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Origen
A mediados del siglo XIX Gran Bretaña era el país más poderoso del mundo. En
cuanto a economía y poderío militar se refiere a su posición, no tenía una
competencia que en ese momento amenazara su situación. Un posible competidor
era Francia, sin embargo el tamaño de la economía británica era mayor que el de la
economía francesa, de la misma manera en el terreno militar Gran Bretaña tenía
una clara ventaja; otras potencias como Rusia, Austria y Prusia suponían una
amenaza a la supremacía industrial y militar de Gran Bretaña. En el año 1866
Prusia derrota de forma contundente a Austria en la Guerra austro-prusiana y
aplasta a Francia en 1870 durante la Guerra franco-prusiana para finalmente
unificarse con otros estados alemanes y formar el Imperio alemán, cambiando
sustancialmente el equilibrio de poder que existía en Europa. El tamaño dela
economía alemana, que tuvo un crecimiento sostenido y rápido durante el último
tercio del siglo XIX, ya era la segunda economía de Europa y amenazaba con
superar a la británica. También en cuanto a poderío militar el ejército y la marina
de Alemania habían tenido un fuerte crecimiento convirtiendo al ejército de ese país
en el más fuerte de Europa continental, todos estos cambios geopolíticos habían
provocado una rivalidad política, económica y estratégica con Gran Bretaña que
desembocó en una feroz carrera armamentista llevada a cabo por ambos países y
sus aliados.
Enfrentamientos coloniales
¿Cómo terminó? Durante los tres primeros años, la guerra parecía desenvolverse
en un eventual empate entre los bloques enfrentados. Esta situación cambió en
1917 con la incorporación de los aliados a la Entente, que compensó con creces la
retirada de Rusia del conflicto. A mediados de 1918, los aliados vencieron en
Amiens a los alemanes, en septiembre, a los austro-húngaros en Italia y en
octubre, a los turcos en Medio Oriente. El 4 de noviembre de 1918, Austria se rindió
dejando sin defensas al ejército alemán, que pidió la rendición el 11 de noviembre.
Así concluía la guerra con el triunfo de los aliados.
¿Qué pasó con las mujeres? Otra consecuencia notable del conflicto será el
nuevo rol de la mujer que había reemplazado a los hombres en las fábricas y en los
lugares de trabajo. Si eran capaces de trabajar a la par de los hombres, ¿por qué
no podrían votar y ser electas para cargos públicos como ellos? En la mayoría de
los países sus derechos civiles fueron reconocidos y el voto femenino dejó de ser un
tema de discusión para transformarse en una realidad.
Al finalizar la Primera Guerra Mundial las duras condiciones impuestas por los
vencedores, sumadas a las grandes pérdidas humanas y económicas en casi toda
Europa, así como la posterior desmovilización de tropas y la incapacidad de los
gobiernos liberales de hacer frente a la crisis y a los movimientos comunistas,
fueron el caldo de cultivo para el surgimiento de movimientos sociales de derecha
radical en toda Europa, caracterizados por una fuerte unidad, por el nacionalismo
agresivo y el militarismo, así como por el antisemitismo, el anticomunismo y el
anticapitalismo; y cuyos exponentes que se consolidaron como Regímenes Fascistas
fueron: el Fascismo italiano y el Nazismo Alemán. Ambos, pero sobre todo el
último, serían regímenes totalitarios diferentes a las dictaduras tradicionales y
fundamentales para la comprensión del desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
“La humanidad está compuesta por múltiples seres humanos de cerebro medio, de corazón medio, de rutina
media. Pero, de pronto, bruscamente, en el cielo de una nación puede verse la estela fulgurante de un ser
que se sitúa por encima de lo común. Y de pronto, el común de las gentes, que por lo general suelen poseer
las mismas cualidades excepcionales de ese ser, pero en estado aletargado y atrofiado, al recibir el brillo de
esa luz, se reaniman […] y corresponden a su pequeña escala, sintiendo sus vidas transformadas”.
Degrelle, L, (1945), Almas ardiendo, (Líder fascista belga)
Resumen
Un 31 de octubre de 1922 Benito Mussolini, partidario de un Estado
totalitario, antiparlamentario, antidemocrático y anti socialista, entra en Roma al
frente de una gran muchedumbre, miles de personas ataviadas con camisas negras
lo aclaman.
Este hombre que lidera la marcha, que fuera un activo militante socialista,
cambia su perspectiva luego de la guerra. Considera que el agente del cambio
histórico revolucionario, ya no puede ser sólo una clase, sino que tiene que ser de
todo un pueblo, pero representada por los soldados de las trincheras y encuadrada
en un Estado capaz de ordenar toda la vida del país. A eso se le llamará
totalitarismo.
Introducción
Luego de la primera guerra mundial, Italia transita una fuerte crisis social,
amenazas revolucionarias y extremada violencia,
La dictadura fascista
Características comunes:
Conclusión
A lo largo del siglo xix las tres principales familias políticas fueron el liberalismo, el
conservadurismo y el socialismo; en las dos últimas décadas emergió una nueva
derecha intensamente nacionalista y antisemita que fue capaz de movilizar y ganar
la adhesión de diferentes sectores sociales, tanto en Viena como en París y en
Berlín. El fascismo se nutrió de ideas y de actitudes distintivas de la derecha radical
de fines del siglo xix, en el sentido de que ambos recogieron sentimientos de
frustración al tiempo que asumieron la violenta negación de las promesas de
progreso basadas en la razón enunciadas por el liberalismo y el socialismo. Pero
además, en el marco de la democracia de masas, las ceremonias patrias junto con
numerosos grupos –las sociedades corales masculinas, las del tiro al blanco y las de
gimnastas– fomentaron y canalizaron mediante sus actos festivos y sus liturgias la
conformación de un nuevo culto político, el del nacionalismo, que convocaba a una
participación política más vital y comunitaria que la idea “burguesa” de democracia
parlamentaria.
El fenómeno fascista solo prosperó donde confluyeron una serie de elementos que
le ofrecieron un terreno propicio. En este sentido, Italia y Alemania compartían
rasgos significativos: el régimen liberal carecía de bases sólidas, y existía un alto
grado de movilización social: no solo la de la clase obrera que adhería al socialismo,
también la del campesinado y los sectores medios decididamente antisocialistas.
Este escenario fue resultado de un proceso en el que se combinaron diferentes
factores. Si bien la trayectoria de cada país fue singular, es factible identificar
algunos procesos compartidos. En primer lugar, el ingreso tardío, pero a un ritmo
acelerado, a la industrialización dio lugar a contradicciones sociales profundas y
difíciles de manejar. Por una parte, porque la aparición de una clase obrera
altamente concentrada en grandes unidades industriales y cohesionada en
organizaciones sindicales potentes acentuó la intensidad de los conflictos sociales.
Por otra, porque la presencia de sectores preindustriales –artesanos, pequeños
comerciantes, terratenientes, rentistas– junto al avance de los nuevos actores
sociales –obreros y empresarios– configuró una sociedad muy heterogénea
atravesada abruptamente por diferentes demandas de difícil resolución en el plano
político. En segundo lugar, la irrupción de un electorado masivo, debido a las
reformas electorales de 1911 en Italia y de 1919 en Alemania, socavó la gestión de
la política por los notables, pero sin que las elites fueran capaces de organizar
partidos de masas: esto lo harían los fascistas. Por último, tanto Italia como
Alemania, aunque estuvieron en bandos opuestos en la Primera Guerra, vivenciaron
los términos de la paz como nación humillada. En Alemania especialmente, el
sentimiento de agravio respecto de Versalles estaba ampliamente extendido; no fue
un aporte original del nazismo buscar la revancha contra los vencedores de la Gran
Guerra.
Las condiciones que hicieron posible el arraigo del fascismo son solo una parte del
problema para explicar el éxito de los fascistas. También es preciso dar cuenta de
qué ofrecieron, cómo lo hicieron y quiénes acudieron a su convocatoria.
A través de su oratoria y sus prácticas, el fascismo se definió como antimarxista,
antiliberal y antiburgués. En el plano afirmativo se presentó –con sus banderas,
cantos y mítines masivos– como una religión laica que prometía la regeneración y
la anulación de las diversidades para convertir a la sociedad civil en una comunidad
de fieles dispuestos a dar la vida por la nación. Los fascistas italianos y los nazis
alemanes, especialmente en la etapa inicial, presentaron programas revolucionarios
–en parte anticapitalistas– en los que recogían reclamos y ansiedades de diferentes
sectores de la sociedad. Al mismo tiempo, en un contexto signado por la pérdida de
sentido y la desorganización social, los partidos brindaron un lugar de
encuadramiento seguro, disciplinado, y supieron canalizar la energía social a través
de las marchas, las concentraciones de masas y la creación de escuadras de acción.
El partido, además, ofreció un jefe. La presencia de un líder carismático a quien se
le reconocieron los atributos necesarios para salir de la crisis fue un rasgo clave del
fascismo. Tanto Mussolini como Hitler fueron jefes plebeyos con gran talento para
suscitar la emoción y ganar la adhesión de distintos sectores ya movilizados.
Los fascistas y los nazis llegaron al gobierno en virtud de su capacidad para recoger
demandas y agravios variados, y también porque lograron convencer a los grupos
de poder de que podían representar sus intereses y satisfacer sus ambiciones mejor
que cualquier partido tradicional. Los elencos políticos a cargo del gobierno, en
Italia y Alemania, decidieron aliarse con los fascistas y los nazis convencidos de que
podrían ponerlos a su servicio para liquidar a la izquierda y preservar el statu quo.
Los grandes capitalistas, por su parte, no manifestaron una adhesión ni temprana
ni calurosa a los movimientos fascistas. Aunque el tono anticapitalista del fascismo
fue selectivo y rápidamente se moderó, el carácter plebeyo de los movimientos
generaba reservas entre los grandes propietarios. Hasta el ingreso al gobierno de
Hitler, por ejemplo, las contribuciones económicas fueron destinadas en primer
lugar a los conservadores, la opción preferida por los capitales más concentrados.
Pero estos no pusieron objeciones a la designación de los líderes fascistas como
jefes de gobierno. Una vez en el poder, ni Hitler ni Mussolini cuestionaron el
capitalismo, pero subordinaron su marcha y fines, especialmente a partir de la
guerra, a la realización del “destino glorioso de la nación”. Ellos asumieron ser sus
auténticos intérpretes.
El fascismo fue centralmente una forma de hacer política y acumular poder para
llegar al gobierno, primero, y para “revolucionar” el Estado y la sociedad después.
Desde esta perspectiva, el fascismo se presentó simultáneamente como alternativa
al impotente liberalismo burgués frente al avance de la izquierda, como decidido
competidor y violento contendiente del comunismo y como eficaz restaurador del
orden social. En la ejecución de estas tareas se distinguió de los autoritarios
tradicionales porque no se limitó a ejercer la violencia desde arriba. Los fascismos
se destacaron por su capacidad para movilizar a las masas apelando a mitos
nacionales. El partido único y las organizaciones paramilitares fueron instrumentos
esenciales para el reclutamiento de efectivos, para la toma y la conservación del
poder, y su estilo político se definió por la importancia concedida a la propaganda,
la escenografía y los símbolos capaces de suscitar fuertes emociones. Los fascistas
organizaron la movilización de las masas, no para contar con súbditos pasivos, sino
con soldados fanáticos y convencidos. Su contrarrevolución fue en gran medida
revolucionaria, aunque en un sentido diferente del de la revolución burguesa y la
revolución socialista.
En los años treinta el concepto de régimen totalitario fue ganando espacio para
designar únicamente los regímenes fascistas y nazis.
El alemán exiliado en Estados Unidos Carl Friedrich fue uno de los principales
autores de la definición universitaria del totalitarismo. En el artículo “The Unique
Character of Totalitarian Society”, incluido en la obra colectiva Totalitarianism,
publicada en 1954. Dos años más tarde este autor junto con Zbigniew Brzezinski,
futuro consejero para la Seguridad Nacional del presidente demócrata Jimmy
Carter, redactaron la primera edición de Totalitarian Dictatorship and Autocracy,
que definió el régimen totalitario en base a cinco rasgos claves. En primer lugar la
supresión del Estado de derecho con la supresión de la separación de poderes y la
eliminación de la democracia representativa. En segundo lugar, la imposición de
una ideología oficial a través de la censura y la instauración el monopolio estatal
sobre los medios de comunicación. En tercer lugar, un partido único de masas
encabezado por un líder carismático. En cuarto lugar, la instrumentación del terror
vía el la instauración de un sistema de campos de concentración destinados al
encierro y a la eliminación de los adversarios políticos y de los grupos definidos
como extraños y enemigos de la comunidad nacional que debía ser homogénea. Por
último, un fuerte control de la economía por el Estado.