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Kepler Johannes - El Secreto Del Universo
Kepler Johannes - El Secreto Del Universo
KEPLER
El secreto
del universo
A llp r a
Titulo original:
Prodromus Dissertationum Cosmographicarum continens
Mysterium Cosmographicum
Título en castellano:
Pródromo de consideraciones cosmográficas conteniendo
el secreto del universo
C apítu lo II. E s q u e m a d e l a d e m o s t r a c i ó n f u n d a
m e n t a l ................................................................................................. 92
Notas del autor...................................... ....................................... 100
Capítulo III. Q u e e s t o s c i n c o c u e r p o s se c l a s if ic a n e n
DOS TIPOS: Y QUE LA TIERRA HA SIDO UBICADA CORREC
TAMENTE........................................................................................................... 104
Capítulo IV. ¿P o r q u é r o d e a n a l a T ie r r a t r e s c u e r p o s
MIENTRAS ELLA RODEA A LOS OTROS DOS ? .............................. 106
Capítulo V II. S o b r e e l o r d e n y p r o p ie d a d e s d e l o s s ó
l id o s SECUNDARIOS........................................................................ 112
Capítulo VIII. Q u e e l o c t a e d r o e st á e n t r e V e n u s y
M e r c u r i o ........................................................... .......................... . 114
N otas del autor.............................................................................. 115
Capítulo IX. D is t r ib u c ió n d e s ó l id o s e n t r e l o s p l a n e
ta s;ATRIBUCIÓN DE PROPIEDADES; DEMOSTRACIÓN DEL
PARENTESCO MUTUO ENTRE LOS PLANETAS A PARTIR DE
LOS SÓLIDOS......................................................................................... 116
Notas del autor.............................................................. ................ 119
Capítulo X I. S o b r e e l l u g a r d e l o s s ó l id o s y e l o r ig e n
d e l z o d ía c o ...................................................................................... 123
Notas del autor.............................................................................. 125
Capítulo XII. L a DIVISIÓN DEL ZODÍACO Y LOS ASPECTOS.. 131
Notas del autor.............................................................................. 136
Capítulo XIII. S o b r e e l c á l c u l o d e l o s o r b e s in s c r it o s
Y CIRCUNSCRITOS EN LOS SÓLIDOS............................................. 148
Notas del autor.............................................................................. 152
Capítulo XIV. O b je t iv o p r in c ip a l d e l l ib r o y p r u e b a
ASTRONÓMICA DE QUE ESTOS CINCO CUERPOS SE HALLAN
SITUADOS ENTRE LOS ORBES.......................................................... 153
Notas del autor.............................................................................. 157
Capítulo XV. C o r r e c c ió n d e d is t a n c ia s y v a r ia c ió n
DE PROSTAFÉRESIS............................................................................. 158
Notas del autor.............................................................................. 163
Capítulo XVI. P e c u l ia r c o m e n t a r io so b r e l a l u n a y
SOBRE LA MATERIA DE LOS CUERPOS Y DE LOS ORBES.......... 164
Notas del áutor.............................................................................. 166
Capítulo X X . C u a l s e a l a p r o p o r c ió n d e l o s m o v im ie n
t o s a l o s o r b e s ....................................... :........................ .............. 191
N otas del autor.............................................. ............................... 196
Capítulo X X III.
SOBRE EL PRINCIPIO Y EL FIN DEL MUNDO
ASTRONÓMICOS Y SOBRE EL AÑO PLATÓNICO................ ........ 213
N otas del autor.................................................................. ........... 215
1. Años dé aprendizaje
N o es el de Johannes Kepler un nombre desconocido para el
público en general y tampoco lo es la importancia de su aportación
a la ciencia, producida precisamente en uno de los momentos fun
dacionales más apasionantés de la historia del pensamiento humano.
Lo que resulta aparentemente extraño es que ae su amplia y variada
producción apenas nada1 haya sido trasladado (que sepamos) a nues
tro idioma, salvo a través de referencias de terceros o de síntesis
históricas del carácter que suelen éstas revestir en los artículos de
grandes enciclopedias o en los capítulos destinados al tema por au
tores de manuales más o menos extensos de historia general o, in
cluso, especial de ciertas ciencias. Y es que, mientras pudo ser per
tinente su presencia entre los libros de nuestros estudiantes, su nom
bre andaba por el índice de Libros Prohibidos, sometido a la escru
pulosa interdicción de la Ley Divina y humana (cosa esta que ilustra
un poco más la miserable condición de las «ciencias» que formulan
4 Se conservan los correspondientes a 1597, 1598 y 1599 (de los hechos en Graz).
Cfr. S u t t e r , B .: Johannes Kepler, 1571-1971. Graz, 1975, págs. 209-373.
tivo sobre fenómenos meteorológicos como los eclipses, o los ciclos
lunares, matemáticamente computables, se extendía a otros como las
lluvias, las tormentas, los terremotos, las nevadas, las cosechas, las
epidemias, las guerras, las invasiones turcas, etc. La base de estas
predicciones era astrológica, aunque el buen sentido del pronostica-
dor y ciertos indicios aceptados pudieran mejorar la predicción, prin
cipalmente ayudándose ae redacciones ambiguas. El caso, no obs
tante, era ofrecer una predicción apoyada en el estado de cosas que
la disposición de los astros pudiera sugerir, para cada año. Y esta
disposición sólo se podía conocer mediante la astronomía, y por ello
esta ciencia, junto con la matemática, eran conjuntamente ciencias
básicas para la astrología. Kepler aplicó sus conocimientos de astro
nomía y matemáticas a la confección de los Pronósticos, sin descar
tar las influencias astrales, de cuya realidad no tenía mayores dudas,
aunque las tenía todas sobre la posibilidad de codificar causalmente
esos influjos astrales. Como consecuencia, sus Pronósticos astroló
gicos se mueven entre la convicción de que la naturaleza es una y
por tanto toda ella se halla en interdependencia operativa y la con
vicción de que ninguna ley astrológica es una ley causal estricta, con
lo cual hay que descartar de los Pronósticos cualquier forma de
certeza semejante a las certezas de las ciencias matemáticas 5. Y, aun
que su cargo de «mathematicus» llevaba aparejada la obligación (y
también la remuneración) de hacer calendarios anuales, desde el pri
mero mostró su desconfianza en las técnicas predictivas que se veía
en la necesidad de utilizar. N o obstante, acertó en su predicción de
grandes fríos y de la invasión turca para 1595, cosa que le dio un
prestigio del que andaba muy necesitado en sus circunstancias.
Su otra obligación era la de profesor de matemáticas y astrono
mía en la escuela (Stiftsschule) protestante de nobles de la ciudad.
Pero no resultaban muy atractivas estas materias a los jóvenes nobles
y burgueses de Graz, a juzgar por el escaso número de ellos que se
matricularon el primer año, número que en el segundo año descen
dió a cero. Kepler es destinado a otras materias como la retórica,
3. El Mysterium Cosmographicum
6 Esta correspondencia se halla en G.W . 13, n ° 21 y ss. M. Caspar toma citas sin
dar las referencias, pero al estar ordenadas por fechas, seguiremos desde ahora refi
riéndonos a ella sólo con la fecha.
al castillo de Stuttgart donde pasó gran parte de este tiempo. El
proyecto resultó un fracaso y Kepler sólo pudo dejar una maqueta
en madera y papel. Pero, a la vez, tuvo tiempo para entrevistarse
con Maestlin y, con su ayuda, ajustar los cálculos tanto como fue
posible, lograr la licencia universitaria para la publicación de su li
bro, acordar con Gruppenbach los términos de la publicación y de
jar a Maestlin como supervisor de la misma. De paso redactó su
primera dedicatoria a los Nobles y diputados de Estiria, qué acep
taron de buen grado el patronazgo sobre una obra aparentemente
bienquista del Duque y ae la Universidad de Tubinga. Kepler salvó
con ello su larga ausencia (concedida inicialmente para dos meses,
aunque fue de siete) y recibió una generosa gratificación de 250
gulden, que cobró justo al tiempo de su salida de Graz hacia Praga
en 1600. Podemos considerar que el libro comienza a tener su forma
final durante el otoño de 1596 en la imprenta de Gruppenbach, bajo
la diligente vigilancia y continuas correcciones de Maestlin, mientras
Kepler en Graz negocia su matrimonio con una joven rica y doble
mente viuda, Barbara Müller, de veintitrés años, agraciada y regor-
deta, con quien adquirió un compromiso antes de su viaje a Suabia
y que ahora se resiste a hacer bueno el padre de la novia. Era éste
Jobst Müller, un negociante con humos de nobleza, que vivía en la
mansión de Mühlecfc, en el lugar de Góssendorf, al sur de Graz y
que quería ingresar en las filas de la nobleza, aunque fuese por la
indirecta vía del tercer matrimonio de su hija Barbara, y jactancio
samente se presentaba como Jobst Müller «zu Góssendorf», aunque
parece que sólo su hijo Michael alcanzó el ansiado «von Mühleck»,
algunos años más tarde. El caso es que el viejo Jobst puso muchas
dificultades (de alcurnia, económicas u otras) a la boda de su hija
Barbara con el matemático de la Stiftsschule, y que cuando en abril
de 1597 se celebró por fin la boda, las restricciones impuestas a los
bienes de Barbara por su padre no permitieron a Kepler mejorar
sustancialmente sus finanzas porque «su fortuna fue injustamente
retenida», como dirá más tarde.
Mientras tanto la correspondencia con Maestlin, continuación de
la mantenida desde Stuttgart, va dando lugar a una puesta a punto
de la edición, incluyendo la carta de M. Hafenreffer con las refor
mas 7 pedidas por la Universidad, que reciben respuesta de Kepler
el 21 de junio de 1596, y que consisten en eliminar la iniciación de
una polémica teológica al principio, la ampliación de la exposición
de las tesis copemicanas al final del capítulo I y una amplia referen-
11 Cuando Kepler tuvo noticia del descubrimiento por Galileo de los satélites de
Júpiter (los «planetas medíceos») y recibió el ejemplar del Nuntius Sidereus se sintió
profundamente perturbado y pasó inmediatamente al examen de su hipótesis a la luz
de este descubrimiento. Cfr. Galileo Kepler (1984) y las notas que C. Solís ha elabo
rado a este propósito (notas 2, 6, 7, 8, etc.), para la edición de la Dissertatio (págs. 92
y ss;)-
Puede verse el análisis de este capítulo y del razonamiento de Kepler en GlN-
GERICH, O .: «The origins of Kepler’s Third Law », en Vistas in Astronomy, 18, 1975,
págs. 595-601. También en FlELD , J. V.: Kepler’s Geometrical Cosmology. The Ath-
lone Press. Londres, 1988, págs. 69-70. El argumento sé basa en que los cuadrados
de los tiempos periódicos no resultaban proporcionales a los cubos de los radios de
las distancias medias «establecidas» en esta obra (en unidades de la distancia media
Tierra-Sol), pues los errores van desde un - 2 ,5 % , para el radio de Júpiter, hasta un
+23 % , para el de Mercurio.
tra que dos cosas protegieron este flanco; primero, la adhesión pú
blica de Maestlin en el apéndice de la obra a las tesis copemicanas,
con lo que una disputa con Kepler entrañaba una disputa con Maest
lin, hombre de prestigio científico reconocido en la propia Univer
sidad, y después, la dedicatoria al Duque en la lámina principal, que
insinuaba una protección oficial no fácil de obviar. El otro público,
el de los astrónomos y científicos, importaba más a Kepler y a ello
dedicó algunos de sus ejemplares. Algunos de ellos (Helisaeus Róss-
lin, Johannes Praetorius y algunos otros anónimos) representaban lo
que R obertS. Westman denomina13 la «Interpretación de Witten-
berg», esto es, una concepción conservadora y, hasta cierto punto,
arcaizante del copemicanismo. Por ello sus comentarios al libro de
Kepler (aunque elogioso el de Rósslin) no representan un reconoci
miento de la nueva aportación copemicana contenida en él. El co
rresponsal intermediario de estas recensiones era Herwart von Ho-
henburg, canciller de Baviera, que entró pronto en contacto con
Kepler vía Dr. E. Grienberg, y era hombre curioso y largo corres
ponsal y amigo de Kepler a partir de este encuentro. De los miem
bros de la comunidad universitaria cercana a Tubinga solamente
Maestlin resultará claramente copernicano y defensor del libro de
Kepler. De los ajenos a esta comunidad sabemos de cuatro corres
ponsales: G. Limnaeus, de Jena, cuya carta entusiasta a Kepler no
revela más que la escasa comprensión de la tesis central del libro por
parte de Limnaeus; Reimams Ursus, matemático imperial, a quien
antes de la publicación del Mysterium (noviembre de 1595) se dirigió
Kepler 14 con una carta desmesuradamente laudatoria como mejor
matemático de su tiempo. Ursus publicó la carta de Kepler en su
De Hypothesibus Astronomías (Praga, 1957), que era un ataque de
saforado contra Tycho Brahe, inicio de un contencioso que acabaría
15 Cfr. «Three responses to the Copem ican Theory: Johannes Praetorius, Tycho
Brahe and Michael Maestlin», en The Copemican Achievement, págs. 285-345.
14 En cana de Kepler a Maestlin de septiembre de 1597 le comunica que «U rso
me escribió [a Kepler] desde Praga pidiéndome ejemplares; al cual, aunque poco serio
autor, he complacido, sin embargo, porque es matemático imperial, y me puede tanto
ayudar como perjudicar. H asta en Estiria es evidente su influencia». Ursus tardó
todo este tiempo en responder a la carta inicial de Kepler y le escribe con algunas
disculpas y autobombo pidiéndole además un ejemplar porque, dice, en Praga no lo
tienen los libreros. D e paso le hace llegar una reciente publicación suya de «rebus
chronologicis» que lleva por título Chronotheatrum sive Theatrum temporis annorum
4000, quod ex motu coeli et cum sacris tum profanis Mriusque linguae auctoribus
aliisque ac plerisque probatis fideque dignis historiéis demomtratum exhibet: 1) Chro-
- nologicam demonstrationem; 2) Ástronomicam supputationem; 3) Historiarum cogni-
tionem, et 4) Aiictomm dispositionem; in Dithmarsia ab Urso praemeditatum 1581,
in Holsatia excogitatum 1582, in Dania inchoatum 1584, in H assia delineatum 1586,
in Alsatia emenaatum 1589, in Bohemia absolutum 1597, editumque Pragae et Divo
Rüdolpho I I dedicatum.
por poner a Kepler entre dos fuegos. Kepler rápidamente se disculpó
ante Tycho (a quien no disgustó enteramente el libro, aunque hizo
llegar a Maestlin una dura objeción al método apriorístico seguido
en él) pero hubo de intervenir, aunque no de muy buena gana (fue
casi una imposición de Tycho) con un escrito inconcluso, la Apolo
gía Tychonis contra Ursum, cuyo interés es notablemente más am
plio que la anécdota de su origen ls. Galileo, que recibió de Kepler
otro ejemplar y una carta pidiéndole opinión, no vio con mucho
interés la especulación de Kepler, aunque respondió agradeciendo el
libro. Y Kepler contestó entusiasmado a Galileo pidiéndole una res
puesta larga... que no llegó porque el italiano durante doce años se
olvidó de Kepler 16.
Finalmente Tycho, a quien Kepler menciona por dos veces en el
Mysterium en términos elogiosos, tardó tiempo en recibir el libro y
la carta de Kepler porque en aquellos días viajaba con toda su ex
pedición hacia un nuevo destino en Bohemia desde su isla danesa.
Cuando en 1598 (marzo) recibe la carta de Kepler responde con
una crítica fundada, sobre todo, en el hecho de que Tycho está en
condiciones de asegurar que los datos copernicanos son todos erró
neos y esto basta para dejar a Kepler suspenso sobre los términos
de su propuesta. Y, peor aún, al final de la carta le pide cuentas
sobre el asunto Ursus. Además Brahe escribe a Maestlin (abril de
1598) para justificar la inutilidad de formular propuestas «a priori»
que no pueden recibir más exacta corroboración que la proveniente
de datos copernicanos. Esta correspondencia a tres bandas 17 acaba
normalizando las relaciones de Kepler con Tycho. Y cuando además
se normaliza la estancia de éste en Praga, da paso a una relación que
fue decisiva en la vida de Kepler. En cierto modo éste es, de puertas
afuera, el único éxito logrado del libro.
4. L a edición de 1621
18 H ay una cana de abril de 1613 (G.W. 17, págs. 53-58) en la que Maestlin habla
a Kepler de un proyecto de publicar el D e Revolutionibus, junto con la Narratio y
el Mysterium, en una sola unidad copemicana, con las correcciones necesarias en el
libro de Copérnico por las erratas de la primera edición, no mejorada en la de Basilea
de 1566 (de He'nricpetri) que contenía ya juntas las obras de Copérnico y Rhetico.
Q ue Maestlin tuvo gran interés en una edición corregida de Copérnico se desprende
de sus fracasadas negociaciones con el editor de Basilea a quien hizo llegar su lista
de erratas para la reimpresión de Copérnico, pero no recibió respuesta (ibíd.,
págs. 66-68).
G.W . 18, pág. 75.
20 Puede verse un análisis de las «N otas» en FlELD , J. V.: Kepler’s Geometrical
Cosmology. Cap. IV, págs. 72-95.
desarrollos posteriores, o para deshacer equívocos que el tiempo
había puesto de manifiesto. Así Kepler añadió un total de 164 notas
que, en conjunto, casi suman tantas páginas como el texto primitivo,
distribuidas muy irregularmente, como las cuarenta dedicadas al ca
pítulo X II, que trata de las divisiones zodiacales y de los aspectos,
pero que Kepler considera la base de este libro para su posterior
elaboración de Harmonice Mundi, como él mismo se encarga de
hacer notar. Otras veces se muestra contundente con sus propios
errores o reniega de algún capítulo. Y algunas veces hace ver a los
lectores lo bien orientado que andaba en sus pesquisas. Al preparar
la segunda edición acababa de publicar su Harmonice Mundi Li-
hri V (1619) y su Epitomes Astronomiae Copernicanae (1621), y sus
referencias a ellos son constantes, si bien el problema de las excen
tricidades ya estaba resuelto desde la Astronomía Nova (1609). Estas
obras serán el término principal de referencia para sus precisiones,
cuando cree que vale la pena hacerlas. Pero a la sazón trabajaba en
las Tablas Rudolfinas que no aparecerán hasta 1627, por lo cual no
entra en correcciones ae distancias y posiciones, ya que desde sus
trabajos sobre Marte (la Astronomía Nova), sabía que ni su hipótesis
poliédrica determinaba exactamente las excentricidades, ni los valo
res copernicanos podían 21 tenerse más en cuenta. Por ello era más
prudente esperar a las nuevas Tablas. Así es que no entra en correc
ciones 22 de valores, aunque habían sido el núcleo de su argumento
primitivo. Pero también sabía que los valores calculados para las
excentricidades de las órbitas elípticas dejaban espacio entre cada
órbita para situar a sus poliedros y que los grosores requeridos por
las excentricidades elípticas 23 seguían cabiendo entre las esferas ins
critas y circunscritas de sus poliedros, con lo que la hipótesis no
había sido equivocada, sino meramente poco precisa. Y por ello
tampoco era necesario renegar completamente de ella, máxime cuan
do en el Harmonice había logrado una formulación completa.
21 De esto quizá ya tenía experiencia directa desde los días de su primer viaje a
Tubinga cuando trató con Maestlin sobre los cálculos y los diagramas del cap. XV.
De hecho su discurso (cap. XV III) sobre la precisión en Astronomía muestra el grado
en que era consciente de ello.
22 Puede verse en J. V. FlELD , loe. cit., una lista de los errores cometidos por
Kepler en sus tablas. Pero eran más importantes los errores de los valores coperni
canos que utilizó.
23 J. V. FíELD, loe. cit., págs. 84 y ss., hace un-resumen de las diferencias de
acuerdo entre las tablas de valores del Mysterium y las resultantes de los cálculos de
Kepler para 1621, según los cálculos de V. BlALAS en «Die quantitative Beschreibung
der Planctenbewegung von Johannes Kepler in seinem h'andschriftlichen Nachlass».
Kepler Festscbrift, 1971. Regensburg, 1971. Su conclusión de que Kepler sigue cre
yendo en el acuerdo básico entre los datos de la observación y los valores poliédricos
no parece discutible, como tampoco la idea kepleriana de que la formulación perfecta
de la hipótesis se halla en el Harmonice.
Quizá convenga destacar aquí una concepción kepleriana que in
formó toda su investigación y que no se halla ausente ni en la pri
mera redacción del Mysterium ni en su reedición. Kepler abordó su
estudio del mundo como un estudio de la revelación visible de Dios.
Esta idea se extiende no sólo a la forma arquetípica o geométrica
del mundo, sino también a la entidad física del mundo. El poder de
Dios, cree, no sólo determina la forma del mundo, sino también los
movimientos, y de ahí que Kepler quiera dar cuenta de ambos as
pectos. Maestlin siempre fue reacio a la idea de «física astronómica»,
incluso cuando la Astronomía Nova ya había mostrado la contun
dencia de la hipótesis física 24. Las dos tradiciones que concurren en
esta concepción (la Biblia y el Timeo) presentan al mundo como
fruto de un proyecto cuyo autor deja plasmado en él un trasunto
de su propia actividad ordenadora. La tradición platónica asimiló
dicha actividad de proyectista a la del «geómetra» que da a la vez
forma y medida a su obra. En la concepción bíblica, Dios, en su
acción de proyectar, sólo puede tomar como determinante de su
proyecto a las relaciones internas de su naturaleza y, por tanto, el
proyecto será de algún modo expresión de esa naturaleza divina. La
confluencia de estas dos concepciones (ya asumida en Nicolás de
Cusa) lleva a ver en el mundo la expresión o «imagen» de Dios (a
través de su proyecto hecho realidad) y además en tanto que «G eó
metra», aunque otras propiedades estéticas, como la armonía, resul
ten consustanciales a ese diseño matemático del mundo. Kepler con
sideró, pues, al mundo como una manifestación de Dios, escrita en
una clave que era necesario descifrar; de lograrlo se estaría compren
diendo a Dios, o a parte de sus pensamientos, a saber, aquellos que
habían sido fundamento del mundo. Y esta forma de hacer «filoso
fía» no sólo explicaría radicalmente lo que hay y ocurre en el mun
do, sino que además sería en sí misma una «alabanza de la gloria de
D ios». Kepler se sintió siempre en ésta disposición, aunque teniendo
siempre claro que descubrir los términos geométricos del proyecto
divino no permitía concesiones a la inexactitud. Por ello su trabajo
siempre resulta apasionadamente honesto 25 con las exigencias de la
exactitud. Puede considerarse que el rigor no sólo era para Kepler
una garantía del saber, sino también una garantía de que lo «sabido»
pertenecía al proyecto divino.
2fl De hecho tampoco en Harmonice Mundi Libri V (libro V, caps. 111 y ss.),
utilizando los recursos de cálculo de su Tercera Ley (que añade arquetipos armónicos
a la hipótesis poliédrica) y disponiendo ya de valores observacionales tychónicos
aparecen desvíos significativos respecto a los valores de los caps. X IV -X V del Myste
rium. Cfr. J . V. F ie ld , op. cit., págs. 160-163.
27 «The origins o f Kepler’s Third Law », en Vistas in Astronomy, 18, págs. 595-601.
cálculo cometidos por Kepler) y tomando como base los valores de
Jas tablas de los capítulos XV y X X del Mysterium:
28 Puede verse un análisis de las confusiones sufridas por Kepler en este primer
intento de abordar la relación períodos/distancias en STEPHENSON, Bruce: Kepler’s
Phystcal Astronomy. Springer-Verlag, cap. 2. N ueva York, 1987.
bien las almas motrices (“ animas motrices” ), cuanto más lejos están
del Sol, otro tanto son más débiles», hipótesis que atribuye un «alma»
o fuerza propia a cada planeta y que empuja a éste a través de su
recorrido, «o bien hay sólo un alma motriz en el centro de todos
los orbes, esto es, en el Sol, que cuanto más próximo está un cuerpo
lo empuja con más vehemencia, mientras que por la lejanía y el
debilitamiento de la fuerza languidece respecto a los más lejanos».
Se inclina por la segunda y establece la proporción de debilitamiento
por analogía con el debilitamiento de la luz a medida que se aleja
del centro. Pero de nuevo la ley de la dispersión de la luz no es
correcta (Kepler lo descubrirá más tarde en Astronomia Nova) 30, y
se limita a utilizarla tal y como a la sazón era «propuesta por los
Opticos». D e este modo llega a la consecuencia de que «la mayor
distancia de un planeta respecto al Sol contribuye doblemente a au
mentar el período, y viceversa, el aumento del período es duplo
respecto a la diferencia de las distancias». Como señala O. Gingerich
en el artículo citado hace un momento, Kepler en 1596 (y cualquier
otro astrónomo) podía sentirse satisfecho con las aproximaciones
que ofrecía, su hipótesis poliédrica o su correlación entre períodos y
distancias. Solamente tras el estudio de Marte estuvo en condiciones
de pensar que el «arquetipo» divino había de determinar valores más
exactos, siquiera tanto como lo eran los valores expresados por sus
dos primeras leyes. Cuando descubre que el cuadrado del período
de un planeta es proporcional al cubo ae su distancia media al Sol,
resultará, como también señala Gingerich, que para Kepler la Ter
cera Ley no es una ley, sino sólo «una expresión exacta y clara de
principios más fundamentales subyacentes al cosmos —tanto físicos
como arquetípicos».
Más interés tiene destacar aquí la hipótesis física, en términos de
fuerzas motrices, introducida por Kepler en relación con las mayores
o menores velocidades del movimiento de los planetas. Es evidente
que con ello transforma la geometría celeste en física celeste. Pero
además será la base para simplificar 31 también la propia geometría
celeste, por cuanto que los cursos de los planetas pueden ser expli
cados ahora con un solo orbe por el que discurren a mayor o menor
8. Nuestra traducción
En esta traducción del Mysterium Cosmographicum hemos se
guido el texto de la segunda edición (Frankfurt, 1621) en la repro
ducción facsímil de la misma que ofrece la edición y traducción
inglesa de A. M. Duncan, Abaris Books, Nueva York, 1981. A la
vista hemos tenido el texto de la edición de Ch. Frisch: Johannes
Kepler Opera Omnia (vol. I, págs. 95-187). También hemos cotejado
el texto facsímil de Duncan con el de la edición Gesammelte Werke
(tomo 8), en el que aparece el texto de la edición de 1621, y no
hemos hallado ninguna discrepancia o variante adicional a las reco
gidas por Duncan en su «Apparatus criticus» (págs. 11-12). Damos
por bueno, pues, nuestro texto original.
N o ahorraré al lector una confesión respecto a la dificultad que
entraña traducir lo que de «matiz» haya en el texto kepleriano. A ve
ces intercala palabras griegas (p. ej., en el cap. XVIII lo hace 15
veces) sin necesidad aparente, puesto que disponía de la palabra la
tina correspondiente. Otras veces usa términos con difícil traducción
exacta (p. ej., «artifex», «orbis», «demonstrare-demonstrátio», «ra-
tio-proportio», «species», etc.). En estos casos he consultado la ver
sión de Duncan al inglés y la de Alain Segonds («Les Belles Lettres».
París, 1984) al francés. Me he inclinado más frecuentemente por la
solución de Duncan, porque me ha parecido menos cargada de in
terpretación. N o estoy seguro de haber acertado siempre. De lo que
estoy seguro es de la deuda contraída con ambos (Duncan-Aiton y
A. Segonds) no menos que con sus introducciones y notas, ayudados
todos, supongo, de la precursora y esclarecedora introducción y ano
taciones de Christian Frisch y de la inmensa labor de los editores
de la Gesammelte Werke.
Y todavía me parece oportuno hacer saber al lector algo que sólo
yo le puedo aclarar: he elegido para traducir al castellano esta obra
de Kepler por dos motivos: el primero es que su valor científico
resultó nulo a la postre y casi nulo en su momento, justamente al
contrario que otras obras de Kepler que dieron amplio juego en la
constitución de la astronomía moderna o de la óptica geométrica. Y
pesé a ello su publicación constituye un punto de ruptura decisivo
en lo que se viene llamando revolución científica. ¿Por qué la pro
puesta del Mysterium tuvo la fuerza que tuvo? ¿Qué hay en él de
válido, aunque nada científicamente válido haya en él?
El segundo motivo (más idiosincrático que extravagante) tiene
algo que ver con lo que creo que es una peculiaridad de Kepler, y
por tanto presente en el resto de sus obras en mayor o menor me
dida, aunque sobremanera en ésta. Mientras que la obra científica de
algunos grandes científicos (Pascal, Huygens, Newton, Darwin, Ein-
stein) parece que habría tenido lugar (seguramente por obra de mu
chos) aunque esos grandes científicos no hubieran hecho lo que hi
cieron, por cuanto que algo estaba siendo hecho en esa dirección
por otros científicos de modo que tras muchos pequeños pasos se
habría logrado al final un resultado global parecido, en el caso de
Kepler hasta sus logros resultan sorprendentes y, más que por ellos
mismos, por el modo peculiar, diríase que único y hasta imposible,
de llegar a ellos. Sus sorprendentes pasos (y aquí se hallan los pri
meros, ingenuos pero decisivos) hacia sus posteriores descubrimien
tos revelan de manera tan inocente como enérgica algo de lo que
hay de sutil, de complejo y de creativo (de función teorizadora,
diríamos) en la actividad científica, aunque también revelan de cuán
ta hojarasca es capaz de deshacerse un método cuantitativo riguroso.
Y eso que forma pane no tanto de la dimensión objetiva de la ciencia
cuanto del entramado filosófico e histórico subyacente a ella, eso,
digo, resulta en Kepler, y especialmente en esta obra, un ejemplo
sorprendente, un punto desconcertante y casi único. Estos fueron
los motivos.
D E A D M I R A B I L I
P' T O P O R T I O N £ O R B I V M
C O E L E S T 1 V M , D E q_ V E C A V S I S
ccelorum numeri,magnitudinis,momumquepe-
riodicorum genuinis Se pro-
prijs,
D E M O H S T R A T V M, PER g j j ’ ¡ N O j? &
regularía cor roí .1 Gcomcti ica,
A
tM 1 0 A2Q IE KEPLERO, VVIRTEM-
bcrgicO) lllu jJrtu m StyrisproU inciA -
litnn üVLithetnxtico.'-
Quot¡Jicmor¡or,f;ueorque:(ccl¡nrer01ymp¡
Duin tau-taflidu.is me mea cura vías:
Non pcJibus rerram contingo: fed nrucTouantcm
Nc&are,diurna paícor&am brofiá.
ExcudebatGeorgiusGruppenbaehius,
An k o m. v- x c v 1.
Facsímil del título de la primera edición.
Pródromo1
DE DISERTACIONES COSMOGRÁFICAS
Q U E C O N T IEN E N E L SECRETO
D EL UNIVERSO,
SOBRE LA ADMIRABLE
PROPORCIÓN DE LOS ORBES
C E L E S T E S , Y S O B R E L A S C A U S A S
auténticas y verdaderas del número de los cielos,
de su magnitud y de sus movimientos
periódicos,
DEMOSTRADO POR MEDIO DE LOS CINCO
cuerpos geométricos regulares.
PO R
T u b in g a
Impreso por George Gruppenbach 3
M Y S T E R I V M
C O S M O G R A P H IC V M
DE A D M I R A B I L I P R O P O R T I O N E OR-
biu m ceeleftium: d e q u e cauíis ccclorum n u m eri, m agn i-
tudinis, m o c ü u m q u c pcriodicorum g c -
n u in ls & p r o p r iis ,
DtMttJlratumperqumqueregulariacorjioraGeometrica.
Libdlus primumT fibingxinlucem datus Anno ChrilU
M.DXCV1
á
OH. 10ANUE KEPLERO rrlRTEM SERGICO, TFNC TEMPO*
ris lHuJlriumSljrU ProuináihumOHithtm/ukí.
Nuncvcro poftannos 2.5.2b codcmauthorc rccognitus, & Nocís nocabiliffimis
jparám'emendacus, partim explicaras, parnm confirmaras: deniq; ómnibus íuis
membriscollatus adaliacognan argumenti opera,quz Author ex illo tem-
porc fub duoram Impp. Rudolphi iíMacthizaufpiciis; ctiamq; ¡q
llluílr. O ra. A ufttiz Supr-Anifanz clientela
diuerfis locis edidic.
PnifimumídiHuJlrenáiSSocajients Optra,HtrmonictMundi, Jtflijiujl
queprcgreJJujimioxiitnit ¿rmeihedt-
Aáditaefterudío N arratio M. Gio r c ii I oacbimi RHETici.de
UbrijReuoInrionom.atqueadmirandisdenamero.ordine.&dilhntüiSphzra-
rumMundí hypothelibuí,cicellenrifliini Mathemarid, loimícjue AftronormarRe-
fiiuraoos D. N ic o la i C opirh ici.
Illa,
fi*/it m I o a k h i i K s. p i . z r i p r tfu iO fcttH tr m e m ca M a n d i A p o i o g i a t i m -
[ a D n n i n jlr * lk n t m A n jljr ia m c l . V . D . ! l i i n u ¿ ¿ F lu c t ií n ,
UnOantaju.
CiunPnuilcgioCzíireotdanaos XV.
F & & S C O f V 2 T i,
Recufus Typis E rasmi K empfiri , fumptibus
G o d e f r i d i Tambachis.
y ítm tJX .B C . x x r .
Facsímil del título de la segunda ediaón.
Pródromo
D E C O N SID E R A C IO N ES CO SM O GRÁFICAS
conteniendo
e l s e c r e t o
d e l U N I V E R S O
SO BRE LA M ARA VILLO SA PR O PO R C IÓ N
de los orbes celestes y sobre las causas germinas
y verdaderas del número, magnitud y movimientos
periódicos de los cielos,
Demostrado mediante los cinco sólidos geométricos regulares.
Librito publicado por vez primera en Tubinga el año de Cristo
de 1596
por
EL MAESTRO JOHANNES KEPLER DE WÜRTEMBERG, ENTONCES
Matemático de los Ilustres Provinciales de Estiria.
Y ahora, tras 25 años, revisado por el propio autor y corregido, en pane con notas
muy importantes, en parte explicitado, y en parte confirmado; y finalmente
comparado en todas sus partes con otras obras ae asunto parecido que el Autor ha
publicado desde entonces en diferentes lugares bajo los auspicios de los dos
Emperadores, Rodolfo y Matthias, así como bajo el patrocinio del Uustrísimo
Orden de Austria supra Enns 4.
Principalmente para ilustrar la importancia de la obra H ARM ONICE M U N D I y
sus progresos en materia y método.
Y se añade la erudita N a r r a t i o del M a e s t r o G e o r g e J o a c h im R e t h i c o sobre los Libros de las
Revoluciones y las admirables hipótesis sobre el número, orden y distancias de las esferas del
universo del más excelente matemáuco y restaurador de toda la astronomía. D o c t o r N i c o l á s
C o p é r n ic o .
Y T A M B IÉ N
L a D efensa d e l p r o p i o J o h a n n e s K e p le r d e su o b r a H armonice M undi c o n t r a la
D emostración analítica d e l c é l e b r e D r. R o b e r t F lu d d s , m é d i c o d e O x fo rd .
F rankfurt
Impreso en la prensa de E R A SM O K E M P F E R a expensas de
Godfried Tampach
EPIGRAMMA PTOLEMAEO ADSCRIPTUM6.
L a t in e
Quotidie morior, fateorque: sed ínter Olympi
Dum tenet assidttas me mea cura vías:
Non pedibus Terram contingo: sed ante Tonantem
Nectare divina pascor et ambrosia.
J. K.
[SA LU D O S, A M IG O L E C T O R
Pródromo:
Después de haberme acercado al estudio de la Filosofía, a la edad de 18
años, el año de Cristo de 1589, andaban en manos de la juventud las Exer-
citationes Exotericae de Julio C> Scaligero I3, con ocasión de cuyo libro yo
empecé poco a poco a ocuparme de algunas cosas sobre diferentes cuestio
nes, tales como el cielo, el alma, el genio, los elementos, la naturaleza del
fuego, el origen de las fuentes, el flujo y reflujo del mar, la figura de los
continentes de la Tierra, de los mares interpuestos y de cosas semejantes.
Pero dado que este descubrimiento de la proporción de las esferas celestes
me parecía excelente, pensé que no debía, mientras deambulaba por todas
las partes de la naturaleza, aplazar de paso la divulgación de este descubri
miento, permaneciendo concentrado en un cúmulo de otras cuestiones que
gozaban de una probabilidad más bien escasa. Me incliné entonces por la
publicación de este descubrimiento como inicio de mis disertaciones; e in
cluso me atreví a esperar un éxito similar en todas las demás cuestiones:
pero en vano, pues el cielo, la principal de las obras de Dios, goza de un
ornato mucho mayor que el resto de las cosas pequeñas y viles. El Pródro
mo efectivamente fue magnífico, pero el Epidromo H, tal como entonces
me lo había propuesto, no siguió a aquél, porque en las demás cuestiones
en modo alguno me hallaba igualmente satisfecho. El lector, en cambio,
podrá tomar como genuina y adecuada continuación de este librito a mi
obra astronómica y en primer lugar los libros de mi Harmonice, puesto que
ambos siguieron el mismo camino; el que entonces era el más difícil ahora
resulta el más expedito, y el que entonces era pequeño y sin objetivo a la
vista se continúa en el Harmonice, y el carro rueda y a cercano a la meta.
Como el Pródromo, así fue el primer viaje de Américo Vespucio a América,
y como las continuaciones son los actuales viajes a América.
Mysterium Cosmographicum
(1) Hace siete meses prometía una obra bella y agradable según
testimonio de los doctos y largamente preferible a los pronósticos 17
anuales; ahora por fin la pongo ante vuestro trono, generosos seño
res; obra, digo, de corta extensión, de modesto esfuerzo, de conte
nido por doquier admirable. Pues, tanto si se mira hacia el pasado,
(2) hace dos mil años fue intentado por Pitágoras, como si se mira
al futuro soy el primero en divulgarlo entre los hombres. ¿Agrada
lo grande? N o hay nada mayor que este mundo universo, no hay
nada más extenso. ¿Se desea la dignidad? Nada hay más preciso ni
más hermoso que este relumbrante templo de Dios. ¿Se prefiere
conocer algo oculto? N ada hay ni ha habido más oculto en la na
turaleza. Solamente una cosa en esto no satisface a todos y es que
su utilidad no está clara para los irreflexivos. Pero aquí está aquel
libro de la naturaleza, tan celebrado en los discursos sagrados, pro
puesto por Saulo a los gentiles en el cual se contempla a Dios como
al Sol en un espejo o en el agua. ¿Por qué, pues, los cristianos nos
deleitaremos menos en esta contemplación, siendo nuestro cometido
celebrar a Dios con verdadero culto, venerarlo y admirarlo? Esto se
hace con ánimo tanto más devoto cuanto entendemos más correcta
mente cuáles y cuántas cosas ha fundado nuestro Dios. Además cuán
tos himnos al Creador, al verdadero Dios, entonó David auténtico
adorador de Dios, en los cuales tomó como argumento su admira
ción de los cielos, dijo: «Los cielos proclaman la gloria de Dios.
Veré tus cielos, obra de tus manos, la Luna y las estrellas que tú
fundaste; grande es nuestro señor y grande su poder, que numera
la multitud de las estrellas y a todas denomina por su nombre 18.»
Y en otro lugar, lleno de inspiración y de sagraaa alegría exclama y
hasta el mundo mismo aclama: «Alabad los cielos al Señor, alabadle
el Sol y la Luna», etc. ¿Cuál es la voz del cielo? ¿Cuál es la voz de
las estrellas, con la que alaban a Dios como los hombres? ¿D e no
ser en la medida en que ofrecen a los hombres argumentos para
alabar a Dios se puede decir que ellos mismos alaban a Dios? Y esta
voz es la que hacemos más clara cuando abrimos estas páginas a los
cielos y a las cosas de la naturaleza, para que nadie nos arguya de
hacer un trabajo vano o inútil.
N o mencionaré el hecho de que este asunto de la creación, ne
gado por los filósofos, es un magnífico argumento, cuando contem
plamos cómo Dios, a la manera de alguno de nuestros actuales ar
quitectos, al ponerse a construir el mundo con un orden y una nor
ma hizo cada cosa con tal medida como si el arte no imitase a la
naturaleza, sino que el propio Dios atendiese al modo de construir
del hombre que nabía ae venir después.
¿Pero qué necesidad hay de valorar las cosas divinas en moneda
contante? Pues, pregunto, ¿de qué sirve a un.estómago vacío el co
nocimiento de las cosas naturales, o de qué sirve todo el resto de la
astronomía? Sin embargo los hombres de buen criterio no prestan
oídos a tamaño disparate que pide por eso a gritos el abandono de
estos estudios. Mantenemos a los pintores que deleitan nuestros ojos,
a los músicos que agradan nuestros oídos, pese a que nada aprove
chen a nuestros asuntos, y no sólo consideramos humano sino tam
bién honesto al placer resultante de ambas actividades. Por tanto,
cuán inhumano o estúpido es negar a la mente su propio placer y
no negarlo a los ojos y a los oídos.'Quien renuncia a estos deleites
contradice a la naturaleza de las cosas. Pues quien nada incluyó en
la naturaleza, Creador Optimo, que no contribuyese tanto a la ne
cesidad como a la belleza o deleite, ¿habría privado de todo gozo
solamente a la mente del hombre, señora de toda la naturaleza, ima
gen de El mismo?
(1) Hace siete meses. El año 1595 el día 9/19 de julio siguiente al deci
moctavo cumpleaños del serenísimo Archiduque Fernando a , ahora Empe
rador Augusto de Romanos y rey de Hungría y de Bohemia en cuyo do
minio hereditario de Estiria yo ganaba entonces mi sueldo, descubrí este
secreto, y al momento me puse a perfeccionarlo, y en octubre siguiente, en
la dedicatoria del Pronóstico anual que tenía la obligación de escribir, pro
metí la publicación de un librito, de modo que expusiese públicamente qué
pesada carga era para mí, amante de la filosofía, la obligación de hacer
predicciones 24. Desde allí pasé a Württemberg 25 y, en medio de los asuntos
domésticos, nada me preocupó tanto como la publicación de este libro,
aunque para mí, un jovenzuelo, sin ninguna reputación de erudito y con los
impresores temerosos de sus pérdidas económicas, todo resultó muy difícil,
sin contar con quienes movidos por lo absurdo de la doctrina copemicana
se interpusieron contra mis intentos. Así pues, redactada esta dedicatoria el
día 15 de mayo en Stuttgart, dos meses después regresé a Estiria dejando
a mi maestro Maestlin el cuidado de la edición casi sin esperanzas. Pero él
nada dejó por hacer para embellecer, perfeccionar y divulgar entre los hom
bres este opúsculo que él mismo había examinado el primero con gran
satisfacción, y con su ingenio y prudencia consiguió que el libro se editase
por fin en las' postrimerías del año 1596, y para la feria de primavera del
año 1597 apareciese inscrito en el catálogo de Frankfurt, si bien con un triste
destino para mi nombre ya que imprimieron REPLEUS 26 en lugar de KE-
PLERUS. Por este mismo tiempo, en plena guerra Húngaro-Turca, tuvieron
lugar muy arduas deliberaciones sobre la devolución de las provincias fron
terizas al heredero Femando, toda vez que ya había cumplido los años de
minoría.
Mas, como una feliz casualidad hubiese ligado el inicio de estas especu
laciones con los comienzos del gobierno Femandino, ¿quién impedirá que
también siga conmemorando sucesivos éxitos, de manera que se reafirme la
confianza, llena de la mejor esperanza, en que no fue la ciega casualidad
sino un genio perspicaz y vigilante lo que encaramó sobre estas altísimas
almas a esta débil parra retorcida sobre el suelo?
El caso es que ese mismo año de 1597, Tycho Brahe, nacido de una
ilustre familia danesa, famoso por su decisión de renovar la astronomía,
lleno de éxitos mientras vivió, decía yo que éste abandonó su tierra danesa
y con todo su instrumental astronómico pasó a Alemania. Pero como los
propósitos de este gran hombre ya me eran bien conocidos a través de. la
comunicación y lecciones de Maestlin, y dado que yo hacía mención fre
cuente de él en este libro como gran especialista, me pareció elegante y
correcto, en cuanto supe que mi libro se hallaba relacionado en el Catálogo
Frankfurtiano junto a otros profesores de matemáticas, entre ellos Tycho,
hacer consultas sobre los contenidos del libro, cosa de gran importancia,
tanto a mi juicio como al de Maestlin. Los otros respondieron realmente
pronto, Galileo de Padua, Ursus de Praga, Limnaeo de Jena, pero mi carta
a Tycho, entregada con retraso porque había cambiado en el entretanto de
domicilio, hizo esperar el placer de la respuesta de un hombre tan eminente
por espacio de un año entero. Por fin pude gozar de ella plenamente y la
sumé a la alegría pública que entonces inundaba a Estiria por los inicios
del reinado de Femando, muy floreciente príncipe. Aunque un gran eclipse
de Sol en la Casa de Piscis, signo dominante de Femando, y más aún la
intemperancia de algunos hombres, preanunciaban ya, a mi entender, las
calamidades que se abatirían poco después sobre estás provincias.
El contenido de la carta de Brahe era éste: Que dejase de lado las espe
culaciones que proceden a priori y que más bien volviese mi mente hacia
la consideración de las observaciones que me adjuntaba y que después de
dar por ellas el primer paso ascendiera posteriormente a las causas, que me
atuviese para ello a su hipótesis, toda vez que él la consideraba más verda
dera que la copemicana, y, finalmente, que me fuese a su lado, ya que había
cruzado por fin el mar. Al no responderle yo inmediatamente, Brahe me
escribió durante todo el año siguiente muchas cartas con el mismo argu
mento, que me fueron llegando una tras otra, con los intervalos normales.
. Mientras tanto nuestro grupo de estudiantes de Graz se disolvió, y para dar
utilidad al sueldo que recibía de los Mandatarios provinciales sin trabajo
que hacer, al fin adopté la decisión de visitar a Tycho Brahe que tanto me
había invitado. Éste había venido en 1598 a Württemberg al dirigirse hacia
el Emperador, permaneciendo allí algún tiempo, y después, al año siguiente,
1599, se dirigió a Bohemia: mientras el Emperador Rodolfo permanecía en
P ilsen por la peste extendida en Praga, a él se le concedió como residencia
el rea l castillo de Benatek distante cinco millas de Praga. Todo esto me lo
contó Federico Hoffmann, caballero noble de Estiria y consejero áulico del
E m p e r a d o r Rodolfo, que en ese momento viajaba a Praga: me invitó a hacer
el viaje con él27 ofreciéndome un lugar en s u séquito. Así fue como llegué
a ver a Brahe al principio de 1600, mientras el Archiduque Fernando cele-
braba-en Graz su boda con su prima de Baviera; muy pronto entré en
contacto con los trabajos de Brahe y él, a la vez, tuvo pruebas de mi com
petencia, acordamos las condiciones de mi permanencia con él ratificadas
por los Mandatarios de Estiria, y tras unos meses de colaboración regresé
a Graz. En corto tiempo recibí algunas cartas de Brahe (en las cuales me
animaba, vacilante como estaba en el propósito a causa de las dificultades
surgidas, dándome cuenta de lo que ya había tratado con el Emperador
sobre mi ida) y por fin en el mes de octubre trasladé mi familia a Praga. Y
ni siquiera un año me duró el maestro; tras su muerte 28, fui encargado por
el Emperador Rodolfo del cuidado de las tablas a las que Brahe quiso bau
tizar con el nombre de Rodolfo, haciendo lo cual he trabajado durante estos
20 años. Así es que toda mi vida, mis estudios y mi obra toman su razón
de ser sólo de este pequeño libro. Y por qué no me iba a alegrar al recordar
que, tras haber ya demostrado los movimientos de todos los planetas, al fin
me decidiese a rematar la tela iniciada con este pequeño libro, esto es, es
cribir la Harmonice, el mismo año en que el Archiduque Fernando vino a
ser rey de Bohemia, que al año siguiente, 1618, en el que Femando ciñó la
corona de Hungría, yo concluyese el libro V de Harmonice; y que por fin
el año 1619 en que Fernando alcanzó la suma dignidad Imperial yo publicase
mi Harmonice, en el mismo mes y lugar que los de su coronación. Haga
Dios que, apagados los estruendos de las discordias civiles, a lo largo de
todo el Imperio de este monarca, y en Austria Superior, mi actual residencia,
la delicada armonía de la paz que consiste en la equidad de las leyes y en
la diligente observancia quede restaurada desde este mismo momento en que
yo doy de nuevo al público éste mi primer pequeño libro, corregido y
completado con notas. Y así puede ocurrir que, una vez cerradas las heridas
en todas las provincias, desecadas las aguas del terrible diluvio, vuelto a salir
el sol, florezca el cuerno de la abundancia, e incluso se me hagan llegar los
fondos destinados a mí por el Emperador Rodolfo (obstaculizados por las
pasadas perturbaciones) y pueda al fin editar la obra de las Tablas Astronó
micas.
(2) Hace dos mil años. Porque la doctrina de las cinco figuras geomé
tricas distribuidas entre los cuerpos del universo se atribuye a Pitágoras, de
quien Platón tomó esta concepción filosófica. Vide Harmonice, libro I,
págs. 3-4, y libro II, págs. 58-59. Pues tanto ellos como yo teníamos pre
sentes las mismas figuras, el mismo mundo, pero no las mismas partes del
mundo para unas y otro, si nos atenemos a la mera literalidad; ni tampoco
la misma forma de aplicación.
(3) Cosa distinta del hombre. Perdona, lector, a un principiante esta
expresión poco correcta. Ciertamente la filosofía reconoce en el cuerpo algo
distinto del hombre, puesto que aquél se halla sujeto a cambio continuo,
mientras que el hombre es siempre el mismo; pero hace ver que es el espíritu
por lo que el hombre es hombre; si bien el espíritu no es algo distinto del
hombre. No obstante la consecuencia se mantiene idéntica; que el espíritu
tiene su alimento propio, el cuerpo el suyo, y cada uno sus propios placeres.
(4) Que disponga en este mundo. Yo no había leído a Séneca quien había
expuesto casi el mismo pensamiento en su florilegio de la retórica latina:
«poca cosa sería el mundo si, quien lo investigue, no hallase en él al universo
entero .»
(5) De nuevo haya otro Carlos. Ciertamente no había pensado entonces
que un día sería llamado a la corte del Emperador Rodolfo. Pero he des
cubierto en este monarca otro Carlos aquí, no porque abdicase, sino porque,
fastidiado por las iniquidades que acontecen tanto dentro del país como
fuera, aparta su mente de esas cosas y la dirige hacia el disfrute feliz (tanto
como permite la contemplación de las cosas naturales) de modo que hubiera
sido más justo que sus súbditos se enfadasen con sus propias impertinencias
y no con el disgusto de su rey.
\
El verano pasó casi entero en este suplicio. Por fin llegué a apro
ximarme a la solución real con motivo de una nimiedad. Pensaba
que se debía a una gracia divina, el'hecho de que lo consiguiese por
casualidad, cuando con ningún esfuerzo lo había conseguido nunca;
y lo creía tanto más cuanto que yo siempre rogaba a Dios que, si
Copémico había dicho la verdad, las cosas resultasen de ese modo.
Así pues, el día 9/19 de julio de 1595, al ir a mostrar a mis oyentes
los pasos de las grandes conjunciones 41 a través de los ocho signos
y cómo cruzan paso a paso de un triángulo a otro, inscribí muchos
triángulos, o cuasitriángulos, en el mismo círculo, de modo que e!
fin de uno era el comienzo de otro. Por tanto, construí un círculo
menor con los puntos en los cuales se cortaban los lados de los
triángulos. Pues el radio de un círculo inscrito en un triángulo es el
semirradio del círculo circunscrito. La proporción de un círculo con
otro parecía a primera vista casi igual a la que hay entre Júpiter y
Saturno; y el triángulo es la primera figura, como Saturno y Júpiter
Esquema de las grandes conjunciones de Saturno y Júpiter y sus saltos de
ocho signos y sus pasos por todas las cuatro triplicidades del zodíaco.
(1) Se atuvo a los cinco cuerpos regulares. Aunque todo está en armonía
con todo, no obstante el número seis de los orbes primarios está tomado
propiamente de los solos cinco cuerpos primarios, la proporción, en su
mayor parte, de la de los cinco cuerpos geométricos y en menor cuantía de
los movimientos en tanto que éstos son causa, final que pertenece desde el
principio a la Idea de la obra. Y es preciso entender esto, tanto de los
movimientos muy lentos de cualquier planeta como de los muy rápidos de
otro, movimientos que han de considerarse como causas de sus propiedades
concretas. Pero los movimientos periódicos, es decir, el número de días
contabilizado para cada planeta en su circuito en atención tanto a la pro
porción de las órbitas como a las excentricidades (establecidas en Harmo~
nicé) se han distanciado mucho de los cinco cuerpos.
(2) Disputatio. Puedes ver esta discusión aumentada en el libro I, de
Epitomes Astronomiae 4S.
(3) Adscribir a la propia Tierra. Esta discusión se halla inserta en mis
Commentaria de MotUs Martis, especialmente en la Introducción. Pero de
modo más detallado en el libro IV del Epitomes, pág. 542. Los argumentos
plenamente demostrativos se han obtenido de la plena restauración de la
Astronomía.
(4) Seguiré investigando en Cosmographia. No he publicado hasta aho
ra ningún libro con el título de Cosmographia; pero esta semejanza ha sido
propuesta por mí en el Epitomes, libro I, pág. 42, donde trato de la figura
externa del mundo, y en el libro IV, págs. 437-448, de las tres partes pri
marias del mundo. Y no debe tomarse por una semejanza vacía, sino reco
nocida como una de las causas, como Forma y Arquetipo del mundo.
(5) Intercalé entre Júpiter y Marte. No que circulase alrededor de Júpiter
como las estrellas Mediceas de Galileo 46 —no caigas en el error, jamás
pensé en ellos—, sino, como los planetas primarios mismos, circulando por
su ruta en tomo al Sol colocado en el centro del sistema.
(6) La nobleza de ningún número. He aquí rechazados por mí los nú
meros numerantes, como se los llama. Excluirlos también de los fundamen
tos de Harmonice fue también mi principal preocupación en dicha obra.
(7) Excelencia a partir de cosas posteriores al mundo. El número seis, no
obstante, tiene algo independiente de las creaturas; que es el primero entre
los números perfectos. Un número es perfecto si hay tantas unidades en sus
partes alícuotas como en el todo. ¿Pero otorgaría esta propiedad alguna
excelencia a un número numerante? Consideremos, por una parte, cuál sería
esta excelencia y, por otra, cómo afecta al número. En primer lugar esta
excelencia parece ser nula. Pues si hubiese alguna excelencia, parece que la
disciplina de la Armonía debería ofrecer testimonio para todos los números
perfectos. Pero no ofrece ninguno, salvo para el número seis. Pues el resto
de los números perfectos son múltiplos de números primos, como consta
por la última prop. del libro IX de Euclides. Por lo cual (por el Axioma 3
del libro III de mi Harmonice, fol. 11 vto. y por la prop. VIII del libro IV,
fol. 145, que se apoya en las props. XLV, XLVI, XLVII del libro I), todos
los números así llamados perfectos, salvo el número seis, desaparecen de los
términos que constituyen acordes, cosa que también atestigua el sentido del
oído, y ello debido a los números primos, como el siete, etc., de los que se
derivan. Y aunque las secciones armónicas en mi Harmonice, libro III,
prop. XIX, vol. 26 vto., suman siete, que es un número primo, sin embargo
a ninguna de ellas este número siete la hace armónica, sino que primero
cualquiera de ellas es armónica y después, una vez constituidas todas ellas,
acontece que son siete en número y ni siquiera esta misma condición, por
la que se definen los números perfectos, considerada en sí misma, tiene algo
de excelencia, esto es, que todos los números que dividen a otros al nume
rarlos son iguales al dividido. Ciertamente la igualdad tiene algo de belleza,
pero esta igualdad es algo accidental para estos números, considerados cada
uno en sí mismo y nada aporta a su constitución, antes bien es el .resultado
de una necesidad geométrica subsiguiente al hecho de su constitución, ni
tampoco les confiere la propiedad de ser más divisibles, pese a tratarse de
esa divisibilidad y en cierto modo hallarse definidos por ella. Por el contra
rio, el número que goza de esta así llamada perfección, por eso mismo queda
limitado a no poder contar con muchos factores divisores. Y tal como he
mos argumentado antes sobre las secciones, también ahora podemos hacerlo
sobre los divisores de otro número cualquiera: que en sí mismo es previo
cada uno de los divisores de un número dado y no recibe esa propiedad de
una igualdad posteriormente establecida, sino que, con posterioridad, acon
tece a cada uno que su suma sea igual al número en cuestión. Véase en mi
Harmonice, libro III, al final del cap. 3, pág. 31 vta., algo semejante sobre
la coincidencia en los temarios, que aquí equivale a la coincidencia en la
igualdad. Por tanto esta igualdad no proporciona mayor poder o capacidad
a los números que a un labriego el descubrimiento de un tesoro; ni es creíble
que el número seis influyese a Dios Creador en atención a semejante aspec
to. En segundo lugar digo que esta característica no afecta a los números
en tanto que numerantes. Esto se prueba fácilmente a partir de los libros VII,
VIII y IX de Euclides. Este autor, con el fin de demostrar que esa perfección
se da en ciertos números, se ve obligado a utilizar números figurados o,
como se dice en las escuelas, números numerados o paralelogramos, dividi
dos en medidas iguales a lo largo y a lo ancho. En consecuencia, si alguna
característica de excelencia se diese, la susodicha perfección cocemiría en
primer lugar a las figuras geométricas. Y aunque el número seis tiene su real
y verdadera excelencia del exágono, figura que le concede entrada en la
disciplina armónica, sin embargo esto no lo convierte en número capaz de
constituir el número de los cuerpos primarios del mundo. En efecto, esta
figura divide a la cantidad continua del círculo en seis partes, pero los cuer
pos del mundo no son partes de una cantidad continua. Dicha figura es una
de las figuras planas, pero los cuerpos del universo han asumido la figura
sólida, o espacios de tres dimensiones, para desplazarse. Con razón, pues,
rechacé las propiedades del número seis considerado en sí mismo, y no las
reconocí entre las causas de que los cielos sean seis; también pensé con
razón que habrían de anteponerse algunas causas evidentes de las cuales se
siguiese de manera inmediata este número seis de los cielos; al igual que en
la disciplina de la Armonía, adelantadas unas causas adecuadas, resulta tanto
el número tres de los sonidos consonantes con un sonido, pág. 31 vta., como
el número siete de las divisiones armónicas, pág. 27 vta.
(8) La cantidad fue creada (...) junto con la materia. Más bien las ¡deas
de cantidades son y eran coetáneas con Dios, Dios mismo; y también ahora
son ejemplares en las almas hechas a imagen de Dios (incluso también su
esencia); cosa en la que están de acuerdo los filósofos gentiles y los doctores
de la Iglesia.
(9) La Tierra es el círculo. Esto lo escribí para mí solo; entendía poi
Tierra el orbe en que ella es transportada, llamado Magno por Copémico.
Del mismo modo para cada planeta su propio orbe. También la última frase:
«tienes la razón de...», pertenece al párrafo copiado de mis notas.
(10) Aviesa sospecha. Realicé infantilmente muchos esfuerzos para que
nadie me arguyese de ser un novedoso y de haber escrito el libro sólo para
hacer una exhibición de ingenio. A éstos me opuse tanto con mi promesa
como con mi profunda persuasión sobre la verdad de lo contenido en el
libro y también con mi entusiasmo en discutir con otros sobre estos hallaz
gos míos. Y, según creo, había razones suficientes para prescindir de una
injustificada modestia.
Capítulo I
RAZONES POR LAS QUE LAS HIPÓTESIS
d e COPÉRNICO RESULTAN APROPIADAS
y EXPOSICIÓN DE LAS HIPÓTESIS DE
COPÉRNICO 1
flXARUMSmURUM SPHX.RA
Lámina principal del Mysterium Cosmographicum tal y como apareció en la segunda edición. (Véase la traducción de
las leyendas del original en pág. 256.)
matemáticas. Y seis superficies externas bastan para comprender este
número de proporciones 13.
(1) Las líneas rectas y las superficies. ¡Qué error! ¿Las arrojaremos del
mundo?, y además, por su propio fuero las readmití en el Harmonice. ¿Por
qué, pues, las íbamos a arrojar? ¿Quizá porque son infinitas y así escasamente
susceptibles de orden? Pero no eran tanto ellas mismas, cuanto mi ignoran
cia de entonces, que compartía con la mayor parte, lo que me hacía incapaz
de atribuirles algún orden. Así, en el libro I de Harmonice no sólo expuse un
cierto principio de elección entre estos infinitos, sino que también puse de
manifiesto el más hermoso orden entre ellos. Pues, ¿por qué habríamos de
eliminar las líneas del arquetipo del universo, siendo así que Dios las incluyó
en la obra misma, esto es, los movimientos de los planetas? Hay que corre
gir, pues, la expresión y retener la idea. Al establecer el número de los
sólidos, la amplitud de las esferas, las líneas inicialmente deben ser elimina
das; pero al exponer los movimientos que se realizan mediante líneas, no
despreciemos las líneas y las superficies que vienen a ser el único origen de
las proporciones armónicas.
(2) Demostración de... las fijas. Hay una gran diferencia, atendiendo a
los nombres, entre fijas y móviles. ¿Por qué no iba a haber también alguna
diferencia en la disposición de unas y otras? ¿Quién comprendería la belleza
del orden si no conociese a la vez la desordenada multitud de las fijas?
¿Quién aprendería astronomía si hubiese una perfecta semejanza entre los
esquemas o constelaciones? Hay una disposición apropiada tanto para las
formas como para la materia. Que haya, pues, -para la materia una disposi
ción apropiada y bella que se realice tanto mediante la infinitud de la masa
y de la multitud, como mediante la variedad no sólo del lugar sino también
de la magnitud y de la luminosidad.
(3) Para obtenerlo debieron recibir orbes redondos. No aquellos orbes
sólidos (aquí fui mal comprendido por Tycho Brahe), sino espacios que son,
además, completamente circulares, de tal modo que los giros de las estrellas
puedan regresar al mismo punto y ser perpetuos; hacia el polo son casi
circulares, es decir, sus superficies son esféricas considerando el movimiento
de las latitudes; pero no que tuvieran necesidad de polos para permanecer
fijas como si se tratara de esferas materiales.
(4) Y cuerpos sólidos mediante número. Entiéndase por «cuerpos» los
cinco sólidos geométricos regulares; ellos como arquetipos, y las esferas
como la obra a hacer.
(5)' Equiparó, pues, la Tierra a un Cubo. Vide el libro I de Harmonice,
pág. 4 del Prefacio, libro II, Prop. 25 y libro V, cap. I; y también Epitome,
libro IV, pág. 456.
(6) Permítasenos la «catacresis». Por cierto, o bien lo esférico es consi
derado entre los sólidos, a lo que llamamos globo, o bien estos cuerpos no
merecen ser llamados sólidos, ni habría que extraer argumentos de la soli
dez, esto es, de la perfección de las tres dimensiones para con ellos resaltar
la perfección de las órbitas. Pues las propias órbitas (o espacios) son huecas,
y estas figuras son nobles por esto, porque imitan muy cercanamente a la
perfección de la esfera en la completa clausura del espacio que ellos encie
r r a n . Pero la solidez, tanto en el globo como en estas figuras, es la idea
genuina de la materia, de igual manera que la superficie lo es de la forma.
(7) El mencionado Escolio. Esto es, la mitad del libro II de mi Harmo
nice, sobre la congruencia de los planos en una figura sólida.
QUE ESTOS CINCO CUERPOS
SE CLASIFICAN EN DOS TIPOS;
Y QUE LA TIERRA HA SIDO
UBICADA CORRECTAMENTE
no
zón, y de no haber otros argumentos, dejo en duda si no habría que
anteponerla al Cubo o posponerla. 7) Los hombres, imitando esta
sabiduría de la naturaleza, construyen primero los materiales en per
pendicular y después los juntan en ángulos rectos y más tarde los
aseguran y estabilizan con triángulos. 8) Además, al tener la Pirá
mide el ángulo agudo, es anterior a los obtusángulos. Pues lo que
tiene medida exacta es siempre anterior en orden; esto siempre pa
rece seguido de lo menos exacto, porque no sólo parece distar más
de la infinitud, en tanto que más exacto, sino que también es más
simple. Pues el obtusángulo parece en cierto modo un compuesto
de recto y agudo. N o hay pues que extrañarse de que el corto nú
mero de ángulos de la base, e incluso de las bases mismas del Te
traedro no atenten contra el Cubo. Pues el número de ángulos y de
bases se sigue necesariamente de la especie de ángulo elegida. Por lo
cual, si el ángulo recto es anterior al agudo, también el «hexaedro»
es anterior al Tetraedro, y los cuerpos tetragonales, anteriores a los
trigonales. 9) Y esto también puede inferirse del hecho de que lo
perfecto es siempre primero, después viene aquello que lo es por
defecto y al final lo que lo es por exceso. Pero toda vez que el
número seis de caras es un número perfecto, se sigue que la Pirámi
de, que tiene menos caras, no debe ciertamente anteponerse al Cubo,
sino posponerse inmediatamente a él.
Tenemos la razón de que entre Júpiter y Marte, en segundo lu
gar, se encuentre la Pirámide. Anteriormente habíamos dejado en
suspenso qué cuerpo habría de ir en tercer lugar, entre Marte y la
Tierra. Ahora eso se infiere con toda facilidad. Dado que de los
cuerpos primarios sólo queda el Dodecaedro, éste será el tercero en
orden, entre Marte y la Tierra; y será fácil mostrar qué es lo que
debemos pensar sobre sus propiedades, si lo comparamos con los
anteriores.
SOBRE EL ORDEN Y PROPIEDADES
DE LOS SÓLIDOS SECUNDARIOS
Notas del au tor a los capítulos DI, IV, V, VI, VII y VIH
(1) En medio de los maléficos. Estoy hablando como los astrólogos. Pues
si dijera lo que yo pienso, nada de cuanto hay en el cielo me parece maléfico,
y esto, entre otras razones, concretamente porque es la naturaleza humana
misma actuando en esta tierra la que de las radiaciones de los planetas pro
duce un efecto sobre sí, tal como hace el oído, dotado de la facultad de
distinguir la concordancia de sonidos, que produce la fuerza de la música
de manera que incita al oyente a danzar. Sobre esto he tratado ampliamente
en mi Respuesta a las Objeciones del Doctor Róslin5 contra mi libro sobre
la nueva estrella, y en otros muchos sitios, y también en el libro IV de mi
Harmonice, sobre todo en el cap. VII.
(2) Produce odio y hostilidad. Entendiendo esto de modo alegórico, pue
de sostenerse como argumentos físicos: así, si por el vocablo «odio» se
entiende una diferencia cualquiera de lugar, movimiento, luz, color. Vea el
lector el último capítulo del Harmónica de Ptolomeo y, cuando salgan, las
notas que he hecho al mismo, sobre todo mi última investigación sobre los
excesos y defectos mutuos de Saturno y Marte y de la medianidad de Júpiter.
(1) SOBRE EL ORIGEN
DE LOS NÚMEROS NOBLES
Sería inacabable seguir con los detalles, aunque no sea estéril para
el astrólogo investigar esto más ampliamente. Pero ahora veamos la
aritmética de los astrónomos y sus números sagrados 6,12, 60. Aho
ra bien, con la excepción del cuadrante y del sextante, esto es, del
15 y del 10, todos los submúltiplos de sesenta se encuentran en estos
cinco cuerpos. (2) Viceversa, con la sola excepción de los ángulos
planos del Octaedro y del Cubo, de los que cada uno de ellos tiene
24. Todos los demás elementos numerables son submúltiplos de se
senta; lo que me lleva a creer que difícilmente podría asignarse con
más justeza a un número una realidad natural, ni siquiera por Pitá-
goras, que la justeza con que este número se asigna a los cinco
sólidos susodichos *.
Uno es el Cubo, Una la Pirámide, Uno el Dodecaedro, Uno el
Icosaedro, Uno el Octaedro, Uno solitario y sin réplica.
D os son los cuerpos secundarios; D os los órdenes de los cuer
pos; Dobles siempre las cosas semejantes una a otra; D os las tales
semejanzas.
Tres los ángulos de las bases en la Pirámide, el Icosaedro, el
Octaedro, porque son bases trilaterales. Tres los sólidos primarios.
Tres las clases de ángulos.
Cuatro los ángulos y los lados de la base del Cubo. Cuatro los
ángulos sólidos de la Pirámide. Cuatro sus bases.
Cinco los sólidos. Cinco los ángulos y los lados de la base del
Dodecaedro.
Seis los vértices del Octaedro. Seis las aristas de la Pirámide. Seis
las bases del Cubo. Hermoso número.
Ocho las bases del Octaedro. Ocho los vértices del Cubo.
Doce las bases del Dodecaedro. Doce las aristas del Octaedro.
Y también las del Cubo. Doce los vértices del Icosaedro. Doce los
ángulos planos de la Pirámide.
He aquí que este número se halla en todos los cinco.
Veinte las bases del Icosaedro. Veinte los vértices del Dodecaedro.
Veinticuatro los ángulos planos del Octaedro y del Cubo. Este
es un número ajeno, pero si gran importancia, y no completamente
ajeno, pues resulta de dos veces 12, tres veces 8, cuatro veces 6,
todos los cuales se hallan en 60.
Treinta son las aristas del Icosaedro y del Dodecaedro.
Sesenta son los ángulos planos del Dodecaedro y del Icosaedro.
Nada más que esto hay numerable, salvo que se quieran obtener
las sumas de todas las aristas y ángulos, cosa’ que no viene a cuento.
Se obtendría que los ángulos de las bases determinantes son 18. Las
caras 50. También los vértices; los lados 90. Los ángulos planos 180.
Todos números emparentados.
A A A A A
Por tanto, (13) qué otra cosa queda que decir, sino que los pla
netas han recibido la orden del creador de seguir una vía señalada
por tantos signos evidentes, sobre todo cuando es una vía media
entre centros y vértices, asumidos y correlacionados, como si fuesen
polos.
(1) Sobre el lugar de los sólidos y el origen del Zodíaco. Todo este ca
pítulo, en cuanto al objetivo, pudo omitirse, pues carece de importancia.
Pues éste no es el sitio auténtico ni la mutua adaptación entre sí de los cinco
sólidos geométricos, como se verá más abajo; y si lo fuese no provendría
de ello el Zodíaco.
(2) Dios Creador, al ser una inteligencia. He aquí que durante estos 25
años me ha resultado provechoso este principio del que ya entonces estaba
firmemente persuadido, a saber, que las Matemáticas son la causa de las
cosas naturales (doctrina combatida por Aristóteles 1 en múltiples lugares)
porque Dios Creador tuvo consigo desde la eternidad a la Matemática como
arquetipo, en una abstracción simplicísima y divina, incluso de las propias
cantidades, consideradas materialmente. Aristóteles negó al Creador, sostu
vo la eternidad déí mundo; cosa nada extraña si rechazó los arquetipos; y
reconozco que ninguna eficacia habrían de tener, si Dios mismo no los
hubiese tenido en cuenta al crear. Por tanto también las causas de las ex
centricidades habrían al fin de descubrirse a partir de este principio, y ha
de admirarse profundamente de esas desigualdades quienquiera que se pre
gunte con Aristóteles sobre las cosas celestes de esta manera «¿por qué no
ocurre que cuanto más inferior es un planeta, es movido por mayor número
de orbes?» 2. Pues quien creyó que esto había de ser investigado en la as
tronomía de su tiempo y en la falsa idea de los orbes sólidos, si éste hoy
viviese y conociese nuestra pura y auténtica doctrina del cielo, juzgaría sobre
todo necesario investigar «¿por qué no ocurre que cuanto más al interior es
un planeta, tanto menor tiene su excentricidad?». Así, esfumadas todas las
razones que sus propios principios le ofrecieren, ante la perpetua pregunta
«¿por qué no?», si al fin Aristóteles se convence de que las causas más bellas
y claramente necesarias de este hecho se pueden obtener de la armonía como
si fuera un arquetipo, creo que él plenamente habría aceptado tanto los
arquetipos como, dado que por sí mismos no tienen eficacia, a Dios arqui
tecto del mundo. Esto en cuanto a la tesis misma; pero, como dije al prin
cipio, su aplicación a la hipótesis en este capítulo no fue afortunada.
(3) Es preciso establecer los principios sin dar razón. Esto se refiere a las
cosas que en el orden de las cantidades tienen carácter material. Por ejemplo,
lo esférico en sí mismo es formalmente un todo semejante a sí mismo por
todas partes. Pero materialmente, es decir, en tanto que superficie, tiene
partes extra partes. En tal caso, dado que la división infinita en razón de
las partes domina en lo esférico, por lo mismo lo esférico, debido a que se
halla dividido en partes, no se considera formalmente, sino materialmente,
o, lo que es lo mismo, no hay partes formales de lo esférico, sino que lo
que en ella se considera como partes es material, en tanto que la figura
esférica usa de materia cuantitativa y puede ser dividida. Ahora bien, el
Cubo se halla inscrito de hecho en lo esférico; si lo esférico se considerase
formalmente como figura, no ha lugar para la cuestión sobre en qué puntos
hay que colocar los vértices del Cubo, pero si lo consideras materialmente,
en tanto que superficie de infinitos puntos, entonces ciertamente hay lugar
para la pregunta, ¿en qué puntos?, pero no se puede responder, al no haber
razón alguna para que sea más bien en estos puntos que en aquéllos, toda
vez que puede ser en otra infinita ,serie de ellos.
Las cuestiones siguientes son también de este tipo. Cuando se imagina
un espacio infinito ultramundano y se pregunta sobre el mismo, por qué el
mundo se halla colocado en esta parte del espacio más bien que en aquélla.
También cuando se imagina un tiempo eterno (contradicción in adjecto) y
se pregunta por qué al fin se creó el mundo hace seis mil años absteniéndose
Dios de crear durante toda la eternidad. Pues el espacio y el tiempo dentro
de las cantidades tienen carácter material sobre todo en relación con las
cantidades dotadas de figura. Pero la materia por sí misma no ofrece ninguna
razón, en sí misma no tiene más que una sola propiedad, la infinitud de
partes, infinitud actual en número o en cantidad, si la infinitud toda es ella
misma en acto; infinitud potencial en número, si el todo es finito en acto,
única que es posible, dado que la cantidad se da en la materia corporal física
o celeste. Vide Lib. I del Epitome, fol. 40 donde se trata de la figura del cielo.
(4) Para que el regreso no sea infinito. El argumento familiar de Aris
tóteles se ofrece aquí inoportunamente; incluso ni siquiera principio alguno
da pie a un regreso al asignar razones, donde claramente no hay ninguna
razón.
(5) Y para dar alguna vez el paso. Digo que si no ha de iniciarse obra
alguna sin razón, jamás se comenzará nada, pues cuando se dan infinitas
razones para iniciar esto o aquello no hay de hecho ninguna. Puesto que
aquello que igualmente pudiese iniciarse en infinitos puntos, cuando se halla
en uno de ellos lo hace sin razón alguna para estar en ese preferentemente
en vez de en los otros.
(6) Debe tener su base paralela a la base del Cubo. Ahora bien, la geo
metría enseña una colocación de la Pirámide en el Cubo mucho más armo
niosa y perfecta; armoniosa porque la razón geométrica de la inscripción de
aquélla en éste es también por la que será armoniosa en el mundo; pues
geométricamente la Pirámide se inscribe en el Cubo de manera que cualquier
arista de la Pirámide sea diagonal de un plano del Cubo; más perfecta, en
cambio, porque incluso si una base de la Pirámide fuese paralela a una base
del Cubo, sin embargo todavía sigue siendo incierta la colocación de los
lados de la base triangular respecto a los cuatro lados de la base cuadran
glar. Pues es posible para cada uno de aquéllos ser paralelo a cada uno de
éstos, y puede oponerse a uno cualquiera de los ángulos, de tal modo que
incluso la perpendicular al plano triangular caiga sobre el mismo plano que
la arista del Cubo. En fin, que no hay una colocación perfecta cuando no
hay posiciones similares para todas las caras; pero si una cara de la Pirámide
es paralela a una del Cubo el resto de las caras de aquélla no serán paralelas
a ninguna de éste, y lo mismo sea dicho de las aristas y de los vértices.
(7) El Dodecaedro a la base de la Pirámide. Esta ubicación repugna a
una y a otra figura, a la Pirámide y al Cubo. Pues la inscripción geométrica
ensena que es mejor unir (o superponer) los cuatro vértices de la Pirámide
a otros tantos vértices de entre los veinte del Dodecaedro. De iguál modo,
enseña la inscripción geométrica del Cubo en el Dodecaedro que ocho de
las doce diagonales del Dodecaedro vienen a formar las ocho aristas del
Cubo; y por tanto a la inversa si el Dodecaedro se halla dentro del Cubo,
es preciso que entre las treinta aristas del Dodecaedro seis se encuentren
situadas en oposición a las seis caras del Cubo y en paralelo con ellas.
(8) Habrá que suspender al Octaedro. De esta manera la disposición del
Octaedro interior responderá a la del Cubo exterior según la inscripción
geométrica del mismo en el Cubo; en cambio no se acomodará legítima
mente a la Pirámide, al Dodecaedro y al Icosaedro, a no ser que su ubicación
en el Cubo se corrija de acuerdo con las leyes ya prescritas. Pues entonces
concurren en una línea recta trazada desde el centro común de todas las
figuras: 1) el vértice del Octaedro, 2) el punto medio de la arista del Ico
saedro, 3) del Dodecaedro, 4) de la Pirámide, 5) el centro de una cara del
Cubo. Habrá seis líneas de esta clase y la situación será semejante a sí misma
por todas partes.
(9) Las aristas que alguien pudiera considerar como interpuestas entre
dichos vértices y los mencionados centros. Porque en el caso de la Pirámide
esta defectuosa colocación nos impide considerar a las aristas como medianas.
(10) Si se colocan ordenadamente. Además entonces, en el caso de la
Pirámide, las cuatro caras se encontrarán intermedias; y también entonces
la situación mutua de las figuras respetará las leyes de la inscripción geomé
trica.
(11) Pues las aristas mencionadas de los otros no pueden colocarse ade
cuadamente. Digo que las aristas de una figura no pueden todas correspon
der a las aristas de otra, y menos que todas la Pirámide. Obviamente no
pueden corresponder adecuadamente porque el comienzo de la colocación
no se hizo conforme a la regla.
(12) Pero si el vértice de uno se alinea con el centro de la arista del otro.
Esta colocación de estos dos cuerpos entre sí es sin duda legítima; pero la
colocación del Octaedro, de que se trata aquí, es ilegítima.
- (13) Qué otra cosa queda que decir. En verdad quedan muchas cosas
para que no pudiéramos decir esto. Pues la colocación que asigna aquí los
polos es ilegítima. Pues respecto a dos, el Dodecaedro y el Icosaedro, la
colocación es legítima, en tanto que pueden tomarse como polos tantos
como vértices tiene éste o caras tiene aquél, a saber, doce, con lo que serán
seis las zonas intermedias: por consiguiente los planetas estarán inciertos
sobre el camino a seguir. En general la dificultad reside en que estas figuras
no se hallan realizadas en el mundo con una mutua disposición real de partes
con partes, sino que la proporción esferas-figuras obtenida de éstas fue tras
ladada a los orbes celestes y el número de orbes fue establecido desde las
figuras. Por tanto es mejor rechazar por absurda esta cuestión: ¿Por qué los
planetas recorren más bien este camino que otro? Pues siendo necesario el
círculo para los movimientos de los planetas según la intención de Dios, lo
rodeó una vez establecido según su intención con una esfera material'y
estrellada. Y ninguna duda impidió a Dios obrar como si no pudiera dar
comienzo a su obra, por así decirlo, sin razón, pues entonces ningún cuerpo
preexistía en relación con cuyas partes pudiese dudar. Pues el espacio sin
cuerpo es pura negación; y es razón suficiente para iniciar algo en la nada
infinita o para pensar simplemente algo; semejante pensamiento inmediata
mente es superior de infinitos modos al infinito restante ni existente ni
pensado en acto y, por tanto, anterior a él y apto para ser punto de partida.
Y tampoco soy el primero que me he atormentado con esta cuestión inútil:
¿Por qué, entonces el Zodíaco ha sido situado acá cuando podía ser situado
allá, en otros infinitos lugares? Puedes encontrar algo semejante en Aristó
teles: ¿Por qué los planetas caminan más bien en esta dirección que en la
contraria? Pues tampoco en este caso hay razón alguna para una sobre la
otra, ya que toda línea en razón de la longitud tiene dos direcciones que en
la recta van hacia sus dos extremos. Aristóteles ciertamente dice allí en
general que las razones de todo no pueden investigarse del mismo modo,
pero propone la cuestión siguiente: «la naturaleza, dice, siempre elige entre
lo posible lo que es óptimo. Pero es mejor que los astros circulen hacia la
región más digna y es más digna la región de adelante que la de atrás.»
Ridículo. Pues antes de que hubiese movimiento no había ninguna dirección
ni adelante ni atrás; es una petición de principio. Y argumenta a partir de
la semejanza del mundo con los animales, estableciendo a los animales con
sus seis direcciones como idea del mundo. Y de nuevo hay petición de
principio. Concedamos que el mundo fuese hecho a imagen de los animales;
díganos primero del propio animal por qué esto es en él lo de adelante y
aquello lo de atrás y no al revés; esto es, por qué los ojos, las orejas, las
narices, la lengua y la boca se dirigen hacia la imagen en el espejo, por qué
las articulaciones de los brazos y. de los dedos de las manos flexionan en
una dirección, mientras que las palmas de los pies se extienden en otra
dirección, y no más bien, cómo los mismos miembros de la imagen en el
espejo, miran hacia la espalda del hombre: pues pudo ser así, esto es, el
corazón, que ahora está a la izquierda pudo ser colocado eo el lugar que
ahora llamamos derecha. Y, ¿cómo constará la razón en esta idea del mun
do?, ¿acaso no se podía igual de fácilmente hacer su aplicación a los lados
opuestos del mundo?, ¿qué impediría que la izquierda se orientas? al me
diodía, la derecha al norte, cuando se ordenó a las direcciones del mundo
que se orientasen? De este modo orientaría la cara hacia la dirección que
ahora llamamos ocaso, y los astros hubiesen tenido de este modo como
delantera a la dirección contraria a aquella hacia la que orientan sus movi
mientos. Mejor hubiera hecho Aristóteles pasando por alto la solución de
esta estúpida cuestión, siguiendo su propia máxima. Pues entre todo lo que
puede ocurrir por igual, la naturaleza no encuentra elección alguna de lo
mejor y de lo peor, pues esto envuelve contradicción. Más bien argumen
temos como sigue: puesto que el énte es mejor que el no ente, puesto que
el mundo es inexistente todavía, cualquier dirección que fuese concebida al
principio como delantera, esa tendrá ahora mejores razones de su parte para
ser delantera que la dirección contraria, por cuanto la contraria se concibe
como siendo en el no ente, la cual si hubiese sido hecha delantera, no-
obstante el mundo hubiese sido hecho similar al actual. La comparación de
mundos no tiene lugar cuando sólo hay uno. Adiós, pues, a esta clase de
cuestiones materiales y con ellas la orientación del Zodíaco, o más bien
(porque éste con el paso de las edades cambia sus posiciones), de la Vía
Regia señalada por el círculo del cuerpo solar entre sus polos. Pues si los
polos y el eje del cuerpo solar se hallasen envueltos hacia otras regiones del
mundo, también habría sido trazada otra Vía Regia. Lo mismo hay que decir
sobre las figuras del Dodecaedro y del Icosaedro. Pues concedamos que su
función sea orientar al Zodíaco mediante las secciones de sus aristas, y a
partir de las seis de que hemos hablado, fuese posible algún tipo de orden;
y ciertamente si la posición de las figuras en el universo sensible fuese al
terada, también la posición del Zodíaco sería otra.
LA DIVISIÓN DEL ZODÍACO
Y LOS ASPECTOS
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tan grandes sus diferencias. Pues 1/6 y 1/5 son entre sí como 5/30
y 6/30 que distan entre sí 1/30. De igual modo 3/8 y 2/5 son entre
sí como 15/40 y 16/40. Por tanto se diferencian en 1/40. Así, ha
blando con propiedad, en Música sólo tenemos cinco consonancias,
en acuerdo con los cinco sólidos. (12) Y si buscas él mínimo común
múltiplo de las siete divisiones, 6, 5, 4, 3, 8, 5, 2, de nuevo hallarás
120, como más arriba, cuando tratábamos de la división del Zodíaco;
mientras el mínimo común múltiplo de las consonancias perfectas es
12 de nuevo, (13) exactamente como si las consonancias perfectas
procediesen del cuadrado y del triángulo, del Cubo, del Tetraedro
y del Octaedro, mientras que las imperfectas procediesen del decá-
f;ono de los otros dos sólidos. Y esta es la segunda afinidad entre
os sólidos y las consonancias musicales... (14) Pero, puesto que des
conocemos las causas de este parentesco, es difícil adecuar cada con
sonancia a cada sólido.
(15) Y también vamos a ver que hay dos clases de consonancias,
tres 7 simples perfectas y dos dobles imperfectas, al igual que los tres
sólidos primarios y los dos secundarios; pero como no concuerdan
en lo demás, hay que desechar esta concordancia e intentar otra.
Ahora bien, al igual que más arriba el Dodecaedro y el Icosaedro
gracias a su decágono elevaron su duodenario hasta 120, de igual
modo aquí hacen lo mismo las consonancias imperfectas.
Por tanto las consonancias perfectas han de ser acomodadas al
Cubo, a la Pirámide y al Octaedro, y las imperfectas, al Dodecaedro
y al Icosaedro. A lo cual se junta ¡por Hércules! (16) que esto es
una indicación de la causa secreta de estas cosas, lo que trataremos
en el capítulo siguiente; (17) a saber, que hay dos tesoros en la Geo
metría, uno es la razón de la hipotenusa al lado en el rectángulo, el
otro es la sección de la recta en razón extrema y media, de los cuales,
de aquél se deriva la construcción del Cubo, de la Pirámide y del
Octaedro, y de és'fe la construcción del Dodecaedro y del Icosaedro.
De aquí que sea tan fácil y regular la inscripción de la Pirámide en
el Cubo, del Octaedro en ambos, al igual que la del Dodecaedro en
el Icosaedro. (18) Pero para que cada consonancia se acomode a cada
sóüdo, la cosa no es tan inmediata. (19) Solamente es claro que .a la
Pirámide le corresponde la consonancia que llaman de quinta, cuarta
en orden, porque en ella se da la proporción más pequeña, de 1/3
de la totalidad, del mismo modo que el lado del triángulo / 7 \ \
(de que consta la Pirámide) subtiende un tercio del círcu- ( / \ )
lo. Más abajo confirmarán esto muchas cosas, cuando tra-
temos de los aspectos, mas para que comprendamos esto / f ~ \
ahora, consideremos a la cuerda no como a una línea rec- ( J
ta, sino como un círculo. Por tanto la división requerida X __ s
para la consonancia mencionada dará un triángulo, en el cual el án
gulo se opone a un lado, al igual que en la Pirámide el vértice se
opone a un plano. Quedan, pues, para el Cubo y el Octaedro las
consonancias llamadas de octava y cuarta, tercera y séptima en or
den. ¿Pero qué consonancia corresponde a cada uno de ellos? ¿Di
remos acaso que (20) las consonancias secundarias se ajustan a las
descritas por líneas, mientras que las primarias a las descritas por
figuras? en tal caso al Cubo correspondería la llamada de cuarta.
Pues si hacemos de la cuerda un círculo y trazamos una recta de
una cuarta parte de la cuerda, seguida de otras hasta qué regresemos
al punto de partida, obtendremos un cuadrado igual al plano del
C uido. Por el contrario, al Octaedro le corresponderá la de octava,
que es la mitad de la cuerda. Pues en el círculo, extendida la cuerda
por la mitad y vuelta hasta el punto de partida, sólo genera una línea
recta. De este modo al Doaecaedro habrá que atribuir la primer
consonancia doble imperfecta. Puesto que trazando quintas y sextas
partes del círculo resulta un pentágono y un hexágono. Y quedará
para el Icosaedro la segunda consonancia doble imperfecta, puesto
que trazando repetidamente líneas de dos quintos hasta regresar al
punto de partida (21) sólo generan líneas f . Al igual que trazandtp
con líneas de tres 'octavos *. ( 2 2 ) 0 , ¿acaso será preferible atribuir
al Octaedro la consonancia de cuarta, porque éste subtiende doce
veces al cuadrante 8 del círculo? Así quedaría la octava, la consonan
cia más perfecta, para el Cubo, igual que él es el sólido más perfecto.
Y tal -vez resulte más conveniente (23) dejar para el Icosaedro la
Í)rimera consonancia imperfecta, por el hexágono, que es más afín a
a base triangular que a la base pentagonal, y atribuir, en cambio, al
Dodecaedro la división de ocho, porque el número ocho es cúbico
y el Cubo es inscribible en el Dodecaedro. Estas son cuestiones
abiertas, hasta que alguien encuentre las causas.
(24) Vengamos ahora a los aspectos. Y puesto
que acabamos de hacer de la cuerda un círculo, es
fácil ver de qué manera (25) se pueden relacionar
maravillosamente las tres consonancias perfectas
con los tres aspectos perfectos, a saber, con la opo
sición, con el trígono y con la cuadratura. Mien
tras que la primera consonancia imperfecta, el B
suave, resulta punto por punto semejante al sextil,
cuyo signo es (26) y del que dicen que es el más
(1) Aunque nada tengo que objetar. He tratado este asunto ex profeso
en el libro sobre la nueva estrella y en mi respuesta a las objeciones de
Róslin: esto es, los cuatro cuadrantes del círculo del Zodíaco van aparecien
do por las condiciones de los dos movimientos, diurno y anual del Sol,
condiciones que también propician los momentos de llegada de la luz y del
calor; pero respecto a la subdivisión interna de cada cuadrante en tres signos
exactos, no puede pensarse que sea efecto de nada, ni del movimiento, ni
de las fuerzas, salvo la distinción sumamente general de cualquier cantidad
en principio, medio y fin; partes estas a las cuales ninguna necesidad obliga
a ser iguales, y ni siquiera partes, pues basta con que se considere como
medio a toda la línea del cuadrante, y por principio y fin a los dos extremos
de la línea, ésto es, puntos que no son partes de la línea.
(2) Fuera de la cantidad, o de lo semejante a la cantidad, dotado de una
potencia cualquiera, nada hay numerable en todo el universo. Frase ridicula
que se me escapó, y ni siquiera es una frase. Pues, ¿qué es «nada fuera del
todo»? Numerar, acción de la mente, se aplica a todas las cosas divinas y
humanas, y no cabe la más mínima distinción, ni real ni intencional (sea
primera intención, segunda, tercera u otra cualquiera) que no tenga alguna
semejanza con la división de la recta en partes. Véase mi discusión sobre los
números en el libro IV de Harmonice, capítulo I, folio 117. Sin embargo, lo
que yo pensaba cuando escribía esta frase era que todo lo que es numerado
por nosotros (salvo las personas divinas en la Santísima Trinidad) tiene algún
respecto cuantitativo, al menos en la intención del numerante.
(3) Acabamos de distribuir a todos los sólidos por el Zodíaco. Imaginando
un plano que pasa por las intersecciones de las aristas y por el centro de
todas las figuras y que se prolonga hasta las fijas y cuya intersección con la
esfera de las fijas nos proporciona la Eclíptica en aquella concepción.
(4) Qué adquiere o sufre el Zodíaco con esta división. Claramente en el
caso de que se tracen líneas rectas desde el centro común de todas las figuras
pasando por la intersección del plano mencionado con las aristas de las
figuras y se prolongan hasta las fijas; pero hay que añadir: si además todas
las cinco figuras se hallan dispuestas unas respecto a otras de tal irregular
manera que las intersecciones de cada arista de cada una de las figuras caigan
sobre una tal línea recta; entonces efectivamente el Zodíaco estará dividido
en tales partes que sólo podrán ser mensuradas por la ciento veintava parte
del todo. Pero, dado que esta disposición es irregular y que la disposición
regular, con ocho vértices del Dodecaedro y del Icosaedro incidentes en
dicho plano, divide al Zodíaco en partes irracionales, es evidente que esta
división no es propia de las cinco figuras. He demostrado en el Epítome de
Astronomía, libro II, folio 181, que ella es propia de las figuras planas Re
gulares construibles, si se inscriben en un círculo a partir de un mismo punto.
(5) El movimiento del Sol y el mes lunar. Entiéndase el anual del Sol.
Pues mientras, el Sol recorre el año la Luna casi completa doce meses. Y así,
esta distribución del año y la adecuación de los movimientos del Sol y de
Ja Luna, al menos en una primera consideración de su proporción, yo la
establezco como arquetípica, y de esta ordenación y del concurso- de las
causas naturales motrices infiero las causas de algunas desigualdades en la
Luna; como mostraré en los Prolegomena Ephemeridum, y aclaro comple
tamente en el Epítome de Astronomía, libro IV. En el mismo sitio también
hallarás algo similar sobre la proporción del año y 360 revoluciones diarias
(en primera intención) a las que se añaden inmediatamente por la concu
rrencia de causas otras cinco y cuarto revoluciones, de donde surge una
nueva ecuación del tiempo. Aunque todavía ahora delibero y repaso las
observaciones.
(14) Pero, puesto que desconocemos las causas de este parentesco. Pero
ahora estás viendo los nombres de esas causas, las figuras planas: y no se
trata de parentesco o de consanguinidad, sino de pura afinidad. Pues las
figuras planas, por una parte, dividen al círculo armónicamente, y por otra
parte, concuerdan con las figuras sólidas. Luego tanto la división armónica
del círculo como las cinco figuras convergen hacia una tercera cosa, a saber,
hacia las figuras planas.
(15) Y también vamos a ver que hay dos clases de consonancias. Toma
nota cuidadosamente de esto e incluso aprende de este solo ejemplo la fuerza
de las coincidencias fortuitas. Anteriormente habíamos reducido a veces las
siete formas de consonancias o siete acciones armónicas a cinco, de modo
que las dos imperfectas se consideraban siempre como una. Este grupo de
cinco se dividía en dos clases, tres por una parte y dos por otra; y tampoco
había parentesco entre aquellos tres y estos tres, ni correspondencia entre
aquellos dos y estos dos. Pues las dos dobles formas de consonancias im
perfectas participan del decágono, que es aquí de la familia de uno de los
tres cuerpos primarios, y de uno de los dos secundarios. Es pues accidental
respecto a una de estas dos cosas que la otra sea susceptible de la misma
división. Semejantes coincidencias acontecen muchas veces en cosas mate
máticas y naturales, y es necesario fortalecer la debilidad de nuestro juicio
contra semejantes casualidades, como si de «sin fundamentos» se tratase,
para evitar ser arrastrados al instante por cualquier credulidad, sin la guía
de la razón. Véase lo que he dicho más arriba sobre esto, si son tres en
número, o seis, o siete.
(16) Esto es una indicación de la causa secreta de estas cosas. He aquí de
nuevo que progreso escribiendo. Pues lo descubierto aquí es la verdadera
causa, como se puede ver en los axiomas del libro III, capítulo I.'Efectiva
mente, las figuras que tienen demostraciones más perfectas y son conmen
surables 15 (el triángulo, el cuadrado y el hexágono) dan también nacimiento
a las consonancias mayores perfectas; mientras que las que tienen demos
traciones peores y lados inconmensurables (como el octógono, el pentágono
y el decágono) también dan lugar a las peores consonancias mayores, co
múnmente llamadas imperfectas. Mas esta perfección, o su.contrariaimper-
fección, pertenecen'a las consonancias por las propias figuras planas, y tam
bién a las figuras sólidas; y de nuevo no es el parentesco sino la mera
afinidad lo que media entre las dobles secciones armónicas imperfectas, las
del Dodecaedro, que es primaria, y la del Icosaedro, secundaria.
(17) Que hay dos tesoros en la geometría. Son dos teoremas de infinita
utilidad y por ello de gran valor, pero hay entre ellos una gran diferencia.
Pues el primero, que los cuadrados de los lados del rectángulo son iguales
al cuadrado de la hipotenusa, con razón, digo, lo puedes comparar a una
masa de oro; el otro, sobre la división proporcional, puedes llamarlo una
joya. Pues en sí mismo sin duda es magnífico, pero sin el teorema anterior
nada puede; él es por tanto el que hace progresar a la ciencia, una vez que
el primero nos ha abandonado después de habernos hecho avanzar, es decir,
nos lleva a la demostración y descubrimiento del lado del decágono y de
las magnitudes emparentadas.
(18) Pero para que cada consonancia. Nada extraño es que la correspon
dencia entre consonancias y sólidos no sea evidente, pues lo que no se halla
en el seno de la naturaleza no se puede sacar fuera; pues ciertamente estas
cosas, expresadas con este número y estas cantidades, no casan entre sí. Es
verdad que en el libro V, capítulo 9, de mi Harmonice asocio las consonan
cias a los sólidos, pese a que esta no sea la causa de que uno provenga de
otro, sino sólo de su uso en el adorno del mundo. Hay además en el capí
tulo 2 muchos argumentos para la asociación, muchos de ellos procedentes
de razones formales, tanto en razón de los sólidos como de las consonancias.
Sin embargo, estos argumentos son comunes a muchas consonancias entre
sí, y por ello no se asigna una concreta consonancia a un sólido concreto:
argumentos externos de diferente tipo se añaden entonces, o bien se deducen
de la comparación de las proporciones de las figuras con las consonancias;
y al fin, no las consonancias mencionadas, sino otras mayores son las que
se asocian con los sólidos, y ni siquiera es inmediata esta asociación, sino
que las consonancias son atribuidas a los movimientos de aquellos planetas
cuyas órbitas de dos en dos han recibido en suerte a cada cuerpo regular.
De este modo las consonancias se aproximan a la vecindad de los cinco
cuerpos, separados por sus propios límites, y no habitando bajo el mismo
techo. '
(19) Solamente es claro que a la Pirámide corresponde la consonancia que
llaman de quinta. E incluso ni esto es verdad absolutamente. Pues ninguna de
las que son más pequeñas que la octava es más afín a la Pirámide en razón
del triángulo que da la base para la Pirámide, y da nacimiento a la quinta.
Sin embargo, no puede haber lugar para la quinta allí donde se halla inter
calada la Pirámide; más bien hay que considerar a partir de otras notas la
adecuación de las consonancias a las figuras, cosa de la que he tratado en
el libro V de Harmonice, capítulo 2, y ni siquiera la quinta es pariente pró
xima del solo triángulo, sino que le precede la octava más una quinta; véase
libro IV de Harmonice, capítulo 6, folio 154. En cuanto a la causa de esta
afirmación totalmente cierta se halla en este propio texto, aunque yo lo.
ignoraba, y es que vale un tercio del círculo.
(20) Que las consonancias secundarias se ajustan a las descritas por líneas.
Es decir, que hay que asociar con los sólidos secundarios aquellas conso
nancias que son representadas por las secciones de la cuerda hechas de tal
modo que si de la cuerda, marcada por los puntos dé sección, se hace un
círculo, la línea recta que une las marcas no viene a ser el lado de ninguna
figura perfecta, sino que, o bien permanece como una línea solitaria, o bien
forma el lado de una figura irregular, figuras a las que me plugo llamar
estrellas por su apariencia en los libros I y II de Harmonice. Ciertamente
es esto una buena apariencia de causa, y una muy brillante distribución de
las consonancias entre los cinco sólidos de los números, pero esta corres
pondencia no tiene aspecto alguno de causa, ni la sexta sobre la octava tiene
relación alguna con el Icosaedro.
(21) Sólo generan líneas. ¡Como si las estrellas no fuesen también figu
ras!, algo había que inventar para que la estrella octogonal se asociase con
el diámetro, casi como bajo el mismo género, aunque protestase la natura
leza. Hice bien en no conformarme a esta distribución.
(22) ¿Acaso será preferible atribuir al Octaedro? Claramente seguí esta vía
en el libro V de Harmonice, aunque con otra intención. Pues aquí buscaba
el origen de cada consonancia, mientras que en el libro V de mi Harmonice
trataba de entre las consonancias ya descubiertas,, cuáles se asociaban con
qué planetas mediante la interposición de cuáles sólidos. Y si bien no se
atribuye aquí correctamente al Cubo el origen de la octava, sin embargo,
como se dice en el libro V de Harmonice, la octava se asocia correctamente
al Cubo, no como causa de su origen, sino como causa de su cohabitación
entre los mismos planetas. La asociación con el Octaedro, que es cónyuge
del Cubo, de la doble octava, a la cual se halla ligada la consonancia de
cuarta, es correcta. Véase el libro V, capítulo 9, props. VIII y XII.
(23) Dejar para el Icosaedro la primera consonancia imperfecta. De nue
vo aquí casualmente (si bien en una investigación inadecuada) topé con la
verdad en buena medida. Pues las props. 15 y 27 del mencionado capítu
lo IX atribuyen la quinta al Dodecaedro, mientras al Icosaedro ambas sextas,
pero se prueba que para las terceras no hay lugar alguno en la prop. 6.
(24) Vengamos ahora a los aspectos. Sobre este asunto trata el libro IV
de mi Harmonice.
(25) Se pueden relacionar maravillosamente las tres consonancias perfec
tas. Poco hay que corregir en esta comparación; véase el libro IV de Har
monice, capítulo VI, folio 154.
(26) Del que dicen que es el más débil. La experiencia atestigua que no
es más débil en modo alguno, sino más fuerte a veces .que el propio trino;
muestro la causa a partir de mis principios en el libro IV de Harmonice.
(27) (Que Ptolomeo ciertamente no dio). Por ejemplo, en el Tetrabiblos
sobre astrología. Pero en De Harmonía, que entonces yo no había visto,
toca esta causa, aunque mal, como quedará claro por mis notas 16 a Ptolo
meo. Pues absolutamente, tanto un signo como cinco constituyen aspectos
eficaces, a los que yo denomino semisextil y quincuncial.
(28) La Naturaleza no reconoce tales consonancias. Literalmente, esto es
falso. Pues entre las cuerdas 1 y 12 hay una quinta más tres octavas; al igual
que entre las cuerdas 5 y 12 hay una tercera menor más una octava. Pero
yo tenía in mente otra cosa cuando escribía esas palabras, a saber: que no
hay ninguna división triplemente armónica que correspondiese a estas divi
siones del círculo, pues, aunque 1 y 12 sean consonantes, lo mismo que 5
y 12, sus restos 11 y 7, no son consonantes con ninguno de los dos extre
mos. Pero yo explico en todo el libro IV, sobre todo en el capítulo 6, de
Harmonice, que no es la misma la razón de los aspectos que la de las
consonancias.
(29) Sin. duda la causa es la misma en uno y otro caso, (...) cinco sólidos.
En absoluto de éstos, más bien de las figuras planas, de las que no es la
menos noble el Dodecágono.
(30) Pero dado que todas. Una vez puesto este comienzo, seguí aumen
tando el número de los aspectos, aunque añadí erróneamente el sesquicua-
drado, o de 135 grados, mientras omití el semisextil, o de 30 grados. Véase
el frecuentemente citado capítulo 6 del libro IV del Harmonice.
(31) Respecto a las razones que se pudieran dar. En vano. Pues la expe
riencia confirma al quintil y al biquintil; en cambio, respecto al sesquicua-
drado, las causas bien distintas de que sea menos eficaz que todos los demás,
se dan en libro IV, capítulo 5 de Harmonice. En cuanto las cinco causas
aquí mencionadas, tenemos que refutarlas otra vez, por cuanto no incluyen
al quintil ni al biquintil.
En cuanto se refiere a la primera causa: puesto que el trino con el sextil,
al igual que el cuadrado con el cuadrado, completan un círculo, de igual
modo el tridecil con el quintil, el decil con el biquintil, el semicuadrado con
el sesquicuadrado, completan un semicírculo, y la Música 17 no los repudia.
La eficacia, por tanto, no procede de esta adecuación al semicírculo.
La segunda causa es real: piles ella no tanto repudia al quintil, cuanto
que solamente lo hace más imperfecto que al trino y al sextil; en tanto que
esta causa es efectiva, pues no es ella sola. Y tomo aquí la voz común
«irracional» por lo que en el Harmonice denomino Inefable.
La tercera causa coincide con la primera, pues todo, ángulo que com
prende el semicírculo es recto. Y si esta causa se expresa de otra forma tal
como, «dos aspectos siempre completan la suma de dos rectos», entonces
de nuevo el semicírculo resulta su medida.
La cuarta causa es fútil; pues si la tercera dulce es en cierto modo per
fecta, por cuanto utiliza la misma división que las perfectas, esto es, la
duodenaria, también entonces la división veintenaria se constituye con la
ayuda de la cuaternaria y la sesentenaria con la ayuda de la ternaria. Si la
tercera fuerte no se amolda a la división duodenaria por causa del término
mayor 5, claramente tampoco la tercera dulce se amolda a la división vein
tenaria, a causa del término mayor 6. Además, si la tercera dulce se consi
dera perfecta porque es la mitad de la quinta, con mayor motivo la tercera
fuerte deberá tenerse por perfecta, toda vez que es la mitad de la propia
quinta más un tanto que es exactamente lo que a la tercera dulce le falta
para la mitad. Por tanto hay que tener aquí cuidado con esta coincidencia
puramente accidental, ya que también el sextil es exactamente la mitad del
trino, y el sextil responde a la tercera dulce. Pues mostré en el libro IV,
capítulo 6, de Harmonice que al sextil no corresponde la tercera suave, sino
la quinta más dos octavas, que la misma tercera suave es pariente tanto del
pentágono como del hexágono, porque se halla comprendida entre estos
números 5 y 6. Pero es muy distinta la causa que divide al trino en dos
sextiles perfectos de aquella causa que divide a la quinta en dos terceras,
mayor y menor. Esto se ve claramente porque las partes son allí iguales y
aquí desiguales. Y así nada se detrae a la nobleza de la tercera fuerte, ni se
añade a la tercera suave, por él hecho de que el sextil sea la mitad del trino,
y no lo sea el quintil; y se podría considerar de no menor importancia que
el quintil sea la mitad del biquintil, etc. Por lo demás, no es la más pequeña
la parte de habilidad precisa para precaverse de las coincidencias accidentales
de este tipo, que, como antaño la sirena Siciliana retenía con su canto a los
navegantes, retienen a los dados a la Filosofía con el encanto de su aparente
belleza y su aceptable respuesta (si es que cautivados por esta admiración
se adhiriesen a algo en lo que no hay causa ninguna de uno hacia otro), de
modo que no pueden alcanzar el pretendido objetivo de la ciencia.
La quinta causa es efecto de la segunda, y hace que el quintil sea un
aspecto más imperfecto y la tercera fuerte sea una consonancia más imper
fecta (aunque más bien de otro género); pero rio hace que este aspecto sea
absolutamente ineficaz ni que esta consonancia carezca por completo de
suavidad. Pues esto hace ya tiempo que había que haberlo dicho de éstas
cinco objeciones, que si tuvieran alguna fuerza, la tendrían tanto en la mú
sica como en el asunto de los aspectos; pero no se ofrece ninguna razón
por la que tengan fuerza allí y no la tengan aquí.
SEM ID IÁ M E T R O
L O N G IT U D D E D E L C ÍR C U L O SEM ID IÁ M E T R O
EN : A R IST A E S : C IR C U N S C R IT O D E E SF E R A
A U N A C A R A ES: IN S C R IT A ES:
Libro V
de Copémico
Saturno vale Júpiter 577 635 cap. y
Si la Júpiter 1.000 la Marte 333 pero 333 cap. 14
distancia Marte ■máxima^ Tierra 795 según 757 cap. 19
rrinima Tierra será , Venus 795 Copémico 794 caps.
de Venus para Mercurio 577 es de 21-22
ó 707 . 723 cap. 27
Lámina V que muestra las posiciones de las Esferas excéntricas del mundo.
LMn K
tración de aquello que Copémico despachó con unas pocas palabras
en De Revolutionibus, libro 5, capítulos 4, 16 y 22 al final, respecto
a la excentricidad variable de Marte y Venus en comparación con la
variación de la excentricidad terrestre, si bien Rhetico en su Narratio
lo expuso más profusamente. Y hay aún otra cosa que esta figura
nos enseña, que ahora pospongo porque se puede exponer mejor en
otro lugar. Pero vayamos al asunto. Propondré una tabla 7 con cua
tro columnas de números. En la primera columna estarán las distan
cias de los planetas desde el centro del Orbe Magno, tal y como esas
distancias y valores se deducen directamente y sin alteración de Co-
pérnico y de las Tablas Pruténicas. En la segunda columna se en
cuentran las distancias de los orbes al centro del Sol procedentes de
Copémico tras la rectificación de valores que se acaba de ver en
nuestra tabla anterior. En la tercera y la cuarta se encuentran de
nuevo las distancias de los planetas al Sol, tal y como resultan mo
dificadas por la interpolación de los sólidos. Pero en la tercera co
lumna aparecerá aquella estructura del mundo basada en el grosor
simple del orbe terrestre, sin el añadido del sistema lunar. Mientras,
finalmente, en la cuarta aparecerá tanto grosor del orbe terrestre
cuanto sea preciso para contener por arriba y por abajo al semidiá
metro de la órbita lunar.
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Sat. máx. 9 42 0 9 59 15 10 35 56 11 18 16
mín. 8 39 0 8 20 30 8 51 6 9 26 26
máx. 5 27 29 5 29 33 5 6 39 5 27 2
Júp- mín. 4 58 49 4 59 5? 4 39 8 4 57 38
Mar. máx. 1 39 56 1 38 52 1 33 2 1 39 13
mm. 1 22 26 1 23 35 1 18 39 1 23 52
Tier. máx. 1 0 0 1 2 30 1 2 30 1 6 6
min. 1 0 0 0 57 30 0 57 30 0 53 54
Mere. máx. 0 29 24 0 29 19 0 30 21 0 28 17
mm. 0 18 2 0 14 0 0 14 0 0 13 7
Sol máx. 0 2 30 0 0 0 0 0 0 .0 0 0
mín. 0 1 56
Estas son las distancias.. Ahora añadiré una tabla de los arcos 8
correspondientes a los senos que forman las distancias máximas de
Venus y Mercurio, si se toma la distancia media de la Tierra como
seno total, o también, que forman con la distancia media de la Tie
rra, si se toman las distancias máximas de los planetas superiores
como seno total, arcos de los cuales estarán muy próximas las elon
gaciones máximas de Venus y Mercurio respecto al Sol, y de los
otros serán muy próximas las prostaféresis de Saturno, Júpiter y
ftíarte en el apogeo. En la primera columna están, los arcos proce
dentes de los sólidos excluida la Luna, en la segunda los arcos pro
cedentes de las distancias copernicanas al Sol, en la tercera finalmen
te los arcos procedentes de los sólidos añadiendo la Luna a la Tierra;
interpuestas entre las columnas se hallan las diferencias.
O
’ O
’ O
’
Saturno 5 25 -0 20 5 45 - 0 . 41 5 4
Júpiter 10 17 -0 12 10 29 -0 6 10 23
Marte 40 9 +2 47 37 22 +0 30 37 52
Venus 49 36 +1 45 47 51 - 2 18 45 33
Mercurio 30 23 +1 4 29 19 -1 1 28 18
(1) Calculó las distancias... de todos los planetas. En qué consiste la falta
de esta, digamos, distorsión del sistema planetario y cómo se contrapone
con las observaciones de Brahe sobre Marte, lo expuse con minuciosidad en
mis Comentarios sobre el movimiento de este planeta, explícitamente, en la
primera parte que trata de la equivalencia de las hipótesis. Y, puesto que
para evitar estos errores, fue preciso situar de nuevo, por así decirlo, el
fundamento del universo en el centro del Sol, resultó de ello que las posi
ciones en el Zodíaco en que los planetas están más cerca o más lejos ya no
pueden conservar por más tiempo los nombres de Apogeo y Perigeo, como
lo hacen en Copérnico de manera impropia, sino que de manera más propia
y significativa recibieron de mí el nombre de Afelios y Perielios.
PECULIAR COMENTARIO SOBRE LA LUNA
Y SOBRE LA MATERIA DE LOS
CUERPOS Y DE LOS ORBES
(1) Y no sé, vive Dios, hacia qué lado se inclinan más los argumentos.
Pero ahora, una vez publicadas mis reflexiones sobre la armonía, esta con-
tróversia ha sido zanjada en el libro V de Harmonice. Pues, primero, las
proporciones de las esferas han dejado en parte de depender de los cinco
sólidos; toda vez que, su proporcion última y más perfecta, se debe a la vez
a los cuerpos y a la armonía, por las props. 48 y 49 del capítulo EX. En cuya
virtud nada en este o el otro sentido puede aducirse para la Luna a partir
únicamente de los cuerpos. En segundo lugar, incluso aunque las propor
ciones de los orbes se formasen sobre todo de solamente los cinco cuerpos,
no obstante se establece por las props. 46 y 47 que la manera de formarse
esas proporciones es distinta y tal qué la inscripción física de los orbes
representa los grados de perfección de las proporciones geométricas. En
tercer lugar, consta por todos los axiomas y proposiciones de dicho libro
que es necesario un límite último de la proporción de las distancias, debido
al movimiento de los planetas, de modo que puedan tener lugar armonías
exactas entre los movimientos extremos. Si esto es así, ninguna proporción
puede hallarse para la Luna girando en tomo a la Tierra, toda vez que en
nada contribuye a aumentar o retardar el movimiento de algún planeta, ni
completa su circuito en tomo al Sol, ni su movimiento parece regular, visto
desde el Sol. Pues el movimiento de la Luna, contemplado desde el Sol,
parecería realizado a saltos. Por tanto es preciso argumentar sobre la esfera
terrestre como si la esfera de la Luna no le añadiese grosor alguno.
(2) Ciertamente parece una cosa adecuada que no haya en el cielo una
esfera que tenga semejante nudo. En dos sentidos se puede entender esto:
el primero, acorde con el texto, es éste: que exis
te en verdad una esfera con un nudo, pero éste
se halla incluido en la órbita del planeta, que
será de un espesor tal que este nudo, o cielo de
la Luna, quede enteramente encerrado dentro, y
no impida en nada ni por la superficie exterior
ni por la interior la absoluta esfericidad. El otro
sentido de estas palabras que pudiera atribuirse
es éste: es en general absurdo que la Luna gire
en tomo a la Tierra, mientras ésta gira en torno
al Sol. Para deshacer también esta objeción, diré:
pudiera parecer esto adecuado si aún no se hu
biesen descubierto los planetas circunjoviales y demás cosas nuevas en el
cielo. Pero una vez conocidas estas cosas, ya no debe parecer jamás adecua
do que no exista aquello que ciertamente existe, a saber, un cuádruple nudo
en tomo a Júpiter, si por nudo corpóreo se quiere entender los espacios
ocupados por los móviles dispuestos en tomo a Júpiter tal y como se halla
dispuesto, el curso de la Luna en torno a la Tierra. Pues, sobre la solidez
corpórea de las esferas ya se advirtió bastante más arriba, y se advertirá más
en lo que sigue.
* Recibido también muchas condiciones del globo terrestre. Sobre este
punto hay consenso a lo largo de los tiempos de muchos filósofos que han
pretendido superar el saber del vulgo. Diógenes Laertio se lo atribuye a
Anaxágoras5; y en mi obra titulada Paralipomena and Vitellionem, en el
capítulo «Sobre la luz de las estrellas», me refería á Plutarco: De facie Lu-
nae. También Aristóteles es citado por Averroes 6. Pero al fin Galileo ha
establecido definitivamente esta idea con el telescopio belga. Véase también
mi Conversación con el mensajero sideral.
(3) Hay casi la misma proporción entre el orbe terrestre y el de la Luna.
Ciertamente esta proporción es segura, e.d., de 1 a 59 aproximadamente;
pero la proporción del Sol al orbe de Mercurio es un poco distinta, e.d.,
no hay que tomar la distancia media de Mercurio, sino el orbe más interior
y más estrecho; al cual en la tabla del capítulo XV se le atribuyen 14 grados,
mientras que el radio del Sol, observado también desde la Tierra, contiene
15 minutos, por lo que la proporción viene a ser de casi 1 a 56.
(4) Regulado su curso por el conocimiento de las proporciones geométri
cas. Así, al menos, lo creía entonces; pero más tarde, en el Comentario sobre
Marte, demostré que ni siquiera hacía falta este conocimiento en el motor.
Pues, aunque a todos los movimientos se les han prescrito proporciones
ciertas, y esto por parte de la Inteligencia misma suprema y única, e.d. por
Dios Creador, sin embargo dichas proporciones de los movimientos se con
servan invariables desde la creación hasta hoy no por obra de alguna inte
ligencia conferida con la creación al motor, sino por otras dos cosas; la
primera es la rotación absolutamente uniforme y perenne del cuerpo solar
junto con su propia especie inmaterial, que se expande hacia todo el mundo,
especie que hace las veces de motor; la otra causa son las libraciones y
direcciones magnéticas inmutables y perennes de los propios cuerpos mó
viles. Por tanto estas criaturas no necesitan ya de ninguna inteligencia para
guardar las proporciones de sus movimientos, como los brazos de una ba
lanza no han necesidad de una mente para proporcionar las razones de los
pesos. Si bien, hay otros argumentos para probar que existe en los cuerpos
de los planetas, al menos en el de la Tierra y en el del Sol, un cierto inte
lecto, aunque no ciertamente racional como el del hombre, sino instintivo
como en las plantas, mediante el que se conserva la forma de la flor y el
número de hojas. Sobre esto véanse los Epílogos de los libros IV y V de
mi Harmonice.
(5) Ningún punto... tiene peso. Se halla concebido este argumento de tal
modo que quisiera oír lo que los físicos pudieran decir en su contra. Pues
en estos 25 años no sé de nadie que se haya presentado para discutirlo. Y
sólo la honestidad me mueve a discutirlo yo mismo. Ya ves, pues, lector lo
que yo quería decir, que solamente el centro es lo que primordialmente gira
en tomo al Sol, pero que esto además puede hacerse mediante un solo nudo,
al no tener peso, al igual que tampoco partes. Un físico que sostenga lo que
se sigue de aquí, que todas las cosas siguen al centro, no puede desmontarme
esta proposición. Y puesto que la doctrina física común mantiene esto sobre
el centro del mundo, que todos los graves buscan este centro, por ello pensé
yo que las cosas graves podrían por la misma razón buscar el centro de su
propio cuerpo. Pero en el libro I del Epitomes Astronomiae demostré ser
falso este axioma de los físicos, que los graves busquen algún centro como
tal, y más falso que sea el centro del mundo; es verdad, aunque accidental
mente, que busquen el centro de la Tierra no en tanto que este es un punto,
sino en cuanto buscan el cuerpo de la Tierra, el cual, al ser redondo, deter
mina que dicha apetencia se dirija hacia el interior, y por tanto hacia el
centro; de modo que si la Tierra tuviera una figura distorsionada en grado
apreciable, los graves puesto que buscan el cuerpo terrestre no tenderían
por doquier hacia un único punto. Por tanto, al fallar esta base, se derrumba
también el edificio, demasiado grande para ella. Esto es, los cuerpos de los
planetas en movimiento, o en estado de traslación en tomo al Sol, no han
de ser considerados como puntos matemáticos, sino plenamente como cuer
pos materiales y dotados de algo como la pesantez (tal como dije en mi
libro De Stella Nova), es decir, como si estuviesen dotados de la facultad
de resistir al movimiento conferido desde fuera, en proporción a la masa
del cuerpo y a la densidad de materia. Puesto que toda materia tiende al
reposo en el lugar que ocupa (a menos que otro cuerpo vecino la atraiga
hacia sí con fuerza magnética), de aquí se sigue por tanto que la fuerza
motora del Sol luche con esta inercia de la materia, al igual que en la balanza
pugnan los dos pesos, y de la proporción de una y otra fuerza surgirá al
fin la aceleración y desaceleración del planeta. Véase la introducción al «Co
mentario sobre Marte» al igual que los «Comentarios» mismos, y especial
mente el libro IV de Epitomes Astronomiae.
Sin embargo, no se sigue de aquí, cosa que trataba de evitar mediante
un falso razonamiento, que los pasos del motor se tomaran dudosos e in
seguros si se esfuerza contra el peso y vence en la pugna. Pues la proporción
de ambas fuerzas entre sí es fija y constante y la victoria se distribuye entre
ellas según el módulo de fuerzas; de manera que ni el planeta se detenga en
el mismo sitio ni alcance la velocidad de la rotación solar.
ras del Octaedro. RITV son los centros de las caras determinantes
de la amplitud de la esfera inscrita de la que aquí se ve el círculo
máximo. Si se imagina a esta esfera girando sobre los puntos XH
dos vértices de la figura, se encontrará en P con el cuadrante de la
circunferencia de los polos de una amplitud O Q , que es mayor que
O I o también OP, que son semidiámetros de la esfera. Su diferencia
es PQ. Y esta es la amplitud del círculo que saliendo fuera de la
esfera, a semejanza del horizonte en una esfera armilar, puede pasar
por medio de un Octaedro. Pues Q y S son los puntos medios de
los dos lados y por tanto los inmediatos a la esfera.
De modo que si un planeta inteligente recibiese la orden de cir
cular por dentro de un Octaedro, tomando
a dos vértices por polos y mantener la am
plitud del orbe inscrito como trayectoria,
nada extraño sería, vive Dios, si, tentado por o
aquella amplitud en la que ningún obstácu
lo se lo impidiese en derredor, extraorbita-
de cuando en cuando un poco, como hizo Faetón, hasta que fuese re
pelido por un lado que le saliese al paso. Lo que yo digo bromean
do, los especialistas se lo atribuyen en serio a Mercurio. Puesto que
todos los demás en cada revolución describen círculos de la misma
amplitud (pues cuanto en un lado se apartan del Sol otro tanto
se acercan en el otro lado de su curso). (1) Solamente Mercurio
ha merecido de los especialistas que se pueda decir que describe
un círculo unas veces mayor y otras menor, y gozar solo de este
privilegio. Dicen que se acerca y se aleja del centro O de su órbita
por la línea recta YZ, sobre la que el semidiámetro O Y describe un
círculo mucho menor que el semidiámetro OZ. Pues todas las demás
desigualdades las comparte por igual con los demás, y ninguna de
ellas la ha cambiado por esta extraorbitación. (2) Y mientras todas
las excentricidades de los demás, aunque no proporcionalmente, de
crezcan de modo que siempre sea menor la de la órbita más pequeña,
solamente Mercurio la tiene enorme, o sea, diez veces la de Venus,
cuando debería tenerla menor por ser él mismo inferior. Por lo cual,
aunque yo no haya llegado a conciliar dicha particular desigualdad
con esta diferencia entre la órbita y la esfera, y ni siquiera quizá
pueda conciliarse, tal y como los especialistas lo han presentado, no
obstante yo no dudo de que el creador atendiese a las exigencias de
esta figura a la hora de adjudicar los movimientos a Mercurio. Por
lo cual cada vez me parecen más y más divinas tanto la astronomía
como las propuestas de Copérnico.
(3) Busquen otros, si quieren, las causas de las restantes excen
tricidades a partir de sus propios sólidos. Y puesto que tales extraor
bitaciones no han sido atribuidas por Dios a cada planeta al azar y
sin razón, no hay que desesperar en la investigación de sus causas.
Además, para acomodar la variación de Mercurio al Octaedro se
puede proceder así. Tómese por cierta la proporción de la excentri
cidad ae Mercurio respecto a su distancia media al Sol, dado que en
Copémico (como se ve en la tabla V del cap. XV) la máxima vale
488 y la mínima 231, la media será, por tanto, de 360, y el espesor
total 257. Ahora hay que corregir el grosor2 proporcionalmente,
puesto que el círculo del Octaedro no permite más que 474, en lugar
de 488 ae Copémico, el grosor según esta proporción no será más
que 250, y la distancia media corregida, de 349. Considera ahora lo
que permite la esfera en el Octaedro, esto es, 387. Entonces, la di
ferencia entre el extremo superior de la esfera y 349, que es el punto
medio, es de 38; y dos veces, esto es, 76, lo que da un grosor del
estilo de los demás, algo mayor todavía que el de Venus, pero sin
embargo no ya tan exagerado. La otra diferencia entre el punto más
alto del orbe 387 y el punto más alto del círculo 474, que es de 87,
se debe a la particular extraorbitación de Mercurio. Que consideren
los especialistas si se ha de objetar este «intento» o más bien recon
ciliarlo con la forma de los movimientos en la «hipótesis» de Mer
curio, o acaso establecer un nuevo sistema para los movimientos.
Pues los desvíos de esta estrella no están lo suficientemente bien
investigados como para no necesitar su órbita de alguna corrección.
(1) Solamente Mercurio ha merecido. Que sea esto peculiar que los es
pecialistas atribuyen a Mercurio, puedes más directamente verlo en el mismo
Ptolomeo y en las «teóricas» de Peurbach y Maesdin, y al final la manera
en que Copémico por una doble vía (porque no estaba satisfecho consigo
mismo) trasladó esto a la forma de sus hipótesis, aunque equivocándose,
puesto que le añade más (mediante los movimientos que imitan una especie
de triángulo) que lo que se había propuesto obtener de Ptolomeo: todo esto
no es preciso exponerlo en este lugar, por tratarse aquí de la opinión de los
hombres y no de la verdad de las cosas; y si algo útil se dijera, más propio
sería de otro lugar. Lo que hay de hecho es que en Mercurio existe una
enorme excentricidad en su círculo en tomo al Sol, círculo al que Ptolomeo
llama epiciclo y yo excéntrico, y que incluso en dicho excéntrico se mueve
¡rregúlarmente en relación con la excentricidad. Cómo, a partir de estos
principios y de la excentricidad de la Tierra, se ha construido esta fantasía
de Un doble perigeo, lo mismo que el movimiento cuasi triangular, esto se
expondrá en la demostración del movimiento de Mercurio, sin dejar de
mencionar el resumen de esto en el libro VI á i Epitomes Astronomiae. Aquí
es suficiente con advertir que del Octaedro no surge ninguna causa arque-
típica de esta singularidad de Mercurio, y por lo mismo la hipótesis de este
capítulo es falsa; no obstante es muy grato el recuerdo de este Epiquerema,
en la medida en que muestra por qué grados de ignorancia habría de ascen
der a la ciencia y constitución de la Astronomía.
(2) Todas las excentricidades de los demás. Y esto ni siquiera en todos;
pues la excentricidad real de Saturno es mayor que la de Júpiter; mientras
que la de Júpiter es mucho menor que la de Marte, que es planeta inferior.
(3) Busquen otros. Nadie ha surgido que lo haga: Buscad y hallaréis. He
buscado y he encontrado, libro V de Harmonice, causas importantísimas.
Hasta tal punto es bueno y fiable el dicho: No desesperar: tan poderoso y
fecundo es el axioma aquí adoptado: Nada ha sido hecho por Dios al azar.
SOBRE EL DESACUERDO
ENTRE LAS PROSTAFÉRESIS
DERIVADAS DE LOS SÓLIDOS
Y LAS DE COPÉRNICO EN GENERAL;
Y SOBRE LA EXACTITUD EN ASTRONOMÍA
(1) No sólo es dudoso que por defecto de una de los dos. Aunque es cierto
que en las Tablas Pruténicas hay errores en diferentes lugares, incluso en las
prostaféresis del orbe anual, sin embargo la causa principal no sólo de que
los intervalos entre los orbes no cuadren exactamente con las proporciones
geométricas de los cinco sólidos, sino también de algo más importante, cuál
es que cada uno de los orbes planetarios tenga tan grandes y distintas ex
centricidades, digo que la causa de ambas cosas reside en el arquetipo de la
disposición de los movimientos de acuerdo con las razones armónicas; y
como las proporciones resultantes de las figuras no. pueden coincidir exac
tamente con las proporciones armónicas, fue preciso rebajar un tanto a las
primeras en tanto que se aproximan algo más a razones materiales, a fin de
que las razones armónicas pudieran acomodarse a ellas, las primeras por
cierto referidas a los espacios del mundo, las segundas a los movimientos a
través de esos espacios. Puedes ver este orden espléndido en el libro V de
Harmonices Mundi, capítulo 9, props. 46 a 49.
(2) Ascienden a dos grados completos. Incluso a tres grados para Marte
y a cinco para Venus en longitud, y a 10 u 11 grados para Mercurio (si me
es permitido afirmar algo, a partir de la hipótesis establecida por mí para la
teoría de Mercurio, respecto a los lugares en que el planeta no se puede ver
desde aquí) en algunas posiciones de su orbe, ascienden los errores en las
Tablas Prutánicas.
(3) Pero como no es esto posible. Los centros de las caras de la figura
circunscrita y los vértices de la figura inscrita no pudieron estar unidos en
este arquetipo del mundo. La razón se ha expuesto en lo que antecede. Los
orbes se juntarían demasiado; las prostaféresis del Orbe Magno aumentarían
respecto a cada uno más de lo que observamos. Por ello ha sido preciso
tomar en cuenta no las distancias medias de los planetas al Sol, sino que
para cada dos planetas la distancia del interior al afelio y la del exterior al
perihelio; esto es, las excentricidades de los planetas que vienen dadas por
las distancias de afelios y perihelios. Y de este modo me estaba refiriendo
a cosas inciertas, pues todavía no se conocía la causa de las excentricidades,
no se sabía por qué era cuanta la excentricidad de cada uno de los planetas,
por qué tanta diferencia; por qué Saturno o Júpiter tenían una excentricidad
mediana, Marte y Mercurio máximas, la Tierra y Venus mínimas. Desco
nocida la causa era inevitable que a priori ignorase la cantidad, y me remi
tiese a las nudas observaciones.
(4) Y se mueve con menor número de movimientos que las otras. Así lo
sostiene Ptolomeo y, tras él, Copémico. Pues el Sol (o la Tierra) no sólo
carece de epiciclo, sino también de ecuante, como ellos creían. Pero de
acuerdo con la verdad del asunto, en su movimiento de traslación en torno
al Sol, la Tierra es semejante en todo a cada uno de los demás planetas,
como fue demostrado por mí en el Comentario sobre Marte, parte tercera,
y en el Epítome de Astronomía, libro 7.
(5) Este orbe que debería... estar exactamente medido. Este orbe es lla
mado del Sol por Ptolomeo, de la Tierra por Copémico y anual en las
Tablas Pruténicas.
(6) De valores mínimos. Esta queja de Copémico se refiere sobre todo
a los puntos de los apogeos (puntos que en nada atañen a este asunto de
las proporciones de los orbes) y no es la misma respecto a las excentricida
des. Por tanto no resulta peor, sino mejor, la cuestión del grosor de los orbes.
(7) Respondo de ello. Observa la audacia de este compromiso, con la
dificultad añadida de la condición aquí propuesta. Pero observa también el
feliz resultado: los valores de las excentricidades han sido examinados por
mí a partir de las observaciones de Brahe; las causas de las excentricidades
de cada uno han sido desveladas en Harmonices Mundi; y he aquí que los
arcos en todo correspondientes a los movimientos se han derivado no sólo
a partir de los 5 sólidos, sino sobre todo de las causas (las armonías) de las
excentricidades.
(8) Errores en las excentricidades. Supongo que te hará gracia también
este niño de tres años con ánimo dispuesto a combatir contra gigantes. Pues
no todos los fallos de la astronomía, e incluso sólo una mínima parte de
ellos, proceden de defectuosas determinaciones de la excentricidad de cada
planeta. Sobre la excentricidad del Sol o de la Tierra luego se hablará.
(9) Estos cinco sólidos serían de gran ayuda a los especialistas para la
corrección de los movimientos. En realidad de ninguna, ni siquiera pequeña,
porque no determinan los orbes ni prescriben los límites de las excentrici
dades. Pero ahora que las excentricidades han sido descubiertas en tanto que
«o ti» a partir de las observaciones de Brahe, por fin ahora ha lugar la
investigación de las causas o «dioti» a partir de estos cinco sólidos conjun
tamente con las proporciones armónicas.
(10) Lo que siempre está en discusión es una pequeña parte menor que
el «grosor» íntegro del orbe. Dado que hay cierta abundancia, de armonías,
se ha elegido, para cada pareja de planetas vecinos, aquellas que en cantidad
correspondían lo más posible a las proporciones de los cinco sólidos.
SOBRE DESACUERDOS RESIDUALES
DE CADA UNO DE LOS DEMÁS PLANETAS
B
Dies. ser. n
ti 10759 12 Dies. ser. d
■4 6159 4332 37 Dies. ser. Ó
d 1785 1282 686 59 Dies. ser. 9
1174 843 452 x 365 15 Dies. ser. 2
9 844 606 325 262 30 224 42 Dies. ser.
5 434 312 167 135 115 87 58
Aquí las cabeceras de las columnas contienen los días y los mi
nutos de día en que cada planeta de la cabecera completa sus perío
dos bajo la esfera de las estrellas fijas; los números que siguen in
dican cuántos días debería emplear el planeta inferior para completar
su revolución si se diese entre el período y su orbe la misma pro
porción que en el de la cabecera de -la columna. Y ves entonces que
el período verdadero es siempre menor que aquel que se atribuye al
planeta en comparación con el superior.
Mientras tanto, sin embargo, si la relación de movimientos de
dos en dos no es ciertamente la misma, en cambio es siempre seme
jante a la razón entre las distancias.
D IA S M IN .
P A RA
DISTANCIA DISTANCIA
COPERNIC. DIFERENCIA
MOVIMIENTO
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(1) Si es la misma la causa. Si alguna causa hace que Saturno más lejano
sea más lento que Júpiter más bajo y más cercano al Sol, la misma hará que
Saturno más lejano y en el apogeo sea más lento que él mismo en el perigeo
y más cercano. La causa de ambas cosas es la mayor o menor elongación
recta del planeta respecto al Sol, porque distando más del Sol se mueve con
una virtud solar más tenue y más débil.
(2) Supuso Copémico los epiciclos y Ptolomeo los ecuantes. Expuse la
equivalencia de estas hipótesis en el Comentario sobre Marte, parte I.
(3) Más arriba, en el capítulo XX. Pero esto lo hemos enmendado en
las notas. La proporción de los períodos y por consiguiente la de los retrasos
no era la de los cuadrados de los orbes, sino la de la potencia 3/2. Pero en
los movimientos vistos desde el Sol de uno solo y mismo planeta, en el
afelio y en el perihelio, la proporción reinante es exactamente la de los
cuadrados de las distancias, en los movimientos diurnos, en tanto que son
arcos de excéntricas, rige la proporcion simple de las distancias; véase el
Comentario sobre Marte, partes III y IV. El libro IV del Epitome Astrono-
miae, pág. 533, expone la causa evidente de la diferencia.
(4) Y he aquí la causa de que el centro del ecuante. Esto es verdad para
Copémico, para quien C es el centro del ecuante, o mejor del excentroex-
céntrico, B el centro de la vía del planeta, y BC un tercio del propio AC.
Pero en Ptolomeo la razón es otra. Pues para él D es el centro del ecuante,
B de la excéntrica, por lo que BD es la mitad de AD.
(5) A saber, supon todo el mundo lleno de un espíritu. De nuevo por
espíritu has de entender una especie inmaterial procedente del Sol, extensa
como la luz, y tendrás aquí en pocas palabras un resumen de mi Physica
celeste, contenida en el Comentario sobre Marte, partes III y IV, y repetida
en el libro IV del Epitome Astronomiae.
(6) En los casos de Venus y Mercurio. No hay necesidad de excepciones,
sino que es más verdad de Venus y de Mercurio. Pues en la atribución de
algunas desigualdades de estos planetas por Copérnico al movimiento anual
del Orbe, es de donde viene el error.
(7) El movimiento anual de la Tierra (...), no necesita ecuante. Ciertamente,
según Ptolomeo y según Copémico. Sin embargó, yo en el Comentario
sobre Marte hice de esto uno de los elementos principales del libro y lo
puse como piedra angular en el fundamento; o mejor, lo llamé con razón
clave de la astronomía, puesto que demostré claramente a partir de los mo
vimientos de Marte que el movimiento anual del Sol o de la Tierra es re
gulado en tomo a un centro distinto del ecuante, y que la excentricidad de
su órbita es sólo la mitad de la excentricidad creída por los autores.
Así ves, estudioso lector, que en este libro se han esparcido las semillas
de todas y cada una de las cosas que desde aquel tiempo y a partir de las
observaciones totalmente seguras de Brahe han sido establecidas y demos
tradas por mí en esta astronomía nueva y absurda para el vulgo: por con
siguiente espero que no castigues con una injusta censura mi decir jocoso
en el libro IV de Harmonice sobre mis Imágenes, tomadas de los Paradigmas
de Proclo.
SOBRE EL PRINCIPIO
Y EL FIN DEL MUNDO ASTRONÓMICOS
Y SOBRE EL AÑO PLATÓNICO1
Sol 3o -Aries
Luna 3o Libra
Saturno 15° Aries
Júpiter 10° Aries
Marte
Venus 10° Taurus
Mercurio 3° Aries
N odo Ascendente 18° Virgo
Saturno 0° Aries
Júpiter 0° Aries
Marte 0° Aries
N odo Descendente 0° Aries
Luna 0° Capricornio
N odo Ascendente 0° Libra
Venus 0° Libra
Mercurio 0° Libra
Sol 0° Libra
(4) Hay además que asumir los movimientos medios. ¿Y qué si esto
tampoco? ¿qué si los planetas no fueron creados en los ápsides, como en
puntos extremos en los que la ecuación es nula, sino en el medio del inter
valo donde la ecuación es máxima? Por tanto ahí queda este ejercicio, pro
puesto para todos los astrónomos calculadores, y repleto de insinuaciones
piadosas sobre el nacimiento del tiempo. Maestlin intentó algunas cosas.
Recibe de mi parte esta otra, en la que todas las cosas, desde el centro del
Sol, se hallan en posiciones opuestas o en cuadraturas, y además en los
puntos cardinales.
En el año juliano 3993 contado 8 hacia atrás desde nuestra era común,
el día 24 de julio por la tarde, al comenzar la feria segunda (Lunes) eñ
Caldea, el Sol y la Luna se hallaban al principio de Cáncer, cerca de «Cor
Leonis», todos los movimientos de la Luna se hallaban en cuadrante, al igual
que todos los demás: Saturno y Venus hacia el comienzo de Libra, Júpiter
y la Tierra hacia Capricornio, la Luna, Marte y Venus hacia Cáncer. En el
caso de Mercurio hay unos grados de más, pero pueden suprimirse mediante
su ecuación sustractiva máxima, siempre que se conozca suficientemente su
movimiento medio, de modo que no resulten eliminados por la corrección
del mismo. En Venus también sobra algo, que no es posible eliminar me
diante la ecuación. La feria segunda es la del Firmamento, esto es, de la
expansión entre aguas y aguas; como si los orbes o planetas, recibida la
orden de desplazarse por esta expansión, en el mismo instante de comenzar
a expandirse, empezasen a moverse; mientras que la feria cuarta es final
mente la del embellecimiento de los cielos últimos con las estrellas fijas, y
el Sol y la Luna, etc., como último retoque.
(5) Mediante razonamiento no he establecido final alguno del movimien
to. Subyacía a esto como fundamento principal la idea de que entre los orbes
celestes existe aquella proporción que hay entre cualesquiera orbes geomé
tricos derivados de los cinco sólidos. Pues cuatro de esas proporciones son
inexpresables, o, como aquí dije hablando comúnmente, irracionales. Ahora
bien, hemos refutado este fundamento, porque la proporción de los orbes
celestes no procede solamente de las cinco figuras. La cuestión ahora es ¿qué
se puede seguir manteniendo acerca de esta idea, y si se pudiera dar una
perfecta «apocatástasis» de todos los movimientos? Digo que, pese a la quie
bra de este fundamento, no existe proporción alguna. Lo probaré. Pues es
cierto que si las proporciones al menos de los tiempos periódicos son con
mensurables, entonces existe la apocatástasis, pero si son inconmensurables,
entonces no. Pero si lo son o no lo son hay que decidirlo como sigue: todas
las proporciones de los movimientos en los apogeos y en los perigeos, tanto
de dos en dos como de cada uno, son conmensurables, pues proceden de
las armonías, y éstas son todas racionales, al igual que todos los intervalos
son melódicos o subordinados a los melódicos. Por tanto, en el libro V de
Harmonice, capítulo 9, prop. 48, se hallan expuestos y enunciados numéri
camente todos estos movimientos. Y estos números han de considerarse
precisos. Ahora bien, la proporción mutua de los tiempos periódicos tiene
el mismo valor que la proporción mutua de los movimientos medios. Pero
los movimientos medios se forman de las medias aritméticas entre extremos,
afelios y perihelios, y lo que es un medio entre estos dos términos racionales
es racional; y también se forman de la media geométrica entre los mismos
términos. Pero la media geométrica entre términos racionales no es siempre
racional. Por consiguiente, los movimientos medios de los planetas, son inex
presables e inconmensurables con los movimientos extremos de todos los
planetas. Véase Harmonice, libro V, capítulo 9, prop. 48. Y puesto que no
existe ninguna razón «a priori» que determine los movimientos medios, y
puesto que cada uno resulta de sus movimientos extremos, tampoco los
movimientos medios serán entre sí conmensurables; ninguna cosa ordenada,
como la conmensurabilidad, suele existir por casualidad. Por lo cual, tam
poco los períodos de los tiempos serán conmensurables entre sí. Y por
consiguiente ninguna apocatástasis perfecta de los movimientos que pudiera
ser considerada como un término final formal o racional de los movimientos.
Aquí tienes, lector, la revisión de mi pequeño libro titulado Misterio
Cosmográfico, que prometí hace diez años en la parte III de Comentario
sobre Marte, si bien no había lugar para esta revisión antes de la edición del
Harmonice Mundi Libri Quinqué. Por lo cual, dando fin al comentario,
volvamos al Himno que cierra el libro.
CONCLUSIÓN DEL LIBRO
1 Este capítulo no era originariamente tal como apareció en imprenta, y los cam
bios fueron debidos a las sugerencias de los profesores de la Universidad de Tubinga
como se desprende de la correspondencia de Kepler con Maestlin, Hafenreffer, etc.
(G.W . 13, passim). En su forma original era un alegato pro copemicano mostrando
3 ue estas nuevas hipótesis eran compatibles con la Biblia. Cuando recibe el consejo
e no entrar en esta disquisición guardó su primera redacción y escribió este nuevo
capítulo en el tono, más o menos, que le había sugerido Hafenreffer. Pero los papeles
desechados aquí debieron servirle para el Prefacio de la Astronomía N ova. Puede
verse este episodio bien documentado en R o s e n , E .: «Kepler and the Lutheran At-
titude Towards Copemicanism in the context of the Struggle between Science and
Religión», en Vistas in Astronomy, 18, págs. 317-337. Asimismo en WESTMAN, R. S.:
«The Melanchton Circle, Rheticus and the Witemberg interpretation of the Coper-
nican Theory», en Isis, 66, 1975, págs. 165-193.
2 En realidad esta apreciación ae Kepler era más bien fruto de su desconocimiento
de las cosas. Las Tablas Pruténicas de Reinhold se basaban en los datos copemicanos
y expresaban el grado de exactitud de éstos. Pero no lograban superar en precisión
a las Tablas Alfonsíes, como éstas tampoco superaban apreciablemente a las Ptole-
maicas. Sólo más tarde, cuando se aplica a la composición de las Tablas Rudolfinas,
reconoce estos hechos que hace explícitos en el Prefacio a las Tablas Rudolfinas. A
propósitopu ed e verse de G i n g e r i c h , O . : «The role of Erasmus Reinhold and the
Prutenic Tables in the dissemination of Copemicán Theory», en Studia Copemicana,
6, págs. 43-62; y la traducción inglesa del Prefacio de Kepler a las Tablas Rudolfinas
de G ING ERICH, O ., y W a l d e r m a n , W .: «Johannes Kepler and the N ew Astronomy»,
en Quarterly Jou rn al o f the Royal Astronomical Society, 13, 1972, págs. 346-373..
3 E l análisis de Kepler sobre las aplicaciones de la llamada «Regula ex falso», se
continuará en su Apología pro Tychone contra Ursum, cuya traducción inglesa y
significación filosófica puede verse en J a r d i n e , N .: The birth o f History andPhilo-
sophy o f Science. Cambridge University Press, 1984.
C om o es sabido, esta es la posición de Ossiander en el Prefacio que antepuso
a D e Revolutionibus de Copém ico, cuando recibió de Rhetico el encargo de hacer la
primera edición en 1543. El hecho de que ese Prefacio apareciese sin firma hizo que
durante algún tiempo se le atribuyese al propio Copém ico. Puede encontrarse tradu
cido al castellano en la traducción y edición de Sobre las Revoluciones de los Orbes
Celestes de Carlos MÍNGUEZ y Mercedes T e s t a l . Editora Nacional. Madrid, 1982.
Véase WRIHTSMAN, Bruce: «Andreas Osiader’s Contribution to the Copemicán Achie-
vement», en R . S. Westman (ed.): The Copemicán Achievement. University of Cali
fornia Press. Berkeley, 1975, págs. 213-243..
5 Para simplificar para el lector el argumento de Kepler será bueno advertirle
primero sobre el fondo de la polémica. Esta tenía ascendencia platónica y larga his
toria en astronomía, con poderosos motivos para ello. Ptolomeo (Almagesto, I, 1)
considera a la astronomía como una de las partes de la matemática, y la matemática
se constituye como un constructo ideal internamente coherente. De este modo las
posiciones y movimientos de los cuerpos celéstes expresados en términos matemáticos
(geométricos) pueden ser descritos en form a ptolemaica, tychónica o copemicana. E
incluso, representacionalmente, pueden ser equivalentes, como Kepler mostrará más
tarde en la Astronomía N ova. Pero aquí Kepler trata de argumentar contra quienes
hacen de la equivalencia fenoménica un argumento escéptico, cuando dicen que esa
equivalencia arguye en favor de la imposibilidad de distinguir entre hipótesis, sin
parar mientes al hecho de que alguna posee la misma eficacia descriptiva que las otras
(la copemicana) y además una eficacia explicativa de la que las otras carecen. Puede
verse el análisis del argumento de Kepler en N . J a r d i n e , op. cit., págs. 215 y ss.;
Respecto al problema en su conjunto véase D u h e m , P.: Zozein ta phainomena. Essai
sur la- Notion de Théorie physique de Platón a Galilée. París, 1908 (reimpr. París,
1982); JARDINE, N .: «The forging o f m odem realism: Clavius and Kepler against the
sc e p tic s», en Studies in the History and Philosophy o f Science, 10, 1979, págs. 141-173
(Jardine atribuye parte de la terminología kepleriana a P. Ramus en su Schalae M at-
üématicae de 1569); WESTMAN, R .: «Kepler’s Theory o f Hypothesis and the “ Realist
¿ilem m a” », en International Kepler Symposium, págs. 29-54, y del mismo autor:
«Kepler’s Theory o f Hypothesis», en Vistas in Astronamy, 18, págs. 713-720.
® Esta discusión toma como punto de partida la distinción aristotélica (Analit.
prior., 2, 53b, 5 y Analit. Póster., 73a, 21 hasta 74a, 44) entre las inferencias deducidas
del género y de una especie de dicho género. Las primeras son verdaderas «per se»,
mientras que las segundas son verdaderas (si lo son) «per accidens». Si aplicamos esta
distinción al caso de Kepler resulta que la inferencia obtenida (las apariencias del
cambio diurno) se pueden inferir de dos premisas opuestas: i) la Tierra inmóvil, y
ii) La Tierra girando. Si i) todas las apariencias en los cielos dependen de los movi
mientos en ellos; si ii) alguna de las apariencias o algo de las apariencias no depende
de los movimientos de los cielos. Kepler argumenta que i) y ii) son especies de un
género que aquí sería: «entre el cielo y la tierra media alguna diferencia de movi
mientos» («separado m otuum», diferencia entre movimiento y reposo). La inferencia
se realiza con aparente éxito a partir de ambas especies debido a que la base lógica
de la misma es el género común a ambas, y ambas recogen el estado relativo de
posiciones, que es la pane de género común a ambas. La parte no común (por la cual
se convierten para Kepler en «contradictorias» en su Contra Ursum) es la que atri
buye el movimiento a un término (los cielos) o a otro (la Tierra).
7 La idea de Tycho era más restauradora de la astronomía ptolemaica que conti
nuadora del programa copemicano, como pone de relieve R. S. W&STMAN en «Three
Responses to the Copem ican Theory: Johannes Praetorius, Tycho Brahe and Michael
Maestlin», en The Copemican Achievement, págs. 285-353.
8 Kepler inicia con esta apelación su planteamiento de la astronomía como «Físi
ca» celeste, y por tanto la introducción de argumentos epistémicamente físicos, entre
los cuales éste de la simplicidad de la naturaleza (en lugar de la mera coherencia
matemática) y el de la explicación causal en lugar del mero «salvar los fenómenos».
Tanto la apelación a la simplicidad como la idea física del cielo forman parte de la
tradición aristotélica, viva en la escolástica medieval, sobre todo a través de los múl
tiples comentarios a la Física y al D e Cáelo.
9 Respecto al gradó en que Maestlin asume y a las razones de esa adopción, puede
verse de WESTMAN, R. S.: «Michael Mastlin’s adoption o f the Copem ican Theory»,
en Studia Copemicana, 14, págs. 53-63, con un análisis de las notas marginales de la
mano de Maestlin al D e Revolutionibus.
10 Maestlin observó la trayectoria de este cometa de 1577-1578 y publicó un libro
Observatio et Demonstratio Cometae Aetheri, qui anno 1577 et 1578 constituto in
Sphera Veneris apparuit. Tubinga, 1578, que, como otros muchos autores, contribuyó
a destruir la idea de esferas sólidas (confr. DO NAH U E, W . H .: The Dissolution o f the
Celestial Spheres, 1595-1650). A m o Press. N ueva York, 1981). D e m odo más espe
cífico trata este tema D o r i s H e l l m a n n , C .: The Comet o f 1577. Its Place in the
History o f Astfonomy. N ueva York, 1971, y WESTMAN, R. S-: «The Com et and the
Cosm os: Kepler, Maestlin' and the Copemican H ypothesis», en J . Dobrzycki (ed.):
The Reception o f Copemicus' Heliocentric Theory. Dordrecht, 1972, págs. 7-30.
11 Se refiere a D e Revolutionibus, I, 11.
12 En este caso las prostaféresis deben entenderse en relación con’ cada uno de
los sistemas mencionados. Si se trata del ptolemaico los ángulos desde la Tierra sub
tienden a los diámetros de los epiciclos de cada planeta. Pero si el sistema es coper-
nicano, los ángulos subtienden desde la Tierra los diámetros de los orbes de los
planetas interiores; y desde los planetas exteriores subtienden el diámetro del O rbe
Magno.
. u E s el nombre dado por Copém ico a la órbita terrestre, que fue utilizado por
Rhetico y Maestlin generalizando su uso. Su relevancia es más grande en razón de
las posiciones en que permite hacer observaciones que en razón de su verdadera
magnitud, que siempre se reconoció como pequeña en comparación con otros orbes
del sistema.
•** Este movimiento resulta del giro del eje terrestre a lo largo del año en torno
al Sol. Puesto que dicho eje está inclinado en unos grados respecto a la línea que une
a la Tierra con el Sol debería ir describiendo, al desplazarse, una especie de cono de
revolución. Pero la observación no encuentra este «cono» por ninguna parte. Para
dar cuenta de esta inexistencia de algo «previsto», Copérnico introduce un movimien
to en sentido contrario («en- ángulo recto») que compense al anterior y mantenga al
eje de la Tierra en la misma dirección; además, este movimiento contrario tiene un
período de restitución, o de reequilibrio, ligeramente más breve que el de giro del
eje terrestre en torno al Sol, determinando así la precesión de los equinocios. Véase
D e Revolutionibus, III, 1, págs. 237 y ss. (versión en castellano). En este lugar C o
pérnico da cuenta de la forma en que este movimiento permite eliminar las esferas
novena y décima de los «A lfonsinos», de cuya eliminación Kepler se hace eco en su
Epitome (G.W . V II, págs. 511 y ss.).
Puede verse el tratamiento de Copérnico en De Revolutionibus, libro III, 1 y
ss., y la figura «a m odo de guirnalda» en pág. 244 (versión en castellano). ;
La presentación de Copém ico es analizada por Rhetico y. Maestlin (confer.
RO SEN, E .: Tbree Copemican Treatises), aunque los cálculos de Copém ico no resul
tasen absolutamente exactos. Puede verse MOESGAARD, K. P.: «The 1717 Egyptian
years and the C o pem ican theory o f precession », en C en tau ras, 13, 1968,
págs. 120-138; y S w e r d l o w , N . : «O n Copernicus’ theory o f precession», en R . S.
Westman (ed.): The Copemican Achievement. Berkeley, 1975, págs. 49-98, con refe
rencia final a la crítica de Vieta a los cálculos de Copém ico en el libro III, cap. 9. .
17 La Sagrada Congregación del INDEX, en un Decreto de 5 de marzo de 1616,
prohíbe la lectura del D e Revolutionibus, «doñee corrigatur» (no manda quemarlo
como a otros), por cuanto éste y otros libros no intentaban conciliar la Biblia con el
movimiento de la Tierra (que era lo herético propiamente y por tanto obligado pasto
del fuego), sino que mencionaban el asunto sin la precaución de descartar expresa
mente la conciliación herética. H ubo «correcciones», como se puede ver en ejemplares
3 ue la versión de Cipriano de Valera dice: «6. Y dijo D ios: H aya expansión en medio
e las aguas, y separe las aguas de las aguas. 7. E hizo D ios la expansión, y apartó
las aguas que estaban debajo de la expansión, de las aguas que estaban sobre la
expansión: y fue así. 8. Y llamó D ios a la expansión Cielos: y fue la tarde y la mañana
el día segundo.»
8 Kepler se opuso siempre, con diversos argumentos, filosóficos unos y teológicos
otros, a la idea de «mundo infinito», pese a que su conocimiento de las distancias
del universo visible le hacía consciente de que éste era mucho mayor que el imaginado
por los antiguos o por Copém ico. Puede verse un resumen de estos pensamientos
de Kepler en K o ir é , Alexander: D e l Mundo cerrado a l Universo infinito (trad. de
C arlos Solís). Siglo X X L Madrid, 1979. Cap. III, en el que se incluyen textos de
Kepler de su Stella N ova (G.W . 1) y del Epitome Astronomiae Copemicanae (G.W. 7),
en los que rechaza la idea de mundo infinito.
9 N o aparece esta expresión en la obra conservada de Platón, pero le es atribuida
desde la Antigüedad y citada en el Renacimiento como suya. Pero la ¡dea, en sí misma,
tiene un trasfondo pitagórico, y era percibido como tal entre los doxógrafos; así es
que Diógenes Laercio nos da la «información» (procedente de Sátiro y otros, Vidas,
III, 6) de que Platón compró p or cien minas tres libros pitagóricos de Filolao (pita
górico de Tarento) y que habrían sido el argumento inicial del Timeo.
10 Esta argumentación a priori no debe entenderse literalmente, como Kepler
advierte en carta a Herwart (G.W . 14, pág. 130) «estas especulaciones a priori no han
de contradecir la experiencia evidente, sino más bien estar de acuerdo con ella». De
hecho no resultan argumentos a priori, salvo que se suponga al dios geómetra y sus
proyectos arquetípicos, y que se conozca la efectiva aplicación del proyecto divi
no, etc. Por tanto, al no poder disponer de todos estos supuestos previos, Kepler sabe
que estos argumentos sólo son aplicables «ex congruentia».
" Kepler sigue aquí una línea platónica (Timeo, 53c-56c), en la que hay que
presuponer, por una parte, la ascendencia pitagórica de la doctrina geométrica apli
cada a la constitución de los elementos del mundo, y por otra, la sistematización
euclídéa de los cinco sólidos platónicos. Kepler estudió estos sólidos con gran pene
tración y añadió dos cuerpos regulares (estrellados) a los que ya se conocían (Kepler
cita en el cap. 13 de esta obra a Campano de N ovara, en cuyo Apéndice a su edición
de los Elementos aparece un primer estudio de los cuerpos regulares estrellados) en
su Harmonices M undi Libri V. Para un estudio amplio véase F i e l d , J. V .: Kepler’s
Geometrical Cosmology. The Athlone Press, caps. I y V. Londres, 1988.
12 Kepler se confundió (quizá citaba de memoria) y tampoco en la segunda edi
ción com gió este lapsus, puesto que el cuerpo que corresponde a los cielos (al aire)
es el Dodecaedro. En Harmonices Mundi, II, y a aparece correctamente (G.W . 6, fig.
pág. 79 y prop. 25).
13 En la primera edición (1596) la lámina lleva una dedicatoria al duque de Wür
ttemberg; en la segunda desaparece esta dedicatoria. Parece que esa dedicatoria evitó
a Kepler-censuras más fuertes por parte de las autoridades de Tubinga. Sobre las
censuras y cortes sufridos por Kepler de pan e de la Universidad, confer. R o s e n , E .:
«Kepler and the Lutheran attitude towards Copemicanism in the context o f the strug-
gle betweeen Science and Religión», en Vistas in Astronomy, 18, 1975, págs. 317-337.
14 Esta nota aparecida en la primera edición es un ejemplo de la intervención de
la Universidad de Tubinga, como resultado de la mediación de Maestlin. Véase E . RO
SEN, art. cit. y G.W . 13, págs. 86-87.
0 - ra - cutí [ fa ]- h ü - u ' t u - ó íu n
|.S<m
Por otra parte, hay que observar que Kepler considera tres tonalidades en razón
del punto de partida de la escala Hexacorde (de seis notas consecutivas), tonalidades
a las que denomina «fuerte» (dura), «natural» (naturalis) y «suave» (molíis), del modo
siguiente:
1.“ o dura: Ó A B C D E
ut re mi fa sol la
2.' 0 naturalis: C D E F G A
ut re mi fa sol la
3.* o mollis: F G A B C D
ut re mi fa sol la
O I2 = a2/24 = 1.
IP2 = a2/12 = 2.
H P2 = a2/4 = 6.
H I2 = a2/3 = 8.
N O 2 = 3a2/8 = 9.
-N I2 _ 2 ¿ / i = 16.
N P 2 = 3a2/4 = 18.
N H 2 = a2 = 24.
. N M 2 = 3a2/2 = 36.
La determinación del valor O I2 = a2/24 es ingeniosa y larga (véase Frisch, l.c.),
pero una vez hecha y tomada como unidad viene a resultar una de las «simplifica
ciones» que Kepler quería.
8 Para el cálculo de la distancia mayor de Mercurio, Kepler utiliza este valor de
707 que corresponde al radio del círculo inscrito en el cuadrado resultante de cuatro
ejes medios del octaedro y no al radio de la esfera inscrita como exige su teoría
poliédrica. Por ello termina con esa llamada de atención: «Q uod nota». Téngase
presente para lo que seguirá en caps. XIV y XV II.
1 Kepler entra ahora en una discusión muy importante a la larga para su futura
investigación sobre la trayectoria de los planetas, investigación que acabará por asig
narles en la 1.* Ley una trayectoria elíptica. Para comprender el punto de partida es
aconsejable recurrir a Las hipótesis de los planetas de Ptolomeo, porque en ellas se
expone la idea de «grosor» de las esferas como ámbito de rotación de los epiciclos.
Pero, y este es el quicio del argumento kepleriano, esos ámbitos resultan excesivos
incluso cuando los planetas se hallan tan cerca entre sí como la Tierra y Venus, y
peor si se considera el caso de Marte y Júpiter. Pero por otra parte no se puede
desconocer que, incluso con respecto al centro del mundo en la hipótesis de Copér
nico, sigue habiendo distancias mínimas, medias y máximas, o lo que Kepler llama
aquí «excentricidad».
2 Aitón en nota ad loe. subraya algunas particularidades de la tabla siguiente. El
problema de los cálculos y datos de Kepler es continuo, y puede resumirse con
palabras de O . Neugebauer al analizar algunos ejemplos: «I wish to give... some
examples of those rather trivial obstacles which every careful reader of Kepler’s pu-
blications had to met on practically every page... The number o f trivial computing
errors is enormous (only a small percentage is noted in the edition), parameter are
changed without explanation (usually belonging to different stages of investigation...)
references to observations accessible to no one else (hasta que Dreyer publicó la obra
de Brahe, vols. 10-13, 1923-1926) are quoted sometimes in an incomplete form...»
Cfr. Astronomy and History Selectes Essays. Springer-Verlag. Nueva York, 1983,
pág. 593. En este caso concreto, como Aitón hace notar, estas distancias proceden
del capítulo siguiente, donde aparecen en la primera columna de la tabla como dis
tancias tomadas «desde el centro del O rbe M agno». Pero Kepler no nos advierte de
las manipulaciones a que son sometidas: i) las distancias Marte-Tierra y Tierra-Venus
en donde las distancias máximas y mínimas de la Tierra se toman desde el Sol, de lo
cual resulta, ii) que los valores usados para el grosor del orbe terrestre son los de la
columna segunda. Pero como tanto los mínimos de Marte como los máximos de
Venus pertenecen a la primera y el grosor calculado queda comprendido entre esos
valores (máximo «heliocéntrico» ae la Tierra/m ínim o «copernicano» de Mar
te = 1.042/1.374 = 0,758; máximo «copernicano» de Venus/mínimo «heliocéntrico»
de la Tierra = 761/958 = 0,794) ocurre que el mínimo de Marte y el máximo de
Venus son ligeramente mayores, aunque no sería diferencia significativa. O tro error
(mínimo) se halla en la atribución del valor 635 a Saturno en el libro V de Copém ico.
Debería decir 631 (630 escribió a Maestlin el 2 de agosto 1595, G.W . 13, pág. 28) que
es lo más aproximado a la relación dada por Copérnico (1.000/631, o también
5.458/8.650 = 0,5309). Frisch no advierte la existencia de error y propone la fracción
errónea 5.492/865 = 635 como cómputo real kepleriano (pág. 207).
3 De nuevo estos valores resultan de las tablas que Kepler maneja en el capítulo
siguiente, donde atribuye al radio de la órbita lunar un valor de 3’ 36". Sin embargo,
en la tabla de proporciones anterior, las distancias se toman desde el centro del Orbe
Magno o terrestre (que tampoco es exactamente el centro del mundo copernicano).
ccepción hecha de las distancias Tierra/Marte y Tierra/Venus, que se toman desde
Sol. Esto hace que Kepler pueda atribuirle al orbe terrestre el espesor adecuado a
. excentricidad de la órbita. Las distancias tomadas como base para estos cálculos
>n las de la tabla mencionada del cap. X V , de las cuales utiliza la primera columna
ira los planetas, la segunda para la Tierra y la cuarta para la Luna. El cálculo, como
i el caso anterior, es por diferencias aunque el grosor del orbe terrestre aumenta
geramente con la «protuberancia» lunar; los valores son ahora: 761/898 = 0,847
1.102/1.374 = 0,802, que apenas permiten señalar con líneas punteadas en el gráfico
grosor que añaden al orbe terrestre.
1 Este traslado de centros (desde el centro de la órbita terrestre al centro del Sol)
msforma al sistema de Copém ico eri heliocéntrico, ya que lo que le faltaba para
rio era precisamente esta distancia que ahora elimina Kepler. Este paso tendrá con-
cuencias, que ya registra en las tablas siguientes, sobre las excentricidades máximas
mínimas de las órbitas de los planetas (en concreto de la Tierra), obligándole a
leulos y observaciones más meticulosos. De paso simplifica el sistema, al eliminar
excéntrica por la que circula el centro del O rbe Magno y al convertir a la Tierra
i un planeta más, cuyo orbe habrá de tener el espesor necesario para enjugar (con
ina o sin ella) la excentricidad resultante. La Lám. V da cuenta gráfica de lo que
pone este cambio.
2 El fondo de este argumento de Kepler reside en la idea de simplicidad: estable-
r un solo modelo para el sistema en el que no haya excepciones ni dobles centros,
el Sol es centro, lo es de todo, de movimientos, de distancias y de cálculo de las
stancias intermedias entre los orbes de los planetas. Si la Luna acompaña a la Tierra
to debe concederle a la Tierra un espacio de giro que sea capaz de contener a la
bita lunar, con lo que el sistema permanecerá siempre, a las distancias correspon-
entes, referido al Sol.
3 Este inconveniente sería grave por dos razones: i) no dejaría espacio intermedio
ira la inclusión de los sólidos regulares entre Venus y Tierra (con la órbita lunar
cluida), y ii) alejaría la órbita de las fijas respecto a Saturno hasta el extremo de no
r compatible con las observaciones.
4 La correspondencia entre Kepler y Maestlin (K.G.W . 13, n .°29, págs. 54-65)
bre este punto entraña por parte de Kepler la pregunta clave para la contrastación
su hipótesis poliédrica, a saber: si situamos el centro del mundo en el Sol (en lugar
: en el centro del O rbe Magno), ¿serán las distancias a las esferas distintas d é la s
: C opém ico? Pero, en tal caso, es preciso saber si esas nuevas distancias se hallan
itre sí en una relación mejor respecto a las exigidas matemáticamente por los po-
:dros inscritos en los orbes de cada planeta o circunscritos a ellos.
5 A principios de 1596 Kepler viajó a Tubinga y, entre otros asuntos, despachó
ta consulta con Maestlin, consiguió la aprobación de la Universidad para puDÜcar
libro, contrató con Gruppenbach la edición y trató de venderle al duque de
urttemberg la construcción de un modelo (en metales nobles) de su modelo «polié-
ico» de universo (el modelo era el de la portada dedicada al Duque).
En carta de Maestlin de 27 de febrero de 1596 (G.W. 13, n.° 29, págs. 54-65), quizá
itregada a Kepler en mano, aparece una primera respuesta a la petición (aunque
aestlin retocó algunos datos para la imprenta, cosa no ajena a ciertos errores ma-
riales, no demasiado importantes). Kepler decidió incluir esta carta como uno de
s apéndices de la primera edición de su libro. Maestlin se ocupó de la corrección
: esta edición y en este momento añadió algunas cosas (véase el texto publicado en
■W. 1, págs. 132-145). L os elementos destacables son: i) la representación de los
ovimientos planetarios en términos copernicanos; ii) el cálculo de las distancias
máximas y mínimas respecto al Sol, esto es, el valor de las líneas A B , A C , A D , etc.,
y iii) la reubicación de las líneas de ápsides desde los días de Ptolomeo a los de
Copém ico.
La representación de Maestlin del movimiento planetario se basa en la descom
posición propuesta por Copém ico (De Revolutionibus, libro V, cap. 4) del movimien
to único en dos movimientos regulares «donde los antiguos colocaron un solo m o
vimiento en dos excéntricos, nosotros pensamos que hay dos movimientos regulares
de los cuales se compone la irregularidad de la apariencia, o por un excéntrico de un
excéntrico, o por un epiciclo de un excéntrico, o también, de una manera mixta, por
un excentro-epiciclo, que pueden originar la misma irregularidad (pág. 413). La re
presentación de Maestlin utiliza la llamada por Copérnico «excéntrico de excéntrico».
En el gráfico no aparece el excéntrico mayor al que hay que suponer con radio «a»
y que puede imaginarse similar a los orbes representados en la Fig. IV del cap. ante
rior. Se limita a representar: 1) al Sol = A, 2) al centro del O rbe Magno = B y 3) a
las excentricidades respectivas de cada planeta, divididas en dos partes; una, que
corresponde a la del excéntrico mayor, representada por las líneas B C , BD , BE , BF,
BG , si se toma como centro el del O rbe Magno, o por A B , A C , A D , A E , A F, A G ,
si se toma como centro al Sol; y la otra representada por los radios de los círculos
de los excéntricos menores (o epiciclos en la representación copemicana equivalente
de «excentro-epiciclo») B, C , D , E, F, G.
H ay que tener en cuenta que esta representación copemicana es, a su vez, equi
valente a la ptolemaica en la cual la excentricidad total E se atribuía al ecuante.
Respecto a E las excentricidades copernicanas se distribuyen 3/4 al excéntrico mayor
(aquí representadas por las líneas B C , BD ...) y 1/4 al excéntrico menor. Teniendo
esto en cuenta resulta que el planeta gira con una excéntrica mayor de radio «a» cuyo
centro se mueve por la excéntrica menor con movimientos uniformes de modo que
las distancias máximas y mínimas del planeta hasta el centro del Orbe Magno res
ponden a una fórmula en la que a «a» (convertida ahora en una constante) hay que
sumar o restar la excentricidad debida al excéntrico menor. Sea «e» la distancia re
presentada por las líneas B C , BD , BE... ( = 3/4 E) y sea el radio del excéntrico menor,
r = 1/3 e; como la excentricidad máxima o mínima de este excéntrico ocurre cuando
el diámetro coincide con la línea de ápsides, la cantidad a sumar o restar será 2/3 e.
Por otra parte el valor de 1/3 e del radio se asigna porque 1/3 e = 3/4 E/3 =
3/12 E = 1/4 E , que es la condición del reparto de excentricidades de «movimientos
regulares» propuesta por Copérnico en el lugar citado.
6 Debe notarse que la línea B A L en tiempos de Ptolomeo no es Cáncer (como
dice Kepler, quizá por error de imprenta), sino Géminis.
7 L a forma sexagesimal de esta tabla se basa en el radio de la distancia media
terrestre que se supone de valor Io 00’ 00” . Pero contiene varios errores de origen
diferente que han sido sistematizados por los editores modernos de Kepler desde
C . Frisch y que Kepler no corrigió en la segunda edición (como tampoco corrigió el
original de imprenta de la primera), porque quizá prefirió respetar la historia tal y
como había ocurrido. Trataré de resumirlos:
En primer lugar veamos las equivalencias decimales de la tabla y, entre paréntesis,
los valores corregidos según E. J. Aitón, para las columnas 2, 3 ,4 (se toma 1° = 1.000),
según los datos copernicanos.
SEGÚN HIPÓTESIS
COPÉRNICO (CON LUNA)
(fl
Todos estos valores son heliocéntricos, mientras que los de la columna (1) del cuadro de
Kepler (que no incluimos en el nuestro) son referidos al centro del Orbe Magno. Veamos éstos
de modo independiente antes de analizar los de la tabla heliocéntrica.
Los valores de la columna (1) proceden del De Revolutionibus de Copémico y, resumidamen
te, ocurre con ellos lo siguiente:
8 Como en esta tabla se parte de los valores dados en la anterior, es evidente que se conservan
los desvíos registrados en aquélla. El método de cálculo es como sigue:
Saturno: Valores anteriores por el orden (3), (2), (4):
10.599; 9.987; 11.304; Dist. Media de la Tierra == 1.
Luego, 10.599 :1 :: seno total: x; y, x = 1/10.599 0,09435 = sen. 5 °25’, y así sucesivamen
te para los demás valores de la tabla de Saturno, Júpiter y Marte. Respecto a Venus y Mercurio
basta la transformación directa en forma decimal para obtener los senos y sus ángulos correspon
dientes, p.e. 761 = 0,761 =sen. 49° 36’, etc. Para dar una idea de los errores acumulados ae la
tabla anterior reproduciré la corrección de E. Aitón (entre paréntesis) en la Introducción de su
edición (pág. 27), partiendo de los valores correctos de Copémico.
(En la columna (2) el valor de Mercurio 29° 19’ debió ser una errata por 29° 15’. También hay
errores en Júpiter (3) 11° 17’ y no 10° 17’; en Júpiter (4) 10° 34’ y no 10° 23'; en Mane (4) 37° 13’
y no 37° 52‘).
1 H ay que recordar aquí las objeciones que Kepler plantea a la opinión ptolemaica
en sus comentarios a las láminas I y II del cap. I. Las láminas muestran que las
prostaféresis, para Copérnico (lám. I) invierten la referencia de orbes desde la Tie
rra hacia fuera y hacia dentro: así el eje del Gran O rbe determina los ángulos para
los planetas exteriores, mientras el eje de cada orbe interior determina el ángulo de
prostaféresis desde la Tierra para los interiores. La lámina II ¡lustra las prostaféresis
para la concepción ptolemaica.
2 El lector, hallará en el lugar .mencionado por Kepler en la tabla del cap. 15 que
allí se asigna erróneamente a Marte + 0 ,2 0 ’, en lugar ae 0,30’, como aquí.
3 Efectivamente, para la Cosmografía de la época las aproximaciones de Kepler
eran más que buenas, si consideramos que los valores aceptados para distancias te
rrestres, como se encargó de mostrar D . Cassini al medir distancias en Francia, ma
nejaban errores más amplios que los reconocidos por Kepler para su hipótesis.
4 Cita de memoria a H oracio Epist., I, 1.32 «E st quodam prodire tenus».
5 Kepler era consciente de que los grosores de los orbes tenían que dar cabida a
las variaciones de distancia de los planetas al Sol. Por tanto resultaba imprescindible
para ajustar su hipótesis comparar los grosores de los orbes con las excentricidades.
Para ello había que conocer las distancias máximas y mínimas de cada planeta y esto
sólo era. posible mediante observaciones de apogeos y perigeos de cada uno (o de
afelios y perihelios en la hipótesis kepleriana). Su desconfianza de las Tablas Pruté-
nicas era más que justificada, como ha dejado claro, y sólo esperaba que las obser
vaciones de Tycho arrojaran luz sobre el particular. Tras su primer viaje a Praga en
el que intenta sacar alguna información de las observaciones de Tycho, sin resultado,
escribe (G.W . 14, págs. 128 y ss.) a Herwart v. Hohemburg: «...inter potissimas in-
visendi Tychonis, fuit et haec, ut veriores Eccentricitatum proportiones ex ipso dis-
cerem, quibus et Mysterium meum, et iam dictam Harmomcem examinarem... verüm
Tycho copiam earum mihi non fecit...». Por otra parte, la hipótesis poliédrica no da
explicación ni ¿1 hecho ni a la magnitud de estas excentricidades, con lo cual pierde
mucho de su carácter «arquetípico», y Kepler es consciente de esta limitación.
6 Más que una cita es una paráfrasis del texto de Copém ico.
7 Bernhard Walther trabajó con Regiomontano y realizó observaciones en Nu-
remberg que, junto con las de Regiomontano, aparecieron publicadas en Nuremberg
en 1544. Copém ico tuvo acceso a ellas antes de su publicación (De Revolutionibus,
V. 30). N o obstante Copém ico ni dispuso de buenas observaciones ni, menos, utilizó
las que tuvo a mano para establecer fas distancias reales exactas de los planetas, sino
para, com o dice O . Gingerich, «mostrar que la cosmología heliocéntrica era compa
tible con predicciones planetarias razonables, y no tanto para reformar la exactitud
de las prediciones astronómicas». Cfr. WESTMAN, R . S. (ed.): The Copemicán Achie-
vement, «Remarks on C opem icus’ Observations», págs. 99-107. Esto matiza, en par-,
te, la crítica que hace Kepler.
8 Probablemente se refiere a las Tablas Pruténicas, en donde Reinhold se esfuerza
en calcular fracciones sexagesimales de grado hasta el quinto lugar, esto es, minutos
primeros, minutos segundos, minutos terceros, etc.
1 Kepler dice «sesquiocto mensium» que no puede traducirse por 8 meses + 1/8
de mes que sumarían casi 244 días, cuando Kepler dirá enseguida en la tabla siguiente
que el período de Venus es de 224,42 días. Supongo que hay un «lapsus», o un mal
uso de «sesqui» que en rigor significa «unidad más en numerador que en denomina
dor» (esto es 9/8) y que acaso Kepler quiso decir «ocho menos un medio». Aitón y
Segonds se hacen eco de este error y corrigen en sus notas interpretando «siete y
medio meses».
2 H ay que observar que los «minutos de esta tabla» son «minutos de día», es
decir, partes sexagesimales de día. Por otro lado, hay que considerar que el término
con el que se trata de comparar aquí es «las distancias medias de los planetas» que
se sigue de la tabla primera de las del cap. X V (semisuma de distancias máxima y
mínima). La fórmula de Kepler es una proporción directa: distancia media del pla
neta = dm p; entonces dm p:100:: x : 60 (60 es la distancia media de la Tierra). P. ej.,
para Saturno: '/2(99.874 + 83.416) = 91.645; entonces 91.645:100 :: x : 60 = 549,87,
para Saturno. Y para los demás resultan 314,76, para Júpiter; 91,224, para Marte;
43,1304, para Venus; 21,438, para Mercurio. Y los -valores de la primera columna
re su lta ría n de las p r o p o r c io n e s 5 4 9 ,8 7 :3 1 4 ,7 6 ::1 0 .759,12: x ; x = 6 .1 5 8 ,8 ;
549,87:91,224::10.759,12: x; x = 1.785. Y así sucesivamente para los demás. En la
tabla de Kepler hay algunos errores que Segonds (pág. 326, n." 5) resume como sigue:
COLUMNAS LÍNEAS DEBE DECÍR OBSERVACIONES
3 4 161
4 3 130,30
5 2 111,7
Pe - Pi = Re - Ri
Pi Ri
Pi + (Pe - Pi) _P e_
Pi Pi
Y por tanto más próxima a la proporción [Re/Ri], que buscaba Kepler. El ejemplo
que sigue (Mercurio, Venus) se atiene a la fórmula que acabamos de dar.
7 C om o él reconoce en la nota, era un espejismo, porque repetía el cálculo. En
cambio aparece la idea-de fraccionar las magnitudes a comparar en «unidades» co
rrespondientes tan pequeñas como se quiera imaginar (aunque en este caso no se
imaginen muy pequeñas de m odo explícito). Este método, que podría ser llamado de
infinitésimos, reaparecerá en el estudio de la órbita de Marte, y en otros trabajos de
Kepler, con mucha mayor amplitud. Cfr. A ITO N , Eric J .: «Infinitesimals and the Area
Law », en Krafft, F ., Meyer, K . y Sticker, B. (eds.): Intemationales Kepler-Symposium
Weíl der Stadt 1971. Gerstemberg. Hildesheim, 1973, págs. 285-305.
8 La idea kepleriana de «Física Celeste» es, quizá, la más revolucionaria, tanto
respecto a la astronomía ptolemaica como respecto al modelo copernicano primitivo
y, sin duda, representa mejor que otra alguna la distancia entre los logros de Kepler
y el punto de partida copernicano. E s evidente que Kepler no alcanzó una formula
ción conveniente de su tesis física, como alcanzaría Newton más tarde, pero es evi
dente que la vinculación que establece entre leyes de distancias y movimientos y
cuerpos que intervienen en esos movimientos mediante «fuerzas» es el primer paso
hacia la astronomía física. Los conceptos de Kepler son imprecisos y desde «almas»
(tradición platónico-árabe-medieval) hasta los de «fuerza» («virtus», «virtus magné
tica», «species inmateriata», etc.) o hasta las confusas ideas sobre la inercia, la cantidad
corpórea, la relación con las distancias hay una gran distancia que no puede desco
nocerse y que constituye el primer intento sistemático de construir una física celeste.
Para una exposición de estos tanteos keplerianos véase K r a f f t , F .: «Kepler’s Con-
tributions to Celestial Physics», en Vistas in Astronomy, 18, págs. 567-572. También
STHEPHENSON, B .: Kepler’s Physical Astronomy, cap. IV y en particular (págs. 146 y
ss.) a propósito de la teoría de la Libración.
9 Kepler da cuenta claramente de su error. En Astronomía N ova, 39, establece
que la proporción entre los tiempos periódicos será como los cuadrados de las dis
tancias («in dupla proportione distantiarum»), esto es Re2/R i2 = Pe/Pi. Para esto es
necesario sustituir en la primitiva fórmula
Pi + V2 (Pe - Pi) = Re
Pi Ri
Re2 = Pe
Ri2 Pi
C on todo y ser esta fórmula más próxima a la de la tercera Ley no lo son sus
valores, como explicará Kepler enseguida, y sólo en Armonices Mundi Lihri V (V, 3)
llega a formular correctamente dicha tercera Ley que él mismo dice haber descubierto
el 15 de mayo de 1618 y establece la relación entre Pe/Pi igual a la relación entre
Re/Ri elevados respectivamente a sus potencias 3/2 («Proportio quae est inter bino-
rum quorumcumque Planetarum témpora periódica sit praecise sesquiáltera propor-
tionis m'ediarum distantiarum»). Para esto ha de introducir nuevos factores físicos en
el juego. U no es la resistencia que-opone la masa del planeta a ser movido y que
depende de su cantidad de materia, resistencia que cree proporcional a V « r » (radio
del cuerpo) y el otro es el volumen que expresa la capacidad proporcional de asumir
fuerza motriz del Sol y que cifra como proporcional a «r». Com o se ve, existe una
vaga idea de «inercia» en la ¡dea de «física celeste» kepleriana ya desde el principio,
pero no logra una adecuada precisión de su definición física. El movimiento de los
planetas es «forzado» continuamente por la «virtus movens» del Sol y, desde este
punto de vista, su idea de «resistencia al cambio de cantidad de movimiento» es
aristotélica (tendencia de los cuerpos al reposo como estado natural), pero, a la vez,
la «cantidad de fuerza asumida por el cuerpo» proveniente del Sol es función del
tamaño del cuerpo. Cfr. G i n g e r i c h , O .: «The Origins of Kepler’s Third Law », en
Vistas, 18, pág. 599.
10 Argumento importante para Kepler en dos sentidos: «arquetípicamente», por
que D ios no puede hacer chapuzas y menos que ninguna las matemáticas, y cualquier
excepción lo sería; otro porque, para Kepler, es «m ejor» ciencia la que es más general,
más simple y con menor número de leyes o principios.
1 En el último párrafo del capítulo X V II explica Kepler los «acomodos» que ne
cesita la excentricidad de Mercurio para aproximarse a los valores «figúrales». Como
resultado de añadir la semidiferencia de las excentricidades máxima y mínima obtiene
el valor aproximado de 559. Así las dos distancias medias 500 y 559 corresponden
g rosso modo a los radios mínimos y máximos del círculo que representa la gran
excentricidad de Mercurio. La teoría de Mercurio se halla en el libro V, caps. 25 y
27 del D e Revolutionibus. Com o consecuencia de la preservación en Copém ico de
los movimientos circulares uniformes resulta necesaria la introducción de círculos
auxiliares de transformación de las irregularidades. Pero en el caso de Mercurio el
diámetro aparente del círculo que porta la excentricidad del planeta además aumenta
y disminuye (oscila) según la Tierra se halle en los ápsides o a 90 ° de ellos.
2 Esta tabla comparativa de distancias copemicanas, motóricas y «números más
próxim os» resultó ininteligible para Maestlin como le dice a Kepler en la carta 19 de
marzo de 1596 (G.W . 13, pág. 109). L a aclaración de Kepler (19 de abril, G.W . 13,
pág. 117) es más larga que el propio capítulo en que estamos. Resumidamente, dice
Kepler: «En la primera columna se hallan las tres distancias (máxima, media y míni
ma) según C opém ico; en la segunda las distancias medias obtenidas de mi estudio
de los movimientos: He aquí lo que significa el resto de la tabla.
A sí quedaría más claro lo que quería decir. Pero, la expresión «quam proxime»
la entendía en el sentido de que donde pongo el valor derivado de la proporción no
pongo uno aproximado, sino exacto. Al lado de este valor añado el que le resulta
más próxim o, resultante de la primera o de la segunda columna...»
N o obstante esta aclaración, Ch. Frisch considera, no sin razón, que aclara poco
y añade la suya, que consiste: a) los valores de la columna 1.* proceden de la tabla
del cap. X V , col. II; menos los de la Tierra que proceden de la IV. b), los valores de
las distancias «m otóricas» los calcula del siguiente m odo: las medias aritméticas entre
p e r ío d o s c o n se c u tiv o s d e p lan e tas so n (recu érd ese del cap ítu lo an terior
{[Pi + '/, (Pe - Pi)]/Pi}, 7.545,9; 2.509,8; 526,117; 294,975; 156,333. Y los tiempos
de los movimientos son 4.332,6; 686,98; 365,25; 224,7; 87,966. Tenemos
' En carta de 27 febrero 1526 (G.W . 13, págs. 54-55), Maestlin llama la atención
de Kepler sobre la equivalencia geométrica de la representación mediante excentro-
epiciclo y excentroexcéntrico. Pero añade una consideración importante para los gro
sores de las esferas. En la primera representación se requiere un grosor adicional igual
a 2/3 de la excentricidad e con objeto de «dar cabida» al epiciclo que circula con
centro continuo en la deferente, mientras que en la segunda no es necesario, por el
hecho de no añadir (a efectos de grosor) al radio de la deferente el valor del radio
del epiciclo. Supongamos que E = 4/4 de la excentricidad total de la órbita de un
planeta visto desde O , centro de la órbita terrestre, y llamemos £ = 3/4 (E). En tal
caso el epiciclo con centro en la deferente tiene un radio r de 1/3 (e) = (1/3 X 3/4)
E = 1/4 (E). Cuando el planeta se halle en el apogeo su distancia desde el centro de
la órbita terrestre será igual al radio R de la deferente R 4- 2/3(e), y cuando se halle
en el perigeo será R - 2/3(e). O también R (4- - ) '/2E. La otra mitad hay que
atribuírsela al epiciclo. C osa esta que no ocurre si el centro de R circula por una
excéntrica interior a la deferente, que es el caso del excentroexcéntrico.
2 Todo este párrafo fue corregido por Maestlin, como le hace saber a Kepler en
carta de 19 de marzo de 1596 (G.W . 13, págs. 109-111). Kepler había, según Maestlin,
interpretado mal una figura de Copém ico (libro V, cap. 4) en la que éste omite señalar
el centro del ecuante. C fr. Segonds, pág. 336, n.° 6. Kepler había tomado a C por
centro de ecuante, que es de hecho D , y A C = 3/4 de la excentricidad del ecuante
ptolemaico.
3 E s evidente que hay un paralelismo con el cálculo del cap. X X , pero no una
identidad. Allí se comparaban tiempos y movimientos de dos planetas consecutivos
con trayectorias, por tanto, diferentes, mientras que aquí se trata de uno y el mismo
planeta contemplado en sus distancias máximas y mínimas. Kepler considera a E F G H
como el excéntrico de centro B en el cual AB = ‘/ 2Ad excentricidad total del ecuante.
Sea A B = e y supongamos que la fórmula de los dos períodos del cap. X X se aplica
aquí a las dos distancias; tendremos que siendo r el radio del excéntrico la distancia
del planeta en el apogeo desde A será r + e. Entonces,
r + 2e _ (ü
r ü)’
1 La suposición que hay que hacer aquí para comprender toda esta disquisición
kepleriana es muy extensa. En primer lugar hay que suponer como «académica» una
tradición astrónomo-astrológica de origen árabe (Bagad), y más probablemente persa
o hindú, que llegó a Europa a lo largo de los siglos medievales (véase T h o r n d ik e ,
Lynn: History of Magic and Experimental Science. Colum bia University Press,
1941-1959, sobre todo IV). E l primer axioma consistía en aceptar una «máxima con
junción» qye se repetiría con mínimas variaciones cada «gran año cósmico». El se
gundo era aceptar que los acontecimientos que la tradición, la memoria oral o la
historia escrita atribuían a ese primer año cósmico se iban a repetir, con pocas varia
ciones, en los sucesivos. El tercero era aceptar que la relación entre el estado de los
astros (por supuesto siempre recurrente para cada período mayor o menor que se
considerase) y los eventos que habrían de suceder bajo este estado celeste se hallaban
en conexión estrecha (podríamos .decir «causal»). Por ello los Horóscopos podían ser
trimestrales, anuales, para las pequeñas conjunciones, para las grandes y para las
máximas. En este caso los períodos contemplados eran del orden de Creación-Dilu
vio, Diluvio-Nacimiento de Abraham; Nacimiento de Abraham-Primera destrucción
del Templo, etc. En este supuesto es en el que Kepler se mueve implícitamente en su
cómputq de las «conjunciones» hacia atrás, hacia el momento de la Creación.
2 La idea de Año Cósm ico quizá tiene diferentes formulaciones en las cosm ogo
nías más dispares. A quí Kepler se refiere a una tradición documentada en las escuelas
y que aparece formulada en Timeo, 39 D , 2. Según esta idea el mundo retom a a unas
posiciones de conjunción planetaria completa cada cierto número de años, marcando
con ello el comienzo de otro «A ño Cósm ico», o Año platónico.
3 Esta cuestión era de máxima actualidad en el Renacimiento y después; recuér
dense los trabajos de cronología que hizo New ton con tan escasos resultados. Y más
aún, cuando hidrólogos, geólogos o biólogos tratan de cuestionar eventos tan renom
brados como el Diluvio que no encajan ni en las cronologías todavía deficientes del
siglo xviii y que, sin embargo, bastaban para poner en tela de juicio las cronologías
y sucesiones generacionales de la Biblia, aparecen cálculos sobre la antigüedad de la
Tierra que continúan estas cábalas anteriores. Cfr. WALLACE, W. A .: «Galileo Galilei
and the Doctores Parisienses», en Prelude to Galileo. Dordrech, 1981, págs. 192-255.
Cita Wallace a W. H ales, quien en el tomo I de su A New Analysis o f Cbronology
and Geography, History and Prophecy, en las págs. 209 y ss., presenta 120 soluciones
al problema de la fecha del comienzo del mundo.
4 Se trata de José Ju sto Scaligero, hijo de Julio César Scaligero, a quien se refirió
al principio. José Justo había publicado en 1583 una Opus de emendatione temporum
en la cual situaba el comienzo del mundo en otoño «in aequinotio autumnale», exac
tamente entre un 20 y un 26 de octubre.
5 En el apogeo.
6 Cabeza y Cola designan los nodos ascendente y descendente, respectivamente.
Era una leyenda vinculada a los eclipses, según la cual un dragón rodeaba los nodos
con su cola enroscada y que al menor descuido se tragaba al Sol o a la Luna. Kepler
en Epitomes Astronomiae, VI, 4 (G.W . 7, pág. 447) atribuye estos nombres a los
árabes. C fr. H a r t n e r , W .: Oriens-Occidens. Hildesheim, 1968, págs. 268-286.
7 Copém ico, libro I 10, y Plinio, Historia Naturalis, II, 1.
8 En una obra, Cánones Pueriles (G.W. 5), publicada en 1620 con el seudónimo
de Klopas Herrenius, Kepler hace el cómputo de estos 3994 años, siguiendo los
rentos bíblicos. C om o se ha señalado, esta costumbre perduró y Jhon Kennedy en
¡A complete System of Astronómical Chronology (Londres, 1762) ya cifra «con toda
(actitud» que el mundo había durado desde la creación hasta el nacimiento de Cristo
307 años. Y para que no todos los «descubrimientos» se deban a gentes lejanas,
uestro Gerónimo Cortés en su Lunario y Pronóstico Perpetuo, General y Particular,
hora de nuevo corregido. (Viuda de Barco, Madrid, 1820) ya desde la pág. 4 nos
Ivierte que «D e lo dicho se colige que desde el principio del mundo hasta la nati-
¡dad de C risto N . Sr. pasaron años 5199».
' Este himno parece (SECK, F .: «Johannes Kepler ais Dichter», en Intemationales
’.epler-Symposium, págs. 427-450) una paráfrasis
del Salmo 8.
TRADUCCIÓN DE LAS LEYENDAS
DE LAS LÁMINAS ORIGINALES
L ám in a II (p. 83)
[A la izquierda]:
D e Kepler admiras, Espectador, la obra en esta figura que jamás habías visto.
Pues, lo que muestran los cinco sólidos de Euclides, es la distancia existente entre
los orbes de los planetas. L o bien que se acomoda a la enseñanza que antaño formuló
C opém ico, es lo que te enseña la obra del Autor. Claramente el Autor se sintió
agradecido por tan gran favor al Duque de Teck, no sin elogio.
[A la derecha]:
a Esfera de Saturno.
P C ubo: primero de los cuerpos geométricos regulares mostrando la distancia desde
el orbe de Saturno al de Júpiter.
y Esfera de Júpiter.
6 Tetraedro o pirámide: tangente por fuera al orbe de Júpiter y por dentro al de
Marte y responsable de la máxima distancia entre los planetas.
E Esfera de Marte.
£ Dodecaedro, tercer cuerpo que representa la distancia entre la esfera de M ane y
el O rbe Magno que transporta a la Tierra con la Luna.
T| O rbe Magno.
0 Icosaedro, que muestra la verdadera distancia entre el O rbe Magno y la esfera de
Venus.
1 Esfera de Venus.
x Octaedro que muestra la distancia entre la esfera de Venus y la de Mercurio.
X Esfera de Mercurio.
(i Sol, o centro inmóvil del Universo.
Traducción de las leyendas de las láminas originales 257
centro B del O rbe Magno, es de 3.120. Pero A C , excentricidad del mismo centró
respecto al Sol A , es de 1.262. D e aquí que la máxima distancia de Venus al Sol es
74.232 y la mínima de 69.628.
D es el pequeño círculo dé la excentricidad de Mercurio. Su semidiámetro, en las
mismas unidades anteriores, es de 2.114 V2 y su excentricidad desde el centro del
O rbe Magno, D B , es de 7.345 '/2; pero D A , su excentricidad desde el Sol, es de
10.270. Y por tanto la distancia máxima de Mercurio al Sol es de 48.807 V2, mientras
que la mínima es de 23.345 V2.
E es el centro del pequeño círculo de la excentricidad de Marte. Su semidiámetro
es de 7.602 % y B E , su excentricidad desde el centro del O rbe Magno, es de 22.807 V2.
Pero A E , su excentricidad desde el Sol, es de 20.342. Por lo mismo, la máxima
distancia de Marte al Sol es de 164.780, y la mínima es de 139.300.
F es el centro del pequeño círculo de la excentricidad de Júpiter. Su semidiámetro
es 12.000, y BF, su excentricidad desde B, es de 36.000. Pero A F desde el Sol es de
36.656. La distancia máxima de Júpiter al Sol es 549.256, y la mínima es de 499.944.
G es el centro del pequeño círculo dé la excentricidad de Saturno. Su semidiáme
tro es de 26.075. B G es 78.225 y A G , su excentricidad desde el Sol, es de 82.290. La
distancia máxima de Saturno al Sol es de 998.740, y la mínima de 834.160.
L a línea recta H B T es el ecuador con respecto a la Tierra, mientras, que LAS es
el ecuador respecto al Sol. Al igual que la línea recta N B b es la línea de los solsticios
respecto a la Tierra y M A y lo es con respecto al Sol.
Día; Se dice del tiempo invertido por un cuerpo celeste en dar una vuelta
completa sobre su eje (rotación). Cada cuerpo celeste tiene su «día» propio,
aunque sólo resulten aquí relevantes el de la Tierra y el de la Luna;
Distancia: Este término es muy utilizado tanto en sentido «lineal» como
en sentido «angular». En el primer sentido se consideran «distancias me
dias», «distancias máximas» y «distancias mínimas». La consideración de
esta variable como ligada al movimiento llevó a Kepler a formular su 2.* Ley.
Distancias medias: Es la semisuma de los ejes mayor y menor de la elipse
que representa a una órbita planetaria. Físicamente coincide con las «cua
draturas» o pasos del cuerpo celeste por los puntos medios entre afelio y
perihelio, distancia al cuerpo central asimilable a la anterior.
Racional: Se dice de un número que puede ser expresado como una razón
entre dos enteros. Así 7,7 es un racional que puede escribirse; 77/10. Pero
V2 no puede escribirse de esa forma. En geometría se expresa esto me
diante el término «inconmensurable», que significa que no existe ninguna
anidad de medida (por pequeña que sea) capaz de ser aplicada un número
;xacto de veces sobre otra magnitud (longitud, área o volumen) dada. Tal
:s el caso de Jt(aplicación del diámetro sobre la longitud de su circunferen-
:ia) o de la «diagonal» (aplicación del lado del cuadrado sobre la diagonal
del mismo), etc. En la antigüedad dieron origen a los «insolubilia» (proble
mas insolubles), a los cuales los grandes matemáticos dedicaron grandes
esfuerzos hasta conseguir nuevas estrategias para resolverlos.
Retraso: La hipótesis del movimiento uniforme de los cuerpos celestes no
se compadecía con las observaciones que mostraban que algunos cuerpos
tardaban más en recorrer unos grados de su círculo que otros. Kepler ob
servó que estos «retrasos» aumentan o disminuyen (hasta cambiar de signo).
Retrógrado: Se dice del movimiento de un cuerpo celeste (o del cuerpo
mismo) cuando su curso aparente retrocede respecto a la dirección principal.
Esta aparente retrogresión afecta a los planetas, pero no a las estrellas fijas,
y se debe al hecho de que el observador es transportado por la Tierra y con
ello su línea visual cambia de dirección al cambiar él de posición en el espacio.
i) El Excéntrico:
XY = Línea de ápsides de la órbita del planeta.
O = Centro orbe terrestre.
OD = Excentricidad del centro de movimiento
uniforme.
En éstas condiciones AMP sería el camino del pla
neta (aquí, el Sol) que giraría con movimiento uni
forme en torno a D, distante de O sobre la línea
de ápsides una cantidad que se representa por 2e.
NST punteada sería (aquí) la órbita terrestre.
S
X
2. El Ecuante ptolemaico.
x
3. Representación del excentroepiciclo copcrnicano.
ii) Excentroexcéntrico o excéntrico sobre excéntrico:
XY = Línea de ápsides del planeta.
O = Centro de la órbita terrestre.
OE = £ d % E, donde E es la excentricidad de la
órbita del planeta.
EF = r, radio del excéntrico menor = '/3 e, ex
céntrico por el que rota el centro F del excéntrico
mayor.
F = Centro del excéntrico mayor.
FA = R, radio del excéntrico mayor.
En estas condiciones tenemos que cuando el pla
neta se halla en el apogeo A, el centro del excén
trico mayor se halla en F con lo cual la distancia
OA = FA + OF; pero OF = OE - EF = 3/4E
- !/4E = >/2E. Luego OA = F A + '/2E =
R + 3/4 E.
Y cuando el planeta se halla en el perigeo P, en
tonces de nuevo el centro se halla en F, con lo
cualla distancia OP = FP —OF = R —% e.
Cuando el planeta se halla en distancias medias
M el centro se halla en G.
4. El excentroexcentrico copemicana.
270 Representaciones geométricas de las que se hace mención
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u ssell
■riori, 29, 60, 78, 96, 183, 217, 102, 163, 184, 189, 190, 200, 207,
27, 230 209, 212, 224, 227
lio, 138, 183, 211, 258, 260, 261,
53 Campano, 148, 150, 236
in, 30, 34-35, 39 Carlos, V., 58, 62, 222, 223
inso, 75 Caspar, M., 14 n., 19 n., 21
ia, 36, 37, 53, 193, 194, 196, 217 Cassini, 245
xágoras, 168 Coluro, 84
mo, Ph., 15 Cometas,x87, 88, 210
:io, 57, 223 Conjunciones, 132, 259
geo, 81,84,88,89,154,159,163, Crusius, M., 15
'5, 188, 189, 211, 247, 252-53, Cuerpo, 21, 35, 36, 49, 56, 57, 62,
i7, 258, 259, 260, 263, 264, 267, 84, 89, 95, 96, 98-99, 109, 111,
.9 114-15, 124, 129, 130, 143, 148,
:ctos, 15, 23, 31, 32, 76, 78, 88, 158, 159, 164, 166, 168, 169, 170,
I, 131, 134-36, 144, 145-46, 180, 193, 196, 200, 207, 228-29,
9-90, 229, 235 249, 257, 259-65, 266
onomía Nova, 31, 36 y n. Cusano, 92, 93, 229
T o e s , 168
nía, 18, 72, 169, 174, 190 Dios, 18, 32-33, 37, 47, 50-53, 55,
56, 58, 61, 66, 68, 70, 73, 85, 92,
a, 15, 16, 18, 32 y n. 93, 94, 95, 96, 1Ó0, 102, 106, 107,
e, T., 21, 25, 28 y n., 29, 47, 48, 123, 125-27, 129, 131, 139, 147,
, 51, 60-61, 77, 86, 87, 90, 91, 156, 164, 165, 166, 168, 172-74,
182, 194, 200, 201, 203, 207, 213, Hafenreffer, 27
215, 217, 219, 229, 230, 250 Harmonices Mundi, 184
Distancias medias, 34 y n., 183 Hiparco, 88, 90, 181
Duncan, 30, 38, 39 Horacio, 225, 245
Hunnio, A., 16
Eclipses, 17, 181, 186, 187, 265
Ecuador, 183, 258, 263 Inconmensurables, 142
Ecuante, 183, 208, 210-12, 252-53, Inercia, 169
260, 262, 265-68 Infinito, 67, 123, 126, 127, 129, 201,
Epiciclo, 79-81, 85, 89,173,183,208, 215,225, 257
214, 260, 262, 267-70
Error, 34, 35, 52, 72, 76, 101, 159, Júpiter, 83
175, 176, 177, 178, 179, 185, 186,
196, 203, 212, 238 Kempfer, E., 57-58
Errores, 23, 26,31 y n., 33 n., 34,48, Kennedy, J., 254
163,176,177,178,182-84,185-86, Kepler, 13, 14 y n., 15-16, 16 n.,
187 17 y n., 18, 19, 20-28, 27 ns„
Esfera, 33, 78, 62, 78, 84, 85, 90, 93, 28 n., 29 y n., 30-31 y ns., 32-34,
94, 97-101, 102-03, 129, 137, 148, 35 y n., 36 y n., 37 y n., 37-40,
150, 152, 154, 157, 164, 165, 42-43,44-45,51,59,202,221,222,
167-68,171-72,173,188,191,192, 223-24, 225-29, 230-31, 232,
229, 235, 237-38, 260, 262, 264 233-36, 237-38, 239-42, 243-44,
Estiria, 16, 20, 42-3, 44-45, 47, 245-46, 247-50, 252, 253, 259-64,
49-50, 51, 55, 59-61, 222, 223 265
Euclides, 15, 23, 31, 32, 95, 96, 136,
147, 148, 149, 150, 236 Ley, 13, 14, 17, 27 y n., 34-36, 38,
Evans, 222, 223 77, 91, 197, 211, 219, 249, 261
Excentricidad, 27, 78 Limnaeus, G., 28
Expertos, 49, 87, 210, 222 Línea de, 266-70
Luna, 14, 27, 33, 56, 79, 81, 83, 88,
89, 107, 116, 138, 156, 157, 163,
Femando I, 51, 55, 59, 60-61, 222, 164, 165, 166, 167, 168, 186-87,
223, 224 192, 205, 213, 214, 215-17, 219,
Field, J. V., 34 y n. 238, 239, 240, 243, 244, 253, 261,
Fijas, estrellas, 84, 216, 221 263-65
Fludd, 45, 222 Lutero, 16
Frisch, Ch., 38, 39 Luz, 36, 47, 49, 119, 136-37, 165,
Fuerza, 19, 34, 36, 39, 67, 68, 88, 168, 170, 189, 193, 194, 196, 200,
119, 135, 141,. 146, 165, 169, 170, 211, 219, 244, 247, 248, 264
178, 179, 190, 193, 194, 197, 198,
202, 209, 210, 225, 248, 249 Maestlin, M., 15, 18-21, 21 n., 22,
26 y n., 27, 28 y n., 29, 30 y n.,
Galileo, 21, 29y n„ 60, 72, 168 31 n„ 32, 59, 60, 65, 66, 71, 78,
Gingerich, 27, 228, 246, 250 87, 159, 165, 173, 179-80, 182,
Graz, 16 y n., 17, 20, 37, 59, 60, 61, 186, 188, 207, 208, 216, 224, 225,
66, 222 227, 228, 240-43, 246, 247, 250,
Grosores, 27, 32 252
Gruppenbacli, 20, 221-22 Marte, 31-33, 36, 37-38, 48, 52, 62,
,7, 69, 70, 72, 79-81, 83, 85-86, 81, 94, 96, 97, 102, 104, 108, 126,
17-91, 97, 104, 107, 110-11, 112, 129, 132, 148, 149, 150, 151,
16, 117, 118, 119, 154, 156, 163, 153-56,157,162,164-66,177,178,
68, 169, 174, 175, 178, 179, 183, 182-84, 186, 191, 192, 193, 194,
85, 192, 193, 195, 196-201, 203, 196, 199-201,203-04,208-12,215,
104, 205, 206, 207, 211-12, 214, 216, 219, 227, 228, 229, 240, 245,
!17, 228, 231, 237, 238, 240-43, 257, 271
:45, 246, 247, 249, 250, 251, 252,
:57, 258,' 261, 264 Paralipomena, 244
nelao, 181 Perigeo, 153,154,159,163,174,211,
rcurio, 27 y n., 33, 63, 67, 68, 70, 252, 257, 259, 263, 264, 268, 269
7-79, 83, 97, 116, 117-18, 156, Perihelio, 259
57, 162, 163, 165, 168, 171, 172, Período, 36, 38, 259, 260, 262
73, 174, 175, 182, 183, 185-88, Peurbach, 173, 181, 265
89, 190, .192, 193, 194, 195, 203, Planetas, 18, 19, 21, 22, 23, 26,
04, 205, 206, 208, 210-12, 214, 27 y n., 33-37, 48, 61, 62, 68-71,
16,231,240-43,244,246,247-51, 72, 77, 78-80, 81-85, 86, 88-89,90,
57, 258, 259, 261, 268, 270, 271 91, 95, 96, 102, 106-07, 108, 116,
tor, 35, 168, 169, 200, 209 117, 118, 123, 125, 128, 129, 132,
vimiento, 129, 187, 188, 199-200, 135, 138, 142-43, 144, 158, 159,
10, 216 160, 161, 162, 163, 164, 166-70,
ndo, 17 y n., 18, 21, 23, 26, 171, 175, 176, 177, 179, 180,
2-34, 35,42-43,48,50, 52, 55-57, 182-87, 189, 190,192, 193, 196,
2, 65, 67, 68, 71, 72, 73, 77, 79, 197, 199-201, 205, 206, 208, 209,
4, 93, 94-96, 101, 105, 106, 108, 211, 214-17, 225,231, 237, 238,
12-15,119,126-27,129,130,143, 239-43, 244, 245,247, 248, 249,
54, 157, 162, 165, 168, 169, 177, 250, 251, 252, 259, 261, 263, 264,
78, 179, 180, 182, 183, 191, 194, 265-69
00, 202, 210, 212, 213, 214, 215, Platón, 223, 226, 229, 230, 253
17, 219, 223, 224, 225, 230, 231, Plinio, 215
37, 238, 253, 254, 257, 258, 265 Plutarco, 168
sica, 136, 235 Poliedros regulares, 26
■terium, 16, 28-30, 37 Porfirio, 136, 147
Proclo, 212
ratio, 21, 26 y n., 42, 43, 57, 58, Ptolomeo, 15, 21, 27, 59, 66, 75, 76,
6, 67, 76, 90, 186, 189, 194 77, 79-81, 84, 88-91,107,109,116,
vton, 39 119, 135, 136, 144, 147, 153, 157,
lo Ascendente, 214 159, 163, 173, 179-80, 183, 186,
io Descendente, 214 188, 189, 192, 199-200, 209-11,
los, 154, 237, 264 222, 226, 231, 235, 237, 241, 247,
rem esfera, 84 257
ie circunscrito 33, 97, 148, 149, Regiomontano, 136
50, 151, 156, 166 Regula falsi, 198
ie inscrito, 97, 156 Reinhold, 25, 27
ie Magno, 21, 22, 26, 227, 240 Rhetico, G. J., 15, 21, 26, 30 y n.,
íes, 19, 21, 25, 26, 33, 34, 36, 42, 42, 43, 44, 45, 66, 67, 76, 78, 90,
3, 44, 45, 52, 62, 66, 69-71, 80, 96, 97, 180, 182, 186, 188, 189,
194, 221, 224, 226, 227, 244, 247 Tablas, 23
Rodolfo, Emperador, 44, 45, 49-51, Tampach, 30, 44, 45
61-62 Tercera ley, 34 n., 38
Rosen, 20, 221, 226, 228, 230, 247 Tierra, 78, 87, 88, 89, 90, 104, 107,
116, 153, 154, 159, 164, 165, 166,
Saturno, 19, 22, 26, 33, 62, 67, 68, 183, 187, 197, 198, 227, 238, 243,
79-80, 84, 97, 104, 107, 108, 116, 265, 271
117-19, 138, 139, 159, 163, 174, Timeo, 32, 23, 232
175, 180, 183, 185, 192, 204, 211, Trinidad, 131, 137
213-16,225,231,239-43,247,250, Tubinga, 31 n., 57, 58, 65, 221, 224
251, 257, 258, 261 Turriano, 58
Seck, 222 Tycho, 21, 25, 28 y n., 29, 37 y n.,
Segonds, A., 39 47, 48, 60, 77, 90, 91, 102, 189,
Simón, 17 200, 209, 224, 227, 229, 263
Sol, 18, 19, 21-23, 26,27 y n., 33-37,
38, 42, 43, 55, 56, 60, 62, 65-69, Uniforme, 35, 139, 168, 209, 235,
72, 76, 77, 79-81, 83, 85, 86-89, 252, 260, 2662-63, 264-68
90, 91, 94, 96, 97, 106, 107, 114, Ursus, 21, 28 y n., 60, 224
116, 133, 136, 137, 138, 140, 157,
159, 165, 166, 167, 168, 169, Velocidad, 36 y n.
171-74,175,179-81,183,184,186, Venus, 116, 163, 193, 195, 205, 214,
187, 189, 192, 193, 194, 195, 196, 239-43, 247-48, 257, 258
197, 199,200,208-12,213-14,215, Virgilio, 66
216, 221, 228, 229, 231, 234, 238,
240-43, 244, 245, 246, 247, 248, Wackher, 243
250, 257-58, 259-62, 264-67, 257, Walker, 234
258 Walther, 245, 246
Solar, 22,38,124, 130, 158,165,168, Wallace, 253
170, 177, 200, 201, 211, 243, 261, Weil-der-Stadt, 14
264, 265, 267 Westman, 28 y n.
Solís, C., 27 y n.
Stadius, G., 16, 66, 224 Yuste, 58, 223
Sutter, 16 n.