando los sacan para las minas de Potosi [...] sacaron pocos
dias ha dos mill yndios que con mugeres y hijos serian casi mill personas [...] e yuan con
tanto llanto y alarido como si fueran captiuos383.
Muchos morían recorriendo distancias extenuantes, otros no regresaban
nunca a sus pueblos de origen prefiriendo huir a los montes o quedarse en las
chacras que encontraban por el camino. El tratamiento que recibían en Potosí
gravaba su conciencia como Virrey y por ende la del Monarca384. Pero a pesar del
análisis del Virrey y de su sensibilidad, según la manera como estaban dispues-
tas las cosas en el Perú «si falta el servicio de los yndios faltaran todas», no sólo
no se podría contar con la plata y el oro, ni siquiera con lo necesario para el man-
tenimiento elemental de la subsistencia. Del capítulo de esta carta correspon-
diente al servicio personal se envió un traslado a la junta creada por el rey para
tratar el asunto, según lo testimonia una anotación a margen. El 3 de noviembre
de 1598 el Virrey volvió a denunciar al Rey las condiciones en las que se reali-
zaba el dicho servicio, sobre todo en lo que respectaba a la labor minera a la vez
que reiteraba la necesidad de la mano de obra para la extracción de los minera-
les385. Dado que algunos servicios eran inexcusables para el mantenimiento de la
república, continuaba la instrucción real:
los yndios se lleben y salgan a las plaças y lugares públicos [...] para que los que
ouieren menester assi españoles como otros yndios [...] les concierten y coxan alli por
dias y por semanas y ellos vayan con quien quisieren y por el tiempo que les pareciere de
su voluntad [...] y que de la mesma manera sean conpelidos los españoles de condición
seruil y ociosos que ouiere y los mestizos, negros, mulatos y zambahigos libres [...] y se
ocupen en el servicio de la república por sus jornales386.
José de Acosta, en el De Procuranda dedicó un capítulo al tema del trabajo
obligatorio: De servitio personali indorum donde discurre acerca del trabajo del
indio sobre todo en lo que respecta a su condición de mitayo387. Al comienzo del
mismo reconoce que la materia es ardua y que conviene por lo tanto estudiarla
en detalle. En primer lugar, recuerda una serie de principios que estaban presen-
tes en la legislación. El indio es hombre libre, por lo tanto, si se lo ocupa en un
trabajo ha de recibir el justo salario, o bien determinado por la ley, o en su de-
fecto, por la estimación de los buenos y prudentes, o por mutuo acuerdo de las
partes. Podría darse el caso que algunos servicios fueran prestados al encomen-
dero en calidad de tributo, como era el caso de la encomienda paraguaya, enton-
ces debería calcularse con justicia cuánto el indio debía servir y planificar los
turnos de manera que no descuidara sus propios asuntos y necesidades prima-
rias. Acosta se pregunta si el trabajo debe ser libre o si el indio debe ser forzado

383
Don Luis de Velasco a S.M. Callao, 16 de abril de 1598. Ibidem 112-113.
384
Ibidem.
385
Don Luis de Velasco a S.M. Los Reyes, 3 de noviembre de 1598. Ibidem 127-128.
386
KONETZKE II/1 72.
387
ACOSTA, De Procuranda Lib. III c. 17.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 81

a hacerlo. También para él, después de haber proclamado la condición de liber-


tad del indio, la obligatoriedad del trabajo aparece como una contradicción. Se-
gún su concepción del indio, si no se le fuerza a realizar algunos trabajos no los
hará. No piensa Acosta solamente en los trabajos que en definitiva redundan en
beneficio de los indios, ya que en tal caso no se pondría la duda, porque cuando
el magistrado intima estos trabajos a nobles y bien nacidos, en virtud del benefi-
cio común, nadie duda que está cumpliendo con su obligación. Se trata, según el
jesuita, de trabajos serviles que los españoles consideran cargas «excesivamente
pesadas o denigrantes», como cavar la tierra, llevar cargas, sacar escombros o
hacer ladrillos. Si los indios no se prestan espontáneamente a estos trabajos, se
pregunta Acosta, ¿será lícito apremiarlos?
En primer lugar, Acosta analiza la opinión de los que él llama los «patroci-
nadores» de los indios que dan una respuesta liberal y honrada: es injuria grave
forzarlos. Pero a la hora de ejecutarla es un «puro disparate y llena de dificulta-
des» («tamen factu tam est et difficilis et absurda»). Es probable que muchos es-
pañoles podrían ocuparse de estos trabajos, pero ¿cuántos de hecho?. Por otra
parte, permitir que estos trabajos no se realicen y pretender que los españoles se
vuelvan a sus tierras no sería acaso «¿apagar la luz de la fe y la religión en estas
regiones?». La mita no sería ni una injusticia, ni un agravio si se guardan tres
condiciones, esto es, que se les de a los indios un salario conveniente, que se les
exigan prestaciones con el menor perjuicio posible y que los turnos sean justos.
Acosta basa sus razonamientos en el común sentir de hombres doctos, en la cos-
tumbre antigua de los mismos indios, en el derecho natural y en la necesidad de
conservar todo todo el cuerpo que es América. Por lo tanto es lícito ordenar que
sean obligadas las partes de él que son necesarias para el entero funcionamiento.
De todas maneras la contradicción entre el estatuto de vasallos libres y la mita,
presente ya en los primeros textos legislativos, como en la Real Cédula a
Ovando de 1503, se vio en esta de 1601, notablemente reducida.
Como otros instrumentos de la legislación laboral para las Indias, la Cédula
de 1601 no se salvó de la paradoja entre trabajo obligatorio y la condición de
hombres libres de los indios, quienes debían vivir con: «entera libertad de vasa-
llos [...] sin nota de esclavitud ni de otra subjeción y serbidumbre mas de la que
como naturales vasallos deven». La Cédula obligaba al alquiler. El indio podía
elegir patrón y duración del trabajo. El salario y comidas no serían materia del
contrato sino que los fijaría la autoridad competente. Prohibió que se impusieran
a los indios cierto tipo de trabajos, como los realizados en obrajes de paños, in-
genios de azúcar, pesquerías de perlas. Debería contarse con la voluntad del in-
dio para realizar repartimientos en viñas y olivares. Por último erradicó el servi-
cio personal como forma de pago del tributo. Con respecto al trabajo minero dis-
puso que, en cuanto fuere posible, lo realizasen esclavos negros y que los indios
se alquilasen de su voluntad. Los que quedaren ociosos tendrían que ser obliga-
dos a alquilarse. Los españoles ociosos, lo mismo que los criollos, mulatos y
zambos, debían también ser compelidos al alquiler para el trabajo minero y otros
82 MARTÍN MA MORALES, S.J.

servicios388. Con esto se evitaría que todo el peso del trabajo recayese en los in-
dios y se desterraría la opinión que tenían algunos españoles y criollos que servir
a otros en la Indias «es cosa vil y baja». Una serie de disposiciones particulares
del virrey Velasco acompañaron la ejecución de ésta cédula389.
La cédula de 1601 fue sometida, como lo prescribía ella misma, a una serie
de consultas de religiosos y expertos para ayudar a las autoridades virreinales a
acertar en su interpretación y aplicación. Entre ellas figura el parecer que dio el
jesuita sevillano Alonso Messía Venegas390. En primer lugar analizó todos los in-
convenientes que imposibilitaban la aplicación de la cédula. Sin discurrir acerca
de la abolición del servicio personal, Messía juzgó que la voluntad del rey con su
cédula era procurar la conservación y aumento de la tierra, la aplicación, sin
más, de la misma iría contra esta intención. Por lo tanto, era «justo y debido re-
formar o informar las cosas de esta tierra con una nueva vida» aplicando reme-
dios concretos a los daños específicos que recibían los indios en sus diversos
servicios391. La intención de Messía, como él mismo lo declara, no era dejar las
cosas como estaban. La situación social y económica del Perú era grave y nece-
sitaba de reformas. El Virreinato era como una casa atormentada por un terro-

388
Esta disposición fue renovada por la Rc dada en Aranjuez el 26 de mayo de 1609. KO-
NETZKE II/1 153-154: «y tambien se tiene entendido que con ser mucha desta gente humilde y po-
bre, no se inclina a trabajar en las labores del campo, minas ni otras granjerías, ni a servir a otros
españoles, y lo tienen por menos valer, de que resulta haber tanta gente perdida y ociosa, y cargar
sobre los indios el peso de todo el trabajo y servicio de los españoles [...] os encargo y mando que
con gran destreza y los medios que de vos se fía, procuréis que cada año se vayan introduciendo
en la labor de los campos, minas y demás labores públicas, algunos españoles; porque a su imita-
ción y ejemplo resulte que los demas se vayan aplicando al trabajo, en cuya introducción se libra
el desterrar de las Indias la opinión que los españoles tienen, de que es cosa vil y baja servir a
otros especialmente en los dichos ministerios de labores».
389
La cédula de 1601 se presenta como un buen ejemplo para comprender la génesis de la ley
indiana. Pueden establecerse según el texto los siguientes pasos: información al Monarca, «por-
que he sido informado [...]», voluntad del Legislador, «es mi voluntad y mando», que deberá ade-
cuarse a las circunstancias: «auiendo entendido mi yntencion y voluntad es que en todo se de la
orden que mas conviene para mayor beneficio y mayor conservacion de todo [...] comunicado [...]
con personas de mucha experiencia y satisfacion añadays y quiteys lo que os pareciere ya quello
hagais executar». A su vez el resultado de las consultas y nuevas disposiciones locales alimentaría
las futuras leyes: «entretanto que hauiendo yo visto lo que de nuevo se dispusiere añadiere o qui-
tare mande lo que fuere serbido». Todo supeditado a la realidad y a la salvaguarda del bien co-
mún: «en quanto fuere posible y no tuuiere y conuiniente de conssideracion ni pudiere caussar
sentimiento y descontento general ni nouedad de ynportancia».
390
Messía Venegas, Alonso * 1566, Sevilla; SJ 15.9.1586, Prov. Peruana; † 17.10.1649 (?)
Lima. SOMMERVOGEL V 1025-26; M. DE MENDIBURU Diccionario histórico-biográfico del Perú
(Lima 1887) VI 377-380. Hijo de Diego de Messia, caballero Veinticuatro y de Doña Costanza
Venegas. Llego al Perú al servicio del Virrey Conde del Villar en 1585. Fue procurador de la pro-
vincia del Perú y socio del provincial Rodrigo de Cabredo. En 1606 fue procurador en Madrid y
Roma. El Virrey Marqués de Mancera en 1640 lo desterró del virreinato con el cargo de haber
acusado su administración de diversas malversaciones. Volvió a Lima en 1649. MENDIBURU VI
377-380. De él opinó el P. Alvarez de Paz: «de mucha virtud y confianza y mediana prudencia y
gran trabajador, mas naturalmente es altivo, imperioso, estimador de si mismo y de sus pareceres,
libre en el hablar y así ha estado mal quisto en las partes que ha vivido con muchos de casa y de
fuera». Alvarez de Paz a Vitelleschi. La Plata, 17 de febrero de 1617 en VARGAS UGARTE, Histo-
ria de la Compañía I 352. Su parecer sobre la cédula de 1601 fue editado en CODOIN 1a VI 118-
165 y en VARGAS UGARTE, Pareceres 94-115.
391
Ibidem 114.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 83

moto de injusticias y abusos, lo que había quedado en pie era poco y frágil. Una
reforma absoluta y radical podría llevarlo todo a la ruina definitiva. Para el je-
suita se debía poner la mira en remediar los particulares abusos que existían en
las sementeras, en las guardas de ganado, en los trajines y en las minas392. La gra-
vedad de la situación no permitía que se aplicasen medidas drásticas que empeo-
rasen ulteriormente el estado de las cosas, sumando injusticia a injusticia.
Otro parecer fue el del franciscano Miguel de Agía393. Agía condenó el ser-
vicio personal en cuanto retribución tributaria. Para él y para otros autores, entre
ellos Domingo de Soto y el mismo Acosta, el servicio personal como forma de
tributación no era malo en si mismo, sobre todo cuando no había otro medio para
cumplir394. Pero, dado el rendimiento natural de los indios, escaso según las ex-
pectativas de los encomenderos, y la frecuente dureza y codicia de algunos de
éstos, era muy posible que este servicio se convirtiese en ocasión de injusticia y
explotación. De allí que era necesario eliminarlo como forma de tributación395.
Por otra parte era imposible que la república pudiese sustentarse sin reparti-
miento de indios. Agía funda su argumentación en dos principios rectores. Se-
gún la concepción que se había ido desarrollando a partir de fines del XVI y prin-
cipios del XVII, las dos repúblicas, la de españoles y de indios, se habían conver-
tido en una sola, la República Indiana396. Más aún, según la opinión de Pedro
Muñiz, deán de Lima (1603), estos reinos americanos constituían «un cuerpo de
República» unidos con los reinos de Castilla y León de manera aún más estrecha
de lo que puede estarlo la Corona de Aragón, ya que las leyes y el gobierno son
los mismos397. Un cuerpo orgánico tiene una única cabeza y distintas actividades
dirigidas al bien común. Podría concebirse como trabajo obligatorio algunos ser-
vicios de pública utilidad, si se temiese que su incumplimiento pudiese ser en
menoscabo de todo el reino y por lo tanto de los mismos indios. Para el francis-
cano, era una ilusión pensar que el indio cumplirá voluntariamente con el alqui-
ler. El indio podría ser obligado al trabajo, aún para las minas, ya que es el bien
común el que está en juego, con tal que sea bien pagado y mantenido; a menos
que el trabajo minero implicara un riesgo cierto para la salud o para la vida. Si
existiese una mina que fuera un peligro real para los trabajadores, como lo po-
dría ser el socavón grande de Huancavelica, debería clausurarse.
En segundo lugar, Agía fundó su argumentación en el principio por el cual
«la república y el Rey tienen legítimo poder y autoridad de compeler y forzar a
sus vasallos y súbditos, sin hacerles por esto injuria ni agravio». Pero debía tra-
tarse de trabajos inexcusables por los que se daría la justa retribución y tendría
que ser realizados por tiempo limitado. Así como la compulsión al servicio per-

392
Ibidem 98.
393
Su parecer Tres graves Pareceres en Derecho fue editado en AYALA, Servidumbres.
394
«No niego que el servicio personal sería mal llevado cuando no fuesen tasados los días que
lo habían de hacer, y cuando se dexase en voluntad de los encomenderos y caciques empleallos
aquellos días en lo que ellos quisiesen» MATIENZO I cc. 13 y 14, pp. 44-47, 59-63.
395
SOLÓRZANO Lib. II c. 2o.
396
Sobre la fusión de las dos repúblicas véase SOLÓRZANO II c. 6o.
397
El parecer de Muñiz en FOX 77.
84 MARTÍN MA MORALES, S.J.

sonal en su aspecto tributario era injusta, por ser indeterminada en el tiempo, por
no darse jornal ni sustento ni discriminar sexo ni edad, la compulsión al trabajo
en vista de la utilidad pública no estaba en contradicción con la libertad natural
del indio. El trabajo forzoso en bien de la república es temporal, debe recibir una
paga justa y los demás beneficios, como el de los hospitales en los campos mine-
ros. Deben quedar excluidos de él, sin embargo, los menores de dieciocho años,
los mayores de cincuenta y las mujeres. El servicio personal, especie de «perpe-
tua esclavonia», según Agía, era contra la ley natural, contra la divina y contra la
ley humana. Contra la natural porque los indios nacen naturalmente libres, con-
tra la divina porque la ley natural es también por su esencia divina, ya que, por el
capítulo 25 del Levítico está prohibido esclavizar a los que nacen naturalmente
libres, libertad que ha sido ulteriormente confirmada por la gracia del Bautismo.
Es contrario a la ley humana, porque para la ley positiva los hombres son libres o
esclavos. Los indios son libres porque no fueron comprados, ni cautivados en
guerra justa, ni nacidos de vientre esclavo. Por lo cual, debe desterrarse este uso
y por tanto es justa la pena de «perdimiento» de la encomienda, que estipula la
cédula, para el encomendero que tratase de este modo a sus encomendados.
A pesar de estar convencido de estas razones, Agía temía las consecuencias
por el modo radical con el que se podía erradicar dicho servicio en las ciudades
donde aún se realizaba, como en Cartago, Buga o Cali. «Y confiesso tambien,
que el dia que se quite el dicho servicio personal de los indios, sin porveerles
primero de otro seruicio, esse mismo dia sera cierta la cayda de las dichas
Ciudades»398 El franciscano pensó una solución. Solución ésta que luego fue
propugnada y aplicada en las reducciones jesuíticas: los esclavos negros. Agía
conocía al detalle las particularidades del servicio de mita, en distintas pro-
vincias de las Indias, con sus jornales y duración distintos. Distintos eran los
trabajos en los obrajes de paño o en los ingenios a según que el molino fuese
movido por agua, por bestias o por hombres, o si las minas eran para la ex-
tracción del azogue o de metales. Diferente era el trabajo en los obrajes de
paño de la provincia de Quito o en el distrito de la Audiencia de Lima y los
de la Audiencia de Guatemala, que eran de tinta o de añil y por ende mucho
más perjudiciales. En definitiva, era necesario distinguir para conocer y para
legislar. Una vez más, como en Messía, aparece el principio rector del Derecho:
«Conforme a lo qual dizen los philosophos sabios, que el Legislador deue con-
siderar las costumbres, los lugares y personas, y sus calidades quando establece
la ley para de esta manera segun la variedad de la materia variar la forma»399.
En la mentalidad de Agía, así como en Acosta y en Messía Venegas, el sistema
debía ser reformado desde dentro con condiciones de trabajo cada vez más
seguras y dignas, con sueldos justos, reformando los turnos, debían suminis-
trarse alimentos suficientes y de calidad, disponer más hospitales, deberían per-
seguirse a los corregidores deshonestos o a los encomenderos que no cumplieran
con sus obligaciones. Deberían encontrarse remedio para agravios concretos.

398
AYALA, Servidumbres 82.
399
Idem 65.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 85

En una relación que el Virrey Velasco dejó a su sucesor, el Conde de Mon-


terrey, puede analizarse su opinión sobre la cédula de 1601400. Para el Virrey al-
gunos trabajos, dadas las condiciones y riesgos en que se realizaban, eran inmo-
rales. Así por ejemplo la explotación del azogue en Huancavelica. Pero, dada la
naturaleza de los indios se hacía necesaria la compulsión para los trabajos de uti-
lidad pública. Aplicar sin más lo mandado por la cédula respecto de estos repar-
timientos sería «gran ruina y detrimento de la República». Respecto a las enco-
miendas tasadas en servicio personal, comunes en los territorios de las provin-
cias del Tucumán, Chile y Paraguay, el Virrey había ordenado se hiciese la con-
mutación debida en metálico o en frutos de la tierra, «no teniendo inconveniente
de consideración». En la eventualidad que surgieran dificultades, la disposición
debería ser válida, por lo menos, para las nuevas encomiendas que se adjudica-
sen. Para evaluar todo esto el Virrey Velasco designaría un oidor que recorriese
las provincias del Tucumán y Paraguay.
El 26 de mayo de 1609 fue emitida en Aranjuez una nueva cédula sobre el
servicio personal401. En ella se reflejan los ecos de los pareceres. Se seguirían ha-
ciendo los repartimientos para actividades tales como la guarda de ganado, obra-
jes de lana y algodón y minas, todas ellas consideradas de pública utilidad. Da-
das las condiciones actuales no se podía excusar el compeler a los indios a los ta-
les repartimientos. Si estas condiciones cambiaran, o si se viera que algunos in-
dios tuviesen hábitos laborales tales de permitir el libre alquiler, podría aplicarse
este sistema de contratación. Podrían, además emplear esclavos negros en el ser-
vicio para suplir la eventual falta mano de obra y quitar gradualmente a los in-
dios del sistema obligatorio. La compulsión al trabajo fue admitida en vista de la
utilidad pública y no del interés y beneficio de los particulares. Por esta razón
deberían cesar todos los repartimientos y servicios involuntarios realizados en
favor de eclesiásticos, o servicios al virrey, oidores u otros ministros. La cédula
prescribió, en detalle, como debería realizarse la mita según las distintas activi-
dades. Se resolvió cerrar el socavón grande de Huancavelica. Se renovó la pro-
hibición absoluta de que el indio llevase cargas, aunque éstas fuesen ligeras y el
portador lo hiciera de propia voluntad. No se podría de ahora en adelante con-
mutar el tributo de la encomienda en servicio personal y se ordenó tasar los in-
dios para que pudieran pagar en frutos de la tierra o en dinero según les fuere
más cómodo.
El deseo del Virrey Velasco de enviar un oidor a la Gobernación del Río de
la Plata fue puesto en ejecución por una cédula real dada en Olmedo, a 2 de octu-
bre de 1605, por la cual Felipe III ordenó a la Audiencia de Charcas que enviara
a uno de sus oidores para conocer el estado de esas provincias402. Del texto de la
cédula puede colegirse el tipo de información que había sido enviada a la corte.
El rey afirmaba que había recibido un «memorial y autos, testimonios y recau-

400
La relación fue editada en HANKE, Los Virreyes. Perú II 46-66.
401
Editada en KONETZKE II/1 154-168. SOLÓRZANO Lib II cap. 3 § 8.
402
El texto de la cédula en AGI Charcas 19. Fue editada además por P. HERNÁNDEZ, Organiza-
ción social de las doctrinas guaranies (Barcelona 1913) II 659-660.
86 MARTÍN MA MORALES, S.J.

dos» por los cuales había sido informado que los indios de las provincias del Tu-
cumán y Paraguay padecían «daños muy grandes e intolerables» y «muy gran-
des crueldades». En la parte dispositiva de la cédula se da por sentado que las
encomiendas de esas provincias funcionaban con el sistema de tasas y tributos.
Por la inexactitud puede pensarse que la información que había sido elevada al
rey no reflejaba la realidad sino repetía ciertos modelos de denuncia. Probable-
mente el citado «memorial» y los informes habían sido inspirados por otra expe-
riencia o idea del trabajo de los indios, habiéndose producido un determinado
tipo de reflexión ética y asimilando, luego, esta concepción a la situación del Río
de la Plata. Este estilo estuvo presente entre los participantes al Sínodo de Tucu-
mán de 1597403. En la asamblea sinodal participaron, entre otros, los jesuitas Juan
Romero, Pedro de Añasco, Juan de Viana y Francisco de Angulo. De una carta
de este último, dirigida al arzobispo Mogrovejo, se desprende la visión que tenía
de la situación de los indios en la provincia del Tucumán. Escribía Angulo:
los españoles y los encomenderos tan apoderados y enseñoreados de ellos que no ay
esclauitud ni captiuerio en berueria ni en galeras de turcos de mas subjecion porque desde
que nacen hasta que mueren padres y hijos, honbres y mujeres, chicos y grandes siruen
personalmente en grangerias esquisitissimas de sus amos sin alcançar los pobres indios
una camiseta que se uestir ni a vezes un puñado de maiz que comer y así se uan muriendo
a grande priesa.
Pedía la intercesión del arzobispo ante el virrey para que «se quitase el ser-
vicio personal tan riguroso que tienen y tasandolos para que solamente paguen
lo que buenamente pudieren conforme a la pobreza de la tierra como se haze en
el piru y en todas las indias»404. El arzobispo envío traslado de esta carta al Con-
sejo de Indias405. Muy probablemente en la memoria de Angulo se encontraban
aún presentes los sufrimientos y trabajos de los indios que había visto en Potosí,
donde había sido destinado antes de llegar a Tucumán. No es de extrañar que,
con la ocasión del sínodo tucumano, los padres sionodales hayan elevado algu-
nos informes al rey sobre la condición social de los indios en los tonos citados.
Pero la influencia más segura en la redacción de la cédula de 1605 pudo haber
sido la que ejerció Diego de Torres en su paso por la Corte. Las negociaciones
de Torres en las cortes de Madrid y Roma fueron hechas desde comienzos de
1602 a abril de 1604. Diego de Torres era conocido en los ambientes de la Corte,
no sólo por su origen familiar406, sino porque además había servido en ella

403
Las actas de este sínodo fueron editadas en F. MATEOS, Sínodos del Obispo de Tucumán,
Fray Hernando de Trejo y Sanabria (1597, 1606 y 1607) en MH 27 (1970) 257-340; 28 (1971)
5-75.
404
Francisco de Angulo a Toribio Mogrovejo. Santiago del Estero, 30 de Agosto de 1592. R.
LEVILLIER (ed), Papeles eclesiásticos del Tucumán (Madrid 1926) 364-366.
405
LEVILLIER, Organización I 561.
406
Hijo de Don Diego Bollo y de Doña Ana de Torres, hija de un Capitán «que sirvió con mu-
cho valor y crédito al Emperador Carlos Quinto». LOZANO I 550 y ss. Una hermana suya parti-
cipó, con Teresa de Avila, en la fundación del Carmelo de Palencia del que fue luego superiora.
Su padre había sido mayordomo del Condestable de Castilla Don Juan Fernandez de Velasco, Go-
bernador de Villalpando. De la casa del Condestable era Don Luis de Velasco virrey del Perú
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 87

cuando había sido enviado por su padre con la intención de disuadirlo de su de-
seo de entrar en la Compañía de Jesús407.
Su buena fama ante las autoridades creció con su participación activa para
deshacer la rebelión de Bellido, motivada por el aumento de las alcabalas, mien-
tras ejercía su cargo de rector de Potosí (1593)408. Los obispos de Cuzco, Popa-
yán y Quito, reunidos en Lima para el IV Concilio Provincial, en un memorial
conjunto dirigido a Felipe III lo presentaron como «un padre de larga experien-
cia» capaz de informarlo acertadamente. En el mismo memorial el Protector de
Naturales del Perú lo nombró su portavoz oficial409. En la Corte se ocupó en di-
versos asuntos410. Fue encargado por el cardenal Federico Borromeo411, con quien
tuvo una fecunda amistad, de representarlo ante Margarita de Austria412 para lo-
grar el favor de la canonización de Carlos Borromeo y para otros negocios de la
diócesis de Milán. El valido de Felipe III Francisco de Sandoval y Rojas, Duque
de Lerma, se informó con Torres «de diversas cosas de los Reynos del Perú y de

(1596-1604). Los condes de Monterrey le encargaron también a Don Diego Bollo el gobierno de
sus estados. Don Gaspar de Zúñiga y Azevedo, Conde de Monterrey fue virrey del Perú de 1604 a
1606 de quien Torres era además pariente político.
407
El testimonio de la oposición del padre al ingreso del hijo en la Compañía de Jesús puede
verse en una reseña biográfica de Torres: «los quales [los padres] le enviaron a Valladolid, donde
fue admitido en la Compañía. Recibiole en ella con gran sentimiento de su padre el P. Gil Gonza-
lez y le entregaron por novicio al P. Balthasar Alvarez». ARSI Perú 15 151v-152v; Hisp. 116.
408
«El P. Diego de Torres, de la Compañía de Jesus, que va por procurador general de su orden,
es hombre de mucha experiencia, letras y virtud, y que ha servido mucho a V.M. en este reino, y
particularmente fue uno de los que mas se señalaron en las alteraciones de Quito, que si no fuera
por la buena industria que tuvo, siendo rector de su Colegio, tuviera muy mal suceso aquella alte-
racion; y podra V.M. dar crédito en todo lo que tratare». El Obispo de Quito a S.M. Los Reyes, 1
de abril de 1601. LISSON, La iglesia. Para la actuación de Diego de Torres en esta situación véase
LOZANO, Historia de la Compañía I 590 y ss; ASTRAIN IV 564-570.
409
«Los Padres de la Compañía de este reino envian a S.M. un padre de larga experiencia y con
prevencion en todo lo aqui contenido para que se sirva mandar darle buen numero de Religiosos
de la Compañía que vengan a estas partes [...] del mismo padre podría S.M. ser servido de man-
darse informar de todo lo que en este memorial se dice y otras muchas cosas que lo hara con pun-
tualidad y acierto». Al pie de la carta agregaba Joaquín Aldana, Protector General de los naturales
del Perú: «Digo que he visto este memorial de adevertencias y cosas dignas de que tengan reme-
dio [...] y pues la Sancta Orden de la Compañía de Jesus envia agora a España el P. Diego de Tor-
res, persona de tanta confianza aprobacion y experiencia, podra personalmente informar al Rey,
nuestro Señor en su Real Consejo de Indias de lo que es necesario se haga para el amparo y con-
servacion y bien de los indios y yo le encargo que en conciencia informe claramente de lo que es
dañoso y perjudicial a los dichos indios y que procure en todo lo que le fuere util y provechoso
para su augmento y bien corporal y espiritual y esto lo hago por cumplir con la obligacion que
tengo al Oficio que exerso de Protector y Defensor de los indios». Memorial de los Obispos de
Cuzco, Popayan y Quito a S.M. Los Reyes, 27 de abril de 1601. LISSON IV 496-497.
410
Ibidem I 650-655.
411
Sobre esta relación entre Federico Borromeo y Diego de Torres puede consultarse R.
LEONHARDT, El cardenal Federico Borromeo protector de las antiguas Misiones del Paraguay
en AHSI 1 (1932) 308-311; VARGAS UGARTE, El P. Diego de Torres Bollo y el Cardenal Fede-
rico Borromeo. Correspondencia inédita en BIIH 17 (1933-4) 59-82.
412
Por entonces el confesor de la reina era el jesuita Ricardo Haller, de quien Torres logró que
intercediera ante ella para la fundación del Real Colegio de Salamanca destinado para la forma-
ción de misioneros jesuitas destinados a Indias. LOZANO, Historia de la Compañía I 657.
88 MARTÍN MA MORALES, S.J.

los otros Paises»413. En esa ocasión Torres regaló al Duque, de parte de Aqua-
viva, una casulla que había pertenecido a Francisco de Borja, su abuelo ma-
terno414.
La impresión que dejó Torres en el Rey y en su valido fue muy buena. Así
lo testimonia una carta del Duque de Lerma al Virrey del Perú, Conde de Monte-
rrey: «Oyga al Padre Diego de Torres, y procure efectuar algunas cosas, que su
Magestad de palabra ha tratado con él, para que de su parte se las diga a V. Exc.
y creale con toda satisfacion porque con essa misma quedamos en esta Corte de
su persona y zelo»415. El pensamiento de Torres, respecto a la condición social de
los indios, se puso de manifiesto en diversas ocasiones. Una de ellas fue con mo-
tivo del debate en torno a la perpetuidad de las encomiendas416. El asunto de la
perpetuidad417 fue movido, a veces, por encomenderos ansiosos de extender su
poder en Indias. Así, durante el virreinato del Conde de Nieva fueron mandados
a Lima (1561) los llamados «comisarios de la perpetuidad» con el cometido de
examinar la validez de la propuesta. El mismo problema fue también tratado en
la Cortes reunidas en Madrid de 1573 a 1575, esta vez junto con una serie de me-
didas tendientes a paliar la situación financiera de la Corona. La petición, pre-
sentada por los procuradores, fue a raíz de haber sido encargados por Felipe II de
hallar un medio para hacerse cargo de las deudas del estado. La propuesta no en-
contró ningún eco favorable en el monarca. Nuevamente las Cortes, reunidas en
Madrid en 1598, convocadas por Felipe III para ser jurado como rey y señalar
nuevos tributos, propusieron la venta de los repartimientos a perpetuidad de la
que podrían obtenerse 16 millones de maravedís. Esta vez no hubo respuesta al-
guna por parte del nuevo monarca.
El informe de Torres fue motivado por una orden que Felipe III había dado
al Consejo de Indias el 18 de abril de 1601 para que estudiase nuevamente el
asunto. Según el texto del memorial, Torres, se muestra favorable a la perpetui-
dad. Las afirmaciones sobre las cuales construye su argumentación son las si-
guientes: el reino del Perú está en un peligro extremo por la gran disminución de
los indios debida a los malos tratamientos, siendo los mayores culpables los co-
rregidores de indios y los propios caciques. Dado que las encomiendas, continúa
razonando Diego de Torres, pasan de mano en mano, los indios son tratados

413
Ibidem I 652. Afirma Lozano que «el Duque quedó muy «aficionado» a la persona de Diego
de Torres «que no son faciles de expressar las demostraciones de estimacion y cariño con que le
honro, el gusto con que le dio los despachos necessarios y aun passo a ser como su Procurador».
Ibidem I 659.
414
Era hijo de Isabel, la mayor de las hijas mujeres de Francisco de Borja, que casó con Don
Gómez de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y conde de Lerma. C. DALMASES, El Padre Fran-
cisco de Borja (Madrid 1983) 15.
415
LOZANO, Historia de la Compañía I 659.
416
Parecer del P. Diego de Torres sobre si conviene la perpetuidad y con qué modo se devería
hacer, conviniendo. AGI Indiferente General 1624 R.4 N.13. Una copia de este documento fue
editada por VARGAS UGARTE, Pareceres jurídicos 29-34, sirviéndose del ejemplar existente en el
archivo de la Biblioteca Real de Madrid, Ms. 2-C-3.
417
Sobre la perpetuidad de las encomiendas pueden verse los estudios de J. MARTÍNEZ CAR-
DOSA, Asuntos americanos tratados en las Cortes de Castilla y León en Las Cortes de Castilla y
León 1188-1988 (Valladolid 1990) I 627-643; PUENTE BRUNKE, Encomienda 78-95.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 89

como «viña alquilada», por eso el encomendero se despreocupa de su defensa y


mantenimiento, explotando a sus encomendados cuanto puede por el tiempo que
los posee. Por tanto, el remedio es la perpetuidad. Sabiendo el encomendero que
los indios estarán perpetuamente a su cargo se preocupará por ampararlos. Se
evitarían sediciones y tumultos porque estarán los encomenderos contentos, la
Corona por su parte ahorraría los sueldos de los corregidores de indios y más de
200.000 ducados en lanzas y arcabuces dedicados a mantener la paz. Conce-
diendo la perpetuidad las arcas reales obtendrán de dichos tributos 400.000 mil
ducados más de renta. Las órdenes religiosas, por el contrario, se habían opuesto
a la perpetuidad con motivo de las consultas realizadas en 1562. Para francisca-
nos, agustinos y dominicos la perpetuidad de las encomiendas implicaría la des-
trucción definitiva del Perú y la pérdida por parte del monarca «del señorío de la
tierra»418. Si el rey no había podido reformar las malas costumbres de los enco-
menderos, siendo señor de indios y españoles, mucho menos podría corregir
abusos y opresiones entregando los indios en perpetuidad. Aumentarían, ade-
más, los descontentos viéndoseles cerradas, para siempre, a muchos, las puertas
para la adquisición de encomiendas, ya que, éstas se concederían sólo a los suce-
sores de los conquistadores y a la gente principal.
El informe del 4 de noviembre de 1602 del Consejo de Indias, para respon-
der a Felipe III sobre la cuestión de la perpetuidad fue negativo419. Allí aparecen
algunas de las razones ya mencionadas. La perpetuidad podría significar un me-
noscabo de la libertad de los indios y un relajamiento de la debida obediencia de
los encomenderos a las autoridades. Por otra parte, el beneficio para las Cajas
Reales no sería de consideración, los beneméritos quedarían sin premio y se
aventajarían los comerciantes ricos, si la perpetuidad implicase jurisdicción se
seguiría la esclavitud práctica de los indios. En definitiva, era engaño pensar que
si las encomiendas fuesen perpetuas los indios serían mejor tratados. El enco-
mendero que oprimiese a sus encomendados lo continuaría haciendo hasta que
se le acabasen los indios. Prueba de esto era que, a pesar de existir la pena de
perder la encomienda por causa de los malos tratamientos, esa pena no había
sido suficiente para evitar las injusticias.
Años más tarde Diego de Torres cambió de opinión respecto a la perpetui-
dad de las encomiendas. La solución que propuso, en un informe de 1606, para
evitar ciertos abusos fue poner a los indios, que se convirtieran por la sola predi-
cación del Evangelio, «en cabeza al Rey»420. Sobre este punto el Consejo de In-

418
La cita del memorial ibidem 81.
419
La consulta editada en KONETZKE II/1 90-94.
420
Véase por ejemplo: Consulta del Consejo de Indias a SM dandole su parecer sobre que a
ciertos indios que el Padre Diego de Torres de la Compañía de Jesus en la ciudad de Santa Fe del
Nuevo Reino de Granada avisa que se van reduciendo en el dicho nuevo reyno ya los que se redu-
jesen en las demas partes de las indias por medio de la predicacion no se les lleve el tributo por
diez años ni se encomienden. 25 de octubre de 1606. AGI Audiencia de Santa Fe 2. Asimismo
otro parecer de Torres: Copia de las razones que hay que el R. Consejo se sirva mandar con gra-
ves penas que todos los indios que se convirtieren por el Evangelio en el distrito de la Audiencia
del Peru se pongan en cabeza de S.M. 1631 (?). MCDA I 370-375.
90 MARTÍN MA MORALES, S.J.

dias contestó al Rey con la consulta de 21 de mayo de 1607421. Según el Consejo


no era conveniente que se incorporasen en la Corona Real los encomendados
como se estaba haciendo en Nueva España. El rey, en sus autoridades locales,
debe velar a quien, por qué causas y en qué cantidad se encomiendan los indios.
A partir de los textos citados, maduró en Torres una desconfianza radical res-
pecto de la práctica de la encomienda. No sería raro que las ideas de Acosta hu-
bieran influido, también en este punto, en el primer provincial del Paraguay.
Acosta había reconocido la bondad teórica de la institución encomendera, pero
la práctica era tal que la hacía inaceptable. En un pasaje del De Procuranda, que
no vio la luz por decisión de la censura, descargaba sus golpes contra los enco-
menderos, sin establecer muchas distinciones:
Mirada en sí misma y como al desnudo ya he dicho que ésta es una causa muy her-
mosa y muy honesta. Pero cuando del plano teórico pasamos a la realidad, ¡Jesús bueno!
¡Qué desorden, cuánta fealdad! Pero vamos a ver, ¿encomendados los indios a qué clase
de españoles? A los veteranos o, lo que es más verdad, a los viejos zorros. Y ¿qué voy a
decir de los sanguinarios, de los jugadores empedernidos y desvergonzados [...] de los ra-
paces con cien garras que se afanan sino por lograr la mayor presa posible? Los débiles,
nuevos y tiernos se los encomienda a hombres sin ninguna humanidad422.
Esta solución, que fue puesta en práctica con la mayoría de los indios de las
reducciones jesuíticas, implicó una reducción drástica en el número de los indios
encomendados a particulares, disminuyendo la disponibilidad de la mano de
obra, con consecuencias en las economías locales y provocando diversas reac-
ciones en los encomenderos. En un memorial de 1603 de Torres a Don Pedro
Fernández de Castro423, Presidente del Consejo de Indias, a quien había conocido
en la Corte durante sus gestiones como procurador de la provincia del Perú, pue-
den apreciarse otros matices de su pensamiento respecto de los indios, de sus re-
laciones con los españoles y de los medios para «conservarlos», esto es, una se-
rie de consideraciones éticas y de medidas prácticas en vistas de su evangeliza-
ción.
Comienza Torres con un antiguo axioma. El descubrimiento de América y
la posterior la presencia española ha sido permitida por la providencia divina
para procurar la salvación de los indios. Respecto de este fin, «potissimus finis»
en la terminología de José de Acosta, las riquezas que pueden deducirse de esta
empresa son «estiércol» y «cosa vilíssima». Todos los demás fines son acceso-
rios y todos los medios deben ser adecuados a este fin único. Para Torres este or-
den se ha pervertido. La situación política e internacional, el estado de la monar-
quía es tal que hace que toda la riqueza americana «se malogre y passe por Es-
paña como por albañar a las naciones enemigas de ella», quedando sólo en la Pe-
nínsula los abusos de la abundancia, mayor pobreza y necesidad. Como conse-

421
Editada en KONETZKE II/1 127-134.
422
ACOSTA, De Procuranda Lib. III c. 11 § 6.
423
El memorial ha sido editado en Mon. Per. VIII 458-482. Don Pedro Fernández de Castro,
Conde de Lemos y Andrade, Marques de Sarria, era hijo de Don Fernando Ruiz de Castro que
fuera virrey de Nápoles. Era además yerno del Duque de Lerma.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 91

cuencia de este obrar incumben sobre España nuevos castigos temporales y la


amenaza de los eternos. Luego de estas consideraciones de fondo comienza a
considerar el estado eclesiástico. A los ojos de Diego de Torres, las Indias se
presentan como el sitio y oportunidad donde puede revivir el espíritu de la Igle-
sia primitiva, por tanto obispos y sacerdotes deberían estar imbuídos de aquel es-
píritu. Sería oportuno que los doctrinantes religiosos fuesen destinados a los
pueblos de dos, tres o cuatro beneficios curados para que puedan así vivir con-
ventualmente y evitar los peligros de la soledad y dar los pueblos de un solo cu-
rato a los clérigos. Convendría, además, que los curas clérigos fueran criollos y
no españoles, ya que el único interés de éstos últimos es «bolverse ricos». Los
sacerdotes criollos, en cambio, son buenas lenguas, conocen las costumbres de
los indios y no les interesa volverse a España.
Pasa a continuación a enumerar los agravios que reciben los indios: el ser-
vicio personal perpetuo, los malos tratamientos, las pagas injustas, las distancias
excesivas que deben recorrer, los tributos demasiado altos. La experiencia que
Torres ha hecho en Potosí le ha permitido conocer un gran número de detalles y
situaciones que pedían remedio, denunciándolas deja caer un dato que para la
realidad económica de los indios del Río de la Plata sonaba inaudito: un indio
mitayo recibía en Potosí una paga anual de 300 a 400 pesos424. Esta paga que po-
dría ser injusta en la zona minera en el Paraguay era simplemente impensable.
Torres va más alla de lo dispuesto por la cédula grande de 1601 oponiéndose al
trato y beneficio de la coca. El trabajo en las viñas y trapiches debería ser hecho
por negros, lo mismo que el trabajo en las minas de Huancavelica. A diferencia
de Agía, Diego Torres pensaba que el alquiler de los indios era algo factible.
Luego de haber dedicado su atención a situaciones de las que Torres tenía cierto
conocimiento de causa, le llega el turno a las Gobernaciones del Tucumán y Río
de la Plata. En ellas, deberá encontrarse un remedio eficaz para acabar con el
«servicio personal antiguo» que, según él, ha sido la causa de la destrucción de
los indios en aquellas zonas. Es por este servicio, continúa el futuro provincial,
que los indios son tratados como esclavos y sus encomenderos no les dan ni si-
quiera de comer ni de vestir. Es probable que Diego de Torres haya llegado a
este parecer a través de las informaciones producidas por sus compañeros jesui-
tas con ocasión de su breve estadía en Salta junto al visitador Paez (1600); entre
ellas las que se referían a la situación de los indios de los pueblos de Soconcho y
Manogasta, en la jurisdicción de Santiago del Estero, encomendados en la Real
Corona pero de quienes los gobernadores se servían sin reparo alguno425.
Un dato cierto es la vertiginosa caída demográfica de la población indígena
en la gobernación del Tucumán en ese período. De 1596 la gobernación pasó de
unos 56.500 indios a 50.000 en el 1600, para descender en 1607 a 20.304426.
Como se verá más adelante, ni Torres, ni otros contemporáneos suyos, coloca-

424
Ibidem 470.
425
Sobre la situación de estos indios puede verse GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, La Encomienda en
Tucumán (Sevilla 1984) 156 y ss; ZAVALA, El Servicio Personal I 148-149.
426
Ibidem 87.
92 MARTÍN MA MORALES, S.J.

dos en una línea de rigorista denuncia ética, enumeraron la peste que azotó por
aquellos años las gobernaciones del sur del virreinato. Para Torres, la causa
única de tal mortandad era el servicio personal. La situación en las gobernacio-
nes de Chile, Tucumán y Río de la Plata se había convertido casi en un lugar co-
mún en las cartas dirigidas al Consejo de Indias, a los virreyes o a las Audien-
cias427. Eran estas gobernaciones, para las miradas lejanas de las autoridades li-
meñas o de la Corte, excepciones inexplicables a lo sancionado por la ley. Que
un gobernador o un eclesiástico denunciara a los encomenderos de estos distritos
ante las autoridades podía ser, además, una carta de presentación mostrándolo
como celoso cumplidor de las leyes. El incumplimiento de las disposiciones rea-
les a este respecto era manifiesto, pero debían conocerse las circunstancias, con
su carga de juridicidad y capacidad de modificar la ley, para elevar un parecer
certero y atinar con el debido remedio.
Es de los mismos años (1606) otro documento que puede contribuir aún
a esbozar el pensamiento de Diego de Torres sobre la condición social de los
indios. Se trata de una carta428 al Rey en la que se describe diversas situaciones
que piden un urgente remedio. En ella, la situación del Perú aparece una vez
más como el arquetipo a partir del cual regular las relaciones laborales. Los
términos de sus denuncias sobre la condición social de los indios no distan
mucho de los que le servirán para describir la situación en Chile, o en el Tu-
cumán o más tarde en el Paraguay. Es aquí donde se presentó con toda su fuerza
uno de los errores metodológicos del asimilismo: tratar los arquetipos como
modelos que debían ser imitados y aplicados, en vez de realizar la situación
arquetípica en la medida de lo posible teniendo en cuenta las distintas circun-
stancias. Algunos fueron capaces, sin embargo, de no forzar situaciones y com-
prendieron las circunstancias. El gobernador del Tucumán, Francisco Barraza
y Cárdenas (1603-1605), entre otros, fue un ejemplo de esta actitud. Discípulo,
en el orden de las ideas, de Don Francisco de Toledo fue un eficaz colaborador
del Virrey para la redacción de sus ordenanzas sobre indios. A partir de esta
experiencia quiso aplicar los mismos principios en el Tucumán. Pero luego de
un año de estadía en la gobernación, entendió que la situación era distinta a
la peruana, porque se encontraba en un medio diferente, con otras culturas in-
dígenas y con una diversa organización social. Si bien para él quedaba claro
que se debía erradicar el servicio personal, como se había hecho en Perú a
partir del 1570, en Tucumán los caminos eran más lentos y los pasos debían
ser diferentes. Así se expresaba: «porque no hay disposición en los mismos
indios, ni tienen capacidad ni providencia para lo que les conviene, ni obediencia
y reconocimiento a los caciques, ni los caciques prudencia para gobernarse a
sí ni a otros, ni saben guardar lo mismo que han de comer de hoy para ma-

427
Esta opinión sufragada por SIERRA, Historia II 63.
428
Diego de Torres de la Compañía de Ihs a S.M. expone en ella cuanto es digno de la atencion
Real en los terminos de la Audiencia. 28 de enero de 1606. AGI Santa Fe, 242.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 93

ñana»429. Por el momento, no encontró mejor solución que renovar lo dispuesto


por las Ordenanzas de su predecesor Gonzalo de Abreu (1576).
No es raro encontrar, entre la documentación producida por «informantes»,
gobernadores, autoridades civiles y eclesiásticas, otra enumeración de causas
para explicar la disminución de los indios. Así por ejemplo, la peste de 1605, las
calamidades producidas por la langosta y pedrisco de 1607, o las terribles se-
quías de 1608. La denuncia única y generalizada del servicio personal como
causa exclusiva de todos los males, en muchas ocasiones, no permitió abordar si-
tuaciones de injusticia concretas que pedían urgente y preciso remedio y que
poco tenían que ver con este tipo de institución encomendera. De alguna manera
el debate, estando mal planteado, pudo distraer a las autoridades o a los expertos
interpelados, en la tarea de establecer un orden de prioridades de las situaciones
de conflicto con la subsiguiente búsqueda de soluciones.
Un parecer430 del P. Juan Romero431, escrito en 1606, muestra que era posible
otro tipo de análisis de la realidad y por lo tanto de argumentación. El parecer
está dirigido al entonces gobernador del Tucumán Alonso de Ribera432. Romero
pone en acción toda su agudeza de buen jurista. Había sido estudiante aventa-
jado de Cánones en la Universidad de Osuna433. Por su reputación de jurista y
buen teólogo fue consultado a menudo por las autoridades: «Para esto ayuda
mucho la satisfacción que tienen de las letras y entereza de la Compañía, y má-
xime de las del Padre Rector, y assí casi ninguna cosa ay de importancia en la
ciudad que todas las cabeças della no la consulten y traten primero con el Padre
rector, y el padre con todos nosotros; y así la Compañía es la última resolución
de todas las dudas»434. El mismo Diego de Torres dijo de él:

Buen ingenio, buen juicio, buena prudencia y experiencia rerum, muy buen aprove
chamiento en letras, es melancolico y muy colerico maxime con los subditos. Ocupase
demasiado de los españoles, lo qual estorva el talento para ser superior. Para los demas
ministerios de la Compañía tiene muy buen talento maxime para predicar es muy buen
obrero de indios sabe la lengua muy bien de los indios para predicar y de otras tiene bue-
nos principios. Es buen religioso435.

El P. Romero, en su parcer, sienta un principio fundamental: el remedio que


se busca es para dar con el bien de todos los moradores de la provincia. Esta per-
spectiva esta en abierta oposición con el pensamiento de Diego de Torres. Para

429
Citado en SIERRA, Historia II 63.
430
Parecer de Juan Romero sobre el Servicio Personal. Santiago del Estero 26 de diciembre
1606. AGI Charcas 26. Se encuentra otro ejemplar en ABN no 5728.
431
Llegó a Lima en 1589. Fue superior de la misión del Tucumán de 1593 a 1607 y primer pro-
curador en Europa de la Provincia del Paraguay y del Cabildo de la Ciudad de Buenos Aires de
1608 a 1610 y primer provincial de Chile (1626-8.12.1628). Véase también TORRES SALDA-
MANDO 248-249.
432
Fue gobernador del Tucumán de 1606 a 1611.
433
LOZANO, Historia de la Compañía II 645-680.
434
J. de Arriaga a Claudio Aquaviva. Lima, 24 de Agosto de 1597. Mon. Per. VI 380.
435
Catalogo 2 de la prova del paraguay iuxta formulam scribendi año de 1614. ARSI Paraq. 4/I
20r.
94 MARTÍN MA MORALES, S.J.

este último, la encomienda, base del sistema económico indiano y punto de con-
tacto institucional entre indios y españoles, fue colocada en posibilidadas extre-
mas. De la propuesta extrema de la posición de la perpetuidad a la idea de poner
los indios en cabeza al Rey, liberándolos definitivamente del encomendero. Más
que una oscilación entre polos opuestos, sujeción perpetua al encomendero, su-
jeción directa al rey, fueron las dos caras de aquella desconfianza radical en el
elemento español y criollo. La perpetuidad implicaba encomendar al indio para
siempre, pero a aquellos españoles que fueran considerados los mejores, los más
meritorios. Paradojalmente, en la mentalidad de Torres era difícil encontrar estos
hombres. Ciertamente no dió con ellos, o no los supo descubrir, ni el Perú, ni el
Nuevo Reino, ni mucho menos en las gobernaciones del Tucumán y del Río de
la Plata donde la unión entre encomienda y servicio personal aparecía tan íntima
y de difícil separación. Por otra parte, para Torres no pudieron ocultarse las difi-
cultades económicas y culturales que se presentaban, para montar un trabajo to-
talmente libre y asalariado. Es entonces cuando se pensó, como opción factible,
el poner los indios en cabeza al rey quitándolos de la gestión del encomendero.
La desconfianza hacia el español desarrolló en Diego de Torres, y en muchos de
los continuadores de su obra, la visión de la América de las dos repúblicas: la de
españoles y la de indios. El concepto de las división de las dos repúblicas, como
se ha visto, había sido ya superado, entre otros, por el mismo José de Acosta,
quien afirmó: «aquí en las Indias europeos e indios conviven en el mismo tipo de
sociedad y forman las mismas comunidades»436.
Para Acosta, uno era el rey, uno el derecho, una la justicia para todos.
Había sido superado, según él, el tiempo de cuestionar la validez de los títulos
de la conquista española. Por lo tanto la polémica de su compañero Luis Ló-
pez437, que lo llevó ante el tribunal de la Inquisición, de poner en marcha la
paulatina devolución de las Indias a sus habitantes originarios438, había perdido
sentido y oportunidad. La presencia de España en América era vista por Acosta,
en esto sigue a Molina, como un hecho irreversible. Aunque muchas veces esa
convivencia había sido como combinar la arcilla con el hierro, eran esos los
pies de la estatua única que era América. Sabiendo que en la comunidad que
se establecía surgirían conflictos, había que procurar que el hierro no hiciera
añicos a la arcilla439. En la relación del estado de gobierno del Perú que el

436
ACOSTA, De Procuranda Lib. III c. 17 § 5. Véase además § 7.
437
López, Andrés * 1547, Medina del Campo; SJ 1571, Prov. Castellana; † .4.1585, Panamá.
TORRES SALDAMANDO 35-43; MENDIBURU 64-66.
438
Las tesis de Luis López fueron editadas en CODOIN XCIV 473 y ss.
439
ACOSTA, De Procuranda Lib. III c. 17 § 7.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 95

Marqués de Montesclaros440 hizo a su sucesor el Príncipe de Esquilache441 se


repitieron con claridad estos conceptos en favor de la convivencia442.
Pero en la argumentación de la época, era el concepto de la república única
junto con el del bien común, el que justificaba mita y servicio personal. Quitar a
los indios del trato de los españoles era un corte que solucionaba el problema de
un modo radical, pero que implicó graves consecuencias y reacciones inespera-
das. Romero pensaba en una república única, donde había que buscar soluciones
para todos. La solución de los problemas debe tener en cuenta a todos, indios y
encomenderos. La búsqueda de la convivencia, tiene por finalidad descargar la
conciencia del rey y de sus ministros, ya que procura dos cosas que gravan la
conciencia real: el alivio y conservación de los indios por una parte y el sustento
y la gratificación de los encomenderos por la otra. El bien de los vasallos indios
está sancionado por el derecho divino, natural y por el positivo, expresado en nu-
merosas disposiciones regias. Es de notar, que cuando Romero recuerda las cé-
dulas en favor de la condición social del indio, cita aquellas que se refieren al
servicio personal. Estas cédulas, dice, mandan que los indios sean exceptuados
de los servicios personales, pero agregan: «en quanto fuere posible». Dejando
abierta la posibilidad para que si así no lo fuere, el servicio debería ser moderado
por las leyes, por la administración de la justicia, en definitiva por los comunes
valores cristianos. El que gobierna tampoco puede descuidar el bien de los vasa-
llos encomenderos los cuales han trabajado en la fundación de ciudades y han
dado sus vidas en las empresas pobladoras. Son ellos los que deben sustentar la
evangelización y preocuparse por la «continua manutenencia» de sus encomen-
dados en nombre del rey.
De todas maneras ningún derecho de los encomenderos puede anteponerse
al bien de los indios. Romero resuelve la posible colisión de derechos con la si-
guiente fórmula, donde podrían encontrarse ecos del pensamiento de Acosta: «se
a de pretender la buena conservazión e los encomenderos sin notable detrimento
de los yndios». No deja de denunciar los abusos que sufren los indios y a los
cuales califica de «muy exhorbitantes». La situación de las gobernaciones del
Tucumán y Río de la Plata era tal que ni siquiera se cumplía con lo estipulado en
las Ordenanzas de Abreu, las cuales fijaban una tasa injusta. De buen jurista Ro-

440
Don Juan de Mendoza y Luna gobernó el Virreinato del Perú de 1607 a 1615. Fue luego
consejero del Consejo de Estado y Presidente del Consejo de Aragón.
441
Don Francisco de Borja y Aragón (1577-1658) II Conde de Mayalde y Príncipe de Esquila-
che por haber casado con Ana de Borja y Pignatelli. Era nieto de Francisco de Borja por ser hijo
de Juan de Borja. Fue Virrey del Perú de 1615 a 1621.
442
Estos son los avisos de Montesclaros: «Ya sabe V.E. que todo el cuidado de su gobierno se
ha de emplear en bien de las dos repúblicas, indios y españoles. Generalmente se ha entendido
que la conservación de ambas está encontrada y que por los medios que una crece viene a menos
la otra. En esta opinión he sido singular, persuadido es fácil acudir a la convivencia de todas, y si
los favores o prerrogativas de cada una o pasan la raya de la necesidad que tiene de ser socorrida y
amparada, andan tan mezcladas estas naciones que dificultosamente se puede hablar de una sola».
Relación del estado de gobierno de estos reinos que hace el Marqués de Montesclaros al señor
Príncipe de Esquilache, su sucesor. Montilla, 12 de diciembre de 1615. HANKE, Los Virreyes.
Perú II 102.
96 MARTÍN MA MORALES, S.J.

mero, distingue que la injusticia de las Ordenanzas no radica en ellas mismas,


sino porque los tiempos y las situaciones han cambiado. La clave para encontrar
remedio es legislar, «acer junta» con el obispo y tener «escrutinios particulares»,
todo respaldado con la autoridad de un sínodo. Junto con ello es fundamental
que el gobernador conozca la tierra, tome noticia de las cosas, convoque a los
procuradores de las ciudades, se junte con las personas eclesiásticas. Se informe
de las realidades tan distintas, «tocandolas con las manos que suele mover mas
eficazmente al rremedio que lo que solo se oye por ynformacion de otros».
Si el remedio debe ser para todos, todos deben confluir en la búsqueda de
soluciones. Haciendo la visita de la tierra, verá que los problemas son distintos
de una ciudad a otra. En Córdoba, por ejemplo, la causa fundamental de la dis-
minución demográfica de los indios es el «continuo carretaje». Tucumán se ha-
bía convertido en «la llave de todo», como decía el mismo gobernador Alonso
de Ribera. Era el paso obligado para unir el Perú con el Río de la Plata y con la
Gobernación de Chile. Este tráfico suponía largos viajes que los alejaban a los
indios de sus familias, destruyendo muchas veces los vínculos. Esta ausencia in-
fluía directamente en la disminución de los pueblos, amén de la muertes que
acaecían y de los muchos indios que no volvían a sus pueblos de orígen. Notaba
Romero que el interés en vender harina había hecho que se sembrase mucho más
trigo que maíz, disminuyendo así un elemento fundamental en la dieta del indio.
El gobernador debería corregir esta política agraria para asegurar más alimentos
para los indios y velar para que el carretaje no privase a las chacras de los indí-
genas para tener siempre la necesaria mano de obra. Debía impedirse, además,
que el encomendero se entrometiese en los matrimonios de los indias, obstaculi-
zándolos o imponiéndolos según su conveniencia. Debía ponerse mucho cui-
dado en el nombramiento de los pobleros, ya que, la mayor parte de ellos «biben
como xente sin alma» y no encontraban freno sus desatinos, ni los indios protec-
tor que los defendiera de los abusos. Era frecuente que azotasen públicamente a
las indias sin motivo, o por no haber terminado el hilado, o por no haberlo hecho
a su gusto.
Sobre el trabajo de las indias, por aquellos años en la Gobernación del Tu-
cumán, el gobernador Ramírez de Velazco da una información, que completa el
parcer de Romero, y ayuda a evaluar la situación laboral de los indios, en espe-
cial de la mujer.

La tasa que hoy tienen es que trabajan cuatro días en la semana en hilar un poco de
algodón o lana. Dáseles cada día a cada india tres onzas de algodón y vuelven una de hi-
lado, de manera que hecha la cuenta de diez meses, porque los otros dos se les da para sus
sementeras, vienen a trabajar, quitadas las fiestas, ciento y treinta y seis días; de manera
que cada india hila ocho libras y media de hilado en un año, y entran en sesenta varas de
lienzo de veinte a veinte e dos libras, las cuales valen treinta pesos de a ocho reales; de
manera que tres indias dan de provecho a su encomendero los dichos treinta pesos, que
cabe a diez cada una, que aun no son siete ensayados, y este es el tributo de esta tie-
rra443.

443
R. LEVILLIER (ed), Nueva crónica de la conquista del Tucumán (Varsovia 1931) III 174.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 97

Para el P. Romero, era Santiago del Estero donde mejor se guardaban las
Ordenanzas de Abreu. En Salta, donde abundaban las estancias, los indios lo pa-
saban mejor, porque el trabajo no era excesivo, muchas de las faenas las realiza-
ban a caballo, el núcleo familiar se mantenía estable y podían trabajar en sus
propias chacras. Era importante distinguir no sólo entre un sitio y otro sino tam-
bién entre encomendero y encomendero. Así comentaba Romero: «ay algunos
vezinos en toda la governacion que los tratan con amor de padres y algunas se-
ñoras que ganan mucho cielo con el cuidado con que curan sus enfermos y doc-
trinan sus yndios y yndias». No fueron pocos los indios que teniendo la oportu-
nidad de volverse a sus pueblos de orígen, preferían quedarse en casa de sus en-
comenderos. Romero concluye su parecer con una consideración desfavorable
sobre los indios: «los yndios de esta tierra son naturalmente holgaçanes», es por
eso que necesitaban de la presencia del español para trabajar sistemáticamente.
Esta categoría cultural pertenecía al modo de razonar de la época. Fue mantenida
por grandes misioneros jesuitas que la repetirán a mitad del siglo XVIII luego de
casi un siglo y medio de trabajo misionero444. El seminomadismo era interpretado
como vagancia, la supervivencia fundada sobre la caza y la pesca era un signo
más de la barbarie. Esta visión, lejos de despreciar al indio, llevó al misionero a
fundar su protección y a motivar sus enseñanzas para capacitarlo ante un mundo
nuevo que se imponía irremediablemente. Este es el sentido que debe darse a la
frase de Romero. Esta apreciación cultural si tuvo un límite no fue tanto la inca-
pacidad de reconocer otros sistemas de vida sino que fue impulso para generar
que a menudo no dejó crecer. Lo que sorprende a la sensibilidad moderna no es
el juicio de Romero y de tantos otros contemporáneos suyos, sino encontrar to-
davía hoy, en algunos historiadores juicios similares445.

444
«el mayor trabajo que tienen los curas es hacerles que siembren y labren lo necesario para
todo el año para su familia; y es menester con muchos usar de castigo para que lo hagan, siendo
para su sólo bien, y no para el común del pueblo». CARDIEL, Breve Relación 60 y ss. El tema de la
desidia de indio ocupa gran parte del cap. V.
445
Así se puede leer hoy día: «[La] Indolencia de los naturales [...] es tema resabido y por todos
aceptado. [...] Sin duda que esto de la indolencia natural del aborigen y su incapacidad para una
total autonomía, fue achaque general de cuantas tribus poblaban entonces las provincias del Tucu-
mán, Río de la Plata y Paraguay [...] Infinitos documentos lo comprueban». BRUNO, Historia II
432. «la realidad solo bien verificada con el contraste actual, de que los indios puros son una raza
inferior que raramente permite a sus componentes salir de un estado de infantilidad desesperante,
supo apreciarla Torres Bollo desde el primer momento». A. ECHANOVE, La idea jesuítica de «re-
ducciones» en MH 12 (1955) 95-144 139. Por su parte, Furlong, dedica algunas páginas para afir-
mar: «aunque sus dotes psíquicas adolecían de serias fallas, eran ellos un indios simpáticos y ca-
paces de adelantar no poco en todo lo que significaba progreso material y aun espiritual [...] A la
cortedad de sus entendimientos correspondía la debilidad de sus voluntades [...] De esta debilidad
mental y de esta falta de resolución y firmeza nacía el que fueran crédulos, por una parte, y fueran
mentirosos hasta el absurdo por otra». FURLONG, Misiones 72 y ss. A estas consideraciones
agrega el insigne historiador una curiosa experiencia personal que confirmaría la corta racionali-
dad de la que había escrito Cardiel: «El fenómeno que aquí indica Cardiel lo hemos podido com-
probar recientemente en Bolivia. Los niños son tan despiertos y vivos como los europeos, pero al
llegar aproximadamente a los veinte años se va pagando en ellos toda vivacidad, remplazándola
un lastimoso embotamiento mental». Ibidem 75.
98 MARTÍN MA MORALES, S.J.

Para Romero el problema mayor radicaba no tanto en el servicio personal


en sí mismo, sobre todo como se lo aplicaba en las gobernaciones de Tucumán y
Buenos Aires, substancialmente diferentes al de otras zonas. Se debía mejorar
siempre y más las relaciones entre español e indio, más allá del marco institucio-
nal concreto en el que se desarrollaban. No sería raro pensar que como jesuita se
hubiese sentido llamado a convertir una mentalidad más o menos difundida, pre-
sente sin duda en algunos, más que a erradicar una institución. El insigne misio-
nero Alonso de Barzana puso de manifiesto cual era el modo de proceder ideal
que, según su parecer Romero encarnaba. Escribía desde Tucumán:
También con notable bien de esta república, impidiendo males muy pesados a Nues-
tro Señor por medio de la Compañía, y máxime del Padre Rector [Juan Romero] apazi-
guando y concertando enemistades muy graves assí entre las Justicias unas con otras,
como entre hombres principales en esta república [...] Tambien se sirve Nuestro Señor
mucho en concertar negocios muy desavenidos y muy desconcertados, que no es cosa de
pequeño travajo no de poco servicio a Nuestro Señor y mucho provecho para los hom-
bres, y tanto mas se haze esto quanto más crédito y benevolencia tiene cada día más nues-
tra Compañía, y quanto menos ay que acuden a procurar el bien común de esta república,
ni hoc quaerar in omnibus minima nostra Societas Iesu446.
El parecer de Romero puede cotejarse con un informe del gobernador
Alonso de Ribera quien, en carta al rey de 1607447, aún reconociendo la opresión
«con grande excesso» de muchos indios, entendió la inutilidad del ataque frontal
al servicio personal y propuso medidas concretas. En primer lugar se informó de
la normativa vigente sobre el trabajo de los indios; luego vio que no había quien
la pusiese en práctica, ni el indio tenía a quien recurrir en caso de abuso. El terri-
torio enormemente dilatado impedía al gobernador velar por la justicia de ma-
nera satisfactoria. El encomendero era para el indio juez y parte al mismo
tiempo, el único interlocutor. Para evitar este absurdo creó una serie de corregi-
dores, once en total, desde Jujuy a Córdoba, con un sueldo de 600 pesos de a
ocho, pagaderos la mitad por la Real Hacienda y la otra mitad por los encomen-
deros de la zona en la que el corregidor actuase. Desafortunadamente la Audien-
cia de la Plata, sin petición de parte, ordenó la suspensión de la medida del Go-
bernador, no comprendiendo la importancia de la misma. Compárese el estilo
del parecer de Romero, o de este informe de Ribera, con aquella carta de Fran-
cisco de Angulo en la que definió el servicio personal en el Tucumán como la
mayor esclavitud existente, mucho más feroz que el cautiverio de las galeras tur-
cas448. Faltan, en muchas de estas denuncias, propuestas concretas tendientes a
poner en práctica la legislación vigente.
Este estilo de ruptura, poco atento a matices, proporciones y circunstancias,
de extraordinario rigor ético y de poca mediación política se tradujo en un modo

446
Fragmento de una carta de Alonso de Barzana a Juan Sebastián en José de Arriaga a Claudio
Aquaviva. Lima, 24 de Agosto de 1597. [Annua del Perú de 1596] Mon. Per. VI 276-441.
447
Alonso de Ribera al Rey. Santiago del Estero, 16 de mayo de 1607. AGI Charcas 26 R.8
N.41.
448
Véase nota 404.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 99

de obrar, que en no pocas oportunidades ocasionó consecuencias contrarias a las


deseadas. Este modo de proceder, como diría el mismo Torres en la citada carta
al Consejo de Indias (1606), no permitió «réplicas, ni contradicciones algunas».
Esta visión estaba cargada de la inercia asimilista. La situación social de los in-
dios del Tucumán fue considerada al igual que la de Potosí, la del Paraguay a su
vez fue vista como la de Tucumán. Las minas de Potosí o de Huancavelica ha-
bían pasado a ser en la mente de muchos la injusticia social por antonomasia. De
todos modos, aún admitiendo que los jesuitas que bajaban del Perú al Tucumán
y al Paraguay llevaban impresa la realidad de Potosí, con el riesgo de interpolarr
esa experiencia con la situación de estas gobernaciones, tuvieron, sin embargo,
elementos para evitar los choques frontales o pretender soluciones tajantes. Así
se deduce de algunos memoriales escritos con motivo de la obligatoriedad del
trabajo minero. Algunos pareceres de los jesuitas peruanos sobre el laboreo en
las minas, situación que a todas luces era mucho más dramática de la que los je-
suitas pudieron haber encontrado en Tucumán o Paraguay, son, a pesar de ello,
de un tenor más realista. En ellos se distinguen diversos aspectos de los proble-
mas, se mantuvo una cierta serenidad en la argumentación, la cual inspiró refor-
mas posibles y por lo tanto eficaces. Pero no faltaron al respecto otros memoria-
les e informes cargados de pasión pero que tuvieron escasos resultados en la
realidad.
Uno de ellos es el del jesuita navarro P. Antonio de Ayanz449. En su Breve
relación de los agravios que reciven los indios que ay desde cerca del Cuzco
hasta Potosí [...] (1596) dedica doce capítulos a describir con minucia los daños
de la mita minera de Potosí. Dos mil doscientos indios mitayos se ponían en
marcha cada año con sus familias y enseres, llegándose a calcular que eran más
de siete mil almas las afectadas por este movimiento. Conoce muy bien Ayanz
los efectos de estas migraciones anuales: abandono de las chacras indias, desam-
paro de sus pueblos, viajes peligrosos, indios que huyen o que no volverán nunca
a su pueblo de origen. La paga que se le daba a cada indio por el trajín era in-
justa, según el criterio del jesuita, y apenas llegaba a cubrir una tercera parte de
los gastos de alimentación450, sin tener en cuenta el vestido y otras necesidades.
Seis o siete meses de viaje durmiendo al raso, cubiertos solamente con una es-
tera. Por su experiencia como superior de Juli, Ayanz, testimonia que cuando los
jesuitas tomaron la residencia había unos 17.000 indios de confesión y se bauti-
zaban cada domingo unos 30 niños, en el momento de su informe, a causa de los

449
Ayanz, Antonio de * 1559, Pamplona; SJ 1579, Prov. Castellana; † 1599, Chuquiavo.
Mon.Per. III 493; VI 714. Llegó al Perú en 1584 con otros veinte compañeros en la expedición de
Andrés López. Fue superior de Juli (1591). Mon. Per. III 493. El parecer ha sido publicado por
VARGAS UGARTE, Pareceres 35-88.
450
Por el trajín, esto es, por el viaje del pueblo de orígen hasta Potosí, recibía el indio cinco pe-
sos mensuales. Ayanz calculó que un indio consumía mensualmente una media fanega de chuño,
a siete pesos, una cantidad de charqui equivalente a tres pesos, unos tres pesos y medio de pe-
scado seco, más un peso de coca. El gasto de comida llegaría a más de catorce pesos mensuales,
sin calcular los vestidos y los utensillos necesarios para la preparación de los alimentos, cosas por
las cuales no recibían nada.
100 MARTÍN MA MORALES, S.J.

indios huídos con motivo de los trajines, afirmaba: «no ay casi gente que confe-
sar y la que ay son mujeres y viejos», y se bautizaba sólo unos 3 ó 4 niños por
domingo. La gravedad de la situación le había hecho pensar que si no se encon-
traban los remedios adecuados, se perdería todo el reino del Perú. Después de
haber presentado los aspectos dramáticos de la situación del indio minero,
Ayanz comenzó la búsqueda de remedios partiendo de un hecho cierto: el tra-
bajo obligatorio en las minas no cesaría de un día para otro. Por ello se imponía
encontrar urgentes y practicables medidas para mejorar la situación451.
El primer remedio que consideró fue aumentar el sueldo a los mitayos de
manera que pudieran cubrir los gastos de comida, vestido y pago de tasa. En se-
gundo lugar no debían darse indios a los que no tuvieran minas para evitar que
los pusieran a su servicio personal, o someterlos a otros tipos de abuso. En tercer
lugar, era mejor poblar, de una vez por todas, los valles cercanos a Potosí para
evitar los trajines con todas sus dañosas consecuencias. Esta medida ayudaría
también a arraigar a los indios de manera que se multiplicaran con mayor facili-
dad, pudiendo ser industriados y evangelizados en un modo más estable. Dismi-
nuiría también la cantidad de indios asignada en cada turno, ya que el número de
2.200 había sido dispuesto teniendo en cuenta los que no llegaban a destino.
Además, en esos pueblos no se deberían permitir caciques perpetuos para evitar
distintas especies de tiranía, opresión y negocios que, a veces, se daban entre és-
tos y sus indios. Particulares y concretos fueron también los remedios que Ayanz
propuso para mejorar la condición de los trajines.
Por los mismos años, otro parecer de algunos jesuitas peruanos recuerda,
por sus tonos y radicalidad, los ya citados memoriales de Diego de Torres o de
Francisco de Angulo. El memorial452 está firmado por los padres Juan Sebastián,
Esteban de Avila453, Manuel Vázquez454, Francisco de Victoria455 y Juan Pérez
Menacho456. A diferencia del memorial de Ayanz, esta relación conjunta es nota-
blemente breve, se mantiene en términos generales, desarrolla más el nivel ideo-
lógico más que el análisis de la realidad y la búsqueda de soluciones. Si bien la
pregunta que motivó el memorial fue la licitud de organizar mitas para las nue-
vas minas que se descubrieren y, a pesar que los informantes declaran no querer
entrar a discutir la legalidad del trabajo minero obligatorio, más de la mitad del
parecer se dedica a esta última cuestión. Es significativo el uso que hace de un
paso del De Procuranda, en el que se analiza el trabajo en las minas. Los autores

451
Estos remedios son analizados en el cap. XIII: «En que se trata de que manera se podrá con-
tinuar la mita de Potosí sin tantos agravios de los yndios y con mas seguridad de conciencia».
VARGAS UGARTE, Pareceres 65 y ss.
452
Ibidem 89-93.
453
Avila, Esteban de * 1549, Avila; SJ 15.5.1585, Prov. Castellana; † 14.4.1601, Lima. J. DE
URIARTE y M. LECINA, Biblioteca de Escritores (Madrid 1925) I 374-376.
454
Vázquez, Manuel * 1559, Segovia; SJ 1576, Prov. Castellana; † 1600 Panamá. Mon. Per. III
49219; VII 462.
455
Victoria, Francisco de * 1545, Segovia; SJ 1567, Prov. Castellana; † 1618, Santa Fe (Bo-
gotá). Mon. Per. IV 673197; V 783; FEJÉR I/2 245.
456
Pérez Menacho, Juan * 1565, Lima; SJ 2.2.1583, Prov. Peruana; † 28.1.1626, Lima. Mon.
Per. III 6078; FEJÉR I/2 179.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 101

del memorial ponen en la pluma de Acosta un silogismo que no se encuentra en


el texto: si se guardan ciertas condiciones, la compulsión en el laboreo minero se
podría tolerar, pero como las dichas condiciones no se guardan por la codicia de
muchos, luego «siguese claramente que el padre Acosta no da por lícito compe-
ller yndios para las minas».
José de Acosta fue invocado muchas veces como uno de los defensores más
claros de la condición social del indio. Su buena formación teológica y jurídica,
junto con su experiencia en tierras americanas lo hicieron un observador privile-
giado de una realidad a menudo muy compleja. Como puede suceder con ciertos
hombres por el caudal de su ciencia pueden ser citados como autoridad pero
para concluir con afirmaciones no previstas por ellos mismos. Es este el caso de
la cita de Acosta en el memorial en cuestión. El autor del De Procuranda pre-
senta sin ambages, en su Historia Natural457, todo el rigor del trabajo en las mi-
nas. Los indios trabajaban en los socavones en perpetua oscuridad, iluminándose
a luz de vela. Los turnos cubrían las veinticuatro horas del día. La extracción de
la plata se hacía a golpes de barreta, un trabajo especialmente pesado; realizado
en un ambiente en el que normalmente el aire era enrarecido y muy frío. Una vez
que el indio había reunido veintitrés kilos de material se los cargaba sobre sus
espaldas y comenzaba a subir los quinientos metros que lo separaban de la su-
perficie por unas escaleras de cuero de vaca, llevando una vela atada a su pulgar.
Pero es en el texto citado por el memorial conjunto del De Procuranda donde
Acosta se presenta con un realismo que por momentos podría ser calificado de
crudo. Para Acosta, si se abadona la explotación de las minas de metales, si no se
saca el oro de las escolleras de los ríos y se dejan al margen los demás metales,
entonces todo se acabará. Toda promoción y organización pública de los indios
caerá por los suelos. Ese es el objetivo que buscan los españoles con tan grandes
periplos por el mar, el motivo por el que negocian los mercaderes, proceden los
jueces e incluso muchas veces los sacerdotes predican el Evangelio458. Para
Acosta si se terminase el oro y la plata se acabaría la connivencia y toda rivali-
dad en el campo civil y eclesiástico, pero sería también el fin de toda ambición
viajera, porque el mundo entero se concentra alrededor de los «emporios de ri-
queza»459. José de Acosta invita al lector a compartir su misma perplejidad:
Puestas así las cosas, no sé que será mejor. Por una parte debería quejarme de
la calamidad de nuestros tiempos y de que se haya enfriado tanto la caridad, y la fe
casi no se encuentre en la tierra [...] Pero por otra parte, habrá que admirar profundamente
la bondad y providencia de Dios, que se acomoda a la condición de los hombres, y
para traer agentes tan remotas y bárbaras al Evangelio, proveyó tan copiosamente estas

457
J. DE ACOSTA, Historia Natural y Moral de las Indias (Méjico 1962) 156.
458
«At si metalla curari desierint [...] si aurum ex fluviorum obicibus non cogatur mineraliaque
caetera negligantur, actum est, indorum negotium et respublica interiit. Neque alios fructus hi-
spani tanto Occeani circuitu quaerunt, neque alia ex causa vel mercatores negotiantur vel iudices
praesident vel ipsi quoque sacerdotes plerumque evangelizant». ACOSTA, De Procuranda 531.
459
«Argentum aurumque si desit et se subducta ex oculis, omnis frequentia, omnis commeatio,
omnis civilis et sacerdotalis concursus brevi evanescet [...] ut ad hoc commune emporium omnes
undique confluere videantur». Ibidem 533.
102 MARTÍN MA MORALES, S.J.

tierras de metales de oro y plata como para despertar con ello la codicia de los nues-
tros460.

Mucho se podría discutir acerca de este análisis de Acosta, sobre todo en lo


que respecta a su afirmación rotunda de que haya sido el oro la motivación prin-
cipal que movió a aquellos hombres a poblar América. Pero una cosa está fuera
de discusión: la intención de Acosta era defender al indio y procurarle el mayor
bien posible. Así lo entendieron todos aquellos que encontraron en él argumen-
tos para apasionadas defensas del indio. Da la impresión que en estas páginas del
De Procuranda, algo parecido se podría decir del informe de Romero, o de la re-
lación de Ayanz, coexiste una observación aguda y delicada de la situación so-
cial del indio, en el caso específico del indio minero, que no esconde para nada
la dramaticidad de la hora, junto con un realismo que lleva a buscar soluciones
posibles y concretas. Así expresó Acosta la concepción que anida en estas pági-
nas: «También Dios se aprovecha de las ocasiones para hacer el bien»461. Aunque
estas ocasiones no sean siempre perfectas y estén plagadas de contradicciones.
Acosta, lejos de concluir, como pretendían los autores del memorial conjunto,
que dadas las enormes dificultades del trabajo minero la obligatoriedad debía
deducirse ilícita, recuerda que existen las leyes que moderan los abusos y la la-
bor de los pastores en la conciencia de encomendros e indios. Deberán prohi-
birse las cosas que pueden prohibirse, que los indios no sea mudados a climas
que le sean adversos, que se les pague el justo sueldo, que participen de las ga-
nancias, alimentos en cantidad para los sanos, remedio y necesario alivio para
los enfermos, que los turnos sean convenientes. Y para que no queden dudas
concluye: «Si los nuestros observan, como es razón, estas condiciones de la ley,
tal como han sido ideadas por varones doctos, nos parece que hay que ser tole-
rantes con ellos, no sea que acabándose el comercio, se abandone también el tra-
bajo de la predicación del Evangelio»462. ¿Y si estas condiciones no se cumplen?
Aún delante de esta hipótesis, «si no se cumplen estas premisas y tratan cruel-
mente a los indios como si fueran esclavos», Acosta no concluye con la ilicitud
de la obligatoriedad, sino que los que así obran, «vean ellos la cuenta que habrán
de dar a Dios, que es padre de los pobres y juez de los huérfanos463. Esta capaci-
dad de análisis y realismo que Acosta y otros jesuitas peruanos supieron poner
ante situaciones muy delicadas no fue común en el Tucumán ni el Paraguay

460
«Equidem nescio utrum potius faciam, querarne nostrorum temporum calamitatem et chari-
tatem refrigescentem fidemque raro in quoquam inventam [...] An vero Dei bonitatem summam-
que providentiam admirer qui pro nostrorum hominum ingenio adeo remotas et barbaras Evange-
lio adiungeret, aurum argentumque in his terris tam copiose donavit hisque veluti illexit nostro-
rum cupiditatem, ut si charitas non invitaret animarum, auri saltem cupiditas inescaret? Et que-
madmodum olim incredulitas Israelis salus fuit gentium, ita nunc christianorum avaritia indorum
vocatio facta est». Ibidem 533.
461
«Occasiones namque benefaciendi atiam Deus captat». Ibidem 533.
462
«Quas conditiones si, ut par est, legitime servaverint nostro quemadmodum a viris sapienti-
bus enucleate propositae sunt, videntur tolerandi, ne commercio finito cura quoque Evangelii
concidat». Ibidem 537.
463
«viderint ipsi quas Patri pauperum et iudici orphanorum rationes reddituri sint». Idem.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 103

donde las situaciones laborales y sociales del indio estuvieron muy lejos de al-
canzar los niveles dramáticos de Huancavelica o Potosí. Estos límites se pusie-
ron de manifiesto en el papel que jugaron los jesuitas del Paraguay en tema del
servicio personal.
En 1605 había sido nombrado el licenciado Pedro Ruiz Bejarano, oidor más
antiguo de la Audiencia de Charcas, para realizar la visita a las gobernaciones
del Tucumán y Río de la Plata así como lo había mandado Felipe III464. Se le or-
denó subsanar los «daños muy grandes e intolerables»465 que se hacían en esas
gobernaciones. El rey decidió nombrar al mismo Presidente de la Audiencia,
Don Alonso Maldonado de Torres, para que realizara la dicha visita466. Maldo-
nado no pudo realizarla porque fue nombrado, el 10 de junio de 1604, miembro
del Consejo de Indias467. Por una nueva cédula, fechada en Madrid el 27 de
marzo de 1606, esta vez el rey encargó al nuevo presidente de la Audiencia, Don
Nuño Núñez de Villavicencio, que nombrara un oidor de la misma para cumplir
con la orden real. La cédula llegó a destino cuando Núñez de Villavicencio había
fallecido mientras realizaba una visita en Santa Fe468. Mientras tanto, el 15 de
mayo de 1607, el Consejo de Indias hizo saber al rey que en 1601 la Audiencia
de Charcas había enviado un informe extenso en que se lamentaba de la falta de
jueces y proponía la creación de un nuevo puesto de oidor. El Consejo tramitó el
informe al Virrey del Perú y a la Audiencia de Lima. Esta última representó el
13 de mayo de 1606, la necesidad de fundar una audiencia para las provincias de
Tucumán y Paraguay, y de no hacerse, convendría aumentar la de Charcas con la
plaza de un oidor para facilitar que uno de ellos estuviese siempre de visita. El
Consejo propuso en consecuencia la creación del nuevo cargo y que por el mo-
mento, dada la inminente creación de la Audiencia de Chile, excusar la creación
de la del Tucumán y Río de la Plata.
El 28 de junio de 1607, el Consejo propuso al Rey cuatro candidatos para el
nuevo cargo de oidor, el primero de ellos fue el Licenciado Francisco de Alfaro,
a quien Felipe III concedió la plaza. La información de servicios del Consejo
afirma que Alfaro había leído cátedra de Instituto y Decreto en la Universidad de
Sevilla, y que 1594 había sido nombrado fiscal de la Audiencia de Panamá y
1597 promovido al mismo cargo en la Audiencia de la Plata469. El entonces presi-
dente de la Audiencia de Charcas Don Diego de Portugal, comunicó, el 10 de di-
ciembre de 1610, la decisión real a Don Francisco de Alfaro y le comisionó la

464
Carta de la Audiencia de Charcas acompañando ordenanzas del Licenciado D. Francisco de
Alfaro y documentacion sobre visita a las provincias de Paraguay y Tucuman. 1o de febrero de
1611. AGI Charcas 19 R.1 N.3.
465
La expresión está tomada del texto de la Rc citada a p. 217.
466
Carta de la Audiencia de Charcas acompañando ordenanzas del licenciado D Francisco de
Alfaro y documentacion sobre visita a las provincias de Paraguay y Tucuman. 1 de febrero de
1611. AGI Charcas 19 R.1 N.3.
467
SCHÄFER II 505.
468
Idem.
469
Consulta del Consejo de Indias a S.M. Madrid, 28 de Junio de 1607. AGI 74-3-25. Del 1610
a 1613 fue oidor en la Audiencia de Charcas, del 1613 al 1628 ocupó el cargo equivalente en la
Audiencia de Lima. SCHÄFER II 482 507.
104 MARTÍN MA MORALES, S.J.

visita de las Gobernaciones del Tucumán y Río de la Plata. Una palabra del vo-
cabulario del siglo XVII pinta al nuevo oidor con un solo trazo: era hombre pun-
tual. El celo de Alfaro era ya conocido en las gobernaciones del Tucumán y del
Río de la Plata. Como él mismo lo expresó en un informe al Rey, deseaba «ser
muy puntual» para dar noticia de un contrabando de ropa que había sido ampa-
rado por el Gobernador Ribera en favor de un comerciante470. El gobernador apo-
yaba su decisión en el hecho que una vez que las mercaderías habían salido del
Buenos Aires no podían ser confiscadas en Tucumán; en el puerto había oficia-
les reales, eran ellos los que tenían la obligación de realizar los controles. La Au-
diencia de la Plata había, anteriormente, aprobado decisiones en este mismo
sentido.
El caso en cuestión, puso una vez más en evidencia la delicada situación
económica de las dos gobernaciones y, en especial, la dramática realidad de
Buenos Aires con su puerto cerrado. La reglamentación de galeones de 1560 ha-
bía excluido a Buenos Aires del comercio marítimo. En 1594, se confirmó de
hecho esta exclusión por una real cédula ante la presión de poderosos comer-
ciantes peruanos y sevillanos. A fines del siglo XVI se concedieron licencias para
traficar por el puerto un embarque anual de 600 negros, a la vez que comenzaron
a llegar algunos navíos de permiso autorizados por la Casa de Contratación. En
1602, se autorizó a los porteños a comerciar libremente y por seis años, con el
Brasil y las posesiones portuguesas de Africa471, prohibiéndose, sin embargo, im-
portar negros por el puerto. Pero las condiciones fueron tan restrictivas que sola-
mente pocos, la mayor parte portugueses, pudieron usufructuar del permiso. En
el citado informe, Alfaro se lamentó que las disposiciones reales no se cumplían.
Según el fiscal, ni una sexta parte de las mercaderías entradas por Buenos Aires
habían quedado allí parar su distribución, uso y consumición. De Potosí los co-
merciantes, pasando por el Tucumán, llegaban a Buenos Aires, cargaban sus ca-
rretas y se volvían para el norte. Sin duda que contrabandistas sin escrúpulos
medraban con la realidad económica de las provincias. Pero la situación era al lí-
mite de la supervivencia. Así lo declaró Hernandarias acérrimo defensor de las
leyes de la Corona, para quien la defensa imposible del puerto protegido fue su
martirio político:

como es notorio y a vuestra magestad consta la pobreça de la gente desta provinçia


es la mayor que ay en todo vuestro reyno del Peru por no tener minerales y hauer ydo los
naturales en mucha diminucion por lo años esteriles y pestes que a avido que ha sido con
tanto exçeso y rigor que en algunas çiudades se an casi acavado todos los naturales y
muchos vezinos an quedado sin un yndio que la necesidad les obliga y a sus mugeres
hijos y hijas acudir a senbrar y coxer sus cosechas para poder pasar y si esto no hizieran

470
Alfaro al Rey. 28 de febrero de 1607. Ibidem 379 y ss.
471
«la permision que vuestra alteza, se sirvió conçeder a este puerto açerca de las arinas y de-
mas frutos de la tierra que pueden comunicarse con el Brasil la qual fue merçed tan ymportante
que sin ella paresçia cosa ymposible poderse sustentar respeto de que yo con todo cuidado y rigor
yba cumpliendo el orden que tenia de vuestra alteza açerca de la proiviçion del comerçio deste
puerto». Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 12 de febrero de 1603. RBN I/1 (1937) 76.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 105

pereçieran y en muchas partes he visto perderse las sementeras por no aver quien las coxa
y andan muchos honbres y mugres vestidos de cordellate y sayal y algunos hijos y nietos
de conquistadores y otra gente prinçipal472.
Como es bien sabido, la defensa a ultranza del proteccionismo no hizo más
que favorecer el contrabando e impedir el desarrollo armónico de la zona. Alfaro
fue de estos defensores, a él bien se podría aplicar lo que dijo el obispo Martín
Ignacio de Loyola de Hernandarias:
Si ablandara el modo de proceder con los veçinos y otros pasajeros [...] le descom-
pone mucho es que como a visto en este puerto tanta corrucion [...] deseaba allanar y re-
mediar todas las cosas cumpliendo con todo rigor las cédulas de vuestra Majestad casi sin
admitir la epicheia que con ella se debian moderar las leyes humanas positivas en casos
particulares [...] [si] ablandase su condición y no fuese tan riguroso en la observancia de
las cedulas reales sería muy buen gobernador473.
La puntualidad de Alfaro se alejó del ideal jurídico indiano a la vez que an-
ticipaba nuevos tiempos de la evolución de la concepción del Derecho, para el
maestro de Instituta se hizo cada vez más difícil distinguir entre epiqueyas e in-
fracciones a la ley. El rigor de Alfaro mal se avino con la situación de la tierra.
Los comienzos del siglo XVII474, en las gobernaciones del Tucumán y Buenos Ai-
res, presentaban una situación de pobreza extrema. Situación agravada, además,
por la pestilencia de los años 1605 y 1606. La peste de esos años entró por el
puerto de Buenos Aires en 1604 traída por 1300 soldados españoles enviados al
reino de Chile475. La situación fue tan dramática en el año 1606 que el celoso
Hernandarias se atrevió a refrendar un pedido del cabildo de la ciudad de Bue-
nos Aires al rey para que permitiese entrar por el puerto de Buenos Aires «algu-
nas pieças de esclavos», porque los indios de servicio de la ciudad se habían
prácticamente extinguido, así como los de las «ciudades de arriba»476. A la cala-
midad de la situación epidémica se sumaron años de pobres cosechas. La peste
de los primeros años del siglo XVII fue precedida por otra se había desatado en
Asunción a fines del siglo XVI. El morbo esta vez había provenido de la ciudad
de Cartagena y llegó a la del Paraguay en 1588. Fue la oportunidad para que los

472
Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 16 de junio de 1607. Ibidem 164-165.
473
Martín Ignacio de Loyola al Rey. Buenos Aires, 7 de mayo de 1605. R. MOLINA, Fray Mar-
tín Ignacio de Loyola cuarto obispo del Paraguay y Río de la Plata (1603-1606) en MH 10
(1953) 21-71 66-68.
474
Información levantada por un vecino de Buenos Ayres entre los habitantes, para exponer el
estado de miseria de la Ciudad al Rey. Buenos Ayres Mayo 1599. LEVILLIER, Correspondencia
de la Ciudad I 436. Otros informes de este tenor pueden verse en Ibidem I 5-37 43-68 271-
272.
475
Véase la carta de Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 5 de abril de 1604. Cfr RBN I/1
(1937) 85.
476
«Llegue a este puerto a los 27 de enero [1606] donde halle la poca gente que en el había que-
dado tan lastimada de la peste que dende passo la gente para Chile dio sin serviçio ninguno por
haverseles todos muertos assi aqui como en las ciudades de arriva y para suplir algun tanto esta
gran falta envia este cavildo a suplicar a Vuestra Magestad se sirva de dar permision para meter
por este muerto algunas pieças de esclavos para el serviçio y benefiçio de sus casas y haçiendas».
Hernandarias al Rey. Buenos Aires, 20 de marzo de 1606. RBN I/1 (1937) 105.
106 MARTÍN MA MORALES, S.J.

PP. Ortega y Fields477 dejaran un testimonio de su caridad heroica. En la ciudad


de la Asunción murieron más de 200 entre criollos, mestizos y peninsulares,
junto con más de 2.220 indios de servicio que vivían y trabajaban en la ciudad.
Así lo testimonió Lozano en su Historia: «y de la gente que venía a mitar de sus
pueblos innumerables: de manera, que muchas casas donde passaban de treinta
los criados, quedaron sin uno, que sirviesse en lo mas precisso»478. En el Guairá
murieron millares de indios. En el sólo distrito de Villa Rica murieron 4.070479.
Más de 2.000, según Ortega, murieron en el camino de sus pueblos a la Villa
Rica buscando protección y la gracia del Bautismo, unos 2.800 entre los ibirayá-
ras. Imposible saber los muchos que habrán muerto internados en la selva.
En esta situación actuó el oidor Alfaro. El 16 de febrero de 1611, el gober-
nador del Tucumán, Alonso de Ribera, dio cuenta de la llegada del Visitador480.
El Cabildo de la ciudad de Santiago del Estero puso sus esperanzas en la visita
de Alfaro. Los cabildantes, en primer lugar, reconocieron la «gran rectitud y
puntualidad»481 del Visitador. Por esas cualidades de su personas, esperaban los
cabildantes, que fuese averiguada la verdad acerca del «desacredito calunioso»
que había caído sobre la ciudad. Aunque no dice el documento en que consistió
la calumnia puede suponerse que esté de por medio el tema del servicio perso-
nal. El Cabildo reconociendo los «eçesos y pecados particulares», pidió la aten-
ción del rey para que velase de manera que el Visitador y la Audiencia procedie-
ran, en el ámbito de la visita, teniendo en cuenta que se trataba de la gobernación
más pobre de entre todos los reinos. Solicitaba además la ciudad que el monarca
concediera la creación de una Audiencia, aprovechando de la visita, y fuese Don
Francisco de Alfaro su fundador y primer presidente. En una segunda carta482, re-
novaron su confianza en que la presencia de Alfaro en la gobernación, «recto y
puntual juez», persona de «un animo bueno» y «de tanta razón», pudiera ser oca-
sión para que los indios sean aliviados en su situación y que toda la tierra que de
serena y en paz. Estas dos cartas de la ciudad de Santiago del Estero dejan ver
que, al menos, desde el punto de vista formal, no había ningún reparo previo so-
bre la persona del Visitador ni en la ejecución de su visita.
Los jesuitas prepararon activamente la futura obra de Alfaro. Cuando
Diego de Torres se encontraba en la Corte tuvo la oportunidad de conocer a un
hidalgo portugués llamado Juan de Salazar, vecino en la Gobernación del Tucu-
mán, el cual había presentado diversos memoriales a Felipe III tendientes a eli-
minar el servicio personal de la gobernación. Así dijo de él en su Carta Anua de
1611:

477
LOZANO, Historia de la Compañía I 63 y ss.
478
Idem.
479
Ibidem 70.
480
Alonso de Ribera al Rey. Talavera de Madrid, 26 de febrero de 1611. AGI 74-4-11. La carta
fue editada por GANDÍA ALFARO 416-418.
481
El Cabildo de la Ciudad de Santiago del Estero al Rey, 2 de Marzo de 1611. AGI Charcas
74-4-19.
482
El Cabildo de la Ciudad de Santiago del Estero al Rey, 1 de abril de 1611. AGI Charcas 74-
4-19. Editada por GANDÍA ALFARO 420-421.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 107

un hombre pobre de esta gobernacion de Tucuman, de nacion portugues [...] vistos


los agravios que en estas tierras se hacían contra los indios con este servicio personal ha-
bra once años que se movió a representar a Su Majestad [...] lo que padecían los indios
[...] Y yo vi en España a este hombre [...] avergonzandome de no haber tratado yo lo pro-
pio con calor»483.
Torres se puso en contacto con Salazar y se prometieron mutua ayuda en la
lucha contra el servicio personal. En 1603, Torres presentó al Consejo de In-
dias484 el memorial anteriormente citado. No sería improbable que éste fuera
fruto de las informaciones e ideas de Salazar. Enterado el General Aquaviva de
la existencia de indios de servicio en las casas de la Compañía en Chuquisaca,
Potosí485, Chile, Santiago del Estero y Córdoba, se preocupó por la situación y pi-
dió a Torres se informase sobre la licitud de su tenencia. Así dispuso el P.
General:
Supuesto lo que v.r. escrive de los agravios que se hazen a los indios en que trabajen
por fuerça, los saquen de sus pueblos y no les paguen lo que su trabajo merece, tengo por
cierto que lo permitira en ningún colegio o casa de su provincia por ser cosa por ser cosa
que no se puede hazer sin grave escrupulo de conciencia y assi mismo se avisa al Provin-
cial del Peru para que en los puestos que tiene a su cargo lo remedie y que no permita que
se haga agravio a nadie486.
En el mismo correo, se le escribió sobre el tema al Provincial del Peru, Es-
teban Paez487. Si en las casas de la Compañía hubiera indios que no son tratados
en justicia se tomen las medidas necesarias para remediarlo. Pero agrega un ca-
mino de solución que no fue mencionado en la carta a Torres. Para evitar escrú-
pulos de conciencia sería mejor contar con trabajadores voluntarios, los cuales,
pensaba el General, no faltarán. Teniendo presentes los términos de ambas cartas

483
Annua de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucuman del año 1611. LEONHARDT XIX
485.
484
Mon. Per. VIII 460-482.
485
La carta pertenece al correo ordinario del 17 de octubre de 1606: Aquaviva a la Provincia
del Perú. ARSI Perú 1 218r.
486
Aquaviva a Diego de Torres. Roma, 6 de febrero de 1607. Ibidem 223r.
487
«Tengo entendido que los indios padecen algunos agravios para cuidar de las haziendas de
los colegios de la Compañía como es hacerlos trabajar por fuerza y continuamente y no pagarles
segun merece su trabajo y sacarlos por fuerza de sus pueblos para trabajar. No entro aora en que
otros hagan esto (aunque siendo negocio tan grave y de tan grande escrupulo tocaria a los confe-
sores examinarlo bien y procurar de remediarlo con quien lo puede hazer, de suerte que los pobre-
citos no fuesen agraviados y los que lo hazen pensando que licitamente lo pueden hacer fuesen
desengañados), pero lo que mas e sentido es que passan por ello los de la Compañía y segun pa-
rece lo tengan por cosa llana que a no tenerla por tal tengo por cierto que passando el negocio de
la manera que se a referido buscarian algun buen medio en que se cuidassen de las haziendas sin
descuidar de lo que mas importa que la seguridad de la conciencia. Se informe como passa ese ne-
gocio y despues bien enterado de todo lo haga estudiar y considerar como requiere la gravedad de
la cosa y en ninguno manera permita que indio ninguno sirva en nuestra hazienda de manera que
quede agraviado en algo o los nros. con algun escrupulo por que cierto es que lo seria muy grande
si se verificase qualquiera de las cosas dichas y para estar mas seguros y salir de perplejidades se-
ria muy acertado que se buscasen indios voluntarios y de bueno a bueno se concertase en lo que se
a de dar por su trabajo que no faltaran muchos que quieran servir de esta manera». Aquaviva a
Esteban Paez. Roma, 6 de febrero de 1607. Ibidem 225v.
108 MARTÍN MA MORALES, S.J.

cabe pensar que Aquaviva conocía el contenido de la cédula grande de 1601. La


cédula, como se ha dicho, repetía la prohibición de que los eclesiásticos tuvieran
en sus casas indios de servicio o yanaconas488. Sólo podían contar, como todos
los demás, con los indios que se presentasen en alquiler en las plazas, con los
cuales debería concordarse un salario conveniente. El General pidió que, antes
que los jesuitas tomaran una resolución, se consultasen, ya que el asunto era de
«gravedad».
La consulta se realizó en el Colegio de Lima. Asistieron a ella Esteban
Paez, provincial, el rector del Colegio de San Pablo, Rodrigo de Cabredo489, Juan
Sebastián de la Parra490, Francisco Coello491, que había sido oidor de la Audiencia
de Lima, Juan Menacho, Luis de Valdivia492, Diego Alvarez de Paz493, Juan Per-
lín494, Juan de Alva495, Andrés Hernández496, Juan Domínguez497, Diego González
de Holguín y Pedro del Castillo498, «personas gravissimas y señaladas en doc-
trina»499. Si Torres, como parece, partió de Lima para el Tucumán a fines de Ju-
nio de 1607, la consulta tuvo que haberse realizado un poco antes de esa fecha.
Por las obras de referencia que utilizaron los consultores puede suponerse que el
tema se encaró una vez más de manera teórica y no en el contexto de goberna-
ciones precisas, ni teniendo en cuenta situaciones sociales y económicas deter-
minadas, ni pueblos de indios concretos con sus rasgos culturales y hábitos labo-

488
La prohibición alcanzaba además a los Virreyes, Gobernadores y demás ministros reales,
todo tipo de monasterios, conventos y hospitales, esposas o hijos de ministros, a los extranjeros y
a los ausentes. Recopilación (1680), Lib. VI Tít. VII Ley 12 13 y 14, recopilando Rcs de 12 de ju-
lio de 1530, 20 marzo de 1532, de 20 de noviembre de 1542 dada en Barcelona y de 1 de marzo
de 1551 dada en Valladolid. Véase además SOLÓRZANO, Política Lib. II cap. III. La prohibición
fue reiterada en la Rc dada en Aranjuez el 26 de Mayo de 1609. p. 202. Por Rc de 10 de octubre
de 1618 dada en Madrid, se concedió a los religiosos de las Gobernaciones de Paraguay, Tucu-
mán y Río de la Plata de tener mitayos a su servicio: «Haviendo repartimiento de mitayos en las
Provincias de el Paraguay, Tucumán y Río de la Plata, se acomodea las religiones, señalando a
cada convento tantos indios, quantos fueren los religiosos, con que no passen de ocho». Recopila-
ción (1680) Lib. VI Tít. XII Ley 45.
489
Cabredo, Rodrigo de * 1560, Logroño; SJ 18.1.1577, Prov. Castellana; † 22.7.1618, Cham-
béry. SOMMERVOGEL II 496-497; F. ZAMBRANO, Diccionario Bio-Bibliográfico de la Compañía
de Jesús en México (Mexico 1965) IV 400-484.
490
Parra, Juan Sebastián de la * 1549, Daroca; SJ 6.4.1566, Prov. Castellana; † 22.5.1622,
Lima. TORRES SALDAMANDO 328-337; Mon. Per. II 597; III 223.
491
Coello, Francisco * 1557, Salamanca; SJ 1602, Prov. Peruana; † 19.6.1622, Lima. TORRES
SALDAMANDO 375-377; MENDIBURU II 398; URIARTE II 260-261.
492
Valdivia, Luis de * 1560, Granada; SJ 1581, Prov. Castellana; † 5.11.1642, Valladolid. TOR-
RES SALDAMANDO 83-89.
493
Álvarez de Paz, Diego * 1550, Toledo; SJ 1578, Prov. Castellana; † 21.12.1619, Potosí.
TORRES SALDAMANDO 349-353.
494
Perlin, Juan * 1569, Madrid; SJ 3.4.1586, Prov. Peruana; † 31.10.1638, Dunquerque. TOR-
RES SALDAMANDO 357.
495
Alva, Juan de * 1565, Medina del Campo (?); SJ 22.04.1582, Prov. Castellana; † 1618,
Cuzco. URIARTE I 141.
496
Hernández, Andrés * .7.1609, Córdoba. STORNI 139.
497
Domínguez, Juan * 1562, Muro; 28.3.1585, Prov. Aragoniae; † 1620, Zaragoza. STORNI
85.
498
Castillo, Pedro de * 1558, Logroño; SJ 1576, Prov. Castellana; † 27.7.1625, Roma. Mon.
Per. III 230; FEJÉR I/2 48.
499
LOZANO, Historia de la Compañía I 52-53.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 109

rales específicos. Las obras que la consulta tuvo en cuenta las citó Lozano en su
Historia: un parecer de Jerónimo de Loaysa, primer obispo-arzobispo de Lima,
suscitado alrededor de la polémica de las Leyes Nuevas de 1542, un tratado del
dominico Gil González que vio la luz en Chile en 1559, otro de los franciscanos
de Lima, y una serie de pareceres de dominicos y jesuitas consultados en 1598
por el Virrey Velasco sobre el servicio personal. La consulta elaboró un pare-
cer500 que fue prácticamente una copiaba de otro hecho por el P. Menacho con
motivo de las consultas realizadas acerca de la cédula de 1601. El escrito de Me-
nacho dedicó fundamentalmente su atención a la moralidad de las Ordenanzas
de Abreu (1576)501, que hasta ese momento regían el servicio personal tributario
en la gobernación del Tucumán. De acuerdo con Menacho la consulta determinó
que las ordenanzas eran injustas de manera que el encomendero que las aplicase
debería considerarse en pecado mortal, lo mismo que el gobernador que ampa-
rase tal proceder.
Las Ordenanzas de Abreu eran textualmente las mismas que había dictado
el Virrey Don Francisco de Toledo para los yanaconas de Charcas y no presenta-
ban ninguna injusticia intrínseca. El gobernador Abreu tuvo que afrontar, como
muchos otros gobernantes, el dilema de imponer al indio libre el trabajo obliga-
torio, en una tierra, como él la llama, «nueva» y de «guerra», sus naturales «ma-
tandose y robandose unos a otros [...] a trueque de no dar obediencia a sus caci-
ques». Muchos de los pueblos de su distrito, como los malbalás, lules o tonoco-
tés, para no hablar de los temibles calchaquíes, presentaban ordenamientos so-
ciales que mal se los podía conjugar con los esquemas de organización incaicos
y mucho menos con las expectativas españolas.
En una tierra pobre y difícil, el trabajo del indio fue visto como el único
medio de subsistencia. Las Ordenanzas dispusieron que los encomendados de-
bían constituir sus casas cerca de un pueblo de españoles donde recibirían la
doctrina y sacramentos, por cuyo motivo tendrían libres todos los domingos y
fiestas del año. El turno de mita emplearía una décima parte de los indios, varo-
nes entre los 15 y 50 años, decada encomienda, con la obligación de acarrear
hierba y leña para los agricultores. En ningún caso, la décima parte podría supe-
rar los treinta indios. Una mitad de los indios restantes de la encomienda podían
ser ocupados en el trabajo en las estancias, la otra mitad debería ocuparse de sus
propias chacras. Las ordenanzas prohibieron ocupar a los indios varones meno-
res de 15 años en trabajos que requiriesen esfuerzo físico. Debían tener vacacio-
nes en diciembre y enero, descanso todos los viernes y sábados del año, además
de los domingos y fiestas. Las indias de 10 a 50 años servirían al encomendero
sólo cuatro días, de lunes a jueves, quedando libres los meses de diciembre y
enero. No podía el encomendero servirse para el trabajo en telares de indias em-
barazadas de más de ocho meses, ni de las parturientas sino después de un mes

500
El manuscrito del parecer se encuentra en AGN ABN 5621.
501
El texto de las Ordenanzas en R. LEVILLIER (ed), Gobernación del Tucumán. Papeles de
Gobernadores en el siglo XVI (Madrid 1920) II 32-45. Un comentario sobre las mismas en LEVIL-
LIER, Nueva Crónica III 174.
110 MARTÍN MA MORALES, S.J.

del parto. Era castigado quien cargase a los indios con maíz, o quien los sacase
de sus pueblos para los emplearlos en el servicio privado de las casas. Es proba-
ble que, a la luz de la cédula grande de 1601 y de la experiencia laboral peruana,
este ordenamiento se mostrase inadecuado ya que todavía aceptaba en su interior
el servicio personal como forma de tributación de los encomendados. Pero la
mayor carencia, como lo expresó el gobernador Alonso de Ribera,no estaba en
las ordenanzas sino en la falta de ministros para ponerlas en ejecución.
El citado informe de Romero reconoce que la tasa en servicio personal, se-
gún «todos los teologos de esta tierra y del Piru», era injusta. Pero del texto se
desprende que no era injusta en sí misma, ya que admitía que en otros tiempos y
circunstancias, se había tolerado. Romero recuerda la legislación vigente por la
cual el rey pedía que, en la medida de lo posible, se excusase a los indios de los
servicios personales. La prudencia del gobernador y de sus consejeros estaría en
acertar con lo posible. Romero, en su informe, admitió el principio de adecua-
ción de la norma a la realidad. De tal manera que analizando situaciones concre-
tas, cuando llega el turno de la ciudad de Santiago del Estero reconoce que era
donde mejor se aplicaban las ordenanzas y había «orden en la tassa». Esto es, el
servicio que prestaba el indio como tributo era justo y proporcionado. La dificul-
tad no estaba en el servicio personal como forma de tributo en la encomienda,
aunque la evolución jurídica de la institución, en ciertos lugares, previera ya otra
cosa, sino en que son «pocos [los] que se contenten con que los yndios cumplan
la tassa del travajo personal, conforme a las ordenanzas del governador Gonçalo
de Abreu»502. En otra relación503, probablemente de la misma época, Romero con-
firmaba este parecer presentando una serie de «injusticias» que no probaban la
maldad intrínseca de las Ordenanzas de Abreu sino más bien su total incumpli-
miento. En definitiva, al igual que el gobernador Alonso de Ribera, Romero dio
su parecer sobre la cuestión más urgente que era, por otra parte, la que había mo-
tivado su largo informe: no existía protector ni corregidor que velase por la justi-
cia de los indios. Faltando éstos no había reforma legislativa que valiese. Los in-
dios no tenían voz para hacer oír sus quejas, continúa Romero, sino sólo la de los
algunos eclesiásticos y religiosos pero que no disponían de las varas de la justi-
cia para poder castigar a los pobleros.
A las opiniones de la consulta de Lima, se sumaron los dominicos de Chu-
quisaca y los jesuitas residentes en la Gobernación del Tucumán. Una vez que
Torres tuvo los resultados de la consulta llegó a una conclusión:

Oido estos pareceres, y vista la general conformidad con que todas las religiones
en diversos tiempos avian conspirado en reprobar por injusto y opuesto a todo derecho,
el servicio personal, se concluyo, que así se debia sentir aora, y que por consiguiente

502
Parecer del P. Superior Juan Romero sobre el servicio personal. Santiago del Estero, 16 de
diciembre de 1606. AGI Charcas 26 R.8 N. 41a.
503
Algunas de las razones por las quales se pueden ver las injusticias que hazen los vezinos del
Tucuman a los indios de sus encomiendas propuestas por el P. Juan Romero a los Padres de Lima
[s. l; s.f.]. ARSI Paraq. 11 85r.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 111

corrio obligacion al Padre Provincial del Paraguay de quitarle de nuestras Casas, segun
el orden de nuestro Padre General504.

El tema del servicio personal fue tratado luego en la Primera Congregación


de la Provincia del Paraguay celebrada en el Colegio de Santiago de Chile, del
12 al 19 de marzo de 1608. Los padres congregados resolvieron pedir al P. Ge-
neral que el procurador elegido, Juan Romero, negociase ante la Corte para que
los jesuitas pudieran usufructuar de esclavos negros para que trabajasen en las
haciendas del Colegio de Chile. Fundaron la petición en lo dispuesto por la cé-
dula de 1601 y añadieron que de no haber sido por los ministros reales, que ale-
garon razones de oportunidad, la Compañía ya hubiera liberado a sus indios de
servicios505. A este postulado respondió Aquaviva que la Compañía podía em-
plear esclavos para sus haciendas.
El 8 de junio de 1608 Torres levantó un acta ante escribano en la cual de-
claró la libertad de los indios de servicio del Colegio de Chile506. En el docu-
mento se presentan, una vez más, las gobernaciones de Tucumán, Paraguay y
Chile como una unidad, sin discriminar las diferencias entre las distintas modali-
dades y consecuencias que tenía el servicio personal. Allí se afirmaba que ese
servicio es «muy injusto» y en Chile ha sido la causa que ha motivado la guerra
contra los indios. Dado que el rey mandaba un visitador, continuaba Torres, a las
gobernaciones del Tucumán y Paraguay para quitar el servicio personal, «visto
el descuido de los gobernadores han tenido», disponía como provincial del Para-
guay, una serie de medidas en favor de los indios. A todos los indios se les daría
un pedazo de tierra y tiempo para trabajarla. A los indios de servicio de la casa
se les mejoraría la dieta y a los que tuvieran jerarquía de oficiales se les daría
cuarenta pesos de a ocho reales. En una situación como la chilena en la que era
imposible pagar en metálico, dispuso que el sueldo consistiera en un vestido de
paño, manta, camiseta, calzones y zapatos para el oficial y otro de lana para su
mujer. Los indios ganaderos y labradores recibirían veinticinco pesos de a ocho,
también pagados en vestidos para ellos y sus mujeres. Los mayores de cincuenta
años o los que estuviesen impedidos para el trabajo recibirían una ración y un
vestido anual, lo mismo que las viudas. Las mujeres quedarían, en principio, ex-
ceptuadas de toda obligación y si realizasen algún trabajo se les debería pagar.
Junto con estas disposiciones aparecieron otras que se ocupaban de la catequesis
y formación de los indios que trabajasen en el Colegio. Si a pesar de estas condi-
ciones, los indios prefiriesen marcharse, quedaban en total libertad de hacerlo,
con la obligación, de acuerdo con lo dispuesto en la Cédula de 1601, de alqui-

504
LOZANO, Historia de la Compañía I 52-53.
505
«Petit Congregatio a P.N. Generali licentiam ut apostholico rege nro. impetrentur aliquae li-
centiae aetyopum ad excolendos agros huius chilensis collegii, eo quod indi huius regni a servitio
personali regio diplomate eripi iubentur, licet non sit executioni mandatum, et iam a nostris manu
missi essent, nisi a ministris regis, nobis ut hoc diferatur esset consultum». ARSI Congr. 55
162r.
506
El documento fue publicado en D. AMUNATEGUI SOLAR, Las encomiendas de indígenas en
Chile (Santiago de Chile 1909) 338-345.
112 MARTÍN MA MORALES, S.J.

larse con otros padrones. A los indios cautivos de guerra, no se les daría más que
la comida, el vestido, la catequesis y en general serían tratados como los demás
yanaconas.
Torres publicó, junto con los pareceres de la Consulta de Lima y con los
que recibió durante la Congregación Provincial, otro documento que mandó re-
partir por la ciudad de Santiago de Chile507. En él, puede verse de qué manera los
jesuitas, en la persona de su provincial, se convertieron en los agentes principa-
les para desterrar el servicio personal. Exhortó además que los religiosos procu-
rasen obtener conversión y enmienda de los penitentes que aún no habían regu-
larizado su situación con los indios. Torres consolidó aún más su acción. Con-
vocó la recién fundada Congregación de Nuestra Señora, que reunía lo más gra-
nado la sociedad santiaguina y gran número de encomenderos. Como resultado
de reunión levantó otro memorial que fue llevado al Gobernador de Santiago,
Don Alonso García Ramón, pidiendole la ejecución sin más de la cédula real de
1601. A partir de ese momento se declaró una guerra abierta. La reacción contra
los jesuitas no se hizo esperar.
El asunto fue llevado ante la Audiencia que había sido fundada en 1606508.
La Audiencia se dividió en su seno y antes de llegar aun acuerdo resolvió oír a
las diversas partes. La materia de la consulta no fue la supresión o el manteni-
miento del servicio personal, lo cual estaba fuera de discusión por la legislación
vigente, sino el modo de aplicar en el reino de Chile las últimas medidas reales
en favor de los indios. La misma cédula de 1601 había dejado librado al criterio
de las autoridades locales los modos de ejecución y los tiempos de su realiza-
ción. La mayoría de los consultados se inclinó por la opinión que el momento se
presentaba con grandes dificultades económicas y con una guerra en curso, no
era por lo tanto el más propicio para aplicar las disposiciones reales sin las nece-
sarias consideraciones. Los vecinos estaban convencidos que, dados los pocos
indios reducidos del reino, su escaso número, que la mayoría de los españoles
estaban ocupados en la guerra y la imposibilidad económica de comprar escla-
vos, supuesto que se les concediesen las licencias, la aplicación sin más de la cé-
dula sería la ruina de españoles, criollos e indios. Finalmente la Audiencia resol-
vió el 28 de septiembre de 1609. En primer lugar, acordó que era necesario tener
en cuenta la variedad de indios de Chile; para todos no convenía proveer una
misma cosa. Había que distinguir entre los indios de paz de la provincia de San-
tiago, Cuyo o Chiloé y los prisioneros de guerra. Por otra parte, los oidores nece-
sitaban tiempo para reunir la toda legislación relativa al régimen de trabajo de
los indios. Una vez hechas las debidas distinciones y teniendo a la vista la doc-
trina jurídica, podría llegarse a una solución más definitiva. Junto con esta reso-
lución dilatoria, la Audiencia decretó la abolición del servicio personal para las

507
Parte de este documento ha sido publicado por C. ERRÁZURIZ, Historia de Chile durante los
gobiernos de García Ramón, Merlo de la Fuente y Jaraquemada. Continuación de los seis años
de Historia de Chile (Santiago de Chile 1908) II 73-74. Con el mismo autor se ha reconstruido el
proceder la Audiencia de Chile y del gobernador García Ramón.
508
SCHÄFER II 516.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 113

mujeres y para los varones menores de dieciocho años en todas las provincias
del reino. Las mujeres y los muchachos podrían concertarse libremente con con-
tratos que no superasen el año, con intervención del Protector de naturales, pa-
gándoseles el sueldo acordado. El contrato podría ser renovado o no según el pa-
recer de los indios.
El Gobernador quedó convencido del acierto de estas medidas, así se des-
prende del informe que presentó al Rey: «Es cosa increíble el contento general
que los indios han recibido, que es de suerte que los de paz dicen que esto sólo
basta para que la den los de guerra, respecto de que lo que les hace estar de gue-
rra es quitarles sus mujeres y hijos»509. Junto con esta disposición, García Ramón
detuvo la aplicación de la cédula dada en San Lorenzo el 31 de marzo y en Ven-
tosilla el 26 de mayo de 1608 por las que se había autorizado, a los españoles e
indios amigos, de servirse de los indios cautivos en batalla510. Seguramente, con-
sideró el gobernador, hubiera sido exasperar aún más los ánimos y cargar a los
cautivos con trabajos excesivos, dada la falta creciente de los indios de servicio
y haberse excluído a las mujeres de la obligatoriedad del trabajo. Una vez más,
el conocimiento de la tierra se mostró como el camino más certero para realizar
el buen gobierno.
En Roma la actitud de Torres motivó una nueva intervención del P. General
en el asunto del servicio personal511. Aquaviva, una vez examinadas y vistas las
razones a favor y en contra de la eliminación absoluta del servicio personal, pro-
hibió al Provincial que tomase directamente cartas en el asunto. Torres debía de-
jar actuar a los ministros reales y al Visitador cuando llegase. Más aún, le ordenó
que si las autoridades no habían aún dispuesto la cesación de los servicios «de
ninguna manera somos de parecer que V.R. lo quite de nuestras casas». El Gene-
ral temía que este modo de proceder pudiera soliviantar los ánimos y seguirse al-
guna «revolución» en Chile contra la Compañía, con el riesgo que los indios pa-
sasen a nuevos patrones y fueran tratados peor que antes. La obligación de los
jesuitas era dar a sus indios el salario justo y el debido sustento, para que los de-
más siguieran el ejemplo.

509
ERRÁZURIZ II 84.
510
El texto de las Rcs en KONETZKE I 139-142.
511
«El servicio personal de los indios de que V.R. nos escrive en muchas de sus cartas nos
compadece y da cuidado como es razon por la opresion que vemos padece essa pobre gente y assi
aviendolo consultado muy despacio y ponderado las razones en pro y en contra y encomendan-
dolo a Nro Señor nos emos resuelto en lo que aqui diremos. Primeramente es de dessear que los
Governadores cumplan la cedula Real y desto V.R. oserve que ay y holgaremos que quando esta
llegue este ya alsado por el oydor que V.R. dize avia de yr a ello mas quando no lo este de nin-
guna manera somos de parecer que V.R. le quite de nuestras casas dandole a los indios libertad
para que se vaian adonde quisieren porque ultra de que esto puede causar alguna rebolucion e in-
quietud en el Reyno y indignacion contra la Compañía no les torna bien a los mismos indios pues
salidos de nuestro poder yran al de otros españoles que no le estara tan bien lo que en este caso
juzgamos por conveniente es que a los indios que nos son abjudicados les tratemos tan justifica-
damente assi en salario como en sustento y acudir a todas sus necesidades espirituales y corpora-
les que los indios reconozcan el beneficio del ser nros. y los españoles tomen ejemplo de lo con-
trario y con esto pensamos que se cumplira mas el justo con nras. obligaciones». Aquaviva a Tor-
res. Roma, 24 de abril de 1609. ARSI Paraq. 1 11r-11v.
114 MARTÍN MA MORALES, S.J.

La carta del General llegó tarde. Los acontecimientos en Chile ya se habían


precipitado. En la Carta Anua escrita el 15 de mayo de 1609512, no conociendo la
citada carta de Aquaviva, Torres volvió a pronunciarse contra el servicio perso-
nal con los tonos acostumbrados: era el mal común de las tres gobernaciones, su-
jetaba a los indios al igual que esclavos, era la causa principal de la mortandad
de estos pueblos. Es oportuno señalar un detalle que pone Torres en su Anua. No
todos los jesuitas, reunidos en Congregación Provincial, se mostraron de un
mismo sentir acerca del modo con el cual se debía proceder: «pareciales bien [a
los padres congregados] el horden y resolucion pero dudavan mucho de la sazon
presente para la execusion especialmente que comunicandola con dos oidores
que ya abian llegado dificultaronlo mucho con temores que la prudencia humana
offrecia»513. A pesar de estas dudas suscitadas por la «prudencia humana», es-
cribe Torres, actuó sin titubeos. Torres llegó a la ciudad de Córdoba por abril de
1609.
Un memorial de Torres, escrito en 1608 con motivo de la Congregación
Provincial y dirigido a Aquaviva, muestra la opinión que le merecían los habi-
tantes de las tres gobernaciones en las que se asentaba su Provincia. Era tal la co-
rrupción de sus habitantes, afirmaba, que deseaba que sus súbditos se hicieran
hombres de mucha oración para contrarrestarla. Así escribió el Provincial: «Para
la oracion supuestas las necesidades que estas tres governaciones tienen y suma
corrupcion de los españoles e yndios y tener los vicios tan hondas raizes y estar
Dios N.S tan justamente irritado, juzgamos tener los nuestros estrecha necesidad
y hasta obligacion de hazerse hombres de oracion y gran comunicacion con la
divina magestad»514. En la Carta Anua del año siguiente, de 6 de junio de 1610515,
en la que todavía parece no haber acusado recibo de las indicaciones de Aqua-
viva, explica las medidas que ha tomado en su lucha contra el servicio personal.
Del mismo modo que en Chile, ha suprimido el servicio personal de los indios
en el Colegio de Córdoba516. De todo lo hecho levantó un acta ante un notario. A
partir de ese momento, como el mismo Torres confiesa, «començo el demonio a
lebantar una polbareda»517. Las consecuencias para la Compañía fueron aún más
graves que en Chile. Junto con este acto de «liberar» a los indios de servicio del
Colegio de Córdoba, Torres redactó una Instrucción para la conciencia de los
Encomenderos (1609)518.
La Instrucción estaba principalmente dirigida a los encomenderos de Tucu-
mán. Era un modo concreto para que el encomendero pudiera acercarse a los sa-

512
LEONHARDT XIX 9.
513
Ibidem 11.
514
Memorial del Provincial del Paraguay y de sus consultores para N.P. General. 1608. AGN
IX-7-1-2. Este documento ha sido cotejado con el existente en ARSI Congr. 55 172r-174v.
515
LEONHARDT XIX 70 y ss.
516
LOZANO, Historia de la Compañía II 94.
517
Idem.
518
Una copia de esta Instrucción se encuentra en ARAH 9-9-2/1666 y fue editado por J. TORRE
REVELLO, Esteco y Concepción del Bermejo, dos ciudades desaparecidas (Buenos Aires 1943)
XXXII-III y en LOZANO, Historia de la Provincia II 95-96. Por la fecha en la que la coloca el hi-
storiador jesuita puede suponer que esta instrucción sea de 1609.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 115

cramentos, «descargar su conciencia» y poder participar así de los beneficios es-


pirituales del Año Jubilar519. El encomendero debería dar la correspondiente sa-
tisfacción de los daños causados a los indios, como consecuencia de haberlos so-
metido a servicio personal. Debía satisfacer, en primer lugar, respecto del pa-
sado, pidiendo perdón por haberlos sometido, rezaba la Instrucción, «contra
todo derecho», y darles alguna cosa moderada según la posibilidad de cada uno.
Debía el encomendero además retener el indio en «depósito» hasta que llegase el
visitador para evitar que el gobernador lo diese a otro que lo podría tratar peor.
El modelo para concertarse con los indios era el modo como la Compañía de Je-
sús lo había hecho con los suyos propios. No podía tomar indias para su servicio
y debía comprometerse a que sus encomendados recibieran la necesaria forma-
ción religiosa. Por último debía comprometerse a luchar por la abolición del ser-
vicio personal o por lo menos no estorbar en lo prosecución de este fin. Para
ayudar a realizar todo esto, Torres recordaba a los encomenderos que, con estos
medios no sólo aliviarían sus conciencias mas podrían obtener del Rey que las
encomiendas se concedieran a perpetuidad, que se les otorgasen licencias para
tener esclavos negros o que se abriese al comercio el puerto de Buenos Aires.
Pasó luego, Diego de Torres, a la ciudad de Santiago del Estero. Antes que él,
llegaron sus opiniones y lo que había realizado en Chile y en Córdoba en rela-
ción con el servicio personal. Los vecinos no dieron más limosnas a la Compa-
ñía y se rehusaron de participar en cualquier ceremonia organizada por ella en
sus templos. La reacción fue tan violenta que Torres consultó con los padres de
la ciudad si era oportuno abandonar la residencia. Luego de considerar las razo-
nes a favor y en contra, Torres decidió, de común acuerdo con sus consultores,
abandonar la primera residencia de la Compañía, que por más de veintitrés años
los había cobijado. Desde otros frentes se siguió preparando la obra de Al-
faro.
A 10 de julio de 1610, mientras Alfaro se encontraba ya en Buenos Aires, el
jesuita Diego González Holguín, comisario de la Santa Inquisición para la Go-
bernación del Río de la Plata520, secretario y socio del Provincial, dio a conocer
una Instrucción521 en la que condenaba las malocas. En ella dedicó algunos pasa-
jes al servicio personal. Para González, los indios no deben dar ningún tributo en
servicio personal sino que se debía proceder «al modo del Piru», cumpliendo
con la mita y pagando a sus encomenderos unos cinco o seis pesos. Según el je-

519
Pablo V había decretado un jubileo extraordinario para el Virreinato del Perú por la bula Pa-
storis Aeterni de 13 de octubre de 1610. HERNAEZ II 363.
520
Su nombramiento en LOZANO II 600 y ss. González-Holguín, Diego * 1553, Cáceres; SJ
22.2.1571 Prov. Castellanae; † 1617, Mendoza. STORNI 122. Escribió un vocabulario de lengua
quechua. Fue rector del Colegio de la Asunción, luego superior de la Residencia de Mendoza.
TORRES SALDAMANDO afirma de él que cuando cumplió nueve años «lo mandaron sus padres a la
Corte, para que protegido por su pariente D. Juan de Ovando, Presidente del Consejo de Indias,
pudiera dedicarse a estudios serios y obtener alguna dignidad». TORRES SALDAMANDO, Los anti-
guos 68.
521
Parecer del P Diego Gonzalez sobre los diferentes generos de malocas, sus injusticias y la
manera de restituir a los indios injustamente esclavizados. Asunción, 1o de Julio de 1610. MCDA
I 138-43.
116 MARTÍN MA MORALES, S.J.

suita eran los misioneros los que deben garantizar al indio que no sea sometido
al servicio personal ya que este es el motivo por el cual huyen del contacto con
el español. Para González lo mejor sería no encomendarlos a persona alguna
sino ponerlos en cabeza real y que la Hacienda percibiera directamente los tribu-
tos. El «modo del Pirú» fue el esfuerzo por eliminar todas las diferencias, las cir-
cunstancias, los aspectos culturales, sin tener en cuenta la relaciones hispano-in-
dígenas las cuales pedían otros modos.
El obispo del Tucumán Fray Fernando de Trejo y Sanabria522 expuso al rey,
el 14 de agosto de 1609, su oposición al servicio personal. Lo calificaba de «yn-
fernal servidumbre» que hacía a los indios esclavos. Recordaba asimismo al mo-
narca que facilitaría la conversión de los indios que los neófitos no pagasen tasa
ni se encomendasen por el término de diez años, según se había acostumbrado
hacer en otras partes. El obispo recordó al Rey «la mucha pobreza de estas dos
gobernaciones». Por la cual, si se ejecutaba la supresión del servicio personal,
serán necesarias tres cosas: conceder navíos de permiso que trafiquen en el
puerto de Buenos Aires, que la encomiendas se concedan en perpetuidad, o por
otras dos o tres vidas y que se introduzcan por el mismo puerto esclavos negros.
Diego de Torres se asoció a estas propuestas de Trejo escribiendo por su parte al
Rey una nueva carta sobre el servicio personal523. En ella no hace ninguna distin-
ción entre el servicio personal que se usa en las tres gobernaciones, Chile, Tucu-
mán y Paraguay. Pero unos párrafos más adelante reconoce que es en la gober-
nación del Tucumán donde el servicio personal ha hecho más daño. Dicho servi-
cio ponía a los indios en una condición «mucho mas miserable que si fueran es-
clavos» e imposibilitaba que los indios pudieran vivir como cristianos y como
súbditos del Rey ya que por su culpa los indios rechazaban la fe y la corona. Por
otra parte, continua Torres, la Real Hacienda perdía un importante beneficio no
integrando a los indios en el sistema tributario ya que se calculaba en más de
200.000 los que podrían convertirse en indios de tasa. Torres pidió, al igual que
Trejo, que por el término de diez años los recién convertidos fueran aliviados de
encomienda y tasa.
El modo de proceder de Diego de Torres en el asunto del servicio personal,
corroboró ciertas impresiones que el General se había hecho sobre la persona de
su provincial en el Paraguay. En la correspondencia de Aquaviva quedaron re-
gistradas estas consideraciones. El P. General se había visto en la necesidad de

522
Carta del obispo fray Fernando de Trejo y Sanabria al Rey. Santiago del Estero, 14 de Ago-
sto de 1609 AGI Charcas 137. Trejo nació en 1554 en Viaza o en San Vicente en la costa del Bra-
sil. Fue su padre el capitán Hernando de Trejo y su madre María de Sanabria. Doña María casó en
segundas nupcias con el capitán Martín Suárez de Toledo. De este matrimonio nació Hernanda-
rias. Profesó como franciscano en Lima en 1569. Presentado al obispado por Felipe II por RC de
9 de noviembre de 1592, recibió la provisión canónica de Clemente VIII, en el C.S. de 28 de
marzo de 1594 y las ejecutoriales por RC de 10 de Agosto de 1594. Entró en su diócesis en marzo
de 1597. Falleció el 24 o 25 de diciembre de 1614. Para su vida puede consultarse J. LIQUENO,
Fray Fernando de Trejo y Sanabria, fundador de la Universidad (Córdoba 1916).
523
Diego de Torres al Rey. Córdoba, 14 de setiembre de 1610. AGI Charcas 146.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 117

tranquilizar a Rodrigo de Cabredo (1606)524, entonces Provincial del Perú, ante


algunas perplejidades de éste por el nombramiento de Torres como provincial
del Paraguay. En esta oportunidad Aquaviva había avisado al P. Torres para que
moderase su celo y fervor. Tres años despúes, Aquaviva escribió al rector del
Colegio de Chile, Francisco Vázquez Trujillo525, a quien le había tocado soportar
las consecuencias de la batalla por el servicio personal comenzada por Torres:
«Pues y esta quitado el servicio personal de los yndios que servian en nuestras
casas es de confiar que sucedera bien y al P. Provincial tenemos avisado se vaia
muy despacio en meterse en otros negocios del govierno para que no aya la
ofension que VR en la suya nos dize se puede temer no obstante que todos en-
tienden quan bueno es su zelo»526. El P. General, ante las noticias recibidas sobre
la actuación de Torres, se vió obligado a escribirle nuevamente para manifestarle
su desacuerdo por el modo de haber llevado adelante el asunto del servicio per-
sonal. Así le decía:

Cuanto al servicio personal pues V.R. escrive ya se a quitado poco tenemos que de-
zir sino desear que siendo bien que aunque se juzga por necesario algunos temen el su-
cesso assi desto como de otras cosas tocantes al govierno universal en que V.R. con su
buen zelo mete la mano porque estan sujetos a muchos inconvenientes deseamos que la
retire y se lo emos encargado como de nuevo lo tornamos a dezir y aunque los papeles
que V.R. embia a cerca de todas estas cosas son buenos y muestran el buen zelo de donde
salen tenemos dudas si estan las cosas de suerte en la Corte y Consejo que sea bien tra-
tarse por nuestro medio y no por el de los cabeças que lo tienen a cargo527.

Por los acontecimientos que se siguieron en la Gobernación del Río de la


Plata, con motivo de la posición de la Compañía en Paraguay respecto al servi-
cio personal, puede legítimamente ponerse en duda que Torres haya sido capaz
de seguir las indicaciones de su General a este respecto. Una vez más Lozano se
presenta como fuente de excepción para poder seguir los acontecimientos. Es un
gran observador de detalles concretos que pueden salvarse a través del tejido
apologético de su relato y da, además, noticia de una serie de documentos hoy
desaparecidos. En el transcurso de su Historia de la Compañía en la Provincia
del Paraguay registra, a partir de la actuación de Alfaro y de sus Ordenanzas, un
cambio radical en la actitud de los «vecinos» respecto de los jesuitas. Ortega y
Fields fueron venerados en Asunción y llamados por todas las ciudades del
Guairá (1590) como predicadores y misioneros. Ortega y Fields «sin saber por

524
Estas las palabras del General: «Al P. Torres se le daran algunos recuerdos para que modere
su zelo, que no se puede negar sino que lo que hace es por dejarse llevar algo de su fervor. El cual
confiamos que ira templando y así se servira de su buen empleo Dios N.S.». Aquaviva a Rodrigo
de Cabredo. Roma 17 de octubre de 1606. ARSI Perú 1 217r.
525
Vázquez Trujillo, Francisco * 8.10.1571, Trujillo; SJ 22.5.1588, Prov. Peruana; † 24.8.1652,
Córdoba. Fue Procurador en Europa en los años 1620-1622 y luego provincial del Paraguay 1629-
1633. STORNI 298.
526
Aquaviva a Francisco Vázquez Trujillo. Roma, 10 de noviembre de 1609. ARSI Paraq. 1
12r.
527
Claudio Aquaviva a Diego de Torres. Roma, 10 de noviembre de 1610. Ibidem 13v-14r.
118 MARTÍN MA MORALES, S.J.

donde dar principio a la labor de aquel campo inculto», narra Lozano528, «les pa-
reció [...] empezar por los españoles, para que su ejemplo facilitase, o la reforma
de los indios Cristianos, o la conversión de los Gentiles». Los dos jesuitas, son
presentados por el historiador jesuita, como dos hombres capaces de poner paz
entre los vecinos529. El éxito de sus trabajos en Asunción, Ciudad Real y Villa
Rica, entre españoles e indios de servicio y los de tribus distantes fue rotundo.
Trabajaron con los españoles de las chacras de Asunción, donde «vive mucha
gente española por extremo pobre, pues muchos no alcanzan vestido decente»530.
La actitud de estos dos incansables misioneros ante la peste reforzó aún más su
figura ante españoles y criollos, favoreciendo su entrada entre los indios531.
Pero los ánimos luego se cambiaron. En Asunción, veinte años más tarde,
se desató la «furiosa borrasca»532, los jesuitas tuvieron que abandonar la ciudad.
Los vecinos de Ciudad Real pasaron de recibir a los jesuitas «bajo palio», a fines
del s. XVI, a «torcer el rostro», a la «malevolencia», «a hacer la guerra descu-
bierta», a impedir que entrasen los nuevos misioneros jesuitas Cataldini y Mas-
cetta en 1610 entrar a misionar por el Paranapané533. El estilo apostólico, repre-
sentado por Ortega y Fields, se vio interrumpido por la lucha contra el servicio
personal y por tanto la respuesta de indios y vecinos fue otra. El sistema enco-
mendero, en especial de la manera como se presentaba en Paraguay, fue ante los
ojos de Diego de Torres un obstáculo insuperable. Pero por otra parte, era ese
sistema el que regía la vida de aquella región castigada por la pobreza y la peste.
El choque frontal contra el sistema implicó, para los jesuitas, junto con otras
consecuencias, recibir menos limosnas de los pequeños propietarios534 y los llevó
a esperar cada vez más en la ayuda oficial y en los grandes benefactores. El agra-
varse de esta situación obligó a crear un sistema económico autárquico el cual
entró en conflicto con los intereses del resto del tejido social. De esto da noticia
Torres, reputándolo un bien: «por una parte los interesados nos quitaban las cor-
tas limosnas que nos solian dar y procuraban que nadie nos las hiciese ni aun nos
vendiesen lo necesario para nuestro sustento». En cambio, el haber participado
de esa manera en la lucha por el servicio personal hacía bien esperar de la ayuda
oficial. Así lo había demostrado el mismo Visitador: «el solo [Alfaro] deja mas
favorecida y ayudada en lo temporal [a la Compañía] que lo que pudieran hacer
todos los que han perseguido»535. Las limosnas y estipendios oficiales que co-
menzaron a pretender los jesuitas llegaron a parecer excesivos al mismo Hernan-
darias, de quien no se puede poner en duda su benevolencia hacia la Compañía

528
LOZANO, Historia de la Compañía I 53 ss.
529
Ibidem 56.
530
Ibidem.
531
Ibidem 66. Según Lozano la peste fue un descrédito para los hechizeros de manera que los
indios se convirtieron con mayor facilidad.
532
Es significativo que entre los solos tres jesuitas que quedaron en el Colegio de Asunción se
encontraba el P. Tomás Fields, acompañado por los hermanos Miguel de Acosta y Juan de Ara-
gón. Ibidem II 325.
533
Ibidem 146 ss.
534
Ibidem 321.
535
Anua de la Provincia del Paraguay del año 1611. LEONHARDT XIX 487.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 119

de Jesús. Pero por otra parte el Gobernador tenía presente el modo con el que los
franciscanos había actuado en las reducciones536. A pesar de lo decidido en junta
del 2 de abril de 1610 entre el gobernador Marín Negrón, los Oficiales de Ha-
cienda y Diego de Torres, de fijar el estipendio del párroco jesuita en 470 pesos,
Andrés Giordani537, a la sazón procurador de la Provincia, gestionó, tres años
más tarde (1613), ante el gobernador Marín Negrón, que a cada reducción se le
diesen como estipendio seiscientos pesos538, esto es, 200 pesos más de los que las
Ordenanzas de Alfaro fijaron.
En 1614, fue el mismo Diego de Torres quien pidió se aumentase el esti-
pendio previsto por la cédula de 1611, el cual, según el Provincial, no cubría ni
«la mitad de lo que precisamente es neçesario»539. Lozano ofrece algunos detalles
para considerar hasta qué punto la provincia jesuitica del Paraguay se compro-
metió con la actuación de Alfaro. En el Colegio de Córdoba se ofrecieron por el
éxito del trabajo del Oidor, 538 misas, los hermanos se comprometieron a oír
1.000 y hacer 539 comuniones, 2.121 disciplinas, 1.185 cilicios, 2.382 rosarios,
1.100 ayunos y 4.834 horas de oración, «fuera de otras muchas mortificaciones,
y aún años de Purgatorio»540. Según Diego González Holguín, fue en los jesuitas
donde encontró el Visitador «leales» colaboradores para su obra541. El mismo
Provincial solicitó a sus súbditos utilizar a menudo el púlpito para preparar la vi-
sita de Alfaro y luego para que los vecinos aceptasen sus Ordenanzas. Para To-
rres preparar la visita de Alfaro fue una verdadera misión: «Se dispuso la mate-
ria para que cuando viniese el ministro de Su Magestad, no la hallase tan indi-
gesta, sino quebradas muchas lanzas, como el mismo dijo en la Audiencia de
Chuquisaca, antes de venir aca»542.

536
«que por aversele dado con poca justificación [el estipendio] no los passe en quenta porque
los dichos padres no deben llevar la cantidad que a VM an informado por quanto por sinodos y or-
denanzas esta señalado que cada indio se lleve un peso de doctrina y en las tres [reducciones] que
a su cargo tienen llevan mucha plata mas de la que derechamente les pertenece y la relación que a
VM an hecho en esta razon es gobernadose por una doctrina que hay en esta gobernacion que vale
quinientos pesos cada un año y con la cantidad que VM les da pueden acomodarse y sustentar
otras tres reducciones mas pues los religiosos de San Francisco tienen a su cargo todas las más de
estas provincias sin este estipendio». Hernandarias al Rey 15 agosto 1615. RBN I/1 (1937)
787-788.
537
Giordani, Andrés * 1567, Cerignola; SJ 19.3.1605, Prov. Neapolitana; † 14.3.1633, Buenos
Aires. STORNI 118.
538
AGI Charcas 147.
539
«no an querido los officiales rreales de buenos ayres dar mas de sino de quatroçientos y se-
tenta pesos de a ocho rreales cada año, con lo qual me es imposible sustentar y vestir a los dichos
P.es por ser la dicha tierra tan cara y dificultoso el porte de lo que se les lleva por estar tan lejos y
apartados [...] y ansi mesmo los dichos officiales rreales, para ornamiento, campana, calis y yma-
gen no quieren dar mas de otros quatrosientos y sesenta pesos, y por valer estas cosas tan caras en
la dicha tierra no alcança esta limosna a la mitad de lo que precisamente es neçessario y se sirben
las yglesias con mucha indescencia». Certificación del P. Diego de Torres. Córdoba, 5 de marzo
de 1614. MCDA I 154-156.
540
LOZANO, Historia de la Compañía II 288.
541
Diego González de Holguín a Nicolás Almazán, Asistente de España. Asunción, 13 marzo
1612. ARSI Paraq. 11 83r-84v.
542
Anua de la Provincia del Paraguay del año 1611. LEONHARDT XIX 487.
120 MARTÍN MA MORALES, S.J.

Alfaro salió de la ciudad de La Plata el 19 de diciembre de 1610. En marzo


llegó a Santiago del Estero; en mayo ya se encontraba en la ciudad de Córdoba y
en junio en Buenos Aires. Desde Buenos Aires siguió viaje para la Asunción.
Torres acompañó a Alfaro desde Santa Fe, junto con el gobernador Diego Marin
Negrón, los PP. Diego de Moranta, Javier Urtasun543, Pedro Romero544 y Antonio
Ruiz de Montoya545. Para Lozano, que se sirvió del archivo de la Provincia para
escribir su historia, el corazón de las Ordenanzas de Alfaro, quedó constituido
por una serie de «apuntamientos» que escribieron Torres y Lorenzana donde se
expusieron «el remedio de los males y entable de la reforma deseada». Continúa
Lozano: «Y como se reconoce aora por el borrador (que se guarda original) de
dichos apuntamientos, segun se avisaban, iba disponiendo el Visitador las Orde-
nanzas, que salieron tan acertadas, como se comprobará por el sucesso»546. El
modo de desagraviar los indios de Alfaro fue seguir a pie juntillas la Instrucción
para la conciencia de los encomenderos de Diego de Torres. Los jesuitas queda-
ron totalmente identificados con la obra de Alfaro547. El 11 de octubre de 1611 el
Visitador publicó sus Ordenanzas para la Gobernación del Río de la Plata548.
El objetivo de las Ordenanzas y el de la visita era lograr que la encomienda
del Río de la Plata incorporase el sistema de la tasa, en metálico o frutos de la
tierra, como modo normal de tributación. Tres capítulos introductorios quedaron
fuera de los siete Títulos. En el primero de ellos se declaró que desde ese mo-
mento no se podrían conceder encomiendas de indios de servicio personal y que
si algún gobernador lo hiciere perdería su oficio, su salario y el respectivo enco-
mendero la encomienda concedida. En el capítulo segundo se prohibió esclavi-
zar a los indios cautivos en batalla como había sucedido con los Guaycurús. El
tercero prohibió que fueran comprados los indios que los Guaycurús hubieran
podido tomar prisioneros en sus correrías. Las Ordenanzas fueron dedicadas, si-
guiendo sus títulos, a organizar las reducciones y doctrinas, a estipular la mita, a
fijar la tasa y a reformar el sistema de encomiendas.
En el Título del servicio personal y jornal de los indios, en el capítulo 57,
Alfaro reconoció que el asunto de la tasa era «una materia indigesta» en la go-
bernación y que la reforma se podría entablar con mucha dificultad. En la intro-
ducción a los capítulos había dedicado su atención al tema de la pobreza de la
tierra. A pesar de ello reguló el sistema de jornales y la tasa de los indios «como
se usa y acostumbra en los Reinos y provincias del Pirú». El jornal del indio mi-

543
Urtasun, Martín Javier * 1590, Pamplona; 1604, Prov. Castellana; † 2.2.1614, Loreto (Bra-
sil). STORNI 291.
544
Romero, Pedro * 1585, Sevilla; SJ 7.3.1607, Prov. Paraquariae; 22.3.1645, Itatín. STORNI
249.
545
Ruiz de Montoya, Antonio * 13.6.1585, Lima; SJ 11.11.1606, Prov. Peruana; † 11.4.1652,
Lima. STORNI 253.
546
LOZANO, La Historia de la Compañía II 301.
547
Para un análisis del texto de las Ordenanzas y las reacciones que provocaron puede verse
ZAVALA, Orígenes 260 y ss.
548
Un ejemplar de las mismas se conserva en AGI Charcas 19. Han sido editadas, entre otros,
por Q. ALDEA VAQUERO, El indio peruano y la defensa de sus derechos (Lima 1993) 497-
521.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 121

tayo que viviese en las estancias se fijó en cuatro pesos y medio en moneda de la
tierra549, equivaliendo el peso a seis reales de la moneda de Castilla. El resto de-
bía percibir un jornal diario de real y medio por día. Los indios bogadores que
trajinaban desde Asunción a Corrientes recibirían cuatro pesos, desde Corrientes
a Santa Fe seis y otro tanto desde Asunción al Guairá. Fuera de los turnos de
mita, que implicaban una duodécima parte de los encomendados, los indios que-
daban libres para contratarse con quien quisieren. Los indios de mita y tasa esta-
ban comprendidos entre los 18 y 50 años. Los indios de mita podían ser ocupa-
dos sólo en los trabajos de chacra, estancias, edificios, acarreo de leña y agua.
No podían trabajar en los yerbales, ni obligados ni por propia voluntad. Se rei-
teró la prohibición absoluta de que los indios llevasen ningún tipo de carga.
Las Ordenanzas fueron el fruto de una visita que duró en conjunto, 15 me-
ses en los cuales el infatigable oidor tuvo que recorrer unos 8.000 km. Poco
tiempo para mucha distancia y para una gran variedad de situaciones. Sus con-
temporáneos acusaron al Oidor «puntual» de ligereza por el modo como realizó
la visita. El mismo Alfaro sintió la necesidad de disculparse:
en estos quinçe meses camine mas de mil quinientas leguas por tierra y rio arriba que
pareçe que para solo esto hube menster el tiempo, pero considerado que vuestra magestad
mandaba que se hiçiese la visita con brevedad postpuse mi trabaxo [...] esto a sido causa
que a algunos aya pareçido mucha breuedad y que los interesados pongan esto por falta
pero yo se que entre tanto tiempo no entendiera mas ni despusiera mexor lo que entendi y
dispuse550.
Una consecuencia de esta «mucha brevedad» fue que el Oidor no puso pie
en el Guairá y por lo tanto no vio con sus propios ojos la peculiar situación socio
económica de la región. Las Ordenanzas fueron, desde el punto de vista teórico,
un instrumento impecable a la vez que impracticables, éste fue su mayor error
jurídico. Antes de la publicación de sus ordenanzas Alfaro recibió, por parte de
vecinos e indios diversas críticas. Algunas de ellas quedaron reflejadas en el
texto. En el capítulo 50, luego de haber determinado la reducción de los indios a
pueblos, vistas las características de las relaciones establecidas entre vecinos y
guaranís, Alfaro declaró que habiendo indios que le habían pedido permanecer
en las chacras y estancias donde trabajaban los que así lo quisieran podían ha-
cerlo. En el capítulo 570 tuvo que reconocer que la mayoría de los indios, en es-
pecial los de la ciudad de la Asunción, no querían pagar la tasa por cuatro razo-
nes. Las dos primeras se basaban por no comprender el sentido tasa y en la po-
breza. Las dos últimas dificultades que pusieron los indios muestran, una vez
más, la total originalidad de las relaciones laborales: «otros porque dicen que
ellos sirven cuando quieren y les dan alguna gratificación los españoles, otros
que vienen a ayudar a los españoles no a título de tasa y servicio, sino como a
parientes». En el capítulo 610, dando por sentado el rechazo de los indios a pagar
la tasa, Alfaro tuvo que admitir que los indios que no quisieran pagar su tasa

549
Véase la definición de moneda de la tierra en nota 194.
550
AGI 74-3-38. Ha sido también editado por GANDÍA, Alfaro 481 y ss.
122 MARTÍN MA MORALES, S.J.

«sirvan como ellos han dicho a sus encomenderos como hasta aquí», pudiendo
percibir el encomendero, en calidad de tasa, el equivalente a treinta días de tra-
bajo. La «puntualidad» de Alfaro tuvo que plegarse a la evidencia de los
hechos.
En 1613 el Teniente General de la Asunción Francisco González de Santa
Cruz, hermano del jesuita y mártir Roque González de Santa Cruz, salió en visita
por los pueblos del distrito de la Asunción para anunciar y ejecutar las Ordenan-
zas de Alfaro. En los autos que se conservan551 de visita y notificación de las Or-
denanzas a los pueblos de San Francisco de Ytá, San Buenaventura de Yagua-
rón, San Lorenzo de Los Altos, Concepción de Tovatí y a la parroquia de San
Blas de la Asunción, se lee un rechazo absoluto a las disposiciones de Alfaro.
Del expediente se recoge un dato marginal, respecto al tema del servicio perso-
nal, más no por eso menos importante. Todos los pueblos, la mayoría de ellos
llevados por los franciscanos, tenían perfectamente organizados sus cabildos in-
dígenas y esta ocasión fue una prueba de ello. La cuestión de las Ordenanzas fue
ventilada en los respectivos cabildos abiertos de los pueblos citados. El rechazo
común a las Ordenanzas se fundó en argumentos concordes. No se trataba de de-
fender el servicio personal, sino la originalidad de las relaciones hispano-guara-
nís que eran vulneradas por las nuevas disposiciones. Recuérdese, por otra parte,
que los franciscanos antes que los jesuitas habían luchado con empeño contra los
abusos del servicio personal. Así había testimoniado sobre ellos Diego de To-
rres: «ellos [los franciscanos] mas que otras personas algunas an trabajado con
grande celo y fervor en reducir los indios a pueblos y en defenderlos de los agra-
vios que reciben de los Españoles particularmente en el servicio personal y en la
conversion de dichos indios»552.
Los indios manifestaron que querían continuar trabajando como lo habían
hecho «sus antepasados acudiendo a sus encomenderos por la voluntad, amor y
parentesco que les tienen». Por otra parte no tenían queja alguna que dar por el
trato que le daban sus patrones. Los agravios que muchos denunciaban, véanse
por ejemplo la venta de mujeres, citada por González Holguín553, hacía mucho
tiempo que habían cesado, ahora los indios deseaban seguir viviendo en las cha-
cras y estancias. Además para el guaraní, para quien la regularidad del trabajo

551
Testimonio de los autos y notificaçiones echas a los indios de algunos pueblos de la Provin-
çia del Paraguay en razon que reçivieran y guardaran las ordenanças del Liçençiado Françisco de
Alfaro con sus contradiçiones y respuestas. AGI Charcas 33. El expediente se encontraba hasta
comienzos de 1970 en Chile 28, esto podría justificar que son raras las investigaciones, que se han
ocupado sobre el tema de las Ordenanzas de Alfaro, que los citan. Se encuentra una referencia de
esta documentación en ZAVALA, Orígenes 307 nota 332, donde se da noticia de una copia de estos
papeles en la Colección Manuel Gondra existente en la Universidad De Texas. Austin. Da la im-
presión que, al menos en el momento de la redacción del volúmen citado, el historiador mejicano
no había aún visto estos testimonios ya que no los cita en su texto. MORA MÉRIDA utilizó esta do-
cumentación en su Historia Social 176-179.
552
Información de Fray Francisco de Santa Cruz a S.M. Testimonio del P. Diego de Torres.
1610. MILLE, Crónica 372.
553
Fragmentos de una carta de Diego González Holguín al P. Nicolás Almazán, Asistente de
España. Asunción, 13 de marzo de 1612. ARSI Paraq. 11 83r-84v.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 123

agrícola no estaba radicada en su cultura, el sistema con el que servían les asegu-
raba una participación en los beneficios de las cosechas. Temían los indios que
entrando en sistema de alquiler, ésta y otras participaciones se perdiesen para
siempre. Sabían ellos que en el Perú había sucedido de esta manera. La tasa
fijada los perjudicaba porque estaban convencidos que dada la pobreza de la tie-
rra y «por la poca codiçia que tienen que no la podran sufrir». Por otra parte, los
encomenderos no podrán pagar los jornales estipulados por las Ordenanzas a
causa de la «neçessidad y pocos tratos y grangerias que tienen». El encomendero
viéndose costreñido a pagar estos jornales, a su vez obligará al indio a que tra-
baje más y éste urgido por una mayor cantidad de trabajo y por la imposición de
la tasa preferirá abandonar los pueblos. Otro punto concreto de las Ordenanzas
perjudicaba directamente a los indios de los pueblos de Los Altos, Itá y Yagua-
rón y San Blas. Por las 30 leguas que había fijado Alfaro como límite dentro del
cual se debía cubrir la mita, todo el trabajo de la ciudad de la Asunción y de sus
alrededores recairía sobre los indios de estos tres pueblos554. En resumidas cuen-
tas, las Ordenanzas de Alfaro, según el parecer de los indios, iban contra su con-
servación y libertad. Pidieron por tanto que no se aplicasen, reservándose la de-
bida apelación a las instancias superiores y se ampararon en el capítulo 610 que
les permitía seguir sirviendo a sus encomenderos como antes.
Una vez más la voz de los indios, siempre a causa de su pobreza, no pudo
ser oída en apelación ante el Consejo. A duras penas la ciudad de la Asunción
pudo sustanciar el suyo. Bernardino de Espínola, procurador de la ciudad, reci-
bió para aviamiento y gasto del pleito que debía substanciarse en Lima, mil ye-
guas. Más de 20.000 pesos corrientes fueron dedicados por la ciudad a la apela-
ción ante el Consejo, la cual fue substanciada por los procuradores de número de
la Corte Pedro de Toro, Marcos Gutiérrez de Quevedo y Gerónimo Fernández.
Las reacción en la ciudad de la Asunción contra las Ordenanzas y los jesuitas
tampoco se hicieron esperar. Una vez que partió el Visitador con Diego de To-
rres para continuar su obra reformadora en Santiago del Estero, los jesuitas de la
Asunción tuvieron que huir de la ciudad y por tres meses refugiarse en una casa
de campo por las reacciones que se habían levantado contra la Compañía555. Por
el testimonio citado de Lozano la ayuda brindada por los jesuitas para la redac-
ción de las Ordenanzas fue esencial. Según González Holguín los asunceños sa-
bían que los jesuitas habían ayudado en la redacción de las Ordenanzas556, «por
esto nos tienen aborrecidos». Se equivocó, sin embargo, el jesuita en evaluar la
intensidad de la reacción: «este enojillo les [a los vecinos] durara un año o
dos»557. Las consecuencias duraron años e imprimieron un carácter a las relacio-
nes entre jesuitas y vecinos que fue definitivo. La obra de Alfaro concluyó con la

554
NECKER, Indios Guaraníes 143.
555
El mismo Torres relata estos sucesos en su anua de 1612. LEONHARDT XIX 147 y ss.
556
Fragmentos de una carta de Diego González Holguín al P. Nicolás Almazán, Asistente de
España. Asunción, 13 de marzo de 1612. ARSI Paraq. 11 83r-84v.
557
Idem.
124 MARTÍN MA MORALES, S.J.

publicación de otra serie de Ordenanzas para la Gobernación del Tucumán558.


Allí también un coro de reacciones acompañaron la rigidez a la vez que ligereza
del Oidor.
Un año después de la publicación de las Ordenanzas para el Tucumán, su
obispo Fernando de Trejo y Sanabria que había sido uno de los que más había
deseado la eliminación del servicio personal, tuvo que reconocer las consecuen-
cias perjudiciales que tuvieron para la gobernación las disposiciones de Alfaro
para la gobernación559. Dio la culpa de todo a la brevedad de la visita. De todas
maneras, el estado de los indios de la gobernación no permitía un régimen como
el dispuesto por Alfaro que los dejaba en libertad absoluta, pues se corría el
grave riesgo de destruir la república de indios y que la de los españoles quedara
sin sustento. El mismo gobernador, Quiñones de Osorio, en un principio también
favorable y bien dispuesto a la reforma, se lamentó en diversas ocasiones al Rey
por las consecuencias de las Ordenanzas560. Quiñones de Osorio distinguió entre
la justa eliminación del servicio personal y el «daño irreparable y destruyçion»
que significaban las disposiciones dejadas por Alfaro. Por cédula de Felipe III
dada en Madrid a 10 de octubre de 1618 se modificaron 14 capítulos de las Or-
denanzas561. Se quitó el límite de las treinta leguas fijado para cumplir la mita. Se
permitió el trabajo de la yerba en algunos períodos del año. Los 30 días de servi-
cio personal que podrían dar los indios en lugar de tasa se aumentó a 60. Se dis-
puso que en los pueblos de indios se nombrasen mayordomos o administradores,
contra lo dispuesto por Alfaro que había pretendido suprimir la figura del po-
blero, aunque si estos administradores no podían ser nombrados por el encomen-
dero. Las nuevas reformas agravaron aún más la condición de los indios. Se le
ordenó a la Audiencia que moderase los jornales previsto y que la tasa que de-
bían pagar fuera 6 pesos en vez de 5.
El general Aquaviva, a la luz de los tumultos y persecuciones ocasionados
por la posición de la Compañía respecto del servicio personal, insistió para que
los jesuitas no se comportaran como «fiscales» en el manejo de estos asuntos,
poniendo en juego el «buen crédito de la Compañía». Por el contrario debían
proceder «con más tiento»562. En cambio fue elogiada por el General la pruden-
cia, una vez más encarnada en la persona del P. Romero. Junto con la confianza
en que el sentimiento negativo creado alrededor de la Compañía se iría modifi-
cando, Aquaviva se congratuló con el modo con el cual Romero había obrado:
«Bien quisieramos que algunos de los nuestros fueran con mas tiento en eso por
ser negocio tan grave y que toca a tantos, pero tambien entiendo que ay abran
ido las cosas con menos ruido mediante el buen modo y religiosa prudencia de

558
Han sido editadas por LEVILLIER, Correspondencia de la Ciudad II 295 y ss. También por
ALDEA, El indio 525-563.
559
Trejo y Sanabria al Rey. 11 de enero de 1612. LIQUENO I 128 y ss.
560
Don Luis Quiñones Osorio Gobernador del Tucumán a S.M. [s.l. 1613]. AGI Charcas 146.
Otros cartas de Quiñones Osorio en GANDÍA, Alfaro 492 y ss.
561
KONETZKE II/1 202-235.
562
Aquaviva a Diego de Torres. Roma, 29 de enero de 1613. ARSI Paraq. 1 32r.
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 125

V.R.»563. El sucesor de Aquaviva, el P. Muzio Vitelleschi, exhortó una vez más al


nuevo provincial, Pedro de Oñate, para que los jesuitas «templen el celo y vayan
con el tiento necesario» en el tema del servicio personal. La experiencia, conti-
nuaba el General, ha demostrado que el apretar demasiado en los sermones no
sólo no había sido prudente «sino que ha causado alienacion de nuestros minis-
terios»564. En 1617 Vitelleschi respondió a nuevas inquietudes de Torres sobre el
servicio personal. La respuesta que le dió el General fue coherente con la de su
antecesor: «la ejecucion no nos toca estando a cargo los ministros reales», junto
con esto, le pidió a Torres que no hablara más del asunto565. Torres volvió a insis-
tir una vez más ante Vitelleschi lamentándose de una cierta debilidad, según su
criterio, del P. Oñate, nuevo provincial, en la manera de conducirse acerca del
servicio personal. Le propuso de ir él, u otro, a tratar en Madrid y en Roma el
asunto. Vitelleschi no hizo más que repetirle los argumentos y le negó el per-
miso de hacer un viaje por ese motivo566. Otra carta de igual tenor fue enviada a
Diego González Holguín con el mismo correo. Torres quedó convencido «de los
buenos efectos»567 de su lucha contra el servicio personal. Persecuciones y con-
tradicciones fueron, para el primer provincial del Paraguay, la oportunidad para
dejar patente «la paternal providencia que el Señor tiene con la Compañia»568.
Según su modo de concebir las cosas, los jesuitas eran los únicos padres y pro-
tectores de los indios: «Hase alcanzado grande reputacion y concepto con todos
los indios, así fieles como infieles, destas tres gobernaciones, de que les somos
los únicos y verdaderos protectores y padres»569.
CONCLUSIÓN
En la vasta normativa indiana se recogen los esfuerzos de la Monarquía en
cumplir su misión evangelizadora. Más allá de los inevitables conflictos de juris-
dicción a los que el Patronato pudo dar motivo, fue el modo concreto de realizar
la implantación de la Iglesia. En este esfuerzo la Corona no escatimó medios ni
hombres. Así lo testimonian los financiamientos de las misiones, la calidad de
los pastores puestos al frente de las diócesis, la preocupación por formar un clero
nativo. Este movimiento poblador y evangelizador encontró en la reducción un
instrumento cabal. La Compañía de Jesús participó, juntos con otros muchos re-
ligiosos y seculares, en esta tarea. Las reducciones que se fundaron en la Provin-
cia jesuítica del Paraguay fueron un ejemplo. No fueron ellas toda la actividad
de la Provincia pero la comprometieron y, en algunas ocasiones, por demás.
Normalmente la tenencia de las parroquias ha sido atacada en virtud del estipen-
dio y bajo ese punto de vista se ha tendido a simplificar una situación que para

563
Aquaviva a Juan Romero. Roma, 29 de enero de 1613. Ibidem 30v.
564
Vitelleschi a Pedro de Oñate. Roma, 30 de abril de 1616. Ibidem 54v.
565
Vitelleschi a Diego de Torres. Roma 30 de Junio de 1617. Ibidem 61r.
566
Vitelleschi a Diego de Torres. Roma, 31 de mayo de 1618. Ibidem 67r.
567
Annua de la Provincia del Paraguay, Chile y Tucumán del año 1611. LEONHARDT XIX 483
y ss.
568
Ibidem 490.
569
Ibidem 489.
126 MARTÍN MA MORALES, S.J.

Compañía fue aún más complejo. La prohibición expresa de las Constituciones


para detentar oficios que impliquen la cura de almas fue un nudo gordiano du-
rante la vida de los jesuitas en Paraguay. La cura de almas atentó contra una de
las características esenciales del jesuita: su total disponibilidad para discurrir en
la viña del Señor. A esto último se agregaron algunas consecuencias para la dis-
ciplina religiosa, por lo demás comunes a todos los religiosos. La vida fuera de
la comunidad puso a riesgo la observancia de la castidad y de la pobreza; la obe-
diencia fue mortificada ya que el superior no siempre pudo disponer autónoma-
mente de sus súbditos. No puede dejarse de lado el problema pastoral que vivie-
ron algunos jesuitas párrocos en relación con los indios al detentar en su mano la
autoridad punitiva.
La Compañía con los jesuitas puestos en función de párrocos perdió fuerza
centrífuga, exponiéndose más de cerca a los conflictos de jurisdicción inherentes
al Patronato. A modo de ejemplo podría citarse el problema de interpretación so-
bre la forma y alcances de las visitas episcopales a las parroquias entregadas a
religiosos. Junto con estas consideraciones ha de tenerse en cuenta la realidad de
la Iglesia peruana de entonces. Se trataba de una iglesia constituída en sus insti-
tuciones básicas. Esto podría legitimar una reflexión acerca de la aplicación del
principio de subsidariedad en ese contexto. Por el contrario la situación de la
Iglesia en la cuenca del Río de la Plata, al fundarse la Provincia del Paraguay,
presentaba una carencia importante de clero lo cual justificó la presencia de reli-
giosos en las parroquias. Las consideraciones de la coyuntura social indican que
las reducciones nacieron en una zona de frontera, en el sentido geográfico y ana-
lógico de la palabra. Las primeras, que surgieron en el Guayrá, fueron concebi-
das y fundadas por disposición real para poblar un territorio cada vez más ame-
nazado por el avance portugués y para asegurar una salida atlántica. En esta co-
yuntura los jesuitas gozaron por una parte, de una serie de privilegios, que se les
concedió en cuanto «presidiarios de frontera», por otra, se expusieron a las in-
cursiones de los bandeirantes.
Llama la atención las escasas, casi inexistentes, reflexiones de las fuentes
jesuíticas acerca de los sufrimientos y miserias de los vecinos de Ciudad Real,
de Villa Rica o de Jerez, pueblos que habían sido fundados por las mismas razo-
nes por las cuales se establecieron las reducciones. Si la documentación jesuítica
habla de ellos es para acusarlos de permanente connivencia con elementos por-
tugueses o con aquellos que veían al indio como una «pieza» para esclavizar. La
Compañía de Jesús no siempre captó oportunamente la importancia de estos en-
claves. Por el contrario, la cercanía de los centros poblados fue vista como una
amenaza para sus reducciones. En la frontera se debe convivir, pactar, negociar,
si se quiere sobrevivir. Algunos jesuitas en sus posiciones no supieron matizar,
bajar los tonos, prefirieron el conflicto a la mediación.
Las Reducciones nacieron además en una frontera social, en la cual, el mes-
tizo fue su producto y ejemplo mejor. América fue siempre mestiza. Pero la can-
tidad de mestizos en el Río de la Plata fue de una importancia y de un influjo
poco común. Los esquemas rígidos de algunos fueron un obstáculo para descu-
brir, junto con las debilidades del mestizaje, su fuerza y proyección. La rigidez
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 127

de estas posiciones llevaban a ver en el español un potencial enemigo, en el mes-


tizo lo peor del indio y del español, en los criollos la «flojedad» de la tierra. Sólo
el indio se presentó como interlocutor, pero concebido cada vez más como un
niño por la ley y por sus pastores. Se dió una proporción directa entre el aumento
de protección y la asimilación del indio a la condición jurídica propia de los me-
nores o de los miserables. Ciertas posturas asimilistas no fueron capaces de en-
tender la realidad del Paraguay en su complejidad. Por su parte, el rigorismo
ético de algunas denuncias exasperó el debate hasta provocar una ruptura entre
los jesuitas y el círculo encomendero sobre el cual se sustentaba la vida socio-
económica de la región. La incomprensión de muchos jesuitas acerca de lo que
fue la encomienda o el servicio personal en el Paraguay abrió una brecha, entre
el proyecto jesuítico y los que no participaban en él, que no se cerró hasta la ex-
pulsión de la Compañía. La insistencia de hacer las cosas «al modo del Perú»
tuvo otra drástica consecuencia: se legisló al viento, que era y es, el mejor modo
para dejar las cosas como estaban y en más de una ocasión amparar injusticias.
El rigorismo ético, al igual que el asimilismo jurídico, no siempre supieron
afrontar y resolver los problemas más urgentes. Grandes disquisiciones, infor-
maciones y largos procesos, sirvieron a ocultar pequeñas y cotidianas injusticias.
Este rigorismo que enfrentó a jesuitas con el proyecto de las ciudades los llevó a
posiciones conflicitivas y los obligó a buscar nuevos privilegios, grandes bene-
factores, mayor ayuda oficial y a fundar una sólida estructura económica para
seguir adelante con su obra, todo ello con el subsiguiente aumento de poder y
sus consecuencias. Entre ellas, la de pensarse, en ciertas ocasiones, como irrem-
plazables.

SIGLAS
ABN Archivo de la Biblioteca Nacional. Sucre, Bolivia.
AEA Anuario de Estudios Americanos. Sevilla, España.
AGI Archivo General de Indias. Sevilla, España.
AGN Archivo General de la Nación. Buenos Aires, Argentina.
AHN Archivo Histórico Nacional. Madrid, España.
APA Archivo de la Provincia Argentina. Buenos Aires, Argentina.
ARAH Archivo de la Real Academia de la Historia. Madrid, España.
ARSI Archivum Romanum Societate Iesu. Roma, Italia.
BAE Biblioteca de Autores Españoles.
BIIH Boletín del Instituto de investigaciones históricas.
BNM Biblioteca Nacional (ahora en el Archivo General de la Nación, Buenos
Aires) Manuscritos.
CHDP Corpus Hispanorum de Pace.
CODOIN Colección de Documentos Inéditos.
MCDA Manuscritos de Coleção de Angelis.
MH Missionalia Hispanica.
RBN Revista de la Biblioteca Nacional (Buenos Aires, Argentina).
REABA Revista del Arzobispado de Buenos Aires.
128 MARTÍN MA MORALES, S.J.

SUMMARY

The scope of this study is to offer an analysis of the «reducciones» of the old
Province of Paraguay, based principally on a critical preliminary examination of the
manuscript sources (documents) and of the literature (the writings of specialists on the
subject). In this respect, the large number of publications listed in the Bibliography of P.
Polgár, might lead one to think that there cannot be much more to add. In fact, things are
very different. Many of the writers have worked only with sources at second-hand with-
out checking them personally. This explains the unreliable and repetitive nature of their
accounts, with, of course, the obvious exceptions of such writers as Eduardo Furlong,
S.J., Pablo Hernández, Magnus Mörner and, in economic matters, Rafael Carbonell de
Masy and Teresa Blumers.
The study of the «reducciones» of Paraguay requires an exact knowledge of the doc-
uments and also of the contents of the two principal archives concerned, i.e. the Archivo
de Indias of Seville and the Roman Archives of the Society of Jesus, with the merits and
limits of their chronological documentation. Having carried out this preliminary exami-
nation, indispensable for the understanding of the «status questionis», essential for any
historical research, the author is in a position to provide an analysis of the «reducciones»
on the basis of law and institutions and of the law proper to the Society of Jesus. The
work is presented in three parts: – the historical analysis of the meaning of the word «re-
ducciones», a term in use for a century before the Jesuits’ activities in Paraguay; an ex-
planation of the constantly recurring terminology (misión, reducción, doctrina or parro-
quia); a demonstration of the fact that the acceptance of the reductions by the Society of
Jesus in the Province of Paraguay was acompanied by a long process of discernment.
Among the points that deserve particular notice are: – the status of the indian, the
meaning of «doctrina», the «mestizaje», and the manner of legislation in Ibero-America.
With regard to the first point, the indian was, at the beginning, regarded as a person capa-
ble of entering into a «conversación contynua» with the spaniard, that is, capable of be-
coming his «compañero». In this positive light were seen both the indian and the
spaniard, whose role it was to provide good example. Unfortunately, this initial view was
not realized either in law or in later practice. Instead, the spaniard came to be seen as an
«agente de mal ejemplo», which had the effect of separating the republic of the indians
from that of the spaniards. As a consequence, the indian was regarded as a child and was
considered, from a juridical point of view as being one of the «menores o miser-
ables».
With regard to the «doctrina», another subject of great interest, the will of the
Viceroy Toledo determined that the Jesuits should accept responsibility. This came about,
ultimately, because, according to the «Instrucciones de la junta magna» such an undertak-
ing was a condition «sine qua non» of the Jesuits’ permanence in Peru. For this reason,
throughout the generalates of Borja and Vitelleschi the Jesuits were unanimous in think-
ing that they could take charge of «doctrinas» and supply as parish-priests for such time
as there were no secular priests to take their place. In conjunction with this situation a
number of royal dispositions tended to reinforce patronal rights. The admittance of the Je-
suits into the running of parishes caused many conflicts. Another aspect treated in this
study is that of the «mestizaje», very widespread and practised because it was founded on
mystico-religious and strategic grounds. In this context it should be said that the «reduc-
ciones» were not the fruit only of evangelization, but were the result also of a planned ex-
pansion and consolidation of the territory, whose principal protagonist was the governor
Don Hernando Arias de Saavedra. Given the vastness of the territories and the diversity
of cultures in Ibero-America, the way of administering law within it – and here we come
LOS COMIENZOS DE LAS REDUCCIONES DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY 129

to the fourth of the points of special interest – was that of establishing analogies, and it
was from this that there arose the defect of «asimilista», understood in the sense of being
a corruption of this necessity. Such a conception had its effects in the debate on personal
service, in which the Jesuits became involved as principal actors.
The terms «encomienda» and the definition of «servicio personal» were not univo-
cal, but because they were used without making the necessary distinctions they caused in
the reductions a rupture from the social and economic conceptions that had been in force
in Paraguay during the XVII century. To make things worse, there was also an inflexible
ethical rigorism. The analysis of the author, therefore, in aiming to be concrete and faith-
ful to the sources, is based both on an analysis of the documents and also on the evidence
they give of the situation of the parishes that the Jesuits assumed in Paraguay and
Peru.

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