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Creo en Dios nº 37 –4– Curso para fieles

dencia. En el transcurso de nuestra vida, necesitamos saber cuál es la volun-


tad de Dios para cumplirla, lo cual no siempre es fácil, ya que a veces no es
sencillo tomar ciertas decisiones y no equivocarse en ellas. El Espíritu Santo
nos ilustra entonces a través del don de consejo y del don de sabiduría.
• El Espíritu Santo nos incita igualmente, por el don de piedad, a UNIRNOS CON
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO mediante la oración. Este don de piedad se ma-
nifiesta particularmente en la virtud de religión, que forma parte de la virtud
de justicia, ya que es justo que demos un culto a Dios. Y el culto que Dios quiere
que le rindamos se centra en Nuestro Señor Jesucristo y en su Sacrificio. Por el
sacrificio de la Santa Misa, que es la oración más bella y grandiosa, el Espíritu
Santo nos inspira la religión perfecta, el espíritu de piedad profunda; por ella
rendimos a Dios todo honor y toda gloria, siempre a través de Nuestro Señor
Jesucristo, con El, por El y en El. Y esto es lo que la Iglesia manda que hagamos
cada domingo: que nos unamos al Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo. A través de los Sacramentos, la Iglesia comunica la gracia a las almas.
Esta gracia no se limita a ser un perdón de los pecados, sino que al mismo
4º Finalmente, los dos últimos dones de entendimiento y de ciencia nos invitan tiempo santifica nuestras almas, operando en nosotros una transformación
a la CONTEMPLACIÓN DE DIOS A TRAVÉS DE LAS COSAS DE ESTE MUNDO. El don
de ciencia y el don de entendimiento penetran y nos dan luz sobre la existencia
radical, una elevación de nuestro ser y de nuestro obrar al orden divino, una
de Dios, sobre su presencia en todas las cosas, y particularmente en las ma- comunicación de la vida misma de Dios. De ella hemos de hablar ahora, co-
nifestaciones espirituales y sobrenaturales de Dios a través de la gracia y de mo siendo el fruto de los méritos de Cristo en la cruz, que el Espíritu Santo
los sacramentos. El alma inspirada por el Espíritu Santo ve, de algún modo, nos aplica en la obra de la santificación que le ha sido encomendada.
la presencia de Dios en todo lugar, y se une así a Dios durante su vida, espe-
rando verle tal cual es, en la vida eterna. 1º Naturaleza de la gracia santificante.
4º Finalmente, la gracia nos hace capaces de merecer sobrenatural-
mente, dándonos el derecho al cielo como premio de nuestras buenas obras. La gracia santificante se define como un don de Dios, inherente al al-
En efecto, sin la gracia seríamos absolutamente incapaces de merecer en ma, «que la hace partícipe de la naturaleza divina» (II Ped. 1 4) y la eleva
orden a la vida eterna, ya que los actos conducentes a un fin han de guardar así a un estado sobrenatural y divino.
la debida proporción con ese fin; y puesto que la bienaventuranza eterna Llámase gracia, porque es una realidad que Dios comunica GRATUITAMENTE
del cielo es un fin que excede la capacidad y las exigencias de la naturaleza a nuestra alma, y porque la hace GRATA a sus ojos, concediéndole algo de su
humana, sólo podemos pretender a él con la ayuda de un principio más ele- hermosura divina. Y llámase santificante, porque nos santifica al comunicar-
vado que nos permita realizar actos sobrenaturales, proporcionados a la vi- nos la justicia y santidad divinas.
da eterna; y ese principio es la gracia. Este don se inserta en el alma desde dentro, desde su misma esencia, re-
Sin la gracia, las obras naturales más heroicas no tienen ningún valor en orden novándola y transformándola intrínsecamente, y no desde fuera, como pre-
a la bienaventuranza: «Aun cuando hablara las lenguas de los hombres y de tende la herejía protestante. Por ella Dios nos hace de su linaje, de su estirpe,
los ángeles, si no tuviese caridad, vendría a ser como un bronce que suena o un a fin de hacernos capaces de las dos operaciones vitales en que consiste su
címbalo que retiñe. Y aunque tuviera el don de profecía, y penetrase todos los vida divina: conocerlo como El se conoce, y amarlo como El se ama.
misterios y todas las ciencias; aunque tuviera toda la fe, de manera que tras-
ladase los montes, no teniendo caridad, no sería nada. Y si distribuyese todos Conocer y amar son dos actos vitales, propios de los seres espirituales. Para
mis bienes para sustento de los pobres, y entregase mi cuerpo a las llamas, si poder realizarlos, hay que tener una naturaleza espiritual, capaz de conoci-
la caridad me faltase, no me serviría de nada» (I Cor. 13 1-3). miento y de amor; pero además, para conocer y amar a Dios tal como El mismo
se conoce y se ama, hay que tener de algún modo la naturaleza divina. Pues
Resumiendo, la gracia santificante es el gran tesoro escondido y la perla bien, Dios nos da una participación de ella mediante la gracia, elevando todo
preciosísima que hemos de aprender a estimar y a adquirir (Mt. 13 44-46); nuestro ser a un nivel sobrenatural y divino, y capacitándolo así a unirse a Dios
y es también el grano de mostaza depositado en nuestras almas, capaz de por cierta connaturalidad mediante el conocimiento y el amor sobrenaturales.
crecer hasta convertirse en un gran árbol (Mt. 13 31-32).1
2º Ejemplificaciones de la gracia.
© Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora
C. C. 308 – 1744 Moreno, Pcia. de Buenos Aires Siendo la gracia esencialmente sobrenatural, no podemos percibirla por
FOTOCÓPIAME – DIFÚNDEME – PÍDEME a: hojitasdefe@gmail.com los sentidos ni deducirla por la razón. Sólo la fe nos da a conocer su reali-
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dad sublime. Sin embargo, a través de las sugestivas comparaciones que 1º Ante todo, la gracia borra el pecado original y los demás pecados
nos ofrecen la Revelación y los Santos Padres, podemos hacernos una idea actuales que pudiera haber en el alma. El hombre, de injusto que era y
de la gracia y de la renovación profunda que opera en nuestras almas. enemigo de Dios, se hace ahora justo y amigo de Dios. Queda así destruido
1º Las Escrituras comparan la gracia a un injerto realizado en nuestro ser na- el principal obstáculo a la vida divina.
tural, para hacerle producir obras que superan sus propias capacidades. Un 2º Luego, hace al alma justa y agradable a Dios, produciendo en ella
árbol injertado es un árbol silvestre acrecentado con un principio nuevo de una total renovación interior por la cual Dios se complace y reconoce en
vida que utiliza sus energías naturales para hacerle producir frutos de los que ella. Esta renovación consiste:
antes era incapaz. Así también la gracia, injertada en nuestra naturaleza hu-
mana, se convierte para ella en un principio de vida divina, y comunica a nues- • Primeramente, en una semejanza sobrenatural con Dios, que nos comunica
tras facultades naturales la aptitud de producir actos sobrenaturales, de los su propia vida. De criaturas que éramos, Dios nos adopta como hijos suyos y
que antes éramos absolutamente incapaces. nos convierte realmente en tales, haciéndonos de su raza; de manera que «ya
no somos para Dios extraños ni advenedizos, sino conciudadanos de los San-
2º San Pablo compara al alma en estado de gracia a un espejo en el que Dios tos y familiares de Dios» (Ef. 2 19).
se refleja. Así como en un espejo se reflejan las imágenes de las cosas, sobre
todo los rostros de las personas, así también por la gracia nuestra alma pasa a • Luego, en una configuración con Jesucristo; ya que la semejanza sobrena-
ser un espejo muy perfecto, en el que se refleja la Santísima Trinidad. Y al modo tural que Dios imprime en nuestras almas es la vida divina de su Hijo, a fin de
como el espejo y la imagen que en él se refleja parecen identificarse, así nuestra que seamos semejantes a El, y El llegue a ser así «el Primogénito entre muchos
alma pasa a identificarse en cierto modo con la Trinidad que en ella se refleja. hermanos» (Rom. 8 29). Somos hechos hijos de Dios a semejanza de Jesucristo,
para que seamos por la gracia lo que El es por naturaleza.
3º San Cirilo de Alejandría propone la imagen del sello, diciendo que por la
gracia Dios deja en el alma su propia impronta, como lo hace el sello en la • Finalmente, en la presencia vivificante de la Santísima Trinidad en noso-
cera; y esta impronta de la Divinidad es tan real y profunda, que nos hacemos tros como en un templo. Por eso San Ignacio de Antioquía llamaba a los cris-
partícipes de la naturaleza divina, somos realmente deificados, y la santidad tianos «teóforos», «cristóforos», «hagióforos». Esta inhabitación de la Trini-
del cristiano pasa a ser una participación de la santidad sustancial de Dios. dad en el alma recibe el nombre de GRACIA INCREADA; pero como el alma no
es naturalmente capaz de recibir en sí esta presencia divina, debe ser interior-
4º Santo Tomás de Aquino compara la acción de la gracia a la acción del fue- mente transformada y capacitada para ello mediante otra GRACIA CREADA; y
go: así como el fuego hace partícipe de su naturaleza y de sus propiedades íg- esta gracia creada es la gracia santificante. Por ella Dios está realmente pre-
neas al hierro sumergido en él, del mismo modo Dios transforma el alma por sente en el alma, no con una presencia meramente local, sino con una presen-
la gracia: sin quitarle su naturaleza humana, le comunica su propia belleza, cia transformante y unitiva, estableciendo con el alma una corriente mutua de
sus perfecciones y virtudes, dejándola enteramente divinizada. amor, y una especie de mutua transfusión de vidas.
5º Otra imagen igual de elocuente: la acción de la luz en un diamante, en una 3º Además, comunica el cortejo de las virtudes infusas y de los dones
piedra preciosa, en un cristal bien tallado; pues así como ninguna belleza tie- del Espíritu Santo, que siempre acompaña a la gracia santificante y com-
nen ellos en la oscuridad, mas una vez que la luz los baña se vuelven tan bri- pleta el organismo espiritual. La razón es que toda naturaleza tiene siempre
llantes y resplandecientes, del mismo modo nuestra alma, diáfana por su natu- un modo propio de acción («el obrar sigue al ser», dice la filosofía), y la
raleza espiritual, adquiere una belleza divina cuando la luz de la gracia la gracia, verdadera sobrenaturaleza, no es una excepción: ha de conferirnos
inunda, comunicándole el brillo mismo de Dios. la capacidad de obrar en consonancia con lo que nos hace ser.
Todos estos ejemplos aducidos bastan para comprender que por la gra- Cabe señalar aquí, muy en particular, la peculiar acción del Espíritu Santo en
cia somos profundamente transformados, renovados, divinizados. Este es nuestras almas a través de los dones.
el aspecto que debemos considerar ahora.
• El primer efecto de los dones del Espíritu Santo es que nuestras voluntades no
se alejen de Dios por el apego a los bienes temporales contra su santa voluntad.
3º Efectos de la gracia santificante. Y así, por el don de temor, el Espíritu Santo NOS ALEJA DEL PECADO; no con un
temor servil, útil para mantenernos fieles a Nuestro Señor y obedientes a sus
Todos los Santos Padres ven en la santificación del hombre mediante la preceptos por miedo a los castigos; sino con un temor filial, que nos hace apar-
gracia, una purificación, un paso de la muerte a la vida, un renacimiento, tarnos del pecado por reverencia a Dios, a Nuestro Señor Jesucristo, al Espí-
una vuelta al estado primitivo de que nos hizo caer el pecado, una renova- ritu Santo, de quien no queremos alejarnos de ningún modo y por ningún mo-
ción interior, una transformación profunda del alma; en resumen, una ver- tivo. Este temor debería bastar para rechazar cualquier pecado voluntario.
dadera deificación. Si tuviéramos que enumerar los efectos de esta gracia • El Espíritu Santo nos inspira la SUMISIÓN A LA VOLUNTAD DE DIOS por los do-
sobrenatural en el alma justificada, podríamos señalarlos como sigue: nes de consejo y de sabiduría. El don de consejo perfecciona la virtud de pru-

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