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ADMINISTRACIÓN, DERECHO
ADMINISTRATIVO Y SUS PRINCIPIOS
FUNDAMENTALES
Eduardo Cordero Q.
Profesor Titular de Derecho Administrativo
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
2020
Diplomado en Derecho Administrativo
Eduardo Cordero Q.
INDICE
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Diplomado en Derecho Administrativo
Eduardo Cordero Q.
I. EL CONCEPTO DE ADMINISTRACIÓN
Uno de los primeros aspectos que se deben resolver al iniciar el estudio del Derecho
Administrativo es determinar qué se entiende por Administración Pública o
Administración del Estado. En efecto, es habitual que se sostenga que el Derecho
Administrativo tiene por objeto la Administración, sin embargo, al momento de
establecer qué se va a entender por aquella, se han plateado las mayores discusiones,
las que incluso se han mantenido hasta nuestros días. El problema no es menor, ya que
la respuesta al concepto de Administración determina los límites del Derecho
administrativo o el régimen que se debe aplicar a determinados órganos o actividades.
En algunos casos se puede limitar su alcance sólo a determinadas entidades públicas
que cumplen una función específica, en particular aquellas que integran el Poder
Ejecutivo (vgr. ministerios, servicios públicos, municipalidades), pero bien puede
plantearse la posibilidad de extender sus normas a las actividades que cumplen otros
poderes públicos, como sucede con el Poder Legislativo y Judicial (secretarías,
funcionarios administrativos, procedimiento, contratación). Además, existen
actividades que realizan entidades privadas y en cuya prestación existe un interés
público comprometido, como ocurre con los servicios básicos (vgr. agua, luz,
electricidad) o que están en juego intereses que trascienden al interés privado y en la
que el particular aparece como colaborador de la función administrativa (vgr.
concesiones de servicios o bienes públicos).
Por tal razón, en esta sección trataremos de determinar el alcance de este concepto de
forma aproximada, ya que la Administración es una realidad política, histórica,
sociológica y jurídica que resulta difícil –cuando no imposible- de reducir a una
categoría unitaria que pueda dar respectas a las diversas disciplinas que la estudian.
Para tal efecto, vamos a establecer algunas premisas básicas que seguiremos en este
análisis:
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relegando los temas jurídicos a un lugar secundario o como un instrumento
destinado a garantizar dichos fines sociales. Así, nos hemos dado cuenta que el
cumplimiento de la legalidad no resulta suficiente para satisfacer las
necesidades de la sociedad, como tampoco responde al sentimiento que tiene la
comunidad respecto de las funciones que debe cumplir el Estado en diversos
ámbitos de vida, como sucede con la salud, la vivienda, la seguridad social y la
educación. Quizás sea paradójico, pero en el estado actual de la humanidad, el
sólo hecho que la autoridad sostenga que ha actuado conforme a la legalidad o
respetando los principios básicos del Estado de Derecho, no permite responder
a las expectativas sociales, que demandan de aquél una acción efectiva en
relación a la conformación de la sociedad y de prestación frente a sus
necesidades sociales básicas.
b) Desde la perspectiva jurídica la Administración puede ser estudiada desde el ámbito del
Derecho público o privado. Por lo demás, normalmente se habla de administración
cuando se gestiona el patrimonio de un tercero, como sería la función de un
gerente respecto de los bienes de una sociedad o del marido en relación con los
bienes de la sociedad conyugal. Así, se habla de Administración privada y
Administración pública.
Siendo así, el elemento determinante parece ser el régimen jurídico que resulta
aplicable. En efecto, mientras la Administración privada se somete a los
principios propios del Derecho privado, dominados por el principio de libertad
y de autonomía de la voluntad, la Administración pública se somete al Derecho
público, cuyo sistema jurídico descansa en el principio de legalidad, en cuya
virtud sólo pueden hacer aquello que expresamente le faculta la Constitución o
la ley.
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inmueble o la aceptación de una herencia o donación, haciendo un uso instrumental del
mismo fuera de su giro ordinario. Por otra parte, la actividad empresarial del Estado
reconoce la aplicación del derecho común, ya sea mediante empresas públicas creadas
por ley o las sociedades estatales, cuestión cuyo análisis tienen lugar respecto de la
organización de la Administración del Estado y la denominada Administración
invisible. En todo caso, cabe señalar que no es posible separar totalmente esto ámbitos
de acción, ya que la celebración de un contrato civil estará precedida necesariamente de
un procedimiento administrativo en el cual se adoptará la decisión de suscribir dicho
acto, sujeto por tanto al Derecho administrativo. Además, la propia Administración usa
el Derecho privado de forma instrumental en sus actuaciones, muchas veces tentado
por un régimen menos engorroso y formalista, pero que al mismo tiempo puede
transformarse en campo fértil para la corrupción. Por eso no es de extrañar la
tendencia de la legislación a regular cada vez más dichos ámbitos, extendido muchas de
las disposiciones de probidad y transparencia en relación a actividades materialmente
privadas, pero en donde existe la intervención de entidades públicas.
En la doctrina española aquello fue conocido como “La huida del Derecho
Administrativo”, expresión con el cual se quería describir el fenómeno en que las
Administraciones públicas sujetan su actuación al Derecho privado o al Derecho
Laboral o adoptan personificaciones jurídico-privadas, alejándose de los controles y
garantías del procedimiento administrativo, todo ello para lograr mayor flexibilidad en
su actuación. El fundamento constitucional de aquello se encontraría en el principio de
eficacia (artículo 103.1 de la Constitución), ya que el Derecho Administrativo aparecía
como inidóneo para satisfacer algunos de los fines propios de la Administración, como
es servir con objetividad a los intereses generales (artículo 103.1 de la Constitución).
Sin embargo, se abrió una interesante discusión sobre el alcance de estas disposiciones
y la constitucionalidad efectiva del fenómeno. A este respecto se puede ver Saz
Cordero, Silvana. La huida del Derecho administrativo: últimas manifestaciones. Aplausos y
críticas, en Revista de Administración Pública, Nº 113, 1994, pp. 57-98.
Esta pregunta puede tener dos respuestas posibles. La primera sería sostener que la
“Administración pública” es un conjunto de personas u organismos públicos, como
sucede con los ministerios, intendencias, gobernaciones y municipalidades. La otra
posibilidad es afirmar que la “administración pública” es una actividad estatal que tiene
un objeto preciso y determinado, cualquiera sea la entidad que la realice. La primera
concepción es la que se conoce como la Administración en sentido subjetivo u
orgánico, razón por la cual se escribe con mayúscula, frente a la segunda
administración que se conoce como el sentido objetivo o funcional, que utiliza la
minúscula.
Una y otra concepción abren un debate bastante complejo para poder determinar los
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alcances en la aplicación del Derecho Administrativo, y que encuentra su origen en dos
constataciones básicas:
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Administrativo Chileno, Santiago, Imprenta Nacional, no se da cuenta expresa de este problema,
aunque de sus páginas se desprende una posición orgánica, tal como lo sostenía el destacado
profesor español Manuel Colmeiro, a quien Prado siguió en su trabajo.
Sin embargo, un giro sobre la materia se comenzó a experimentar a partir de 1940, con la
recepción de los postulados de la Escuela del Servicio Público o Escuela de Burdeau, cuyos
principales representantes eran Leon Duguit y Gastón Jeze, seguido por los profesores Manuel
Jara Cristi y Guillermo Varas. Sin embargo, a partir de la década de 1950 el concepto de
servicio público se entendió en un sentido orgánico, tal como dan cuenta los trabajados de los
profesores Patricio Aylwin y Enrique Silva Cimma, y que se proyecta en la jurisprudencia
administrativa de Contraloría, así como en la legislación posterior, especialmente en la Ley Nº
18.575.
En Chile nuestra legislación sigue la tendencia orgánica, tal como da cuenta el artículo
1º de la LBGAE Nº 18.575, al disponer que:
1 Dictámenes N°s. 19.016, de 1990; 57.610, de 2007; 36.745, de 2008, y 71.967, de 2014. Así se ha
señalado que “[…] conforme con lo dispuesto en el Capítulo X de la Constitución Política de la República, en la
ley N° 10.336, de Organización y Atribuciones de esta Contraloría General, y en el decreto ley N° 1.263, de 1975,
Orgánico de Administración Financiera del Estado, las funciones de esta Entidad Fiscalizadora son ejercidas
fundamentalmente sobre los órganos de la Administración del Estado cuya definición está contenida en el artículo
1° de la ley N° 18.575, sin perjuicio del control excepcional que realiza sobre otras entidades en razón de normas
especiales expresas. De este modo, atendido que las autoridades y personal del Congreso Nacional no se encuentran
sujetos al control de este Ente Contralor, no corresponde intervenir ni informar sobre el asunto que se consulta, ya
que sus facultades fiscalizadoras no alcanzan al régimen laboral de los trabajadores de que se trata”.
2 Dictámenes Nºs. 11.425, de 1990; 3.873 y 7.848, ambos de 1997; 6.881, de 2002; 17.044, de 2002, entre
otros En este caso se sostiene que a Contraloría “[…] no le corresponde pronunciarse sobre aspectos que
conciernen al régimen estatutario y de remuneraciones de los funcionarios judiciales, sino que ello es facultad de la
Excma. Corte Suprema de Justicia”.
3 Dictámenes Nºs 7.904 de 1999; 53.383 de 2003; 1.201, de 2004 y 15.851 de 2006. Así ha señalado que
“[…] Contraloría General debe manifestar que se encuentra impedida de iniciar el correspondiente procedimiento
administrativo en contra del Director Ejecutivo de la Corporación Nacional Forestal por cuanto dicha entidad
constituye una corporación de derecho privado, y al no formar parte de la Administración del Estado de
conformidad con lo previsto en el artículo 1° de la ley N° 18.575, Orgánica Constitucional de Bases Generales de
la Administración del Estado, no le resultan aplicables las disposiciones antes mencionadas”.
4 Véase LATORRE, Patricio (2008): “Las sociedades estatales en el ordenamiento jurídico chileno:
Naturaleza, límites y control de sus actividades”, en: Revista de Derecho, Valparaíso, 1er. Semestre, pp.
223-240.
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Sin embargo, hay una tendencia interesante en la extensión del régimen jurídico de la
Administración a entidades que no forman parte formal de dicho complejo orgánico,
pero que cumplen una función administrativa, como ha sucedido con las Corporaciones
Municipales a las cuales el Consejo para la Transparencia las ha sometido a sus normas
de publicidad y acceso a la información, o el Instituto de Fomento Pesquero, que para
la Corte Suprema constituye un servicio público, aun cuando es una fundación de
Derecho privado.
Junto a la Administración del Estado como conjunto de personas y órganos públicos, nos
encontramos con un conjunto de entidades privadas que son creadas y controladas por órganos
administrativos, ya sean sin fines de lucro (Corporación y Fundaciones) o con fines de lucro
(sociedades anónimas y de responsabilidad limitada). A estas entidades se le ha llamado
“Administración invisible”, denominación que se debe Eduardo Soto Kloss y Gustavo Reyes, y
que ha sido seguido por la Contraloría General de la República (Dictámenes Nos. 39562, de
1997 y 31941, de 2015). Véase Reyes Román, Gustavo y Soto Kloss, Eduardo. Régimen Jurídico
de la Administración del Estado, Santiago, Editorial Jurídica, 1980, y Pierry Arrau, Pedro.
Cambios en la Estructura administrativa del Estado, en Derecho Administrativo, Valparaíso,
Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2017, pp. 115-128. La Contraloría ha sido clara en
señalar que dichas entidades no forman parte de la Administración del Estado, siguiendo un
concepto orgánico de Administración, al no formar parte según previsto en el artículo 1º de la
Ley Nº 18.575 (Dictámenes Nos. 1.201, de 2004; 75.508 y 44.462, ambos de 2010; 80.975, de
2014).
La situación se vio alterada con algunos pronunciamientos del Consejo para la Transparencia,
quien sostuvo que estas entidades podían ser comprendidas dentro de la categoría de órganos y
servicios públicos creados para el cumplimiento de la función administrativa, extendiendo el
concepto de Administración del Estado a entidades privadas. Sin embargo, la propia
Contraloría se encargó de corregir dicho criterio. Este caso, mantuvo su criterio orgánico y de
paso se lo impuso al Consejo para la Transparencia, ya que dicha entidad forma parte de la
Administración del Estado y, por tanto, debe respetar y obedecer sus pronunciamientos
(Dictámenes Nos. 75.508 y 44.462, ambos de 2010; 80.975, de 2014).
Por lo tanto, la Administración del Estado en Chile está constituida, en principio, por
un conjunto de órganos (ministerios, intendencias, gobernaciones, etc.) y personas
jurídicas (fisco, municipalidades, gobiernos regionales, entre otros) que se encuentran
sometidos a la jerarquía o dependencia del Presidente de la República (entidades
centralizadas) y a la tutela o supervigilancia (entidades descentralizadas o con
personalidad jurídica propia). Sin embargo, esto también requiere algunas precisiones:
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los ministros de Estado, en su calidad de colaboradores directos e inmediatos
(artículo 33). Al interior del Ministerio la función de administración comienza a
aparecer con los Subsecretarios, con la gestión del recurso material y humano
(artículo 24 de la Ley Nº 18.575).
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jerarquía o supervigilancia del Presidente de la República, a pesar que hay otros
órganos y entidades autónomas que forman parte de la Administración del Estado y no
están en dicha posición, como ocurre con las municipalidades.
La situación del Servicio Electoral de Chile tiene alguna diferencia, ya que surgió como
un órgano autónomo a nivel legal, de acuerdo con la Ley Nº 18.556, Orgánica
Constitucional sobre sistemas de inscripciones electorales y Servicio Electoral, en el
año 1986. Sin embargo, a través de la Ley Nº 20.860, de 20 de octubre de 2015, se le
otorga autonomía constitucional. Por tal razón, Contraloría ha sostenido que “dicha
autonomía constitucional del Servicio Electoral, lo deja al margen de los vínculos jurídicos que
lo ligaban a la Administración del Estado” (Dictamen Nº 75.318, de 2016).
Por lo tanto, para efectos de nuestro estudio vamos a entender que la Administración del
Estado es un conjunto de órganos y personas jurídicas públicas que, por regla general, se
encuentran sujeta a la jerarquía o tutela del Presidente de la República.
La Monarquía Absoluta y el modelo del Estado de Policía que existió antes de dichas
revoluciones se asentó en determinados principios que son el polo opuesto de las bases
del Estado de Derecho: la soberanía se radicaba en el monarca, no existía separación de
poderes y menos un poder judicial independiente, tampoco se reconocen derechos
inherentes a la persona, ni la idea de una Constitución que gozara de supremacía
respecto de todas las autoridades o personas. La Revolución Francesa hace un
planteamiento radicalmente diverso a partir de los ideales de igualdad y libertad
propios del régimen republicano que se estaba imponiendo. Así se sostiene que la
soberanía debe encontrar su función en el pueblo o la comunidad, la existencia de
poderes separados e independientes para garantizar y proteger la libertad las personas,
el reconocimiento de un conjunto de derechos esenciales de todo ser humano, y la
consagración de este nuevo orden político en un texto constitucional, al cual debe
someterse toda autoridad y ciudadano.
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De esta forma, el surgimiento del Estado de Derecho -que después la doctrina alemana
denominará Rechtdstaat- será la base sobre la que se construiría posteriormente el
Derecho Administrativo.
El artificio de la teoría del Fisco tuvo claros efectos en el Derecho continental europeo
y particularmente en Latinoamérica. El Fisco es reconocido expresamente en nuestro
Código Civil (artículos 547, 983, 995, 1250, 1579, 2472, 2481, 2521), cuyo tratamiento
aparece separado en muchos casos del Estado como entidad política (artículos 60, 61,
593 y 596), aunque en muchos casos también se utiliza el término en sentido
patrimonial (artículos 484, 491, 561, 589, 590, 591 y 2497). Posteriormente, la Ley de
Organización y Atribuciones del Poder Judicial (1875) y el Código de Procedimiento
Civil (1902) dejaron expresa constancia que los jueces sólo eran competentes para
conocer los juicios que pertenecen al derecho privado o deben resolverse conforme a
los principios del Derecho civil. Así, la Administración es sólo vista desde el punto de
vista patrimonial, esto es, como Fisco, abriendo las puertas para la incompetencia e
inimpugnabilidad de aquellos actos que fueran ejercicio del poder público, y que se
aprecia especialmente a partir de 1925: irresponsabilidad del Estado y no
impugnabilidad de los actos de poder público.
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seguidores en Chile, como el destacado jurista Jorge Hunneus, lo cierto es que
la evolución posterior la ha superado, producto de las medidas adoptadas en
Inglaterra poco antes de la primera guerra mundial con la Ley de Defensa del
Reino de 1914, y en Estados Unidos luego de la crisis de 1929 y las políticas del
New Deal. El cambio ha sido de tal magnitud que el estudio del Derecho
Administrativo en Inglaterra y Estados Unidos ha alcanzado una convergencia
notable con el modelo continental europeo, sobre todo en el desarrollo de los
estudios de regulación o Regulatory Law formulado a partir de las agencias
independientes. En nuestro país esta última tradición se intentó incorporar
durante la primera mitad del siglo XX bajo el modelo de agencias en el ámbito
tributario (impuestos y aduanas), pero los serios problemas que planteaban en
cuanto al control judicial, marcaron el retorno al modelo tradicional de servicio
público. No obstante aquello, en las últimas décadas ha penetrado con fuerza la
concepción regulatoria norteamericana, especialmente en el ámbito de la libre
competencia, y se está proyectando en la regulación de los mercados financieros
y en diversos sectores regulados.
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2010.
El Consejo de Estado surge como un órgano asesor del Jefe de Estado, en materias
como la redacción de proyectos de ley y reglamentos, así como “resolver las
dificultades que se presenten en materia administrativa”. Así, esta entidad analizaba las
reclamaciones que fueran presentadas por los ciudadanos contra la Administración del
Estado y proponía una decisión del caso. De esta forma, se comienza a hablar de una
“justicia retenida”, para indicar que, en estas materias, el Jefe de Estado tenía el poder de
resolverlas, aunque su estudio estuviera a cargo de este Consejo. Lentamente este
organismo comenzó a especializarse en estos casos con la creación de una comisión
contenciosa en 1806. Aquello vino en un proceso más creciente en que el Jefe del
Ejecutivo comenzó a confiar en el buen criterio del organismo y a homologar con su
firma lo ya resuelto por él. El prestigio del Consejo de Estado vino de la mano de la
seriedad e imparcialidad de sus decisiones, razón por la cual mediante la Ley del 24 de
mayo de 1872 se le reconoció un carácter jurisdiccional, abandonando la vieja figura de
la jurisdicción retenida por lo que se conocerá como “jurisdicción delegada”. Además, se
crea un Tribunal de Conflictos de integración paritaria por miembros de la Corte de
Casación y el Consejo de Estado, y que debe resolver las dudas que se presentaran en
relación con la competencia entre los tribunales comunes y los tribunales
administrativos. Así, aparece un sistema dual de jurisdicciones: la jurisdicción común,
encargada de resolver los asuntos propios de la legislación común, y la jurisdicción
administrativa, competente para resolver las controversias sujetas al Derecho
Administrativo.
En la misma época se produjo uno de los hitos más importantes en la formación del
Derecho administrativo, con la dictación el famoso Fallo Blanco por parte del Tribunal
de Conflictos en 1873. Esta decisión constituye para muchos autores el nacimiento de
esta disciplina jurídica, pues se establece de manera más clara y expresa que la
actividad de la Administración debe regirse por normas y principios especiales
diferentes de los aplicables a las relaciones entre los particulares. Así, comenzó una
labor jurisprudencial que fue creando principios propios para regular la actividad
administrativa, dando lugar a nuevas normas y reglan que fueron conformado un
cuerpo sistemático que le otorgó unidad e identidad a esta nueva rama del Derecho
público.
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Aquello también ha venido de la mano de grandes juristas, partiendo por quien es
considerado el verdadero fundador del Derecho administrativo: Eduardo Laferriere.
Traité de la jurisdicción administrativa de 1887, pero también se deben reconocer los
importantes aportes de autores como Maurice Hauriou, con su influyente obra Précis de
Droit Administratif et de Droit public (1892), León Duguit y Henry Berthelémy, entre
otros.
Una discusión muy intensa ha existido en nuestro país con el objeto de determinar cuál
es el modelo de sometimiento de la Administración a Derecho en Chile. Esto viene
marcado por la enorme influencia que ha tenido el Derecho Administrativo Francés en
Europa y Latinoamérica, y que ha reconocido la recepción de destacados juristas
nacionales desde Santiago Prado, Manuel Jara Cristi, Enrique Silva Cimma y Patricio
Aylwin, así como una abundante jurisprudencia de la Contraloría General de la
República que ha hecho suya muchos de sus criterios o soluciones.
Por otra parte, se ha sostenido que nuestro modelo no se corresponde con dicha
tradición y que encuentra sus bases en el Derecho Castellano-Indiano, que estaba lejos
de responder al modelo republicano francés. Además, producto de una crítica del
intervencionismo estatal y la formulación del principio de subsidiariedad a partir de los
postulados sentados por el régimen militar, se ha tratado de establecer una forma de
sometimiento de la Administración a Derecho, pero a partir de facultades limitadas o
restringidas, destinadas a garantizar mejor los derechos de las personas.
También debemos reconocer que lentamente han ido penetrando los conceptos y
categorías del Regulatory Law, muchos de los cuales se asientan en un análisis
económico del derecho, especialmente en los mecanismos y técnicas de intervención
que puede utilizar la Administración en sus funciones de conformación social.
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Estado y la existencia de acciones constitucionales más eficaces para hacer frente al poder
público. No obstante, la legislación administrativa lentamente fue fortaleciendo la posición de la
Administración, en forma tenue con la Ley Nº 18.575, que establece las bases generales de la
Administración del Estado (1986), posteriormente con la Ley Nº 18.695, Orgánica
Constitucional de Municipalidades (1988) y la Ley Nº 18.834, sobre Estatuto Administrativo
(1988). Si bien durante la década de los `90 la jurisprudencia judicial se inclinó por esta
perspectiva personalista (proscripción de la autotutela, nulidad radical e imprescriptible de los
actos administrativos viciados, responsabilidad objetiva de la Administración), lentamente la
jurisprudencia de la Corte Suprema comenzó a experimentar un cambio a partir de la década de
2000, limitando los alcances de esta posición a partir de la integración de las Ministros Urbano
Marín y Pedro Pierry (Véase Luis Cordero (2016). De Marín a Pierry: dos décadas de Derecho
Administrativo en la Corte Suprema, Mercurio Legal), y que llevo a un interesante comentario del
Profesor Soto Kloss (Adversus Haereses, en en Litigación Pública, Abeledo Perrot. Santiago de
Chile. 2011, pp. 3-10). Sin embargo, un aumento significativo de la legislación administrativa,
especialmente a partir de la Ley Nº 19.880, que establece las bases generales que rige los
procedimientos de los Actos de la Administración del Estado, se vuelve a las “concepciones
clásicas” del Derecho administrativo, reafirmada por una abundante jurisprudencia
administrativa y judicial.
a) Es parte del Derecho público, por lo que se encuentra sometido a los principios y
normas que lo conforman, como sucede con el principio de separación de
poderes, el principio de legalidad o de responsabilidad de los órganos públicos y
sus autoridades. A su vez, el Derecho público debemos entenderlo como la
forma de regular en cumplimiento y satisfacción de intereses públicos y
generales y que permite a las autoridades públicas ejercer atribuciones y
facultades que no son propios de la legislación común. Aquello explica la
existencia de un abanico de privilegios y, a la vez, de un conjunto de
limitaciones a las cuales no se encuentran sujetos los particulares.
GARCÍA DE ENTERRÍA sostendrá que “un Derecho general se refiere y es aplicable a toda
clase de sujetos. Este es el caso, por ejemplo, del Derecho Civil. Hay otros Derecho en cambio,
que sólo regulan las relaciones de cierta clase de sujetos en cuanto sujetos singulares o específicos,
sustrayéndolos en ciertos aspectos al imperio del Derecho común. A estos Derechos se les puede
denominar Derecho estatutarios, revalorizando así convencionalmente la vieja terminología
medieval”. Luego, dará como ejemplos el Derecho Canónico y el Derecho mercantil,
para concluir: “Pues bien, algo semejante sucede con el Derecho Administrativo, que no es ni el
Derecho propio de unos órganos o de un poder, ni tampoco el Derecho propio de una función,
sino un Derecho de naturaleza estatuaria, en cuanto se dirige a la regulación de las singulares
especies de sujetos que se agrupan bajo el nombre de Administraciones públicas, sustrayendo a
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estos sujetos singulares del Derecho común”. (García de Enterría, Eduardo y Fernández,
Tomás-Ramón: Curso de Derecho Administrativo. 14ª ed. T. I, Madrid: Thomson
Civitas, pp. 43-44).
Esta idea viene tomada de la concepción estatutaria del Derecho Administrativo propuesta por
Eduardo García de Enterría y que fue formulada originalmente en su trabajo “Verso un concetto
de Diritto Admministrativo come Diritto statutario”, en Revista Trimestrale di Diritto Pubblico,
anno X, 1960, pp. 317 y ss., trabajo posteriormente recogido en su Curso de Derecho
Administrativo (en colaboración con Tomás-Ramón Fernández), Madrid, Civitas, 1974, T. I, pp.
31 y ss., y que se mantiene en ediciones posteriores. En todo caso, la expresión ya era utilizada
en la legislación española de la primera mitad del siglo XIX, como se puede ver en la Real
orden de 15 de marzo de 1836, contenida en la legislación ultramarina española. Véase Registro
de Legislación Ultramarina y Ordenanza General de 1803, para Intendentes y Empleados de Hacienda
en Indias, La Habana, Imprenta del Gobierno y Capitanía General por S. M., 1839, T. I, p. 542,
aunque también es usada por la doctrina española más reciente, como JIMÉNEZ DE CISNEROS
CID, F. J. Los organismos autónomos en el Derecho público español: tipología y régimen jurídico,
Madrid, Instituto Nacional de Administración Pública, p. 180. En Chile el término ha sido
introducido por PANTOJA BAUZA, Rolando, Bases Generales de la Administración del Estado,
Santiago, Ediar-Conosur, 1987. Sobre la materia véase CORDERO QUINZACARA, Eduardo, La
Ley Nº 18.575 ante la Doctrina y la Jurisprudencia, a 20 años de su entrada en vigencia, en Estudios
de la Ley Orgánica Constitucional de Bases Generales de la Administración del Estado,
Santiago, Andros, 2008, pp. 9-23.
Esta situación se ha venido apreciando con mayor fuerza en nuestro Derecho a partir
de la entrada en vigencia de la LBGAE Nº 18.575. Es más, la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional le ha reconocido a esta ley una supralegalidad respecto de
otras leyes que regulan la organización y funcionamiento de las entidades que integran
la Administración del Estado.
En efecto, la regulación “básica” de los órganos que integran la Administración del Estado fue
propuesta como una forma de superar la heterogeneidad y dispersión de la legislación
administrativa vigente en Chile a fines de la década de los años sesenta. Se pensaba que una ley
con tales características podría depurar y unificar el régimen jurídico de los servicios públicos,
como lo sostuvo la Contraloría General de la República. Esta idea fue retomada por la Comisión
Nacional de Reforma Administrativa (CONARA), que en 1974 propone la dictación de una ley
básica, equivalente a una verdadera Constitución Administrativa, la cual debía ser desarrollada
a través de leyes complementarias, las que solo se limitarían a aspectos específicos. En
definitiva, esta idea se plasmó en la redacción del artículo 38 de la Constitución, tal como entró
en vigencia y que, a casi treinta años, se mantiene sin modificación. Por su parte, la redacción de
esta Ley orgánica comenzó en el año 1985, con un Mensaje del Ejecutivo en el cual se indicaban
los propósitos de la misma: “Conviene destacar que las disposiciones del proyecto han servido el
propósito del constituyente, en orden a configurar mandatos básicos o esenciales, pero destinados a
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circunscribir, de un modo efectivo, el campo de acción de la ley común”. De acuerdo a estos
antecedentes, una ley de estas características, esto es, destinada a contener mandatos básicos o
esenciales que delimiten o circunscriban el campo de acción de la ley común, debiese ser
necesariamente una ley de mayor rango o jerarquía, pues no es posible concebir otra forma de
condicionar con sus preceptos la acción del legislador común u ordinario y lograr, en definitiva,
unificar los diversos regímenes jurídicos. Por lo demás, así lo entendió la doctrina al poco
tiempo de la entrada en vigencia de este cuerpo legal y, en alguna medida, también aparece en
los primeros pronunciamientos del Tribunal Constitucional que considera a las leyes orgánicas
como textos armónicos, sistemáticos y coherentes que desarrollan los preceptos
constitucionales y que ocupan un lugar intermedio entre la Constitución y la ley común
(Sentencia Rol Nº 7, de 1981). Si bien la jurisprudencia posterior del Tribunal Constitucional ha
variado sobre este punto, esto no ha sido así respecto del sentido y función que tiene dicha ley
de bases. En esta materia ha mantenido una doctrina constante en el sentido de que toda ley
común que contenga disposiciones que no se correspondan con las establecidas en la LBGAE
Nº 18.575, necesariamente deben ser aprobadas como una modificación a dicha ley, es decir,
sujeta a un quórum más alto y al control previo obligatorio del Tribunal Constitucional. Con
esta doctrina, el referido tribunal le dio a esta ley orgánica una suerte de supralegalidad, con el
objetivo fundamental de evitar que los preceptos de la Ley de Bases Generales quedaran como
letra muerta frente a la acción del legislador común (Sentencia Rol Nº 115, de 1990). Sobre la
materia véase CORDERO QUINZACARA, Eduardo, La potestad legislativa, los tipos de ley y sus
relaciones internas en el Derecho nacional, Revista de Derecho (Valdivia), XXIII, Nº 1, 2010, pp.
131-134 y 147-150.
Sin perjuicio de lo anterior, existen diversos cuerpos legales que también establecen un
régimen común para todos los órganos y servicios públicos que integran la
Administración del Estado: en materia de procedimientos administrativos (Ley Nº
19.880); del régimen de sus funcionarios (Ley Nº 18.834); de compras públicas (Ley Nº
19.886); transparencia y publicidad (Ley Nº 20.285); control administrativo externo
(Ley Nº 10.336); sobre administración financiera (Decreto Ley Nº 1.263), entre otros
cuerpos legales.
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c) Función dogmática o científica, pues permite construir conceptos, instituciones y
categorías dogmáticas que permiten darle identidad y autonomía a esta disciplina.
Sin embargo, y a pesar de la reconocida importancia que tiene estos principios como un
factor que permite abandonar el legalismo extremo, no existe un consenso en la
doctrina sobre su naturaleza y alcance, y menos aún se puede determinar cuáles serían
cada uno de estos. Esta ambigüedad se ve agravada además por el abuso que se ha
hecho de ellos, muchas veces diluyendo el contenido de las normas positivas y
transformando el ordenamiento jurídico en conjunto de principios generales
interrelacionados entre sí, antes que en un conjunto de normas concretas. Esto plantea
una paradoja no menor, pues se considera que el progreso que experimenta nuestro
sistema jurídico viene de la mano del abandono de las garantías de previsibilidad y
certeza de la norma positiva a la resolución de los casos a partir de principios cuya
delimitación y alcance no aparece del todo definida. Y esto ha significado que nuestros
tribunales ya no resuelven casos relevantes sobre la base de normas concretas, sino que
recurren cada vez más a los principios generales dada la amplitud y flexibilidad que
entregan al momento de redactar la sentencia.
Dar un concepto no es una tarea fácil, en la medida que lleva a preguntarse qué son los
principios jurídicos o generales del Derecho, cuestión no del todo pacífica y que ha
atravesado las diversas disciplinas, llegando a la teoría general del Derecho y a la
filosofía, con posiciones que no siempre se pueden conciliar.
Sin embargo, no es posible negar que esta expresión resulta común en el mundo del
Derecho. Ha sido recogida por la doctrina, la jurisprudencia y retomada por el
legislador con inusitada fecundidad. Más aún, el Diccionario de la RAE en su última
edición nos señala que principio de derecho es una “norma no legal supletoria de ella y
constituida por doctrina o aforismos que gozan de general y constante aceptación de
jurisconsultos y tribunales”.
Ahora bien, en la medida que constituye una parte fundamental del Derecho Común
Administrativo, se deben reconocer a estos principios tres funciones normativas que
son centrales: al momento de interpretar la legislación administrativa; integrar sus
vacíos y lagunas, así como sistematizar desde el punto de vista dogmático las
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instituciones y categorías que la dan identidad y autonomía.
Por lo tanto, debemos partir analizando aquellos principios del Derecho administrativo
que se encuentran en la Carta fundamental, aunque con dos prevenciones. En primer
término, hay muchos de estos principios que reconocen una mayor cercanía con el
Derecho constitucional y que son de carácter transversal para todas las disciplinas,
como es el reconocimiento y protección de derechos fundamentales; mientras que otros
son de carácter más estructural, como ocurre con la división de los poderes del Estado.
Por tal razón, nos vamos a limitar a aquellos principios que tienen una particular
incidencia en el régimen de los órganos administrativos. En segundo término, se tiende
a dividir estos principios considerando el estadio de evolución del Estado luego de las
revoluciones liberales, y que parte con el Estado liberal de Derecho, el Estado social y el
Estado democrático, que constituyen cláusulas que aglutinan a su vez un conjunto de
principios, tal como veremos a continuación.
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Además, debemos tener presente los principios que establece la Ley Nº 18.575, Orgánica
Constitucional de Bases Generales de la Administración, al tratarse de un cuerpo normativo
que se le ha reconocido una suerte de supralegalidad formal respecto de las normas que
rigen la organización y atribuciones de los órganos administrativos, así porque sus
disposiciones y principios son de carácter general, pues resultan aplicables a toda la
Administración del Estado.
Por último, se encuentran aquellos principios que han sido reconocidos por nuestra
jurisprudencia emanada del Tribunal Constitucional, la Corte Suprema y la Contraloría
General de la República.
a) Alcance general
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Diplomado en Derecho Administrativo
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El principio de legalidad constituye uno de los dogmas más tradicionales y arraigados
de los sistemas de signo liberal democrático, habiéndose erigido en la manifestación
primera y esencial del Estado de Derecho. Es también, por ello, una de las ideas en las
que la Constitución insiste reiteradamente: tras advertir que los “órganos del Estado
deben someter su acción a la Constitución y a las normas dictadas conforme a ella” (art. 6º inc.
1º), señala que “los órganos del Estado actúan válidamente previa investidura regular de sus
integrantes, dentro de su competencia y en la forma que prescriba la ley” (art. 7º inc. 1º).
Sin embargo, tras la aparente simplicidad del significado de esta expresión se esconde
un buen número de problemas. En el caso de la Administración, la sujeción a la Ley
puede ofrecer, en efecto, interpretaciones muy diversas: dos han sido, históricamente
las fundamentales. Toda norma jurídica puede condicionar las acciones que realizan los
sujetos de Derecho en dos formas básicas y opuestas:
- En segundo lugar, por el contrario, la norma puede constituir un mero límite externo
o frontera a la libre acción del sujeto, el cual podría realizar válidamente cualesquiera
conductas sin necesidad de previa habilitación, con la única condición de que no
contradigan la norma: en este segundo régimen, llamado de vinculación negativa, todo
lo que no está prohibido por la norma se entiende, pues, permitido (permissum videtur in
omne quod non prohibitum; quae non sunt prohibita, permissae intelliguntur).
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pretexto de circunstancias extraordinarias, otra autoridad o derechos que los que expresamente
se les hayan conferido en virtud de la Constitución o las leyes.” (artículo 7 inc. 2° Const.).
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De otra, en cambio, la Administración ostenta frente a los órganos del poder judicial
un amplio abanico de privilegios y excepciones, consecuencia de su condición de poder
público, que los particulares no poseen sino de forma rigurosamente excepcional. Dos
son, pues, las vertientes que ofrece este principio de tutela judicial: de un lado, la
positiva de sumisión al control jurisdiccional (1); de otro, la negativa de los privilegios
y exenciones, configuradores de lo que ha dado en llamarse el régimen de autotutela de
la Administración (2).
- En primer lugar, se trata de una potestad jurisdiccional, esto es, atribuida a los
órganos del Poder Judicial en el Capítulo VI, aunque sin prejuzgar en modo
alguno el tipo de Jueces y Tribunales a los que la ley haya de atribuirla en
concreto: éstos podrán ser los ordinarios, como ocurre actualmente, o bien
Tribunales especializados (contencioso administrativo) en el caso que sean
creados en el futuro.
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El estudio concreto de estos poderes es, propiamente, el objeto de buena parte del
Derecho Administrativo. Aquí sólo hemos de referirnos a sus manifestaciones más
generales, de las que cabe destacar dos: en primer lugar, lo que ha dado en llamarse el
poder de autotutela de la Administración (a); en segundo lugar, las exenciones y
privilegios de que ésta disfruta en sus relaciones con los órganos del Poder Judicial (b).
El poder de autotutela
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la de los sujetos privados.
Acudiremos para ello a una exposición clásica entre nosotros: “Rige en las sociedades
actuales (históricamente no siempre fue así, como es bien sabido; el Estado actual marca el
término de una evolución) un principio al que puede llamarse de "paz jurídica" y que de modo
muy simple puede esquematizarse como sigue. Cualquier sujeto que pretenda alterar frente a
otro la situación de hecho existente (statuo quo) no puede hacerlo por propia autoridad; si el
otro sujeto no aceptase de grado esa alteración, tiene la carga de someter su pretensión a un
Tribunal, el cual la valorará desde la perspectiva del Derecho y la declarará conforme o no con
éste, dándole en el primer caso fuerza ejecutoria, esto es, una virtud especial que la hace
indiscutible y de cumplimiento forzoso para la parte obligada. A su vez, si esta resolución
ejecutoria no fuese cumplida de grado, tampoco el sujeto beneficiado con la misma podrá
imponerla a la otra parte por su propia coacción privada, sino que deberá impetrar el respaldo
coactivo mediante una segunda pretensión dirigida al Tribunal, el cual dispondrá la asistencia
de la coacción pública (única legítima) si se acredita que, en efecto, la resolución que trata de
imponerse goza de fuerza ejecutoria. La primera carga de sometimiento a un Tribunal es la
carga de un juicio declarativo; 1a segunda, la de un juicio ejecutivo” (E. GARCÍA DE
ENTERRÍA - T. R. FERNÁNDEZ, Curso de Derecho Administrativo). Así pues, la tutela
de los derechos e intereses de los particulares bien puede ser calificada de heterotutela,
por cuanto ha de llevarse a cabo normalmente a través de una declaración y ejecución
dictadas por un órgano judicial. Esta regla no es, con todo, absoluta: en determinadas
ocasiones, el sistema normativo autoriza a los sujetos privados a ejercer la autotutela,
esto es, a hacerse justicia por sí mismos. Con todo, se trata de supuestos excepcionales:
fuera de ellos, la autotutela privada es ilícita.
Comparada con la de los sujetos privados, bien puede decirse que la posición de la
Administración es justamente la opuesta. La Administración no precisa de la
colaboración judicial para hacer declaraciones de derechos que alteren per se las
situaciones jurídicas o estados posesorios (tutela declarativa), ni para ejecutar
coactivamente tales declaraciones (tutela ejecutiva): la autotutela supone que, por regla
general, puede realizar por sí misma uno y otro tipo de actividades. Dos son, pues, las
manifestaciones fundamentales de la autotutela:
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único de los que las Administraciones públicas disponen en sus relaciones con el poder
judicial (y, mediatamente, con los particulares). Junto a él, nuestro ordenamiento ha ido
acumulando una amplia batería de privilegios de una considerable eficacia y sutileza
tendientes a evitar, en unos casos, las interferencias de los órganos jurisdiccionales en
la actividad administrativa y a dificultar, en otros, las posibilidades de éxito de los
recursos entablados por los particulares. Su examen detallado corresponde a un lugar
posterior, por lo que ahora ha de bastarnos con su mera enumeración.
Por más que no quieran cargarse las tintas en la descripción de estos privilegios, habrá
de convenirse en que su eficacia acumulativa puede llegar a ser inmensa, y que puede
llevar a anular de facto la efectividad del control jurisdiccional. Se trata, sin duda, de
una de las facetas más injustificadas e impresentables de nuestro sistema jurídico
público, que clama por una revisión radical.
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privaciones singulares de que éste pueda ser objeto por parte de los poderes públicos.
Estas privaciones pueden tener lugar por dos vías principales: bien mediante la
expropiación forzosa, esto es, mediante la privación de un bien o derecho decidida de
manera voluntaria y consciente por la Administración, o bien mediante la causación de
un daño o perjuicio de modo incidental, consecuencial o no querido (p. ej., los
producidos por el atropello de un vehículo oficial).
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las cargas públicas.
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artículo 5º inciso de la Carta fundamental dispone que el ejercicio de la soberanía
reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales que emanan de la
naturaleza humana, siendo deber de los órganos del Estado respetar y promover tales
derechos, garantizados por esta Constitución, así como por los tratados internacionales
ratificados por Chile y que se encuentren vigentes. Esto permite que dichos
instrumentos tengan una particular posición en el ordenamiento jurídico chileno,
imponiendo deberes al propio legislador, dentro de los cuales se encuentra la
obligación de garantizar derechos económico sociales.
Los alcances y efectos de la cláusula del Estado Social plantean problemas frente a la
posibilidad de darle una aplicación efectiva, a diferencia de lo que sucede con los
principios y derechos propios del Estado liberal, que se traducen deberes de abstención
o no intervención en la esfera de libertad reconocida a los ciudadanos. En este caso,
estamos ante la necesidad de otorgar prestaciones y lograr la promoción social de
todos los habitantes de la nación, cuestión que resulta complejo de judicializar y se
radica más en las posibilidades efectivas que pueda tener el Estado, a través de la
Administración, de contar con los recursos para lograr dicho objetivo.
En todo caso, es posible hacer una distinción para determinación como esta cláusula
puede condicionar la acción del Estado desde un punto de vista positivo y negativo, así
como en la interpretación de las normas que deben darle los operadores jurídicos.
Ahora bien, en general se sostiene que la eficacia positiva de esta cláusula se traduce en
que la actuación de los órganos públicos sobre la realidad social y económica, están
condicionados por los alcances de la cláusula del Estado social, y particularmente para
la tender a alcanzar los objetivos sociales que el texto constitucional define
expresamente. Sin embargo, resulta complejo sostener que se trata de un deber jurídico
stricto sensu, pues su realización concreta va a estar condicionada a la capacidad
económica y tecnológica que tenga el Estado y, a su vez, la sociedad en su conjunto.
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fundamento es que en este caso “la garantía esencial que se reclama es el derecho a la vida y,
como extensión de esta, el derecho a la salud, en su etapa de reparación y el fundamento de la
afectación de ambas es la negativa de cobertura”, señalando además “un derecho no solamente
de rango constitucional, sino que elevado por tratados internacionales como el primer y
principal derecho que se reconoce a las personas y —en algunos casos— cuando se ve vulnerado
tiene el carácter de afectación de lesa humanidad, haciendo imprescriptibles ciertos hechos que
atenten contra la esencia de la dignidad o la vida del ser humano”. Aquello plantea una
discusión importante respecto de la forma como se gestionan los fondos públicos para
dar cobertura a este tipo de enfermedades, ya que no existe una partida presupuestaria
en los hospitales prestadores que permita financiar drogas de alto costo sin perjudicar
el normal funcionamiento del sistema. Por lo demás, la iniciativa en materia de gasto
público está radicada en nuestra Constitución en el Presidente de la República y se
expresa en la Ley de Presupuestos del Sector Público, que es el procedimiento que
existe en nuestro ordenamiento para resolver difícil problema de distribuir los recursos
escasos para proteger la vida y salud de los ciudadanos. Sin embargo, la Tercera Sala
de la Corte Suprema ha ido aumentando los pronunciamientos favorables para los
pacientes, de 2 el 2016 a 13 en 2018, con un costo fiscal aproximado de US$ 3,5
millones.
La Constitución establece que todos los órganos del Estado deben someter su acción a
la Constitución y a las normas dictadas conforme a ellas (artículo 6º). En tal sentido,
dispone que sus preceptos no sólo obligan a los titulares o integrantes de dichos
órganos, sino que a toda persona, institución o grupo. De los varios efectos que
produce esta disposición, destaca aquél vinculado al campo de la interpretación y
aplicación del Derecho donde la cláusula cobra un mayor sentido y efectividad:
- En primer lugar, la cláusula de Estado social implica que todo operador jurídico
tiene el deber de interpretar y aplicar las normas de acuerdo con la misma. Aquello
es consecuencia del principio de interpretación conforme a la Constitución, es decir,
de los diversos alcances que se puede dar una norma, debe preferirse aquella que
guarde mayor conformidad con los preceptos de la Carta fundamental, incluida las
normas de contenido económico y social para garantizar la integración armónica de
todos los sectores de la nación y la igualdad de oportunidades.
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fortalecimiento de la regionalización del país y el desarrollo equitativo y solidario entre las
regiones, provincias y comunas del territorio nacional” (artículo 3º inciso final).
Por tal razón, existe una clara opción constitucional en orden a favorecer una
Administración desconcentrada y descentralizada, atenuando los efectos del modelo
unitario centralizado, muchas veces ensombrecido por el sesgo del autoritarismo y la
poca participación de la comunidad local.
a) La probidad administrativa
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existencia y vigencia de este principio en numerosos dictámenes. Así tempranamente
se vinculan los deberes morales y la probidad administrativa, a propósito del acceso a
documentos que no tienen carácter reservado5, al desarrollo de actividades económicas
privadas por parte de funcionarios 6 , o sobre la prohibición de financiar folletos de
divulgación sindical con fondos privados7. De esta forma, el Ente contralor afirmará
que el principio de probidad administrativa debe guiar todas las actividades que
realicen los servidores de la Administración pública y que informa las normas
estatutarias de los funcionarios.8
Su consagración positiva sólo tiene lugar en el año 1986, con la entrada en vigencia de
la LOC Nº 18.575. Este cuerpo legal estableció un conjunto de principios y normas
comunes a todos los órganos y servicios públicos que forman parte de la
Administración del Estado. En su artículo 7º se dispuso lo siguiente: “Los funcionarios
de la Administración del Estado estarán afectos a un régimen jerarquizado y disciplinado.
Deberán cumplir fiel y esmeradamente sus obligaciones para con el servicio, obedecer las órdenes
que les imparta el superior jerárquico y observar estrictamente el principio de probidad
administrativa, que implica una conducta funcionaria moralmente intachable y una entrega
honesta y leal al desempeño de su cargo, con preeminencia del interés público sobre el privado”.
Ahora bien, como resultado del trabajo realizado por la Comisión Nacional de Ética
Pública sobre la Probidad Pública, surgieron una serie de propuestas en materia de
probidad, transparencia y responsabilidad ética, que sirvieron de base al Mensaje
Presidencial que dio inicio a la tramitación del proyecto de ley sobre probidad
administrativa aplicable a los órganos de la Administración del Estado 11 , y que se
materializó en la Ley Nº 19.653, de 14 de diciembre de 1999.
DFL Nº 1 de 1968 (G), sobre Estatuto del Personal de las Fuerzas Armadas.
10 Decreto con Fuerza de Ley Nº 1, de 1997, que establece el Estatuto del Personal de las Fuerzas
Armadas.
11 Mensaje Nº 392-330, de 12 de enero de 1995.
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intermedios de la sociedad para cumplir sus propios fines específicos, respetando el derecho de
las personas para realizar cualquier actividad económica, en conformidad con la Constitución
Política y las leyes” (artículo 3º inciso 2).
Además, incorpora un artículo 11 bis, actual artículo 13, en el cual se dispone que “Los
funcionarios de la Administración del Estado deberán observar el principio de probidad
administrativa y, en particular, las normas legales generales y especiales que lo regulan”, para
incorporar un Título III que tiene como encabezado “De la probidad administrativa”, y
en la cual establecen reglas generales, se regulan las inhabilidades e incompatibilidades
administrativas, la declaración de intereses, y la responsabilidad y las sanciones. En
este caso, el artículo 54 inciso segundo –actual artículo 52– reproduce el concepto de
probidad contenido originalmente en el artículo 7º: “El principio de la probidad
administrativa consiste en observar una conducta funcionaria intachable y un desempeño
honesto y leal de la función o cargo, con preeminencia del interés general sobre el particular”.
Es importante destacar que esta modificación establece normas más precisas respecto
del contenido y alcance del principio de probidad, así como a las autoridades y
funcionarios que les resulta expresamente vinculante, relacionándolos con elementos
como los medios de actuación, la gestión eficiente y eficaz, el carácter razonable e
imparcial de las decisiones, la integridad ética, etc.
Dada la importancia que fue adquiriendo el principio de probidad, aquél fue reconocido
a nivel constitucional a través de la Ley Nº 20.050, del año 2005, por la cual se
incorporó un nuevo artículo 8º, estableciendo que: “El ejercicio de las funciones públicas
obliga a sus titulares a dar estricto cumplimiento al principio de probidad en todas sus
actuaciones”. Así este principio se extiende y proyecta a todos los órganos del Estado y
ya no queda restringido al ámbito de los órganos que integran la Administración
pública. Además, se dejó en claro que este deber comprende a todas las personas que
ejercen funciones públicas, tal como quedó reflejado en la discusión parlamentaria que
tuvo lugar durante dicha reforma.12
Como bien se ha señalado “el principio de probidad pasó de tener un mero significado
jurisprudencial –que en definitiva se limitaba a identificar conductas que transgredían o
podían transgredirlo–, basado en la idea de deberes morales que establecía el antiguo Estatuto
Administrativo, a un reconocimiento legal, primero en la ley N° 18.575, luego en la ley N°
18.834 y por último como máxima aplicable a todos los Órganos de la Administración del
Estado y, consecuentemente a todos sus funcionarios, cualquiera que fuera la posición que en ella
ocuparan, para por último, ser instaurado como precepto constitucional exigible, y fiscalizable, a
todos quienes desempeñen una función pública, con independencia de cuál sea esa labor, es decir,
en una concepción amplia además de vinculante”.13
12 Historia de la Ley Nº 20.050, Santiago, Biblioteca del Congreso Nacional, pp. 140-151.
13 PALLAVICINI (2013), p. 125.
14 Según una descripción de la Comisión Económica y Social para Asia Pacífico, órgano dependiente del
ECOSOC de Naciones Unidas, el buen gobierno posee ocho características principales: es participativo,
se orienta al consenso, es responsable, transparente, tiene capacidad de respuesta, es efectivo y eficiente,
equitativo, inclusivo y cumple con el Estado de Derecho. Esto asegura que la corrupción es minimizada,
que las voces de las minorías son tomadas en cuenta y que las voces de los más vulnerables en la
sociedad son escuchadas en los procesos de toma de decisiones. Tiene también capacidad de respuesta
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todo aquel que desempeñe una función pública en orden a actuar de modo recto y a
otorgar siempre primacía al interés general por sobre cualquier consideración propia
del interés particular.
para las necesidades presentes y futuras de la sociedad. Véase UNITED NATIONS, ECONOMIC AND SOCIAL
COMMISSION FOR ASIA AND THE PACIFIC (2009): “What is Good Governance”.
15 La LOC Nº 18.575 establece en su artículo 64 un listado de conductas que contravienen
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pública16; (d) la declaración de patrimonio, para determinar un incremento injusto del
mismo por el ejercicio de un cargo público 17; (e) inhabilidades e incompatibilidades
establecidas por la ley, ya sea para desempeñar funciones en un cargo público, como
causal de cesación del mismo o mediante una prohibición para desarrollar de forma
simultánea ciertas actividades18; y (f) la regulación del lobby o cabildeo que se ejerce
sobre las autoridades públicas.19
Por su parte, los mecanismos represivos son aquellos que tienen por finalidad castigar
conductas que se consideran contrarias a la probidad y que se traducen en (a) la
cesación en el cargo público; (b) hacer efectiva la responsabilidad administrativa; (c)
reparar el daño patrimonial ocasionado al servicio haciendo efectiva la responsabilidad
civil; y (d) aplicando las sanciones más graves mediante la responsabilidad penal.
En primer término, debemos tener presente que estos vocablos designan la vertiente
objetiva y subjetiva de una idea de alcance más general: la objetividad a la
Administración en abstracto, y la imparcialidad a los funcionarios públicos en particular.
En primer término, no resulta posible sostener que la Administración sea una entidad
imparcial al momento de actual, ya que por definición y en razón de la función que debe
cumplir, sus actos deben estar orientados a satisfacer los intereses generales en todo
ámbito (seguridad y salubridad pública, medio ambiente, urbanismo, derechos de los
16 La declaración de intereses estaba regulada originalmente en el párrafo 3º del Título III de la LOC N°
18.575. Actualmente su regulación se encuentra en el Capítulo 1º de la Ley Nº 20.880.
17 La declaración de intereses estaba regulada originalmente en los artículos 60A a 60D de la LOC N°
autoridades y funcionarios.
20 Artículo 3 de la Constitución Política de la República.
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consumidores, etc.). De esta forma, su posición es claramente parcial: garantizar
intereses generales, pero de forma objetiva.
Por tal razón, es importante distinguir la posición institucional que tiene la Administración,
que tendrá siempre un interés general que defender y garantizar, frente a la posición de
las autoridades y funcionarios, que en su actual deben evitar cualquier situación que le
reste imparcialidad en al actuar, especialmente en los denominados conflicto de interés,
lo cual desarrolla bajo la particular denominación de “principio de abstención” el
artículo 12 de la LBPA.
21 SANTAMARÍA PASTOR, Juan Alfonso, Principios de Derecho Administrativo, 2ª ed. Madrid, Iustel, 2009,
p. 83.
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aplicación de la ley22. Si bien puede resultar compleja la distinción, lo cierto es que la
imparcialidad opera como un mecanismo preventivo que —como señala GARCÍA
COSTA— tiene por finalidad garantizar y proteger la buena imagen de la
Administración, necesaria para recabar la confianza misma de los administrados. Así, el
funcionario tiene la obligación de interpretar y aplicar la ley sin que exista en dicha
labor ningún interés o fin personal alguno 23 o, dicho en otros términos, no debe
otorgar preferencias o disfavores a unas u otras personas, que no se encuentren
amparadas en normas concretas.
Sin embargo, con la Ley Nº 19.653 se estableció con mayor precisión el alcance del principio
de imparcialidad vinculado con la probidad, al establecer en el actual artículo 62 Nº 6 los
supuestos que darían lugar a su infracción: “Artículo 62.— Contravienen especialmente el principio
de la probidad administrativa, las siguientes conductas: […] 6. Intervenir, en razón de las funciones,
en asuntos en que se tenga interés personal o en que lo tengan el cónyuge, hijos, adoptados o parientes
hasta el tercer grado de consanguinidad y segundo de afinidad inclusive. Asimismo, participar en
decisiones en que exista cualquier circunstancia que le reste imparcialidad. Las autoridades y
funcionarios deberán abstenerse de participar en estos asuntos, debiendo poner en conocimiento de su
22 Ídem.
23 GARCÍA COSTA, Francisco Manuel, Delimitación conceptual del principio de objetividad: objetividad,
neutralidad e imparcialidad, en Revista Documentación Administrativa, 289, enero-abril 2011, pp. 31-32.
24 Dictámenes Nºs 30.504, de 1998 y 761, de 1999.
25 Dictámenes Nºs. 23.372, de 1982, 29.151, de 1992, 25.141, de 1993 y 5.709, de 1994.
26 Dictamen Nº 25.936, de 1982.
27 Dictámenes Nºs. 13.651, de 2006, y 33.487, de 2008. En dictamen Nº 781, de 1999, se señala que
“[…] aunque no existe norma legal o reglamentaria que en relación con el proceso calificatorio de los académicos
de la Universidad de Chile contemple causales de inhabilitación o recusación respecto de los integrantes de las
comisiones que en el intervienen, en resguardo de la objetividad e imparcialidad que, en general, debe imperar en
los procesos calificatorios, ante una situación como la ahora analizada, en que existe constancia previa de la
opinión que a los integrantes de las comisiones referidas les merece la actividad de un académico sujeto a su
evaluación, corresponde que el miembro de la Comisión Calificadora o informante, en su caso, se abstenga de
participar en los acuerdos que esos órganos adopten respecto del funcionario ocurrente”.
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superior jerárquico la implicancia que les afecta”. De esta forma, el legislador consideró que
cualquier circunstancia que le reste imparcialidad a un funcionario, necesariamente lo obliga a
abstenerse de intervenir. En este caso, además se hace cargo expresamente de una de estas
causales, como es la existencia de un interés personal o de los parientes cercanos en los
asuntos que debe intervenir en razón de sus funciones. Por lo tanto, las causales de abstención
son de numerus apertus, es decir, no hay una enumeración taxativa de las mismas. Por su parte,
Contraloría ha aplicado esta norma con carácter general, haciéndola aplicable a todas las
actuaciones y procedimientos de la Administración, conforme al criterio que ya había
establecido en su jurisprudencia.28
El tema de acceso a la información pública es una materia que ha generado una antigua
preocupación por la doctrina29, especialmente por la imposibilidad de poder conocer
cuáles son los antecedentes y documentos sobre los cuales la autoridad ha adoptado
una determinación, muchos de los cuales tampoco se expresaban en sus resoluciones
finales, afectando el derecho a la defensa y de acceso a sus fundamentos.
Sobre la materia, se aplicó durante largo tiempo el Decreto Supremo Nº 291, del
Ministerio del Interior, de 1974, que fija normas para la elaboración de documentos,
clasificando los documentos u oficios en tres categorías, indicando: Los de carácter
“Secreto” serán conocidos sólo por las autoridades o personas a las cuales vayan
dirigidos y por quienes deban intervenir en su estudio o resolución; os de carácter
“Reservado” serán los que traten de materias que, atendida su naturaleza, deban ser
conocidas únicamente en el ámbito del departamento, sección u oficina a que sean
remitidos, y los de carácter “Ordinario” serán aquellos que pueden ser de dominio
público y abarcarán la correspondencia no comprendida en los dos primeros números.
De esta forma, el acceso a la información quedaba entregado a la discrecionalidad de la
autoridad, quien podría declarar que un documento era secreto o reservado, sin dar
mayor fundamentación.
28 Dictamen Nº 17.701, de 2008. En este caso se señala lo siguiente: “[…] la imparcialidad de la autoridad
llamada a intervenir en la evaluación de un funcionario, es un elemento esencial para garantizar la transparencia
y objetividad de un proceso calificatorio, y si bien la normativa que rige la materia no contempla causales de
inhabilidad o recusación respecto de los intervinientes en él, lo cierto es que el artículo 62, N° 6, de la ley N°
18.575, Orgánica Constitucional de Bases Generales de la Administración del Estado, en armonía con lo dispuesto
en el artículo 12 de la ley N° 19.880, que establece las bases del procedimiento administrativo que rige los actos de
los órganos de la Administración del Estado, obliga a los funcionarios a inhibirse de actuar cuando se configure
una situación que les reste imparcialidad”.
29 MENDOZA, Ramiro (1996): Notas sobre el acceso a la documentación administrativa (acerca de la
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El tema fue objeto de un debate intenso en la CENC, pero al final no se consagró
norma alguna a este respecto en la Constitución30. A su vez, la Contraloría sostuvo que
“los servicios publicos no estan obligados a proporcionar informacion a particulares o
suministrarles los documentos o copias que les soliciten, si no les afectan directamente o no se
vinculan con situaciones facticas concretas en que deben intervenir” (Dictámenes Nos. 20.087,
de 1989; 13.272, de 1990; 41.334, de 1996 y 28.740 de 1997).
En 1994 se creó una Comisión de Nacional de Ética Pública, en el cual se sostuvo -en
su informe final- que: “la cultura política debe jugar un papel fundamental en la difusión del
principio de transparencia. Es un hecho que existe un arraigo social al secreto, el silencio y la
elusión. De este hecho derivan, además, las tendencias generalizadas a darle un valor relativo a
la veracidad y a desechar la denuncia de las conductas corruptas. En este sentido, la Comisión
estima que aun cuando se apliquen reformas al sistema jurídico y se perfeccionen disposiciones
legales para ampliar y promover la transparencia, son los cambios culturales y la renovación
moral los verdaderos artífises de su arraigo y vigencia en el cuerpo social y político”.
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positiva del Estado de suministrarla, de forma tal que la persona pueda tener acceso a conocer
esa información o reciba una respuesta fundamentada cuando por algún motivo permitido por
la Convención el Estado pueda limitar el acceso a la misma para el caso concreto. Dicha
información debe ser entregada sin necesidad de acreditar un interés directo para su obtención o
una afectación personal, salvo en los casos en que se aplique una legítima restricción. Su entrega
a una persona puede permitir a su vez que ésta circule en la sociedad de manera que pueda
conocerla, acceder a ella y valorarla. De esta forma, el derecho a la libertad de pensamiento y de
expresión contempla la protección del derecho de acceso a la información bajo el control del
Estado, el cual también contiene de manera clara las dos dimensiones, individual y social, del
derecho a la libertad de pensamiento y de expresión,las cuales deben ser garantizadas por el
Estado de forma simultánea”. En definitiva, la Corte reconoce que la Convención
contempla y reconoce el derecho de acceso a la información.
Este cuerpo legal regula el derecho de acceso a la información respecto de todos los
órganos del Estado. Sin embargo, hace algunas distinciones en su régimen juríco:
ii. Luego, los otros poderes públicos tienen una regulación particular, como el
Congreso Nacional (artículo sexto) y el Poder Judicial (artículo octavo), y
En este caso, sólo haremos una breve revisión del régimen general aplicable a la
Administración del Estado.
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Eduardo Cordero Q.
El Consejo para la Transparencia
Uno de los ejes centrales de esta nueva institucionalidad ha sido la creción del Consejo
para la Transparencia, que es una corporación autónoma de derecho público, con
personalidad jurídica y patrimonio propio. Su objeto es promover la transparencia de la
función pública, fiscalizar el cumplimiento de las normas sobre transparencia y
publicidad de la información de los órganos de la Administración del Estado, y
garantizar el derecho de acceso a la información. En tal sentido, se le reconocen como
principales atribuciones:
- Fiscalizar el cumplimiento de las disposiciones de esta ley y aplicar las
sanciones en caso de infracción a ellas.
- Resolver, fundadamente, los reclamos por denegación de acceso a la
información que le sean formulados de conformidad a esta ley, y
- Promover la transparencia de la función pública, la publicidad de la información
de los órganos de la Administración del Estado, y el derecho de acceso a la
información, por cualquier medio de publicación.
La transparencia activa
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Diplomado en Derecho Administrativo
Eduardo Cordero Q.
k) La información sobre el presupuesto asignado, así como los informes
sobre su ejecución, en los términos previstos en la respectiva Ley de
Presupuestos de cada año.
l) Los resultados de las auditorías al ejercicio presupuestario del
respectivo órgano y, en su caso, las aclaraciones que procedan.
m) Todas las entidades en que tengan participación, representación e
intervención, cualquiera sea su naturaleza y el fundamento normativo
que la justifica.
En este caso, corresponde al Consejo fiscalizar el cumplimiento de esta obligación y de
aplicar sanciones en caso de incumplimiento, mediante multas que pueden ir de un 20%
a 50% de las remuneraciones del infractor (artículo 47).
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Eduardo Cordero Q.
permanente, y las resoluciones que recaigan en solicitudes de acceso a la
información son reclamables ante un órgano externo.
j) Principio de la responsabilidad, conforme al cual el incumplimiento de las
obligaciones que esta ley impone a los órganos de la Administración del
Estado, origina responsabilidades y da lugar a las sanciones que establece
esta ley.
k) Principio de gratuidad, de acuerdo al cual el acceso a la información de los
órganos de la Administración es gratuito, sin perjuicio de lo establecido en
esta ley.
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Eduardo Cordero Q.
requerida, fundados en la causal contemplada en el artículo 21 número 1º de
esta ley (artículo 28 inciso 2º). Con todo, si bien, en contra de la resolución de la
Corte de Apelaciones no procede recurso alguno, en la práctica se ha hecho
habitual la interposición del recurso de queja ante la Corte Suprema, conforme
al artículo 545 del Código Orgánico de Tribunales.
Uno de los principales forjadores de este principio, Eduardo Soto Kloss, sostiene que
“se trata de un "deber jurídico" que la Constitución impone al Estado, en razón de su finalidad
y del carácter accidental e instrumental que posee, concebido éste -además- de un modo
específico, como medio de perfeccionamiento de las personas”31, toda vez que, por una parte,
el actor principal es “la persona humana” y su primacía, por tratarse de un ser
substancial y trascendente, y, por otra, está presente la idea de autoridad/servicio a la
persona, considerada como una “función”, esto es, una actividad finalizada, en beneficio
de otros.
31 Soto Kloss, Eduardo, “La servicialidad del Estado, base esencial de la institucionalidad”, en Revista de
Derecho Público, Nos. 57/58, Enero – Diciembre de 1995, XXVI Jornadas de Derecho Público, “La
servicialidad del Estado”, (Tomo I), Publicación del Departamento de Derecho Público, Facultad de
Derecho, Universidad de Chile, p. 20.
32 Soto Kloss, Eduardo, “Derecho Administrativo, Bases Fundamentales”, Tomo II, El principio de
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Diplomado en Derecho Administrativo
Eduardo Cordero Q.
Este principio de subsidiariedad tiene una dimensión negativa para el Estado: no debe
intervenir en las actividades de las sociedades intermedias cuando desarrollan su
actividad y fines real y eficazmente dentro del bien común; por su dimensión positiva,
implica una protección de las sociedades o grupos intermedios menores frente a los
mayores, como asimismo un derecho de intervenir del Estado, cuando las sociedades
intermedias no sean capaces de realizar su actividad real o eficazmente o cuando ellas
atenten contra el bien común. En tales casos, el Estado debe suplir su tarea,
removiendo los obstáculos y restableciendo, una vez superados estos últimos, la
autonomía de las sociedades intermedias afectadas34.
Si bien no hay una norma expresa que la consagra, los autores sostienen que la
subsidiariedad se encuentra establecida en el Capítulo I, “Bases de la Institucionalidad”,
concretamente en el inc. 3º del artículo 1° que establece que “El Estado reconoce y
ampara a los grupos intermedios a través de los cuales se organiza y estructura la sociedad y les
garantiza la adecuada autonomía para cumplir sus propios fines específicos”. A lo anterior
también se agrega el principio de primacía de la persona, la servicialidad del Estado y
su deber de “resguardar la seguridad nacional, dar protección a la población y a la familia,
propender al fortalecimiento de ésta, promover la integración armónica de todos los sectores de
la Nación y asegurar el derecho de las personas a participar con igualdad de oportunidades en
la vida nacional” (inc. 5º art. 1º), entroncando finalmente con el derecho que se reconoce
a toda persona para desarrollar cualquier actividad económica lícita y el carácter
excepcional de la actividad empresarial del Estado (art. 19 Nº 21).
Estrechamente vinculado a este principio, se debe tener presente la Ley Nº 18.971 que
establece el denominado “amparo económico”, que ha tenido como principal objetivo
controlar la actividad empresarial del Estado ante la ausencia de una habilitación legal
previa mediante ley de quórum calificado.
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Eduardo Cordero Q.
Derecho Alemán, siendo reconocida posteriormente por la Unión Europea y
reconocida en la legislación positiva de países como España.
Junto con ello, la confianza legítima también se puede exigir respecto de la aplicación
de un determinado criterio interpretativo. En este sentido, Alejandro Nieto sostiene
que, aunque el Estado puede exigir el cumplimiento de una norma, pero demuestra
cierta tolerancia para exigirlo, la cual, una vez que se ha generalizado y consolidado en
el tiempo, crea en el ciudadano expectativas basadas en la confianza en que la
Administración vaya a seguir actuando así. Por tanto, si cambia de criterio, ha de
hacerlo también con carácter generalizado y no para casos aislados y, además, con
advertencia. Por ello señala que no cabe la “[…] derogación singular de un criterio
36 PANTOJA, Rolando (1998): Organización Administrativa del Estado (Santiago, Jurídica de Chile), p. 168.
37 CORDERO VEGA, Luis (2915): Lecciones de Derecho Administrativo (Santiago, Thomson Reuters), p. 307.
38 Dictamen Nº 1.008, de 2011. En igual sentido dictámenes Nºs. 2.936, de 2001; 29.192-2006; 33.451-
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generalizado de oportunidad sobre el ejercicio de la potestad sancionadora” o, lo que es lo
mismo, “[…] la Administración puede, o no, sancionar el incumplimiento de órdenes o
prohibiciones, pero siempre con carácter general, no singular.”43
43 NIETO (1993), pp. 32 y 33.
44 Dictamen Nº 1.008, de 2011. En igual sentido dictámenes Nºs. 2.936, de 2001; 29.192-2006; 33.451-
2006; 16.238, de 2007, y 56.001, de 2010, entre otros.
45 Sentencia Corte Suprema Rol N° 15561-2017, de 27 de diciembre de 2017, que sostienen: “[…] un
acto administrativo ilegal no puede generar un derecho adquirido para el solicitante, máxime si, como en el caso de
autos, se trata de un acto de autorización que tal funcionario puede otorgar sólo si aquel se conforma con la
normativa urbanística”.
46 Dictamen N° 20.094, de 2017.
47 Sentencia Corte Suprema Rol Nº 28.422-2016, de 11 de enero 2017, considerando 7º.
48 V. gr. dictamen N° 31.076, de 2019. También Sentencia Corte Suprema Rol Nº 20.821-2018, de 27 de
diciembre de 2018.
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que un motivo específico justifique un cambio de criterio, en cuyo caso deberá
fundamentarlo debidamente.49
Si bien no existe ninguna norma que haga referencia expresa esta obligación 50 , se
desprende de principios ampliamente aceptado por nuestra doctrina y jurisprudencia.
Además, se sustenta en la obligación que tiene la Administración de motivar sus actos,
fundamentalmente para evitar la arbitrariedad de los mismos, porque si bien, es
absolutamente legítimo que el órgano adopte decisiones diferentes, ya que el
precedente no la vincula, es preciso que justifique dicha determinación si se distancia
sustancialmente de actos previos en que consecutivamente había venido adoptado una
determinada resolución, esto es, la autoridad debe motivar sus cambios de criterio. Por
lo demás, la Administración siempre debe adoptar la opción normativa más adecuada a
cada situación fáctica.
Bajo tal contexto, la autoridad tendrá que revisar la coherencia sostenida en casos más
o menos similares, sea que se trate del mismo sector o un ámbito de referencia similar,
procurando adoptar su decisión en base a criterios más o menos asentados (semejanza
entre un caso resuelto y el que debe resolver).
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hipótesis donde la decisión de un caso concreto tiene poder preceptivo y obligatorio para un
grupo de destinatarios, además del propio autor del precedente respecto de sus decisiones futuras,
lo que lo transforma en una fuente formal de Derecho Administrativo. Del primer caso son las
decisiones de las autoridades administrativas en general y del segundo el emblemático, en
nuestro país, es la potestad dictaminante de la Contraloría, porque se transforma la
jurisprudencia administrativa en norma y vincula a destinatarios que no formaron parte de la
decisión”.54
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el legislador. De esta forma, comienza la tendencia de fundar la prohibición de exceso
en el ejercicio de los poderes públicos en diversos preceptos de la Carta Constitucional,
respecto todo órgano estatal, como resguardo y garantía de los derechos
fundamentales, como sucede en Alemania60, Francia61, España y Chile.
Ahora bien, ya sea que se adopte desde el Derecho administrativo –en donde encuentra
su origen–, del Derecho penal o del Derecho constitucional, no cabe duda que la
proporcionalidad constituye un principio general que necesariamente se impone
respecto del ejercicio de poderes que se atribuyen a los órganos administrativos, que
estarán sujetos a esta prohibición de exceso en el ejercicio de sus atribuciones, pues se
debe determinar si la medida adoptada es necesaria, resulta idónea para el fin que se
pretende alcanzar y es proporcional en sentido estricto respecto del derecho
constitucional que se verá afectado.
60 Su reconocimiento por parte del Tribunal Constitucional Federal Alemán ocurre en 1968, cuyo
fundamento se deriva del principio constitucional de Estado de Derecho. Véase KLUTH (1998), p. 220.
61 CARPENTIER (2009), p. 135.
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